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La resiliencia ciudadana del siglo XXI: Una perspectiva integradora.
La resiliencia ciudadana del siglo XXI: Una perspectiva integradora.
La resiliencia ciudadana del siglo XXI: Una perspectiva integradora.
Libro electrónico241 páginas3 horas

La resiliencia ciudadana del siglo XXI: Una perspectiva integradora.

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A finales de la segunda década del siglo XXI, cobra mayor importancia la resiliencia ciudadana ante la pandemia provocada por el COVID-19 que afectó considerablemente la vida planetaria; los cambios en las relaciones sociales se dieron de una manera impactante, el aislamiento físico incidió en la dinámica familiar, escolar y comunitaria. Ante esto
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 sept 2021
ISBN9786079888794
La resiliencia ciudadana del siglo XXI: Una perspectiva integradora.
Autor

Lilia Benítez Corona

Lilia Benítez Corona: Doctora en Ciencias de la Educación. Profesora-Investigadora en la Universidad Politécnica de Pachuca. Perfil. PRODEP. Miembro de la Asociación Internacional para la Investigación de la Resiliencia. Miembro del Consejo Mexicano de Investigación educativa. Publicaciones en: libros, memorias en extenso, artículos y poencias en congresos nacionales e internacionales en su línea de investigación: educación, desarrollo humano y resiliencia. directora de tesis de maestría: Instructora de talleres de resiliencia. Reyna del Carmen Martínez Rodríguez: Doctora en ciencias de la Educación por la Universidad autónoma del Estado de hidalgo. Profesora-Investigadora en la Universidad Politécnica de Pachuca, Titular B, 23 años como profesora universitaria, miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel 1, perfil deseable PRODEP, líder del cuerpo Académico en consolidación; Estrategias de Aprendizaje y Enseñanza en EBC, Coordinadora de la maestría en Enseñanza de las ciencias. Línea de investigación: estrategias de aprendizaje y resiliencia para el desarrollo humano.

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    La resiliencia ciudadana del siglo XXI - Lilia Benítez Corona

    CAPÍTULO I

    La ecología del aprendizaje resiliente,

    un futuro posible en la ciudadanía global

    Reyna C. Martínez-Rodríguez

    Introducción

    En los albores de una nueva centuria se observan cambios sustanciales en las formas de vivir y convivir de las nuevas generaciones que conforman la ciudadanía del siglo XXI . Estas interacciones surgen en un entorno globalizado que se caracteriza por el incremento del uso de Tecnologías de la Informació n y la Comunicación ( TIC ), además del deterioro ambiental.

    Hablar de estos intercambios sociales acordes con las tendencias actuales que predominan en la ciudadanía global implica tomar como marco la crisis ecológica-social en la que se encuentran los grupos humanos, también matizada por Azkarraga (2014: 85) como crisis socioecológica, al contemplar su origen en el comportamiento de las personas centrado en una idea de crecimiento continuo que rebasa el consumo permanente de recursos e incrementa la producción de residuos.

    Es en este contexto que surgen la desigualdad, la pobreza, la exclusión de personas y la disminución de la justicia social, además del deterioro ecológico. Diversos análisis de expertos como Morin y Viveret (2011), así como Azkarraga (2014), ven en ambos rasgos el detonante de los conflictos presentes y futuros. El impacto de la brecha social provoca que la riqueza se acumule en los estratos más altos, mientras que los riesgos se acumulan en los más bajos.

    Con lo anterior, se confirma la aseveración de Beck (2002) en cuanto a que las sociedades contemporáneas se han transformado en sociedades de riesgo, en las cuales se viven cambios acelerados como producto de la modernización y la globalización que provocan la necesidad de generar nuevas estrategias de afrontamiento a las situaciones emergentes y cotidianas que se presentan en los grupos sociales.

    Han surgido varias propuestas con el objeto de contrarrestar dicho desequilibrio, como promover una mayor integración de las personas a través de una vida democrática en la que permee la capacidad de decisión autónoma de los ciudadanos para el bienestar no sólo propio, sino también de los demás, que deriva en acciones concretas en el diario vivir, más allá de únicamente considerar la elección de los representantes políticos o de un trato equitativo (Delval, 2012).

    También se proyecta una estrategia plasmada en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible que presenta una visión de desarrollo inclusivo a largo plazo y manifiesta la importancia de implementar medidas audaces, transformativas y estructurales que se necesitan urgentemente con el objetivo de reconducir al mundo por el camino de la sostenibilidad y la resiliencia económica, social y ambiental (Unesco, 2016).

    Lo anterior abre un vasto horizonte en la búsqueda de alternativas que fortalezcan la sostenibilidad y la resiliencia a través de un proceso dinámico de significación en relación con otros conceptos afines como riesgo, crisis, aprendizaje y oportunidad. Al vincular la resiliencia con las ecologías del aprendizaje, se forma un entramado teórico que puede impactar favorablemente en la formación de la ciudadanía global.

    De esta manera, la metáfora ecológica permite tener una perspectiva más amplia del aprendizaje al integrar las formas diversas en las que se puede adquirir (Looi, 2001). Como señala Barron (2004: 6), las ecologías del aprendizaje constituyen un conjunto de contextos, ya sea en espacios físicos o virtuales, que proporcionan oportunidades de aprendizaje a lo largo del tiempo y en diferentes entornos, los cuales comprenden una configuración única de actividades, recursos personales y materiales, así como las interacciones que emergen de ellos.

    Esta configuración única tanto de actividades, recursos e interacciones tiene una relación estrecha con el aprendizaje de la resiliencia, concepto que ha detonado debates por ser relativo y subjetivo de cada persona, puesto que considera sus características específicas y las circunstancias en las que se han desarrollado. Más aún, el fomento de la resiliencia responde de modo crucial a las nuevas exigencias de la vida contemporánea; si bien no es una estrategia suficiente para el combate de la exclusión, la inequidad, la pobreza y la escasa justicia social, sí puede ser un factor determinante para impactar favorablemente la posibilidad para que los ciudadanos proyecten sus acciones y tomas de decisión con esperanza del presente (Krauskopf, 2007).

    Puesto que pensar la ciudadanía desde la educación implica tener claridad de los procesos de enseñanza y aprendizaje que convergen cotidianamente en la dimensión ética y en acciones que se convierten en prácticas comunes en las instituciones, se requiere que las personas se posicionen con mayor determinación en sus capacidades personales, que tomen conciencia del potencial que tienen para poder extraer lo mejor y desarrollar la virtud de construir el futuro a partir de generar posibilidades que aclaren el horizonte; al respecto, Grané y Forés (2019) hacen énfasis en el desarrollo de la habilidad de resiliar para metamorfosear y beneficiarse de la crisis y el desorden.

    Este capítulo presenta la ecología del aprendizaje resiliente, resaltando la importancia de la toma de conciencia desde la propia subjetividad de las personas. Se organiza en cuatro apartados en los que se desagrega la importancia de la ecología del aprendizaje resiliente; se inicia con el análisis de las ventajas de complementar la construcción de la ciudadanía global a partir de un ángulo resiliente. Posteriormente, se realiza una reflexión acerca del sinsentido del sentido en la escuela y el espejismo que en ocasiones impide ver la oportunidad en lugar de ver el faltante. En tercer lugar, se aborda la importancia del fomento de la ecología del aprendizaje resiliente, para concluir con el encanto de servir como parte sustancial del anclaje para una transformación y rescate del sentido humano en la formación de la actual ciudadanía global.

    La formación ciudadana global vista

    desde un ángulo resiliente en la escuela

    Al considerar la crisis socioecológica que menciona Azkarraga (2014), se puede afirmar la necesidad de fortalecer y adaptar al contexto actual la formación ciudadana. El desarrollo de la ciudadanía global requiere, ahora más que nunca, una toma de conciencia y acciones pertinentes que deriven en el incremento del entendimiento humano y del planeta. Las nuevas generaciones en el siglo XXI necesitan empoderar su conocimiento, actitudes, habilidades y valores para que puedan tomar decisiones acertadas en un mundo interconectado en los ámbitos cultural, político, económico y social (Burbules y Torres, 2000; Unesco, 2013; Oxley y Morris, 2013).

    La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) señaló desde 2011 la necesidad de promover una preparación estratégica y de cooperación internacional con el propósito de prevenir y vigilar los fenómenos socioecológicos conocidos, además de los desconocidos e inesperados que puedan ocasionar conmociones a nivel mundial. Enfatizó elementos clave para configurar dichas estrategias como el fortalecimiento de las capacidades de gobierno por medio de instituciones y normas internacionales, así como la consolidación de la resiliencia en la sociedad.

    No obstante, es importante tomar en cuenta que las interacciones de las nuevas generaciones se delinean a través de novedosas coordenadas configuradas por la inserción tecnológica y digital denominada por Castells (2009) Sociedad Red, la cual se caracteriza por apoyarse en una estructura social conectada, descentralizada y abierta que sobrepasa las barreras físicas y temporales. Esta red impacta particularmente a las instituciones de educación, al generar nuevos desafíos en los procesos de formación de los ciudadanos que intentan integrarse en un mundo cambiante, competitivo y tecnológicamente complejo.

    Dicho entramado muestra la complejidad del concepto de ciudadanía como mejora en el desarrollo de la propia persona y su interacción con la sociedad en un proceso de formación a lo largo de la vida. En dicho proceso, las instituciones educativas cobran relevancia porque ofrecen formación a las personas para participar en la sociedad desde diversas aristas, y son un medio de transmisión de una cultura caracterizada por usos, costumbres, normas, tradiciones y principios del grupo social según el momento histórico en el que se encuentre, con el objetivo de impactar favorablemente en la formación integral que coadyuva en el desarrollo de ciudadanos capaces de insertarse en la sociedad de forma crítica, creativa y propositiva.

    De ahí que la construcción ciudadana global vista desde el ángulo de la ecología del aprendizaje resiliente propone una nueva perspectiva que consiste en el desarrollo de la capacidad para afrontar de forma consciente cambios continuos o emergentes. Dado que en el ámbito educativo persisten escenarios con matices de toxicidad, agresión y limitada conciencia social, las ecologías del aprendizaje emergen como un marco de análisis desde un ámbito individual, donde se concatenan el contexto personal y la relación que se mantiene con los diversos entornos, ya sean virtuales o físicos, además de integrar tanto el proceso como el propósito de lo que se aprende (Jackson, 2013).

    Tomar conciencia de los factores, situaciones, experiencias e intereses que configuran las ecologías de aprendizaje resiliente puede ser una estrategia que ayude a fortalecer la formación de la ciudadanía. Cabe destacar que Barron (2006) señala que el propósito de articular el marco de ecologías del aprendizaje favorece el análisis acerca de la dinámica del aprendizaje a lo largo del tiempo, considerando entornos tanto físicos como virtuales.

    Asimismo, la perspectiva de la resiliencia en los contextos sociales destaca la complejidad de la interacción humana y el papel activo de las personas en su desarrollo, lo que ha reforzado una posición actual, contextual y sistémica del desarrollo humano a nivel individual y social. De ahí que la resiliencia se entiende como una cualidad humana universal presente en todo tipo de situaciones difíciles y contextos desfavorecidos que permite afrontar situaciones complejas e, incluso, salir fortalecido y transformado de dicha experiencia (Vanistendael y Lecomte, 2002).

    Desde los años ochenta, las ciencias sociales incorporan el término de resiliencia para describir a personas capaces de desarrollarse psicológicamente sanas a pesar de vivir en contextos disfuncionales, como entornos de pobreza y familias multiproblemáticas. Personas con la capacidad de recuperarse tras haber sufrido experiencias notablemente traumáticas, en especial catástrofes naturales, epidemias, guerras civiles, deportaciones y campos de concentración (Werner y Smith, 1992; Rutter, 1993).

    De manera análoga, el desarrollo de la resiliencia no asegura una protección total, tampoco se adquiere de una vez y para siempre (Manciaux, 2003). Su significado se refiere tanto a los individuos en particular como a los grupos familiares o colectivos capaces de minimizar y sobreponerse a los efectos nocivos de las adversidades y los contextos desfavorecidos como los que se viven hoy en día.

    Actualmente, el significado de la resiliencia va más allá, puede generar deliberadamente círculos virtuosos expansivos como elementos esenciales para crear esperanza a través de expectativas positivas (Forés y Grané, 2012: 10). Este proceso se puede dar a través de la toma de conciencia de vocabularios que entretejen expectativas positivas para impulsar a las personas a un aprendizaje que las enriquezca en su diario vivir.

    Las palabras que se utilizan con frecuencia en las interacciones de las personas forman vínculos y pueden impactar de manera favorable si derivan en la configuración de ecologías del aprendizaje resiliente, que lleven a relaciones centradas en una posibilidad que amplíe transformaciones positivas y saludables tanto de la persona como del tejido social. Por tal razón, la ecología del aprendizaje resiliente y las creencias que dan soporte a la cultura de los diferentes grupos sociales son significativas en la construcción de la ciudadanía.

    En el libro El lápiz mágico de Malala se puede encontrar parte de una autobiografía y definición personal que hace la autora de sí misma: Me llamo Malala Yousafzai y soy una activista, bloguera y estudiante universitaria. Soy de Pakistán, pero ahora resido en Inglaterra. Con diecisiete años me dieron el Premio Nobel de la Paz en 2014, siendo la persona más joven en tenerlo gracias a que dije NO a la violencia (Yousafzai, 2017). En esta frase se puede ver parte de una configuración de la ecología del aprendizaje resiliente de una persona que analiza y expresa la comprensión de su naturaleza acorde con su dimensión contextual, así como detectar un cómo y un para qué entre su presente y su pasado.

    Los testimonios de Malala se encuentran principalmente en dos libros: Yo soy Malala, publicado en 2013, y Malala, mi historia, en 2015. En estos textos describe situaciones que vivió en donde su integridad fue puesta en alto riesgo a través de un acto terrorista, así como su experiencia ante situaciones de discriminación, abusos y humillación. No obstante, Malala logró sobrevivir y hacer su voz más fuerte. Cabe señalar la importancia de los recursos que utilizó, como el blog por medio del cual se comunicaba, fortalecía y compartía sus convicciones, favoreciendo así el análisis del aprendizaje a lo largo del tiempo, en entornos tanto físicos como virtuales.

    Tomar conciencia de sus límites y sus aptitudes le permitió poner distancia suficiente para encontrar sus posibilidades y no sus faltantes:

    Algunas personas eligen caminos buenos y otras, caminos malos. La bala de una persona me alcanzó. Me hinchó el cerebro, me privó del oído y cortó el nervio del lado izquierdo de mi cara en un segundo [...] En mi corazón sólo había deseado ayudar a la gente. No me interesaban los premios ni el dinero. Siempre rogaba a Dios: Quiero ayudar a las personas, ayúdame a hacerlo (Yousafzai, 2013: 326).

    Los escritos de Malala muestran la configuración de su ecología de aprendizaje resiliente al tomar conciencia de sus recursos, potencial, valentía y claridad de objetivos centrados no sólo en su bienestar personal, sino también en la esperanza de ayudar y ver por los demás.

    La formación de la ciudadanía implica la toma de conciencia de los propios recursos y un análisis crítico del contexto en el que se desarrolla el individuo. Cobra relevancia el fomento del aprendizaje resiliente enmarcado en el sistema social y las instituciones para promover mecanismos que deriven en la toma de conciencia del potencial de las personas con el propósito de afrontar los desafíos actuales mediante transformaciones que mejoren sus funciones, su estilo de vida y su identidad.

    Como se ha señalado, las instituciones educativas pretenden impactar favorablemente en la formación integral de las personas; sin embargo, diversos informes han señalado varios factores del contexto escolar que dan cuenta de bajo rendimiento, altos índices de deserción y problemas delictivos que ocasionan desmotivación, así como poca confianza en los procesos educativos formales.

    Por lo anterior, se deduce que la formación ciudadana global vista desde un ángulo resiliente en la escuela puede construirse si se trabaja en una perspectiva integradora desde los diferentes aportes transdisciplinares del conocimiento disponible, implicando así a todos los agentes sociales, las instituciones de educación, el uso de TIC, ambientes digitales y contextos tanto personales como sociales de forma que diluyan las barreras que fracturan los espacios formativos, tales como sistemas arcaicos que continúan segmentando grupos sociales a partir de la búsqueda de ideales utópicos y una estructura que compite por alcanzar la perfección y resalta el faltante en lugar de la posibilidad para crear una cultura de autoprotección que genere el empoderamiento de las colectividades en cuanto a encontrar posibilidades para hacer frente a los retos que

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