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Danzando en la bruma junto al abismo: Las cuatro crisis y el futuro de la humanidad
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Libro electrónico356 páginas7 horas

Danzando en la bruma junto al abismo: Las cuatro crisis y el futuro de la humanidad

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Ante el actual escenario de crisis global, los autores identifican cuatro crisis fundamentales de alcance general: el deterioro ambiental, la crisis económica, la crisis geopolítica o de hegemonía, y la crisis de nuestra civilización contemporánea. Identifican, además, el origen común de estos procesos: la crisis del sistema capitalista.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento1 ago 2018
ISBN9789560010711
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    Danzando en la bruma junto al abismo - Miguel Baraona; Ernesto Herra Castro

    futuro.

    Introducción

    En este ensayo postulamos que la humanidad enfrenta cuatro crisis centrales1, cuyo origen, génesis y consecuencias son diferentes, pero están intimamente relacionadas dentro de un complejo sistema de interacciones que torna muy difícil la solución de cada una y de todas ellas2. Estas cuatro amenazas que se ciernen sobre el futuro de toda la humanidad son : 1. La crisis económica, que pone en evidencia la senilidad del capitalismo en su fase hipermoderna temprana; 2. La crisis ambiental, expresada sobre todo en el macro-proceso de cambio climático global; 3. La crisis de hegemonía3, que no es otra cosa que una crisis del sistema-mundo imperante desde el siglo XVI en sus expresiones más recientes y posteriores a la Guerra Fría, pero, también, una crisis del hegemón norteamericano;

    4. La crisis de nuestra civilización, dominada por la racionalidad económica capitalista, que ha penetrado de manera incontenible y devastadora en la esfera cultural y de las relaciones humanas, generando formas aún más severas de alienación colectiva e individual que en el pasado reciente y lejano. La capacidad erosiva del mundo capitalista sobre la condición existencial humana ha llegado en nuestros días a sus niveles más virulentos. Cada una de estas crisis recibirá un tratamiento específico, aunque los traslapes serán evidentes e inevitables, puesto que sólo en nuestro modelo ellas existen como fenómenos particulares, mientras en la realidad objetiva operan como un sistema muy entreverado y complejo, y con un margen de incertidubre bastante grande. Por eso, aquí sólo pretendemos dilucidar ciertas tendencias centrales, sabiendo de antemano que los resultados finales, sólo a grosso-modo, pueden ser más o menos predecibles4.

    Todas estas crisis son de carácter global, cada una de ellas tienen sus raíces en diferentes causas que se han venido desencadenado durante ciclos históricos de distinta magnitud5, y en la actualidad resulta imposible separar por completo las unas de las otras sin que ello destruya una comprensión sistémica de su gestación pasada, presente y futura. En realidad, una de las nociones que deseamos avanzar en este ensayo, es que ninguna de ellas puede ser plenamente resuelta, sin que las otras tres hayan sido abordadas de manera satisfactoria, pues en su desarrollo han llegado a imbricarse de manera muy activa y estrecha, en una suerte de sinergismo negativo que conforma una madeja muy difícil de desentrañar a nivel analítico, y mucho más, por supuesto, a nivel práctico.

    Mostrar eso último será de primera importancia en este ensayo, pero, además, queremos desplegar una sólida argumentación respecto a la causa última, o sobredeterminante, que subyace en el origen y la génesis de estas cuatro crisis principales: el proceso de modernización capitalista que en cada una de ellas opera de una manera distinta, pero que, en un balance final, reviste una importancia central en todas. La modernización capitalista incesante6 –aunque con numerosos altos y bajos– es un hilo conductor que da unicidad de causas fundamentales tanto al deterioro ambiental, como al avance y estancamiento de la economía (cuando la modernización económica se ralentiza por causas que examinaremos en el siguiente ensayo), al igual que a los grandes cambios geopolíticos que estamos presenciando a nivel global, así como también al declive de nuestra civilización contemporánea.


    1 Y sin dudas podemos hablar de muchas otras crisis que aquejan hoy a la humanidad a comienzos de la hipermodernidad (crisis políticas, crisis sanitarias y de salud pública, crisis alimentaria en diversas regiones, etc.), pero consideramos que las que abordaremos en el presente ensayo son las más cruciales en términos de nuestra sobrevivencia colectiva.

    2 Emplearemos la noción de «crisis» a lo largo de este trabajo en su acepción más común, como cambio brusco en algún proceso, o situación de un asunto o proceso cuando está en duda la continuación, modificación o cese del mismo.

    3 Aquí utilizamos el concepto de hegemonía exactamente en los mismos términos desarrollados por Gramsci entre los años 1929 y 1933, es decir como coerción+consenso, lo que la distingue de la dominación, que no es más que coerción pura y simple, expresada a menudo en violencia física.

    4 Ver: Ilia Prigogine, 1996.

    5 Es obvio, por ejemplo, que la escala temporal de la crisis económica no es la misma que la de la crisis ambiental, sin embargo, ambas tienen su explicación central en el mismo fenómeno: la dinámica específica del desarrollo capitalista.

    6 Entendida aquí como el proceso mediante el cual el capitalismo incorpora de manera constante nuevas tecnologías al proceso productivo, generando con ello una serie de impactos que se dejan sentir con intensidad variable en el medio ambiente, la economía, la política y la cultura de nuestras sociedades modernas.

    I. La crisis económica

    En este ensayo intentaremos mostrar que la crisis económica que se desencadena a partir del año 2008 no es apenas una gran recesión como la llaman algunos, ni ha sido resuelta, sino que se trata de una Gran Depresión II, comparable7, sino peor, a la Gran Depresión I que afectó a la economía capitalista global entre circa 1929 y circa 19398, aunque estas fechas varían según los autores o las escuelas de pensamiento económico e histórico que han examinado ese proceso. Pero esta es una historia cuyo comienzo se remonta a mediados de los años setenta del siglo pasado, en que suele aceptarse que los «treinta gloriosos» de la economía mundial de posguerra alcanzan su punto de inflexión9, comenzando entonces la fase B descendente de la macro-curva de crecimiento y desarrollo económico que se inicia luego de 194510.

    Y quizás para contar esta historia a cabalidad necesitamos revisitar un tema que ha sido el núcleo de algunas de nuestras preocupaciones más urgentes durante estos últimos años: la distancia cada día más evidente entre el capitalismo como es concebido por los economistas oficiales y tradicionales, todos ellos adoctrinados dentro de algunas de las más importantes vertientes del pensamiento neoclásico, y el capitalismo realmente existente. El economista egipcio Samir Amin ha señalado hace poco, de manera muy acertada11, que una de las mayores dificultades de los seguidores de las doctrinas neoclásicas radica en el paradigma en el cual se fundan, el que a fines del siglo XVIII y principios del XIX definió una economía capitalista con tres premisas esenciales que han llegado a constituirse en dogmas intocables: 1. Que el capitalismo es un sistema intrínsecamente de libre mercado; 2. Que este libre mercado capitalista regula todo el proceso económico de manera automática y para beneficio no sólo de los capitalistas12, sino del conjunto de la sociedad, siempre y cuando se le deje funcionar sin trabas externas, especialmente del Estado; 3. Que el capitalismo es un sistema que funciona mediante la búsqueda y la consecución permanente del equilibrio general a través del balance entre oferta y demanda, y entre el ingreso (en tanto la expresión monetaria de la oferta) y el gasto (en tanto equivalente monetario de la demanda13).

    Esa ilusión, en consonancia con ese optimismo desmesurado de las elites intelectuales europeas del «Siglo de las Luces», entraría en contradicción cada vez más evidente con el funcionamiento real del capitalismo. Pero aunque el capitalismo ha mostrado a lo largo de toda su evolución histórica su real naturaleza –y esta trayectoria revela, además, una y otra vez su esencia inestable, cíclica, y con intervenciones manipuladoras del «mercado libre» cada vez más obvias–14, sus apologistas intelectuales continúan tratando de convencerse y convencer al resto de nosotros que ese otro capitalismo, el real y tangible, es el fruto deforme de quienes lo han pervertido, alejándolo de su carácter original.

    En la lógica de los defensores de la superioridad del capitalismo sobre cualquier otra forma habida y por haber de organización económica de los asuntos humanos, si los Estados y las grandes corporaciones han pasado a dominar cada vez de manera más decisiva las operaciones del mercado, imponiendo de paso un sistema mundial productivo, financiero y comercial fuertemente monopolizado, ese es sólo un fenómeno deplorable, pero no el producto inevitable de la operación misma del capitalismo. En esta perspectiva, entonces, el capitalismo ha sido secuestrado, corrompido y destruido… ¡por ningún otro que por los propios capitalistas!; una reducción al absurdo efectuada por aquellos mismos que predican la superioridad del sistema económico capitalista.

    Contrario a la visión optimista del «Siglo de las Luces», el capitalismo no ha mostrado ser el gran igualador magnánimo de oportunidades y derramador de prosperidad que la concepción de este sistema económico, en tanto supuestamente poseedor de una mecánica racional de funcionamiento a través del libre mercado, nos propone. La historia económica, especialmente desde la Revolución Industrial hasta nuestros días15, ha sido una trayectoria marcada por los colapsos financieros recurrentes, las crisis productivas periódicas16 y los diferentes descalabros sociales17 que cada uno de estos incidentes ha tenido, dependiendo de la severidad y duración de estos episodios18.

    La historia, y no la ideología, nos brinda evidencias empíricas inescapables: por un lado, el capitalismo real, aquel que no es una quimera doctrinal sino una realidad palpable y cuantificable, constituye un sistema económico que siguiendo su lógica interna tiende siempre, a pesar de numerosos meandros en su evolución, a la concentración de la riqueza y, por lo tanto, a la desigualdad social creciente; mientras en otra vertiente, la propiedad de los medios de producción y el control del mercado llevan al monopolio y al estancamiento secular o estancamiento económico endémico19. Además de sus problemas crónicos, el capitalismo, en su búsqueda insaciable de mayores ganancias, es el motor principal de la destrucción ambiental en gran escala20 y del sufrimiento social y humano generado sobre todo, pero no únicamente, en los períodos de contracción y crisis, aun entre aquellos sectores de la población que algo se habían beneficiado con la riqueza acumulada durante la fase de auge económico21.

    Lo anterior no anula el hecho que ha habido fases, en la evolución histórica del capitalismo real, en que se ha producido esa «derrama» de beneficios económicos hacia sectores asalariados de la población, incluso para sus capas proletarias, siendo en estos períodos cuando la racionalidad capitalista ha estado más en consonancia con la racionalidad superior de los imperativos sociales y la sobrevivencia de la especie; fases dentro de ciclos económicos más amplios, en que la racionalidad del capitalismo ha generado abundante riqueza, misma que aunada a ciertas políticas sociales estatales ha sido mejor distribuida en el conjunto de la población. Y estos períodos de bonanza han aparecido siempre luego de que alguna crisis económica devastadora haya conducido a una amplia y profunda reorganización productiva, acompañada por nuevos proyectos políticos que han redefinido el rol del Estado y su relación con la sociedad. En esta fase A, al comienzo de un ciclo económico largo de acumulación, observamos expansión y crecimiento económico, y mayor libre competencia y acceso al mercado22. Pero este ha resultado ser sólo un fenómeno transitorio y de relativamente corta duración en una perspectiva histórica amplia.

    A medida que el capitalismo busca adaptarse –y en gran parte lo consigue de manera transitoria generando nuevas y peores contradicciones–23 a su limitante endógena derivada de la Ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia24, esta misma adaptación conlleva el auge de una economía altamente monopolizada, en la cual los espacios centrales del mercado mundial aparecen dominados por sólo un puñado de grandes poderes financieros y productivos, íntimamente asociados con los Estados, que acaban operando casi exclusivamente a su servicio25. Esto da origen a una larga etapa de estancamiento secular y una erosión dramática de las posibilidades de competencia equitativa en un mercado abierto a la innovación empresarial y al surgimiento de nuevas compañías, mismas que puedan luchar con efectividad por abrirse paso en igualdad de condiciones. Así, la «competencia» asume esos rasgos anti-competitivos propios de lo que el eufemismo en boga llama «competencia imperfecta»26, la que predomina en un ámbito económico global cada vez más enrarecido por encontrarse cautivo de un grupo de grandes capitalistas y mega-empresas que o bien destruyen a los competidores menores27, o simplemente los devoran siguiendo así su curso imperturbable hacia la monopolización total, mejor conocida como oligopolio28.

    Desde la mitad de los años setenta del siglo pasado, el ascenso de los grandes monopolios se incrementa con el desarrollo de las compañías multinacionales que operan de manera simultánea en varias naciones y cuyas redes se extienden a todo lo ancho de la economía mundial. Pero el triunfo mayor de las compañías multinacionales sería el de participar de forma activa y decisiva en la arquitectura del orden mundial, por medio de su enorme influencia en los Estados de los países de economía avanzada y, por supuesto, en una miríada de Estados periféricos más débiles y fáciles de cooptar.

    La expansión de las multinacionales y su rol protagónico en los sesenta y setenta del siglo pasado, las llevó eventualmente a transformarse en transnacionales, es decir, en conglomerados capitalistas que no sólo operan simultáneamente en varias naciones, sino que incorporan capitales de muchos países al mismo tiempo, convirtiéndose de manera efectiva en mega-empresas «apátridas» y carentes de una vinculación preferida con algún país en particular. Mientras una multinacional es una corporación basada en un país principal y con subsidiarias en varias otras naciones, una transnacional carece de un «hogar» nacional específico29; es, por lo tanto, una fase más avanzada en el proceso de internacionalización del capital y del largo proceso de globalización que se inaugura a fines del siglo XV con el «descubrimiento» de América30. Este carácter transnacional les permite a las mega-corporaciones capitalistas adquirir una notable expansión en poderío económico y en poderío político sobre los países donde actúan y, por consiguiente, en la arena de las relaciones internacionales. Es más, la mayoría de las quinientas corporaciones transnacionales (CTNs de ahora en adelante) más importantes a nivel global31, desde la década de los ochenta pasan a tener un poderío económico superior al de casi todos los Estados de la periferia (ver figuras 1 y 2) e incluso de varios países del centro metropolitano del sistema-mundo32.

    El gran poderío económico de las CTNs en la economía global puede detectarse con facilidad si examinamos la evolución de la Inversión Directa Extranjera (IDE), o Foreign Direct Investment (FDI) como se le conoce en inglés, a lo largo de las tres últimas décadas (ver: figura 2). La razón por la cual esta información es tan crucial es porque la IDE es, casi en su totalidad, un flujo financiero adentro mismo de las CTNs que invierten en sus diversas filiales nacionales distribuidas en muchas regiones del orbe, o inversiones de otras fuentes en otros países interesadas en tener participación en la estructura de propiedad o en las acciones de una determinada compañía –generalmente una transnacional. Se puede colegir, por tanto, que mientras más elevadas sean las IDEs en la economía mundial, mayor será también el poder económico global de las CTNs (ver figura 2).

    Figura 1.

    Comparación entre los ingresos totales de algunas corporaciones transnacionales y el PIB de ciertos países, 2010.

    Fuente: http://digiciv-mixtiffani.blogspot.com/2012/02/economic-globalization-free-markets-and.html.

    No entraremos en los detalles de los efectos múltiples que tuvo la emergencia de las CTNs en diversas esferas de la vida moderna, pero deseamos pulir un poco más esta aproximación al tema de las CTNs con algunas reflexiones adicionales.

    Primero queremos realzar dos cuestiones que nos parecen de importancia cardinal con respecto a la CTNs y sus causas y consecuencias, y que debemos establecer en forma temprana en este ensayo: 1. La emergencia de las CTNs es el resultado inevitable y natural de los efectos que la limitante endógena del capitalismo, la caída tendencial de la tasa de ganancia33, tiene sobre la organización de las relaciones sociales de producción y los modos de apropiación de la plusvalía; en otras palabras, no creemos que el capitalismo hubiera podido sobrevivir a la contracción global, que se inicia a mediados de los años setenta del siglo pasado, sin la creación y desarrollo de las corporaciones multinacionales primero y transnacionales después. De modo que el oligopolio, inevitablemente asociado con la aparición y consolidación de la CTNs, no es más que la expresión visible de los ajustes internos a los cuales debe someterse el capitalismo para mantener la tasa de ganancia en niveles aceptables; 2. Que la coronación de la globalización transnacional que se inicia con el auge de las CTNs conduce también, en la esfera ideológico-político-estatal y elitista, al triunfo del neoliberalismo34, doctrina y práctica que expresa las necesidades ineludibles del desarrollo capitalista en la era en que sostener la tasa de ganancia se hace cada vez más difícil, y en la que es necesario recurrir al desmantelamiento de los Estados de bienestar y a la invasión del capitalismo en todas las esferas de la vida pública: educación, salud, empresas estratégicas, recursos naturales esenciales, servicios básicos (luz, agua y otros), seguro social, pensiones, ciencia y tecnología, y un largo etcétera.

    Figura 2.

    Inversión Directa Extranjera (IDE) como porcentaje del PIB mundial, 1980-2006.

    Fuente: http://igeogers.weebly.com/globalisation.html.

    La presión ejercida por la tendencia a la tasa decreciente de la ganancia, a la que se suma una competencia cada vez más acérrima dentro del capitalismo durante la Fase A expansiva de la economía global, obliga a cada empresa en particular a buscar en forma constante mayores retornos, para luego reinvertir en mejor equipamiento. La multiplicación de este proceso microeconómico conduce a cambios estructurales emergentes en el capitalismo a nivel macroeconómico. Pero en este proceso, las transformaciones que experimentan sobre todo las grandes empresas dominantes en diversos rubros y ramas de la producción mundial serán de lejos las más significativas. Un abanico de adaptaciones a su limitante endógena, constituida por la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, comienza a tomar formas históricas concretas. Serán varias las estrategias implementadas por el capitalismo para evadir temporalmente las restricciones que se derivan de su limitante endógena y cada una de estas adaptaciones logrará mantener por un tiempo la tasa de ganancia en las diversas ramas empresariales, pero empujando, en última instancia, el anquilosamiento económico general; o lo que hoy conocemos en el lingo predominante como estancamiento secular.

    Cuanto mayor sea la embestida hacia el crecimiento del capital variable en cada empresa particular o rama productiva, más intensa se tornará asimismo la competencia entre firmas antagónicas. Pero lo que es apropiado como estrategia de adaptación a nivel de empresa o rama empresarial y/o productiva, resulta nocivo para la salud económica general del capitalismo35. En la fase expansiva macroeconómica A, una de las estrategias más utilizadas, que luego decrece en intensidad y amplitud con el estancamiento secular que sobreviene en la fase B declinante, es la intensificación del capital variable mediante la renovación del equipamiento productivo y la innovación tecnológica. En esta fase de expansión general –no por ello desprovista de altibajos y recesiones pasajeras–, la hegemonía capitalista en las esferas ideológica, política, cultural y económica se ve reforzada, pero también se intensifican los movimientos sociales que buscan igualar un poco el desigual terreno social que genera el desarrollo histórico del capital. En esta atmósfera, la naturaleza en apariencia progresista del capital se pone de manifiesto, dado que impulsa el desarrollo científico y tecnológico general, en aras de obtener instrumentos productivos, comerciales, propagandísticos, etc. En la fase expansiva es cuando se alcanzan usualmente los niveles más altos de creatividad empresarial, asociados al progreso científico-tecnológico y su aplicación al desarrollo capitalista.

    Pero ese carácter «progresista» del capitalismo no es más que una etapa transitoria. La intensificación tecnológica aplicada a la obtención de una mayor productividad permite sostener o incluso ampliar las ganancias económicas por empresa36, pero implica también que a nivel económico general se recrudece la competencia entre capitales antagónicos, misma que conducirá en forma irremisible a la eliminación, a veces progresiva y otras acelerada, de firmas, empresas o grupos de interés rivales siendo un paso necesario y dramático hacia la configuración del oligopolio37. En la fase B declinante del capitalismo a nivel macro, este se nutre en gran medida de sus propias entrañas.

    El oligopolio, esa fase más avanzada del proceso monopolístico, es retrógrado y marca el comienzo del fin del llamado «libre mercado» en sus aspectos centrales, aunque resquicios competitivos persistan siempre en los márgenes del sistema38. Del mismo modo como la competencia más descarnada de la fase expansiva A nunca elimina en forma total las tendencias al monopolio, tampoco el auge de los oligopolios consigue acabar totalmente con la competencia; son matices de gris y no realidades en blanco y negro.

    Según William G. Shepherd39, las empresas oligopólicas impiden la libre competencia bloqueando el ingreso a ciertos nichos del mercado dominados por ellos, a través de veintidós barreras u obstáculos que resultan casi insuperables para cualquier nuevo y potencial competidor: 1. Requerimientos de capital; 2. Economías de escala; 3. Ventajas absolutas de costo; 4. Diferenciación del producto; 5. Sunk costs: gastos retrospectivos que no son totalmente recuperables. Por ejemplo, el envejecimiento y pérdida de valor de ciertos instrumentos e infraestructura productiva; 6. Intensidad de la investigación y desarrollo de la empresa; 7. Asset specificity, es decir, la aplicación, transacción o inversión específica más redituable posible que ciertos activos tienen dentro de un abanico de opciones; 8. Integración vertical; 9. Diversificación de acuerdo con los conglomerados existentes; 10. Capacidad para variar costos dentro de un sistema complejo; 11. Ciertos riesgos e incertidumbres especiales; 12. Asimetría en la información; 13. Barreras formales establecidas por los Estados; 14. Acciones para prevenir la incorporación de nuevas empresas a un mercado ya controlado por grupos económicos existentes; 15. Capacidad para generar excesos; 16. Gastos de venta, incluyendo la publicidad; 17. Segmentación del mercado; 18. Patentes; 19. Control exclusivo de ciertos recursos estratégicos; 20. Emprender acciones que aumentan los costos de los rivales; 21. Una elevada y constante diferenciación del producto; 22. Capacidad para mantener el secreto en torno a las condiciones de la competencia.

    El surgimiento del oligopolio es retrógrado, ya que implica una inversión menor en modernización productiva, con tres consecuencias que empujan al estancamiento general del capitalismo:

    Se erosionan los fundamentos de la libre competencia, aniquilando de esta manera el resorte económico que promovió el desarrollo del capitalismo en su fase A de auge40.

    Se produce una contracción en el empuje progresista del capital a la innovación tecnológica y la investigación científica aplicada a la economía.

    La reducción de la competencia conduce a una menor calidad de las mercancías y servicios generados por el capitalismo, al mismo tiempo que los precios suben siguiendo los dictados de los oligopolios41.

    El efecto combinado y potenciado de estos tres fenómenos tiene consecuencias negativas sobre el desarrollo del capitalismo, conduciendo tarde o temprano al estancamiento secular; la tasa de ganancia tiende a disminuir aún más que en condiciones normales de competencia y la única escapatoria que queda es reducir

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