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El asno de oro
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Libro electrónico345 páginas5 horas

El asno de oro

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Sabemos poco de la vida de Apuleyo. Nacido en Madauros, en el norte de África, hacia el año 125 d. C., desconocemos su nombre completo y dónde murió. Sí que podemos deducir que tuvo una vida acomodada gracias a su padre y a un matrimonio ventajoso, que le permitió viajar y tener una buena formación retórica y filosófica. Pero, sobre todo, de lo que no hay duda es de que se trata del mayor fabulador latino del siglo II gracias a su única noviela.
La Metamorfosis, más popularmente conocida como El asno de oro, narra las aventuras de un joven incauto que, tras ser convertido en burro por una bruja, va pasando de un amo a otro. Su estructura episódica, su intencionalidad satírica y su riqueza temática y expresiva la convierten en una de las muestras más sobresalientes del géneroo novelesco en la Antigüedad.
IdiomaEspañol
EditorialGredos
Fecha de lanzamiento17 abr 2023
ISBN9788424941079
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    El asno de oro - Apuleyo

    Portadilla

    Volumen original: Biblioteca Clásica Gredos, 9.

    Asesor de la colección: Luis Unceta Gómez.

    © del prólogo: Juan José Martos, 2022.

    © de la traducción y notas: Lisardo Rubio Fernández.

    © de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2023.

    Avda. Diagonal, 189 – 08018 Barcelona.

    www.rbalibros.com

    Primera edición en esta colección: enero de 2023.

    RBA · GREDOS

    REF.: GEBO624

    ISBN: 978-84-249-4107-9

    EL TALLER DEL LLIBRE · REALIZACIÓN DE LA VERSIÓN DIGITAL

    Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

    del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

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    (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

    Todos los derechos reservados.

    PRÓLOGO

    por

    JUAN MARTOS

    1.  APULEYO. VIDA Y OBRAS

    Apuleyo, sin duda uno de los grandes autores latinos, nació en el norte de África, en Madauros, actualmente M’daurush, en Argelia. La fecha exacta no la sabemos, pero debió de ser en torno al año 125 d. C. Tampoco se conoce su nombre completo: el prenombre de Lucio, que tantas veces se le ha dado, no es más que el que tiene el protagonista de su novela, posteriormente atribuido al escritor. No se puede establecer tampoco cuál sería su origen —quizá procediera de colonos itálicos asentados en la zona o quizá fuera autóctono— ni su lengua materna, pues en la región se hablaban tanto latín y griego como fenicio y la lengua líbica (tamazigh).

    La mayor parte de las noticias que han pervivido sobre el autor vienen de su propia obra y, más concretamente, de la Apología, el testimonio del único suceso de su vida que se puede datar con cierta precisión. Declara en este discurso que su padre había ocupado un cargo de magistrado local y tenía una fortuna suficiente para garantizar sobradamente la educación de su hijo. Nuestro escritor debió de iniciar su formación en su misma localidad natal; posteriormente la seguiría en Cartago, capital administrativa y cultural de la provincia. Tras completar sus estudios en Atenas, viajó, por ejemplo, a Samos o a Hierápolis de Frigia, el espectacular Pamukkale moderno. También estuvo en Roma. Posteriormente, otro de sus viajes le daría un giro inesperado a su vida, puesto que, cuando se dirigía a Alejandría, en busca, según se puede suponer, de ampliar sus conocimientos sobre filosofía o iniciarse en algún nuevo culto, cayó enfermo en Oea, la actual Trípoli de Libia. Allí se reencontraría con un condiscípulo de su etapa ateniense y se alojó en su casa para restablecerse. Conoció a la madre de este, Pudentila, una viuda con un patrimonio nada desdeñable con la que contraería matrimonio. Y ahí empezarían los problemas, puesto que la familia del difunto marido de Pudentila, que esperaba quedar en posesión de su hacienda, se vio seriamente contrariada por esta unión y denunció a Apuleyo por haberla seducido con artes mágicas. Esta acusación, por muy fantástica que pueda parecer hoy en día, era capaz de acarrearle la pena de muerte a cualquier infeliz que se viera condenado por ella. El proceso consiguiente tuvo lugar en Sábrata ante el gobernador de la provincia, Claudio Máximo, naturalmente durante el año de su proconsulado, el 158 o 159 d. C. El discurso en defensa propia de Apuleyo se nos ha conservado con el nombre de Apología. Aunque no hay más datos, el hecho de que el escritor pudiera escribir otras obras durante la década siguiente, como las que se resumen en Floridas, indica que debió de ser absuelto.

    Otro de los interrogantes sobre la vida de Apuleyo es a qué se dedicó. Quizá, entre el patrimonio paterno y el de su rica esposa, nunca le faltaron medios de vida, pero no se sabe si se dedicó, además, como otros oradores y filósofos de la época que se enmarcan en la Segunda Sofística, a pronunciar discursos en cada ciudad importante a la que llegaba en sus continuas peregrinaciones, ni si, de forma complementaria, se consagró en algún momento a la enseñanza. Su actividad como orador está, desde luego, bien atestiguada por la misma Apología y lo que nos ha quedado de los discursos de Floridas. Estos se pueden fechar, por otra parte, en los años sesenta del siglo II d. C. No hay ninguna noticia más sobre Apuleyo, por lo que se desconoce cuándo y dónde murió.

    En cuanto a sus obras, nos han llegado la novela El asno de oro, también conocida como Metamorfosis, la Apología o Discurso en defensa propia sobre la magia, Floridas y cinco tratados filosóficos: El dios de Sócrates, Sobre Platón y su doctrina, Sobre el mundo, La interpretación (Περὶ ἑρμηνείας) y Asclepio. Hay dudas muy fundadas sobre estas dos últimas, no son pocos los que piensan que no son de Apuleyo y, de hecho, la última edición que ha aparecido, la de Magnaldi en Oxford Classical Texts, las omite.

    Gracias a las afirmaciones del propio Apuleyo, a las referencias de otros autores y a los fragmentos que estos citan, se sabe que nuestro escritor debió de escribir muchas más obras: discursos en honor de varios personajes, otros tratados —no solo filosóficos, sino sobre cuestiones naturales de todo tipo, como, por ejemplo, agricultura—, traducciones de obras griegas como el Fedón platónico, tratados de historia y poemas variados. Además, se le han atribuido obras ajenas, como tratados medicinales y gramaticales.

    No se puede precisar exactamente la cronología de sus obras. Es muy probable que, si El asno de oro fuera anterior a Apología, sus acusadores hubieran aprovechado esta circunstancia para darle más fuerza a sus acusaciones de que practicaba la magia. Por eso, muchos han pensado que la novela es posterior al juicio, aunque no hay nada seguro. Solo está claro que los discursos extractados en Floridas son posteriores a Apología.

    Por otra parte, se han aprovechado también para este propósito, entre otros, los parecidos y paralelos entre El asno de oro y el discurso de defensa para estudiar aspectos diversos de la producción de nuestro escritor: piénsese, por ejemplo, en el discurso en defensa propia de Lucio en el libro III.

    2.  APULEYO EN SU CONTEXTO HISTÓRICO

    Como ya se ha adelantado, la vida de nuestro escritor trascurre durante el siglo II d. C.: es muy posible que naciera durante el principado de Adriano y que su vida trascurriera enteramente bajo la dinastía Antonina, que marcó el máximo esplendor del Imperio romano y, según Gibbon, por ejemplo, fue el período más feliz de la historia de la humanidad.

    La época de nuestro escritor fue especialmente fructífera también en la cultura y contó con excelentes escritores, entre los que destacan los procedentes, como Apuleyo, de África; así Frontón o, ya más avanzado el siglo y dentro del cristianismo, Tertuliano. Es evidente que toda la zona contó con centros de enseñanza y de cultura de primer rango, como, sin ir más lejos, la capital del Africa Proconsularis, Cartago.

    La lectura de Apología, que Apuleyo define como una defensa de la filosofía, deja bien claro que el escritor se había consagrado al estudio desde su juventud y no había dejado de aprender, de leer y de formarse en toda su vida. Esta obra constituye, además, toda una declaración sobre la cultura grecolatina, de la que Apuleyo se siente inmensamente orgulloso.

    A Apuleyo se le suele encuadrar dentro de la Segunda Sofística, un movimiento cultural, en principio de origen griego, que se extendió por todo el Imperio y en el que se puede encuadrar a muchos escritores que combinaban un sofisticado dominio del arte de la oratoria con un profundo conocimiento de la filosofía. Al igual que los primeros sofistas de la época de Sócrates, se dedicaron muchas veces a la enseñanza y fueron de una ciudad a otra impartiendo sus conocimientos.

    3.  LA NOVELA

    Uno de los problemas que plantea el presente libro es el género literario al que debería adscribirse. El caso es que los antiguos no concebían lo que nosotros entendemos por novela. Lo que se ha trasmitido hasta la actualidad que suele denominarse así —en latín solo El asno de oro y el Satiricón de Petronio— no gozó nunca de gran estima y apenas se reconocían entre las obras que merecían respeto y tenían una dignidad cultural universalmente admitida. Pero, aunque no merecieron en su momento la denominación de novela, desde el Renacimiento el público moderno se ha referido a estas obras tomando la definición aplicable a las lenguas modernas, y no parece que, a pesar del ligero anacronismo, no le cuadre a la prosa latina.

    Algo que también se ha planteado desde el principio es qué título exactamente le dio el autor a nuestra obra. La inmensa mayoría de los manuscritos —y los mejores— la llaman Metamorfosis, tal como, posiblemente, se llamaba su modelo, como después se verá; sin embargo, ya en la Antigüedad, desde Agustín al menos, se la ha llamado también El asno de oro. Lo más probable es que este título aluda a que el burro protagonista es especial y superior a todos los demás, puesto que se decía en latín, como en español, que un concepto, un escrito o un ser vivo es «de oro» cuando es excelente. Se ha propuesto de manera bastante convincente que el autor pudo haberle dado un título doble, lo que no sería nada extraño en la literatura antigua. Así pues, es al menos posible que la novela se titulara originalmente Metamorfosis o El asno de oro.

    El argumento fundamental de la novela es la conversión en burro por procedimientos mágicos de un joven tan curioso como incauto que se gana los favores de la esclava de una bruja en cuya casa ha ido a alojarse casualmente. Tras la trasformación, en el libro III, se suceden las aventuras de Lucio transformado en un asno que pasa de un amo a otro hasta que en el último libro (XI 13) vuelve a recuperar su forma humana al comer unas rosas en la procesión de la diosa Isis y, a partir de ese momento, se consagra a la religión de su salvadora. Mientras es burro, escucha e incluso participa en diversas historias menores insertas en la trama principal de la obra. La mayor de todas, tanto por su importancia literaria como por su longitud, es el cuento de Cupido y Psique, que ocupa unos dos libros, desde IV 28 hasta VI 24.

    3.1.  Historia del texto

    Desde el prólogo advierte Apuleyo que se trata de una historia de origen griego. Tenemos con relación a este dato una noticia preciosa: el patriarca Focio en su Biblioteca cuenta que hubo un tal Lucio de Patras, del que nada más se sabe, que escribió unas Metamorfosis que presentan tantos parecidos con una obra de Luciano de Samósata, Lucio o El asno, esta sí conservada, que resulta obvio que una debe estar copiada de la otra, aunque se ignora en qué sentido. El argumento de estas dos obras —el hombre que se convierte en burro— es, evidentemente, el mismo del que parte Apuleyo, por lo que es innegable que las tres obras tienen una fuente común, aunque dirimir con exactitud qué copia cada uno de estos autores de los otros es materia controvertida y más propia de cábalas y suposiciones que de estudios e investigaciones bien fundados, porque faltan datos suficientes.

    Lo que está claro, en todo caso, es que Apuleyo empezó su novela tomando un motivo ajeno, el del protagonista que se ve convertido en burro accidentalmente, pero conserva su inteligencia humana y, cuando recupera su forma original, puede relatar sus aventuras. También resulta evidente, como se concluye de la comparación de nuestra novela con el relato de Luciano antes aludido, que Apuleyo hizo algunos cambios fundamentales que alteraron completamente el sentido y el alcance de la obra: la introducción del cuento de Cupido y Psique, los relatos insertos en los libros VIII y IX y todo el final con el libro de Isis, el XI. Naturalmente, se nos oculta qué propósito tuvo Apuleyo para escribir una obra así, en parte tomada de una fuente ajena, pero totalmente transformada por obra de estas adiciones. Lo que probablemente nadie negará es que el autor se planteó escribir una obra de mucho más calado que un simple relato entretenido como el de Luciano.

    Durante mucho tiempo se ha admitido, con cierta ingenuidad, que Apuleyo quiso reescribir una historia para hacer propaganda del culto de Isis cambiando el final del relato del asno y convirtiendo a la diosa egipcia en su salvadora. Resulta curioso, sin embargo, que en la novela se detallen aspectos de la iniciación en el culto isíaco como los desembolsos que tiene que hacer Lucio con cada paso en su integración en la nueva religión, y puede dar la impresión de que Apuleyo está contando todo minuciosamente para que el lector revise críticamente lo que sucede y no se deje arrastrar por el entusiasmo del neófito. No han faltado quienes han relacionado el libro XI con las consideraciones sobre distintas religiones en los libros anteriores para concluir que El asno de oro es una especie de comedia sobre la religión en general en la que se pretende que el lector saque sus propias conclusiones, necesariamente críticas con los sentimientos religiosos. Para algunos, esta intención de satirizar al menos ciertos movimientos religiosos tiene un carácter de parodia y un fin únicamente lúdico. Sin embargo, habría que advertir que el tono satírico que se le puede encontrar a la obra y que no sería nada extraño en la literatura antigua puede tener un propósito muy serio, porque la sátira, en definitiva, puede ser un género literario grave y trascendente. La novela, en fin, se presta, como todos los grandes clásicos, a interpretaciones tan numerosas como variadas e incluso contradictorias; será el lector, en definitiva, el que tenga la última palabra.

    3.2.  Descubrimiento y difusión de El asno de oro

    Las obras mayores de Apuleyo —El asno de oro, Apología, Floridas—, junto con la mitad de las grandes de Tácito —Anales e Historias—, están trasmitidas en un único manuscrito producido en la abadía de Montecasino en el siglo XI: llevado a Florencia en el XIV, se encuentra todavía hoy allí, en la biblioteca Medicea Laurenciana con la signatura Plut. 68.2. A partir de su llegada a Florencia se empezó a hablar y a escribir de Apuleyo y, muy especialmente, de El asno de oro; uno de los primeros lectores, por cierto, que se copió su propio manuscrito, fue Boccaccio, que incluso introdujo algunas de sus historias en su Decamerón.

    La imprenta representó, como en los demás casos, la posibilidad de difundir los textos de manera más intensa: en el caso de Apuleyo, la editio princeps de sus obras mayores apareció en Roma en 1469 a cargo de Giovanni Andrea de Bussi. Se trata de una magnífica edición, especialmente por lo que se refiere a El asno de oro, que se reeditó en numerosas ocasiones. Pero no mucho más tarde apareció otra que la eclipsó porque, aunque el texto en sí era mucho más defectuoso, estaba acompañado de un interesante comentario: fue la de Beroaldo de 1500, también reimpresa varias veces.

    A partir del XVI son numerosísimas las ediciones tanto de la novela entera como del cuento de Cupido y Psique por separado. Además de los libros que proporcionan únicamente el texto latino, los hubo con ilustraciones y con comentarios, y, naturalmente, empezaron a aparecer las traducciones a la mayoría de las lenguas europeas: durante el siglo XVI hubo dos italianas (Boiardo, ca. 1518 y Firenzuola, ca. 1525), una francesa (G. Michel, 1517), una alemana (Sieder, 1538) y una inglesa (Adlington, Londres, 1566). A partir también de estos años se desarrolla un intenso trabajo de exégesis del texto latino que produce magníficas ediciones, muchas anotadas, desde la segunda Juntina de Philomathes hasta la que constituye el colofón y suma de todas las anteriores, la de Oudendorp, que apareció póstumamente en 1786.

    Mientras tanto, se suceden en la literatura y las artes las creaciones que parten o se nutren de El asno de oro, muchas veces concretamente de Cupido y Psique. Así, se observa el influjo de la novela en escritores como los italianos Publio Filippo Mantovano, Morlini o Maquiavelo, los franceses La Fontaine y Molière, y los ingleses Thomas Nashe, Sidney, Spenser, Marlowe e incluso Milton. Se ha encontrado influencia de Apuleyo en Shakespeare no solo a partir de El asno de oro, sino también de Apología, que se refleja posiblemente en algunas escenas de Otelo, como la alusión al pañuelo. Sin abandonar el ámbito inglés, se han visto también semejanzas en Defoe, Smollett y Fielding.

    Por lo que se refiere a las artes plásticas, es sobre todo el cuento de Cupido y Psique el motivo que ha contado con representaciones más frecuentes; a esta maravillosa historia están dedicados los frescos en la Villa Farnesina de Roma, obra de Rafael, y los de Del Vaga o los del Palacio del Té de Mantua de Giulio Romano. También existen numerosos cuadros inspirados por la obra inmortal de Apuleyo y pintados por artistas como Zucchi, Van Dyck, Vouet, Remi, Boucher, Subleyras, Picot, David y, ya a finales del XIX, Burne-Jones, Waterhouse y Bouguereau. Las esculturas más conocidas son con toda seguridad los grupos de Canova en el Louvre y el de Thorvaldsen.

    También los músicos se ocuparon principalmente del cuento de Cupido y Psique, sobre el que compusieron sendas piezas Lully (1679), M. Locke (1674) y César Franck (1888). Completan la influencia de la obra algunas adaptaciones más, como la versión dramática de El Brujo, el cómic erótico de Milo Manara o la película dirigida por Sergio Spina en 1970 L’asino d’oro: processo per fatti strani contro Lucius Apuleius cittadino romano, que combina, no siempre con acierto, El asno de oro con Apología.

    4.  APULEYO Y ESPAÑA

    La cultura española, y muy especialmente la literatura, no fue precisamente una excepción en el entusiasmo que despertó la novela de Apuleyo en toda Europa. Su difusión en el ámbito hispánico se debió en gran medida a que contó con una primerísima traducción al español aparecida en Sevilla en torno a 1513 —en este año, en efecto, está fechada la introducción—, obra del arcediano Diego López de Cortegana. Las reediciones de esta versión se sucedieron ininterrumpidamente hasta prácticamente la actualidad y a esto se debe principalmente que El asno de oro fuera muy bien conocido en la España de los siglos XVI y XVII y, por supuesto, más modernamente. Así, por ejemplo, lo imita varias veces Cervantes, posiblemente en diversos episodios del Quijote y las Novelas ejemplares y, sin duda alguna, en el Persiles, en el que llega a trasmitir literalmente algunas frases del cuento de Cupido y Psique en III 17.

    Un apartado muy especial lo constituye la influencia que pudo tener la novela en el nacimiento de la novela picaresca con el Lazarillo de Tormes; hay quien ha visto, incluso, que el final del Lazarillo, cuando pretende convencer al lector de que su situación es inmejorable, aunque está abrumado por la deshonra y explotado («Mas yo de un cabo y mi señor de otro tanto le dijimos y otorgamos que cesó su llanto, con juramento que le hice de nunca más en mi vida mentalle nada de aquello, y que yo holgaba y había por bien de que ella entrase y saliese, de noche y de día, pues estaba bien seguro de su bondad. Y así quedamos todos tres bien conformes» [tratado VII, al final de la obra]), pudo haberse tomado del destino final de un Lucio víctima de la manipulación de los sacerdotes: en ambos casos, el descubrimiento de la verdadera posición del protagonista y su interpretación quedan confiados a la discreción del lector. El influjo del Asno perdura en la narrativa de los Siglos de Oro y se puede rastrear en autores como Mateo Alemán, Francisco Delicado, López de Úbeda, Céspedes y Meneses o Enríquez Gómez.

    No quedaría el conocimiento de Apuleyo circunscrito a la prosa; así, por ejemplo, tanto Lope de Vega (Psique y Cupido) como Calderón (Ni Amor se libra de amor o los dos Psiquis y Cupido) llegaron a escribir obras basadas en Cupido y Psique. La nómina de otros autores que reflejan de una u otra forma su conocimiento y admiración por el texto apuleyano es considerable: Juan de Timoneda, Fernández de Ribera, Funes y Villalpando, A. Solís, Comella o, ya en el XIX, Hartzenbush. También se pueden distinguir imitaciones en pasajes concretos en El Crotalón de Cristóbal de Villalón y en la poesía sevillana posterior a Cortegana, con autores como Juan de Mal Lara con su Psyche, Herrera, Arguijo, Gutierre de Cetina o Juan de la Cueva.

    Desde el principio, por tanto, y sobre todo después de la primera traducción, se ha apreciado El asno de oro en las letras y la cultura hispánicas. Lo que se ha retrasado quizá más de lo debido es la publicación de nuevas versiones, puesto que la de Cortegana, aunque es una obra magnífica que debería figurar con todo merecimiento en las colecciones más difundidas de clásicos castellanos y es tan valiosa como obra literaria como por ser un libro fundamental en la evolución de la prosa española, está lastrada por graves deficiencias en cuanto a la traducción. La primera y más obvia es producto de su época: Cortegana interviene en el texto tanto como le parece oportuno para aclararlo, ilustrarlo e incluso para modificar algún detalle que no acababa de gustarle; añade que un nombre se refiere a un dios, por ejemplo, o pasa por alto los detalles que harían pensar que una malvada mujer puede ser una cristiana (IX 14.5). En segundo lugar, tuvo la mala suerte de basarse en una de las peores ediciones del texto latino —si no la peor—, que parte de la de Beroaldo, pero aumenta los fallos, erratas y errores de esta hasta extremos difíciles de imaginar. Un ejemplo, quizá trivial pero ilustrativo, es que, mientras que en las historias de adulterio del libro IX se llama a un marido engañado «bárbaro» (en latín barbarus), con la intención dramática evidente de enfatizar el riesgo que corre el ingenuo amante de su mujer, Cortegana se encontró en su texto latino con barbatus, magnífica demostración de que una simple errata en una letra puede hacer trastabillar un detalle intencional del autor y convertirlo en una solemne tontería, y es que Cortegana lo tradujo ingenua pero certeramente por «barbudo». Y no es este, naturalmente, el único fallo que provocó el desafortunado latín.

    Por todo esto y aunque merezca la pena todavía considerar digno el meritorio trabajo de Cortegana, era necesaria en español una nueva traducción más fiel al texto y al espíritu de Apuleyo, y aunque se había editado alguna que otra que, a pesar de ser más moderna, no cumplía con los criterios elementales de fidelidad y calidad que se esperan de una buena versión —con las excepciones, sin duda, del Cupido y Psique de Ruiz de Elvira y la catalana de Olivar (Barcelona, 1929 y 1931) dentro de la benemérita colección Bernat Metge—, no fue hasta 1978 cuando, con esta obra que tiene el lector en sus manos, no apareció una traducción digna que presentara al lector de habla española la inmortal novela de Apuleyo.

    Basado esta vez en un buen texto latino, el de Robertson en la colección Budé, la presente versión fue obra de Lisardo Rubio, catedrático en principio de la Universidad de Barcelona y posteriormente de la Complutense. Al profesor Rubio se le deben varios libros esenciales para los filólogos españoles; entre ellos destacaría una renovadora Introducción a la sintaxis estructural del latín, que ha formado parte de la bibliografía fundamental de los filólogos clásicos españoles durante décadas, y un Catálogo de los manuscritos clásicos latinos existentes en España; por lo demás, se especializó en novela latina con la traducción que ahora volvemos a presentar y la del Satiricón de Petronio, que apareció igualmente en la Biblioteca Clásica Gredos en 1978. Posteriormente, han aparecido aportaciones relevantes sobre Apuleyo, como la de Pejenaute (Akal, Madrid, 1988) y la de Segura Munguía, bilingüe latín-español con el texto de Robertson (Bilbao, 1992), a las que hay que sumar la de Cuatrecasas (Austral, Madrid, 1987) y la única hasta el momento que cuenta con texto latino propio, la mía en la colección Alma Mater (CSIC, Madrid, 2003).

    5.  BREVE GUÍA BIBLIOGRÁFICA

    Dado lo excepcional de la obra que nos ocupa tanto por su calidad literaria como por su situación única en la literatura latina, no ha dejado de estudiarse y analizarse en todo el mundo; testimonio de ello son los numerosos libros y estudios que han aparecido en los últimos años. Por ceñirnos al mundo hispánico, quizá puedan bastar las introducciones a las traducciones castellanas siguientes:

    Pejenaute Rubio, F., Apuleyo. El asno de oro, Madrid, Colección Akal Clásica, Editorial Akal,1988.

    Martos, J., Apuleyo. Las Metamorfosis o El asno de oro, Madrid, CSIC, Colección Alma Mater, 2 vols., 2003.

    Esta última edición se encuentra ampliada y puesta al día en:

    Martos, J., Apuleyo. Apología. Floridas. Prólogo de «El dios de Sócrates», Madrid, CSIC, Colección Alma Mater, 2015.

    Los estudios sobre la novela son numerosísimos. Baste citar algunos que han ejercido una influencia notable:

    Kahane, A., Laird A., A Companion to the Prologue of Apuleius’ Metamorphoses, Oxford, 2001.

    Winkler, J. J., Auctor & Actor. A Narratological Reading of Apuleius’ Golden Ass, Berkeley-Los Ángeles-Londres, 1985.

    Además de la bibliografía en español ya reseñada, sobre la primera traducción castellana véase:

    Escobar Borrego, F. J., Díaz Reboso, S., Rivero García, L. (eds.), La Metamorfosis de un inquisidor: el humanista Diego López de Cortegana (1455-1524), Huelva-Sevilla, 2012.

    *  *  *

    No querría acabar esta pequeña introducción sin animar al curioso lector con las mismas palabras de Apuleyo: lector intende: laetaberis: «Atiende, lector: te vas a divertir».

    EL ASNO DE ORO

    LIBRO I

    Presentación del protagonista y presunto narrador (1). — Lucio emprende el camino de Tesalia, la tierra de la magia. Primeros relatos maravillosos, como introducción al mundo de la hechicería (2-20). — Llegada a Hipata: Lucio se aloja en casa de Milón (21-26).

    1. Lector, quiero hilvanar para ti, en esta charla milesia,[1] una serie de variadas historias y acariciar tu oído benévolo con un grato murmullo; dígnate tan solo recorrer con tu mirada este papiro egipcio escrito con la fina 2 caña del Nilo[2] y podrás admirar a criaturas humanas que cambian de forma y condición, y, viceversa, que posteriormente recobran su primitivo estado. 3 Empiezo.

    ¿Quién te habla? Muy brevemente, entérate.

    El ático Himeto, el istmo de Efirea y el espartano Ténaro, tierras felices, celebradas para siempre por una literatura todavía más feliz, son la antigua cuna de mi 4 raza. Allí aprendí el griego, primera conquista de mi infancia.

    Trasladado luego a la capital del Lacio para seguir los estudios de los ciudadanos romanos, tuve que emprender el estudio de su lengua nativa con ímprobo trabajo y sin la dirección de un maestro.

    5Ya de antemano te pido perdón, si luego, narrador sin gracia, tropiezo y uso algún giro exótico o extraño. Por lo demás, este mismo cambio de idioma concuerda con la materia que cultivo: el arte de las metamorfosis.

    6Empieza una fábula de origen griego. Atención, lector: te gustará.

    2. Iba yo camino de Tesalia. — Pues también, por línea materna, soy oriundo de allí y es para nosotros título de orgullo contar entre nuestros antepasados al célebre Plutarco[3] y luego a su sobrino el filósofo Sexto. — Iba yo, pues, a Tesalia 2 por cuestión de negocios. Tras recorrer altas montañas, húmedos valles, frescas praderas y campos de cultivo, mi caballo, un caballo del país y todo blanco, se hallaba extenuado; cansado yo también 3 de ir sentado, quiero estirar las piernas y echo pie a tierra: seco el sudor de la caballería con unas hojas, doy un cuidadoso masaje a su frente, acaricio sus orejas, le quito los frenos, me pongo a caminar muy despacito para darle tiempo a disipar su cansancio descargando su vientre según 4 natural necesidad. Mientras la caballería con la cabeza gacha y de lado busca en movimiento su pasto sobre las praderas recorridas, me sumo, como tercero, a dos compañeros de ruta que casualmente iban delante a muy poca distancia. 5 Al prestar oído por captar su conversación, uno de ellos, estallando de risa: «Ahórrate —exclama— unas mentiras tan absurdas, tan disparatadas».

    6Al oír esta exclamación y, además, sediento de novedades, interrumpo: «Ponedme al tanto de vuestra conversación; no soy un entrometido, pero me gustaría saberlo todo o, al menos, todo lo posible; al propio tiempo, la ruda pendiente que iniciamos se aliviará con la amenidad de una bonita historia».

    3. El primer interlocutor: «¡Sí, mentira todo eso! —dice—; tan verídico como si alguien pretendiera afirmar: basta un mágico murmullo... y los ríos vuelven rápidamente hacia atrás, es posible encadenar e inmovilizar a los mares, adormecer el soplo de los vientos, detener la marcha del sol, atraer el rocío de la luna, arrancar del cielo las estrellas, suprimir el día y alargar la noche».

    2Yo, entonces, tomo la palabra con mayor libertad: «Oye, amigo, tú que habías iniciado la historia, no te acobardes; por favor, complétala». Y, dirigiéndome al otro: «¿No estás acaso rechazando con tus oídos sordos, tu entendimiento obtuso, lo que puede ser exacta realidad?

    3»Por Hércules, no pecas de listo: los peores prejuicios hacen ver mentiras en lo que uno nunca ha visto u

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