Ponga en orden su vida y sea feliz: Controle su entropía
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la alegría de vivir y lograr el sueño de la felicidad no es cuestión de
desearlo y esperar que la atracción del universo lo conceda, sino de tener la
voluntad de controlar el desorden (entropía) que envuelve la cotidianidad en
los ejes fundamentales de la vida, como son: la salud, las relaciones humanas,
el trabajo y el dinero. Es necesar
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Ponga en orden su vida y sea feliz - Edgar Hernández Cancino Quintero
CAPÍTULO PRIMERO: La entropía y la vida
El ayer es ya un sueño y el mañana sólo una visión; sin embargo, cuando hacemos las cosas bien en el presente, el ayer se convierte en un sueño lleno de felicidad y el mañana en una visión llena de esperanza.
Kalidasa
Hoy, la vida me sonríe, tengo buena salud, me llevo bien con mi familia y con las personas que me rodean, he logrado una estabilidad emocional y económica, el amor con mi pareja se ha fortalecido, trabajo a gusto y disfruto la vida.
Antes, todo era casi un caos, me sentía mal, discutía seguido con mi esposa, con mis hijos y con la gente. Estaba endeudado, estresado, temeroso, inseguro y angustiado. En pocas palabras, no era feliz.
¿Cómo logré el cambio?
Controlando la entropía en mi vida, generando orden y no desorden
El cambio no fue por haber conocido un secreto celosamente guardado, ni por atracción del universo o sólo por desearlo, fue por haber tenido la voluntad de tomar decisiones y acciones acertadas, conscientes, inteligentes, congruentes, adecuadas y oportunas de acuerdo con mis circunstancias.
Si no disfruta la alegría de vivir por estar inmerso en problemas – tal como yo lo estuve -, entonces este libro es para ti. Permíteme compartir mi historia, te aseguro que vale la pena leerla, pues podría transformar tu vida y la de tus seres queridos.
Mi historia
Camino al caos
Sabía que tendría una importante cita de trabajo muy temprano y que era mejor dormirme de una vez, pues necesitaba descansar para sentirme bien en la mañana; no obstante, no podía hacerlo, mi pensamiento estaba en otro lado.
¡Tengo que lograr ese contrato! Si lo gano, ¡con mi comisión voy a pagar parte de las deudas de una vez! Bueno, al menos voy a pagar una de las tarjetas de crédito… tal vez la que deba menos… O mejor le abono un poco a cada una, o bien pago las colegiaturas vencidas y pago una por adelantado; si no, guardo el dinero para tener seguro el pago de la hipoteca del próximo mes. ¡Me tiene que ir bien esta vez! ¡Ya es hora de que la suerte me cambie!, repetía en mi mente. Vi el reloj de mi estudio, eran casi las dos de la madrugada y había perdido el sueño.
Me dirigí hacia la cocina, abrí el refrigerador y busqué algo de comer. Encontré espagueti, me serví en un plato y le puse mucha cátsup. Encendí la televisión y recorrí dos veces todos los canales del cable, deteniéndome finalmente en una película francesa. Me enganché en la trama y, cuando volví a mirar el reloj, eran ya las 3:30 a. m. Me levanté, abrí de nuevo el refrigerador, tomé agua de horchata y, aunque estaba muy dulce, bebí dos vasos. Me fui a mi recámara y prendí la luz del baño sin fijarme que ésta iluminaba lo suficiente como para despertar a mi esposa. Me dormí pensando en qué iba a gastar el dinero de la comisión porque esta vez no tenía duda: estaba seguro de que lograría la venta.
Laura se despertó cuando prendí la luz del baño de la recámara.
-¿Qué pasa? –me preguntó.
-Nada –contesté-, no pasa nada, duérmete –le dije.
Ella abrazó la almohada y miró el reloj digital de grandes números rojos, eran ya las 3:45 a. m. Sentía que no había dormido nada. Como casi siempre, por una u otra razón se había acostado cansada y tarde. Pronto se quedó dormida de nuevo y, aunque ya habían transcurrido dos horas y media cuando sonó el despertador, le pareció que sólo habían sido unos cuantos minutos.
Laura no quería despertarse, tenía mucho sueño, pero debía hacerlo y lo hizo malhumorada. Se puso la bata y se dirigió al cuarto de los niños: Jaime, de doce, y Carlos, de siete. Los despertó suavemente y no le hicieron caso; entonces, los zarandeó y les grito:
-¡Ya levántense!
Después, entró al cuarto de Claudia, nuestra hija mayor.
-Claudia – le dijo en voz baja para no despertar a Sara, la más pequeña-. Claudia, ya levántate que se hace tarde.
-Sí mamá –respondió nuestra primogénita, aunque siguió durmiendo de todos modos unos minutos más.
Laura hizo el desayuno y nos habló para que bajáramos a tomarlo. Todos lo hicimos apresuradamente.
-Alberto –me preguntó-, ¿puedes pasar a dejar a los niños a la escuela? No ha llegado Juanita y Sara está durmiendo.
-No puedo –contesté, argumentando que ya se me había hecho tarde.
-Bueno –me dijo Laura -, yo los llevo pero tendré que despertar a la niña, ya ni modo. Por cierto, Alberto, ya no tengo dinero para la comida –continuó diciéndome-; necesito ir de compras al supermercado, así que dame dinero.
-No tengo, paga con la tarjeta –le respondí.
-Ya está casi al límite de su crédito -me aclaró ella.
-No importa, úsala –le confirmé.
Laura se vistió rápido como pudo y fue a dejar a nuestros hijos a la escuela, llevando con ella a la más pequeña que aún iba medio dormida. Tardó casi una hora en regresar a la casa. Esperaba encontrar a Juanita afuera. La buscó con ojos de esperanza, pero no, ese día Juanita no llegó a trabajar. Eso la puso realmente de muy mal humor, pues todo pintaba para ser un día muy pesado. Adiós al plan de ir al gimnasio, ya que no tendría con quién dejar a Sara y, por supuesto, no habría ayuda doméstica para el quehacer de la casa.
Cuando me levanté, apenas me daba tiempo para llegar a mi cita. Me bañé lo más rápido que pude. Al rasurarme, contemplé mi imagen en el espejo y noté el estrago del desvelo; entonces, me dije a mí mismo sin mucho convencimiento que ya tenía que hacer ejercicio, pues no me gustaba la panza ni las llantas que tenía.
-Mañana empiezo –me dije.
Bajé apresurado a desayunar y fue en ese momento cuando Laura me pidió dinero para ir al supermercado. Le tuve que decir, muy a mi pesar, que pagara con la tarjeta de crédito. Ya sabía, sin necesidad de que me lo recordara, que estaba al límite. Pero ni modo, no tenía efectivo ni otra opción. Me despedí de Laura con un beso apresurado y fui a mi cita.
Manejé casi 35 minutos y durante el trayecto fumé mis habituales tres cigarros, tal vez fueron cuatro.
A pesar de haber manejado rápido, al llegar al restaurante mi cliente ya estaba ahí y eso me puso nervioso e incluso molesto. Hice uso de toda mi experiencia, le mostré la conveniencia técnica y financiera de adquirir las máquinas y, al final, logré mi cometido. La propuesta fue aprobada y firmaron el pedido, mismo que me reportaría una comisión de veinticinco mil pesos, cantidad que, sumada con mi sueldo base, alcanzaría para pagar los gastos de la casa por un mes completo.
Estudié la carrera de Ingeniería Mecánica y me gradué con muy buenas calificaciones, y con muchos sueños de éxito. Cursé una especialidad en ahorro de energía y conseguí entrar a trabajar en una importante empresa del ramo, en el área de ventas. En el tiempo que llevo trabajando he tomado muchos cursos de actualización técnica y de motivación como parte de la capacitación laboral empresarial. Mi función consiste en lograr ventas de dispositivos para trampeo de vapor, equipos realmente necesarios en la industria y, por lo tanto, con mucha demanda y un gran mercado.
A mis cuarenta y cuatro años, mi vida es una lucha diaria para conseguir la venta o, en otras palabras, mi comisión y, por lo tanto, dinero, el suficiente para cubrir las necesidades familiares. Sin embargo, pareciera que últimamente lo que gano no es sólo para cubrir estas necesidades, sino para pagar las diversas deudas que he contraído, principalmente por comprar cosas a crédito para la casa y para la familia; cosas a menudo innecesarias que adquirí por darme el gusto, o bien, porque estaban en oferta, o simplemente porque podían comprarse con facilidades de pago mediante la tarjeta.
Hasta ahora, mi capacidad y entusiasmo me han permitido salir adelante y pagar las deudas; no obstante, no siempre las pago a tiempo y, en ocasiones, me atraso en alguna hasta un mes.
Adquirimos nuestra casa hace cinco años gracias a un crédito bancario hipotecario. Aunque no es muy grande y no tiene patio, para la familia es un palacio comparado con el departamento en el que vivíamos antes. Eso sí, los ocho mil pesos mensuales de la hipoteca pesan mucho y, ¡qué rápido pasa el tiempo cuando se trata de pagarla! Lo mismo me ocurre no sólo con el pago de las dos tarjetas de crédito que utilizo –de las cuales sólo he podido cubrir el mínimo los últimos tres meses, por lo cual el saldo continúa prácticamente igual -, sino también con los abonos mensuales correspondientes a la camioneta de Laura, a la sala nueva, a la televisión de plasma e incluso con la tanda a la que me metí para pagar las últimas vacaciones. Asimismo, parece que fue apenas ayer cuando pagué los recibos de luz, teléfono y agua; las colegiaturas, la ayuda doméstica, las clases particulares de karate de los niños, las clases de matemáticas de Claudia, el gimnasio de Laura, el cable,