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Otros capitalismos son posibles
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Libro electrónico411 páginas5 horas

Otros capitalismos son posibles

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Más allá de las dicotomías que bosquejan un mundo en blanco y negro, este libro indaga la diversidad de los capitalismos, con todos sus colores, tonalidades y matices. En lugar de repetir la discusión acerca de si el capitalismo es bueno o malo, de lo que se trata es de cambiar las preguntas. ¿Qué tan diverso puede ser el capitalismo? ¿Por qué difieren los capitalismos? ¿Qué factores provocan sus transformaciones? ¿Cuáles son los alcances y los límites de esta forma de organización económica y social? Éstas y otras preguntas animan esta obra, que toma como punto de partida una tesis polémica: otros capitalismos son posibles.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 nov 2021
ISBN9786072822436
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    Otros capitalismos son posibles - Luis Bernardo Reygadas Robles Gil

    1. Apologéticos y apocalípticos: dos narrativas contrapuestas sobre el capitalismo

    Retomo aquí las dicotomías planteadas al comienzo de esta obra. ¿El capitalismo genera prosperidad y bienestar en un ambiente de libertad, como señalan sus defensores? ¿O es un sistema injusto en el que los trabajadores son explotados en beneficio de una minoría propietaria del capital, como afirman sus críticos? ¿El capitalismo conduce de manera inexorable a una mayor desigualdad o contiene mecanismos que a largo plazo reducen las desigualdades? ¿Los mercados capitalistas se auto-regulan y logran sortear las dificultades y turbulencias que genera su funcionamiento? ¿O, por el contrario, conducen a crisis cada vez más graves que, de una u otra manera, producirán su colapso o su sustitución por otro sistema? Desde principios del siglo XIX estas disyuntivas han marcado las discusiones sobre el capitalismo. Han predominado dos grandes narrativas sobre esta manera de organizar la economía. Una, apologética, exalta sus virtudes y ventajas, mientras que otra, apocalíptica, critica sus infamias y limitaciones. En este capítulo analizaré y discutiré esas dos perspectivas. Las dos arrojan cierta luz sobre las características y el funcionamiento del capitalismo, pero suelen ser muy unilaterales, estereotipadas y rígidas, lo que obstaculiza y dificulta la comprensión de su heterogeneidad. Ambas han caído en posturas esencialistas, como si todos los capitalismos de todos los países y de diversas épocas fueran básicamente iguales. Los análisis esencialistas consideran que el capitalismo tiene características inherentes, invariables, que no se modifican, que son ajenas a la historia, a las circunstancias, a las relaciones sociales y a la agencia de los seres humanos. Una de las narrativas considera que esas características son positivas, mientras que la otra las estima negativas, pero ambas coinciden en que son inmanentes.

    El primer apartado del capítulo busca dilucidar qué es (y qué no es) el capitalismo, así como identificar los rasgos distintivos de esta configuración económico-social. Haré énfasis en los tres elementos básicos que, en sus relaciones, constituyen su núcleo: el capital, el trabajo y el mercado. En el segundo apartado discutiré por qué tienden a predominar perspectivas esencialistas en los estudios sobre el capitalismo. Para ello me apoyaré en la noción de occidentalismo, derivada del sugerente estudio de Edward Said sobre el orientalismo.¹ Posteriormente analizaré por separado las tesis principales de la narrativa apologética y de la narrativa apocalíptica. En el apartado final del capítulo, con base en unas agudas reflexiones de Albert Hirschman, contrasto las dos narrativas y discuto la necesidad de construir un enfoque que trascienda las limitaciones de ambas.

    CAPITAL, TRABAJO Y MERCADO: EL NÚCLEO DEL CAPITALISMO

    La palabra capitalismo se utiliza para nombrar muchas cosas, entre ellas una relación social, un modo de producción, un sistema socioeconómico, un conjunto de instituciones, una idea o una etapa de la historia de la humanidad. A veces se le confunde con el mercado, con una ideología o con una determinada manera de pensar, la de quienes defienden la propiedad privada y la economía de mercado. Se habla de capitalismo comercial, de capitalismo industrial y de capitalismo financiero. De capitalismo a secas y de capitalismo de Estado. De capitalismo salvaje y de capitalismo organizado.² Hay autores que hablan de buen capitalismo y mal capitalismo.³ En fin, se trata de una noción que se utiliza para muchas cosas.

    En lugar de recuperar las nociones comunes entre los economistas, resulta sugerente tomar como punto de partida las reflexiones de Charles Tilly (sociólogo e historiador), Fernand Braudel (historiador) y Eric Wolf (antropólogo). Para Tilly, en el capitalismo […] los poseedores de capital, respaldados por la ley y el poder estatal, toman las decisiones cruciales sobre el carácter y la asignación del trabajo.⁴ Según Braudel, […] en la raíz de lo que puede comprenderse bajo la palabra capitalismo, siendo éste una acumulación de poder (que basa los intercambios en una relación de fuerzas tanto más que en la reciprocidad de necesidades).⁵ Por su parte, Eric Wolf afirma:

    […] la riqueza en manos de quienes la tienen no es capital sino hasta que controla medios de producción, compra fuerza de trabajo y la pone a trabajar […] Mientras la riqueza permanezca siendo externa al proceso de producción […] esa riqueza no es capital. […] Únicamente cuando la riqueza se ha hecho de las condiciones de producción en las formas especificadas podemos hablar de la existencia o dominio de un modo capitalista.

    Pese a las diferencias que hay entre estos pensadores, lo que es común en sus planteamientos es que en su definición del capitalismo los tres introducen las relaciones de poder: toman las decisiones cruciales, acumulación de poder que basa los intercambios en relaciones de fuerzas, hasta que controla. Para ellos el capitalismo no es un mero fenómeno económico, sino un hecho social total, que implica una relación de poder; no se basa en la reciprocidad o en un mero intercambio mercantil, sino en una relación de fuerzas entre el capital y el trabajo.

    Veo el capitalismo como una configuración económica y social en la que se interrelacionan muchos elementos. Entre los más importantes pueden señalarse el predominio del capital, la expansión del trabajo asalariado, la generalización del intercambio mercantil, la relevancia que adquiere el dinero, la profunda división del trabajo,⁷ la transformación incesante de los sistemas productivos (la destrucción creadora),⁸ la formación del Estado moderno, la propiedad privada de los medios de producción, la expansión de una mentalidad individualista (el espíritu del capitalismo),⁹ las crisis económicas recurrentes, la tendencia a la formación de monopolios, la formación de una economía mundial, la profundización de las brechas entre regiones pobres y ricas, la depredación de la naturaleza, etcétera. Si bien todos estos elementos existen en el capitalismo y son de gran importancia, yo quisiera destacar los tres primeros: el capital, el trabajo asalariado y el mercado, así como las relaciones entre ellos, porque, a mi juicio, su articulación constituye el núcleo distintivo del capitalismo.¹⁰ No se reduce al entrelazamiento de estos tres factores, pero es el que lo distingue más claramente de otras configuraciones económicas.

    Tanto el capital como el trabajo asalariado y el mercado habían existido en otras épocas históricas, en diferentes partes del mundo. A veces se presentaron por separado, en otras ocasiones existieron simultáneamente, pero nunca se habían convertido en el eje central de la economía. Los mercados habían existido en muchas sociedades, pero hasta hace unos cuantos siglos la subsistencia de la humanidad no dependía de la compraventa de mercancías. La mayoría de las personas y familias producía para su propio consumo gran parte de los bienes que requerían, o los intercambiaba en circuitos no mercantiles. El trabajo asalariado también existió desde tiempos antiguos, pero casi siempre ocupó pequeños nichos, restringidos en el tiempo y en el espacio: la mayor parte de la población no estaba constituida por trabajadores asalariados. A su vez, en muchas sociedades hubo personas que acumularon dinero, el cual utilizaban para obtener algún beneficio económico (ya sea por medio del crédito, del comercio o de algún emprendimiento productivo), pero ni el capital ni los capitalistas ni las empresas se habían convertido en actores cruciales de las economías previas a la época moderna. Sólo durante los últimos siglos el capital, el trabajo asalariado y el mercado se generalizaron prácticamente en todos los países y se articularon para constituir el corazón de esta configuración económica y social que se ha vuelto dominante en casi todo el planeta.¹¹

    El proceso de formación del capitalismo en Europa tiene sus antecedentes al final de la Edad Media, con el desarrollo del comercio y el fortalecimiento de algunas ciudades durante los siglos XIII y XIV. Continuó en los siglos XV y XVI cuando se expandió el capitalismo comercial impulsado por el mejoramiento del transporte marítimo, el descubrimiento de América, la formación del mercado mundial y las reformas protestantes. Se consolidó después en los siglos XVII y XVIII con la formación de las primeras grandes empresas, el capitalismo agrario, el crecimiento de la trata mundial de esclavos y el desarrollo de la manufactura y la industria. Con la Revolución Industrial, que comenzó a finales del siglo XVIII y alcanzó su mayor fuerza en el siglo XIX, el capitalismo se volvió claramente hegemónico en el mundo.

    El primer elemento central del capitalismo es el capital, entendido como un fenómeno económico (una riqueza acumulada que se utiliza para generar más riqueza) y como un sujeto, el capitalista (la persona que posee un capital y que busca acrecentarlo). Para James Fulcher, el capitalismo es esencialmente la inversión de dinero con vistas a obtener beneficios.¹² En su simpleza, esta definición capta uno de los rasgos fundamentales del capitalismo: la búsqueda de ganancias, la conversión de la riqueza en capital, es decir, la utilización de un determinado recurso económico, diferente al trabajo (particularmente el dinero, pero también tierras, instalaciones, maquinaria, herramienta y otros bienes acumulables), para obtener un beneficio económico.¹³ También apunta hacia la existencia de un tipo particular de sujeto, el capitalista, que invierte para obtener una ganancia. La definición de Fulcher recuerda lo que Carlos Marx llamó la fórmula general del capital:

    El valor se convierte, por tanto, en valor progresivo, en dinero progresivo, o lo que es lo mismo, en capital. […] Comprar para vender, o dicho más exactamente, comprar para vender más caro, D—M—D’, parece a primera vista como si sólo fuese la fórmula propia de una modalidad del capital, del capital mercantil. Pero no es así: el capital industrial es también dinero que se convierte en mercancía, para convertirse nuevamente en más dinero, mediante la venta de aquélla. […] Finalmente, en el capital dado a interés la circulación D—M—D’ se presenta de una forma concentrada, sin fase intermedia ni mediador, en estilo lapidario por decirlo así, como D—D’, o sea dinero, que es a la par más dinero, valor superior a su propio volumen. D—M—D’ es, pues, en suma, la forma genérica del capital, tal y como se nos presenta directamente en la órbita de la circulación.¹⁴

    El capital, entendido como la inversión de dinero para obtener más dinero —lo mismo que las personas que poseen dicho recurso, realizan la inversión y reciben los beneficios—, es algo que ha existido desde hace muchos siglos en diversas partes del mundo. Pero lo que constituye una característica del capitalismo es que esta práctica se difunde y se generaliza hasta convertirse en una de las fuerzas determinantes de la economía y de la sociedad. Así, en un primer acercamiento podemos definir al capitalismo como una configuración de la economía y la sociedad en la que la práctica de invertir dinero (o capital, en sus distintas formas) para obtener más dinero se encuentra ampliamente difundida, se vuelve hegemónica y goza de legitimidad, además de que existen las instituciones que posibilitan y reproducen esa práctica.

    El capital no sólo es una cosa, también es una relación social y un proceso.¹⁵ A primera vista pudiera pensarse que el capital es un objeto o un conjunto de objetos: una determinada cantidad de tierras, maquinaria, herramientas, materias primas, monedas, billetes, etcétera. Pero no basta la existencia física de esos objetos para que pueda hablarse de capital. Se requiere asimismo una relación de propiedad que vincule esas cosas con la persona a quien pertenecen. Tampoco se trata de capital si la persona simplemente atesora y conserva esos objetos, esa riqueza acumulada. Para hablar de capital, es preciso que la invierta, que la utilice en un proceso mediante el cual se generen mayores riquezas. En ese sentido, también implica otras relaciones entre personas y entre personas y cosas: la relación entre quien presta el dinero y quien recibe el préstamo y tiene que pagar un interés; la relación entre el propietario de un inmueble y el arrendatario que le paga una renta; la relación entre el propietario de maquinarias y herramientas y un trabajador que recibe un salario, pone a trabajar esos medios de producción y genera un producto que no es de su propiedad, sino de quien lo contrató. Lo que el capitalista busca es que al final de todo el proceso su capital se haya incrementado. La fórmula simple del capital (ya sea D—M—D’ o D—D’) no es una mera relación entre dinero y mercancías, sino la expresión de complejos procesos económicos y de relaciones entre personas (directas o mediadas por cosas) y entre personas y cosas. El capital existe como un continuo flujo de valor en el transcurso del cual asume diferentes formas,¹⁶ con el objetivo de que al final del proceso se genere un valor adicional para el propietario del capital (aunque no siempre ocurre así: cualquier negocio puede fracasar).

    Muchas veces se ha dicho que una característica central del capitalismo es la propiedad privada de los medios de producción. Si bien dicha propiedad privada tiene gran importancia, también existe en otros sistemas económico-sociales, no es un rasgo exclusivo del capitalismo. Lo distintivo es que una parte importante de la propiedad privada adquiere la forma de capital y se invierte en procesos económicos que permiten generar ganancias. Entre estos procesos, uno de los más importantes es la contratación de trabajadores a cambio de un salario.

    El segundo elemento constituyente del núcleo del capitalismo es el trabajo asalariado, que es una relación social específica establecida entre los capitalistas, que concentran la propiedad de los principales medios de producción, y los trabajadores, quienes, al no poseer medios de producción, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo a los primeros, a cambio de un salario.

    Aunque el trabajo asalariado ha existido en muchas épocas y en diversas regiones, sólo se convirtió en una práctica generalizada, duradera y central en el transcurso del siglo XVIII, en algunos países de Europa Occidental. A partir de entonces esta práctica se extendió por todo el orbe, y en la actualidad en muchos países una gran proporción de la población económicamente activa está constituida por trabajadores asalariados.

    Que algunas personas trabajen para otras es algo que ha existido desde hace muchos siglos, bajo modalidades muy diversas, como la esclavitud, la servidumbre y la dominación doméstica. Lo que es distintivo del capitalismo es que la fuerza de trabajo es una mercancía; existe un mercado de trabajo al que acuden de manera voluntaria quienes buscan empleo y quienes ofrecen puestos de trabajo.¹⁷ Aunque en tiempos antiguos existió el trabajo asalariado, sólo involucraba a pequeños sectores de la población, no existía un mercado de trabajo propiamente dicho. Además, en muchas ocasiones el pago de un salario estaba entremezclado con otras relaciones laborales marcadas por la sujeción personal o la coerción. Es sabido que la palabra salario tiene que ver con la sal que representaba una porción de la paga de los esclavos, de los criados o de los soldados encargados de cuidar la Vía Salaria, que unía las salitreras de Ostia con Roma. Así, no se trataba de trabajadores asalariados libres, sino de trabajadores que recibían una porción de sus remuneraciones en sal y otras partes en especie, en comida, en alimentos o en metálico; era un acuerdo que no se limitaba a la compra-venta de su fuerza de trabajo a cambio de un salario, sino que involucraba algún tipo de coacción extraeconómica. Sólo en el capitalismo moderno la modalidad laboral del trabajo asalariado se generalizó hasta convertirse en una pieza fundamental de todo el entramado económico.

    Mientras que en otros sistemas económicos quienes trabajaban para otros estaban obligados a hacerlo por cuestiones familiares, religiosas, políticas o simplemente por el uso de la fuerza, el capitalismo se caracteriza por la existencia de la libertad de trabajo: cada persona es libre de trabajar en donde quiera y con quien quiera, nadie está formalmente obligado a trabajar para otra persona. Lo curioso es que este sistema social donde desde el punto de vista jurídico nadie está forzado a trabajar para otros es, al mismo tiempo, con el que más frecuencia observa esta práctica. Ello se debe a la necesidad económica, porque muchas personas no tienen tierras productivas, animales u otros recursos que les permitan obtener o producir los bienes básicos para vivir, por lo que se ven obligadas a trabajar para otros que sí poseen dichos

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