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Se acabó la farsa: La gran cortina de humo del consenso progre
Se acabó la farsa: La gran cortina de humo del consenso progre
Se acabó la farsa: La gran cortina de humo del consenso progre
Libro electrónico180 páginas5 horas

Se acabó la farsa: La gran cortina de humo del consenso progre

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Información de este libro electrónico

Haz que los demás se peleen entre sí y tú saldrás ganando... ¡Divide y vencerás!

El título lo dice todo. Este libro no deja de ser una visión realista, irónica y políticamente incorrecta de cómo algunos de nuestros actuales dirigentes, a través de los consensos «progres», deforman la realidad para conseguir sus propósitos a cualquier precio...

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento14 jul 2021
ISBN9788418665189
Se acabó la farsa: La gran cortina de humo del consenso progre
Autor

Luis Asúa Brunt

Luis Asúa Brunt. Nacido en Madrid, de madre inglesa, casado y padre de cuatro hijos, es un empresario, abogado y articulista ocasional que pasó más de una década inmerso en la política madrileña. Sus pasiones son escribir, la empresa y la política.

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    Se acabó la farsa - Luis Asúa Brunt

    Se-acab-la-farsacubiertav13.pdf_1400.jpg

    Se acabó la farsa

    La gran cortina de humo del consenso «progre»

    Luis Asúa Brunt

    Jorge Fernández-Sastrón

    Ilustrador:

    Emilio Fernández-Galiano Campos

    Se acabó la farsa

    La gran cortina de humo del consenso «progre»

    Primera edición: 2021

    ISBN: 9788418665677

    ISBN eBook: 9788418665189

    © del texto:

    Luis Asúa Brunt, Jorge Fernández-Sastrón

    © de las ilustraciones:

    Emilio Fernández-Galiano Campos

    © del diseño de esta edición:

    Penguin Random House Grupo Editorial

    (Caligrama, 2021

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com)

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A vosotros, nuestros hijos, con la esperanza que este libro sirva para mejorar España pues sois los grandes sufridores de la fiesta «progre».

    Prólogo

    La raza humana —mejor utilizar el femenino, decir «el hombre» puede que no esté bien visto hoy en día— ha evolucionado de manera fabulosa a lo largo de la historia. Comenzamos siendo poco más que un simio que consiguió aprender a andar sobre dos patas, cambió la manada por la familia y la tribu y se erigió, con el paso del tiempo, en el amo indiscutible de nuestro planeta. Ni siquiera los dinosaurios llegaron jamás a tener tanto poder sobre las demás criaturas de este mundo. Hemos colonizado todos los continentes, reducido las distancias hasta permitirnos atravesar los océanos sólo para pasar el fin de semana, conquistado el espacio exterior. ¿Qué más podríamos desear salvo perdurar, como ellos, más de cien millones de años?

    Por supuesto, en el párrafo anterior sólo —sí, con acento— queremos ofrecer una imagen de la grandiosidad que supone la civilización, obviando las muchas adversidades que sin duda todavía sufre. Desde nuestra etapa más primitiva hemos avanzado en nuestro desarrollo y conseguido alargar nuestra esperanza de vida, tener una existencia cada vez más segura, multiplicarnos hasta convertir la superpoblación del mundo en un problema y crear un entorno en el que nuestra realidad puede llegar a ser un placer, no una lucha por la supervivencia. Es sólo un pequeño apunte para recordar de dónde venimos, pero en este libro lo que queremos es intentar averiguar cómo, por qué y hacia dónde vamos, aunque no hablemos de millones de años, sino del futuro inminente.

    De la misma forma que nuestra evolución ha conseguido a lo largo de la historia todo lo comentado con anterioridad, también ha llegado a un punto en el que desaparecidas para la gran mayoría las necesidades más acuciantes y garantizado —al menos en los países más desarrollados— el llamado «Estado del bienestar», no hemos podido evitar que la mente de algunos dedique su tiempo y esfuerzo a encizañar, embarullar y confundir a los demás, muchas veces buscando problemas donde no los hay o a través de la deformación de la realidad o su justificación cuando es claramente perniciosa. En lugar de continuar perfeccionando nuestro entorno y cooperando los unos con los otros, hemos entrado en una dinámica autodestructiva en la que las diferentes «tribus» o «colectivos», como les gusta hoy en día que los llamen, desafían a la sociedad por cuestiones ajenas a cualquier fin que persiga el bien común. Hay gente que aprovecha el bienestar logrado para seguir avanzando como etnia a través del arte, la cultura, la investigación científica, la creación de nuevos bienes y servicios, la filantropía, la religión o cualquier otra actividad que siga proporcionando al ser humano una aún mejor calidad de vida. En cambio, los mencionados colectivos siembran el desconcierto y falsean la realidad con el único fin de obtener un beneficio propio.

    Uno de los más perniciosos para la población, y al que dedicaremos este libro, no es otro que la unión de gente de tendencias izquierdistas, feministas, animalistas, abortistas, sexo-identitarias, anticlericales, anticapitalistas o cualquier otra doctrina extrema que fomente la desunión y la lucha fratricida.

    Lo que está claro es que después de nuestro difícil, trabajado y sin duda exitoso pasado, hemos llegado a un punto de saturación y hemos proporcionado demasiado tiempo libre a personas que, en vez de utilizarlo para mejorar, lo emplean para enredar aún más la madeja.

    Y por ello estos autores, querido lector, algo hartos de la soberbia que la mal llamada superioridad moral de la izquierda produce, hemos decidido dar un golpecito encima de la mesa —suave, no sea que acabemos en comisaría— y hemos dedicado algún tiempo a analizar las entrañas de ese nuevo consenso que todo lo abarca. Lo hemos llamado el consenso «progre» para abreviar y meter en el mismo saco todas esas ideas, mentalidades y conductas que se han convertido en el nuevo catecismo del hombre urbano, de cómoda clase media, aparente librepensador, un poco escéptico y leal votante de la izquierda, aunque a veces —pocas, la verdad— también vote a la derecha o algo que se le parezca.

    Sería bueno que todos aportáramos nuestra visión del mundo, respetáramos la de los demás e intentáramos trabajar siempre unidos para seguir avanzando. Pero está claro que algunos no están por la labor y que esto no da más de sí. Pretendemos, como muchos otros lo han hecho antes y puede que con más elegancia y talento, desenmascarar la gran farsa que yace bajo la moderna y pretendida doctrina progresista.

    1. ¿Qué es el consenso «progre»?

    Hay comunistas que sostienen que ser anticomunista es ser fascista. Esto es tan incomprensible como decir que no ser católico es ser mormón.

    Jorge Luis Borges

    El acopio de principios alegales o de dudosa legitimación, establecidos en la sociedad en los últimos tiempos como un chapapote que anega los pilares básicos de nuestra convivencia, es lo que en adelante denominaremos el consenso «progre».

    Nuestras actuales sociedades postmodernas parecen no tener ideología, y esto es radicalmente falso. Hay una ideología muy potente, aunque sutil, que lo permea todo: la desestructurada socialdemocracia moderna o las ideas de cómo debe organizarse la sociedad que ha impuesto la izquierda.

    El consenso «progre» no ha sido creado como un gran edificio teórico. Eso fue cosa del marxismo. Karl Marx trató de dar una apariencia científica e inexorable a su construcción política de la sociedad comunista. El Consenso es una ideología totalitaria que pretende la uniformización de la sociedad creando un hombre nuevo.

    El marxismo cultural, cuyo hijo predilecto es el consenso «progre», es un recetario de ideas y conductas que pretende lo mismo. Es totalitario en cuanto a que quien se oponga a dicho recetario pasará a ser algo parecido a un enemigo acérrimo del sistema democrático, o sea, un fascista. Pero es una socialdemocracia muy desestructurada y su fuerza radica en no parecer un sistema identificable.

    Describir cómo hemos llegado a aceptar este totalitarismo cultural sería muy laborioso, pues no hay hitos ni acontecimientos claros que marquen su evolución hacia el éxito. El consenso «progre» se ha ido instalando en nuestras vidas de manera paulatina, doméstica, día a día. Ha logrado posicionarse en nuestra sociedad a través de la política, de los medios de comunicación, del entretenimiento —este último pieza fundamental, pues los que siempre han sido meros animadores pretenden incorporarse a la alta cultura— y, por supuesto, de la educación. Y así, de forma sutil o mediante persecuciones y linchamientos implacables, se ha instalado como la gran ideología de los nuevos tiempos. Pero no es una ideología de ganadores, no. Es una ideología muy conservadora y profundamente egoísta, como intentaremos explicar en los siguientes capítulos.

    A lo que renunciamos es a explicar cómo el Consenso se ha ido acomodando entre nosotros. Necesitaríamos escribir muchas páginas de aburridísimas crónicas de cómo en tal universidad fue arrumbado Fulano, reputado profesor, para darle protagonismo a Mengano, más acorde con la filosofía de los nuevos tiempos. O cómo Zutano, presentador de un programa de televisión, fue despedido, aunque la creciente audiencia lo seguía con gran interés, porque no encajaba con la ideología del canal de turno. O cómo Perengano, aquel prometedor individuo que tenía las ideas tan claras y tanta elocuencia y energía al proclamarse candidato, bajó el tono —no sólo de la voz, también del mensaje— para no convertirse en una molestia y esperar con calma a que le llegara el momento de poder gobernar. ¡Seguro que hasta podríamos ponerle cara!

    Sólo hay un asunto que sí desarrollaremos, pero que no tiene una fecha muy marcada, y es cuando la izquierda se da cuenta de que sus ideas ya no se pueden imponer con sangre y violencia mediante una revolución y empieza el marxismo cultural. Este es más pacífico, desde luego, pero conserva la misma energía y el mismo cierre de filas con el que habían practicado antes el marxismo revolucionario.

    El recetario del consenso «progre» suele incluir unas actitudes —el expresidente Rodríguez Zapatero, uno de sus grandes adalides, lo llamaba «talante»— y una clara división de la sociedad en grupos o «tribus» que garanticen el voto cautivo. A estas últimas les dedicaremos algún capítulo. La actitud —el talante— tiene que ser, y siempre de forma desmesurada, buenista, humanitaria, solidaria, urbana, animalista, globalista, multicultural, ecologista, sostenible, feminista y… ¡anunciada con fuegos artificiales!

    Pero todo ello sin exigencias y con evidentes contradicciones. Es decir, al «progre» le gusta el inmigrante de patera, pero no el emprendedor que viene a invertir. Está muy concienciado con el cambio climático, pero no hace absolutamente nada, por lo que a él se refiere, al respecto. El paro es un desastre, pero no está dispuesto a ceder un ápice de sus derechos para flexibilizar la dureza y rigidez de la legislación laboral, que es una de las causas del problema. Exige cada vez más gasto y más deuda pública sin preocuparse en absoluto por la carga a la que está sometiendo a las generaciones futuras. En fin, nos encontramos ante un individuo cuya ideología sociopolítica es lo que, con acierto, algunos autores denominan como «estatismo individualista». Curioso contrasentido compaginar estatismo, que implica lo colectivo, lo de todos, la solidaridad, pero individualista, casi diríamos que de un modo exacerbado a medida que dicho personaje va haciéndose viejo y más cauteloso y asustadizo. Un individualismo sumamente egoísta que exige al Estado el mantenimiento de unos privilegios a costa de lo que sea y al que dedicaremos un capítulo entero.

    El consenso «progre» tuvo algún momento de vanguardia, pero hoy está anquilosado. Impide cualquier reforma de calado incluso ante lo evidente y es una posición ramplona por conservadora, una especie de coaching dirigido a toda la ciudadanía para ir generando individuos iguales en pensamiento y obra. Pero puede ponerse muy agresivo cuando hay alguna voz discordante, porque el precio por salirse de la línea de ensamblaje es terrible. Quien no piensa igual que ellos acaba en la semiclandestinidad vergonzante o incluso en el ostracismo social.

    Vayamos a los orígenes. El Consenso es un producto de la izquierda que nace cuando se supera la lucha de clases y la revolución violenta. Nuestra tesis es que la izquierda renunció a imponer sus ideas por medio de la violencia cuando las circunstancias, sobre todo el crecimiento de las clases medias y del bienestar social, hacían completamente absurdo seguir con la revolución impuesta a sangre y fuego. Pero no cejó en su objetivo totalitario de crear una nueva sociedad y, sobre todo, un perfil prediseñado y obligatorio para el nuevo hombre.

    Esta evolución desde el marxismo violento y revolucionario al marxismo cultural fue paulatina y, de hecho, ambos convivieron durante algún tiempo. Hubo momentos en los que se preconizaba la revolución sangrienta y también se impulsaba la revolución pacífica —al menos sobre el papel— de los seguidores del fundador del partido comunista italiano Antonio Gramsci —eurocomunistas, culturetas y pedagogos como sir Anthony Crosland, quien afirmó que el socialismo se construía en las escuelas y no en las fábricas—. La revolución ideológica de Gramsci, el eurocomunismo

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