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La Nación Incivil: El Caracazo, sus consecuencias y el fin de la democracia.
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Libro electrónico392 páginas8 horas

La Nación Incivil: El Caracazo, sus consecuencias y el fin de la democracia.

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Un exhaustivo examen del Caracazo y las consecuencias visibles en nuestra historia reciente: El regreso de la Nación Incivil.

Muchos creen que el 27-F fue un fenómeno planificado. Se equivocan, dice Alonso Moleiro en este ensayo. Fue un terremoto social que tomó por sorpresa a la política venezolana.

Para Mol
IdiomaEspañol
EditorialDahbar
Fecha de lanzamiento31 ene 2022
ISBN9789804250682
La Nación Incivil: El Caracazo, sus consecuencias y el fin de la democracia.
Autor

Alonso Moleiro

Alonso Moleiro, Nacido en Caracas, periodista egresado de la Universidad Central de Venezuela. Se inició en el rotativo El Globo; fue reportero de la revista Primicia y del diario El Nacional durante dos lustros. Locutor y ancla informativa del Circuito Unión Radio durante diez años más. Condujo espacios televisivos en Globovisión y en la plataforma digital Vivoplay. Es corresponsal del diario español El País desde hace cuatro años. Publicó Sólo los estúpidos no cambian de opinión. Conversaciones con Teodoro Petkoff en 2006.

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    La Nación Incivil - Alonso Moleiro

    ALONSO MOLEIRO COLOR

    ALONSO MOLEIRO.

    Nacido en Caracas, periodista egresado de la Universidad Central de Venezuela. Se inició en el rotativo El Globo, fue reportero de la revista Primicia y del diario El Nacional durante dos lustros, y luego locutor y ancla informativo del Circuito Unión Radio durante diez años más. Condujo espacios televisivos en Globovisión y en la plataforma digital Vivoplay. Columnista de prensa, escritor, consultor y analista político. Es corresponsal del diario español El País desde hace 4 años -Publicó Sólo los estúpidos no cambian de opinión- Consversaciones con Teodoro Petkoff en 2006. Esta su segunda obra.

    La nación incivil. El Caracazo, sus consecuencias y el fin de la democracia

    Primera edición, 2021

    © Cyngular Asesoría 357, C. A.

    © De la presente edición, Editorial Dahbar

    DISEÑO DE PORTADA: Jaime Cruz

    REVISIÓN DE TEXTOS: Mauricio Vilas

    IMAGEN DE PORTADA: shutterstock.com

    RETRATO DEL AUTOR: Guillermo Súarez

    ISBN:978-980-425-068-2

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en sistema recuperable, o trasmitida en forma alguna o por ningún medio electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros, sin el previo permiso de Cyngular Asesoría 357, C. A.

    ÍNDICE

    AGRADECIMIENTOS

    PRÓLOGO

    Alberto Barrera Tyszka

    POR QUÉ ESTE LIBRO

    I

    El mito. VENEZUELA YA ESTABA DIVIDIDA

    El Caracazo, una tesis política

    El segundo estallido que jamás llegó

    El relato chavista del 27-F

    II

    LA RUTA DE LA PÓLVORA

    Jaime Lusinchi y el cuadro económico precedente

    La deuda externa, pagarla o no pagarla

    Un programa de Gobierno perdido en el carnaval electoral

    El gran viraje, alias el paquete

    La concertación, muerta al nacer

    Las opciones de Carlos Andrés Pérez

    El aumento de la gasolina, histórico fetiche de la política

    III

    El ESTALLIDO

    ¿Qué sucedió aquel día?

    La furia militar

    El mito de la insurrección provocada

    ¿Cómo interpretó aquella Venezuela el 27-F?

    El papel de los medios de comunicación

    IV

    LAS CONSECUENCIAS POLÍTICAS DEL CARACAZO

    El abstencionismo como cultura y el crecimiento de la Causa R

    El fin del bipartidismo

    Rafael Caldera

    Venezuela, otra

    Arturo Uslar Pietri

    V

    EL NUEVO DEBUT DEL GOLPISMO

    Lo más notable de Los Notables

    Vete ya, Carlos Andrés

    Del 4 de Febrero al 27 de Noviembre

    El juicio y la renuncia

    Carlos Andrés Pérez

    VI

    MEMORIAS DE UNA REVANCHA

    Golpe y Estado en Venezuela

    La cuenta del 18 de octubre de 1945

    Octubrismo y febrerismo

    VII

    ENTRAN EN ESCENA LOS DERECHOS HUMANOS

    La Peste

    El 27-F va a la justicia internacional

    La gestión a medias del 2010

    El movimiento de derechos humanos

    José Vicente Rangel

    La materia pendiente del Estado de Derecho

    La Constitución Bolivariana y los derechos humanos

    VIII

    EL SACUDÓN LLEGA A MIRAFLORES

    Las elecciones de 1998

    Pacíficos, pero armados

    El día que bajen los cerros

    La relegitimación, de un régimen a otro

    Lina Ron y otros ecos del 27 de Febrero

    El 11 de Abril de 2002, la rebelión civil de la oposición

    El Paro Petrolero

    El revocatorio de 2004 y sus consecuencias

    IX

    LA VENEZUELA ARMADA Y EL FIN DE LA DEMOCRACIA

    La unión cívico-militar

    Pueblo en armas

    La conquista del hampa

    X

    PARTIDOS, BANCOS Y EMPRESAS NO FUERON UN OBJETIVO POPULAR EL 27-F

    Para mi hija Martina, porque su país,

    que habremos de recuperar, es también el mío.

    AGRADECIMIENTOS

    Muchas gracias a Miriam Ardizzone por la edición y sus importantes consejos metodológicos.

    Gracias a Liliana Ortega y a Cofavic por su orientación y valiosa asistencia.

    Gracias a José Manuel Puente, Leonardo Vera, Enrique Ochoa Antich, Luis García Mora, María Fernanda Flores, Juan Manuel Rafalli, Carlos Ayala Corao, Sebastiana Barráez, Rocío San Miguel, Luis Izquiel, Carlos Correa, José Virtuoso y Rafael Uzcátegui por su tiempo y disposición.

    Gracias a mis amigos Carolina Omedas, Emigdio Suárez y Julio Túpac Cabello por haberse aproximado a los primeros manuscritos con sus opiniones e interpretación.

    Muchas gracias a Alberto Barrera Tyszka.

    PRÓLOGO

    Alberto Barrera Tyszka

    Los venezolanos llevamos años preguntándonos qué pasó, cómo pudimos llegar hasta el punto en donde estamos. Esa interrogante permanece abierta, dentro y fuera de nuestro mapa, como una angustia constante, como parte de una tragedia que a veces todavía nos parece increíble. Esa búsqueda insistente de alguna respuesta es, también, una forma de resistencia, una manera de luchar contra un poder que está empeñado en borrar las preguntas, en imponer una sola interpretación y una única versión de la historia.

    Este libro existe para enfrentar –desde la complejidad y desde la pluralidad– el persistente esfuerzo chavista por destruir la memoria democrática del país.

    Alonso Moleiro se ha destacado como periodista y como analista de esa marea confusa que llamamos la realidad. Lleva años informando y pensando el país, ayudándonos a verlo, a contarlo, a discernirlo. No es una faena sencilla. Alonso combina con inusual destreza la curiosidad y la velocidad del reportero con la distancia y la calma del observador. Hijo del mítico líder de la izquierda venezolana Moisés Moleiro, Alonso, además, conoce a fondo y desde la intimidad de su propia historia la supuesta experiencia utópica que ilumina a la supuesta revolución bolivariana. Todo esto logra que su mirada sobre el país ofrezca siempre una particular lucidez, donde se mezclan el dato periodístico, la investigación, el razonamiento, la experiencia y la propia inquietud personal. La nación incivil es, sin duda, un excelente resultado de este ejercicio.

    Alonso Moleiro nos propone revisar nuestra reciente historia política tomando como clave el Caracazo: El 27-F –sostiene la premisa de este libro– constituye el verdadero certificado de nacimiento de la antipolítica como fenómeno social. Pero Moleiro –y creo que esto es un punto esencial de su trabajo– no solo nos propone examinar los acontecimientos sino que va más allá: ordena y analiza también la historia de la interpretación de esos acontecimientos. De manera muy aguda, lleva al lector por el recorrido de la cambiante retórica sobre el llamado Sacudón, el tránsito que va de la sorpresa y el desconcierto de la revuelta de febrero del 1989 al mito moderno que utiliza el chavismo para legitimar su proyecto autoritario.

    La nación incivil no rehúye las polémicas esenciales de muchos de los sucesos y circunstancias que han marcado todo este proceso: la actuación de Carlos Andrés Pérez y la crisis de su Gobierno que terminó en su renuncia, la hipótesis de la supuesta planificación –con intervención extranjera, incluso– de las protestas y saqueos, el papel de los medios y de grupos de influencia como los Notables en el derrumbe del segundo Gobierno de CAP… pero siempre los enfrenta para contraponerlos con la ausencia de interpretación y de narrativas que las instituciones y los partidos políticos de ese tiempo debieron ofrecer a la sociedad. Mientras, del otro lado, enclavado en nuestra profunda tradición militarista, el chavismo fue construyendo un relato que tergiversó y dotó de otro significado a lo sucedido. Lo sabemos gracias a Hannah Arendt: los hechos son más frágiles que los axiomas y las teorías de la mente humana.

    En uno de los primeros ensayos sobre el chavismo, publicado a finales de la década de los noventa, Alberto Arvelo Ramos, en un reflexión además autocrítica, plantea asertivamente el error histórico de la izquierda venezolana cuando –una vez caída la dictadura de Pérez Jiménez– decidió ir a las guerrillas. Su cuestionamiento inaugura una línea que tiene mucho que ver con este libro: la izquierda optó por las armas, por una salida militar, justo cuando más tocaba construir el país civil, alimentar y fortalecer la experiencia ciudadana que hace posible que haya vida política y democracia.

    Más recientemente, el también sociólogo Tulio Hernández ha insistido en esta lectura de la historia, subrayando que, a diferencia del resto de los países de América Latina, en Venezuela los militares y los guerrilleros –las dos fuerzas que habían capitalizado antagónicamente la violencia en la región– paradójicamente se unieron y conformaron un solo bloque, conquistaron el Estado y desde ahí ocuparon el espacio social e institucional y desmantelaron democracia. Con La nación incivil Alonso Moleiro se suma a esta línea de interpretación y pone en perspectiva esta mirada, invitándonos a revisar todo el proceso, que va desde el Caracazo hasta la salvaje represión institucionalizada por Nicolás Maduro, como parte de la misma compleja pugna entre militarismo y civilidad.

    Decía Todorov que, para cualquier totalitarismo, es una prioridad eliminar la memoria colectiva, ese espacio público, plural, donde pueden convivir e interactuar distintas versiones de la historia. El chavismo –desde su génesis– fue un movimiento militar con enormes aspiraciones autoritarias que, también desde muy temprano, convirtió la lucha contra la memoria en una de sus prioridades. Alonso Moleiro ha recorrido, registrado, sistematizado e interrogado todo este tránsito, este persistente impulso por cancelar cualquier otro relato y análisis de la historia, por distribuir e imponer su verdad.

    Desde hace mucho, solemos darle vueltas a la misma pregunta que manosea Zavalita en el comienzo de Conversación en la Catedral de Mario Vargas Llosa: ¿cuándo se jodió Venezuela? Probablemente existen muchas formas de contestar esa inmensa duda pero, con seguridad, este libro es una de las mejores posibles respuestas. Alonso Moleiro ha escrito un texto imprescindible para volver a mirar y repensar, de otra manera, lo que hemos vivido y aún estamos viviendo. Es un desafío a un poder que quiere hacer del olvido una nueva fiesta.

    Caracas, julio 2021

    POR QUÉ ESTE LIBRO

    En la crisis política que ocurrió en el lapso comprendido entre 1989 y 1992 se gestó, para concretarse unos años después, el ocaso definitivo del proyecto democrático venezolano creado en 1958. Se trataba de un régimen político que fundamentó sus beneficios sobre lo que parecía ser una realidad social y económica estable, que llegó a lucir consolidado y que en algún momento había sido considerado la envidia de la región latinoamericana.

    Las consecuencias de las tormentas de aquel complejo trienio, y del abordaje que la sociedad democrática de entonces hizo de los eventos que las constituyeron, todavía están dejando sentir sus efectos sobre la Venezuela actual.

    Las turbulencias del lapso 89-92 desencadenaron una costosa tormenta política en un momento en el cual la democracia venezolana se aprestaba a adelantar algunas reformas medulares en su morfología y estrategias de desarrollo para adecuar su funcionamiento y alinear su relación con las masas. Esta crisis, analizada en esta entrega, que tuvo desastrosos efectos sobre el futuro del país y que fue promovida de forma apasionada, desproporcionada e inconsciente por sus protagonistas, pudo ser evitada. Intentaremos establecer acá cuánto tuvo su desarrollo de deliberado y cuánto de objetivo.

    El punto de partida de aquel desafortunado período lo constituyeron los prolongados disturbios y motines de los días 27 y 28 de febrero y 1 de marzo de 1989. Su momento culminante fue el parto que hizo posible el ingreso de Hugo Chávez a la política venezolana con los dos golpes militares por él acaudillados en 1992, aclamados inicialmente por buena parte de la sociedad.

    En la gesta de estas dos fechas, que forman parte del marco que tutela el atraso cultural y político actual del país, quedaron sepultadas, al menos de momento, las aspiraciones para sacar a Venezuela del subdesarrollo. En La nación incivil hemos querido determinar en qué momento los problemas de Venezuela, que parecían manejables, comenzaron a agravarse tanto como para alimentar el huracán de la tragedia histórica actual. ¿Cuándo fue que la paz, la confianza, la tranquilidad, la estabilidad, el bienestar se acabaron como una sensación nacional?

    Quisimos, de manera muy especial, hacer un análisis detallado de la secuencia de sucesos que comprendieron el estallido social conocido como Caracazo, y calibrar sus secuelas como nudo gordiano de la avería causada al proyecto democrático venezolano del siglo XX. Su papel como punto de partida que potenció la descomposición, el hampa, la violencia, la anomia, la rapiña… la nación incivil. Hemos procurado desprender aquellos hechos de las imposturas y los añadidos del credo político-religioso del chavismo e intentar ubicar su circunstancia dentro de un marco interpretativo equidistante y cabal.

    Parte de la tesis de este libro sostiene que Hugo Chávez se apropia tendenciosamente de la narrativa oficial del sacudón porque la democracia no le había construido ninguna, y porque las gravísimas violaciones a los derechos humanos que tuvieron lugar esos días, que no fueron metabolizadas por el país democrático, y que se perpetraron en contra de personas inocentes, apagaron el fervor popular hacia el régimen representativo de partidos.

    Últimamente se ha impuesto sobre el Caracazo la aérea certeza según la cual su desarrollo fue provocado por fuerzas subversivas, castristas o prechavistas, de forma deliberada, y que con esa conclusión ya es suficiente para cerrar su expediente histórico. Es una reflexión que a veces parece asumida para no encararse con los hechos y liberarse de sus conclusiones más complejas. En La nación incivil hicimos lo posible por desentrañar la matriz de esta diagonal interpretación, descartada como una hipótesis por la mayoría de la sociedad venezolana de aquel entonces. El Caracazo fue un accidente histórico cuyo desarrollo debe ser comprendido más allá de las simplificaciones y los panfletos. Será necesario deconstruir la anatomía de su instante, parafraseando al escritor español Javier Cercas.

    Ya en el poder, Chávez desarrolla políticamente los componentes del 27-F y los valida como una hipótesis permanente frente a la población, los acopla como tesis, los muestra como un instrumento de asedio. Los glorifica y los recrea, los incorpora a la cultura política del país como una de sus palancas en la promoción de la conflictividad social. Estas esquirlas serán parte de los fundamentos constitutivos del producto político de la revolución bolivariana, insumo del marco cotidiano del país, en el cual se hacen ascos del pacto político y se escamotea todos los días el contenido de la Constitución Nacional. Han ingresado a las entrañas del Estado y hoy forman parte del pensamiento militar nacional.

    La nación incivil es, pues, esta Venezuela de hoy, tan diferente a la del pasado, secuestrada y desnaturalizada. La hija del crimen histórico cometido por el chavo-madurismo luego del fracaso de la democracia: militar, militarizada, cívico-militar, armada, policial, conflictiva, parapolicial, sin placas, paramilitar, arisca, insegura, sin leyes, sin estado de derecho. Dispuesta a saquear. El país de la rapiña social en el contexto revolucionario. La Venezuela que rompió con el pacto cívico, el respeto a la diferencia, el escrúpulo por lo público, el valor de la propiedad ajena, y que sale a la calle a imponerse por la fuerza y el malandraje. Que no vino a pensar en los demás, sino a atender sus propios impulsos.

    El Caracazo fue un suceso al que la Venezuela democrática pretendió minimizar durante mucho tiempo. Sus consecuencias, por el contrario, deberían continuar siendo estudiadas en el futuro. No hay un solo político de la democracia que haya podido hacerse cargo de la herencia del Sacudón. Buena parte de la sociedad nacional se pasó años, décadas, haciendo una interpretación un poco desprolija, algo deshumanizada de sus consecuencias. Muchas personas consideraban aquellos muertos y fosas comunes de seres humanos inocentes registros inevitables para restaurar el orden.

    El 27-F fue el día en el cual fracasó la democracia. Sus cicatrices fueron tan hondas que con ellos cristalizó definitivamente el movimiento de derechos humanos del país.

    Presentamos acá unos perfiles de Carlos Andrés Pérez, Arturo Uslar Pietri, Rafael Caldera y José Vicente Rangel, personajes fundamentales de la sociedad nacional de la segunda mitad del siglo XX, para poner en contexto la responsabilidad que tuvieron en el tránsito de aquella a esta Venezuela.

    He escrito estas páginas bajo la absoluta convicción personal de que en algún momento nuestro país podrá rehacer su pacto republicano, recobrar su dignidad y superar este oscuro momento, restaurando el voto, la alternabilidad política y la soberanía popular. Pienso que la sociedad venezolana está lista para recomponer su democracia, que los grandes valores del chavismo han entrado en crisis para las mayorías y que el país solo necesita una oportunidad para expresarse sin presiones ni engañifas.

    Reconstruir la convivencia desde el poder reconociendo y asumiendo los errores del pasado le abrirá las puertas a un complejo período que demandará un verdadero acuerdo de unidad nacional. Derrotar al chavismo y liberarse definitivamente de su oscura influencia es un horizonte que exige neutralizar sus efectos y su conflictividad, pero también tener completamente claro cuáles son aquellos errores que no se pueden volver a cometer en un régimen de derecho. El país está obligado a revisar de forma más exigente el trienio 1989-1992, ahora que media una cantidad de tiempo suficiente para establecer un juicio sereno sobre sus contenidos y consecuencias.

    El estudio del fatídico lapso 1989-1992 tiene ya importantes trabajos periodísticos y obras escritas publicadas en estos años, animadas por la curiosidad intelectual y el interés en ofrecer una relectura veraz de nuestro turbulento pasado reciente. Muy especialmente, Del Viernes Negro al Referendo Revocatorio, de Margarita López Maya; La rebelión de los náufragos, de Mirta Rivero; La democracia traicionada, de Carlos Raúl Hernández y Luis Emilio Rondón, y 4-F, el espejo roto, de Gustavo Tarre Briceño. Considero que estos materiales son lectura obligada como punto de partida en la comprensión de la crisis que hundió a nuestra democracia. Esta entrega procura hacer suyos parte de los hallazgos de esos libros y propone el concurso de otros factores, la influencia de otros desarrollos no del todo analizados en el lienzo de aquel naufragio.

    Quise hacer este recorrido, una crónica periodística en clave de ensayo en torno al momento en el cual se creó la génesis de la fosa venezolana actual. No es este un libro de testimonios, ni una colección de fotos, ni una suma documental de experiencias con nombres y rostros. No. Quise hacer un examen exhaustivo de las consecuencias del Caracazo y analizar el desarrollo de nuestra historia reciente para encontrarle una explicación al tan temido fin de la democracia y a la decadencia actual de mi país. Finalmente, una de las funciones del periodismo consiste en darles tratamiento a las noticias que más adelante van a ser la materia prima de la historia.

    I

    EL MITO. VENEZUELA YA ESTABA DIVIDIDA

    Desde que ingresaron a la política venezolana, en las postrimerías del siglo XX, a Hugo Chávez y a sus seguidores siempre se les ha acusado de querer dividir a Venezuela.

    En el contexto comprendido entre el fin de la democracia representativa y la instalación de la hegemonía bolivariana se produjo una alteración molecular en las entrañas del cuerpo político y social venezolano, con algunas implicaciones culturales e institucionales de entidad e influencia –ninguna de ellas positiva–, destinadas a producir cambios significativos en la velocidad de desarrollo de la sociedad y en la percepción que los venezolanos tienen sobre su propio país.

    El pacto político se convirtió en un objeto de desprecio. El interés nacional comenzó a ser un norte con otra interpretación. Los procedimientos institucionales se vaciaron de contenido. La propiedad privada pasó a ser una cláusula discutible. El Estado fue tomado por un credo fanático. La gestión pública se militarizó. La acción política se parceló. Las directrices del Gobierno se transformaron en órdenes, y la conflictividad, la corrupción, el caos, la desconfianza hacia el prójimo, la negación de la diferencia, cuando no la violencia, se hicieron un asunto cotidiano.

    Durante las últimas dos décadas, voceros de la sociedad democrática y políticos opositores han reclamado reiteradamente a Hugo Chávez, y luego a Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, la operación que han desarrollado para mantener fresca la grieta anímica, los intereses de clase, el objetivo de la revancha, la confrontación y el encono violento hacia el adversario como contenidos naturales del ejercicio público. La plana dirigente bolivariana invitó a las masas a darse el baño de rosas de la democracia protagónica para luego colocarle un cerrojo al dispositivo constitucional de la alternabilidad política y apropiarse irreversiblemente del poder, imponiendo una dictadura mediocre, corrupta y vergonzante, tantas veces avizorada entre elección y elección como una posibilidad en Venezuela.

    Como no ocurría en el país desde el siglo XIX, la caracterización que alimentaba la conflictividad chavista portaba una carga especial de saña hacia las élites, los sectores profesionales especializados y las capas acomodadas de la población. Con la influencia y la promoción del chavismo se instaló, se desplegó y consolidó entre muchos ciudadanos el resentimiento instintivo como una dolencia social, camuflado ahora con argumentos políticos. Una predisposición que yacía antes adormecida en parte de la sociedad. Este diagrama ha dominado la vida nacional de este tiempo, y, con los años, ha servido de materia prima para construir un ambicioso y tóxico proyecto de dominación política.

    La postura chavista recoge y desarrolla pasivos vinculados con la propia historia venezolana, con su carga de tensiones en materia racial y de clases –que muchos habían creído superadas–, y el sesgo ideológico del marxismo, corriente de pensamiento que el chavismo no asume de manera absoluta, pero que sí interpreta de forma abierta. Ambas aproximaciones se ajustan perfectamente a la primitiva visión del ejercicio político que predomina en el movimiento bolivariano, e hicieron combustión, particularmente entre los venezolanos más pobres, a partir de una serie de desaciertos políticos y eventos desafortunados gestados en el tramo final de los años de la democracia del Pacto de Puntofijo.

    En el marco de esa ruptura, el chavismo encontró alimento para expandirse entre los ciudadanos con plena validez. Ese fue el inicio de la polarización de la vida pública de los venezolanos, el hábitat natural de la política nacional en todo lo que va de siglo XXI. Un objetivo nada casual, sino muy al contrario, completamente estratégico en las entrañas del proyecto revolucionario. El incumplimiento de las promesas básicas del régimen democrático colocó en una grave crisis de credibilidad a los valores vinculados con la coexistencia, la representatividad, la alternabilidad y el voto, y Hugo Chávez iba a capitalizar esa realidad para no desprenderse de ella jamás.

    Antes de entrar en la crisis disfuncional que provocó su colapso, la democracia venezolana tuvo una era dorada y había logrado consolidar su narrativa en la nación. El régimen democrático fundado en 1958 había podido administrar con relativo éxito la renta petrolera durante varias décadas, y labrado una sociedad en expansión a partir del crecimiento y consolidación de la clase media profesional del país. Sobre la expectativa del ascenso social, en un marco de libertades públicas inédito en nuestra historia, y con avances innegables en materia educativa, de sanidad e infraestructura, el ideal de la alternabilidad política en el marco republicano, el principio del alineamiento militar al mando civil electo, se consolidó durante un buen tiempo. La vida legislativa era apasionada e intensa; los medios de comunicación fiscalizaban la gestión sin cortapisas; la cultura de la rendición de cuentas y el escrutinio público en el contexto de una sociedad de masas pasaron a ser un hábito social y un valor compartido.

    Durante algunas décadas, entrado ya el segundo tramo del siglo XX, parecía consolidada la sensación de que los venezolanos habíamos aprendido a convivir. Venezuela tenía una de la democracias más estables y más antiguas de América Latina. La moneda nacional era la más fuerte de la subregión, y la economía pasó varias décadas, al menos 40 años consecutivos, creciendo con dinamismo y muy baja inflación. Es cierto que aquella sociedad subdesarrollada presentaba asimetrías y desigualdades, y que en su seno se concretaron episodios institucionales y administrativos disparatados e impropios. Pero los ciudadanos, el Gobierno y el Estado compartieron durante mucho tiempo el objetivo del acuerdo en torno a temas concretos donde privaba el interés nacional. La ciudadanía se jugaba amablemente con el poder político, al cual se le había perdido totalmente el temor, acaso por primera vez en toda nuestra historia, sin actitudes postradas ni chamánicas en torno al culto a la personalidad.

    Al entrar en los años 90, sin embargo, todo lo que se había avanzado en materia de civismo y desarrollo social comenzó a disiparse. El país olvidó sus aprendizajes, comenzó a cuestionar sus instituciones y dejó de valorar sus logros. Se desconfiguró el liderazgo democrático, tomó vuelo la prédica negacionista, se fortaleció la abstención y se generalizó el desengaño. La violencia delictiva comenzó a aumentar. La escena estaba servida para los vendedores de humo. Desde entonces, Venezuela lo único que ha hecho como nación es retroceder.

    Frente a la acusación que les adjudica su responsabilidad por querernos dividir como país, el chavismo siempre ha opuesto otro criterio: Venezuela ya estaba dividida. Al llegar al poder en 1999 Hugo Chávez no maquilló, ni disimuló, ni escondió, sino que puso en relieve, con toda su crudeza, la existencia de una dramática realidad que contestaba aquella ilusión de armonía. Venía a otorgarle a aquel desorden social contenido y dirección. No venía a sanar, sino a avivar la cicatriz de la ruptura de los años 90. El fracaso del proyecto democrático que las élites y el liderazgo de entonces no querían terminar de asumir. El fin del mito venezolano de la cohesión social y la cordialidad criolla.

    El origen de la grieta, que ahora iba a crecer para convertirse en un alegato, se había quedado perdido unos cuantos años atrás de la llegada de Hugo Chávez a Miraflores. Todo el mundo la tenía muy presente, pero nadie la quería recordar.

    El Caracazo, una tesis política

    El episodio que había dejado en evidencia la ruptura de las costuras del tejido institucional representativo del país, y había liquidado la narrativa del régimen democrático ante las masas, era el de los motines populares del 27 y 28 de febrero, 1 y 2 de marzo de 1989. El famoso Sacudón; posteriormente rebautizado como el Caracazo por la prensa internacional. Venezuela, decía Chávez, ya estaba dividida. Y acaso estaba diciendo la verdad.

    Un capítulo de la historia contemporánea no del todo analizado, el Caracazo liberó fuerzas que intoxicaron la relación entre el ciudadano y los poderes públicos y sentaron las bases de la necrosis progresiva del Estado. Fue un accidente histórico tratado con torpeza por el liderazgo nacional de entonces, cuyas causas y consecuencias no fueron investigadas ni determinadas, y fue un fenómeno no interpretado correctamente por las élites culturales del país. Desencadenó una respuesta brutal en los cuerpos de seguridad del Estado para restaurar el orden y sentó un grave precedente en la quiebra del estado de derecho. Las cicatrices sociales producto del asesinato de personas inocentes durante aquellos días contribuyeron a la germinación final del movimiento de Derechos Humanos en Venezuela.

    Con el concurso de otros factores, el Sacudón desencadenó el debilitamiento y posterior ocaso del pacto democrático venezolano. También la ruptura de los sectores populares con los estratos medios y altos; el divorcio emocional de las élites culturales y económicas con la política; la crisis del entusiasmo electoral y el fin del arraigo de la democracia fundada por Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba en 1958.

    El 27-F constituye el verdadero certificado de nacimiento de la anti política como fenómeno social. Fue la espoleta que liberó el pesimismo descreído, el cinismo individual frente a la crisis colectiva. Colocó en la calles la gimnasia del pillaje tolerado y vulneró la dimensión sagrada de la propiedad privada. Este fue el día en el cual, desarrollando hasta sus últimas consecuencias el vicio de la imitación cultural, legitimando la rapiña y el provecho parcial en detrimento del interés colectivo, feneció entre las masas el horizonte del respeto a la ley; la honestidad y la contención. Lo indebido pasó a ser comúnmente aceptado.

    El Sacudón fue el hito que produjo el ocaso de la identificación cotidiana con los gentilicios partidistas: a partir de su gesta dejó de ser común identificarse socialmente como adeco o copeyano, como todavía era habitual entre la gente apenas un año antes, en la campaña electoral de 1988. Comenzó a ser habitual promover el voto castigo, ser independiente, dudar del liderazgo existente, desconfiar de lo público, ponderar lo privado, ridiculizar al parlamentario, promover la abstención como un hábito de protesta.

    El desprendimiento anímico que tuvo lugar el día de aquel estallido, sobre el cual no existió nunca un interpretación convincente, ahora sería capitalizado para espesar el caldo del proyecto de la venganza. Llevaría agua al molino del golpismo y gasolina para conquistar el poder.

    Focalizados al comienzo, y generalizados, sobre todo en Caracas, poco después, los desmanes del Caracazo desafiaron abiertamente al poder nacional y colocaron ante una grave e inédita emergencia interna a las Fuerzas Armadas. Aquellos motines descontrolados

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