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¿No Es Capaz? La Costumbre De Ser Feliz: ¡Comprender Para Florecer!
¿No Es Capaz? La Costumbre De Ser Feliz: ¡Comprender Para Florecer!
¿No Es Capaz? La Costumbre De Ser Feliz: ¡Comprender Para Florecer!
Libro electrónico143 páginas1 hora

¿No Es Capaz? La Costumbre De Ser Feliz: ¡Comprender Para Florecer!

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Información de este libro electrónico

”Si usted es una persona organizada, métodica, perfeccionista y meticulosa y...a pesar de todo, usted no sabe que es lo que no marcha bien en su vida, ¡este libro está hecho para usted!”.

¿Será usted capaz de cambiar su vida a pesar de los engaños de su cerebro? Nuestro cerebro es bromista, nos confunde; nos engaña dándonos la ilusión de lo que es la alegría y la felicidad. La habituación a la felicidad es un fenómeno que nos desgasta y nos acostumbra hacia lo que nos genera felicidad o gozo. En este libro, conocerá los mecanismos que regulan nuestro cerebro, para entender por qué nunca estamos satisfechos. En resumen, se trata de descifrar los engranajes de la frustración, de los cinco elementos efímeros para el cerebro. Para luego, tomar las riendas de su vida, siendo capaz de cambiar, aplicando los cinco valores duraderos para el cerebro, para estar más consciente sobre la satisfacción, sobre la apreciación en su justo valor de las sensaciones placenteras que la vida nos ofrece. ¡Este es un libro motivador rico en descubrimientos sobre usted mismo! ”¿Será usted capaz de lograrlo?”.
IdiomaEspañol
EditorialTektime
Fecha de lanzamiento3 may 2022
ISBN9788835436164

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    ¿No Es Capaz? La Costumbre De Ser Feliz - Dr. COSTA P

    | PRÓLOGO |

    Me gustaría comenzar este libro con algunas anécdotas de mi vida diaria como médico.

    Mi primera anécdota se refiere a una paciente. Se trata de una joven de unos treinta años que acababa de ser madre por primera vez. Resplandecía de felicidad. Era la primera vez que la veía desde que había nacido su bebé. Realmente, estaba radiante, sonriente, satisfecha. «Soy una mujer feliz y realizada», me decía entonces.

    Siete u ocho meses después, programó una nueva cita médica. Ya no veía a la joven madre radiante y ligera. No es que hubiera perdido el ánimo, pero la felicidad de ser mamá parecía haberse extinguido. «La vida de mamá tiene sus cosas buenas, pero también hay toda una serie de cambios en la vida que transforman el día a día…», me comentó en un tono sombrío.

    Claramente, la intensa alegría de tener un hijo había disminuido. Ya estaba cansada y se preguntaba sobre la compatibilidad entre el trabajo y permanecer disponible para criar a su hijo. También estaba nerviosa: recuerdo que no dejaba de frotarse las manos sin control. Al final de la consulta, recuerdo haberme dicho: «Qué lástima: ella pensaba que al ser madre se convertiría en la mujer más feliz, que estaría en la cima de la felicidad, pero claramente no había resultado así». La realidad de la experiencia es a menudo más desilusionante de lo que el cerebro y la mente nos invitan a imaginar...

    El segundo ejemplo que me llamó la atención como practicante es el de un joven de 32 años. Acababa de comprar la casa de sus sueños con su pareja y, tras unas semanas de trabajo, por fin tenía el placer de poder disfrutarla. Luego llegó a una consulta de rutina, diciéndome: «Ahora que logré comprar la casa que siempre quise, podré disfrutar de la vida». Varios meses después, regresó a mi consultorio luciendo derrotado. Los problemas en el trabajo y las preocupaciones familiares pesaban sobre su moral y habían extinguido la energía positiva que tenía durante la consulta anterior. Se notaba decaído. Ingenuamente pregunté: «¿Qué tal tu casa? ¿Todavía te sientes bien allí?». Su respuesta fue escueta con un tono de su voz amargo: «Ah, sí… está bien, ya sabe, uno se acostumbra…».

    Claramente, lo que sólo unos meses atrás había sido la fuente de su felicidad, ya no lo era. Esta casa finalmente no era una fuente de satisfacción tan duradera como se podría haber pensado.

    La tercera anécdota que ilustra los engaños de nuestro cerebro se refiere a otro joven, recién graduado, contratado por una gran consultora patrimonial, a escala internacional. Proveniente de una familia de escasos recursos económicos, este trabajo con contrato permanente, indefinido y muy bien remunerado, lo llenaba de alegría. Debía comenzar unos días después de la consulta y estaba muy emocionado. En primer lugar, este tipo de trabajo le atraía. Además, al estar integrado profesionalmente –y muy bien integrado incluso– podría proyectarse: comprar una casa, vacaciones, vida familiar, etc. Estaba emocionado y con ese sentimiento de que sus estudios finalmente estaban dando sus frutos. Pensé que nunca lo volvería a ver, para ser honesto, porque la firma a la que se unió estaba ubicada en el corazón de París, en el muy elegante distrito 16. Aproximadamente un año después, reapareció para mi sorpresa. Había vuelto para reinstalarse en provincia, había dejado su trabajo y había decidido tomar el concurso para convertirse en educador especializado. Cuando lo cuestioné un poco, respondió de memoria: «Al principio me encantaba este trabajo; era estimulante. Pero, después de unos meses, me di cuenta de que no tenía vida. Trabajaba hasta la medianoche y, a menudo, incluso los fines de semana, ¡incluidos los domingos! Creía que este trabajo me permitiría prosperar, pero me estaba aplastando. Lo que necesito es un trabajo que tenga sentido para mí, incluso con menos paga».

    Estas anécdotas son un buen ejemplo de lo que yo llamo el cerebro que engaña. Es un fenómeno de desgaste y costumbre hacia lo que nos hace felices o nos pone alegres: en cuanto una fuente de bienestar o felicidad está presente todos los días de nuestra vida, la ignoramos poco a poco, y pierde su poder para mantenernos felices. Nuestro cerebro nos anima a buscar siempre más, en lugar de buscar mejor, es decir, formas sostenibles de nuestro bienestar y de nuestra realización personal que sean duraderas, profundas y estables.

    Nuestro cerebro es un embaucador, nos engaña; nos juega malas pasadas al darnos la ilusión de alegría y felicidad, sólo para que eventualmente nos acostumbremos y nos cansemos. ¿Por qué? Sencillamente, porque hace que la felicidad sea fugaz y de corta duración; nos acostumbra como si fuera algo adquirido, y nos empuja a buscar aún más satisfacción. Nos incita a buscar más sensaciones de bienestar y felicidad, como una carrera precipitada hacia siempre tener más alegría. Definitivamente tiene algo de adictivo.

    Este fenómeno, tan pesado en nuestras vidas, aunque la mayor parte del tiempo no lo notemos, es fácil de lograr por uno mismo. ¿Alguna vez ha deseado algo con fuerza, imaginando que su vida sería diferente, más feliz, más ligera? Luego, finalmente, después de conseguirlo (diploma, promoción, la última consola de videojuegos, etc.), después de las primeras veces, se acostumbra y la alegría que experimentó se apaga gradualmente. Nuestro cerebro nos vuelve a proyectar hacia otro objetivo que esperamos vuelva a generar felicidad... Pero el mismo mecanismo está en marcha y, de nuevo, la sensación de alegría es fugaz. Esto nos lleva a ir siempre más allá, a buscar otras fuentes de felicidad para satisfacer nuestro nunca satisfecho cerebro.

    Este fenómeno contribuye a crear una sociedad de personas eternamente insatisfechas, en permanente expectativa, que no saben disfrutar, contentarse con lo que ya tienen. Es un poco como el principio de nuestra sociedad moderna de que nos aburrimos rápidamente de las cosas que queremos. La publicidad nos anima a hacerlo. El mundo del prêt-à-porter (listo para usar), es un buen ejemplo: este nos motiva a renovar constantemente nuestro armario, aunque pocas veces usamos más de una vez buena parte de lo que contiene. De hecho, los profesionales de la publicidad y el marketing solo juegan con nuestro cerebro que nos engaña y amplifica su mecanismo.

    En los últimos años, la neurociencia ha avanzado considerablemente y los nuevos descubrimientos sobre el funcionamiento del cerebro nos permiten comprender mejor cómo reaccionamos en el día a día. Esto lo explica la ciencia. De hecho, se conoce mejor el funcionamiento del cerebro y se comprende mejor la procrastinación.

    Lo cierto, lo universal, es que todos queremos la felicidad. La encontramos en las pequeñas cosas cotidianas, en las grandes o pequeñas satisfacciones, pero al final todo eso es pasajero. Nada perdura. La emoción y la satisfacción se desvanecen. Nuestro cerebro de alguna manera lidera el juego. ¿Esto es malo? No necesariamente. Aquí se trata de observar, no de juzgar.

    De tantas cosas nos quejamos los que tenemos el privilegio de tener el estómago lleno. Si experimentamos insatisfacción, ¡es porque algo en nosotros está vacío! De hecho, lo material sólo nos satisfará durante el tiempo de la ilusión... ¿Quizás es una ausencia de sentido? ¿Una ausencia de amor? ¿Una ausencia de reconocimiento, de gratitud?

    Cuando vamos a la deriva, somos un poco como esas hojas muertas que revolotean desde el pavimento hasta el arroyo, siguiendo su curso sin haberlo decidido. Por la noche, a la hora de las estrellas, debemos dar gracias por todos estos pequeños momentos de alegría que dan un gusto extra a la vida; a veces parece amarga, pero es para apreciar mejor la dulzura que endulza la vida... Necesitamos estos contrastes.

    Se trata de tomar conciencia de la mecánica engañosa de nuestro cerebro que nos hace creer que la felicidad siempre es esquiva. De hecho, hay una habituación a la felicidad y con ella a la realización. Todo se reduce a la mecánica de nuestro cerebro. A veces, nos sentimos bien, felices, valientes, pero al día siguiente, todo se ha estropeado. Nuestra realización por un día o un momento se ha evaporado, y aquí estamos buscando libros, guías, entrenadores de desarrollo personal para tratar de mantener ese estado.

    No es una cuestión menor preocuparse por el bienestar individual y el desarrollo personal. La plenitud es una palabra que usamos en todas las salsas. Originalmente, se usaba para designar el despliegue de la corola de una flor. En el ser humano, caracteriza el hecho de estar realizado, es decir, radiante, cómodo en su propia piel. Significa estar sereno y equilibrado, para aprovechar todas las posibilidades de la vida, cualesquiera que sean las dificultades encontradas. Finalmente, la plenitud es la expresión vivida y concreta de la felicidad.

    Sin embargo, si no entendemos el funcionamiento de nuestro cerebro, esta experiencia no se puede disfrutar completamente. Nuestro cerebro engañador es particularmente bueno para hacernos querer permanecer en este estado de plenitud y ligereza, pero nunca dura. Las cosas no funcionan así: cuando nos decimos a nosotros mismos soy feliz, no perdura. ¿Por qué? Sencillamente, es nuestra habituación, en otras palabras, es

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