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El apocalipsis a la vuelta de la esquina (2da. Edición): Lima, la crisis y sus supervivientes (1980-2000)
El apocalipsis a la vuelta de la esquina (2da. Edición): Lima, la crisis y sus supervivientes (1980-2000)
El apocalipsis a la vuelta de la esquina (2da. Edición): Lima, la crisis y sus supervivientes (1980-2000)
Libro electrónico842 páginas12 horas

El apocalipsis a la vuelta de la esquina (2da. Edición): Lima, la crisis y sus supervivientes (1980-2000)

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"Recordar las décadas de 1980 y 1990 a través de sus registros periodísticos, documentos oficiales y otros testimonios nos permite tomar conciencia de la gran cantidad de dificultades que afrontamos: violencia, amenaza de cataclismos, basurales, epidemias, interminables huelgas y, como si fuera poco, una profunda crisis económica que nos hizo creer que las plagas del apocalipsis se habían ensañado con los peruanos. Mientras esto ocurría a nivel nacional, otro conflicto no menos importante se desarrollaba en las calles de Lima: la expansión del comercio informal, que agregó enfrentamientos entre autoridades, comerciantes y vecinos.
Este libro analiza la expansión del ambulantaje, su relación con la crisis mayor del Estado nacional y local, sus vínculos con la extensa y profunda crisis económica y su impacto en los imaginarios urbanos. Además, incorpora la perspectiva de los propios ambulantes a través de información periodística y entrevistas.
En esta segunda edición se ha añadido una nueva introducción y un capítulo adicional que analiza la situación de los ambulantes durante la pandemia de la Covid-19 y el tiempo posterior. Asimismo, se reflexiona acerca del papel de las regulaciones estatales en medio de la emergencia y su impacto en el comercio ambulatorio."
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 ago 2023
ISBN9786123178796
El apocalipsis a la vuelta de la esquina (2da. Edición): Lima, la crisis y sus supervivientes (1980-2000)

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    El apocalipsis a la vuelta de la esquina (2da. Edición) - Jesús Cosamalón

    El_apocalipsis_a_la_vuelta_de_la_esquina_-_2da_ed.jpg

    Jesús A. Cosamalón Aguilar es doctor en historia por El Colegio de México. Obtuvo la licenciatura y maestría en Historia en la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde es profesor principal del Departamento de Humanidades. Ha publicado diversas investigaciones dedicadas a la historia social del Perú y México, desde la época colonial hasta el siglo XX. Sus dos últimos libros son Historia de la cumbia peruana. De la música tropical a la chicha (2022) y, en coautoría con Francisco Durand, La república empresarial. Nueva historia del Perú republicano (2022).

    Ha ejercido la docencia en diversas universidades del Perú y del extranjero, entre las cuales se encuentran la Universidad de Rouen, en Francia, la Universidad de Santiago de Chile, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la Universidad del Pacífico, la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y la Universidad Nacional Federico Villarreal.

    Jesús Cosamalón

    EL APOCALIPSIS A LA VUELTA DE LA ESQUINA

    Lima, la crisis y sus supervivientes (1980-2000)

    Segunda edición

    El apocalipsis a la vuelta de la esquina

    Lima, la crisis y sus supervivientes (1980-2000)

    © Jesús Cosamalón, 2023

    © Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2023

    Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú

    feditor@pucp.edu.pe

    www.fondoeditorial.pucp.edu.pe

    Diseño, diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP

    Imagen de carátula: Francisco Guerra Garcia

    Fotografía de portada: Juan Pablo Chamán

    Segunda edición digital: julio de 2023

    Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.

    Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2023-06247

    e-ISBN: 978-612-317-879-6

    A la tienda de abarrotes de mis padres en el Rímac, gracias a la cual conseguimos sobrevivir a todas las crisis.

    Para Sebastián y Mauricio, nietos de dos provincianos que llegaron a construir una nueva vida en esta selva de cemento que llamamos Lima.

    Índice

    Agradecimientos

    Prólogo

    El apocalipsis, el comercio en las calles, la ciudad y las autoridades. . Una nueva introducción

    Introducción a la primera edición

    Parte I

    .

    La ciudad, la crisis y los ambulantes

    Capítulo 1. Un largo debate. Definiciones del sector informal urbano

    Capítulo 2. El centro en disputa: la batalla por el control de las calles

    Capítulo 3. La democracia y el fin de la tolerancia: Lima y los ambulantes (1981-1982)

    Capítulo 4. Falla general: la ciudad y la crisis total del sistema (1983)

    Capítulo 5. Del caos al desastre: los fracasos en la gestión de la ciudad (1984-1995)

    Parte II

    .

    La década maldita

    Capítulo 6. El apocalipsis a la vuelta de la esquina

    Capítulo 7. Lima, la trampa mortal

    Parte III

    .

    Los supervivientes

    Capítulo 8. La calle y la disolución de las diferencias

    Capítulo 9. La calle es una selva de cemento

    Capítulo 10. El difícil arte de amanecer con vida

    Capítulo 11. El Ave Fénix. Las cenizas de la ciudad

    Capítulo 12. Un largo epílogo. Y el apocalipsis dobló la esquina

    Bibliografía

    Agradecimientos

    Esta investigación se pudo realizar gracias al apoyo que recibí de la entonces Dirección Académica de Investigación de la Pontificia Universidad Católica del Perú, dirigida en ese tiempo por Margarita Suárez y Carlos Chávez. Gracias a las becas obtenidas como parte del Concurso de Proyectos 2007 y 2008 (Proyecto DAI-3495), pude diseñar y ejecutar la investigación que hoy sintetizo en estas páginas. Posteriormente, entre los años 2016 y 2017, tanto Carlos Chávez, desde la Dirección de Gestión de la Investigación PUCP, como Pepi Patrón, vicerrectora de Investigación, apoyaron de forma entusiasta la publicación de estas páginas. A todos ellos mi agradecimiento por apoyar un trabajo dedicado a la historia reciente.

    El proyecto fue diseñado, dialogado y dirigido por un equipo de amigos y colegas de los cuales aprendí mucho gracias a su agudeza y capacidad de trabajo. Martín Monsalve y José Ragas se encargaron de elaborar parte de esta investigación; no solo se limitaron a cumplir puntual y eficazmente con sus compromisos, fueron el imprescindible apoyo en todas las discusiones que generaban la metodología, los resultados y sus interpretaciones. Muchas de las ideas expresadas en este libro son el resultado de sus críticas y sugerencias, las cuales me dejan con una enorme deuda por su generosidad y calidad intelectual.

    El equipo multidisciplinario, bajo mi dirección general, contó con la labor de muy eficientes asistentes de investigación, en ese entonces estudiantes y hoy reconocidos profesionales y colegas. Quedo en deuda con la extraordinaria labor de María Elena Gushiken, Luis Miguel Silva-Novoa, John Sifuentes, Ignacio Vargas Murillo y Raúl Silva. Su trabajo fue fundamental para los resultados de la investigación.

    La redacción de este libro demandó algunos años, tiempo en el cual me beneficié de comentarios y críticas a versiones parciales y preliminares. Una vez más, Iván Hinojosa contribuyó con su agudeza intelectual y me alentó a terminar el trabajo; José Ragas leyó una parte de esta publicación, me indicó algunos vacíos y sugirió valiosas lecturas. Jorge Lossio también leyó uno de los tantos borradores y me ofreció valiosos comentarios. A principios de la década iniciada en el año 2010, tuve la suerte de ser convocado como docente en el Taller de Investigación en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la PUCP. En esos salones tuve la enorme suerte de trabajar con los arquitectos Wiley Ludeña y Luis Rodríguez, quienes me enseñaron muchísimo de la historia urbana limeña y me iniciaron en el conocimiento de los valiosos aportes de los arquitectos para la comprensión del pasado y presente de la ciudad. Sin sus enseñanzas los vacíos de esta publicación serían insalvables. Además, ambos colegas y amigos tuvieron la gentileza y sacrificio de leer los borradores de este manuscrito, de señalar sus múltiples deficiencias y de ayudar con importantes sugerencias. A todos los mencionados les ofrezco un enorme agradecimiento y mis disculpas si es que a pesar de sus advertencias aún persisten las deficiencias que me hicieron notar.

    Maribel Arrelucea fue, en todos estos años, un constante apoyo que me permitió dedicarme a la redacción de este libro. Además, disfrutó conmigo y nos emocionamos con el recuerdo de esos años tan difíciles para todos. No me imagino estas páginas sin su contagiosa sonrisa, su mirada tierna y conmovedora cuando le mostraba algunas de las imágenes que se incluyen en esta edición. Además, y como siempre, estuvo muy dispuesta a leer la versión final de este trabajo, para sugerir nuevas ideas y evitar errores.

    Agradezco al Fondo Editorial de la PUCP y a su directora Patricia Arévalo por su confianza en realizar esta segunda edición y permitirme agregar una nueva introducción y un capítulo final. Además, la portada del libro es parte de un magnífico cuadro del pintor Francisco «Pancho» Guerra García, con el cual me une una amistad de muchos años. La pintura fue un regalo de Maribel en medio de la pandemia, sin pensar que sería la imagen perfecta para la portada de esta edición. Por último, mi agradecimiento a todos los lectores y lectoras de la primera edición de este libro, quienes con sus comentarios y críticas me animaron a reeditarlo con las actualizaciones necesarias.

    Finalmente, este libro lo dedico a mis dos hijos, Sebastián y Mauricio, nacidos al igual que yo en Lima, pero, como millones de limeños, nietos de provincianos que contribuyeron a construir la ciudad que habitamos. Quizá sea esta la mejor manera de no olvidar que la historia la hacemos todos, desde el lugar que nos toca habitar y construir, tal como fue la pequeña tienda de abarrotes que administraron sus abuelos en el Rímac.

    Prólogo

    En estas páginas quisiera respetar el espíritu del autor y de su magnífico libro, a saber, tratar de mantener la historia personal, pero al mismo tiempo comprenderla desde una perspectiva mucho mayor, asumiendo mi condición de ciudadana limeña, con una relación íntima con la ciudad de la que se ocupa este texto. Soy limeña de nacimiento, hija de madre migrante de la Amazonía y de padre chalaco. He vivido, y sobrevivido, buena parte de mi vida en esta ciudad. La he gozado, sufrido, amado y detestado. Creo que como todas y todos.

    Lima es compleja y con problemas multidimensionales, que se juntan, atraviesan y superponen; con personas reales que sufren y ríen, que trabajan o intentan trabajar; con mujeres, hombres y, lamentablemente, también niños y niñas que salen a la calle y se instalan en ella para procurarse unos recursos económicos que de otra manera no pueden conseguir. Y precisamente el propósito de esta importante investigación es respetar y dar cuenta en la medida de lo posible de esa multidimensionalidad. Por ello resulta tan pertinente una aproximación inter y multidisciplinaria, con una interesante variedad de fuentes y testimonios. Suelo decir que son las universidades las que tienen facultades disciplinares, pero que el mundo real tiene problemas que exigen miradas múltiples e interdisciplinarias.

    Precisamente por ello el autor propone un enfoque multicausal del tema de la informalidad en la forma específica que aquí se estudia, que es el comercio ambulatorio en la ciudad de Lima. La informalidad, desde el inicio, es presentada no como un problema de barreras legales propias de un Estado ineficiente y arcaico y que se resuelve con la titulación, como proclama un modelo bastante difundido, sino como un sistema que incluye ámbitos muy diversos, que van de la economía a las estructuras familiares, de los patrones de asentamiento urbano a la acción (o inacción) política, entre muchos otros. Una mirada que se propone ser integral es, así, multidisciplinaria.

    Es curiosa la sensación de que un libro le ponga frente a los ojos, reflexiva y críticamente, experiencias que una misma ha vivido en esta Lima cuyo arco de significantes es tan amplio que va de «la ciudad jardín», «la ciudad chicha», «la ciudad señorial» a «Lima la horrible». Quienes hemos vivido en esta ciudad, que es todas las anteriores, entre 1980 y el 2000, nos encontramos aquí, en estas páginas, mirándonos con el asombro que está al origen de todo conocimiento, según dice la filosofía antigua. Y nos repetimos una y otra vez que Jesús Cosamalón tiene razón, y mucha, cuando dice que la informalidad no es ilegalidad y que los trabajadores de la calle no son «callejeros», sino que convierten las calles en espacios públicos para ganarse la vida. El tema de los espacios públicos me ha ocupado durante largos años y algunas investigaciones, pero como espacios de formación de opinión pública y acción política, nunca con los ojos puestos en los miles de conciudadanos que trabajan en ellos para subsistir.

    Convivimos con la institución del serenazgo, con los guachimanes, con la seguridad privada, con vendedores y vendedoras ambulantes y en estas páginas vamos re-descubriendo sus orígenes, su historia, sus conflictos. Yo no recordaba que los primeros serenos fueron pagados por los comerciantes formales a partir de 1981, cuando fue prohibido el comercio ambulatorio por «la suciedad de las calles», pero sí me reconozco cuando el autor nos recuerda que en la década de los ochenta todo fue informalidad y deterioro; dice incluso «surreal». Pues sí, esos tiempos los recuerdo nítidamente, pues mis hijos nacieron en 1985 uno y en 1990 el otro. Y cómo no recordar los apagones, los coches-bomba, el agua con restos fecales, la inexistencia de (o la imposibilidad de acceder a) los pañales descartables, el miedo, las cintas adheridas a las ventanas y hasta una «lonchera bomba» en el colegio de mis niños.

    Y también la amabilidad de la señora Luz, que me vendía las granadillas para los primeros jugos de los bebés, en una impecable carretilla con número de inscripción municipal, licencia y todo. Y recién ahora noto, o recién alguien me hace ver clara, la tremenda ambigüedad de las políticas municipales para con los y las vendedoras ambulantes: licencia, reubicación, desalojo, tolerancia o tolerancia cero, prohibición, Polvos Azules, Mesa Redonda, y así casi al infinito. ¿Reconocer el derecho al trabajo es lo mismo que reconocer el derecho de los ambulantes a ocupar los espacios públicos? ¿Es legítimo oponer el derecho de usar la vía pública para trabajar con el derecho de los ciudadanos y ciudadanas a una urbe «en condiciones de higiene y ornato»?

    La ampliación de la informalidad entre 1980 y 1990 se explica a partir de dos grandes procesos: el primero fue la brutal caída de los ingresos reales que obligó a la población a adquirir productos al menor costo posible; el segundo, un contexto favorable a la ocupación informal de las calles por causa de la debilidad del Estado, que no logra controlar los espacios y no cubre adecuadamente los servicios públicos, facilitando el surgimiento de nuevos actores al amparo de estas zonas grises. A inicios de los ochenta se dice que «Lima ya no tiene limeños, tiene clubes de provincianos», citando El Diario de Marka en julio de 1980. Se nos recuerda que a partir de 1980 una ciudad mestiza, irreverente e informal emergió de las ruinas de la ciudad señorial; una Lima que nos muestra la heterogeneidad étnica y cultural de nuestro país. En realidad, no es exceso de Estado o de reglamentación lo que explica el aumento enorme de la informalidad sino, todo lo contrario, su ausencia. La ausencia del Estado. Hay que recordar que entre 1989 y 1990 se reconocieron 432 nuevos asentamientos humanos en Lima. Y que entre 1980 y 1992 se desplazaron aproximadamente 400 000 personas por causa de la violencia, la pobreza extrema o los desastres ambientales.

    Y todos sabemos lo que sucedió a partir de 1990, que fue el propósito del primer gobierno de Fujimori, las reformas estructurales que todos y todas conocemos. Es el surgimiento de la «cultura combi», la «liberación del transporte público» (que nos hace la vida cotidiana cada vez más difícil hasta hoy, 2018, en Lima), la privatización de los servicios públicos, la desregulación de los mercados, la aparición de las AFP, de las universidades-empresa, y un gran etcétera. Barrios enrejados, parques con puertas, tranqueras, basura acumulada, menús callejeros en carretillas, desastres ambientales (El Niño), servicios públicos colapsados, privatización y más privatización y menos Estado. Hasta me había olvidado del robo de las tapas de los buzones del alcantarillado público, con el objeto de traficarlas entre las diversas fundiciones de la ciudad. Salvo algunos curiosos «focos» como la Sunat, en general, ausencia del Estado, como se insiste en este libro.

    El «ambulante» como nuevo personaje urbano es claro desde inicios de la década de los años ochenta. Es claro que muchos son migrantes. Pero la crisis económica empuja a las calles a personas de todos los sectores sociales. Ellos incluso generan simpatía entre la población, que los defiende de las agresiones o desalojos de los policías o los serenazgos. Sin embargo, uno de los temas importantes que este libro quiere destaca es que hay un continuo, un vínculo, entre lo informal y lo formal: las propias empresas «emplean» a vendedores informales para abaratar sus costos y llegar a compradores a los que formalmente les cuesta mucho llegar. Polvos Azules es un muy buen ejemplo de ello. Y este me parece un ángulo sumamente enriquecedor para entender la complejidad del fenómeno del comercio ambulatorio en Lima.

    Según se nos indica, diversas investigaciones han puesto en evidencia que las empresas formales recurren parcialmente a la informalidad en sus actividades para adaptarse mejor a la demanda o minimizar sus costos. Parte de este proceso consistía en la subcontratación de actividades como una forma de atenuar los riesgos de la actividad en época de desequilibrios económicos.

    Nos recuerda el autor, historiador al fin y al cabo, que en la historia de muchos países las actividades fuera del ordenamiento legal han estado presentes constantemente, y en el Perú, por lo menos desde la época colonial al presente. Desde esta perspectiva, la informalidad es un espacio generado para la negociación y la agencia de los individuos, que se convierte en un modo de vida ampliamente difundido en las ciudades capitalistas globalizadas. Sin embargo, y esto me parece muy importante, el doctor Cosamalón se niega a llamarlos ‘emprendedores’. Para él, y creo que, con buenas razones, argumentos y fuentes, son ‘supervivientes’.

    Algo que es notorio en nuestra experiencia cotidiana y que el libro desarrolla de manera muy interesante es el desarrollo de una ciudad que exige un aumento del desplazamiento de la población a grandes distancias, lo cual aleja a los individuos de su residencia y genera una demanda por personas que necesitan satisfacer sus necesidades en las rutas que emplean para desplazarse en el entorno urbano. De este modo, «el ambulantaje» (como lo llaman los investigadores mexicanos Capron, Giglia & Monnet) no solo sería una respuesta personal a un problema de empleo, sino una respuesta social al propio desarrollo de la dinámica urbana y su complejidad. En la definición de ambulantaje también debe considerarse el hecho de que el poblador que compra en las calles es un ‘cliente ambulante’, cuya movilidad puede ser mayor que la del propio ambulante. La conclusión del estudio de los mencionados investigadores es de gran importancia para el autor, y por ello me permito reproducirla:

    La racionalidad del comercio ambulatorio no puede reducirse a la autogeneración espontánea e informal de un empleo, ya que corresponde también a la satisfacción de una demanda específica, la del viajero urbano con sus necesidades de circulación (limpia parabrisas o lustrabotas), de comunicación (tarjetas telefónicas), de información, (periódicos), de diversión en tiempos de espera (payasos y malabares en los semáforos), de alimentación diferenciada según momentos del día, o de productos adaptados a las formas de sociabilidad (flores). Estas necesidades son las del cliente que llamamos el cliente ambulante (Capron, Giglia y Monnet, 2005, p. 26).

    De este modo, se nos señala, aparece la adecuación mutua entre una oferta y demanda móviles. El cliente aprovecha el tiempo muerto de espera en un semáforo, compra en su ruta hacia alguna actividad, etcétera; mientras que para el vendedor la flexibilidad de horarios de trabajo y de independencia personal compensan las dificultades en el ejercicio de la actividad. Debo confesar que nunca había visto el fenómeno del comercio ambulatorio desde esta perspectiva y me parece que enriquece mucho la comprensión del mismo.

    Pero quisiera volver al inicio: respetar el espíritu del autor y del libro y no olvidar las historias personales. Pienso en el señor Raúl, que trabaja en la esquina de la avenida Universitaria con La Marina, cerca de la PUCP, que nos espera cada lunes temprano con mentas y pañuelos desechables que sabe me resultan imprescindibles. Particularmente conmovedor, entre varios otros, me ha resultado el testimonio de la señora Eulogia Torres, vendedora ambulante de dulces, en un día de enfrentamiento entre Sendero Luminoso —que había convocado a uno de sus tristemente célebres «paros armados»— y la policía en el año 1989. La columna de Sendero marchó por la Plaza Manco Cápac, comenzó la balacera y la señora Eulogia se escondió detrás de su carretilla de dulces y al final la tuvo que dejar, pues una vecina le permitió refugiarse en un edificio. Su comentario fue: «Hasta ahora no entiendo por qué nos matamos unos a otros, no sé qué está pasando». Felizmente pudo recuperar su carretilla, aunque recobrar la confianza en trabajar en las calles de la ciudad probablemente le tomó un poco más de tiempo. Pero no tiene alternativa. Ser trabajadora ambulante es riesgoso, fue mucho más en décadas anteriores, es agotador e incierto. Es un centro de Lima que se ha convertido, como dice Wiley Ludeña parafraseando a José Matos Mar, «en el centro del desborde popular».

    Me resulta imposible dejar de mencionar las diferencias y desigualdades de género que también atraviesan la experiencia del comercio ambulatorio en Lima. Para muchas mujeres de escasos recursos, durante la década de los ochenta, la venta de comida fue una actividad muy usual para completar los ingresos familiares, adecuado además a su rol (división del trabajo) en casa, pero además permitiéndoles salir un poco de la dependencia total respecto de la pareja, en el caso de que la hubiere. Aquí salta otra vez la desigualdad: el porcentaje de mujeres solas es mucho más alto que el de varones solos. Por ejemplo, en el rango de edad de más de 44 años, el 71% de los hombres tiene una pareja, mientras que solo el 50% de las mujeres la tiene. Además, lo preparado para vender también permite alimentar a la familia, con lo cual, se nos recuerda, «se optimizan» los esfuerzos y los recursos.

    Datos actualizados refuerzan la tendencia de que son las mujeres, en particular las migrantes de la sierra, quienes no cuentan con muchas oportunidades alternativas al comercio ambulatorio, dada la nítida diferencia educativa respecto de los varones. Muchísimas de estas mujeres migrantes pasaban del servicio doméstico (que abandonaban por maltrato en las casas o por tener ya una familia propia) a ser vendedoras ambulantes. Ello les permite también mayor flexibilidad en el manejo de sus tiempos. Comida y ropa eran los rubros principales de negocio.

    No hay, lamentablemente, mayor sorpresa en la constatación de que las mujeres son las más pobres de los pobres y las menos educadas de los menos educados. Pero ellas son las que cuidan y nutren y convierten la vía pública en una extensión del hogar, de lo privado, que permite en particular que las mujeres sin pareja puedan seguir cuidando a sus hijos. Sin embargo, como bien señala el autor, se trata de temas que aún necesitan investigaciones más detalladas.

    En su epílogo, que lleva como interesante subtítulo «¿El ave fénix? Las cenizas de la ciudad», Cosamalón reafirma su convicción de que las explicaciones basadas en la excesiva regulación del Estado no alcanzan para comprender el fenómeno; y es muy honesto cuando señala que la ternura y simpatía que le generan las personas a las que ha estudiado, por su energía y fortaleza para sobrevivir a la crisis económica, la violencia y la desintegración del Estado, se mezclan con el sentimiento de indignación ante la injusticia que padecen al tener que ganarse la vida en las calles, exponiéndose a muchísimos riesgos. Sin embargo, se niega a caer en lo que él mismo llama «un romanticismo cegador», que asume mecánicamente la existencia de buena voluntad en las personas pobres. Inspirándose aquí en Gustavo Gutiérrez, nos dice que «la opción por los pobres» de la Teología de la Liberación no supone que por ser pobres merecen caridad o compasión por su buena conducta.

    Como todo buen trabajo de investigación, el libro propone respuestas y deja abiertas nuevas preguntas: ¿por qué tanta incapacidad para producir políticas públicas coherentes?, ¿por qué la ambigüedad pasa a ser la regla en la relación de los municipios con el comercio ambulatorio?, ¿por qué tanta ausencia del Estado? Lamentablemente, estas y otras preguntas que se abren siguen siendo válidas en este siglo XXI que avanza. Ya no hay terrorismo, pero persisten la pobreza, las desigualdades y, nítidamente, la informalidad.

    Y para no salir del asombro mencionado, vuelvo nuevamente al inicio, a una historia personal. El libro de Jesús Cosamalón está dedicado a vidas de trabajadores esforzados, honestos, que viven buscándose diariamente el sustento, vidas frágiles que dependen de su ingenio, de su fortaleza y del azar, como la de don Luis Bendezú. A principios del siglo XXI don Luis, un anciano cargador de bultos, declaró que trabajaba cerca de doce horas por unos diez soles al día (más o menos tres dólares en 2017); él era consciente del abuso, «pero como no hay trabajo no me queda otra que soportarlo. Total, aunque sea los diez soles me alcanzan para alimentar a mis dos pequeños hijos»¹. La reflexión que lanzó en la nota, tan simple como conmovedora, es la esencia que guía este libro: «imagínese si me enfermo».

    Hace más de cincuenta años, la primera vez que nos mudamos a una casa con jardín, en Lima, trabajaba una vez a la semana un estupendo jardinero, don Jacinto Ugarte. Yo le pregunté una tarde qué pasaba si se enfermaba, porque le dolía la rodilla. Y me respondió que él no podía enfermarse. Me impresioné mucho. Y ahora entiendo más. Así de dura sigue siendo la vida en Lima para algunos de nuestros conciudadanos y conciudadanas. No hay que perder la capacidad de indignarse y, como dice el autor, lo más peligroso es acostumbrarnos a esta situación, asumir que los responsables son las personas y que la vida es siempre así de injusta.

    Gran libro, en el que he aprendido mucho de mi ciudad, de mí misma y de nosotros como habitantes de la misma urbe.

    Dra. Pepi Patrón

    Profesora principal

    PUCP


    ¹ La República, 1-7-2001, «Don Luis Bendezú, el rostro de millones subempleados marginados de la ley de Trabajo».

    El apocalipsis, el comercio en las calles, la ciudad y las autoridades

    . .

    Una nueva introducción

    El 15 de marzo de 2020, antes de que se cumpliera un año y medio de la publicación de la primera edición de este libro, el entonces presidente Martín Vizcarra decretó los primeros quince días de la cuarentena para contener la propagación del virus Covid-19. Como sabemos —y vivimos— la pandemia no se detuvo con esa medida y se expandió mortalmente por muchos meses más, dejando una huella trágica e imborrable en todo el mundo. La cuarentena impidió la salida de miles y miles de trabajadores y trabajadoras que hasta ese momento utilizaban las calles para ganarse el sustento diario. Si bien desde el gobierno se intentó paliar la grave situación con transferencias monetarias, estas fueron insuficientes y no llegaron a cubrir las necesidades de las personas y familias en situación vulnerable. Así, los vendedores en las calles y otras personas se vieron en la disyuntiva de salir a trabajar, arriesgarse a ser contagiados y afectar a sus familias o correr el riesgo de morirse de hambre encerrados en sus casas. El resultado parcial de esta tragedia fue que entre marzo de 2020 y febrero de 2023 se registraron en el Perú cerca de 4,5 millones de contagiados y más de 220 000 víctimas mortales, convirtiendo a nuestro país en el primero en cuanto a fallecidos por millón de habitantes.

    Esta funesta situación reveló la gran importancia del comercio en las calles como fuente de ingresos para un gran número de personas, situación que es ampliamente conocida y ratificada por investigaciones en todo el mundo. Como autor de este libro hubiera preferido para su recepción un momento diferente, alejado de la tragedia y el dolor de muchas familias, pero fue inesperada y lamentablemente el contexto en que ocurrió su difusión. Si bien la presencia del comercio en las calles tiene una larga historia en nuestro país, durante el contexto de la pandemia se hizo más visible su importancia para la supervivencia y suministro de las ciudades; al mismo tiempo, se evidenciaron los diversos problemas por el uso de las calles como mercado. Debido a esta terrible coincidencia la recepción de este libro contó con un interés especial: medios de comunicación, autoridades, especialistas y público en general se preocuparon por la venta en las calles, sea para ratificar los peligros que generan o para intentar comprender mejor sus características y resolver más eficientemente las dificultades.

    El contexto generado por la pandemia me permitió confirmar varias de las afirmaciones contenidas en este libro. Por ejemplo, me quedó aún más claro que los ambulantes no deben ser caracterizados solo a partir de las dificultades que generan en el espacio urbano; por el contrario, fueron parte de la solución de los problemas de abastecimiento durante la pandemia². Sin embargo, tengo la sensación de que no se aprovechó lo suficiente el conocimiento acumulado durante esta emergencia para elaborar políticas públicas coherentes, a pesar de los esfuerzos del Estado por conectar los trabajos académicos con las necesidades estatales. Por ejemplo, en los primeros meses de la pandemia el gobierno peruano convocó a un buen número de destacados especialistas en varias ramas de las ciencias sociales para que estudien la situación y desarrollen las bases para la gestión eficiente de la emergencia sanitaria. El informe publicado por Burga, Portocarrero y Panfichi (2021) contiene análisis de diversos temas que incluyen el del comercio en las calles (Manky, 2021)³. Sin embargo, sus conclusiones quedaron sin ser incorporadas a las decisiones estatales, en parte por la crónica inestabilidad política expresada en la destitución de Vizcarra como presidente el 10 de noviembre de 2020.

    La preocupación por el aumento del comercio en las calles y sus características no es solo un fenómeno peruano. La producción académica dedicada al sector informal y el comercio en las calles ha aumentado en los últimos años debido a su expansión en todo el mundo y el impacto de la epidemia de Covid-19⁴. Precisamente durante la emergencia sanitaria los comerciantes en las calles, no solo en Lima sino en todo el mundo, demostraron que son parte de una cadena de abastecimiento funcional al desarrollo económico, más que una trabazón destinada a desaparecer con la modernización. Además, debido a las medidas sanitarias tomadas por los gobiernos para evitar la propagación del virus, en muchos países los comerciantes no pudieron salir a las calles a trabajar, agravándose la pobreza y los conflictos sociales, incluyendo la angustia y otras dolencias producto del encierro forzoso y de la necesidad de salir a las calles a ganarse la vida (Zuleta, 2020, p. 5). Quizá como en ningún otro momento de la historia, la pandemia mostró las complejidades del comercio en las calles, revelando que su comprensión implica teorías específicas relacionadas con la economía, la cultura, la ciudadanía, la mercantilización, el consumo, la globalización, la legalidad, la modernidad, el neoliberalismo, la pobreza, el espacio público y los movimientos sociales (Naik, 2022, p. 2)⁵. Un punto significativo es la escasez a nivel mundial de estudios históricos acerca del comercio en las calles. La gran mayoría, incluyendo el Perú, están dedicados a interpretaciones de tipo sociológico y hasta antropológico, muy meritorios por supuesto, pero son esfuerzos mucho más preocupados por generar políticas públicas coherentes que por comprender el desarrollo histórico del comercio en las calles. Esta perspectiva es quizá la más ampliamente desarrollada a nivel global⁶.

    Trabajo en las calles, supervivencia y «emprendendores»

    El comercio en las calles desmiente la afirmación de que esta actividad no contribuye con el crecimiento económico y el bienestar general, debido a que sus actividades no generan ingresos al Estado (Crossa, 2020, p. 168; Bromley, 2000, p. 8). Por el contrario, hoy sabemos que es una de las fuentes más importantes de empleo y de generación de ingresos para la mayoría de la población a nivel mundial, especialmente en aquellos países de bajos ingresos y de mercados laborales muy precarios (George y otros, 2022, p. 2; Al-Jundi y otros, 2022, p. 1). A pesar de esta realidad, la actividad se realiza generalmente sin reconocimiento legal, constantemente perseguida o bajo condiciones muy ambiguas, lo cual resulta paradójico (Racaud, Kago & Owour, 2020, p. 4; George y otros, 2022, p. 4). La tesis tradicional que afirmaba que con el crecimiento económico el sector informal desaparecería ha sido desmentida por la realidad. En países de bajos ingresos la venta en las calles ocupa en promedio el 90% de la mano de obra, 67% en los de ingresos medios y 18% en los de altos ingresos (Martínez & Short, 2022, p. 2). En todos los casos, a pesar del crecimiento económico, no se reduce la participación de la informalidad en las calles.

    Además, los ambulantes contribuyen como parte del sector informal con el crecimiento económico, porque son parte de la cadena de suministros que va y viene del productor al consumidor. La frontera entre lo formal y lo informal es sumamente borrosa y sus vínculos son varios. Por ejemplo, el sector informal provee de mano de obra y permite la circulación de bienes en ambos extremos de la cadena de abastecimiento; muchos negocios formales se abastecen por medio de las ventas en las calles y una diversidad de comercios y talleres distribuyen sus productos por medio de ambulantes. Incluso, el hecho de que los ambulantes atraigan a los peatones puede beneficiar a los comercios formales (Martínez & Short, 2022, p. 3). Esta realidad es la que motiva que diversas interpretaciones perciban a los comerciantes como representantes del esfuerzo individual típico de la libertad capitalista, representado en el Perú por el discurso del «emprendimiento»⁷. La historiadora Cecilia Méndez (2015), con su acostumbrada agudeza, sostiene que el discurso de «emprendedurismo» ensalza la definición económica de la ciudadanía, reduciendo problemas como la pobreza y la exclusión a un fenómeno básicamente individual y no estructural.

    Este término comenzó a difundirse en el Perú a partir de los años 90, cuando el papel del Estado se redujo a promover el crecimiento económico por medio de la inversión privada, dejando al individuo la consecución de su propio bienestar. Los «emprendendores» representan el esfuerzo de un sector de la población por conseguir la prosperidad personal y familiar, personas que exigen que el Estado les facilite el desarrollo de su espíritu empresarial reduciendo todos los obstáculos legales para competir en el mercado en igualdad de condiciones y que no aspiran a vivir de los beneficios que el Estado les pueda proporcionar. Incluso el concepto pretendía diferenciar a aquellos empresarios que inician una actividad económica con riesgo, de aquellos que prefieren vivir «bajo la protección del Estado sin el riesgo que implica entrar a competir abiertamente en los mercados» (Zegarra, 1990, p. 66). De esta manera el concepto de emprendedor se articula con un modelo económico en que el bienestar económico depende totalmente del individuo.

    El concepto «emprendedor» intenta definir a un tipo de empresario que es parte del conjunto de personas que administran negocios por cuenta propia, de pequeño y mediano capital, quienes aprovechan las ventajas de la libertad de mercado y que no son actividades de supervivencia (Cosamalón & Durand, 2022, pp. 185, 259). Sin embargo, su uso práctico no ha resuelto las dificultades teóricas de su aplicación. Por ejemplo, Arellano diferencia entre quien inicia una empresa (emprendedor) y quien la administra (empresario), aunque en ambos casos se cumplen las funciones básicas de cualquier empresa: invertir, dirigir y hacer (2020, p. 45). Un documento define el concepto de forma aún más confusa, incluyendo el ejercicio de profesiones de forma independiente: «los emprendedores o quienes se autoemplean en el Perú se caracterizan por explotar su propio negocio o ejercer por cuenta propia una profesión u oficio. Suelen no contar con trabajadores remunerados a su cargo o reciben apoyo de trabajadores familiares no remunerados que brindan sus servicios sin vínculo laboral. Otra característica de los autoempleados es que están concentrados en sectores de baja productividad, como el comercio» (Asociación UNACEM, 2014, p. 12). En esta última idea, un profesional sería un emprendedor, al igual que muchos otros autoempleados, todos caracterizados generalmente por no emplear trabajadores remunerados.

    Esta definición es imprecisa y no resuelve el problema de señalar con claridad quiénes son los emprendedores y por qué utilizar ese término y no, por ejemplo, el de nuevos empresarios. Esta dificultad hace que dentro de los emprendedores se incluya a personas que inician sus negocios desde puntos de partida muy diferentes. Como los autores citados lo señalan, tiene sentido diferenciar a quienes son empresarios y que no provienen de una tradición o familia empresarial, no cuentan con fuentes de financiamiento e inician negocios de pequeño y mediano capital, de aquellos empresarios que cuentan con esos beneficios, experiencia familiar y redes que les permiten iniciar sus negocios con una indudable ventaja. Los primeros sí podrían ser definidos como emprendedores. Sin embargo, la Asociación de Emprendedores del Perú tiene entre sus socios fundadores a hombres y mujeres que provienen de familias de alto estatus económico, con estudios profesionales avanzados y conexiones que difícilmente podrían ser considerados típicos de los emprendedores⁸.

    La idea de la población peruana con un gran interés para la creación de empresas se reforzó con la noticia del Perú como el país con mayor iniciativa empresarial de la región y quinto a nivel mundial. De acuerdo con esos datos, en el año 2018 el 43% de los peruanos estaba dispuesto a iniciar un negocio en los siguientes tres años⁹. Esta aseveración permite presentar una imagen del Perú con un enorme potencial empresarial, sin considerar que ese porcentaje de peruanos potencialmente empresarios también es elevado por la dificultad para encontrar empleo adecuado en medio de un mercado laboral precario y bajos salarios. Por ejemplo, Durand afirma que «en la medida en que ni el sector privado formal ni el Estado ofrecían oportunidades de empleo, la idea de hacer empresa individual y familiar para vender bienes y servicios, para sobrevivir y «salir adelante», volcó al mercado a los pobres urbanos y a las clases medias. Surgieron entonces, como tendencia contracíclica, el multiempleo, el autoempleo y toda clase de «negocios» formados por informales, núcleos familiares y pequeños empresarios» (1997, p. 7). De igual manera, Bernal indica que la opción de convertirse en pequeño empresario surge frecuentemente como la única opción viable para sobrevivir (2018, p. 117).

    Estas afirmaciones coinciden con las ideas contenidas en este libro. Se rechaza el uso de «emprendendores» para aquellas actividades que son estrategias de supervivencia y no son, ni pueden ser, de acumulación capitalista¹⁰. Incluso los propios trabajadores las perciben de esa manera, como revela Perelman para el caso de la Argentina, estableciendo una diferencia entre los que son propiamente considerados trabajos y las actividades que no encajan con el ideal social de una ocupación para ganarse la vida (2014, p, 47)¹¹. Sin embargo, también se encuentra que los trabajadores resignifican sus actividades añadiéndoles el valor del esfuerzo individual de todos los días para ganarse el sustento, su honestidad y la independencia como valores positivos (Bernal y otros, 2020, p. 7).

    En el Perú, el término «emprendedor» se difundió en reemplazo de «empresario popular». Este último fue empleado para distinguir al empresariado que surgía desde abajo, a comparación del empresariado «de arriba», que surgía gracias a las fortunas y privilegios heredados (Durand, 1997, p. 7). Sin embargo, el uso de «empresario popular» fue abandonado por su connotación despectiva, pues se usaba para definir a un empresariado «cholo» (Cosamalón & Durand, 2022, p. 184). Empero, la aplicación del término emprendedor también intenta definir un tipo de nuevo empresariado proveniente del interior del país o hijos de migrantes nacidos en el ambiente urbano, personas portadoras de rasgos étnicos percibidos como andinos (p. 259). Las evidencias más recientes sustentan este matiz. Por ejemplo, en el año 2016 la entidad financiera Mibanco lanzó un spot publicitario titulado «Cholo soy» como parte de una promoción de préstamos a pequeños empresarios para la campaña escolar¹². Este documento revela la directa conexión entre el emprendedor y la etnicidad, definiendo como «cholos» a quienes se dedican al comercio y, en este caso, no cuentan con facilidades de financiamiento (Bernal, 2018; Solano, 2020)¹³. La campaña publicitaria fue acompañada de un concurso para premiar al «Cholo de oro» como representante de los emprendedores del país, galardón que fue entregado en el año 2017¹⁴. La gerenta de la entidad afirmó que la campaña quería acabar con el estigma negativo del emprendedor, «como el hijo de migrantes que sufre y que, básicamente, su forma de relacionarse con la realidad es de una manera dolida y sufrida. Queríamos cambiar ese estilo». Si bien la idea de enfatizar «el coraje, esfuerzo y perseverancia de todos los emprendedores peruanos por salir adelante» es sin ninguna duda meritoria¹⁵, el spot y el premio definieron a los emprendedores con un rasgo étnico, a la postre reafirmando la relación entre clase y etnicidad en el concepto de emprendedor.

    Empero, la idea de clasificar al comerciante en las calles como un emprendedor es cuestionable, debido a la relación entre el desempleo, la marginalidad y la ausencia de un Estado de bienestar y la ampliación del comercio en las calles (Bromley, 2000, p. 11). Desde esta perspectiva se destaca el esfuerzo por mostrar que el comercio en las calles es una forma de supervivencia válida y funcional para el entorno urbano contemporáneo, puntos coincidentes con las propuestas de este libro. En el Perú, como en otras partes del mundo, los vendedores en las calles se caracterizan por tener bajos ingresos, no contar con seguridad social, estar expuestos a la violencia de las autoridades y trabajar en ambientes poco apropiados para la salud. No son actividades dedicadas mayormente a la acumulación, son mecanismos de supervivencia que no se relacionan directamente con la voluntad o la incapacidad de evadir las reglamentaciones. Estas características, presentes en este libro, se ratifican a nivel global y especialmente en las ciudades del hemisferio Sur (Recchi, 2021, p. 814).

    Ambulantes, formalidad e informalidad

    Bromley (2000) describe en su artículo diversas características del comercio en las calles, entre las cuales destacan, por su relación con este libro, que esta actividad es parte del engranaje total de la economía, la ambigüedad de las políticas públicas en su gestión —caracterizadas por la oscilación entre persecución, regulación, tolerancia y promoción— (Martínez & Young, 2022, p. 384). Además, su presencia está asociada con una demanda compuesta por ciudadanos con un alto grado de movilidad¹⁶. Esto significa que es un error analizar el sector informal y la venta en las calles como actividades desconectadas u opuestas a la formalidad; por el contrario, como también lo postula este libro, se trata de una continuidad entre ambas esferas, la cuales se retroalimentan constantemente¹⁷. En la informalidad tenemos en un extremo a quienes no pueden cumplir con la formalidad porque no cuentan con los requisitos ni el capital suficiente para ser integrados; por el otro extremo, tenemos a trabajadores y empresarios que prefieren evitarla por otras razones (Aliaga, 2018, p. 654). Como señalan Maldonado y otros, las mismas medidas liberales que estimularon el crecimiento del sector privado también eliminaron «la capacidad de vigilar las actividades de ese sector creando así las condiciones para una próspera economía informal» (2017, p. 28).

    El comercio en las calles, definido como informal, no se puede separar de la economía formal (Racaud, Kago & Owour, 2020, p. 5). Como se puede ver en las páginas de este libro, esas actividades son parte de un flujo continuo en que la informalidad se encuentra presente en la mano de obra y en la cadena de insumos y de comercialización. Si no se permite el comercio informal, este flujo se interrumpe peligrosamente. Los trabajos publicados recientemente muestran que en algunos países la propia naturaleza de la economía y la sociedad hace necesaria la existencia de un sector informal; por ejemplo, los ambulantes son capaces de ofrecer productos a un costo menor que los comercios formales y con una atención a la clientela más rápida. El comercio en las calles en muchas ciudades del mundo se concentra en la venta de alimentos y bebidas, permitiendo que formales e informales cuenten con comidas de bajo costo y servidas rápidamente, contribuyendo con que los salarios se mantengan bajos y que los trabajadores regresen rápidamente a sus labores (Lee, 2021, p. 2; Bhattacharya & Sachdev, 2021, p. 631). Como señala González, la persistencia de los mercados callejeros reta la presunción universal de una evolución lineal hacia el supermercado o el restaurante formal como fuente de abastecimiento, realidad presente principalmente en el hemisferio norte, pero diferente en el sur (2018, p. 9; Recchi, 2021, p. 815).

    Otro aporte importante de la reflexión de Aliaga es que considera que, debido al enfoque de las regulaciones que responden a las prioridades del desarrollo urbano y de las preocupaciones de las autoridades por defender el orden neoliberal, se ha «informalizado» el comercio en las calles, deslegitimando su práctica en el contexto de políticas neoliberales e incluso socialistas, como en el caso de Bogotá bajo el mando de Gustavo Petro (2018, p. 652). Un buen apunte de Aliaga es que hace notar que antes de 1990 en el Perú no se usó el concepto de «informal» para referirse al comercio en las calles, lo cual refuerza su tesis de que fueron las regulaciones de los años 90 las que «informalizaron» la venta en las calles. Antes de esos años eran definidos como ambulantes o comerciantes en las calles, sin ese sesgo legalista.

    En Lima y Bogotá, durante los años 90 la aplicación del nuevo modelo de desarrollo concentrado en atraer el capital extranjero empujó a los gobiernos a la búsqueda de nuevos ingresos, enfatizando la presencia de un sector que no contribuía con ellos, definiendo más claramente el concepto de informal. Además, esto coincide con la incorporación más intensa del sector de supermercados y tiendas por departamentos, relocalizando el papel de los vendedores en las calles, generalmente expulsados de los barrios céntricos y de clase media producto de la gentrificación (Aliaga, 2018, pp. 658-659)¹⁸. Recchi señala que en varios casos se ha demostrado que entre los años 80 y 90 el neoliberalismo, al reducir el papel del Estado a la regulación y control de la tributación, promovió la reducción de los vendedores en las calles, apuntalando el discurso que criminalizaba a los vendedores y buscando su exclusión para atraer la inversión extranjera y el turismo (2021, p. 816; Peimani & Kamalipour, 2022, p. 3).

    A diferencia de los supermercados y tiendas por departamentos, la localización de los ambulantes sigue a las aglomeraciones urbanas, ofreciendo a bajos precios una serie de productos, reaccionando más rápidamente que otros negocios a los cambios en la demanda y seleccionando sus puntos de venta de acuerdo con los potenciales compradores, lo cual evidencia su alto grado de flexibilidad al acercar la oferta a la demanda (Al-Jund y otros, 2022, p. 3; Solomon-Ayeh, 2022, p. 2). Por esa razón Bromley señala que es relativamente fácil mover a los vendedores, pero mover a sus clientes es mucho más difícil (2000, pp. 4, 15, 18, 22)¹⁹. Maldonado señala que los vendedores en las calles conocen muy bien su mercado, reaccionan más rápidamente que las empresas formales, ofreciendo productos iguales a los ofrecidos en las cadenas de supermercados a igual o menor precio. Los comerciantes aplican un «mercadeo intuitivo» que identifica una demanda latente y localizan los medios y el lugar para satisfacer esa demanda, conocimiento que se genera en el propio medio social y familiar de los vendedores (Maldonado y otros, 2017, p. 33).

    La existencia de servicios de bajo costo (personal doméstico, artesanos, etcétera) también contribuye con la reproducción social. Como dice Crossa: «In many cases, a precarious formal labour market is precisely what facilitates the consolidation of an informal economy» (2020, p. 170)²⁰. Por ejemplo, tanto en Lima como en Bogotá, el comercio en las calles distribuye bienes elaborados en pequeños talleres, contribuyendo con ampliar el mercado para las manufacturas locales más allá de solo los barrios de clase media y alta (Aliaga, 2018, p. 658).

    Un argumento interesante es que la venta en las calles contribuye con el sostenimiento de muchas familias que de otro modo podrían caer en la delincuencia, protestas y radicalismos. El permitir el comercio en las calles es más barato que establecer un sistema de protección del desempleo o aumentar el control policial, tolerando una actividad que es funcional para el sistema (Bromley, 2000, p. 5). Esta idea resulta sugerente, especialmente porque durante la pandemia se evidenció en el Perú que los programas de ayuda no llegaban a todas las personas más afectadas por la cuarentena. Así, finalmente era mejor permitir que el comercio ambulatorio reaparezca en la capital que enfrentarse a las protestas o aumentar aún más la pobreza. La misma actitud se presenta en la década de 1980: en medio del incremento de la subversión y la crisis, lo menos que querían las autoridades era agravar la situación social impidiendo la venta en las calles.

    Una actividad rechazada

    Un aspecto presente en este libro y que los recientes trabajos también revelan es que en el rechazo a la presencia de ambulantes se mezclan factores de clase y étnicos (Bromley, 2000, p. 11; Ávila, 2019, p. 126; Batréau & Bonnet, 2016, p. 31)²¹. Como señala Recchi, tanto en las ciudades de Norteamérica como en Europa, los vendedores suelen ser inmigrantes latinos o de origen africano y asiático (Lee, 2021, p. 1; Recchi, 2021, p. 814)²². Un caso interesante es el de Brasil, en el que los dirigentes de los comerciantes consideran que la persecución de la que son víctimas es una continuación de la historia de la esclavitud. Además, el desarrollo de los derechos laborales favoreció principalmente a los trabajadores formales, de mayoritaria presencia blanca, ignorando a las masas afrobrasileñas presentes en los trabajos informales (Nogueira & Shin, 2022, pp. 1013, 1018). En el caso peruano, como es conocido, los vendedores fueron asociados con migrantes del interior del país, característica que tienen las ciudades del hemisferio sur. Sin embargo, con la inmigración venezolana de los últimos años esta característica se ha modificado, como señalan las investigaciones de Manky (2021) y Freyer y Brauckmeyer (2021).

    Crossa señala que los vendedores en las calles, por su visibilidad, son los que mejor encarnan la ansiedad social con respecto al orden, la higiene, el ornato y el caos, especialmente desde las autoridades urbanas y los sectores medios y altos (2020, p. 171). Martínez y Young señalan que los ambulantes representan una doble irrupción en el espacio público, que finalmente son dos caras de la misma moneda. Por un lado, encarnan la presencia de los pobres que se apropian indebidamente del espacio urbano y, al mismo tiempo, esa ocupación es rechazada como una plaga que afecta el ideal que tienen acerca de la ciudad las autoridades, las clases medias y las élites (2022, p. 374). Recchi añade que esta percepción se encuentra en diversas partes del mundo, donde se acusa a los ambulantes de dañar la imagen de la ciudad, degradar el espacio urbano y profundizar el desorden social (2021, p. 816).

    Como menciona Naik, lo que se observa en las calles y sus conflictos nos informa más que ninguna otra fuente sobre las ideas, las prácticas y estilos de vida dominantes defendidos desde las autoridades y las élites (2022, p. 16). En algunos casos los vendedores han sido considerados por las autoridades violadores de ley, por afectar los derechos estatales, el ornato, la higiene o contribuir con el desorden urbano, penalizados con multas e incluso condenados penalmente²³. Así ocurrió en la ciudad de Los Ángeles, en los Estados Unidos, en la que una ordenanza de 1993 castigaba a los vendedores en las calles, la mayoría inmigrantes, hasta con seis meses de cárcel y una multa de mil dólares. En observancia de esta ley los trabajadores fueron detenidos, encarcelados e incluso deportados, aunque la disposición fue derogada en el año 2018 (Hidalgo, 2022, p. 195). Este tipo de disputas legales deshumanizaba el trabajo en las calles y legalizaba la violencia contra los trabajadores callejeros. Entre las víctimas se encontraban algunas personas especialmente vulnerables, como indocumentados y mujeres (Hidalgo, 2022, p. 198).

    La capacidad de resistencia, la negociación y la tolerancia

    Los conflictos entre los vendedores y las autoridades locales demuestran, como también se puede ver en este libro, la capacidad de negociación y de resistencia de los comerciantes, quienes retornan una y otra vez a sus lugares de venta a pesar de las requisas, los desalojos y la violencia en su contra, desafiando la capacidad del Estado para regular el espacio público y mostrando una notable resiliencia (Chukwuemeka, Chinweok, Ugonma & Eberechi, 2016, p. 88). Los vendedores pueden ser desalojados una y otra vez, pero en cuanto se reduce la vigilancia, suelen volver ellos u otros a esos lugares de venta, generalmente situados en lugares de alto tránsito peatonal o vehicular (Al-Jundi & otros, 2022, p. 3; Maldonado y otros, 2017, p. 31). Este es el juego «del gato y del ratón», como lo denomina Amy Schoenecker, entre los comerciantes y las autoridades (2018, p. 35). La autora señala que tanto en la ciudad de Chicago (Estados Unidos) como en Mumbai (India), los vendedores no son víctimas pasivas de los hechos, pues recurren a la resistencia física, la protesta, la negociación y la formalización para lograr el objetivo de seguir ocupando las calles²⁴. La flexibilidad y rapidez con la cual pueden reaccionar a los retos planteados en cada contexto es uno de los puntos que les permiten negociar su presencia en la ciudad (Maldonado y otros, 2017, p. 33; Schoenecker, 2018, p. 38). Incluso, en algunos lugares la propia movilidad de los vendedores es su mejor estrategia para resistir los controles y la represión. Así se hacen menos visibles y atraen menos la atención, se trasladan a lugares menos controlados evitando las confiscaciones y estudian en qué momentos hay menos vigilancia para regresar a sus espacios preferidos (Recchi, 2021, p. 818).

    Al realizar sus actividades en la vía pública, los vendedores utilizan espacios no destinados para la venta, entrando en conflicto con otros servicios como el transporte o el acceso a edificios públicos y a otras actividades comerciales, lo cual aumenta su rechazo (Racaud, Kago & Owuor, 2020, p. 3). El problema central desde las políticas públicas es cómo lograr una adecuada regulación que armonice el uso del espacio para los múltiples agentes, como, por ejemplo, vendedores, transeúntes y autoridades (Cross, 2020, p. 170). Esto exige que la mirada del Estado deje de ser homogénea con respecto al comercio en las calles, abandonando el binarismo Estado = actividades formales, informales = uso de las calles (Crossa, 2020, p. 170). Por otro lado, actualmente las calles son importantes para la articulación de los derechos y demandas de los ciudadanos, convirtiéndose en espacios de protesta (Chukwuemeka, Chinweok, Ugonma & Eberechi, 2016, p. 84).

    Naik señala que los comerciantes en las calles defienden su derecho a ocuparlas bajo el principio de «justicia espacial» (2022, p. 4). Este concepto reta la administración neoliberal de las urbes y puede ser definido como la búsqueda de un acceso más justo a los espacios públicos, equilibrando las oportunidades para todos los habitantes²⁵. Por el contrario, la injusticia espacial se refleja en una distribución inequitativa del acceso a la ciudad para los más pobres, generalmente fundamentando prácticas de segregación por medio de la raza, clase y género. La administración neoliberal de las ciudades suele conducir la redistribución de los ingresos a favor de los más ricos, segregando a las mayorías por medio de un menor acceso al bienestar y los servicios urbanos, todo basado en un patrón residencial diferenciado²⁶. De esa manera la justicia espacial pone en tela de juicio el orden urbano basado en el modelo «haussmaniano», admirado, desarrollado y defendido en muchas ciudades del mundo (Naik, 2022¸17).

    Así, la irrupción de los ambulantes en el espacio público no es solo un problema económico o social, también es un asunto político, porque su presencia reta el orden defendido por algunos sectores de la población y las autoridades (Hanser, 2016; Yemmafouo, 2018). Precisamente ese cuestionamiento contribuye a su marginalización, expresada en la prohibición de ejercer la venta en las calles o la percepción negativa sobre ellos y sus actividades. Además, como ocurre en Latinoamérica, la condición de clase es acompañada por caracteres étnicos, construyendo barreras adicionales para la integración de este sector en el imaginario urbano. Por esa razón el sentido de la acción del Estado en el espacio público es fundamental para profundizar o reducir esa marginalidad (Martínez & Young, 2022, p. 374)²⁷.

    Como indica Crossa, esta capacidad de los vendedores de oponerse o negociar con las autoridades se relaciona con la evolución de la relación entre el Estado y la sociedad en general (2020, p. 167). Es decir, no se puede aislar la relación comerciantes-autoridades (local-nacional) de la trayectoria histórica del Estado, su capacidad de hacer cumplir la ley, de la relación con la sociedad e incluso con el sistema político. Así, como también está señalado en este libro, la debilidad que se observa en el Estado peruano a nivel local y nacional en la década de 1980 es un capítulo más —quizá el más intenso— de la crónica deficiencia de las autoridades para imponer el orden en la sociedad y el espacio público. Esta dificultad de algunos Estados para afrontar los problemas generados por el comercio en las calles fue observada tempranamente por Cross (1998), quien reconstruyó la historia de las intervenciones estatales y de las organizaciones ambulantes que se crearon en respuesta a esas acciones desde los años 50 y 60. El resultado de esa tensión, en el caso de México, fue el reforzamiento de la capacidad de los ambulantes para negociar su presencia, al amparo del sistema clientelista político generado por el PRI (Ávila, 2018, p. 41; Stamm, 2007, p. 86).

    Este problema se expresa en la actitud ambigua de las autoridades, las cuales en diversos momentos son tolerantes ante el comercio en las calles, especialmente en tiempos electorales, como se puede ver en este libro y en los trabajos más recientes²⁸. Como señalan Constantine y otros, ante la ausencia de un Estado de bienestar la tolerancia es una política atractiva, actitud que se amplifica por la debilidad de las autoridades locales para controlar las calles. De acuerdo con los autores citados, «In other words, forbearance is an ‘informal welfare policy,’ which can either be progressive or regressive» (2022, p. 5)²⁹. Esto permite la existencia de un entramado legal que ofrece resquicios para la defensa del trabajo en las calles, enfrentando a las autoridades que quieren reprimir esa actividad con su propia legislación³⁰. Por esa razón, por ejemplo, en Brasil los comerciantes utilizan las leyes existentes tanto para trabajar con las autoridades como en contra de ellas (Nogueira & Shin, 2014, p. 1015).

    Cuando es necesario mostrar un aspecto diferente de la ciudad, por el contrario, se recurre a la exclusión. En 2013, en Oaxaca (México) los ambulantes fueron desalojados para dejar limpia la ciudad durante la celebración del Congreso Mundial de Ciudades Patrimonio, hecho que fue duramente criticado por la prensa local (Ávila, 2018, p. 44). La misma situación se dio en el caso de Chiapas, donde se desalojaron cerca de tres mil ambulantes con la finalidad de ofrecer una mejor imagen de la ciudad en el marco de la Cumbre Mundial de Turismo de Aventura (Chi y otros, 2019, p. 114). Al igual que en el caso limeño, en ambos casos parte del argumento fue afirmar que el comercio en las calles genera contaminación de las calles y plazas, causando deterioro del patrimonio urbano.

    Ambulantes e imaginarios urbanos

    Desde lo simbólico, este libro argumenta que la expansión del comercio ambulatorio en Lima no solo sirvió para resolver los problemas de abastecimiento —con el costo de externalidades negativas—, sino que cuestionó la imagen oligárquico-criolla de la capital, defendida por las élites y clases medias desde mediados de la década de 1950. Incluso se podría decir que la cultura y la identidad que surgieron de esta nueva ciudad fueron retos que desorientaron a intelectuales, autoridades y políticos, lo cual puso en manifiesto una distancia con respecto a los productos culturales y estéticos de esos nuevos limeños, como se evidenció en el caso de la cumbia-chicha peruana³¹. De esta manera, el comercio ambulatorio es una de las fuerzas que contribuyen con los cambios en las identidades urbanas, como destacan los trabajos contemporáneos, cuestionando los imaginarios de la ciudad neoliberal impuesta desde la década de 1980.

    Este tipo de ciudad se caracteriza, entre otros aspectos, por la expansión de los supermercados y tiendas por departamentos, la privatización del espacio público, la gentrificación y el desarrollo de regulaciones urbanas que convierten en informales o ilegales a muchas de las actividades realizadas en las calles. Este tipo de legislación suele ser apoyada por la clase media y alta; pretende defender un tipo de uso de las calles, esgrimiendo como argumento la seguridad pública, el ornato y la defensa de los comerciantes formales, desconociendo el derecho a ganarse la vida de un amplio sector de la población (Batréau & Bonnet, 2016, p. 29; Peimani & Kamalipour, 2022, p. 5).

    Desde esta perspectiva, la presencia de los ambulantes cuestiona esa propuesta excluyente de ciudad y mantiene las formas de abastecimiento a través de los mercados tradicionales. Por ejemplo, Al-Jundi y otros consideran que la venta en las calles le permite al comerciante tener el control de su vida y de su tiempo, gozando de una libertad de la que carece el trabajador formal, aunque sufriendo otras limitaciones (2022, p. 2; Perelman, 2014, p. 59; Ojeda & Pinto, 2019, p. 10)³². El consumo urbano «tradicional» se caracteriza por la comunicación y familiaridad entre el comprador y el vendedor, rasgos que convierten al abastecimiento cotidiano en una forma de sociabilidad urbana, como se puede verificar en los mercados y las paraditas de ambulantes en el Perú³³. Como señala Naik, «streets affect culture and are affected by

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