EMPERADORES DEL SIGLO XIX
“Un príncipe debe inquietarse poco de las conspiraciones cuando le tiene buena voluntad el pueblo; pero cuando este le es contrario y le aborrece, tiene motivos de temer en cualquier ocasión y por parte de cada individuo”. Este fragmento, muy popular desde hace ya casi 500 años entre las altas esferas del poder europeo, pertenece al capítulo XIX de El príncipe, la obra más conocida del diplomático y teórico político italiano Nicolás Maquiavelo. Este tratado político del siglo XVI forma parte de una larga tradición literaria que hunde sus raíces en la Edad Media y cuyas obras tenían como objetivo último el aconsejar a reyes, príncipes y nobles en el ejercicio del poder público. Pretendían ser algo así como manuales prácticos para gobernantes jóvenes o inexpertos; de ahí que el subgénero literario se conozca como speculum principum, espejo de príncipes.
Y no había mejor manera de ilustrar a los gobernantes del Renacimiento que con el ejemplo de los emperadores clásicos. Así, emperadores poco conocidos hasta entonces como Galba, Otón, Vitelio, Pertinax o Didio Juliano se convirtieron en cuestión de pocas décadas en “viejos conocidos” de las élites europeas. Fueron
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