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Democracia: Amistad y pugna
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Libro electrónico386 páginas4 horas

Democracia: Amistad y pugna

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¿Qué sabemos realmente del funcionamiento del sistema democrático? ¿De su evolución, de los diferentes modelos de representación, de las posibilidades reales de participación ciudadana? En un momento histórico en que las democracias liberales se enfrentan a nuevos retos de legitimidad, la obra de la eminente politóloga y teórica de la democracia Jane Mansbridge integra en su escritura filosofía, sociología y ciencia política para devolver la democracia al terreno de la amistad, al servicio de la ciudadanía.
Se concentran en este volumen sus principales aportaciones a la teoría democrática del último medio siglo, en una selección inédita a cargo del editor y traductor Felipe Rey, en la que Mansbridge desarrolla sus ideas sobre la democracia unitaria, las categorías de representación política o su definición de los sistemas deliberativos. Esta es una obra imprescindible para entender la evolución, pero sobre todo las potencialidades de las democracias modernas para superar los desafíos políticos del presente.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 oct 2021
ISBN9788418193149
Democracia: Amistad y pugna

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    Democracia - Jane Mansbridge

    302681.jpg

    © Del prefacio, Jane Mansbridge

    © Del estudio crítico, Felipe Rey

    © Del artículo: «Las dos formas de democracia: unitaria y adversaria», por Jane Mansbridge. Texto originalmente publicado en inglés en: Mansbridge, J. (1984). «Unitary & Adversary: The Two Forms of Democracy», In Context, 7, pág. 10.

    © Del artículo: «Repensando la representación», por Jane Mansbridge. Texto originalmente publicado en inglés en: Mansbridge, J. (2003). «Rethinking Representation», American Political Science Review, 97 (4), págs. 515-528.

    © Del artículo: «El modelo de selección de la representación política», por Jane Mansbridge. Texto originalmente publicado en inglés en: Mansbridge, J. (2009). «A Selection Model of Political Representation», The Journal of Political Philosophy, 17 (4), págs. 369-398.

    © Del artículo: «Una aproximación sistémica a la democracia deliberativa», por Jane Mansbridge, James Bohman, Simone Chambers, Thomas Christiano, Archon Fung, John Parkinson, Dennis F. Thompson y Mark E Warren. Texto originalmente publicado en inglés en: Mansbridge, J.; Bohman, J.; Chambers, S.; Christiano, T.; Fung, A.; Parkinson, J.; Thompson, D. F.; Warren, M. E. (2012). «A systemic approach to deliberative democracy», en J. Parkinson y J. Mansbridge (eds.), Deliberative Systems: Deliberative Democracy at the Large Scale, Cambridge University Press, págs. 1-26.

    © Del artículo: «Populismo y teoría democrática», por Jane Mansbridge y Stephen Macedo. Texto originalmente publicado en inglés en: Mansbridge, J.; Macedo, S. (2019). «Populism and Democratic Theory», Annual Review of Law and Social Sciences, 15, págs. 59-77.

    © Del artículo: «Representación recursiva: la idea básica», por Jane Mansbridge. Mansbridge, J. (de próxima publicación). «Recursive representation: the basic idea», en V. Jackson y Y. Dawood (eds.), Constitutionalism and a Right to Effective Government?, Cambridge University Press.

    © Del artículo: «Democracia y amistad. Una conversación con Jane Mansbridge», por Jane Mansbridge y Felipe Rey. Texto inédito en cualquier idioma.

    © De la edición y traducción: Felipe Rey

    Corrección: Marta Beltrán Bahón

    Imagen de cubierta: Antonio Berni, Manifestación, 1934, Temple sobre arpillera

    180 x 249,5 cm. Colección Malba, Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires.

    Créditos fotógrafo: Gustavo Sosa Pinilla

    © José Antonio Berni, Argentina

    Gentileza de la Fundación Antonio Berni

    Montaje de cubierta: Juan Pablo Venditti

    Primera edición: octubre de 2021, Barcelona

    Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

    © Editorial Gedisa, S.A.

    www.gedisa.com

    Preimpresión:

    www.editorservice.net

    eISBN: 978-84-18193-14-9

    Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, de esta versión castellana de la obra.

    Índice

    Prefacio

    Democracia. Amistad y pugna

    Jane Mansbridge

    Participación

    Representación

    Deliberación

    Conclusión: la crisis de legitimidad democrática del siglo XXI

    Estudio crítico.

    La teoría sistémica de la democracia

    de Jane Mansbridge

    Jane Mansbridge

    Una teoría sistémica de la democracia

    El nuevo y vasto mundo de la representación política

    Amistad y pugna

    Los juicios sistémicos sobre la democracia deliberativa

    Ensayos escogidos

    1

    Las dos formas de democracia:

    unitaria y adversaria

    Jane Mansbridge

    La distinción básica

    La democracia unitaria original

    La revolución adversaria

    Los límites de la amistad

    Lecciones

    2

    Repensando la representación,

    Representación promisoria

    Representación anticipada

    Representación giroscópica

    Representación subrogada

    Criterios normativos deliberativos, sistémicos y plurales

    3

    El «modelo de selección» de la representación política,

    Una idea en apuros

    Agentes automotivados

    Objetivos alineados

    Selección y categorización

    Accountability y transparencia

    Selección no jerárquica

    La homogeneidad y la permanencia en el cargo. ¿Qué tan malas, en realidad?

    Conclusión: la cara normativa de la selección

    4

    Una aproximación sistémica a la democracia deliberativa,

    ¿Qué es un sistema deliberativo?

    Los límites del sistema

    Funciones del sistema deliberativo

    Tres análisis sistémicos

    Deficiencias en el sistema deliberativo

    Conclusión

    5

    Populismo y teoría democrática,

    Introducción

    Populismo: definición, elementos centrales y características sugeridas y correlacionadas

    Conclusión: el peligro es menor en el núcleo que en la periferia y menor en la oposición que en el poder

    6

    Representación recursiva:

    La idea básica

    Incorporando la recursividad a nuestros ideales de la representación

    La necesidad creciente de coerción estatal ha provocado una crisis de legitimidad

    La recursividad crea una mayor legitimidad en el ámbito legislativo

    La recursividad en la práctica: el ámbito legislativo

    Las administraciones necesitan más recursividad

    La representación social necesita más recursividad

    Ésta no es la democracia de tu abuela

    Epílogo

    Democracia y amistad. Una conversación con Jane Mansbridge

    Agradecimientos

    Prefacio

    Democracia. Amistad y pugna

    Jane Mansbridge

    La publicación de «Democracia. Amistad y pugna» y su volumen complementario de próxima aparición, «Feminismo y poder», me brindan la oportunidad de revisar algunos de los conceptos y perspectivas que, a lo largo de los años, he considerado que son de ayuda para que los ciudadanos de las democracias puedan reflexionar sobre nuestros objetivos e ideales colectivos. Este prefacio describe, en primer lugar, de qué manera llegué a desarrollar la teoría política de base empírica que caracteriza mi trabajo y, a continuación, presenta brevemente los conceptos relevantes de este primer volumen.

    Participación

    Mi trabajo comenzó en la embriagadora atmósfera de los años 1960, cuando la economía estaba en auge, las universidades norteamericanas buscaban estudiantes de posgrado, las fundaciones habían creado becas para motivar a los estudiantes a cursar estudios de posgrado y conseguir un trabajo no era una preocupación. El ideal de la «democracia participativa», introducido a gran escala en la Declaración de Port Huron de 1962 de los Estudiantes por una Sociedad Democrática, nos inspiró a muchos en el entorno comunitario. Por aquella época, las facultades establecían límites de tiempo muy amplios para escribir una disertación. Por eso pude andar con la gente que hacía música folk, ser condenada por participar en un pequeño esfuerzo para protestar contra la guerra y, a finales de los años 1960, involucrarme activamente en el movimiento feminista radical de Cambridge/Boston.

    Fui miembro de cuatro colectivos: una cooperativa de alimentos, un grupo feminista de concientización, un colectivo que produjo el libro Our Bodies, Ourselves, y un centro de mujeres. Muchas de mis amigas y amigos pertenecían a otros colectivos; «escuelas libres», colectivos de servicios jurídicos y colectivos de reparación de bicicletas. Para los jóvenes como yo, media década después de la Declaración de Port Huron, la «democracia participativa» había llegado a significar la democracia por la que nuestros pequeños colectivos se gobernaban a sí mismos, sobre la base de un consenso unánime y sin desigualdades de poder o influencia. Sin embargo, muchos de nuestros colectivos luchaban contra las desigualdades que parecían surgir de modo inevitable (y que más tarde se convirtieron en mi foco de atención), el tiempo que se tardaban en tomar decisiones y los costes emocionales de tener que tomarlas (Mansbridge, 1973). Dado que estos problemas eran frecuentes, pensé que demostrando su práctica ubicuidad podría, por lo menos, ayudar a reducir el grado en que los miembros de un determinado colectivo se culpaban a sí mismos.¹ En cuanto terminé mi disertación (sobre dos jueces del Tribunal Supremo y de la cual nunca he publicado una sola palabra), pude dedicarme al trabajo sobre la democracia participativa, que pensé que podría ayudarnos a gobernarnos mejor.

    Salí al encuentro de los «mejores casos», porque pensé que las cuestiones que seguían siendo problemáticas tenderían a ser omnipresentes. Los pequeños pueblos de Nueva Inglaterra tienen tal vez las formas de gobierno local más participativas del mundo, ya que se gobiernan a través de asambleas municipales en las que los ciudadanos del pueblo constituyen su asamblea legislativa, se reúnen una vez al año o más para tomar las decisiones del pueblo y delegan la ejecución de esas decisiones en algunos elegidos. Después de buscar un poco, encontré una municipalidad —Selby— en la que la clase trabajadora del pueblo dirigía el gobierno. Seguí buscando y encontré un lugar de trabajo altamente participativo —Helpline—, que producía con mucho éxito una participación igualitaria y consensos. Pretendía que mi propio centro de mujeres fuera un tercer caso, pero no lo incluí porque, como asociación voluntaria, no imponía sus leyes a los menos activos, como sí hacían el pueblo y el lugar de trabajo.

    Teoría de la contingencia: el valor normativo de la igualdad de poder varía según la configuración de intereses subyacente

    Después de terminar mi investigación sobre estos tres casos, me llevó casi cinco años llegar a la conclusión central de Beyond Adversary Democracy (Mansbridge, 1983): la igualdad de poder, como ideal democrático, no es normativamente invariable, sino que tiene mayor valor cuando los intereses están en conflicto. Esta conclusión vino de forma inductiva y accidental en un ejercicio que hice a los miembros de Helpline, el lugar de trabajo de este estudio, hacia el final de sus entrevistas. En una hoja de papel había dibujado un «centro del poder» esquemático de Helpline, rodeado de círculos concéntricos, y había pedido a cada miembro que colocara alrededor de este centro imaginario los nombres de los 41 miembros de Helpline, cada uno en su propio papelito. Casi todo el mundo pensó que este ejercicio tenía sentido, es decir, que había desigualdades de poder, inclusive en este grupo tan participativo, en el que los miembros se preocupaban tanto por la igualdad que se pagaban a sí mismos los mismos sueldos, independientemente de que tuvieran estudios de derecho o de bachillerato. Después de que hubieran distribuido los nombres, los fijé con cinta adhesiva en el papel. En un principio, había diseñado este ejercicio simplemente para obtener una medida cuantitativa del poder percibido por cada miembro, medido tanto por ellos mismos como por una media de sus colegas. Sin embargo, en la primera entrevista, sentí el impacto emocional de anotar los nombres y pregunté espontáneamente: «¿Cómo te hace sentir esto? ¿Te sientes cómodo con ello?». Casi todos me dijeron que, a pesar de ser auténticos igualitarios, se sentían «cómodos» con las desigualdades que acababan de describir. Cuando les pregunté por qué, muchos dijeron que «confiaban» en quienes habían descrito con más poder (págs. 235, 262).

    Impartir seminarios sobre Aristóteles, Rousseau, Hegel y Marx, pensar más en lo que había experimentado y aprender de los demás (recuerdo especialmente el comentario de mi colega Lloyd Rudolf en un seminario que di en la Universidad de Chicago: «¡Estás hablando de desigualdades aceptables!»), me permitieron procesar lo que había visto. Al final, me di cuenta de que los miembros de Helpline consideraban que las desigualdades que habían descrito eran aceptables, y que esto se debía a su percepción de que ellos y las personas con más poder tenían intereses comunes. Entonces, extraje una conclusión más amplia: que nuestros colectivos participativos sufrían de la extrapolación del ideal normativo de la igualdad de poder, adecuado para una democracia nacional con una alta proporción de intereses conflictivos y la consiguiente lucha competitiva, a nuestros propios y pequeños colectivos democráticos, donde los miembros tenían una alta proporción de intereses comunes. Cuando los miembros de un colectivo tenían intereses más o menos comunes, necesitaban menos la igualdad de poder para proteger sus intereses por igual. Seguían necesitando el mismo respeto y la misma oportunidad de crecimiento, pero a veces esos bienes podían provenir de fuentes distintas a la igualdad de poder. El valor de la igualdad de poder, por tanto, es contingente. En la medida en que los intereses están en conflicto, se vuelve importante. En momentos de intereses relativamente comunes, es menos necesario.

    La amistad como modelo frente a la «democracia adversaria»

    Me di cuenta de que los ideales adecuados para las democracias con una proporción relativamente alta de intereses comunes estaban mucho más cerca de los ideales de la amistad que de lo que llegué a llamar «democracia adversaria», en la cual los ciudadanos esperan que, cuando menos, entren en conflicto algunos de sus intereses más importantes. La Política de Aristóteles me enseñó que los ideales de la amistad podían apuntalar una política democrática. También comprendí que esos ideales podían tener que cambiar a medida que el sistema de gobierno crecía.² La organización jerárquica posibilitó el desarrollo de grandes entidades políticas, como los imperios y, posteriormente, los Estados nacionales. Tomando como base la experiencia cotidiana, el modelo tenía que ser una familia patriarcal en lugar de una amistad. Pero el ideal seguía siendo el interés común. En Europa, sin embargo, la creciente necesidad de más gobierno y, en consecuencia, de impuestos más elevados y fiables, exigía una mayor legitimidad, lo que abrió la puerta a una democracia más amplia a través de la representación, aunque con una visión continuada de los intereses comunes. No fue hasta alrededor de 1650 cuando la toma de decisiones por consenso en el parlamento británico dio paso a la regla de la mayoría, con su implícita aceptación de los intereses en conflicto y la inevitable lucha resultante. No fue por casualidad que, en esta época, Thomas Hobbes construyera en el Leviatán toda una estructura política normativa basada en el autointerés y que el capitalismo se convirtiera en algo aceptado y normativo.

    En todas las democracias existe una tensión permanente entre los ideales de la democracia como amistad y los de la democracia como pugna. Algunos ciudadanos ansían los intereses comunes de la amistad, mientras que otros se entusiasman con la emoción de la lucha. Pero tanto ese anhelo como ese deleite pueden llevarnos por un mal camino. Porque podemos percibir demasiados intereses comunes o muy pocos. Algunas filosofías y culturas políticas nos animan a ignorar, devaluar o deplorar el conflicto; otras a ignorar, devaluar e incluso deplorar como una ofensa el espíritu común. La comunalidad es al mismo tiempo emocionalmente satisfactoria y bastante eficiente, puesto que la confianza racional basada en la fiabilidad facilita la toma de decisiones rápidas y precisas, sin el lastre de la necesidad de control y posibles sanciones. Ahora bien, en muchas circunstancias, la presunción de conflicto puede ser más realista y, por ende, eficiente. El tamaño de la comunidad afecta la probabilidad de que existan intereses comunes, al igual que el tema a decidir. Los intereses comunes también pueden crearse, a través tanto de mecanismos loables, como la negociación, como de mecanismos catastróficos, como la guerra. Cada momento político tiene su propio equilibrio de intereses comunes y conflictivos reales y potenciales.

    Teoría inductiva y basada en problemas

    El método que desarrollé combina la inducción y el análisis. Se basa principalmente en problemas, pero también deja que los problemas, su interpretación y las prioridades entre los problemas surjan inductivamente de las personas a las que se entrevista.³ Está diseñado, fundamentalmente, para ayudar a las personas a entender mejor cómo gobernarse a sí mismas.

    Representación

    Representación informal

    Este primer trabajo sobre la democracia participativa se centró únicamente en las democracias directas, que era el ideal en los colectivos a los que quería ayudar. Sin embargo, incluso estas democracias poseían lo que llamé representación «informal» (1983, págs. 211, 213, 251). Por ejemplo, sólo un tanto por ciento de los ciudadanos de Selby asistía a la típica reunión municipal, y los que acudían eran más ricos, mayores y habían vivido en el pueblo más tiempo (pág. 99). Los que asistían eran representantes informales, aunque no se reconocían como representantes ni expresaban la obligación de representar los intereses de los otros. Por el contrario, la opinión generalizada era que las personas que no asistían habían perdido su derecho a quejarse después (págs. 117, 351). Argumenté, en cambio, que para promover la protección equitativa de los intereses, estas democracias deberían estructurar los incentivos a fin de que la participación fuera más equitativa y, al mismo tiempo, definir la asistencia como un privilegio que conllevaba «la obligación de considerar no sólo los intereses propios, sino también los de los no presentes» (pág. 251).

    Representación promisoria, anticipada y giroscópica

    A medida que me introducía en la reflexión sobre representación, la frustración con la dicotomía «delegado/fideicomisario», que se suele utilizar para describir las funciones de los representantes en Estados Unidos, me condujo a definir, en «Repensando la representación» (2003, este volumen), las formas de representación que yo veía operar en la práctica y sus implicaciones normativas. En Estados Unidos se utiliza una forma de elección uninominal, que otorga a los ciudadanos un representante por distrito, elegido por el mayor número de votos. En España, que utiliza un sistema de representación proporcional por listas, los partidos políticos desempeñan el mismo papel que los representantes individuales en Estados Unidos. Los partidos prometen y están moralmente obligados a cumplir (representación promisoria). Asimismo, pueden buscar anticipar el voto de las próximas elecciones (representación anticipada). Las estrategias comunicativas anticipadas que despliegan para influir en la dirección del voto pueden ser evaluadas normativamente, examinando la manipulación (por ejemplo, las estrategias encubiertas y otras que reducen la autonomía del votante) por parte del representante y las desigualdades de poder por el lado de los representados.⁵ Antes de las siguientes elecciones, esas comunicaciones cambian a los votantes y a sus representantes (ya sean individuos o partidos políticos) en un proceso de co-constitución.⁶

    El concepto de representación giroscópica fue el mayor desafío a las interpretaciones imperantes sobre la representación en los Estados Unidos. Sostuve que todos (o casi todos) los representantes individuales en los sistemas uninominales tienen hasta cierto punto un «giroscopio» interno, como el de un barco, que guía su dirección desde dentro y los mantiene más o menos estables. Los partidos políticos de España y de otros países con sistemas de representación proporcional tienen giroscopios similares. Los votantes pueden deducir la orientación interna de sus potenciales representantes a partir de sus acciones en el pasado y sus compromisos en el presente, y decidir con base en ello si esa orientación se asimila a la suya como para votar por ese representante o partido individual.

    Modelo de selección

    La representación giroscópica plantea un modelo de selección de la representación política (Mansbridge 2009, «El modelo de selección», en este volumen), que se contrapone al modelo de sanción dominante en la ciencia política estadounidense desde 1974. En un modelo de selección, el votante asume una relativa continuidad en la dirección interna y, por lo tanto, en las políticas de un miembro individual o de un partido político, y elige, entre los individuos o partidos que se presentan a las elecciones, a aquellos cuyas posiciones y dirección son más parecidas a las suyas. El elector no pretende cambiar el comportamiento del representante individual o del partido. Lo que intenta es cambiar el equilibrio del sistema político y, por tanto, el resultado final, eligiendo a un individuo o partido en lugar de otro. En cambio, en el modelo de sanción, el votante intenta y espera cambiar la dirección del representante individual o del partido amenazando con la sanción de no reelegirlo.

    La representación giroscópica y el modelo de selección resultante se basan en las percepciones de los votantes sobre la dirección e intereses comunes con sus representantes. Estas percepciones proceden de similitudes descriptivas, de ideología o de otros atributos. En procesos paralelos de representación informal, un ciudadano que no asiste a las reuniones del pueblo puede sentirse representado por los que sí van porque son «como yo» (Mansbridge, 1983, pág. 96). Porque tienen intereses comunes. Asimismo, un miembro de Helpline alejado del centro del poder podía sentirse cómodo con que los demás tuvieran más poder porque «soy como todos los que están cerca del centro» (Mansbridge, 1983, pág. 235). En el ámbito electoral formal, los electores pueden decir de algunos representantes, o incluso de un partido político, «son como yo», y seleccionarlos por tal motivo. La percepción de intereses comunes y de una direccionalidad interna que varía más bien poco en el representante genera confianza entre los representados. Cuando están justificadas, dichas percepciones legitiman la desigualdad de poder individual entre el representado y el representante.

    En la vida real, toda representación democrática contiene una mezcla de selección y sanción. Esta mezcla es normativamente apropiada cuando en cada momento se calibra en función de la combinación de intereses comunes y conflictivos entre el elector y el representante.

    Representación subrogada

    En los sistemas electorales uninominales, los ciudadanos pueden tener más, o tantos, intereses comunes con los representantes de otras circunscripciones (sobre los que no tienen ningún poder formal y por los que tampoco pueden votar) que los que tienen con el representante de su propio distrito. Sobre todo, cuando se trata de miembros de grupos marginados, estas relaciones de representación subrogada a menudo se ven reforzadas por las similitudes en las características descriptivas por las que son marginados, como la etnia o el género. Estas características descriptivas proporcionan a los representantes subrogados una comprensión y empatía con las experiencias vitales de los representados.⁷ En los sistemas de representación proporcional, el mismo fenómeno puede presentarse entre partidos, cuando un representante de un partido por el que un ciudadano no votó ni votará comparte, sin embargo, los intereses de ese elector y comprende sus perspectivas sobre un determinado asunto mejor que los miembros del propio partido del elector. Normativamente, en conjunto, el número de representantes con perspectivas e intereses distintos debería corresponder proporcionalmente al número de ciudadanos de la población con las mismas perspectivas e intereses.

    Teoría contingente de la accountability

    El significado de accountability ha venido cambiando a medida que la ciencia política y tal vez la práctica política han gravitado hacia un modelo de representación política basado en sanciones. Antes, el término implicaba «rendir cuentas» en inglés, con corolarios en francés (rendre compte), español (rendir cuentas) y alemán (Rechenschaft abgeben). Si un representante y un representado, como en el modelo de selección, tienen intereses más o menos comunes, entonces el representante podrá explicar y justificar las desviaciones con respecto a las expectativas del elector dándole cuentas de las razones pertinentes. Pero cuando, como en el modelo de sanción, los intereses del representante y del representado entran en conflicto, la accountability cambia de significado y se transforma en la capacidad del representado de controlar y sancionar al representante. Al igual que las circunstancias, incluyendo el grado de intereses comunes y conflictivos, indican la combinación normativamente apropiada de estos modelos de selección y sanción en la función del representante, también indican la combinación normativamente apropiada de las formas de accountability (Mansbridge, 2014).

    Que el uso de la palabra accountability en inglés se haya multiplicado por diez entre 1960 y 2000, y que su significado haya cambiado para orientarse más hacia la sanción, podría indicar un cambio drástico en las circunstancias subyacentes o un cambio en la creencia, realista o no, de que hay probabilidad de intereses comunes entre representantes y representados.

    Representación recursiva

    Al tiempo que crecen las sospechas sobre las motivaciones de los representantes, que han aumentado las demandas de responsabilidad basada en sanciones, y decrece la legitimidad en muchas de nuestras democracias, puede ser la hora de añadir a nuestros ideales de la representación el ideal de la representación recursiva, que impulsa la capacidad de respuesta mutua entre representantes y representados (véase «Representación recursiva: la idea básica», en este volumen). En dicho ideal, los representantes actúan como interlocutores y dedican mucho tiempo tanto a los electores, intentando comprender mejor sus intereses y explicándoles las necesidades de los demás, como a los demás representantes, procurando hacerles llegar los diversos intereses de sus electores y aprendiendo sobre los electores de los demás representantes. Los representantes elegidos podrían responder así a la creciente sensación de no ser escuchados por sus representados. Para satisfacer las crecientes demandas de legitimación del siglo XXI, las formas de representación recursiva tendrían que extenderse por todo el sistema representativo, más allá de los representantes elegidos, hasta los ámbitos administrativo y social (ONG, sindicatos, asociaciones de voluntarios, etc.).

    El sistema representativo

    Mis primeros trabajos sobre el sistema representativo se referían únicamente al sistema que rodea a la representación electoral, es decir, «todo el proceso representativo, incluidos los partidos, candidatos, medios, grupos de interés, audiencias, encuestas de opinión y los demás procesos de comunicación» (véase «Repensando la representación», en este volumen). Pero mientras trabajaba en la representación recursiva, empecé a observar cómo hoy en día gran parte de la representación de los intereses de los ciudadanos tiene lugar a través de las decisiones administrativas en los niveles tanto de la política pública como de la prestación de servicios públicos, y a través de las deliberaciones y el cabildeo de grupos sociales como los sindicatos, las ONG y los movimientos sociales. En la compleja sociedad actual, para que los ciudadanos tengan la sensación justificada de estar siendo escuchados, los funcionarios no sólo deben llevar a cabo de forma competente las indicaciones del poder legislativo; también deben comunicarse de forma recursiva con quienes van a afectar con sus decisiones. Esta recursividad debe permitir a los funcionarios empezar a entender cómo su aplicación de las leyes altera la vida cotidiana de las personas, obtener de ellas información sobre posibles problemas y consultar con los ciudadanos afectados sobre cómo lograr los fines deseados con el menor coste, material y de otro tipo para los propios ciudadanos. Del mismo modo, el objetivo de que los ciudadanos sean escuchados requiere que los sindicatos y otros grupos sociales no sólo representen bien los intereses de sus miembros ante los responsables de la toma de decisiones, sino que también se comuniquen recursivamente con sus afiliados. Una comunicación continua, iterativa, frecuente y con capacidad de respuesta mutua permitiría a los grupos sociales comprender hasta qué punto están representando los intereses de sus representados y, lo que es igualmente importante, dar a conocer a esos representados el proceso y las razones de los resultados que pueden haber negociado en su nombre.

    Deliberación

    Los sistemas deliberativos

    La deliberación debe juzgarse normativamente como un sistema y no sólo por la calidad deliberativa de cada uno de sus componentes. Mi primera formulación del concepto de sistemas deliberativos surgió de una serie de entrevistas en profundidad que realicé a principios de la década de 1990 a 50 mujeres de bajos ingresos. Sorprendida por el hecho de que la primera encuesta en la que se preguntaba a las mujeres si se consideraban o no «feministas» revelara que las mujeres con sólo estudios de secundaria tenían casi las mismas probabilidades de considerarse feministas que las mujeres con títulos universitarios o de posgrado (y que había más mujeres negras que blancas que se consideraban feministas), quise saber qué significaba el feminismo para ellas. Acabé entrevistando a mujeres que se consideraban feministas y a otras que no. Descubrí que un número inesperadamente elevado de ambos grupos había llevado a cabo pequeñas acciones en su vida cotidiana, como insistirles a sus maridos que se hicieran la cena o a sus jefes que se trajeran su propio café, lo cual nos conducía a un debate, muchas veces animado, sobre cuestiones y principios feministas. Me interesé especialmente por el término «machista». Nadie había utilizado ese término hasta finales de la década de 1960 más allá de los limitados confines del Partido Comunista de Estados Unidos. Sin embargo, se coló en el movimiento feminista de forma emergente, a través de las hijas y nietas de miembros del Partido Comunista y sin ninguna intención activista consciente. En los noventa, una encuesta realizada en Chicago mostró que más de la mitad de las mujeres que sólo habían cursado estudios secundarios, más de la mitad de las mujeres negras y más de la mitad de

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