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Por qué mata el hombre
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Libro electrónico597 páginas10 horas

Por qué mata el hombre

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"¿Por qué mata el hombre?" es una pregunta que tiene vastas respuestas llegadas desde enfoques científicos hasta artísticos y de la jerga popular. "¿Es una cuestión de esencia o de cultura?", la respuesta es difícil, pero no por ello inabarcable.

En estos tiempos de grave violencia en México es, más que necesario, obligado preguntarnos como sociedad qué es lo que motiva a todos esos sicarios, miembros del crimen organizado y personas que se les unen, a matar con tremenda saña a sus semejantes, a sus prójimos. Es en esta época cuando las dudas son más intensas y, por lo mismo, cuando las respuestas se vuelven vitales.

Este ensayo nos da luces sobre el tema y nos muestra cómo la muerte es un aspecto presente en la humanidad, mismo que ya antes ha sido abordado y reflejado en la literatura. En el caso específico de la muerte propinada por el otro, hay una suerte de enigma: ¿Por qué el hombre, paradójicamente, en la conservación de su vida mata al otro, es decir, extermina eso que considera un gran valor para sí mismo?

Es fundamental conocer los orígenes de la violencia tomando en cuenta los genes y el ambiente. No es suficiente el castigo a los culpables como tampoco marchas, demostraciones, denuncias y crítica que no pasan de ser paliativos o calmantes.

Son de gran importancia, por el contrario, el control de las tendencias de la naturaleza humana y la creación de medios sociales propicios para la convivencia pacífica; ejes sobre los cuales se desenvuelve el presente ensayo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 dic 2015
ISBN9786079409135
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    Por qué mata el hombre - Teresa Waisman

    Índice

    Portada

    Créditos

    Introducción: homicidio, crimen, masacre y lo humano

    Literatura y violencia

    Es un héroe el que mata

    El patriota elimina al enemigo

    Dioses y agresividad mortal en el mundo antiguo

    Dominio, sangre y civilización

    Caballeros y  espadas del medioevo

    El horror de la guerra

    Una modernidad salpicada de muerte

    El loco arremete

    Asesinato y venganza en Dinamarca

    Un siglo de luces y sombras

    El conflicto entre la naturaleza física del hombre y su capacidad de razonar

    Auge cultural, económico y militar

    Raskólnikov no se arrepiente de su crimen

    Intereses, maquinación y guerras

    Progreso sin objeción al quebranto de vidas humanas

    Luchas defensivas y asesinato liberador

    Batallas de paz

    Evolución y regresión

    Denuncia y acción

    Memoria y violencia

    Organización, decisión y apoyo legal

    El gen criminal

    El matar que no cesa

    Oriente como Occidente

    Una gran mutación humana

    Colofón

    Sobre el autor

    ¿Por qué mata el hombre?

    La naturaleza humana en la ciencia, en las humanidades y en la realidad

    Teresa Waisman

    Créditos

    ¿Por qué mata el hombre? / Teresa Waisman

    Primera edición electrónica: 2014

    D.R.©2014, Jus, Libreros y Editores, S. A. de C. V.

    en colaboración con Editorial Jus

    Donceles 66, Centro Histórico

    C.P. 06010, México, D.F

    Comentarios y sugerencias:

    Tel: 22823100 / coordinacion@jus.com.mx

    www.jus.com.mx / www.jus.com.mx/revista

    ISBN: 978-607-9409-13-5, Jus, Libreros y Editores, S. A. de C.V.

    Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la copia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los editores.

    DISEÑO DE PORTADA: Anabella Mikulan / Victoria Aguiar

    PUMPKIN STUDIO holapumpkin@gmail.com

    FORMACIÓN Y CUIDADO EDITORIAL: Valentina Tolentino Sanjuan

    Introducción

    HOMICIDIO, CRIMEN, MASACRE Y LO HUMANO

    El aventurarse a penetrar en distintos cuarteles, es decir, a indagar en disciplinas apartadas una de otra y a hurgar en diversas y hasta opuestas obras y noticias, se debe a querer llegar a entender de algún modo la verdadera razón o razones del osado acto de matar de unos humanos a otros. Aprovechar las distintas maneras de concebir la realidad significa recurrir inclusive a contrarios y hasta aparentes enemigos separados, como son las humanidades y la ciencia. Encontrar pistas para poder conocer quiénes somos, es la finalidad de esta rara investigación, misma que puede permitir que nos enteremos de la evolución de la mentalidad humana a través de los siglos en lo que respecta a nuestra consciencia de los hechos flagrantes del asesinato.

    Estos crímenes no han dejado de repetirse de distintas maneras en la historia; pero quizás debido a sus horrendos y pavorosos efectos en el sentir y en el pensar humano, en su cultura, se han efectuado distintas mutaciones colaterales en el ADN, las cuales han afectado probablemente ciertos genes productores de una proteína que tiene que ver con el comportamiento humano, cambiando mentalidades y el mismo comportamiento para contrarrestar el mal.

    Según esos mismos estudios de nuestro tiempo, deben ser otras mutaciones las que han llevado a matar. Científicos han demostrado que la proteína o serotonina disminuida en el cerebro de criminales a causa de una mutación de cierto gen que produce una enzima –que a su vez produce esa serotonina–, los ha hecho como son.

    La mayoría de las personas son normales en sus propios genes y, o no matan, o se oponen a ello. Desde el pasado hasta nuestros días, se han registrado diferentes testimonios sobre violencia, de entre los cuales se ha escogido cierto material que es conveniente al tema que se trata de analizar para, por lo menos, encontrar suposiciones o hipótesis en cuanto a esas indignas reacciones humanas de arrancarle la vida a otro ser humano.

    Cuando los asesinos examinados no muestran ningún dolor o aprehensión y no han titubeado al matar, dan la impresión de actuar movidos –debido a distintas situaciones de apuro y angustia– por esa tendencia del gen o por aquellos genes que se apropian de algún modo de su voluntad. Cuando no sienten ni lástima ni arrepentimiento, es un signo de que la razón, las emociones y sentimientos humanos se borran, se desvanecen ante esa fuerza que dirige a homicidas o asesinos que a veces se valen de justificaciones adecuadas, al tiempo en que actúan.

    La consciencia del triste hecho emerge desde eras antiguas pero no con la fuerza con que se expresa en tiempos presentes o cercanos a los nuestros, debido seguramente al acopio de ideas y de creaciones, a la experiencia y a la memoria histórica, o bien, a acontecimientos de taimados crímenes que se prolongan o explotan en gran número de sociedades frente a nosotros. No ha parecido ser posible llegar al fondo del problema examinando sólo una cara de lo humano. Teorías, imágenes o bellas frases, no calan en esa unidad que somos, pues no somos fragmentos superpuestos que se pueden despegar o separar como se creía en eras medievales.

    En ese entonces, el alma se podía salir del cuerpo y así tener su propia existencia. Sabemos ahora que somos un ente compuesto de diversos elementos. Las representaciones o figuraciones que hacemos en nuestra imaginación sobre lo que vemos, lo que pensamos o lo que leemos, son percepciones incompletas o distorsionadas de esas imágenes reales, pues dependen de nosotros mismos, de cómo las vemos. Esas percepciones, ideas, convicciones o imágenes, requieren del sostén de la demostración científica de que se sitúan en nuestra mente tal como es la realidad, de que están ahí en nuestro cerebro y de que pueden cambiar. Es así como podremos probablemente, combatir aquellas concepciones que nos dañan.

    Los líderes aferrados al poder y sus seguidores o los individuos que cometen asesinatos, pueden ser explicados con mayor facilidad si echamos mano aparte de las humanidades, de los descubrimientos científicos. Entender la razón por la cual criminales de guerra u otra clase de matadores en serie o no, rara vez sienten contrición o pena por sus aberrantes acciones, es de gran trascendencia para la conservación y para la superación de la sociedad humana. Las creaciones basadas en el pensamiento y en la imaginación no tienen fronteras, y pueden aprovechar los descubrimientos de la ciencia; y viceversa, estos estudios científicos han de tener fines sociales, morales y humanos pues, de otro modo, pueden llegar a ser devastadores para la especie.

    Críticas, juicios y consideraciones desde distintos ángulos en forma de proposiciones, forman el contenido de este trabajo, desde lecturas, experiencias y a partir de diversas actividades sociales. No se trata de un proyecto acabado para combatir guerras o asesinatos ni un plan para terminar con la afectación de la producción de proteínas en nuestro cerebro, si consideramos que genes malignos forzados por ciertas mutaciones nos asedian junto a aquellos que pueden detenerlos.

    Tan sólo queremos despertar una nueva consciencia sobre la amenaza y el peligro de sucumbir si no realizamos cambios sustanciales a nuestras mentalidades, a nuestra cultura y a las formas de vida que ya no tienen vigencia. Lo humano que ha de prevalecer en la convivencia social frente a toda clase de inmolaciones que terminan con la vida de integrantes de una comunidad, es difícil de definir a pesar de que lo más sencillo sería considerarlo como el fundamento de ese ser o de ese hombre, que es el más desarrollado de entre los demás seres vivos. Lo humano sería la superación de lo animal en cuanto al razonar, al imaginar, al sentir y en lo que se refiere al comportamiento.

    Este es el motivo o cuestión principal que se busca y que da lugar a que los significados vayan surgiendo a partir de hechos, de obras, de documentos y de noticias propias de las distintas épocas y lugares que se tocan en este paseo aleccionador, el cual llega a aterrizar en el mismo México. En esta perspectiva, aparecen temas de debate, de discusión y de reflexión que, en caso de repetición de aconteceres o de casos coyunturales, estarán siempre enfocados a diferentes contextos; servirán para producir nuevos proyectos que han de cumplir con el cambio urgente requerido por la sociedad humana de la actualidad, pues ni la educación de ahora ni el castigo, han logrado evitar la violencia. Ahora que domina el egoísmo y la rapiña, transformar nuestro mundo es un requisito absoluto para seguir existiendo humanamente. Tampoco ha servido el psicoanálisis para abatir el homicidio y el crimen.

    Una vez que sepamos en dónde estamos podremos quizás reaccionar debidamente, creando nuevos vínculos, asociaciones, alianzas y pactos tanto públicos como privados y civiles para que juntos podamos afrontar peligros, problemas y conflictos. Ante estos desafíos, en este análisis se hicieron a un lado los clasicismos eruditos y tradicionales, para así con cierta libertad, aportar algo y romper la cadena de violencia en la historia.

    Permeando obras y documentos, se desarrollan en este texto cuestiones que sirven para alcanzar a ver algo del verdadero ser humano sin academicismos o afectaciones; así, hemos intentado exprimir de la literatura, el arte, la filosofía, la antropología, de distintas ciencias humanas, algunas ciencias naturales y de otros conocimientos de lo real, actitudes, gestos, presencias y significados de la violencia que nos den esperanza al descubrir una evolución de la consciencia respecto de esos hechos bochornosos para la humanidad.

    Son enseñanzas que han sido posibles echando mano de la neurociencia, de la genómica y de otras disciplinas que han servido para acceder a ciertos conocimientos producto de la relación entre ciencia, humanidades y realidad. Conocimientos que nos obligan a ver a todos los hombres por igual como miembros diversificados de la especie humana, mostrando sus propias naturalezas, como diría Paul R. Ehrlich de la Universidad de Stanford; lo cual permite acercarnos a similitudes y diferencias de culturas y civilizaciones y de la esencia que las une.

    De todo ello resulta que la activación de los genes afectados que llegan a producir violencia, es igual y es distinta en los diferentes pueblos, razas y personas, conservando cualidades y defectos humanos. Muchas son las causas tanto históricas como individuales, las que marcan la inseguridad y la desestabilización de eras de ayer y hoy. Previendo el origen de la agresividad humana y sus efectos tremendamente nocivos para la humanidad, que así parece acercarse a un verdadero apocalipsis, encontramos tanto factores internos o personales y aquellos que tienen que ver con el ambiente; factores que coinciden en nuestro cerebro y en nuestras acciones.

    Aparte de la situación apremiante que nos rodea, es relevante notar con esperanza que la evolución lenta pero positiva del ser humano en su trayecto histórico, lleno también de regresiones y empantanamientos, parece persistir hasta nuestros días dando a luz con gran dolor una nueva era de evolución positiva; era del advenimiento de una cultura naciente, casi subterránea que llega hasta hoy.

    Un gran número de investigaciones se llevan a cabo a propósito del genoma y de la memoria. Inclusive la psicología se está internando en la neurociencia, en la biología y en la medicina, tomando en cuenta conductas familiares, heredadas y ambientales inconscientes. Son relaciones que dejan atrás métodos parciales de estudio sobre la adaptación a la difícil convivencia humana, sobre la selección natural de épocas ancestrales, que son el fundamento de nuestra forma de ser y reaccionar, hasta la evolución técnica, social y cultural que se da a través de los siglos y hasta nuestros días. Esta vía, como muchas otras, ha de conducir a una nueva mentalidad que crea fehacientemente que la vida es más importante, que toda clase de ansias y pretensiones de grupos o individuos. Estas falsas aspiraciones y deseos han de transformarse de manera que todos los hombres no puedan dejar de respetar y aún de venerar la presencia y la existencia del humano sobre la Tierra; de un humano fraternal, productivo y fecundo.

    LITERATURA Y VIOLENCIA

    Tanto el asesinato, el crimen, el genocidio, las guerras y demás formas de aniquilar al otro, son temas de violencia recurrentes en la literatura de todos los tiempos. Ello se debe probablemente a que estos hechos, de distinta intensidad y sentido, se registran constantemente en la realidad histórica de los hombres. En cualquier sociedad o entre distintas, sucede o puede suceder que los seres humanos se maten entre sí. Estos actos no dejan de ser uno de los problemas más serios de la humanidad por el caos social, el dolor infringido a los deudos, a los compatriotas o a los compañeros; por el riesgo para una comunidad humana de sucumbir. Son actos que caracterizan generalmente hasta hoy, a los hombres de todas las épocas.

    En nuestra época, la violencia es un signo desgarrador que requiere de una profunda investigación en lo que se refiere a la naturaleza humana en la literatura, pues el animal que cuenta historias conduce a la evolución. Y como dice el escritor mexicano Jorge Volpi, la literatura nos permite conocernos a nosotros mismos. La gran literatura es un producto del talento humano, de la creatividad sobresaliente circunscrita al tiempo y al espacio; de tal manera que es una prueba, una evidencia imprescindible para entender mejor nuestra mente y reacciones ante la realidad que nos rodea.

    No se trata de encontrar al culpable de delitos, como sucede en las obras de misterio. En los casos del detective Sherlock Holmes o de la escritora Agatha Christie, se repite y es ineludible el desciframiento de crímenes para dar con el asesino. Domina en estas historias de policías y de criminales la tensión y la incertidumbre. Sólo se trata de descubrir la trama del hecho sangriento junto con las motivaciones cercanas y obvias: se mata ya sea por dinero, por pasión o por razones patológicas.

    Pero al parecer, estas obras de mucha emoción, no llegan a intentar comprender la razón o razones subyacentes y profundas de este comportamiento. Comportamiento ligado quizás al instinto de muerte, como lo llama Sigmund Freud, que corresponde ahora científicamente a un cambio en el ADN, afectando el gen que produce la proteína involucrada en la mentalidad o en el comportamiento agresivo.

    En la literatura y en el arte surge así, en los intersticios de la imaginación plasmada en las obras, cierta complicada e intrincada respuesta al enigma de todos los enigmas: quiénes somos, o mejor dicho, en qué consiste lo humano y su opuesto: lo inhumano. Hasta hoy, la crítica del arte se va muchas veces por la tangente, como si quisiera evadir el terrible conflicto entre humanidad y violencia. O se lamenta, o suelta un grito o desprecia la horrible capacidad humana de matar, pero pocas veces considera el tema de la muerte de un hombre llevada a cabo por otro para entender nuestra naturaleza. Este problema enorme es esquivado o se admite –con grandes excepciones– como algo normal, natural, como si no se quisiera aceptar la realidad o ya estuviera aceptada con resignación.

    Puede ser una actitud que se protege de la ambigüedad humana, alabando solamente las grandezas de la escritura poética del autor perteneciente a un conglomerado humano. Lo que parece importar algunas veces es el texto como pura comunicación o técnica que contiene connotaciones y códigos, personajes, la unidad estética, las influencias intertextuales, estructuras adecuadas a desconstrucciones, exterioridad-interioridad, trama, ritmos, desenlaces y su función, arquetipos, estereotipos, prototipos, narración y voz del escritor, el tiempo, etc. Pero nada o poco de ello va al velado fondo representado; no llega al delicado y aparentemente inescrutable sentido de la violencia humana simbolizado poéticamente.

    Las contradicciones de los hombres afloran en novelas y poemas cuando muestran la doble y profunda raíz animal y humana por la que se matan, por la que atentan unos contra otros. Sin embargo, el matar de los humanos a los semejantes aparece como una incógnita, puesto que se lleva a cabo debido a impulsos a veces simples y otras veces por ímpetus distintos a los del resto de los seres vivos, aunque muchas veces parecidos a los de algunos antropoides.

    Y debido a que el ser humano es de lo más complicado, los orígenes de la violencia de los hombres sobre los hombres, parecen ser misteriosos y difícilmente definibles. Pensamientos, sentimientos, actitudes, visiones, sueños, conductas, luchas en constantes cambios a través de la historia, aparecen en la literatura de las distintas culturas y tiempos como un laberinto. Laberinto rondado muy seguido por la muerte. Abundan los críticos que prefieren en efecto frente a ello hablar de la belleza, del lenguaje, de la técnica, de la forma, de las descripciones o de los ritmos poético-narrativos…. Y si llegan a referirse al significado de las obras, les adjudican sentidos e ideas propios de su ideología o de la de otros críticos reconocidos de su época y de otras; así, permanecen en lo superficial de la densidad literaria.

    Suicidios, martirios, tremendas diversiones de masas son un testimonio histórico y literario de una especie con sed de sangre, especie atrasada todavía en lo humano pues se supone desde la Biblia o antes, que en lo humano no cabe matar. Aún así, la literatura en general, aquella que trata sobre otras cuestiones, sobrepasa en número las obras que tratan precisamente sobre matanzas o crímenes individuales; aunque las literaturas antiguas sí abordan muy seguido ataques, defensas y la amenaza constante de la vida humana ante vecinos o ante los miembros de la propia tribu o de la misma comunidad.

    Es posible que ciertos hechos sean tan lacerantes, tan monstruosos para la mente humana, que no puedan ser bien captados por la literatura posterior, pues rebasan toda imaginación.

    En algunos de los más recientes estudios sobre los genes, resalta la idea de que mucho del comportamiento humano es innato, y otros estudios concluyen que aparte de lo innato, juega un papel importante el ambiente que se relaciona con el gen. Es decir que la conducta humana es el resultado de miles y millones de años de diversas influencias en la evolución, a partir de los primates, junto con el peso del ambiente. Esa atinada selección natural que ha dirigido nuestra evolución, nos ha dejado genes que se esparcen de manera diferente en las distintas comunidades e individuos; inclusive en la literatura encontramos diferencias en las conductas y pensamientos de superación frente al crimen, según el tiempo, el espacio y las individualidades que moran donde el hombre inflinge la muerte a otro de sus semejantes.

    Esa malicia humana no es siempre la misma y tampoco su contrapeso. Los héroes en Homero matan de una manera distinta a la de los personajes que llevan a cabo un crimen en Fedor Dostoievsky. La diferencia reside –aparte de los medios o de las armas– en lo que sienten y piensan los distintos protagonistas de poemas, mitos o narraciones; en la actitud abierta u oculta del escritor y sobre todo, en las distintas estrategias y actitudes basadas en mutaciones afectadoras de algún gen ligado al comportamiento agresivo frente a actitudes distintas de escritores en cuanto a su crítica del crimen descrito. Pero además, cada manera de matar es enfocada de forma diferente por literatos y sociedades, donde son creadas las obras a pesar de cambios lentos de la consciencia en el devenir histórico y social.

    De todos modos, han de existir razones generales o esenciales por las cuales los hombres se atreven a matar. Aparte del antes llamado instinto, que ahora sería una mutación genética dañina, pudieran ser ciertas circunstancias diferentes a las de cientos o miles de años anteriores, las que han despertado sentimientos que a su vez han activado el gen afectado para conducirlo a ese acto nefasto. Acto maldecido y reprobado en distintas culturas, aunque en otras ha sido alabado o sigue siendo utilizado como castigo.

    Un claro ejemplo histórico sería la suerte de aquellos que se han atrevido a oponerse al poder dominante de la Iglesia a través de la ciencia: Giordano Bruno muere en la hoguera por alejarse –desde el conocimiento– del antropocentrismo o bandera del poder de esa Iglesia. En el siglo pasado, Hitler mantiene el poder matando a los perversos culpables de no pertenecer a la raza pura y al mismo tiempo, manda quemar todos los libros extraños a su lucha. Escritores, activistas y políticos sospechosos han sido perseguidos o enviados a la muerte de Siberia en la Rusia socialista.

    Pensamos entonces que el hecho de que un ser humano le quite la vida a otro no proviene simplemente o solamente de la necesidad de la supervivencia, del hambre o de la multiplicación de la especie. No podemos dejar de lado los genes que llegan a sufrir cambios o mutaciones con el paso de siglos, debido a factores internos y externos durante la evolución que, más que fisiológica o física, es ya ahora conductual, cultural, pues según los especialistas, aquélla terminó básicamente hace millones de años.

    Esas conductas o actuaciones están condicionadas en efecto por los genes que tienen que ver con las cualidades o defectos de cada quien y que se adquieren a través de la selección natural. O sea que para profundizar en las distintas situaciones humanas dentro y fuera de la literatura, habrá que tomarse en cuenta el desarrollo de la técnica, de la vida social, de la política, de la historia, de las instancias materiales y de las mismas ideologías en los diferentes momentos de creación. Instancias que repercuten en las actitudes de los caracteres literarios a través de las neuronas cerebrales.

    Será de gran importancia tomar en cuenta la manera en cómo intervienen las relaciones humanas desde el grado de cultura dominante y desde su composición o equilibrio y su autocrítica en el control del mal o en su realización, en el ímpetu del gen asesino o en su apaciguamiento. Y habrá que entender cómo la realidad circundante, junto con la proclividad o disposiciones del cerebro, pueden presionar a superar toda humanización hasta llegar a la barbarie.

    Surge de esta manera un comportamiento humano peligroso producto ni más ni menos que del mismo razonar y de los sentimientos influenciados por el entorno y definidos por la mutación genética. Por lo tanto, el cerebro del homo sapiens es un arma de dos filos: ayuda al avance de una sociedad, pero también la hace retroceder socavando la misma cultura e inventando justificaciones y armas cada vez más mortíferas. Desarrolla la técnica este cerebro descuidando las relaciones sociales a través de una dura insensibilidad.

    Leyendo y tratando de entender los símbolos de las obras de arte literarias dentro de sus múltiples contextos y como representaciones de la realidad que percibe el artista, surge el potente hecho posible de que el gran escritor conoce, intuye o presiente las fuerzas genéticas y al mismo tiempo, las del ambiente en que se desarrollan sus tramas imaginadas. Tramas enraizadas siempre en la realidad material y en la espiritual en que crea su obra. A su vez esta realidad es producto de una historia que toma forma de individuos, conductas y ambientes especialmente imaginados para –a través del lector avezado y de la crítica– sugerirla, describirla y analizarla de acuerdo con los medios culturales, estéticos, técnicos y científicos de cada tiempo y espacio.

    Tomando al azar obras de la Antigüedad, los seres que matan lo hacen justificándose con las cuestiones en las que creen; cada personaje tendrá una conducta y una actitud diferente según la cultura y el nivel de ésta a la que pertenece.

    Julio César escribe con orgullo sobre la Guerra de las Galias en que toma rehenes, prisioneros y mata en nombre del Imperio Romano y su expansión; imperio que constituye el máximo poder que requiere conquista y dominación, muerte e impuestos.

    En el poema del Cid Campeador, éste lucha contra los moros por la reconquista de España, siendo venerado como un héroe inmortal. Aquí la literatura disiente de la realidad porque en los hechos históricos, el Cid llega a ser un mercenario bueno para la estrategia y la guerra. El papel del poema en éste y en muchos casos de aquéllos y de estos tiempos, es el de glorificar héroes colectivos que permitan la unidad y el avance cultural de conjuntos humanos; o que esa glorificación dé lugar al fortalecimiento del sentimiento grupal o nacional, muchas veces como instrumento del mismo poder: constituye lo que llamaríamos hoy, el patrimonio nacional. Este también juega el papel de acumulación de la cultura de cada nación, una acumulación que muchas veces es tomada positivamente en el sentido de esfuerzo real y honesto frente a la violencia y la corrupción.

    Al cambiar la cultura según las necesidades reales que inducen a mutaciones del ADN, algunos héroes del pasado con sus formas de pensar son desmentidos por el mismo Quijote, desvirtuando al caballero andante tradicional.

    En nuestro país aparecen obras de revisión de atrevidos intelectuales, acerca de los hechos históricos dictaminados según la versión del poder; sin embargo, no permite esta versión analizar la verdadera evolución del ser humano.

    Regresando a las novelas medievales de caballería, éstas muestran en efecto la fuerza de la valentía heroica en la capacidad de vencer y matar de un ser poderoso e invencible. Este ser representa una respetada excusa racional ocultadora de intereses individuales, sociales, económicos, políticos, religiosos, amorosos, o los de distintos poderes que rodean a los hombres que viven en aquellas sociedades. Situación que persiste en nuestro ámbito, como la del presidente actual en México, quien se enfrenta al temible narcotráfico con métodos sangrientos, inducido por los requerimientos de control de la sociedad que gobierna.

    Entrado el Renacimiento, el Medioevo se prolonga en ciertas obras, aunque se percibe en otras, algunos cambios renovadores. Los principios religiosos rigen el mundo creado por muchos poetas o escritores. El motivo de La Jerusalén Libertada de Torcuato Tasso, es el desarrollo de la primera cruzada en defensa de la fe cristiana. En el poema épico, los cruzados tienen todo el permiso de matar por la fe, a pesar de que la lucha se dirige también contra la amenaza constante del Imperio Otomano; hecho registrado en la obra de Cervantes.

    En esa misma era, Ludovico Ariosto resalta en su obra a Orlando el Furioso, el personaje de la corte de Carlomagno, como un guerrero que ha de derrotar a Argalia, el enemigo, matándolo en combate para alcanzar el gran premio de amor y así merecer a la bellísima Angélica. Tras los hechos poéticos, existen siempre condiciones reales y una intencionalidad disfrazada y oculta que tiene que ver con las propensiones heredadas y con la realidad que influye también en los profundos deseos buenos o malos del hombre en cuestión.

    Hasta nuestros días se prolonga en el llamado inconsciente colectivo de los distintos pueblos, el dominio de esas actitudes junto con la presión de las necesidades reales.

    Son así las circunstancias de todo tipo junto con las propensiones naturales de agresividad, y también con otras tendencias genéticas opuestas implicadas en el comportamiento –que consisten en una inclinación de nuestro cerebro de genes especiales hacia la saludable convivencia tanto individual como colectiva–, las que parecen determinar de algún modo el pensar y el actuar de los héroes o antihéroes literarios.

    El arrebatar la vida a otro ser es considerado de distintas maneras. Desde la Biblia, libro sagrado en Medio Oriente y en Occidente, los hechos sangrientos se repiten sin cesar y son justificados por la creencia de que la muerte es natural y arbitrariamente dictada por la divinidad y es, al mismo tiempo, un premio paradisíaco o un castigo infernal. Desde allí o desde antes de ese libro hasta hoy, gran parte de la mentalidad humana justifica, según su despliegue cultural dentro de su medio, toda clase de matanzas. Son estas diversas justificaciones requeridas por la organización social, por sus metas y por las mismas relaciones humanas, las que permanecen posiblemente en nuestros circuitos genéticos como herencia de nuestros antepasados; herencia negada, avivada o controlada por ciertas personalidades y grupos humanos de los tiempos en que vivimos y del mismo pasado.

    Ya en la era moderna y aún mucho antes, se alzan en ciertas obras voces distintas con timidez, ironía o cinismo; voces con otros ánimos para criticar, denostar o atacar las fuerzas oscuras de ese mal que radica entre los hombres. La vida adquiere un nuevo valor ante preceptos y viejos ideales gracias a la evolución de la consciencia, que deviene con reacciones de gran inteligencia ante la maldita realidad.

    Conviven en esta época histórica como en todas las demás, lo viejo y lo nuevo; ello sucede con la gran mayoría de las costumbres, de las culturas y de la literatura de ayer y de hoy. Novelas sobre crímenes por celos, odio, descontento, ideales, deseos insatisfechos, se escriben hasta el presente acarreando disposiciones y gestos propios de cada situación histórica. Porque la buena literatura constituye una gran percepción del comportamiento humano producido desde nuestras mentes.

    Efectivamente, con el Humanismo del Renacimiento surgen otras ideas, otras miradas, otras imágenes junto con un lenguaje y estilo diferentes al anterior. Pero de todos modos, domina la espada. El mismo poeta toledano Garcilaso de la Vega, milita en el ejército del emperador Carlos V. Empezando a tener consciencia en sus versos de La furia infernal que es la guerra, no deja de ser un soldado que mata y muere en batalla. Con todo y su reclamación poética, permanece en el mundo de las luchas de dominio. Luchas que no dejan de registrarse hasta la era actual en la realidad y en la literatura.

    Pero cada vez más, la creación poética va abundando entre líneas en los orígenes de nuestra presunta necesidad de matar, cambiando las técnicas literarias que están vinculadas generalmente al significado distinto de las obras. Cambian estilos, temas, contenido de críticas, lenguajes, vocabularios… Es imposible separar la técnica artística del significado, debido a esos cambios tanto de métodos como de mentalidades. Pero dentro de estos cambios o transformaciones mentales y materiales de la misma realidad humana, persisten algunas veces los procesos fundamentales de la selección natural en la evolución de avance del hombre y de la sociedad, o se repiten aquellos procesos de regresión y de estancamiento.

    Tenemos en esa época, héroes literarios que matan por la fe o por poder y a otros que matan por honor, conquista o amor, ensalzando la valentía, la fuerza y la bravura. Los fines se imponen a los medios. Pero en el centro de todo ello, llega resplandeciente el Quijote que, a pesar de portar armas y armadura, en ningún momento de la novela de Cervantes, el héroe alocado derrama la sangre de otro ser humano para arrebatarle la vida. Son obras que se oponen a otras que alaban de alguna manera la muerte del enemigo. Son contrarias como dos sensibilidades o dos disposiciones que se colocan una frente a la otra, constituyendo tendencias opuestas que se alojan en nuestro cerebro y que se prolongan hasta nuestros días.

    Estos hechos narrativos contradictorios los encontramos desde hace milenios en la obra hindú Mahabarata, donde la bondad de los Pandavas triunfa sobre la perfidia de los Kuravas en una lucha sin tregua. Las palabras de Yudhistira –citadas en una historia universal de la literatura– resuenan contra la violencia: ¿A qué han servido tantos horrores? Nos hemos destruido los unos a los otros. ¡Maldita sea la violencia que tantos males acarrea a los hombres! ¡Cuán preferible es la paz, el imperio de sí mismo, la pureza, la abnegación, el desdén de la envidia, el respeto de la vida ajena, la verdad que predican los ascetas en el fondo de los bosques! Las frases anteriores encierran un fehaciente testimonio de una actitud tradicional insertada en el cerebro, en el gen que está involucrado en el comportamiento y que llega hasta Mahatma Gandhi.

    De todas maneras, la extinción de comunidades, de ciudades, de culturas y de civilizaciones debidas a la violencia humana entre otros factores, persiste hasta hoy en el arte literario y en la realidad histórica. No parece haber servido en Oriente la doliente voz escrita del filósofo chino Mo Tr que, en su libro Mo Tseu, defiende la paz, el amor hacia el prójimo y la idea de que el interés verdadero se cifra en la práctica del bien. Este libro fue escrito en el siglo V antes de Cristo. Encierran estas líneas realmente los conceptos fundamentales de distintas religiones y los mismos principios de la moral laica.

    Las diferencias yacen quizás en los diferentes sentidos del bien y del mal y en el castigo, el premio, la alabanza, la condescendencia, el perdón, la confesión o el repudio de los actos calificados como buenos o malos.

    Por un lado, tenemos bellas frases e imágenes de pesares y aflicción que llaman a la paz y a la comprensión del otro y, por otro lado, hechos sangrientos, algunos ya casi olvidados o grabados en la memoria histórica a través de la transmisión oral de mitos, de herencias y de leyendas o a través de obras literarias. El solo hecho de escribir sobre los temas de esos horrores, expresa el deseo consciente o no, de alabarlos o de evitarlos a toda costa. Aparecen así fantasmas, miedos, culpas, destinos, cinismos, ironías, venenos, decapitaciones, pesadillas, convulsiones, lágrimas y entierros, martirios, repulsiones; en fin, propósitos asesinos considerados con una cierta indolencia o desde una crítica mordaz propagada en la palabra artística.

    En la crítica de la literatura llega a haber, empero, canonizaciones de las grandes obras pero que, para el lector sensible, se acompañan –frente a hechos sangrientos– de un eventual silencio atronador en las consciencias. Muerte y amor en la literatura van muchas veces juntos, acompañados de diversas maneras de lamentos, voces y arrepentimientos. Muchas obras contienen vidas segadas por golpes y cuchillos, por ruidos huecos que traen la muerte calculada. Descripciones crudas de delirios y deseos criminales son iluminadas con fuerza significativa, aunque a veces, la descripción es distinta, es hueca, sentimental, infinitamente dolorosa, fantasiosa o inventada artificialmente, construyéndose casi inútilmente para los fines artísticos de cultura, de humanización, de consciencia.

    Se va perfilando así la idea del hombre como un ser ambiguo. En ocasiones, es asesino sin tener ningún remordimiento y en otras, moralmente no quiere serlo, acaso para no dañar a la especie sintiendo culpas y arrepentimientos; son actitudes enraizadas en los procesos cerebrales. En ciertas ocasiones es pacífico, pero las circunstancias lo llevan al crimen. Se concibe igualmente al ser humano como bueno y malo al mismo tiempo. La épica antigua narra las hazañas liberadoras de héroes que matan justamente, sin borrar las obras sobre santos y bienhechores escritas en la misma era.

    El gran conflicto de la mente humana brota en la prosa y en múltiples versos. En la historia, trae consigo en ciertas condiciones funestos resultados. Estudios postmodernos y contemporáneos, como la obra Colapso de Jared Diamond, concluyen que la gran cultura maya desaparece –entre otras razones– debido a las guerras entre ellos mismos, quienes luchan por el poder, el agua y la tierra; también al daño ambiental y al crecimiento demográfico, al cambio climático y a vecinos hostiles.

    Se han perdido civilizaciones enteras en la maraña que lleva a asesinatos o a masacres. Ello nos hace voltear a nuestro alrededor, donde amenaza la guerra nuclear. Sobre la bomba atómica trata la novela del escritor mexicano Jorge Volpi: En Busca de Klingsor. En la trama, a la mayoría de los científicos europeos dedicados a la investigación de la materia, del átomo, de la energía atómica, no les preocupa el tremendo peligro de este descubrimiento para la humanidad; sólo piensan –con algunas excepciones– en su prestigio.

    Hay obras que solamente registran la violencia mortífera de manera indirecta desde nihilismos llenos de tristeza, o desde estados de ánimo de congojas o lamentos y de gran desconsuelo. En otras obras repercuten con angustia y duelo negativas situaciones económicas, sociales, históricas, psicológicas, nacionales, culturales y étnicas, vinculadas a la violencia. Muchas de ellas son contrarrestadas por distintas versiones salvadoras, como las míticas, las religiosas, las teóricas o las críticas. Pero desafortunadamente, los análisis de esas cuestiones, de esas posturas, no acuden a la ciencia, a la nueva sabiduría sobre los genes.

    En algunas literaturas latinoamericanas, los héroes son el guerrillero o los revolucionarios matizados de distintas maneras, según la percepción, el lugar y el tiempo del escritor. Con diversas circunstancias geográficas ya sea en el campo, en los ranchos o en las urbes, el desempeño de matar al enemigo es parecido.

    Es completamente plausible encontrar el imperio del terror en la literatura. Hay personajes que actúan sin escrúpulos morales o ideológicos, como los sicarios en la novela contemporánea del colombiano Fernando Vallejo: La Virgen de los Sicarios. Otros creen en la redención del pueblo, valiéndose de la misma violencia.

    Es frecuente que suceda que, a lo más que llegue la crítica de la literatura sea a dilucidar sombrías situaciones históricas, como la descomposición social, las caídas de líderes y movimientos, las luchas por el poder, la desesperación individual o popular, el hundimiento de instituciones, la instauración de dictaduras, la depredación de la naturaleza… Esta crítica dominante formula, desde las imágenes poéticas, hechos reales negativos o trágicos sin desentrañar su origen orgánico, físico, expresado subterránea o clandestinamente por muchos escritores.

    Antonio Gramsci, el marxista italiano de las primeras décadas del siglo XX, escribió que la literatura dice lo que no dice. Pero la mayoría de los estudiosos actuales de la obra literaria, solamente dan cuenta del drama evidente de sangre lleno de horror y de crueldad, siendo incapaces probablemente de asimilarlo para comprenderlo objetiva y cabalmente. Pierden así el verdadero sentido de los valores estéticos, pues la literatura no es solamente la apología o la crítica de los resultados del comportamiento humano; va más allá –según la época–tratando de comprender el porqué de ese actuar y cuáles pueden ser sus consecuencias. De aquí que surjan, con la evolución cultural y desde los variados choques humanos reales en el paso de los siglos que tienen influjo sobre la mente, nuevas opciones poéticas y narrativas.

    A partir de la crítica establecida y aceptada o convencional, la literatura es, sobre todo, una constatación de hechos reales, a pesar de que se toman en cuenta otras obras denominadas fantásticas que en realidad son ficción como las otras. Y por más retórica que utiliza, las obras literarias, artísticas, no pasan de ser para ella un testimonio o una revelación.

    Se habla de la reelaboración poética, de una técnica imaginativa especial para presentar cruentos sucesos en la ficción y en la poesía, de reinvenciones, sin siquiera buscar su significado humano. Se exponen en la crítica violencias como orgías de odio, como comunidades desgarradas que constituyen en verdad una amarga crítica de la realidad; crítica que es, empero, incompleta, pues estas ideas sobre la literatura de la violencia no llegan al centro, al meollo del problema de las relaciones del hombre con el hombre, del hombre con la naturaleza y de aquellas que el hombre tiene consigo mismo. Relaciones que expone con gran brío y naturalidad la poesía antigua, que no es más que para esa crítica la llamada gran lírica o épica en forma de poema excelso.

    En algunas explicaciones famosas sobre obras literarias existe un mecanicismo entre la historia y la literatura, puesto que, según estas concepciones, la obra literaria se desprende directamente de la historia sin ningunas mediaciones. Ciertas ideas críticas distintas se liberan por completo de la historia, dedicándole a la literatura expresiones impactantes pero vacías, artificiales, altisonantes, incomprensibles, casi místicas.

    Otras percepciones, aciertan intuitivamente en algunas proposiciones que toman en cuenta la interioridad del hombre y su medio histórico-social. Entre esta clase de crítica de percepción y vislumbre del sentido de la literatura y de la cultura creada por el hombre, estaría el crítico del siglo pasado, George Steiner. Se dedica este polifacético escritor a la educación del lector en cuanto a la humanización y a la universalización que encierra la gran obra de arte escrita, como la tragedia de Antígona de Sófocles, que lo impresiona. Después del holocausto en Europa, este escritor se manifiesta por el silencio literario.

    Existen así inicios de otra crítica que presiente las mediaciones mentales entre la naturaleza humana y su sociedad, entre esa condición pensante y la realidad. Es ya una crítica universal de la literatura que esboza los vínculos entre las tradiciones estéticas y las simbólicas, entre la literatura y la imaginación, entre el arte y la realidad, entre la belleza y el hombre como ser poseedor de un cerebro hecho de genes que producen proteínas, mismas que conducen a muchos y diversos comportamientos.

    Según las eras y culturas, la literatura cambia como también la crítica. De aquí que cada nación pueda crear su propia literatura y su crítica o poderoso comentario intuitivo –o no–, a pesar de que ambas han de alcanzar con su fuerza e impresión el nivel universal para subsistir como creaciones humanas propias de la evolución. Por lo tanto, los pueblos que han gozado o sufrido más la violencia, tendrán quizás mayor tendencia a novelarla o a vivirla en la prosa o en los versos. Pero habrá casos en que se ignore el tema de esa violencia; aunque en otros, se enaltecerá la lucha por una causa. Estas últimas obras se consideran importantes, grandiosas, a pesar de que no se aclara o se deja de rechazar el hecho de que los conflictos entre los hombres han de resolverse, desafortunadamente, por medio de la violencia.

    El hecho es que la violencia de muerte, desequilibra sociedades, familias o grupos humanos que quedan marcados por las huellas del trato siniestro a los antepasados. Con el transcurrir del tiempo, van sanando lentamente las heridas aunque, secretamente, siguen abiertas transluciéndose en la literatura. Un ejemplo serían algunas obras de la escritora Carmen Boullosa, quien deja sentir su dolor por un pasado que la acosa, o deja percibir su búsqueda de la propia identidad, identidad que escapa. Nada o poco sobre la naturaleza humana puede desentrañar una crítica meramente política, histórica, sociológica, ideológica, filosófica e inclusive psicológica; tampoco servirá para ello una crítica formal artística. Estructuralista, semiológica o desconstruccionista, la crítica no hará más que desmembrar la unicidad de la obra creada y dejar de lado el sentido humano de las obras poéticas. Agregado a ello, está el falso examen de la llamada percepción estética, que se sale de la creación para inventar teorías artificiales.

    Difícilmente podrán esas variantes de crítica idealista o supuestamente materialista y científica, atrapar los imperiosos e invisibles dictados de la mente humana en los comportamientos. Pues tras los actos de los protagonistas de historias narradas o tras las íntimas voces de la poesía, se ocultan potentes combinaciones de resortes o hilos que manejan los distintos entes literarios. Conocer esos conductores desnudando la palabra poética, es un elemento necesario junto con otros factores, para la positiva evolución humana y cultural que anida en su conocimiento. Evolución que pueda así participar en el alcance del logro por ahora utópico, de no permitir que el hombre mate a sus semejantes.

    No se trata solamente de la vida, sino más que de otra cosa, de la humanidad que va con esa vida de la víctima o de las víctimas. Porque las civilizaciones que florecen tienden a conservar y a renovar formas de vida controlando hasta cierto punto, la muerte amenazadora. Pero ésta siempre está al acecho, de tal manera que las culturas que se van desarrollando, abandonan paulatinamente en el transcurso de la historia de la literatura, maniqueísmos y dogmatismos en los momentos magníficos de su creación literaria; puesto que son los fanatismos, las obsesiones y los fundamentalismos de todo tipo, los que factiblemente conducen, entre otros factores, a la violencia.

    Esta respuesta tiene que ver con mutaciones seguramente aleatorias de los genes y por lo tanto, con el proceder humano. En su mente anidan siempre creencias, certezas y confirmaciones de realidades, sueños o mitos del pasado que la manejan pasionalmente; junto a ellos, esa misma mente impele al hombre a rebeldías ante el acontecer trágico de muerte y desolación.

    Con el adelanto y progreso de la cultura árabe en el pasado, podemos situarnos en la población siria de Maarat, en la segunda mitad del siglo XI, donde escribe el genial poeta ciego Abdul-Ala al Maari:

    "Los habitantes de la tierra se dividen en dos,

    Los que tienen cerebro pero no tienen religión,

    Y los que tienen religión pero no tienen cerebro."

    Son versos que reaccionan en el extremo opuesto, en la otra ceguera ardiente, resentida y rencorosa, porque atestiguan racional y poéticamente el miedo y el agotamiento de poblaciones enteras que caen bajo la espada de los cruzados. Estos hechos van creando la mentalidad de las generaciones posteriores, basada en la pura e intensa emotividad remanente de odio. Ahí está frente a nosotros, el terrorismo empapado de fundamentalismo, de pasado próspero ya lejano y de la misma derrota frente a nuevas civilizaciones.

    Ahora ya se hacen estudios sobre el genoma humano o secuencia del ADN que da órdenes o instrucciones para la fabricación de la proteína del gen que resguarda o cambia las conductas; ahí están grabadas las actitudes que han resultado de los procesos históricos de miles de años o de millones de años.

    Así son, entre otras causas, los sentimientos heredados y otros presentes que coinciden con ellos, los que conducen a la crueldad, a la persecución, al racismo, a las dictaduras, a la opresión, a la limpieza de sangre cuando la realidad es propicia. Odio, miedo, desamparo, avaricia, egoísmo y tantas otras pasiones y sentimientos, rigen ese comportamiento humano bajo distintas condiciones.

    Quedan de igual manera estigmatizadas innumerables personas del mundo en que sus ancestros fueron mutilados,

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