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Encumbramiento del despotismo
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Libro electrónico359 páginas4 horas

Encumbramiento del despotismo

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Si alguna vez se hizo algunas de las preguntas a continuación, este libro es para usted:

¿Por qué unos pocos mandan y muchos obedecen?
¿Por qué los burócratas se creen superiores a los demás?
¿Corrompe el poder, o llegan los corruptos al poder?
¿Es la superstición la nodriza del estado?
¿El estado es una emanación o una imposición sobre la nación?
¿Sabía Ud. que los déspotas sufren de cratomanía?
¿Por qué las revoluciones resultan en menos libertad que antes de ellas?
¿Por qué los déspotas apartan a sus colaboradores cercanos en cuanto llegan al poder?
¿Por qué las democracias son necesariamente oligarquías?
¿El poder político es una entelequia estática o dinámica?
¿La Ley (el poder legislativo) limita o expande al poder?
¿Qué significa ser libre?
¿Ha habido alguna vez en la Historia un pueblo libre?
¿Se pierde la libertad gradualmente, o de una manera súbita?
¿Cuál es el caldo de cultivo de la tiranía?
¿Son las democracias recintos de libertad o de opresión?
¿Es el estatismo, camino inexorable al despotismo?
¿Cuáles son las características psicológicas de los líderes políticos y de los tiranos en particular?
¿Por qué los ciudadanos se someten a los tiranos?
¿Hay males, como la tiranía, que duren cien años?
¿Por qué fallan los países?
¿Hay esperanza para la libertad?

Las respuestas a éstas y a muchas otras preguntas las encuentra en este libro.
Algunas serán obvias, pero otras le asombrarán.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 may 2015
ISBN9781310704727
Encumbramiento del despotismo
Autor

Franklin López Buenaño

El Dr. López obtuvo su Ph.D en Economía de Tulane University, y un grado de ingeniería química de la Universidad de Texas A&M. Es profesor Emérito de University of New Orleáns, y profesor de Tulane University, University of Innsbruck, Escuela Superior Politécnica del Litoral, y Universidad San Francisco de Quito.El Dr. López es autor de varios artículos de teoría económica en journals académicos de EE.UU. y autor de varios libros en América Latina sobre dolarización, economía política, medio ambiente y desarrollo económico. Promotor de la política económica que ha impactado de mejor manera la realidad del país en los últimos doce años, la Dolarización. Además, es un incansable formador de economistas y pensadores libres.

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    Encumbramiento del despotismo - Franklin López Buenaño

    Capítulo 1.  El Poder y la obediencia

    y los que ejercen el poder ...

    se hacen llamar bienhechores

    —Lucas 22:25

    En todo conglomerado humano hay individuos que mandan y otros que obedecen.  Lo curioso y hasta fascinante es que el número de los que mandan es pequeño en relación de los que obedecen.  Como dijimos anteriormente, Poder no es lo mismo que influencia.  Poder significa control asimétrico de unos sobre la conducta de otros.  Uno puede tener influencia y no tener poder; el ejercicio del poder implica mando por un lado y obediencia por otro.  Es más, se encumbran en el Poder personas con unas ciertas características psicológicas que los lleva a acaparar el Poder a la vez que un sinnúmero de personas, agachan la cabeza, y aparentemente muy contentos sacrifican libertad a cambio de dádivas y favores del que manda.  

    Pero no es fácil llegar al Poder y mantenerse en él: quien desee ejercerlo debe tener una disposición moral flexible, porque tomará decisiones que irán en contra del bienestar general pero en beneficio propio; es decir, para llegar y mantenerse en el Poder(7), los lleva a engañar, a mentir, y, en el mejor de los casos, a ocultar intenciones y decisiones.  Aunque debo advertir que no todos los gobernantes son populistas, ni todos los populistas son dictadores, ni todos los dictadores son tiranos*.

    * Hay que advertir también que hay déspotas sin ser populistas como Pinochet o populistas sin ser déspotas como el ecuatoriano Velasco Ibarra. (8)

    Cuando se estudia el Poder, llama la atención la obediencia de los muchos.  No hay Poder sin obediencia, y puesto que es en la familia donde una persona aprende a obedecer a los padres parecería que imbuida en la psiquis del hombre estaría el obedecer.  No obstante, es común la rebeldía de muchos en contra de la autoridad de los padres por lo cual esta explicación no es suficiente.  Se podría afirmar que obedecer está en las costumbres.  Que ciertas culturas propician la obediencia, pueblos que no han conocido la libertad son fácil presa de los déspotas.  También cuando hay una desconfianza generalizada la búsqueda de un mesías(9) es el espejismo de la puerta de salida a la libertad.  Cuando la gente ha perdido la conciencia de su libertad no siente la opresión como un grave mal, consecuentemente, no puede querer liberarse de ella.  Los hombres nacidos para la servidumbre la toman como condición natural del hombre y se contentan con que los dejen vivir.  Inclusive, hasta en algún momento llegan a sentirse orgullosos de su opresión.  Es como un caballo que al principio se encabrita pero luego se acostumbra y hasta se enorgullece de sus arreos*.

    * Nos viene a la mente el síndrome de Estocolmo: los raptados llegan no sólo a aceptar su cautiverio, sino que llegan a ensalzarlo. (10)

    Otra razón para aceptar los mandatos es la cobardía o la desidia.  Cuando se pierde libertad se pierde coraje.  Bastan bonos, subsidios y otros regalos que concede el Poder para aceptarlo como legítimo.  He ahí por qué muchos tiranos son populistas.  Los paladines de la libertad siempre fueron valientes, pelearon por sí mismos, por sus hijos y por su pueblo, no se amedrentaron en trabajar ni eludieron responsabilidades.  Los pusilánimes, los indolentes, los envidiosos no pelean por la libertad.  Es suficiente que les ofrezcan pan y circo y con eso se distraen, se hacen amigos de lo fácil,  agradecidos y sumisos.  Dice Thays Peñalvar(11), un conocido comunista venezolano: 

    Se ha sembrado la mala costumbre de mantener a la gente con regalitos, comida, organizarlos en comunas improductivas, colchones y misiones para que pueda gobernar el de turno.  Ya lo dijo Marx al referirse a la sociedad de beneficencia, los reyes y los tiranos mantienen licenciados de tropa y un montón de aprovechados y vagos, con equívocos medios de vida y de sospechosa procedencia.  El lumpen-proletario es el peor enemigo de la revolución.

    El déspota populista crea imagen, ilusiona y hasta convence de que es más que hombre.  Hasta él mismo parece estar convencido de su inmortalidad, pero en fondo sabe que no lo es, trata de perpetuarse a través de su prole.  El pueblo obediente lo aplaude, sus cualidades no son de esta tierra, por ello habla del carisma de su tirano y cree a pies juntillas que no hay otro que pueda sustituirlo.  Y los allegados al Poder se creen seres superiores, dotados de cualidades intelectuales y destrezas por las cuales, por ser una posición de mando, han ascendido sobre los demás.

    Pero el Poder no nace fuerte ni sólido, evoluciona como lo observa Bertrand de Jouvenel(12), uno de los pensadores más profundos sobre el origen y la naturaleza del Poder.  Los primeros en ejercer el Poder fueron los brujos o chamanes, quienes utilizaban la magia para dominar a las fuerzas naturales, no a los hombres; pero cuando el hombre abandona la cacería y se vuelve sedentario, los magos se apoderan del poder de mandar también sobre los hombres.  De los hechiceros el Poder pasa a los guerreros y de la plutocracia guerrera a la aristocracia y de ahí al absolutismo de las monarquías.  

    Desde el siglo XII al XVIII el Poder público no cesó de acrecentarse, aunque esto haya provocado protestas y reacciones violentísimas.  Desde entonces acá el Poder ha continuado creciendo sin suscitar más protestas ni reacciones.  Esta pasividad la debe el Poder a las brumas de las que se rodea.

    Hoy y siempre el Poder es ejercido por un conjunto de hombres que disponen de la maquinaria, del sistema de palancas cuya función es transmitir la fuerza o la amenaza de la fuerza, es lo que conocemos como gobierno: una estructura legal, ejecutora y sancionadora para obligar a los ciudadanos a ciertos comportamientos sociales.  Este conjunto constituye lo que se llama Poder, y su relación con los hombres es un contacto de mando.  Lo que ha cambiado es que se ha dado al pueblo unos medios cómodos para que cambie a los principales participantes en el Poder.  Parecería entonces que el Poder es más débil.  Pero observamos que al poder cambiar de participantes se abre también la oportunidad para que sean los más ambiciosos los que se apoderen del Poder.  Antes ciertas personas no podían acceder al Poder y por ende estaban dispuestas a denunciar el menor abuso.  Ahora en cambio, todos son pretendientes, ninguno tiene interés en disminuir una posición a la cual algún día podría acceder, ni paralizar una máquina que un día le llegará a él el turno de usar.

    Se dan circunstancias en que el mismo pueblo desea tener al frente una voluntad vigorosa.  Un hombre o un equipo pueden, entonces, apoderándose del Poder, emplear sus palancas para subir sin escrúpulo.  De ahí viene el que se encuentre en los círculos políticos de la sociedad moderna una gran complicidad a favor de la extensión del Poder.  Como dicen los comunistas: El Estado no es otra cosa que una máquina de opresión de una clase por otra, todo eso de la misma manera que una monarquía.  A lo que habría de añadirse: y, quizás, mucho peor.

    Es también importante anotar que lo que edifica y mantiene al déspota es la complicidad de un grupo que participa de la rapiña que ofrece el uso del Poder.  En primera instancia es un grupo pequeño, de cinco o seis.  Éstos a su vez cuentan con la complicidad de otro grupo de mayor número, los cuales tienen también sus cómplices y así sucesivamente.  No faltan los asesores, los colaboradores, los partidarios, los otros funcionarios de provincias, los congresistas afines a la ideología del gobernante.  Estos lo mantienen y construyen la pirámide de opresión.  Por participar en el Poder  y acercarse al botín público ponen la mano en el fuego por él, se contradicen y olvidan lo que antes habían sostenido, no les tiembla la conciencia ni se llenan la cara de vergüenza de ser extensiones de la mente del líder.  El cinismo es su marca de distinción.

    La benevolencia del Poder

    El Poder tiene dos características: su naturaleza y su desempeño.  Su naturaleza es el mando, su desempeño es egoísmo o altruismo.  Los que ejercen el Poder pueden utilizar el mando (su esencia) para beneficio del grupo que gobierna o lo pueden utilizar para generar bienestar.  Muchos confunden el desempeño con la naturaleza del Poder, es decir, creen que la búsqueda del bien común es la esencia del Gobierno (los que ejercen el Poder), mas no es así. 

    La benevolencia del Poder es una consecuencia del mando;  en dictaduras o tiranías los que mandan necesitan recursos para beneficiar a sus allegados que los sostengan; en democracias necesitan los votos de los electores y para ello ofrecen bienes como educación, servicios de salud, infraestructura; en oligarquías los beneficios van para los grupos que presionan y buscan rentas como aranceles, regulaciones, impuestos especiales, etc.  En resumen, el Poder no cambia de naturaleza —ni siquiera después de revoluciones— aunque puede cambiar su desempeño, dependiendo de las circunstancias del marco institucional y de los individuos que ejercen el Poder.

    La psicología del Poder

    No existe conjunto humano en el que no haya autoridad, es decir, en toda colectividad unos mandan y otros obedecen, y los que mandan son no sólo minoría sino una minúscula minoría en relación al resto.  Cualquiera que haya fundado una pequeña organización social se habrá encontrado con lo difícil que es mantener una cierta obediencia a las obligaciones que esa organización impone.  Sin embargo, observamos que incluso en colectividades humanas de millones de personas persiste la jerarquía de mando: unos pocos mandan y la gran mayoría obedece.  Es más, en la Segunda Guerra Mundial pueblos enteros fueron obligados—para atacar y defender— a ofrendar su vida por su gobierno.  La historia de la humanidad está plagada de tiranos y déspotas que esclavizaron y esclavizan sin que sus súbditos ofrezcan mucha resistencia; aunque también los hay dictadores, autócratas, y sistemas democráticos en los que los individuos agachan la cabeza y se someten a los dictados de los que ejercen el Poder*.  ¿Por qué?  

    * Recuerdo al lector que a lo largo del libro utilizo la palabra Poder con la mayúscula cuando se trata del poder político. (13)

    Según Bertrand Russell(14), existe en el ser humano un impulso hacia el poder, esta tendencia natural se refleja en las emociones y los sentimientos hacia el poder, los que conforman el deseo del poder y la gloria.  La única manera de obtener gloria es mediante el poder, tanto el deseo de poder como el deseo de gloria son idénticos, uno conduce al otro, están estrechamente aliados.  En este sentido Russell considera que es un error suponer que el interés económico es el motivo fundamental de estudio de las ciencias sociales, pues la riqueza es tan solo un medio para llegar y alcanzar el Poder, y en la medida en que se aumente el control sobre los medios económicos se puede acrecentar el Poder.  Para Russell, el concepto fundamental de la ciencia social es el Poder, en el mismo sentido en que la Energía es el concepto fundamental de la física.

    La malicia en el ejercicio del Poder 

    En un ensayo anterior(15) sostenía que no llama la atención que mucha gente coincida en que la mayoría de los líderes políticos son embusteros.  Sin embargo, si alguien sostuviera que todos los líderes políticos son embusteros lo natural sería descartar la afirmación por exagerada.  En ese ensayo propusimos evidenciar la veracidad de esta premisa afirmando que todos los líderes políticos, sin excepción, cualquiera que sea su inclinación ideológica, su origen nacional o cultural, en cualquier tiempo o espacio, unos más que otros, todos se ven obligados a manipular a sus seguidores para persuadirles de la validez de su comportamiento, a menudo ocultando sus acciones.  En otras palabras, los que ejercen el Poder necesariamente deben recurrir a la decepción y al engaño.  

    Es que la naturaleza propia del ejercicio del Poder, contamina a quien lo ejerce, de tal manera que ningún líder puede sobrevivir como tal sin engañar o manipular a otros (tanto a sus seguidores como a sus opositores) y esto lo hace deliberadamente.  Liderazgo político y picardía van de la mano en todo tiempo y en todo lugar o, como diría el periodista ecuatoriano Diego Oquendo(16) «…todos los políticos son igualitos.  Eche una mirada al pasado y verá que casi, casi, no hay diferencia».  Dicho de otra manera, el líder tiene que tener estómago para ejercer la autoridad (legítima o no).  Por ello muchas personas de alta categoría moral desdeñan la participación en la política.  Un examen minucioso de las actuaciones de Winston Churchill, Charles de Gaulle, Nelson Mandela, John F. Kennedy o Ronald Reagan, considerados por muchos como buenos o grandes líderes, descubre frecuentes manifestaciones de manipulación y engaño.  

    No pretendo juzgar la virtud o falta de ella en un líder reconocido como tal sino demostrar que, para ser efectivo, éste inevitablemente termina recurriendo a actos contrarios a la ética.  En el supuesto de que la tesis fuera cierta, obligadamente surgen algunos interrogantes.  Por ejemplo, ¿por qué se insiste en afirmar que la causa de una desazón social es la falta de líderes si los líderes no están exentos de vileza?  Si la falsedad de los líderes fuese aceptada por la totalidad de la población, ¿no llevaría esto a una negación de toda institucionalidad o eliminación de toda autoridad política?  Pero, observamos que, a pesar de la insatisfacción de una sociedad con sus gobernantes, no desaparece el anhelo de encontrar un gobierno que ejercite el Poder para beneficio de la ciudadanía y no para los intereses de los que ejercen el Poder.

    La naturaleza del liderazgo

    El liderazgo es una actividad que consiste en (1) ganar y mantener seguidores y (2) usar a los seguidores para lograr determinadas metas.  Ambos objetivos son necesarios para el ejercicio del Poder.  Uno puede realizar grandes obras —escribir una novela, componer una sinfonía o curar un cáncer— sin ser un líder.  También uno puede tener un gran séquito de discípulos y no lograr mucho.  Liderazgo es la capacidad de ciertas personas para movilizar un gran número de individuos para los objetivos de los que ejercen el Poder, aunque no sean morales o éticos.  Movilizar significa motivar, organizar, orientar y dirigir.  Este proceso está lleno de tentaciones que no pocas veces llevan a los líderes al autoritarismo, al despotismo o a la tiranía.

    Vivimos en un mundo complicado y cuando aparece un desasosiego social la solución puede requerir medidas complejas.  No obstante, nos gustaría encontrar soluciones rápidas, simples, honestas, lógicas, razonadas y transparentes.  Consecuentemente, cualquier simplificación que se logre va a ser producto de una negociación entre varios intereses, a menudo hecha clandestinamente (debajo de la mesa), con decisiones tomadas bajo presión que, además, deben ser retocadas (dorar la píldora) para hacerlas apetecibles y expeditas; o decisiones mercadeadas a base de retórica, sofisterías o tergiversaciones.  En consecuencia, el liderazgo no es más que una forma de cultivar la ignorancia para minimizar las dudas o acallar las interrogantes

    El arte de movilizar a los seguidores

    Es una perogrullada afirmar que sin seguidores no hay líderes, no obstante, un líder primero debe ganar partidarios y luego mantenerlos, es decir, debe dominarlos o influirlos para conservar su respaldo y conducirlos en la dirección deseada.  Es un arte porque se requiere talento y habilidad para lograr el apoyo y la subordinación de sus seguidores.   Esta habilidad depende (1) de la predisposición psicológica de los seguidores, (2) de sus valores y creencias y (3) del marco institucional en el que se sustenta.  Estas tres variables son los recursos que deben estar al alcance de un líder.  

    La naturaleza misma del Poder conduce al dirigente a simplificar, engañar, manipular para lograr la movilización de sus seguidores.  Si son apáticos recurre al autoritarismo, a los eslóganes para despertarlos de su desidia.  Si son sumisos y pusilánimes recurre al paternalismo o a la emotividad y hasta al sentimentalismo.  La retórica, las promesas de cambio, emocionan y nublan el racionamiento.  Inclusive, gana obediencia de los que están complacidos con el status quo, invocando ideologías altruistas o reformas socioeconómicas.

    El Poder puede emanar de los valores y creencias de la población, pero como la cultura no es unitaria ni homogénea, el gobernante debe maniobrar y explotar las posibilidades latentes en la diversidad de sus valores.  Para ello, utiliza las causas comunes, demostrando que son justas y buenas.  Su reto consiste en identificarse clara y contundentemente con los anhelos de la población, simplificándolas para no entrar en contradicciones y generalizándolas sin anularlas ni fragmentarlas.  En este caso las cualidades personales del líder, inefabilidad, carisma, oratoria, son importantes para su triunfo.  Lamentablemente, los gobernantes no pueden traicionar a los que contribuyeron a llevarles al Poder, sucumben ante la influencia de las dádivas y el dinero ajeno que, irremediablemente, los transforman de benefactores en explotadores.

    Finalmente, los gobernantes recurren también al cambio de reglas para lograr sus fines.  Aunque el proceso del cambio institucional sea lento(17), los líderes más efectivos han sido aquellos que lograron burlar las reglas, modificándolas, para lograr sus objetivos.  En este sentido, las limitaciones institucionales han sido inefectivas a lo largo de la historia y han contribuido a que el Poder de los líderes políticos vaya en aumento.

    La predisposición psicológica

    El Poder es un espejismo porque se supone que quienes tienen el mando pueden utilizarlo para generar bienestar social.  Por ello se busca a alguien con poder de decisión, fuerza, valentía y visión de futuro, alguien que sepa a dónde ir y a dónde llevar a sus conciudadanos, en resumen, alguien que simplifique problemas difíciles, como si el conflicto no radicara en la naturaleza del ejercicio del Poder sino en la calidad de los líderes.  ¿Es que, quizá el hombre vive una fantasía y despojarse de ella le es extremadamente traumático?  O ¿es que se les otorga un carácter taumatúrgico esperando que los gobernantes realicen milagros, más allá de cualquier explicación lógica?  La falta de racionalidad de la mente humana bien podría servir de explicación para la búsqueda de líderes mesiánicos pues correspondería al deseo de encontrar soluciones fáciles en un mundo complejo, sujeto a inesperados y espontáneos desenlaces.  Según el psicólogo social Esteban Laso(18) el cerebro humano se compone de módulos que simulan el mundo físico.  Los objetos siguen trayectorias rectas y lineales, sin curvas ni ángulos abruptos.  Así como en el ajedrez, en el que el movimiento del caballo es más complejo y por lo tanto más difícil de entender y predecir que el de la torre o el del alfil, en el mundo social los módulos que lo impulsan corresponden a la intencionalidad, es decir, se supone que las causas de los fenómenos sociales son agentes activos con propósitos definidos.  No es fácil comprender que el orden no siempre es resultado de la acción intencionada de alguien sino que muchas veces es espontáneo.  Rectificar el cálculo de la intención detrás de la acción requiere de mayor escrutinio, como ocurre cuando nos enfrentamos a los movimientos del caballo del ajedrez.  Esto invita a los que buscan y desempeñan el Poder a ofrecer soluciones lineales, simples, con claras especificaciones de causa y efecto (aunque sean falaces o sofísticas). 

    También se puede afirmar que lo que sostiene el Poder radica en el ámbito de las emociones, de la fe, de la esperanza, del corazón que tiene razones que la razón no conoce.  Todo es cuestión de imagen, de fantasía, de mito.  Por eso hay mucho espacio tanto para líderes santos como para líderes villanos, cada cual con su gran séquito de seguidores.  Seguimiento que fácilmente se torna sometimiento ciego y desafía la razón.   

    Porque lo que verdaderamente existe es la creencia humana en la legitimidad del Poder, la esperanza en su poder bienhechor y la conciencia que se tiene de la existencia de su fuerza.  Pero es evidente que la legitimidad no le viene más que por la conformidad con que los hombres estiman el ejercicio del Poder.  No tendría el Poder ese carácter bienhechor si no fuera por la conformidad de sus fines con lo que los hombres creen que es bueno.  Su fuerza sería nula si no fuera por lo que los hombres creen que deben prestarle.  Parece, pues, que en la obediencia entra una parte enorme de creencia, de crédito y de aspiraciones fantasiosas*.

    * En inglés, wishful thinking.

    El Poder: centro de las esperanzas humanas

    El principio de todo progreso es la búsqueda de escapar de las tres Furias: escasez, ignorancia e incertidumbre, es decir, el hombre busca alterar las condiciones y circunstancias de su entorno para mejorar su nivel de vida.   Por eso llega a menudo a invocar la intervención de las potencias invisibles en los asuntos personales.  ¿Por qué no pedir también la intervención de una potencia visible que sea lo suficientemente fuerte para llenar todos nuestros deseos y transformar toda nuestra vida?  El cetro del rey podría percibirse como una varita mágica capaz de hacer un milagro por nosotros.  Si éste no es capaz de una justicia expedita, de una largueza súbita, pierde su atractivo mágico.  

    A pesar de que hemos comprobado la nocividad del Poder una y otra vez,  éste nunca muere, renace siempre e incluso más fuerte que antes.  Es como una lotería en la que los jugadores no han ganado nunca, pero vuelven siempre, halagados por una leve esperanza.  ¿Por qué? Porque sabe de uno que sí ganó.  Cuanto más grande sea el margen que haya entre los deseos despertados en el hombre y las realidades de su existencia, más vivas son las pasiones que exigen y traen al mago de la varita mágica.  Así, bien puede decirse que el Poder es un aprovechador de deseos.

    El Poder no solamente es el centro de unas esperanzas egoístas, sino también el de unas esperanzas altruistas y anhelos de bienestar social.  Las grandes innovaciones tecnológicas nos asombran, la humanidad en pocos siglos de existencia ha pasado de utilizar el costoso fuego como iluminación a los baratos bombillos eléctricos de LED.  Entonces, es fácil imaginar la manera cómo el hombre, si tuviera todo el poder, reconstruiría el universo y así nos llenamos de esperanza en que la tecnología nos va llevar a niveles de bienestar nunca soñados por nuestros antepasados.  Por eso, muchos creen que el hombre también puede tener el poder de reconstruir el orden social, imponer deseos no solo sobre la Naturaleza y sino sobre las mismas acciones humanas.

    Los valores y creencias

    Al nacer a la vida social nos encontramos con el Poder, como nos encontramos con un padre al nacer a la vida física.  El Poder parece ser un hecho natural.  Ha presidido las vidas humanas tan lejos como se hunde en la Historia.  Entonces se podría afirmar que el obedecer es una costumbre de la especie.  El Poder existe porque siempre ha existido, aunque haya tomado formas diversas y diversas justificaciones.  Obedecemos porque no nos queda otro remedio que obedecer.  O como afirma Leonardo Corral (20) está en nuestros genes: «Así evolucionamos. Somos una especie gregaria, que requiere de un líder para que nos guíe en la caza y en la guerra.  Está en nuestros genes.  En esto nos parecemos más a los lobos y a otros mamíferos cazadores.  En los otros primates (que son esencialmente vegetarianos, aunque se conoce que los chimpancés también cazan), también hay gregarismo, tienen un líder macho y hembra alfa —orden de picoteo— pero en general no están tan acentuadas las características gregarias como en el hombre».  

    Los valores, las creencias, la visión cósmica, las costumbres y tradiciones de un pueblo se conocen como cultura.  ¿Hasta qué punto el sistema de gobierno es producto de la cultura?  Si los valores y las creencias determinan la efectividad de un gobernante, ¿hasta qué punto puede éste modificar o trascender la cultura?  Pero no existe una cultura unitaria sino una diversidad de valores y creencias, inclusive elementos contradictorios de tal manera que el que ejercita el Poder tiene una variedad de acciones entre las cuales optar.

    En la medida en que necesita actuar, quien sustenta el Poder jerarquiza los cursos de acción a seguir.  Esto implica que no le queda más remedio que simplificar las situaciones tanto para la masa de seguidores como para los de su séquito cercano.  Lo hace de varias maneras, dependiendo del tamaño de los grupos que lo siguen.  Mientras más grande es el grupo, mayor la necesidad de simplificación, pero ésta es importante hasta entre sus colaboradores más allegados para impedir que se fracturen sus propuestas.

    Una de las maneras de evitar ambigüedades y reducir alternativas es presentarse como redentor, alguien con quien la masa puede identificarse.  Eso se logra encontrando causas comunes como ganar una guerra (Churchill), restaurar la grandeza de un país (de Gaulle), derrotar el comunismo (Reagan), acabar con el capitalismo (Lenín) o algo más específico como eliminar las corridas de toros, o prohibir fumar.  Lo importante es actuar —hacer algo— para lograr el éxito de la causa común.  

    ¿Corrompe el Poder?

    (21)

    Hemos descrito un comportamiento de los gobernantes sin adscribirlos algo más que no sea efectividad, es decir, la habilidad para lograr lo que se proponen.  Esto no implica que lo que se propongan no pueda ser útil o beneficioso, aunque se ha popularizado el aforismo de Lord Acton: El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. ¿Es esto verdad?  Anécdotas u observaciones por sí solas no son suficientes para establecer inequívocamente que el poder corrompe.

    Lo que sí parece demostrable es que la diferencia radica entre estar en una posición de poder y el sentimiento de poder.  El que tiene una posición de poder no necesariamente lo usa con propósitos egoístas o malévolos, pero el que tiene una posición de poder y se siente poderoso, sí tiende a abusar.  El poder desinhibe, tiene el mismo efecto que el alcohol,

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