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No es cuento
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Libro electrónico352 páginas5 horas

No es cuento

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¿Por qué sabemos poco o nada de la historia reciente de Guatemala? ¿Hubo masacres, torturas, desapariciones, crímenes de lesa humanidad? ¿Qué oculta la historia "oficial" acerca de esto? ¿Existió un movimiento guerrillero? ¿Quiénes lo integraban? ¿Cómo actuaban? ¿Cómo funcionaba su aparato logístico? Estas y otras respuestas las encontrarán aquí, directamente salidas del lápiz de uno de los protagonistas de la historia de este país: el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Rebeldes de Guatemala, Pablo Monsanto.
Pablo se desprende de su verdad a través de un relato ameno y coloquial que expone una historia de dictaduras encubiertas, medios de comunicación serviles al mejor postor, ambiciones, intrigas, traiciones y falsedades que dieron al traste con el sueño de una Guatemala mejor.
La guerrilla, sus logros y desaciertos, sus esperanzas de alcanzar la unidad de todas las fuerzas rebeldes para llevar adelante un proyecto social de igualdad y progreso, son desvelos que Monsanto ha decidido dejar impresos aquí porque, como dijo José Martí: la palabra no es para encubrir la verdad, sino para decirla.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 jun 2023
ISBN9788411446877
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    No es cuento - Pablo Monsanto

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    Primera edición: 2022

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Pablo Monsanto

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Corrección de estilo y edición: Belén Cañas López

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    Nota de contraportada: Belén Cañas López

    Diseño e ilustración de portada: Víctor Manuel Cañas López

    ISBN: 978-84-1144-687-7

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    IMPRESO EN ESPAÑA – UNIÓN EUROPEA

    .

    Dedicatoria:

    Dedico este libro a todas las personas que donaron lo mejor de sus vidas y las vidas mismas, a quienes cayeron combatiendo y a quienes vieron sus vidas sesgadas por las torturas criminales en las cárceles de los gobiernos militares y fascistas durante esos años.

    Lo dedico también a mi hija Iskra Ixmukané, a mis hijos Pablo Arnoldo, Jorge Ismael, Nils Eduardo, Marco Antonio y Ángel Odel, quienes son mi vida misma.

    Hago un profundo reconocimiento por sus apoyos a Zoila América, madre de tres de mis hijos menores.

    Un reconocimiento especial con gran afecto, agradecimiento y valoración a sus aportes y apoyos, sin los cuales no hubiese sido posible que este libro llegara a sus manos, a la licenciada en Letras Belén López y al trovador Karel García, con quienes estoy alta y eternamente agradecido.

    Prólogo

    A cualquier lector guatemalteco, latinoamericano, o en especial aquel que viva allende nuestros océanos, no le debe caber la menor duda de que este libro que van a leer… «no es cuento» y pronto confirmarán que efectiva y ciertamente… «es historia».

    No una historia cualquiera, sino una profunda y conmovedora narración vivida con dignidad y estoicismo no solo por su autor, sino por toda una generación que aún hoy, sesenta y cinco años después de los acontecimientos que aquí se narran y describen diáfanamente y sin tapujos ni justificaciones, siguen vinculadas de muchas maneras con buena parte de los hechos, momentos o períodos de la historia contemporánea durante toda la segunda mitad del siglo xx.

    La razón de esa vigencia es contundente: un significativo número de los protagonistas de esta historia aún viven, y no solo viven, sino que todavía comparten sus avatares con las generaciones que les sucedieron. En tal sentido les sugiero que presten mucha atención porque no pocos de aquellos que vivieron la intensidad de la lucha desde la década del sesenta hasta los años noventa, aún mantienen una presencia activa y protagónica en la Guatemala de este siglo xxi. Uno pensaría que es mentira, pero es una realidad. No es cuento.

    Aunque nos parezca paradójico o inverosímil, es válido apuntar que más del setenta por ciento de los casi quince millones de guatemaltecos actuales, o bien no habían nacido, o apenas transitaban por su niñez cuando sucedieron estas historias y las desconocen por completo, porque, además, jamás se las han enseñado en las escuelas ni las han visto en la televisión o el cine, tampoco las escucharon en la radio ni siquiera como cuentos, mucho menos como lo que son: historias verdaderas.

    Estas cifras de desconocimiento pueden ser muy superiores si lo miramos en las zonas urbanas, cosmopolitas, como Ciudad Guatemala o las principales cabeceras departamentales del país, porque el peso y rigor de la guerra se concentró en las montañas y serranías de la Guatemala profunda, la indígena, la maya con sus más de veinte etnias que sí sufrieron aquella pesadilla. En estas zonas todavía hay muchas personas sobrevivientes que preferirían no recordar esa terrible etapa. Aún hoy, sesenta y cinco años después, sienten miedo de todo aquello. Lamentablemente es así.

    A pesar de la existencia de una profusa literatura sobre lo que se conoce como la «etapa del conflicto armado», que duró treinta y seis años —si ubicamos sus inicios en 1960 y lo llevamos hasta la firma de los Acuerdos de Paz, el 29 de diciembre de 1996—, historias como las que aquí se cuentan apenas existen, pues la gran mayoría de esa literatura la han escrito historiadores, investigadores, politólogos, novelistas e incluso enemigos de ese proceso, pero no los que sí vivieron esos hechos, como en este caso, en que todo lo que usted leerá está escrito por uno de sus más identificados protagonistas, Pablo, que con este libro nos acerca a su visión de esta parte de la historia guatemalteca.

    Ciertamente no son cuentos que escuchó de otros, son historias vividas por él y por decenas de otros protagonistas que a lo largo de sus más de trescientas páginas Monsanto irá destacando, por pequeño que haya sido el rol desempeñado por muchos de ellos en favor de las causas justas por las que lucharon y hasta dieron sus valiosas vidas, rindiéndoles así un muy merecido homenaje.

    Algo que no debemos olvidar es que, en la bellísima Guatemala de la Eterna Primavera, el proyecto contrainsurgente implantado por los EE. UU. junto a los distintos regímenes dictatoriales en esos treinta y seis años fue el más letal y sofisticado de todos cuanto aplicó en Latinoamérica. Esto ocasionó afectaciones irreparables al pueblo de Guatemala con un saldo de más de doscientas mil pérdidas humanas entre asesinatos y desapariciones. Cifra que supera por mucho lo ocurrido en todo el continente con planes similares en etapas paralelas o posteriores.

    Las dantescas tácticas de tierra arrasada empleadas, las llamadas Patrullas de Autodefensa Civiles (PAC), las denominadas Aldeas Modelos, los supuestos «polos de desarrollo», todo lo que se concebía en la tenebrosa Escuela de las Américas, en la CIA y en los centros de poder imperial se ensayaron y se aplicaron al máximo en Guatemala, donde llegaron a tener élites militares (kaibiles) con entrenamientos de sobrevivencia que incluían hasta el canibalismo. Estos genocidas llevaron al paroxismo las masacres que hicieron desaparecer una etnia. Eso, estimados lectores, sencillamente no se puede olvidar. Así lo han recogido y testimoniado la Comisión de Esclarecimiento Histórico (CEH), la CIDH, Minugua y cuantos organismos internacionales han investigado estas historias que no son cuentos.

    Monsanto, en su libro, nos las narra en seis capítulos de una manera novedosa, pues a cada uno de ellos los titula con nombres de canciones del trovador cubano —y su amigo personal— Vicente Feliú Miranda y al concluir cada capítulo aparece el texto de la canción. Algo distinto en este tipo de literatura histórica y hasta épica por sus contenidos.

    Sin ánimo de anticiparme a las lecturas que ustedes disfrutarán —y aprenderán de ellas— y solo con la intención de motivarlos con cada uno de sus musicalizados capítulos, se los resumo así.

    En el Capítulo I titulado La balada del guerrillero, que es un poema del poeta y guerrillero peruano Javier Heraud (caído en combate con apenas veintiún años) musicalizado por Feliú, Monsanto va narrando la epopeya que significó establecer la primera columna guerrillera en la Sierra de las Minas.

    Fue entre los años 1962 y 1963, con las primeras Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) provenientes de los Movimientos 13 de noviembre y 12 de abril, cuando un grupo de jóvenes del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) junto a la legendaria Guerrilla Edgar Ibarra, con veintiún combatientes, se alzó en la Sierra de las Minas. Al finalizar la etapa, apenas sobrevivieron cinco para continuar en las montañas luchando contra las dictaduras del general Ydígoras Fuentes y del coronel Peralta Azurdia, quienes desatarían una brutalidad contrainsurgente no vista en Guatemala desde la invasión de Castillos Armas —en contubernio con EE. UU.— en el año 1954 para derrocar al legítimo Gobierno de Árbenz.

    En el Capítulo II, titulado A dónde irán a parar mis alas por otra hermosa canción de Vicente, Pablo se adentra en las contradicciones internas que sufre el movimiento revolucionario entre el Mando de la Resistencia Nacional, situada en la ciudad, y los que «se la jugaban» en las montañas. No obstante, se dan avances de la guerrilla durante el «espejismo democrático» que vive Guatemala con el único gobierno no militar en treinta años, como fue el del presidente Méndez Montenegro (1966/1970). Aquí se logran estructurar los cuatro regionales de las FAR en el sur, norte, occidente y centro del país. Esta etapa significará el reconocimiento de la lucha armada internacionalmente con la participación de Turcios Lima en la antológica Primera Conferencia Tricontinental en La Habana en enero de 1966, donde se crea la OSPAAAL, y en posteriores reportajes en su revista Tricontinental, que circulaba por todo el Tercer Mundo.

    Pablo destaca que con la llegada del coronel Arana Osorio al poder no solo se implementaría la represión más atroz contra el pueblo, sino que marcaría a su vez una mayor presencia de EE. UU., financiera, logística y militarmente, en apoyo a las dictaduras chapinas.

    En el Capítulo III, nombrado La cólera por la emblemática canción de Feliú, Monsanto nos ayuda a comprender la complejidad de Guatemala en la segunda mitad de los años sesenta —desde el último gobierno civil coaccionado por el Ejército— y de los próximos dieciséis años (1970-1986), en que se sucedieron gobiernos de generales y coroneles autogolpeándose unos a otros. Una etapa muy dura en que aparecen y crecen vertiginosamente los grupos paramilitares y escuadrones de la muerte como La Mano Blanca, Ojo por Ojo, el Buitre Justiciero, etc., que asesinaron a miles de guatemaltecos no solo de la izquierda, sino de la población civil por el simple hecho de coexistir con las guerrillas en ciertas regiones.

    Una etapa de pérdidas irreparables para el movimiento revolucionario como las de los comandantes Luis Augusto Turcios Lima, Marco Antonio Yon Sosa y varios catedráticos de la Universidad de San Carlos. El propio Monsanto sufriría un atentado en plena capital del que saldría ileso, pero lamentando la muerte de un compañero de siempre.

    En paralelo a este clímax, los militares golpistas ya no pretendían ser solo guardianes de la oligarquía, sino que comenzaron a incursionar directamente no solo en la economía, sino también en la política creando su propio partido (PID) para disputarle espacios a la oligarquía tradicional.

    El Capítulo IV se denomina La mañana después parafraseando la hermosa canción que Vicente le dedicara a la capitana María, esposa, madre de sus hijos y compañera de Pablo en la guerrilla. María está sembrada bajo una ceiba en territorio libre de Nuevo Horizonte, en Petén, y Vicente lo refleja como un homenaje en su frase «el árbol que da el mejor fruto es el que tiene debajo un muerto».

    Este es el capítulo más largo, donde se analiza la importante década del 70 y los profundos cambios internacionales como el triunfo de Allende en Chile, el reconocimiento del general Torrijos en Panamá y el acercamiento de las relaciones con las guerrillas en El Salvador y Nicaragua y con los movimientos revolucionarios de Honduras y Costa Rica, esto último en respuesta al accionar de las dictaduras centroamericanas que también se cohesionan en sus proyectos contrainsurgentes y agudizan las represiones.

    El Capítulo V se titula El sueño del Héroe como la antológica canción de Vicente, dedicada especialmente a los luchadores revolucionarios dispuestos a todo por las justas causas.

    En este capítulo Monsanto narra el devastador terremoto de 1976, su impacto político-económico y el fraude electoral de 1978 con tres generales como candidatos, en que se invistió como presidente Romeo Lucas, quien luego sería depuesto por el general Ríos Montt en contubernio con los dictadores del área centroamericana.

    Asimismo, hace un detallado recuento de la situación regional y destaca la importancia de la unidad lograda por los sandinistas —lo que los llevaría al triunfo en 1979— y su influencia para el acercamiento paulatino entre las organizaciones armadas en busca de la unidad. A pesar de las continuas divisiones internas dentro de cada organización revolucionaria, con el trotskismo incluido, se logra primero la llamada Tripartita con las FAR, EGP y el PGT de Mario Sánchez, que llegarían entre octubre y diciembre de 1979 a la creación de la URN, y luego el 7 de febrero de 1982 en Managua, con el ingreso de ORPA, conformarían finalmente la URNG. Un buen momento.

    Cuando el lector llegue al Capítulo VI, llamado Créeme en tributo a la canción paradigmática de Vicente, lo que aquí leerán los llevará a creer en lo que leen.

    Digo esto porque este capítulo es un resumen de la épica vida guerrillera de Pablo, narrada en una extensa entrevista que le hiciera la politóloga y multipremiada escritora chilena Marta Harnecker en 1981. Esta entrevista tiene una impresionante vigencia por todo lo que en ella aflora de manera muy autocrítica por Pablo y por el duro pero necesario análisis realizado a los graves problemas por los que atravesaron los movimientos revolucionarios, sus causas y, muy lamentablemente, su trascendencia hasta hoy, cuatro décadas después.

    Los hechos aquí descritos, estimados lectores, tengan por seguro que no los van a encontrar en ninguna otra literatura —y menos en libros de texto—. No se publican textos históricos escritos con la valentía con que Pablo muestra las nefastas divisiones existentes en las guerrillas y en el movimiento revolucionario guatemalteco desde los años sesenta, cuando apenas quedaron cinco de los veintiún combatientes originales, hasta el año 1981, ya con cuatro guerrillas debidamente estructuradas.

    Y es que Guatemala no fue ajena a un escenario mundial de las izquierdas marcado por el nefasto impacto del conflicto chino-soviético durante el trienio 1962-1965, que tanto perjudicó al movimiento revolucionario mundial y en particular a los movimientos de liberación nacional. Tampoco escapó al influjo del trotskismo militante e invasivo ni a la errática postura soviética (y del llamado campo socialista europeo) con su política de «coexistencia pacífica» con Occidente en aras de evitar una nueva conflagración mundial que, para algunos ideólogos de entonces, podía provocarse por el crecimiento de los MLN en el llamado Tercer Mundo.

    La agudeza de Marta en su entrevista a Monsanto nos lleva a conocer las profundas reflexiones sobre el quehacer de las FAR durante diecinueve años (1963-1981) a través de noventa y nueve preguntas incisivas que llegan al detalle que ella, con su experiencia, agrupa en sesenta y seis epígrafes —o temas— que ponen sobre la mesa una cruda e hiriente realidad que nos lleva a meditar sobre la enseñanza de los siguientes versos del Che Guevara: Que la dureza de estos tiempos no nos haga perder la ternura de nuestros corazones. Y es que este capítulo-entrevista se convierte, de hecho, en un libro dentro de otro. Algo así como dos libros en uno, del propio autor, pero en formatos diferentes. Si en los cinco capítulos del primero Pablo nos narra cronológicamente sus vivencias con detalles y recuerdos muy queridos, tristes y dolorosos, de él y de los compañeros de su generación, en el segundo lo vemos más valorativo, más generalizador, pues responde a preguntas muy puntuales de Marta, quien con una larga experiencia de entrevistas con combatientes salvadoreños, sandinistas, colombianos, venezolanos, entre otros, encauza las respuestas e historias de Monsanto hacia sus objetivos de esclarecer una etapa de muchas sombras, pero también de hermosas luces que nos han iluminado hasta hoy.

    Sin equívocos, una jugada literaria que redondea la idea de Pablo con su libro testimonial.

    Finalmente, como de guerrillas y guerrilleros se trata este libro, vale la pena recordar a Paco Ignacio Taibo II (uno de los más importantes escritores mexicanos y latinoamericanos contemporáneos) cuando escribió su excelente libro sobre el mayor exponente de la guerrilla universal y lo tituló: Ernesto Guevara, también conocido como el Che.

    Parafraseando a Taibo, podríamos subtitular este libro de forma inversa como: Ismael Soto, también conocido como Pablo Monsanto, porque en la vida política guatemalteca y en casi toda Latinoamérica, pocos, pero muy pocos, conocen al comandante Monsanto por su verdadero nombre de Ismael Soto García.

    Permítanme una anécdota sobre esto. En 1985, durante el Evento Continental contra la Deuda Externa, uno de sus organizadores me preguntó, desesperado, si no vendría a presidir su comisión el comandante Monsanto, porque aparecía como «ausente». Al mostrarme el listado, le dije: «compa, ese Ismael Soto García que está ahí, es Monsanto», y respiró feliz.

    Lo cierto es que desde la segunda mitad del siglo xx y en estos primeros veintidós años del xxi, la presencia de Monsanto es sencillamente infaltable en el quehacer sociopolítico e ideológico en la hermosa tierra del quetzal.

    Junto al nicaragüense Daniel Ortega y el peruano Héctor Béjar conforman una trilogía de comandantes guerrilleros que, aun cuando ya no asumen esos cargos militares ganados en el fragor de sus luchas por la liberación nacional de sus países, continúan honrosamente siendo para amigos, seguidores, admiradores y ¡hasta para sus enemigos!, eternos comandantes.

    Por cierto, Monsanto en 2023 cumplirá cincuenta y cinco años de ostentar orgullosamente su ascenso a comandante, desde que, con apenas veintitrés años, en agosto de 1968 en la Sierra de las Minas, lo nombraron miembro de la Comandancia General de las FAR como tercer comandante.

    Monsanto estuvo presente —en 1982— entre los fundadores de la Unidad Nacional Revolucionaria Guatemalteca (URNG), junto a los comandantes Ricardo Ramírez León (Rolando Morán, del EGP), Rodrigo Asturias (Gaspar Ilom, de ORPA) y Ricardo Rosales Román (Carlos González, del PGT). Estuvo, asimismo, en los frentes guerrilleros y representando a estos en encuentros internacionales de solidaridad con la revolución guatemalteca y también estuvo presente en todo el largo proceso hasta llegar a los Acuerdos de Paz firmados en el Palacio Nacional el 29 de diciembre de 1996.

    Con el retorno a la democracia y ya convertidas las organizaciones guerrilleras en partidos políticos, encontraremos a Monsanto en esas tareas de reconstrucción del movimiento revolucionario en las nuevas condiciones, donde llegaría a ser miembro de la Dirección Nacional de la URNG y luego su secretario general. Posteriormente, también lo sería del partido Alianza Nueva Nación (ANN).

    En la vida política fue diputado a la Asamblea Nacional y en los comicios de 2005 fue candidato presidencial de las fuerzas de izquierda.

    Ha sido y es un promotor incansable de la unidad del movimiento popular y social, tratando de incorporar a las nuevas generaciones en diferentes etapas del complejo y entreverado mundo político guatemalteco.

    Monsanto es —junto a la Premio Nobel Rigoberta Menchú—, probablemente, la figura política de izquierda más conocida del país y quien sostiene y cultiva las diversas relaciones internacionales con otros partidos y organizaciones en el continente, el Tercer Mundo y Europa. Ha sido un activo participante en los encuentros del Foro de Sao Paulo, las batallas contra el ALCA, las articulaciones del movimiento popular en el continente y de cuantas estructuras unitarias, solidarias y sobre todo antimperialistas se encaminen.

    Amigo incondicional de la Revolución Cubana desde 1962, año en que vino a Cuba por primera vez con diecisiete años, desde entonces hasta hoy ha estado en todos los procesos y momentos decisivos con una lealtad total a nuestro proceso. Ha ocurrido lo mismo con las revoluciones sandinista y salvadoreña desde sus etapas de liberación y muy especialmente con la revolución bolivariana y con su líder Hugo Chávez.

    Con este libro se complementa una visión diferente de las manipulaciones y tergiversaciones que en torno al conflicto armado guatemalteco han versionado infinidad de autores de manera malintencionada.

    En su anterior entrega —Somos los Jóvenes Rebeldes (2013)—, Monsanto nos invitaba a conocer las luchas del movimiento revolucionario armado en la tierra del quetzal, luego de haber vivido la hermosa etapa de la Revolución de Octubre del 1944 a 1954 y su posterior frustración por la invasión mercenaria y brutalmente represiva de Castillo Armas y, finalmente, cómo se produjo el reinicio de la lucha armada bajo el influjo de la Revolución Cubana. Otro texto que los invito a leer.

    Para quienes hayan soñado y sueñen con un mundo mejor, más humano, solidario, con justicia y equidad, estas lecturas serán sin dudas de interés y satisfacción espiritual y harán crecer su visión de lo que podemos lograr si continuamos el legado de estos hombres —y los que los antecedieron desde las luchas precolombinas— en las revoluciones independentistas del siglo xix y en las luchas sociopolíticas de todo el siglo xx latinoamericano y caribeño.

    Creo que las generaciones como la nuestra y las dos anteriores, que sí vivieron intensamente casi todo lo que tendrán oportunidad de leer, se sentirán agradecidos y hasta identificados con lo que se les narra en estas páginas, pues de alguna manera muchos de ellos fueron protagonistas, o cuando menos testigos, de partes de esas historias.

    Concluyo como comencé: todo lo que nos «cuenta» Monsanto en este libro puede usted estar seguro de que No es cuento… es historia y, como nos canta y nos convoca Vicente en su antológica canción, créanle.

    Santiago Rony Feliú Miranda

    Capítulo I

    Balada del guerrillero que partió

    (…) Disparó con su fusil rayos de esperanza.

    Vicente Feliú.

    Al final de la década de los sesenta del siglo pasado y a consecuencia de los graves errores políticos cometidos y las derrotas militares sufridas, el movimiento guerrillero guatemalteco estaba dividido. Sobrevivía a una gran ofensiva contrainsurgente, lanzada y sostenida por el Ejército, las policías¹ y las organizaciones clandestinas integradas por las fuerzas fascistas de la extrema derecha y sus aliados oligarcas: el imperialismo yanqui, Israel, Taiwán y los gobiernos militares de la derecha continental.

    En esos años, el terror se hizo patente mediante incontables violaciones de los Derechos Humanos cometidas por las fuerzas enemigas durante las operaciones contrainsurgentes que se concentraban, generalmente, en la región central, y más específicamente en la Ciudad de Guatemala, aunque estos atropellos eran algo cotidiano en la sociedad guatemalteca de entonces.

    La contrainsurgencia sacudía a la guerrilla y producía bajas muy sensibles entre los cuadros más valiosos, sobre todo en el sector político-ideológico del organigrama guerrillero. Los elementos negativos que hacían vulnerable al movimiento revolucionario en ese momento eran la fragmentación, la desorganización y la falta de coordinación en la acción, a pesar de contar con objetivos tácticos claros dentro de una estrategia política y militar definida.

    Los máximos dirigentes del movimiento guerrillero se encontraban, en su mayoría, fuera del país por diferentes motivos. Correspondió entonces a los cuadros guerrilleros medios —el Mando real— hacer frente a la situación y sentar las bases de la reconstrucción de la guerrilla a nivel nacional y, muy particularmente, en el norte del país.

    El gabinete del licenciado Julio César Méndez Montenegro —representante del llamado Partido Revolucionario (PR) a las órdenes de la camarilla militar de turno, la extrema derecha y el imperialismo— gobernaba con estados de excepción y se aplicaba a fondo en reprimir violentamente al pueblo, especialmente a las organizaciones gremiales de obreros, campesinos, maestros y estudiantes de la enseñanza media y universitaria.

    En declaraciones de la época, Mario Méndez Martínez, secretario general del PR —partido gobernante—, manifestó en el periódico El Gráfico del día 28 de febrero de 1968, de forma desvergonzada, su determinación de combatir lo que llamó «la guerrilla castro-comunista» y aseguró que «nunca antes, ni siquiera el gobierno militar le hizo frente con la energía que lo hace el gobierno revolucionario». Por su parte, el periódico Prensa Libre en el número del sábado 11 de octubre de 1969 publicó unas declaraciones de Antonio Argueta Guerra —subsecretario de prensa de la Presidencia—, desde Hamburgo, Alemania, donde afirmaba que «el Gobierno del presidente Méndez Montenegro, ha visto desaparecer el peligro guerrillero y confía que las elecciones presidenciales de 1970 transcurran en paz y libertad».

    Ese mismo día la guerrilla de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) tomó el campamento petrolero Las Tortugas, al norte de Alta Verapaz, municipio de Chisec. El Gobierno y el Ejército, ante la imposibilidad de asumir y explicar la existencia de estas escaramuzas, trataron de mantenerlas en secreto. En un vano intento de sostener la mentira de que las guerrillas habían sido derrotadas, no aparecieron en prensa alguna hasta cinco días después, el jueves 16 de octubre. Ante tal evidencia, el sábado 18 de octubre de 1969, el vicepresidente Clemente Marroquín Rojas tituló uno de sus editoriales en el diario La Hora con la frase: «Ya no se puede ocultar el grupo guerrillero».

    Ubicación del campamento petrolero Las Tortugas

    En su libro La estrategia fallida, el general de división Víctor Manuel Ventura Arellano interpreta la toma del campamento Las Tortugas como el resultado lógico de la «revitalizada intención de expandir la corriente revolucionaria armada en América Latina», agregando que «esto se apreciaba en las claras manifestaciones de las organizaciones en la clandestinidad y las acciones de los rebrotes de los grupos armados». Esta aseveración demostraba que se entendían nuestras acciones como la ejecución práctica de decisiones estratégicas tomadas en La Habana y no como resultado del esfuerzo del movimiento revolucionario guatemalteco para recomponer sus fuerzas en la zona norte del país.

    El 22 de octubre de 1969 se convocaron las elecciones generales, a efectuarse el 1 de marzo de 1970. El país se convirtió en una feria electoral, y se anunciaba la participación como candidatos a la presidencia de dos militares y un abogado civil: el coronel y licenciado Jorge Lucas Caballeros, postulado por la Democracia Cristiana; el licenciado Mario Fuentes Peruccini, candidato por el partido gobernante (PR); y el coronel Carlos Arana Osorio, de la coalición MLN-PID, formada por el Movimiento de Liberación Nacional y el Partido Institucional Democrático creado por la burocracia de los gobiernos militares. Estos tres candidatos tomaron como eje central de su campaña la «pacificación de Guatemala» y para lograrla enarbolaron múltiples promesas, desde la adopción de políticas de «mano dura» para terminar con el movimiento revolucionario armado hasta ofrecimientos populistas para combatir la pobreza y otorgar «nuevas libertades democráticas». Esas fueron las promesas, pero lo que se hizo en realidad fue incrementar y fortalecer los métodos de contrainsurgencia, reprimir el movimiento popular y social, y proteger, a cualquier costo, las propiedades y los intereses de los terratenientes y capitalistas nacionales y extranjeros, a fin de impedir el triunfo en Guatemala de lo que llamaban «castro-comunismo».

    Nosotros, la guerrilla de la Sierra de las Minas —una parte del Frente Guerrillero Edgar Ibarra—, inmediatamente después de la desaparición física del comandante

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