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Pónticas
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Libro electrónico275 páginas4 horas

Pónticas

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Publio Ovidio Nasón (43 a. C.-17 d. C.) es uno de los poetas capitales de la literatura latina. Nacido en Sulmona, demostró desde siempre una extraordinaria facilidad para versificar, lo cual le llevó a ser muy prolífico y cultivar con éxito diversos géneros. Fue poeta de moda entre sus contemporáneos, hasta que una repentina decisión del emperador Augusto lo condenó a vivir desterrado en Tomos, una ciudad en los confines del imperio, a orillas de Ponto Euxino (el actual mar Negro).
La traumática experiencia del exilio pasó a ser el tema central de su poesía. Pónticas representa una de las obras cumbre de la literatura universal sobre el destierro. En estos poemas epistolares preñados de melancolía, dolor y desaparición, Ovidio se dirige a sus seres queridos y a un poder inclemente que le condena lejos de Roma para clamar contra desgraciado destino.
IdiomaEspañol
EditorialGredos
Fecha de lanzamiento15 feb 2023
ISBN9788424940997
Pónticas

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    Pónticas - Ovídio

    Portadilla

    Volumen original: Biblioteca Clásica Gredos, 165.

    Asesor de la colección: Luis Unceta Gómez.

    © del prólogo: M.ª Dolores Castro Jiménez, 2022.

    © de la traducción: José González Vázquez.

    Esta traducción ha sido revisada para la presente edición.

    © de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2022.

    Avda. Diagonal, 189 – 08018 Barcelona.

    www.rbalibros.com

    Primera edición en esta colección: septiembre de 2022.

    RBA · GREDOS

    REF.: GEBO616

    ISBN: 978-84-249-4099-7

    EL TALLER DEL LLIBRE · REALIZACIÓN DE LA VERSIÓN DIGITAL

    Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

    del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

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    (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

    Todos los derechos reservados.

    PRÓLOGO

    por

    M.A DOLORES CASTRO JIMÉNEZ (UCM)

    [1]

    1.  «MI PATRIA ES SULMONA» (TRIST. IV 10, 3)

    Dos ciudades, separadas por unos 2.300 kilómetros, están hermanadas por la figura del poeta latino Publio Ovidio Nasón con sendas estatuas que conmemoran este vínculo. En 1887 se erigió en Constanza (Rumanía) una escultura de un Ovidio reflexivo —con un gesto curiosamente coincidente con el casi contemporáneo Pensador de Rodin— cuyo autor es el escultor italiano Ettore Ferrari. La estatua está situada ante el Museo de la Historia, en la plaza que lleva el nombre del poeta en esa ciudad rumana que es la antigua Tomos,[2] donde murió desterrado. En la base figura el epitafio en latín (traducido al rumano) que el propio poeta incluyó en una de sus elegías del destierro:

    HIC·EGO·QVI·IACEO·TENERORVM·LVSOR·AMORVM

    INGENIO·PERII·NASO·POETA·MEO

    AT·TIBI·QVI·TRANSIS·NE·SIT·GRAVE·QVISQVIS·AMASTI

    DICERE·NASONIS·MOLLITER·OSSA·CVBENT

    Aquí yazgo yo, el poeta Nasón, cantor de tiernos amores, que sucumbí a causa de mi propio talento poético. Por tu parte, a ti, caminante, quienquiera que seas, si estuviste enamorado, que no te resulte molesto decir: «¡que los huesos de Nasón reposen apaciblemente!».

    (Trist. III 3, 73-76)

    Previamente, en este mismo poema, una especie de testamento dirigido a su tercera mujer, Fabia, Ovidio manifestaba su voluntad de no seguir siendo un relegado una vez muerto, y que sus huesos fueran enterrados a las puertas de Roma con ese epitafio grabado en grandes caracteres para que pudiera leerlo cualquier caminante (Trist. III 3, 65-72). Se lo encomienda a Fabia, añadiendo que no necesita que en el epitafio figure nada más, «pues mis libritos son mi mayor y más duradero monumento, y yo confío en que ellos, a pesar de que le han perjudicado, proporcionarán a su autor renombre e inmortalidad» (Trist. III 3, 77-80). Su convicción de que perviviría con una fama universal sí que se cumplió, pero no nos consta si sus restos regresaron a Roma; un misterio que aparece tratado, con la libertad propia de la ficción, en dos novelas contemporáneas: Ovid de D. Wishart (1995) y Le ceneri di Ovidio de D. Sacchettoni (2013).

    La otra ciudad es Sulmona, su lugar de nacimiento. Allí, en 1925, se colocó una réplica de la estatua de Ferrari en la Piazza XX Settembre. En su base se grabó la primera parte de un verso, también de Tristes (IV 10, 3), en el que el poeta recordaba cuál era su lugar de nacimiento: «Mi patria es Sulmona».

    La biografía de Ovidio se reconstruye a partir de su producción literaria y son fundamentales las obras escritas en su destierro: Tristes, Pónticas e Ibis. En casi todos los poemas de estas obras aparece información autobiográfica, pero son especialmente interesantes la larga elegía de Tristes que constituye el libro II, dedicada a la defensa de su obra, y la última del libro IV (10), donde Ovidio repasa su vida. Por ella sabemos que nació en Sulmona, concretamente el 20 de marzo del 43 a. C. (Trist. IV 10, 5-6). Recuerda su traslado a Roma para estudiar retórica y oratoria, y la muerte, muy joven, de su hermano Lucio. Otro momento importante en su vida será aquel en el que decidió abandonar esos estudios, en contra de la voluntad de su padre, para dedicarse a la poesía, para la que demostraba una tremenda facilidad («Espontáneamente, el poema tomaba su ritmo apropiado y todo aquello que intentaba escribir era verso», Trist. IV 10, 25-26). Ovidio menciona a varios autores del llamado siglo de Augusto: Horacio, Virgilio, Cornelio Galo, Tibulo y Propercio, entre los más famosos (Trist. IV 10, 40-54). Formó parte del círculo literario de Valerio Mesala Corvino, contemporáneo del de Mecenas al que pertenecieron la mayor parte de los poetas antes mencionados (Pónt. I 7, 27-30 y II 3, 75-78).

    Su labor poética coincide con la última etapa de gobierno de Augusto,[3] convirtiéndose pronto en el poeta de moda de la generación que no había conocido las guerras civiles y había crecido con la llamada Paz Augústea. Ovidio ofreció a la sociedad romana de la época una producción literaria que reflejaba la frivolidad, el lujo y la relajación, lo que lo enfrentó con las leyes de austeridad moral del Príncipe. En el siguiente texto de la novela de David Malouf Una vida imaginaria (1988, trad. 2000), leemos la carta que un ficticio Ovidio dirige a la posteridad («lanzo esta carta a los siglos») manifestando lo apartado que estaba de la ideología de lo que se ha denominado siglo de Augusto, una carta que quizá no esté lejos de reflejar los que fueron los verdaderos pensamientos del poeta:

    Me sumí sin reservas en aquella época de confusión, indulgente y egoísta, de refinado descaro, cuando todo parecía haberse desatado por fin para acceder a una ilustración tan grande que ya no había necesidad de creer en nada. (...)

    Estaba descubriendo un nuevo estilo nacional para mi generación. Basta de virtudes cívicas, puesto que todos sabemos adónde conducen. Basta de patriotismo. Basta de glorificar a los hombres de armas. Basta de guías en verso para la cría de abejas, bañar a las ovejas y los amores de jóvenes pastores con gusto por el griego. Mi mundo era estrictamente personal, una guía, hablando claro, de cuestiones del país tales como las que pueden explorarse en el pequeño cuadrado de una cama.

    El emperador ha creado su era. Se llama Augusta, como nuestros historiadores, cuya mirada se fija con firmeza en el presente, ya han anunciado. Es solemne, ordenada, monumental, monótona. Existe en los panegíricos que se le hacen (a los que me niego a contribuir) y en el mármol que durará eternamente.

    Yo también he creado una era. Linda con la suya y existe en las vidas y amores de sus súbditos. Es alegre, anárquica, efímera y divertida. Él me odia por ello.

    (pp. 23-24)

    Mientras estaba en Elba con su amigo Cota Máximo, en el año 8 o 9 d. C., recibió una repentina orden de Augusto que lo enviaba desterrado a Tomos (Pónt. II 3, 83-90). Pese a los ruegos y súplicas del poeta al Príncipe, a Tiberio y a Germánico,[4] la intercesión de su tercera mujer y de los amigos que habían quedado en Roma, permaneció allí hasta su muerte, ocurrida el año 17 o 18 d. C.

    2.  LA PRODUCCIÓN LITERARIA DE OVIDIO

    «Y todo aquello que intentaba escribir era verso».

    Trist. IV 10, 26

    Por esa facilidad para componer versos, que el propio Ovidio reconoce, fue un poeta prolífico en cuyas obras predominan como argumento la mitología y el amor, tratado en diferentes géneros.

    Un primer grupo de obras son las que podríamos denominar amatorias, compuestas entre el 25 a. C. y el 2 d. C., y que hay que enmarcar dentro de la elegía romana. Utiliza en ellas el metro propio de este género, el dístico elegíaco. A los dieciocho años escribió los Amores, tres libros (aunque habían sido cinco en una primera edición) de 49 elegías dedicadas a una tal Corina, de discutida identidad. Siguen las primeras quince cartas de amor de Heroides (Heroidas), escritas por personajes femeninos de la mitología (Penélope, Briseida, Medea, Fedra, Dido, entre otras) a sus amados. Elegíacas también, dentro de lo que hay que entender como didáctica amorosa, son: Ars amatoria (Arte de amar), con sus tres libros en los que se enseña a hombres y mujeres la técnica para conquistar y conservar el amor; De medicamine faciei feminae (Sobre la cosmética del rostro femenino), obra para el cuidado del rostro; y Remedia amoris (Remedios de amor) poema en el que expone la forma de librarse del amor.

    Otra parte de su producción está compuesta por obras que podríamos definir como mitológico-etiológicas y que fueron compuestas entre el 1 y el 8 d. C. Metamorphoseon libri (Metamorfosis), en hexámetros, son un poema épico en quince libros que expone cerca de 250 mitos cuyos temas centrales son la metamorfosis y también el amor. Fasti (Fastos), seis libros de elegías narrativas en los que se describen, en dísticos elegíacos, las fiestas y ritos de cada mes del año (de enero a junio). La primera obra quedó sin la revisión final y la segunda, cuyo proyecto serían doce libros, quedó incompleta porque lo sorprendió el edicto de Augusto. Esta última la revisó y publicó en el destierro después del 14 d. C. y se la dedicó a Germánico.

    Un último grupo de obras elegíacas lo forman las que compuso en el destierro entre el 8 y el 17 d. C., Tristia (Tristes o Tristezas), cinco libros de elegías, escritas entre el 8 y el 12 d. C., y Epistulae ex Ponto (Pónticas o Cartas desde el Ponto), cuatro libros de cartas en verso, escritas desde el 12 al 16 o 17 d. C. En ambas obras, compuestas en dísticos elegíacos, los temas son el lamento, la nostalgia y la súplica del perdón. Hay que añadir Ibis o In Ibin (Contra Ibis), una invectiva dirigida contra un enemigo, presumiblemente culpable de su destierro. Posiblemente completara en esta época las Heroidas (16-21) con las últimas cartas dobles (Paris-Helena; Leandro-Hero; Aconcio-Cidipe). Por último, conservamos un largo fragmento de un poema didáctico sobre la pesca, titulado Halieutica, perteneciente también a esta última etapa.

    Algunas obras escritas en la primera época se perdieron: un poema épico, la Gigantomaquia, y una tragedia, Medea. En diferentes cartas de Pónticas menciona Ovidio distintas composiciones que tampoco nos han llegado: un epitalamio con motivo de la boda de su amigo Paulo Fabio Máximo (Pónt. I 2, 131-132); un poema fúnebre a M. Valerio Mesala Corvino (Pónt. I 7, 29-30) y otro sobre la muerte de Augusto (Pónt. IV 6, 16-17; 8, 63-64 y 9, 131-132); también tenemos noticias en Pónt. III 4 (1-6) de un poema sobre el triunfo de Tiberio en Dalmacia y Panonia el 12 d. C., cuyo desarrollo habría imaginado, ya que no pudo estar presente. Incluso llegó a escribir, según nos dice, un elogio de la familia imperial en la lengua de los getas (Pónt. IV 13, 17-22), quizá el mismo elogio de Augusto que envió a Roma en latín; por último, queda una obra de atribución dudosa, Nux («El nogal»), poema en el que el árbol se lamenta de las injurias que recibe de los humanos.

    3.  LAS CAUSAS DEL EXILIO

    «un poema y un error».

    Trist. II 208

    Tanto Tristes como Pónticas tienen como tema central el exilio y en ellas Ovidio insiste continuamente, como un ritornelo, en la defensa de su obra, en su inocencia y en una culpa involuntaria. La condena la dicta personalmente Augusto, sin reunir al Senado o a un jurado especial, lo que hace pensar que las ofensas debían de estar muy vinculadas al Príncipe y a su familia y que constituirían seguramente un delito de «lesa majestad». El poeta no será un exiliado (exul) en el exilio (exilium), sino que su situación será formalmente la de un relegado (relegatus), condenado a un confinamiento (relegatio) —libre, pero obligado a permanecer en un territorio diferente al suyo—, tal y como menciona en Trist. V 11, 15-22. Ovidio reconoce que el edicto ha sido riguroso pero suave. Aunque emplee los dos términos, exiliado y relegado, indistintamente (Pónt. I 1, 22 y 61; III 4, 91; IV 4, 50), el autor explica claramente su condición y afirma que gracias a la clemencia de Augusto no ha perdido ni la vida, ni sus bienes ni sus derechos civiles (Trist. II 125-139). Pese a esto, lo más duro para él será el lugar en el que deberá cumplir su confinamiento.

    Sabemos que una de las causas de ese castigo es un poema (carmen) que el propio Ovidio identifica con el Arte de amar. Es un hecho que no oculta y que menciona con frecuencia, a lo largo de Tristes y Pónticas, como una de las causas del edicto que lo llevó al confinamiento y prohibió su poema, retirándolo de las bibliotecas (Trist. II 7-8; III 1, 73-74; y Pónt. I 1, 11-14). El poeta se defiende en muchas ocasiones y se sorprende por su castigo con el argumento de que no ha asesinado, ni envenenado ni falsificado documentos; solo ha hecho un mal uso de su ingenio: «Reconozco que soy culpable a causa de mis versos; este es el precio recibido por mi afición y laboriosas vigilias; el castigo ha sido fruto de mi inspiración poética» (Trist. II 7-13). Considera que ha sido poco prudente y su obra, poco afortunada (Pónt. II 9, 67-76 y 11, 2), por eso insiste en su inocencia, sorprendiéndose de ser el único escritor al que ha llevado a la ruina su musa (Trist. II 495-496). Sin embargo, otras veces, arrepintiéndose, califica esta obra de «poema insensato» que lamenta no haber quemado en su momento (Pónt. III 3, 37). En realidad, Ovidio mantiene con el Arte de amar y con el conjunto de su poesía amatoria una relación ambigua que oscila entre el rechazo y el orgullo, entre el odio y el amor. Reconoce que su obra le ha perjudicado, pero también es consciente de que, gracias a lo que ha publicado, se ha convertido en famoso y será inmortal.

    Por la distancia que media entre la publicación del Arte de amar y el edicto («Tarde ha recaído el castigo sobre mi viejo librito y la pena está lejos del tiempo del delito que la mereció», Trist. II 545-546), se piensa que el poema quizá fuera solo un pretexto y lo fundamental estaría en ese error que Ovidio prefiere que permanezca oculto (Trist. III 6, 31-32). Se trata de un asunto en el que no quiere ahondar recurriendo a múltiples excusas, aduciendo que es un «motivo bastante conocido por todos» y que no necesita recordarlo (Trist. IV 10, 99-100). Otra razón importante para silenciarlo es el hecho de que no quiere reabrir heridas, ni suyas ni de Augusto: «No es breve ni seguro exponer cuál es el origen de mi falta: mis heridas temen ser tocadas. Deja de preguntar de qué modo me han sido producidas; no las toques, si es que quieres que cicatricen» (Pónt. I 6, 21-24). Lo máximo que nos permite saber es que no lo considera un delito (scelus o facinus), sino una falta, una necedad (stultitia), un desliz (error) o una equivocación (Pónt. I 6, 20-25; I 7, 39-44). Se califica a sí mismo de necio e insensato e insinúa, recurriendo al mito de Acteón, que su error tiene relación con algo que involuntariamente ha visto (Trist. II 103-110). Se trataría, pues, según el poeta, de una equivocación cometida sin intención —como le ocurrió al personaje mitológico— que ha merecido un castigo con el que una divinidad ha aplacado su ira: en el mito, la de Diana sobre Acteón; en la realidad, la de Augusto sobre Ovidio.

    Las explicaciones han sido muchas y existe una amplísima bibliografía que trata de identificar esa «equivocación» que el poeta considera muy conocida y prefiere no remover. Esas misteriosas causas del destierro han inspirado dos novelas contemporáneas: The Love-Artist (2001), de J. Alison, y Betray The Night. A Novel About Ovid (2009), de B. Kane Jaro.

    Ovidio nunca consiguió el perdón de Augusto y murió en Tomos, aunque, en una carta dirigida a Bruto tras conocer la noticia de la muerte del Príncipe, menciona, quizá con cierto sarcasmo, que este estaba a punto de perdonarlo (Pónt. IV 6, 15-16).

    En relación con el confinamiento de Ovidio, existe una teoría según la cual no habría sido un hecho real, sino que sería producto de una ficción elaborada por el propio poeta. No me detendré por el momento en esta propuesta, sobre la que volveré al final de este prólogo.

    4.  EL LUGAR DEL CONFINAMIENTO

    «A mí me tiene el extremo de la tierra, el fin del mundo».

    Pónt. II, 7, 66

    Ovidio describe con detalle en varios poemas la zona donde pasó sus últimos años y las difíciles condiciones de vida en aquellos lugares tan alejados de Roma. Lo hace recurriendo siempre a exageraciones: es un lugar inhóspito, hace tanto frío que incluso el vino se hiela, el paisaje es desolador y la violencia es continua porque está más allá del ámbito afectado por la Paz Augústea (Pónt. I 2, 13-26 y III 1, 7-30 y ya antes en Trist. III 10). Recurrirá al ejemplo del mito de una Edad de Oro invertida: las condiciones climatológicas son insoportables, no hay sol, la tierra no produce frutos, no hay paz, el mar está agitado (Pónt. I 3, 49-60). Para conseguir que sus palabras tengan crédito, insistir en su veracidad y demostrar que no se queja sin fundamento, recurre al testimonio del centurión Vestal, destinatario de una de sus cartas, que conocía la región por haber estado destinado allí: «Tú mismo ves seguramente que el Ponto se congela por el frío, tú mismo ves el vino solidificado por el duro hielo; tú mismo ves cómo el feroz boyero jázige conduce pesadas carretas a través de las aguas del Histro. Tú ves también que lanzan veneno en las curvas flechas y que los dardos producen muerte por doble motivo» (Pónt. IV 7, 7-12). En la carta a Grecino le pide que contraste su información con la que le puede proporcionar su hermano, el cónsul Lucio Pomponio Flaco, que había ostentado el cargo de legado en la región de Mesia (zona de las actuales Bulgaria y Serbia): «Pregúntale el aspecto de este lugar y los inconvenientes del clima escita y cuánto me aterra el vecino enemigo; (...) si miento o si el Ponto se congela endurecido por el frío y el hielo ocupa muchas yugadas de mar» (Pónt. IV 9, 81-82 y 85-86). Todas estas exageraciones han servido de apoyo a aquellos que consideran que el destierro es ficticio, pero también podrían ser un modo de conseguir la benevolencia y tener como finalidad provocar la compasión del Príncipe, conseguir su perdón y la vuelta a Roma o, al menos, el traslado a un lugar más cercano y agradable.

    Si avanzamos unos siglos, hasta el XIX, podemos tener una impresión de esos mismos paisajes en boca del poeta ruso Alexander Pushkin, que sufrió un destierro por causas semejantes a las del romano a raíz de su obra «Oda a la libertad», que molestó al zar Alejandro II. Pushkin acabó en 1825 en Chisináu (en la actual República de Moldavia), al norte de Constanza. Allí escribió su poema «A Ovidio», donde afirma haber visitado los paisajes descritos por el poeta romano porque sus circunstancias vitales eran las mismas («sintiendo como mías tus tristes realidades»). Pushkin descubre que, leyendo los textos de Ovidio, se había hecho una idea de Tomos más cercana a su Rusia natal y, sin embargo, el paisaje que contempla desdice aquellas afirmaciones:

    [...]

    tu cántico inspirado, Ovidio, repetí

    sintiendo como mías tus tristes realidades;

    mas la mirada traiciona al sueño con verdades,

    mis ojos quedaron por tu dolor cautivos

    hechos a las nevadas de mis campos nativos.

    Aquí alumbra siempre un sol celestial,

    aquí es breve la cruel tempestad invernal,

    aquí por las orillas escitas, cual hija emigrante

    del sur, crece la uva en su púrpura deslumbrante.

    Ya a las praderas rusas el diciembre sombrío

    cubre con blancos mantos de un insondable frío;

    allá es invierno, mas huele a primavera

    aquí donde el sol entibia la pradera;

    los campos marchitos anuncian un verdor,

    en ellos ya trabaja temprano el labrador;

    sopla como una brisa la tarde refrescando;

    sobre el lago los hielos se van transparentando

    cual pálido cristal del agua en su fluir. (trad. E. Alonso Luengo)

    Los referentes de uno y otro operan sobre el paisaje que contemplan: Ovidio, más allá de su anhelo de perdón y de regreso, que le llevan a exagerar, evocaba Roma. Pushkin, por su parte, teniendo presente la climatología de su patria, se encuentra con que las condiciones son más favorables de lo que había imaginado.

    También Garcilaso sufrió la experiencia del exilio en 1532, por orden de Carlos V, en una isla en el Danubio, como recuerda en su Canción III, en la que, a diferencia de Ovidio, a la belleza del paisaje que lo rodea (vv. 1-13) contrapone la triste situación del desterrado («preso y forzado y solo en tierra ajena»), afirmando que su espíritu se mantiene libre y firme ante la adversidad.

    Los destierros de Ovidio y Garcilaso en la zona del Danubio llevaron a Pablo Neruda a recordarlos en su poema «Los dioses del río» (Canto general, 1955), un canto optimista sobre la Rumanía de

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