Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Conocimiento, ambiente y poder: Perspectivas desde la ecología política
Conocimiento, ambiente y poder: Perspectivas desde la ecología política
Conocimiento, ambiente y poder: Perspectivas desde la ecología política
Libro electrónico656 páginas8 horas

Conocimiento, ambiente y poder: Perspectivas desde la ecología política

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El libro Conocimiento, ambiente y poder. Perspectivas desde la ecología política es la segunda obra de la Red de Estudios Sobre Sociedad y Medio Ambiente (RESMA), la cual congrega a más de una docena de investigadores pertenecientes a diferentes instituciones académicas del país y del extranjero. Entre 2012 y 2016, discutimos y analizamos: ¿en qué
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 ago 2022
ISBN9786078666430
Conocimiento, ambiente y poder: Perspectivas desde la ecología política

Lee más de Mauricio Genet Guzmán Chávez

Relacionado con Conocimiento, ambiente y poder

Libros electrónicos relacionados

Antropología para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Conocimiento, ambiente y poder

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Conocimiento, ambiente y poder - Mauricio Genet Guzmán Chávez

    1.png

    Índice

    Plan de la obra

    Introducción

    Mauricio Genet Guzmán Chávez, Leonardo Tyrtania Geidt y Claudio Garibay Orozco

    Poder y tecnología en función del cambio ambiental y social en el valle del Tennessee

    Roberto Melville (Centro de investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social)

    Controversias tecnocientíficas. Proyectos de la ingeniería hidráulica en la cuenca del río Santiago

    Cecilia Lezama Escalante (Universidad de Guadalajara)

    El discurso de la tradición minera mexicana. Modelo de relación histórica entre mina y espacio social local

    Claudio Garibay Orozco (Universidad Nacional Autónoma de México)

    Con piscina en casa, pero de lixiviación: clientelismo social y horizonte de coerción en una población relocalizada por la minería canadiense en el centro de México

    David Madrigal González (Colegio de San Luis)

    Conocimiento, ambiente y poder: Wirikuta es una universidad. Ontología relacional en torno al Avatar mexicano

    Mauricio Genet Guzmán Chávez (Colegio de San Luis)

    Conocimientos y poder en la política agroalimentaria de la Mixteca oaxaqueña, México

    Elena Lazos Chavero (Universidad Nacional Autónoma de México)

    Poder, conocimiento y ecoturismo en la Selva Lacandona.El caso de la subcomunidad de Frontera Corozal

    Leticia Durand (Universidad Nacional Autónoma de México)

    El café de sombra: ¿una alternativa viable para campesinos en regiones marginadas? El caso de la reserva de la biosfera Los Tuxtlas, México

    Anne Cristina de la Vega Leinert (Universidad Ernst Moritz Arndt, Greifswald), Ludger Brenner (Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa), Susanne Stoll-Kleemann (Universidad Ernst Moritz Arndt, Greifswald)

    Comunidad, tierra viviente y el sistema de terreno humano.La geografía participativa y el derecho a la geoprivacidad

    Leonardo Tyrtania Geidt (Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa)

    Paisajes rurales en disputa: coproducción y conflictos ambientales en el sur de Jalisco

    Peter R. W. Gerritsen y Natalia Silvia Álvarez Grzybowska (Universidad de Guadalajara)

    En busca de la equidad social y cognitiva: acciones de vinculación comunitaria de programas de desarrollo sustentable en dos universidades interculturales

    Mauricio Sánchez Álvarez (Universidad Autónoma del Estado de Morelos)

    Epílogo

    PLAN DE LA OBRA

    Conocimiento, ambiente y poder. Perspectivas desde la ecología política es la segunda publicación de la Red de Estudios sobre Sociedad y Medio Ambiente (resma), la cual congrega a más de una docena de investigadores pertenecientes a distintos centros de investigación, como el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (ciesas), El Colegio de San Luis (Colsan), el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (crim), el Instituto de Investigaciones Sociales (iis) y el Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental (ciga) de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), el Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa (UAM-Iztapalapa), el Instituto de Geografía y Geología Ernst Moritz Arndt de Greiswald (Alemania), la Escuela Nacional de Antropología e Historia (enah) y Centro Universitario de la Costa Sur (CUCSUR) de la Universidad de Guadalajara (UdeG), entre otras instituciones, así como a investigadores independientes.

    A lo largo de tres años la resma celebró un seminario con periodicidad mensual para discutir en torno al eje analítico que hoy se imprime en el título: conocimiento, ambiente y poder, diferentes estudios de caso que hoy demandan la atención de la problemática y compleja relación sociedad/medio ambiente: conflictos socioambientales originados por los proyectos mineros, la política hidráulica asociada a las grandes presas, el sistema agroalimentario, el turismo rural indígena, la educación ambiental en el ámbito intercultural y diversos conflictos vinculados con el desarrollo rural.

    El interés ha sido discutir cómo los conceptos de este eje analítico resultan pertinentes para reflexionar las apropiaciones y manipulaciones más o menos explícitas del ambiente a través del poder y el conocimiento. De la misma forma, objetar el carácter pasivo de la naturaleza y, en ese sentido, descubrir las mutaciones, ensamblajes e hibridaciones que el poder y el conocimiento adquieren a partir de situaciones y contextos políticos, económicos y culturales específicos. La mirada común de los once capítulos que conforman la obra es la distribución desigual de poder y el conocimiento relativo y relacional inscrito tanto en la política ambiental como en las contiendas y los movimientos sociales que enfrentan y desafían dichas políticas.

    A la orden de la discusión teórica contemporánea, insistimos en la tensión cultura/naturaleza como criterio y guía epistemológica para enriquecer el debate posestructuralista sobre el desarrollo, las redes sociotécnicas, la teoría actor-red, las propuestas del poshumanismo y el modelo de resistencia y emancipación contrahegemónica.

    Conocimiento, ambiente y poder...

    Introducción

    Mauricio Genet Guzmán Chávez

    Leonardo Tyrtania Geidt

    Claudio Garibay Orozco

    Las preguntas iniciales

    La compilación de trabajos que el lector tiene en sus manos es la segunda publicación de la Red de Estudios sobre Sociedad y Medio Ambiente (resma), un colectivo de investigadores que agrupa tanto los independientes como los pertenecientes a diferentes instituciones de ciencias naturales y disciplinas sociales en México, y que recientemente ha incorporado en sus filas a investigadores europeos y latinoamericanos. Todos ellos, interesados en las distintas facetas y componentes de la relación sociedad/medio ambiente. La resma viene realizando reuniones mensuales desde hace diez años bajo la modalidad de videoconferencia y por Skype, herramientas de comunicación que posibilitan la interacción de sus miembros dispersos en la geografía del país y allende sus fronteras. También compartimos una página en web con acceso público en <http://redresma.wixsite.com/redresma>.

    En 2012, a partir de la publicación de Riesgos socioambientales en México (Sánchez-Álvarez, Lazos y Melville, 2012), que fue el primer libro colectivo de la resma, decidimos hacer girar nuestras reflexiones en torno a ese vórtice que es Conocimiento, ambiente y poder, título que adoptó desde ese año nuestro seminario. A casi cinco años de iniciada esta travesía, mostramos ahora al público los resultados de un trabajo colectivo e individual a la vez, uncido a la perspectiva crítica en el marco de la ecología política. En este proyecto advertimos de entrada la necesidad de reconocer el lugar de la enunciación teórica, metodológica y epistemológica para intentar tender puentes para el diálogo y la reflexión conjunta. Sin perder de vista la naturaleza de los casos de estudio ni la particularidad en los intereses y posturas de cada uno de los colegas —bagajes teóricos, éticos y profesionales—, el acuerdo tácito para embarcarnos en esta travesía fue una postura crítica explícita ante las políticas públicas que el neoliberalismo promueve para la explotación de los recursos naturales. Esto es, evitamos dar por sentadas realidades o regímenes de verdad monopólica y nos esforzamos por hacer evidentes los conflictos, forcejeos, contiendas, acuerdos y negociaciones que surgen entre colectivos humanos cuya característica principal es la distribución desigual de poder y conocimiento más su empleo discrecional.

    Las categorías analíticas de conocimiento, ambiente y poder resultan indispensables en nuestra reflexión cuando hablamos de los conflictos socioambientales relacionados con los transgénicos, las megaobras hidráulicas, la minería a cielo abierto, los sistemas de producción de alimentos y otros temas abordados en este volumen. Pensamos que existe una enorme laxitud y ambivalencia en el manejo de estas categorías y, por tanto, dispersión analítica y una cierta dificultad para comprender la cuestión ambiental dentro de un referente epistemológico que respete alternancias y desplazamientos de los discursos y de las prácticas bajo los cuales se construyen diferentes realidades socionaturales.

    La principal dificultad que tuvimos que sortear como colectivo fue definir el orden de los factores. Ante la posibilidad de entrar por la manida pregunta de en qué medida las relaciones de poder influyen sobre la construcción del conocimiento, dimos prioridad a esta otra: ¿en qué medida las representaciones de la naturaleza son mediadas por el conocimiento? Y, por lo mismo, nos preguntamos en qué sentido el poder se revela como condición situada y habilitada por una naturaleza ante todo dinámica, no pasiva, y sobre todo ingeniosa. Pronto descubrimos que no era posible avanzar siguiendo una relación jerárquica entre categorías y conceptos, sino que habría que entender este eje tripartito en su calidad de vórtice. Del latín vortex, la metáfora puede usarse para nombrar un flujo cualquiera que se desplaza en sentido de espiral hasta agotarse. Los cúmulos de galaxias, el sistema solar, las turbulencias de la biosfera, las formas de vida todas, desde la espiral del adn hasta las sociedades humanas, como cualquier cosa que se mueve en este mundo, es un vórtice que recoge en su devenir la energía, los materiales y la información, reproduciendo sus formas particulares, que son simultáneamente caóticas y ordenadas. El torbellino de ideas que se entrelazan en nuestras narrativas y que recoge el título de la presente obra se parece demasiado al objeto de estudio que cada autor construye, pues la realidad no consta de cosas, sino de procesos; el conocimiento no descubre esencias, sino probabilidades; y las decisiones no se toman a lo seguro, sino por negociación.

    No quisimos, entonces, supeditar el proyecto a la univocalidad epistemológica que predomina todavía en las ciencias que defienden,cada una, sus verdades particulares, sino que nos preocupamos por establecer un campo de realidades etnográficas a las que corresponden las interpretaciones propias. Nuestros puentes comunicativos, como los lectores podrán constatar a lo largo de los once capítulos, reflejan el interés y el compromiso para discutir y reflexionar en torno a los temas y problemas socioambientales que urgen. Un México deforestado, narcointervenido, despojado, con sus contrapartes en resistencia por la defensa del territorio, la identidad y la búsqueda de alternativas ecológico-políticas se debate en medio de la crisis y el desmantelamiento de las instituciones del Estado y la descomposición del tejido social.

    Nuestro itinerario ha estado poblado por lecturas que componen la teoría social contemporánea. Nos hemos concentrado en las discusiones sobre el dualismo cultura/naturaleza (Descola y Pálsson, 2001;Latour, 2001); el colectivo de actantes dentro de la teoría del actor-red, las cuestiones sobre la agencia atribuida a los no-humanos (Latour, 2001, 2003, 2013; Dobson, 2010); el decrecimiento como uno de los ángulos problemáticos de las discusiones sobre el desarrollo (Latouche, 2009) y los planteamientos que se distinguen bajo el encabezado de enfoques poshumanistas (Sundberg, 2011; Cadena, 2010; Brydon, 2006); hemos bordeado estas discusiones asumiendo el concepto de poder desde la perspectiva de la microfísica de M. Foulcault, el poder social de R. N. Adams y la estructura del poder como el espíritu del tiempo de E. Wolf. En nuestra búsqueda para asumirnos dentro de la corriente del pensamiento latinoamericano, hemos acudido a la crítica posestructuralista del desarrollo de A. Escobar (2012, 2014) y sus proyecciones que se ligan con los temas de la cosmopolítica amerindia y las ontologías relacionales (Blasser, 2013; Cadena, 2010; Viveiros, 2002); al concepto de colonialidad de poder de A. Quijano y W. Mignolo, y al modelo de resistencia y emancipación contrahegemónica que propone B. Sousa Santos.

    Entrometernos con tan variados autores y sus posturas nos exigió acostumbrarnos a ciertas incertidumbres epistemológicas y a una toma de decisiones pragmáticas respecto a los conceptos clave. Las preguntas que nos hacemos en esta obra son múltiples.

    1) Ambiente

    a) ¿Qué se circunscribe al ambiente? ¿La cultura es parte del medio? ¿Los seres humanos somos naturaleza contingente o inmanente; tesoro o pesadilla de la vida?

    b) ¿Cuál es la metáfora que nos vincula o nos disocia con la naturaleza, con el ambiente? ¿La naturaleza es un almacén de productos y servicios ambientales? ¿Es pasiva o interactiva, antropocéntrica, biocéntrica, coevolutiva?

    2) Poder

    a) ¿Cómo definimos el poder a partir de su condición bimodal de control de la naturaleza y dominación social?

    b) ¿Qué condiciones son necesarias para producir consenso y legitimidad, por un lado, resistencia y alternancia frente a los poderes hegemónicos, por el otro?

    c) ¿Cuál es la distribución del poder social, quién gobierna, controla, toma decisiones que afectan el curso de los ríos, los niveles de bióxido en la atmósfera, la producción de transgénicos, etcétera?

    3) Conocimiento

    a) ¿Bajo qué condiciones, reglas y acuerdos se produce y moviliza el conocimiento?

    b) ¿Qué importancia adquiere la distinción ente los distintos tipos de conocimientos (científico, especializado, cotidiano, popular…), sus campos de legitimación e influencia en las políticas sobre el ambiente?

    c) ¿Cómo se construyen y orientan los procesos mediante los cuales ciertos conocimientos se tornan hegemónicos y otros marginales o alternativos?

    La mayor parte de los trabajos aquí publicados se foguearon en la propia red y algunos de ellos se expusieron en congresos y seminarios abiertos para un público mayor. De tal suerte, hablamos de textos maduros que insisten y profundizan en temáticas exploradas por cada uno de los autores en su trayectoria académica.

    En los once capítulos que componen este libro, hemos procurado tensar y poner en relieve los intereses en juego que se esconden en las políticas relacionadas con los asuntos de supervivencia de los grupos sociales estudiados. Entendemos que los problemas del desarrollo involucran transformaciones radicales en las formas y estilos de vida, en las cosmovisiones de millones de personas en todo el mundo. Subrayamos como punto de partida la fase histórica o modelo neoliberal bajo el cual se han ampliado las facultades de intervención sobre los territorios. Esta intervención se ha hecho más sofisticada y violenta, pues se articula mediante una red mundial de corporativos e intereses trasnacionales, en donde los Estados-nación han claudicado en su papel de garantes y defensores del bien público, colectivo, y han asumido abiertamente el de gestores y coadyuvantes de intereses particulares. Consideramos, no obstante, que el trasfondo del problema requiere la amplitud de miras para reconectar la gestión del poder social y el conocimiento con los asuntos de la biosfera, la que nos incluye a todos, por ahora.

    El trasfondo del problema

    El continuum de relaciones conocimiento-ambiente-poder resume, a nuestro juicio, los factores que intervienen en la elaboración de respuestas de los grupos sociales humanos ante los riesgos y conflictos que ponen en suspenso las viejas certezas sobre la continuidad de la vida en la Tierra, tal como la conocemos todavía hoy. En los tiempos que corren enfrentamos una crisis de grandes proporciones relacionada con el cambio climático. Para la sociedad tecnoinformática, tal vez ésta sea una crisis decisiva, en el sentido de que debe aprender algo nuevo y desconocido para ella de cómo llevarse bien con la naturaleza. Podría decirse que lo que viene es una avalancha de problemas ambientales ajenos a la agencia humana, pero no, la presente es una crisis socialmente construida, una crisis ambiental de conocimiento y poder: ¿qué sabemos y qué podemos hacer?

    Los expertos aseguran que la atmósfera terrestre está sobrecargada de gases de efecto invernadero, que las capas de hielo continentales se están desmoronando, que está en marcha una masiva extinción de especies, que nuestro mundo ya no es sustentable desde hace tiempo. Sabemos que todo ello obedece al desbocamiento de una economía extractivista basada en un consumo insensato y malsano, una economía cuyo crecimiento mal encaminado es la obsesión de los gobiernos de todos los países. El registro del carbono nos da el dato duro, verificable, de que cada año la industria libera más y más contaminantes al medio. Existe suficiente información como para advertir que esto no puede seguir así por mucho tiempo (Ambrosio, 2015; Allit, 2014; Kolbert, 2014, 2015). Nuestro futuro común, como reza el título del Informe Brundtland de la onu de 1987, está en entredicho. Tenemos suficiente conocimiento de los hechos como para hacer algo decisivo al respecto, pe-ro también sabemos que están en juego fuerzas muy poderosas que no permitirán más que unas cuantas simulaciones, tales como conferencias internacionales sobre el clima con firma de protocolos no vinculantes de los que resultan pagos por servicios ambientales, que no son otra cosa sino permisos para contaminar (véase en este volumen Vega, Brenner y Stoll Kleemann, sobre el papel del cultivo orgánico en las estrategias de conservación de la biodiversidad). Las lucrativas empresas del planeta dedicadas a la extracción de recursos no abandonarán sus ganancias, el capital financiero no renunciará a la especulación y la economía de casino que nos tocó vivir, sino que seguirá promoviendo sus ofertas hasta agotar existencias (véase Garibay, Madrigal y Guzmán en este mismo volumen, sobre la industria minera). Pero ¿no habrá algún contrapeso a los poderes fácticos? Ésa es la pregunta que nos hacemos al presentar casos que hemos investigado y que presentamos aquí, casos de movimientos sociales de supervivencia que se están gestando en diferentes lugares del país. Estos movimientos se dan por parte de comunida-des y grupos humanos que dependen directamente de su medio efectivo local. Las comunidades locales se están movilizando contra los megaproyectos que amenazan la vida en su entorno. Son movimientos de resistencia en pequeña escala que, a primera vista, no parecen tener re-lación directa con el cambio climático global ni tampoco importancia para el mercado (Guzmán, en esta obra). Sus efectos, sin embargo, son decisivos por varias razones.

    La principal razón es la del aprendizaje. Un aprendizaje que se aprecia en su verdadera dimensión desde el marco de la ecología política, como podemos ver en los casos presentados. El cambio climático es una emergencia planetaria real. Las sociedades deben prepararse para enfrentar fenómenos meteorológicos extremos, intensas fluctuaciones ambientales, sequías e inundaciones que provocarán desabasto en la provisión de recursos vitales, problemas relacionados con la disposición de desechos tóxicos y migraciones de refugiados ecológicos en gran escala. La proliferación de biocidas en la agricultura hace que los insectos polinizadores se hallen en proceso de extinción en muchos lugares del mundo. El funcionamiento normal de los ecosistemas terrestres y marítimos, la fertilidad de los suelos y el suministro de agua potable están en peligro extremo. Pero, antes que un apocalipsis, ésa sigue siendo una oportunidad, al menos en lo que se refiere al manejo de daños. De la atención a los desafíos mencionados deben salir sociedades más seguras, justas y solidarias. Las sociedades humanas deben aprender a compartir el mundo con otros seres vivos y con los actantes no humanos (Latour, 2013). Pero ¿cómo se aprende esto? En la lucha por la autodeterminación de las comunidades de vida. Nadie vendrá a salvarnos de milagro. Las sociedades concretas pueden aprender algo al defenderse de los estragos de un sistema económico salvajemente injusto, como lo califica Naomi Klein en su último libro sobre el capitalismo contra el clima, según reza el subtítulo (2015: 21). A efectos de la industrialización, se están desestabilizando los ciclos naturales que regulan los intercambios en la biosfera, de modo que peligra la vida como la conocemos. Si las sociedades humanas no aprenden cuanto antes la lección que les depara el momento actual, difícilmente tendrán oportunidad de aprenderla más tarde, cuando los ecosistemas dejen de funcionar del modo como todavía lo hacen. Para el día después, hay quienes dicen, con James Lovelock (2007), que lo que debe salvarse de la crisis en marcha es el conocimiento y la información acumulados por las diferentes sociedades a lo largo de los siglos. Después de la caída del Imperio Romano, argumenta Lovelock, sobrevino en el continente europeo un largo periodo de violencia de la primavera de naciones y mucho del co-nocimiento acumulado por escrito se refugió en las bibliotecas de los conventos. Gracias a estas bibliotecas sabemos ahora de los sabios de la Antigüedad y conocemos las matemáticas de los árabes. Pero tal vez sea más importante, aunque frágil por su condición, la memoria biocultural de las sociedades campesinas e indígenas del mundo. Excluido por el mercado y sin valor visible por ahora, el conocimiento ancestral de las comunidades agrícolas será parte importante de los acervos del futuro porque es parte del aprendizaje de la humanidad. La crisis ecológica en curso nos obliga a tomar muy en serio este hecho.

    En segundo lugar, la construcción de sociedades más seguras, justas, solidarias y bien informadas sólo puede darse desde abajo. Los dirigentes políticos de los países industrializados, que son quienes podrían hacer algo decisivo para enfrentar el cambio climático, desde hace tiempo han abdicado por completo de sus responsabilidades, las de velar por el bienestar colectivo, y se han aliado con los traficantes y los merolicos de quienes dependen las elecciones. Se comportan como si supieran que la debacle ecológica no tiene remedio, y de ahí que su lógica de sálvese quien pueda lo único que les sugiere es hacer dinero. Nuestro mundo es crecientemente desigual, injusto e insostenible. La gente lo sabe porque lo experimenta en carne propia. Los movimientos por los derechos humanos, la autodeterminación de los pueblos, la seguridad alimentaria y la igualdad en el acceso a los recursos siguen brotando por doquier a lo largo y ancho del planeta. Sin embargo, en lo que respecta al cambio climático parece prevalecer una extraña inactividad de la sociedad civil. No en todas partes, pero en las ciudades, el ciudadano común voltea para otro lado, se dice a sí mismo que ése es un asunto de ecologistas. El citadino tarjetahabiente no siente la necesidad de reaccionar frente a las fluctuaciones del clima porque su vida no depende, al menos así le parece, del entorno natural, sino del supermercado de enfrente y del crédito que le otorga el banco de la esquina. ¿Acaso se necesita un nuevo movimiento social que triunfe allí donde los otros fracasaron o quedaron con logros parciales? Pues sí, se necesitan muchos de ellos y de todo tipo, porque el cambio climático es nuestra oportunidad de corregir por fin esos enconados males, de terminar el proceso inacabado de la liberación, responde Naomi Klein (2015: 563) con una dosis sobrecogedora de optimismo y fe en la humanidad. Vale la pena atender su argumento porque en la época de globalización no podemos desestimar el problema de las condiciones de vida en nuestro planeta. Vivimos en un mundo profundamente injusto e inseguro, un mundo que hemos convertido en basurero. Son los efectos de nuestra adicción al consumo los que nos están ahogando. Pero estos mismos efectos permiten también percatarnos de en dónde está el verdadero origen de nuestros problemas.

    En tiempos recientes la capacidad de los movimientos sociales como fuerzas históricas transformadoras quedó demostrada en las movilizaciones a favor de los derechos humanos y civiles de minorías y mayorías (como en el apartheid), por los de las mujeres (que son la mitad de la población mundial) y por otras causas mayores que la justicia patriarcal suele ignorar. Pero todos estos movimientos de liberación, subraya Klein en su libro, se dieron en el terreno legal y cultural, para estrellarse a la postre contra esa realidad que llamamos económica y pensamos inamovible. Pues bien, la batalla de nuestros tiempos debe librarse a favor de una metamorfosis mucho más profunda que la legal, a favor de una gran transformación, diría Karl Polanyi, que incluyera todos los aspectos, el económico entre ellos, pero sobre todo la dinámica de la naturaleza. En este sentido, la economía debe orientarse por las normas de convivencia, no por las de ganancia individual en el mercado. La convivencia entre nosotros, entre sociedades y también con la naturaleza es lo que nos puede asegurar el futuro. Se dice fácil. Pues bien, la batalla de nuestros tiempos ha comenzado, pero no en el terreno de lo legal, lo político o lo cultural, sino en los territorios expuestos al saqueo de las trasnacionales y de los caciques, en donde la gente común lucha, es decir, se organiza para sobrevivir con los recursos que ofrece el medio local.

    Se dice que saber es poder. Apreciamos tanto el poder de las ideas que, en un momento decisivo, nos desconcierta el hecho de que el conocimiento racional no tenga prioridad en la toma de decisiones políticas. La realidad social no sólo es compleja, sino desastrosa e inaceptable. No llegamos a comprender del todo cómo y por qué suceden las cosas en nuestro mundo. Es tal la controversia acerca de cómo componerlo, que en momentos críticos el conocimiento termina por pasar a segundo plano: en momentos de tensión se imponen los intereses particulares, las creencias, los prejuicios, los azares de la vida o cualquier otra cosa menos el razonamiento sereno. En momentos de crisis, la discusión se suspende y la toma de decisiones se delega en los grupos de poder. Pero si creemos que es posible la solución pacífica de los problemas y el logro democrático no violento de cambios sustanciales, sin necesidad de baños de sangre, es porque creeremos en el poder de la comunicación. Aunque el daño ya sea irreversible, aún es tiempo de argumentar y de tomar decisiones sensatas, al menos para el manejo de efectos secundarios del colapso civilizatorio en curso.

    Frenar el cambio climático exigiría gastos presupuestales de enorme magnitud, sin precedentes. Los gobiernos de los países industrializados no pueden erogar este gasto fácilmente, como lo han dicho los que no ratificaron los acuerdos de las Cumbres de la Tierra. Muchos gobiernos los han firmado, pero ninguno los cumple a cabalidad. Ponerlos en práctica arruinaría las economías de alto consumo energético. Por ahora, las reglas del juego las dictan las empresas y el capital financiero aquí y en China. Las grandes maniobras de la real politik no nos ayudarán en nada.

    La lista de los asuntos urgentes es enorme. Entre los problemas más apremiantes destaca la necesidad de abandonar cuanto antes el consumo de combustibles fósiles. Algo imposible de concebir. También urge reconstruir las economías locales, sanear los sistemas agrícolas, invertir en servicios públicos básicos, dejar de consumir cantidades ingentes de energía en las ciudades, atender la migración de refugiados, respetar los derechos de los indígenas a sus tierras y un largo etcétera sobre los derechos humanos. Para conseguir todo esto, antes que nada hay que liberar nuestras democracias de las garras de la corrosiva influencia de las grandes empresas trasnacionales, dice Naomi Klein (2015: 21). La periodista asegura que hay señales —en su país, Canadá, y en el mundo— de que este proceso de liberación ya está en marcha. Ella se propuso escribir el libro para dar a conocer esos hechos, para invitar a la discusión y para que se construyan las alianzas necesarias. Con el presente volumen nos encaminamos en la misma dirección. Tengamos o no los autores de este volumen las expectativas compartidas de una solución con base en la agencia humana, estamos relatando casos que representan intentos desde abajo de un aprendizaje ecológicamente valioso. La información que aquí presentamos es producto de nuestra investigación, pero lo que queremos transmitir es la experiencia concreta de comunidades humanas de supervivencia, comunidades que se entienden con su medio mucho mejor que con la sociedad mayor que los engloba.

    La ecología política y su pertinencia para la praxis

    La ecología política, un enfoque heredado de la economía política de inspiración marxista, está en una nueva fase. Arturo Escobar, quien hace un repaso por la historia de esta línea de pensamiento, observa que su desarrollo está marcado por las sucesivas revisiones epistemológicas de los presupuestos de entrada (Escobar, 2010). Así, el surgimiento de la ecología política se dio como resultado de la inclusión de la perspectiva ecológica en la economía. La ecología humana desatendía el poder, mientras que la economía política tenía una subdesarrollada conceptualización de la naturaleza. Cuando la ecología política se liberó en la década de los ochenta de la dialéctica y del pensamiento dualista, un relevo generacional la convirtió en un vibrante campo de investigación interdisciplinario en su segunda etapa de vida como actividad académica. Una tercera generación de ecólogos interesados en cuestiones sociales nace con las nuevas ontologías antiesencialistas que surgieron desde la crítica de la ciencia occidental como una ciencia al servicio de la conquista de la naturaleza y la colonización (Escobar, 1999, 2010; Blaser, 2013). Boaventura de Sousa Santos pudo declarar, pues, el fin de una epistemología hegemónica (Santos, 2003).

    Al entender la epistemología como vigilancia permanente de la calidad del conocimiento, de sus condiciones sociales y la integración de los saberes humanos con la realidad, estamos apostando por un realismo de corte anarquista, por así decirlo, un realismo que rechaza el fundamentalismo de la verdad única y objeta la racionalidad dogmática. No vemos la necesidad de negar la realidad como independiente de la mente humana, tan sólo la postulamos polivalente, compleja e inconmensurable, en el sentido de que admite varias explicaciones. Las diferentes naturalezas construidas, o culturalezas, se dan a partir de las distintas experiencias de vivir el mundo y son naturalezas evolucionadas con la participación de los humanos. Los antropólogos las han documentado con prestancia y ya es tiempo de reconocer la validez de las epistemes¹ de las distintas culturas (Descola y Palsson, 2001; Santos, 2003; Latour, 2003).

    Toda suerte de conocimientos alternativos y contrahegemónicos se recuperan al amparo de una ecología de saberes y de las epistemologías del sur (Santos, 2003), aunque ello sucede sin producir una síntesis superior de ninguna índole. Los tiempos del monoteísmo científico y el de los macrorrelatos sobre la historia verdadera única han terminado. Las narrativas que se cuentan ahora para entender y componer el mundo son múltiples y variadas. Por poderse cartografiar en diferentes escalas y a partir de distintos códigos, la realidad devino un ensamblaje de mundos plurales. El conocimiento es siempre parcial, incompleto e insuficiente. Para tomar decisiones correctas, difícilmente podemos contar con la información exhaustiva y segura. De ahí que las decisiones relacionadas con la supervivencia de los grupos sociales se deban tomar a partir de lo que hay. Para disminuir la incertidumbre del presente y enfrentar los riesgos a futuro, se tiene que recurrir al conocimiento insuficiente y exiguo, por lo que es necesario complementarlo con el ejercicio del poder a partir de los controles de los elementos significativos del ambiente que posee cada unidad operativa. Esa triada conceptual que aquí resumimos como el continuum de conocimiento-ambiente-poder es la manera en que los humanos intercambiamos la información entre nosotros y con el medio al ocuparse de nuestros asuntos y los de nuestro mundo. Es decir, las decisiones se toman en la arena política.

    Si las diferentes culturas tienen distintas concepciones de la naturaleza o no tienen ninguna en especial (Descola y Palsson, 2001) es porque la realidad no es transparente en absoluto, al menos para quienes no seamos místicos. Con las distintas representaciones de la realidad sucede que son conjeturas, sin que ninguna pueda arrogarse de antemano más verdad que otra. Ninguna representación refleja la realidad tal cual. Nuestro realismo depende de los modelos teóricos, esto es, de unos mapas mentales. Ya que no existe una metafísica que pudiera convencernos a todos, lo que nos queda para entendernos es ser explícitos en la formulación de los presupuestos teóricos.

    Según Escobar (2010), una tercera etapa de la ecología política surge cuando el viejo mobiliario epistemológico de las esencias es sustituido por el de las relaciones entre los fenómenos. Eso es algo más que una crítica, se está gestando una deconstrucción de la ecología política como cuerpo teórico académico para dar lugar a una ecología de saberes, como la llama Boaventura de Souza Santos, sostenidos por las prácticas localmente verificadas. Se está formando una ecología política hecha por las comunidades de supervivientes, antes que por los académicos y los especialistas. Estos saberes, desde la perspectiva de la epistemología evolucionista, son experimentos de tipo ensayo y eliminación del error. Son ensayos de sustentabilidad que persisten y se propagan por el mundo al margen del mercado y operan, por ahora, en desventaja en relación con él. Pero cuando cambien las circunstancias, esto es, cuando los efectos de la crisis ambiental desarticulen el sistema de mercado vigente, los supervivientes buscaremos de forma desesperada patrones de producción de alimentos ecológicamente viables. La ecología política está documentando estos procesos.²

    Las condiciones de supervivencia

    Si hubo alguna convergencia en las discusiones de la resma, ésta comenzó a darse tímidamente alrededor de la idea de decrecimiento de Serge Latouche. Nuestra participante europea, la doctora Anne Cristina de la Vega-Leinert, de la Universidad de Greifswald (Alemania), nos hizo saber que el enfoque de decrecimiento se popularizó de manera progresiva desde los años 1980 y más visiblemente desde los años 2000 por medio de un movimiento social estrechamente vinculado con una crítica al productivismo, al extractivismo, al consumismo y sus impactos sobre el ambiente y la sociedad. Empezando con París en 2008, Barcelona 2010, Montreal y Venecia 2012, Leipzig 2014 y Budapest 2016, las conferencias internacionales sobre el decrecimiento permiten encuentros entre académicos, activistas e interesados en promover esta corriente y vincularla con movimientos sociales de distinta índole que también buscan elaborar alternativas para el actual modelo de crecimiento neoliberal.

    En la ecología política posmoderna (por alguna razón, en la academia ya nadie quiere ser moderno) se da una discusión sobre la posibilidad de una economía de estado estacionario para prevenir una crisis planetaria. La idea de crecimiento cero se popularizó después del informe del Club de Roma (Meadows et al., 1972) y se afianzó con los trabajos de Keneth Boulding (1968) y Hermann Daly (1973). Dado que el crecimiento exponencial en un mundo finito lleva a un desenlace predecible, esto es, al colapso, parece que la salida es mantener el estado estacionario como una solución ecológica, porque así se puede sincronizar la economía con las posibilidades del planeta. Es posible permanecer en el estado de equilibrio natural, al igual que lo hace la biosfera; tan sólo es cuestión de imitar la naturaleza, se razona.

    Ahora bien, considerar el equilibrio como el máximo logro de la evolución es un malentendido. Sería un error garrafal pensar que una vez alcanzado el estado estacionario o clímax, como se decía antes, los ecosistemas permanecen en él para siempre. A escala de vida humana, la biosfera puede parecer un sistema extraordinariamente robusto y duradero, pero, por lo que sabemos de ella, tiene una historia muy turbulenta. A su propia escala del tiempo, la biosfera está lejos de estar en equilibrio, y nunca estuvo en tal estado. El equilibrio, o una situación cercana a él, se da en la Luna, donde todo lo que pudo pasar ya pasó. En la Tierra, dada la confluencia de tantos elementos que interactúan entre sí, se producen constantemente novedades evolutivas por combinación. Con todo, los recursos del planeta se desgastan sin que pueda evitarse. Cuando la Tierra alcance el equilibrio, se hallará en un estado en el que no pasa nada en absoluto, que es el estado de equilibrio termodinámico. Mientras tanto, la única manera en que pueden funcionar los sistemas vivos, que son sistemas abiertos al flujo de energía-materia-información, es interactuando en un régimen físico lejos del estado de equilibrio, al filo del caos y el orden.

    Cuando pretendemos explicar cuestiones sociales, económicas o políticas, el recurso a la física puede parecer chocante. Lo social se explica por lo social, dijo Durkheim, porque es una realidad sui generis, no reductible a la física o la biología. Ahora bien, algo pasó en la ciencia, algo que ya no nos permite manejar los ámbitos de humanidades y ciencias duras por separado. Es importante este movimiento para quienes queremos un marco teórico compartido por la interdisciplina. Al observar las incursiones de la física en la cosmología y simultáneamente en la realidad subatómica, que son mundos extraños, inconmensurables y violentos, nos damos cuenta de que ya no se puede sostener el realismo ingenuo con la permanente apelación a la idea del equilibrio. Antes que nada, nos damos cuenta de que el universo consta de realidades que no son observables sino de modo indirecto, esto es, mediante los conceptos. Resulta que las realidades sociales tampoco son del todo evidentes: en esto estamos igual. El problema aparece cuando los conceptos caducan y empiezan a estorbar. Éste es, por ejemplo, el caso del estado estacionario del universo, una explicación que cayó en desuso después de que se impusiera el modelo que postula la expansión del mismo con la concomitante pérdida de potencia. Nuestro mundo es inestable, pero creativo.

    En la ciencia, lo que importa es la lógica del argumento y la demostración empírica, pero en la ciencia de hoy hay algo más. El conocimiento en tanto información con sentido se debe a la confluencia entre conceptos previamente elaborados con datos que los corroboran o refutan. Lo nuevo es la conciencia de que los datos se recogen con un instrumental conceptual prefabricado, pero de tal manera que los modelos de la realidad se vuelven parte de ella. La realidad, como lo dijo Werner Heisenberg, no existe fuera de nuestros métodos de indagación. Lo cual, transferido al tema que aquí se aborda, quiere decir que la naturaleza no existe fuera de nuestros métodos de supervivencia. Las apuestas y predicciones sobre la realidad que vive cada conjunto social se hacen participando en el juego de la vida, nunca desde fuera de él. Esto se refiere a todas las culturas como modos de estar en este mundo habidas y por haber. La ecología política, como enfoque interesado en los modos de relacionarse las sociedades humanas con su entorno, asimila esta diversidad y la concibe como parte de la evolución de la biosfera. Ésta es, a nuestro entender, la novedad que asoma en la ecología política de hoy: no hay realidad independiente de los modelos; luego, los modelos de concebir la naturaleza devienen parte de ella. Así, por ejemplo, el capitalismo y su mercado no son artificios que se puedan abolir desde la política cambiando la visión del mundo, porque están bien incrustados en la realidad como modelos de interactuar con la naturaleza. El consumismo no va en contra de las leyes naturales tal como las conocemos hoy; va en contra de nosotros mismos como dueños del mundo. Ahora bien, es posible vivir con modelos defectuosos, pues a la larga todos lo son, pero de ahí no se concluye que el autoengaño colectivo es lo único que hace soportable nuestra existencia.

    Las diferentes culturas tienen distintas visiones del mundo y nosotros tenemos la nuestra. Es así, sosteniendo cada quien la suya, como podemos dialogar y entendernos entre las distintas cosmovisiones. Incluso la confrontación entre ellas es una forma de diálogo. Es fácil entender eso porque algo parecido pasa en nuestro propio ámbito cultural. También nuestra experiencia personal íntima nos hace ver que la construcción de la identidad cuenta con elementos heterogéneos para su ensamblaje y no es nada fácil conciliar tantas influencias. La mente humana parece estar hecha de varios sistemas clasificatorios. Los conceptos a priori, el pensamiento racionalmente estructurado, las convicciones religiosas, la moral, la estética y el sentido común son fragmentos de la condición humana que tienen su propia lógica. Es un bricolaje cultural en acción, y la coherencia entre estas diferentes racionalidades es nuestra lucha de todos los días.

    En el ámbito de la civilización occidental en nuestros tiempos, es la ciencia la que suele gozar de más prestigio que otros saberes humanos. Y dentro de la ciencia actual, lo que se puede decir sobre la naturaleza es de incumbencia de la física, en primer lugar, aunque fuera por la tecnología que produce. No todos los saberes se desarrollan al mismo grado y ritmo. Es importante lo que dice la física para las demás ciencias, incluidas las sociales, porque de ahí vienen los conceptos más sólidos que explican el funcionamiento del mundo en el que nos tocó vivir. Ahora bien, no sólo eso. No estamos en el mundo ni por encima de él, sino que somos parte del mundo que hemos construido: evolucionamos con él, y él con nosotros. Vivimos un mundo al que la misma ciencia y tecnología contribuyen a conformar. La ciencia actual presupone que la naturaleza está hecha de relaciones y procesos, no de cosas y esencias. Ésta es la episteme, entendida como el espíritu del tiempo, que nos predispone a pensar en una naturaleza que no tiene costuras.³ Según esto, la sociedad es un proceso tan natural, enmarcado dentro de la evolución de la biosfera terrestre y del cosmos, como todos los demás acontecimientos, estocásticos en su origen y fuera de equilibrio en su desempeño.

    Pero si somos parte de la naturaleza, ¿qué es lo que falló entonces? Si bien una economía extractivista de dimensiones globalizadas no tiene futuro (por su falta de reciprocidad para con la vida), su desarticulación que ya comenzamos a experimentar es una cuestión imposible de predecir en detalles. La revolución informática en marcha y las nuevas tecnologías que la sostienen dividen las sociedades humanas en facciones con acceso desigual a éstos y otros recursos. Es así como se crean mundos excluyentes. El acceso a las diferentes tecnologías basadas en el manejo de flujos de energía no disponibles para el común de los mortales, tecnologías de alto insumo energético, no solucionará los problemas más apremiantes de la crisis ecológica; al contrario, los estará agudizando. Este tipo de tecnologías agravan los problemas ambientales por su necesidad de insumos de alta energía, por ingredientes sofisticados y desechos inmanejables que el medio no puede absorber. Con este tipo de tecnología difícilmente podrá construirse un mundo compartido.

    La integración de nuevas tecnologías crea más problemas de los que soluciona. Tomemos como ejemplo la biotecnología intensiva en recursos. La investigación en bioingeniería, que comenzó hace relativamente poco, restringida a los laboratorios, es a estas alturas un gigantesco experimento colectivo (Latour, 2003) que se realiza en muchos lugares y afecta a todo el mundo. Recordemos los casos de las vacas locas, las epidemias provocadas por virus mutantes, los accidentes industriales y las catástrofes ecológicas provocadas por el manejo de biocidas y contaminantes. En la actualidad, observa Bruno Latour, todos nos encontramos inmersos en una red de experimentación a gran escala que desborda los límites que antes se pensaban naturales por inviolables. Esa experimentación hace desaparecer las fronteras entre lo normal y lo adulterado, entre lo espontáneo y lo inventado, entre lo interno y lo externo. ¿Qué es lo natural y lo no natural en ella? Esos experimentos ya no son simplemente cuestión de laboratorio, un lugar bajo control por definición. Ante nuestros ojos se están saliendo de cauce. Involucran relaciones comerciales, problemas legales, actividades políticas,movimientos sociales. Abarcan cosas, ideas, personas y seres vivos. Es una miscelánea descomunal, inédita. Funcionarios, productores, comerciantes, consumidores, científicos, agentes financieros, clérigos, juristas, políticos y ciudadanas de a pie, todos estamos inmersos en procesos que comportan riesgos inimaginables y que, de vez en vez, adquieren proporciones escandalosas que superan nuestra capacidad de comprensión del asunto.

    En el caso de la biotecnología, se trata típicamente de riesgos manufacturados (Beck, 1998), con la salvedad de que no hallamos a quién atribuirle la responsabilidad por su manufactura. No existen proto-colos de estos procedimientos ni hay instituciones capaces de monitorear los resultados. El asunto se asemeja mucho a cualquiera de los procesos evolutivos o ecológicos de los que la historia natural da cuenta. Los procesos naturales carecen de dirección, planificación y previsión porque ninguna de sus partes es capaz

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1