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Las mujeres cambian la educación: Investigar la escuela, relatar la experiencia
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Libro electrónico466 páginas6 horas

Las mujeres cambian la educación: Investigar la escuela, relatar la experiencia

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Una interesante colección de ensayos sobre el papel de las mujeres en el ámbito educativo, en los que se vislumbra cómo la educación está siendo profundamente transformada y enriquecida por las prácticas educativas de las mujeres, sin que éste sea un fenómeno nuevo, porque ellas siempre han sido educadoras. A través de sus páginas se invita a reflexionar sobre cómo recuperar y valorar los saberes femeninos, y a discutir qué papel juegan éstos en el entramado social. Con esta finalidad básica, las autoras abordan el tema en torno a tres ejes fundamentales: investigaciones de corte cualitativo, ensayos teóricos y experiencias educativas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 may 2023
ISBN9788427730724
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    Las mujeres cambian la educación - Marta García Lastra

    1. La educación de las mujeres en la España contemporánea. Tres historias de vida escolar

    ADELINA CALVO SALVADOR

    MARTA GARCÍA LASTRA

    TERESA SUSINOS RADA

    La historia de la educación de las mujeres ha sido abordada desde los denominados «Estudios de Género» y/o «Estudios de las Mujeres» bajo una enorme variedad de perspectivas teóricas, metodológicas y disciplinares. Materias como la Sociología, la Pedagogía, la Antropología, la Historia (o una combinación de varias de ellas) han sido en estos estudios puestas al servicio de un mejor conocimiento del lugar y de la relevancia que ocupan las mujeres como actores educativos (alumnas, profesoras, directivas, etc.). En el marco de estos trabajos hoy es posible reconocer un alto nivel de consenso sobre cómo ha tenido lugar la historia de la educación de las mujeres, de manera que se sostiene que éstas han ido recorriendo un largo camino que en el inicio las situaba fuera del sistema (fase de exclusión), y que en un segundo momento les ofrecía un modelo de educación segregada con las escuelas femeninas y el currículo especialmente diseñado para ellas. Posteriormente, los esfuerzos igualitaristas o integradores se plasmaron en el modelo de escuela mixta que conocemos, produciéndose un debate sobre la necesidad de no considerar este recorrido terminado hasta conseguir un modelo de coeducación.

    Entre los numerosos trabajos que jalonan este recorrido histórico existe un conjunto de investigaciones que analizan este proceso de cambio social desde fuera, produciéndose un relato elaborado por observadores externos, desde una posición más bien experta y factual. Pero lejos de ser única, esta perspectiva de investigación convive con otras que tienen sus referentes más cercanos en tradiciones académicas como la escuela de los Annales y los estudios marxistas ingleses y franceses y que se caracterizan por un mayor énfasis en lo social, en el estudio de los seres humanos en sociedad. Este nuevo punto de vista ha supuesto un cambio importante para la disciplina de la Historia puesto que la convierte progresivamente en una disciplina más abierta a la complejidad y a la pluralidad de voces y perspectivas.

    Como ha señalado Fernández Valencia (2001), uno de los cambios más importantes que se han dado en el seno de esta disciplina se ha producido en torno al concepto de protagonista (persona que toma decisiones que afectan a una amplia comunidad social), cambio que, a su vez, está sostenido por tres movimientos distintos pero complementarios: el paso de un protagonista individual a uno colectivo (por ejemplo, el mundo campesino o el mundo obrero), el paso de un protagonista europeo a otros protagonistas (en un intento de romper con el eurocentrismo) y, finalmente, el paso de un protagonista masculino a un protagonista masculino y femenino. Efectivamente, este último estaría en la base de la creación de los Estudios de las Mujeres al posibilitar y abrir el interés científico por los ámbitos considerados tradicionalmente como femeninos.

    Además de un cambio en relación a los temas de investigación que la Historia como disciplina puede abordar (redefinición de qué es o no pertinente investigar, elaboración de nuevas reglas interpretativas para dar respuesta a preguntas ya formuladas, introducción de nuevas líneas de investigación, etc.), se ha dado también una renovación metodológica y de las fuentes de investigación, lo que ha favorecido el contacto directo con las protagonistas de la Historia a través de entrevistas o de la elaboración de historias de vida. Como hemos propuesto en trabajos anteriores (Susinos y Calvo, 2006; Susinos, 2007), con todo ello se trataría de conocer distintos aspectos de la realidad social de las mujeres a partir de sus propias palabras y de tener en cuenta la experiencia femenina como herramienta valiosa en el proceso de creación de conocimiento sobre las propias mujeres y sobre el mundo en general.

    Por otro lado, es importante reconocer que el cambio metodológico que se ha dado en la disciplina de la Historia, se ha dado también en otras ciencias sociales (Antropología, Educación, etc.) y que éste ha supuesto poner en el centro de los procesos de investigación los relatos biográficos y autobiográficos como herramienta y objeto de estudio de lo social. Lo que ha hecho posible este cambio es que, para estas ciencias, los fenómenos sociales comienzan a entenderse como «textos», cuyo valor y significado viene dado prioritariamente por la autointerpretación que los sujetos construyen y relatan en primera persona. Así pues, frente a la descripción de un mundo que está dado y que puede ser mostrado, el denominado enfoque biográfico-narrativo toma la narración como algo que «comporta un encadenamiento de enunciados, que supone que el mundo humano se construye como un todo en el curso mismo de acciones o acontecimientos» (Bolívar y otros, 2001: 20).

    Teniendo como referente este marco general, con este trabajo pretendemos abordar la Historia de la educación de las mujeres en la España del último siglo tomando como punto de partida el relato de tres mujeres de una misma familia. Con ello intentamos dar voz a las protagonistas y asumir una nueva aproximación al estudio de esta historia que parta de las palabras de las propias mujeres, de lo que ellas señalan como relevante en su historia escolar, rescatando y dando valor con ello a su experiencia (a lo particular, a lo anecdótico, a las emociones, etc. que acompañaron dicha etapa de sus vidas). Como ha señalado Renes Ayala (2006) no se trataría sólo de dejar hablar sino también de dejar oír.

    Si bien nuestra propuesta está basada en la narración de estas tres mujeres (que representarían tres momentos históricos diferentes y que han sido educadas en otras tantas propuestas pedagógicas), sus relatos serán acompañados en este capítulo de otros datos ofrecidos por diversas fuentes históricas, sociológicas, etc. que se han encargado de sacar a la luz el largo proceso que las mujeres vivieron hasta su llegada mayoritaria a la escuela, todo ello con el objeto de suministrar contexto a cada uno de los casos y facilitar así su comprensión. El recorrido planteado supone partir del hecho particular para intentar caracterizar el momento histórico general.

    El proceso que hemos seguido para visibilizar la experiencia de estas tres mujeres tiene su punto de partida en una larga entrevista autobiográfica en la que cada una de las protagonistas tuvo la ocasión de rememorar aspectos importantes de su escolarización (asignaturas, materiales curriculares, metodologías, organización del aula, figuras educativas relevantes, etc.) en cada una de las etapas o instituciones educativas que conocieron. A partir de la información recogida se redactaron las tres historias de vida escolar en primera persona con el fin de facilitar la comprensión del texto y de favorecer que las protagonistas hablen directamente al lector, sin intermediarios.

    Con el objetivo de respetar la voz de las protagonistas, hemos procurado mantener en todo momento la propia literalidad de sus sentencias, tanto en los aspectos de contenido, como en los meramente formales o en el uso de determinados localismos, arcaísmos o de vocabulario especializado. Así mismo, se les ha devuelto tanto la transcripción literal de la entrevista como el informe autobiográfico que realizamos a partir de ella, generando así la posibilidad de su revisión, esto es, de corregir, eliminar o matizar el contenido del informe final. Es la forma que hemos elegido para negociar el significado de sus palabras y sus intenciones comunicativas.

    Nuestro relato comienza con la narración de una mujer nacida en 1913 (Generación 1); de su hija, en 1939 (Generación 2) y de su nieta, en 1971 (Generación 3). Comenzamos así un viaje desde la vida de una mujer de origen rural con apenas cuatro años de escolarización intermitente, a la de una mujer también de origen rural que estudia Magisterio en una institución religiosa, para terminar con la de una joven de origen urbano que ha cursado estudios superiores, concretamente una ingeniería. Sus vivencias no sólo representan los cambios habidos en la educación del último siglo, sino también las importantes transformaciones sociales acontecidas en España durante este tiempo. Junto al proceso de integración en el sistema educativo, las vidas de estas mujeres nos irán dando pistas sobre el paso del mundo rural al urbano, sobre los cambios de mentalidad, el valor de la educación, el proceso de secularización que ha vivido la sociedad española o sobre las mejoras sociales reivindicadas desde los movimientos feministas. La figura siguiente recoge los periodos de escolarización de las tres protagonistas.

    Figura 1. Fechas relevantes de la escolarización de Piedad, Luisa y Sofía

    Cada una de nuestras protagonistas representa un momento histórico determinado con unos rasgos característicos: la España de comienzos del siglo XX donde la educación de las mujeres, a excepción del periodo republicano, es inexistente o existe de forma muy precaria (Piedad, n. en 1913); la etapa franquista, periodo en el que se instauró una escuela segregada fuertemente dominada por una ideología donde el papel de la mujer quedaba relegado al de esposa y madre (Luisa, n. en 1939), y la etapa en la que la dictadura sucumbe y se inicia un régimen democrático en el país, en el que la vida de las mujeres se transforma radicalmente, pasando a convertirse la educación en un elemento fundamental para la consolidación de dichos cambios (Sofía, n. en 1971).

    El primer tercio de siglo XX: la discutida educación de las mujeres

    A principios del siglo XX España era un país eminentemente rural (la población que residía en núcleos de menos de cinco mil habitantes constituía la mitad de los habitantes del país), con una población ocupada fundamentalmente en el sector primario y con un importante porcentaje de población analfabeta: el 59% del conjunto de la población y casi el 70% en el caso de la población femenina (INE, 2003).

    La Ley Moyano, sancionada en 1857, había dictado, por primera vez en España, la obligatoriedad de la educación para los niños y niñas de 6 a 9 años (de una manera segregada al establecer unas enseñanzas propias de niñas y otras de niños), si bien sólo entre el 53-54% en el caso de los niños y el 47-51% en el de las niñas se encontraban escolarizados en educación primaria entre los cursos 1909-1910 y 1935-1936 (Ballarín, 2001: 88).

    El interés por la educación de las mujeres se había suscitado en décadas anteriores al momento histórico en el que arranca nuestro primer relato y se materializa en estos años en medidas como la reforma de los planes de estudio para las Escuelas Normales de Maestras, la progresiva reivindicación de la escuela mixta, la puesta en marcha de títulos profesionales para mujeres (matrona, taquígrafa, etc.), la derogación de leyes que obligaban a las mujeres a solicitar permiso para matricularse en estudios superiores o la creación de instituciones como la Residencia de Señoritas o el Lyceum Club. Estos avances fueron desarrollados tanto por iniciativas públicas como privadas y mantenidos por todo tipo de corrientes ideológicas. Sin embargo, no debemos pasar por alto las reticencias que, desde sectores como la Iglesia católica, se ofrecían a la educación conjunta de niños y niñas, como proclamó el Papa Pío XI en su Encíclica Divini Illius Magistri (1929) sobre la enseñanza de la juventud, «no había ningún motivo para que pueda o deba haber promiscuidad y mucho menos igualdad de formación» (MEC, 1990). Pese al interés que se había suscitado por la educación de las mujeres, su situación social en esta primera etapa del siglo XX se verá reflejada en unos códigos decimonónicos (aún vigentes en la época) que darían forma a una legislación en la que el sometimiento de la mujer al esposo o la falta de autonomía económica aparecían como piezas centrales de un trato discriminatorio hacia las mujeres. Junto a ello, el imaginario social sobre el sexo femenino, conformado entre otras por las ideas de domesticidad, el culto a la maternidad o el matrimonio como meta fundamental de toda mujer, planteaba una situación que el primer movimiento feminista español (mucho más tardío que en otros contextos) trataría de modificar, siendo el acceso de las mujeres a la educación el elemento prioritario y más antiguo de sus reivindicaciones.

    Dentro de este contexto, el primero de nuestros relatos comienza en el medio rural en la segunda década del siglo XX, en concreto, en una pequeña aldea de apenas cien habitantes, situada en un entorno de montaña media-alta, donde la orografía y los medios de producción familiar que este entorno permiten condicionan notablemente la vida de sus habitantes. Las comunicaciones son casi inexistentes, la vida gira en torno a las tareas del campo y acudir a la escuela significa desplazarse unos cuantos kilómetros, lo cual en algunos momentos del año, especialmente durante los largos inviernos, se convierte en una verdadera aventura. Es además un momento histórico en el que el trabajo infantil supone una pieza más dentro del puzzle de la economía familiar; el concepto de infancia, bien diferente al que actualmente manejamos, permitía el trabajo de niños y niñas, hecho que, como relata Piedad, dificultaba la asistencia continuada a la escuela. Este fenómeno queda reflejado en las siguientes cifras: un 55% de los hombres y un 46% de las mujeres nacidos antes de 1911 comenzaron a trabajar antes de haber cumplido 14 años (INE, 2003).

    En este contexto histórico Piedad nos relata su infancia, su paso por la escuela y las dificultades para el acceso a otro sector del mundo laboral distinto del sector agrícola que tradicionalmente había conocido.

    Historia de vida escolar de Piedad (Generación 1)

    Me llamo Piedad y nací en 1913, así que tengo ya 94 años. Nací en un pequeño pueblo de la comarca de Liébana en una familia en la que éramos cinco hermanos (dos varones y tres chicas).Yo soy la pequeña de entre todos ellos.

    Era entonces una época en que se vivía mucha estrechez económica. Había mucha gente que tenía necesidad de que les ayudaran, que apenas podía ir tirando. Nosotros mismos teníamos un hermano de mi padre que se casó allí en el pueblo. Tenía cuatro o cinco hijos, y los pobres pues vivían muy estrechamente (aunque se puede decir que todavía había muchos que incluso andaban peor). En esta familia mía estaban todos bajo la tutela del señor rico del pueblo, y claro, cuando no tenían iban donde él. Muchas veces ni iban porque a lo mejor les echaba una bronca. Además, si tenían dos vacas, tenían que darle la cría de una a él, si tenían tres ovejas una era para el amo, si tenían tres hacinas de trigo eran para él. Entonces, pues mi padre, pues azuzó a su hermano, le dijo «mira, si tú no tienes más que una vaca, una vaca, pero que sea tuya, y si no tienes cuatro ovejas, que sean tres, pero tuyas». Claro, después el amo no quería nada con mi padre y mi tío no podía levantar los ojos porque le tenía miedo al señor.

    Bueno, el caso es que la mayoría tenían (teníamos) muchas necesidades económicas: que si venía la contribución, o venía un año malo que hay que comprar… agregar… Sí, se cogía trigo, se cogían patatas, pero en escaso y había que agregarlo¹. Por otra parte, las familias también eran mayores, más hermanos, y además casi siempre con abuelos en casa, y entonces las necesidades eran muy fuertes.

    Por otra parte, aunque eran unos tiempos muy difíciles, había mucha armonía entre todos, se sabía muy bien unos de otros, quién tenía necesidades y quién… Se consultaban unos a otros y… había mucha unión. Por ejemplo, mis padres sabían cómo íbamos en la escuela porque hablaban con el maestro por acá o por allá, se encontraban por el camino o al salir de la iglesia. Porque allí los domingos iban todos al rosario y cuando salían, los hombres hacían un corro delante de la iglesia y charlaban un rato.

    Teníamos una vida que no se podía decir que fuera mala, pues, de otra manera, había mucha paz en los pueblos, pero era una vida que podríamos decir que era muy poco alegre. No se pensaba más que en el trabajo y en cómo podíamos sacar adelante a la familia.

    En nuestra casa, a mi padre le gustaba leer el periódico y leer libros, cosa que no hacía nadie entonces. Creo que en su vida fue determinante que él, de pequeño, había vivido con un tío suyo que era rico. Se llevó a mi padre para criarle y mi padre siempre me decía: «Yo allí tuve que trabajar como un criado, pero eso sí, les tengo que agradecer que me enseñaron, me mandaron también donde un maestro para que me enseñara algo». Y él decía (y era verdad) que todos los de su edad no sabían apenas nada de todo eso.Y mi padre nunca se olvidó.

    También mi madre, que tenía dos tíos curas, tenía esa cosa de la educación, de esforzarse por aprender. Así que vivimos con esa inquietud desde niños y ellos no quisieron que nos quedáramos sin estudiar lo más básico. Pero había mucha gente de mi edad que apenas sabía echar la firma.

    Con todo eso, en el pueblo, sólo nosotros salimos a estudiar algo más, nuestra corta cultura.Y no fue tampoco porque fuéramos más ricos, que los había más ricos, pero a lo mejor fue por ese interés de mis padres.

    Después de casarme viví en otro pueblo no muy alejado del mío. Allí teníamos que vivir principalmente de la ganadería y del campo mientras mi marido salía largas temporadas a «la madera».Tuvimos cuatro hijos (una hija y tres hijos). Todos ellos nacieron en torno a la guerra civil que eran unos tiempos muy difíciles para empezar a vivir. Hacía falta mucha energía y no veíamos nada claro el futuro.

    Con muchas dificultades fuimos criando a los hijos y cuando ya fueron un poco mayores, pues a mí me daba mucha pena que tuvieran que ser serrones², así que les fuimos enviando poco a poco a los cuatro a estudiar fuera. Incuso a la chica pudimos meterla en un colegio de monjas y se hizo maestra.

    Yo fui poco a la escuela, claro que entonces la mayoría de los niños y niñas iban unos pocos años a la escuela y nada más. En seguida tenían que ayudar en casa y en las tareas del campo o buscar formas de ayudar en la economía de la familia.

    Además, era bastante frecuente que tanto los niños como las niñas tuviéramos que faltar a la escuela para ayudar en las tareas de casa, sobre todo con el ganado. Mira, allí en el pueblo para todo había vecerías³. Así, a lo mejor cada 18 ó 20 días te llegaba la corrida y te tenías que ir 2 ó 3 días con el ganado. Después salía la recilla⁴, que es la cría de las ovejas y las cabras (cuando el ganado es pequeño no se les puede echar con los padres) y otra vez tenías que faltar.Y luego los chones⁵: una vez porque había grana, otra porque los echaban a aquellas camperas a comer…Y después allí cada vaca que salía había que cuidarla, porque todo estaba entre viñas y tierras y había que vigilar para que no lo pisaran… O sea, que íbamos poco por esa razón.

    En mi propio pueblo no teníamos escuela, pero cuando yo tenía unos 5 ó 6 años, durante los meses de invierno ajustaron a unos maestros para que nos enseñaran algo a los críos (bueno, eran hombres que simplemente tenían unos estudios un poco mayores que los demás, no eran maestros propiamente dichos). Allí comencé mi primer contacto con la escuela, en un local con muy malas condiciones, muy oscuro y sin apenas materiales donde el maestro nos trataba de enseñar las cuatro reglas a grandes y a chicos todos juntos. Esos mismos maestros, durante dos o tres inviernos dieron clase también a los chavales mayores del pueblo. Eso les hizo mucho beneficio porque entonces había unos cuantos chicos de la edad de mis hermanos que no sabían escribir y al menos aprendieron eso que les enseñaron allí. Claro, era poco todavía lo que aprendieron, pero para ellos fue mucho.

    Después, ya entre los 8 y los 10 años ya fui a la escuela a un pueblo vecino que estaba a unos dos kilómetros del mío. Íbamos andando con las almadreñas porque al ser las clases durante los meses de invierno, muchos días había agua y barro por aquellos caminos. En verano no había escuela. Y en realidad ninguno de nosotros hubiéramos podido ir porque había que ir a la hierba y ese era un trabajo en el que participaba toda la familia.

    Durante los meses de escuela yo creo que entrábamos a las 9 de la mañana y volvíamos por la tarde. Llevábamos la merienda (comida) desde casa y, después de las clases de la mañana, nos íbamos a comerla por allí cerca. Recuerdo que había unos peñascos donde solíamos ir o también nos íbamos al río a comer. Como la escuela tenía un reloj muy bueno que daba las horas las oíamos de un cacho lejos y nos avisaban de la hora de volver a clase. A mí me gustaba ir a la escuela, aunque en realidad no sé si me gustaba por lo que aprendíamos o porque íbamos todos los chicos y chicas juntos y teníamos divertido el camino y lo pasábamos bien. Recuerdo que a veces cuando íbamos o veníamos caminando de la escuela veíamos desde lejos venir al señor ese rico que era quien patrocinaba la escuela.Tenía un carro muy grande tirado por unos bueyes y con un toldo. Cuando ya llegaba cerca de nosotros, nos apartábamos para dejarle pasar y le saludábamos con mucho respeto.

    La mía era una «escuela de maestro» pese a lo cual asistíamos también las niñas del pueblo. Mis hermanas mayores habían ido en su momento a una «escuela de maestra» que estaba en otro pueblo más alejado. Allí aprendieron a coser, a bordar, a hacer bolillos (que ahora están otra vez de moda).Yo sin embargo, seguramente por ir junto con mis dos hermanos, fui a esta otra. Ésta era una escuela particular. Como ya he dicho, la patrocinaba un señor muy rico que había allí. Era un indiano que al volver hizo la escuela del pueblo. Era un edificio muy bueno con escuela y vivienda para el maestro, tenía muy buenos bancos y muy buenos libros. Él pagaba al maestro y todo el material que necesitábamos en la escuela que era bastante bueno y abundante, sobre todo para aquella época en que en muchos pueblos se quejaban de la falta de lo más necesario, incluso a veces no tenían ni tinta para escribir. Este señor también les pagaba a los del pueblo el vaquero, que era el que les cuidaba en el puerto las vacas.

    Lo principal en aquella escuela era que la gente escribiera bien y que supieran las cuentas, las cuatro reglas. Pero ya de allí para arriba nada más. Los muchachos cuando tenían 14 años tenían ya que salir al trabajo, o a servir, o a la sierra, o a ayudar a la familia y eso era todo lo que necesitaban. Lo que se enseñaba entonces comparado con lo de ahora no era nada, pero el que supiera todo aquello que enseñaban allí ya estaba bastante bien.

    Para aprender a leer recuerdo que usábamos un libro que le llamábamos el Juanito. En el libro se contaba la historia de un niño que había salido muy trabajador y su padre como premio le llevó a un viaje. Pero ese viaje era para enseñarle.Y entonces le iba enseñando cómo había llegado el tren, los rayos x, la telefonía, …Y todo eso lo contaba como una novela, como un cuento muy guapo. Me acuerdo que para ir a coger el tren iban a caballo, y decía el niño: «arre Periquito que vamos…». Y el niño, pues, gozaba. Recuerdo que a la hora de leer el maestro hacía un corro y leíamos en voz alta uno por uno pasándonos el libro. Eso lo sentíamos mucho, no nos gustaba porque teníamos miedo a no hacerlo bien y a que se rieran los demás.

    En la escuela yo creo que había buenos libros. Además del Juanito, también había un libro de Ciencias Naturales (o no sé cómo lo llamaban) que era manuscrito, para que aprendiéramos a leer manuscrito.Y también teníamos las fábulas de Samaniego e Iriarte, los dos tomos. Había otra que se llamaba La Perla, que era como una enciclopedia donde había Gramática, Aritmética, Historia Sagrada y también Historia de España. De política no estudiábamos nada, pero de religión sí. Además de la Historia Sagrada, teníamos una tarde de catecismo. De la Historia de España estudiábamos los ríos, los canales, los límites, las provincias y todo eso. Los mayores lo iban recitando de memoria y así todos lo íbamos aprendiendo, también los más chicos.

    Para aprender a escribir teníamos unas tablas de madera con un «rabo» por un borde que se metía en unos agujeros que tenían las mesas de los bancos donde nos sentábamos. En las tablas estaban las letras y aprendíamos a deletrear y después ya empezábamos a hacer palotes con la pluma y el papel. Nos ponían una muestra y nosotros las íbamos copiando. Más tarde, cuando ya sabíamos escribir, nos enseñaban a hacer cartas, cómo se encabezaba una denuncia y todo eso. Para las cuentas se usaba el encerado. Había más de un encerado donde el maestro ponía las cuentas y cada uno en su pizarra en la mesa iba haciéndolas y después ibas donde el maestro a ver si estaban bien. El maestro tenía su mesa con sus cosas y sus libros y nosotros íbamos allí para que él nos corrigiera. Después a la salida de la escuela los mayores cantaban todos los días la tabla de multiplicar y así aprendíamos las tablas. También teníamos mapas en la escuela, aunque yo sólo doy fe de haber ido al de España. Tampoco íbamos mucho, no sé si cada semana un día o así. El maestro nos enseñaba las provincias y luego hacíamos un corro en torno al mapa aquel y había que encontrarlas.

    En clase estábamos todos juntos, niños y niñas, grandes y chicos, pero en los bancos nos sentábamos por secciones. No sé cuántos seríamos en total. Me parece que eran tres bancos y los chicos (los más pequeños) igual éramos 25 en cada banco. Los mayores estaban un poco más desahogados. Los pequeños nos sentábamos en el primer banco. Además, para colocarnos siempre empezaba por el que más sabía. El que más sabía iba para delante y el que menos sabía se iba quedando atrás. Si había uno que sabía más pues le ponía delante de él.Y eso no nos gustaba mucho.

    Escribíamos con la pluma y la tinta (porque antes no había bolígrafos). Los mismos bancos donde nos sentábamos tenían un agujeruco redondo y allí se metía el tintero.Y también usábamos pizarras (eso era de más castigo porque se nos rompían y teníamos que hacerlas nuevas). La pizarra y los pizarrines para escribir los hacíamos nosotros mismos. Íbamos a una lonjera que había junto a un pueblo cercano y allí sacábamos unas lonjas de las que hacíamos unos pizarrines muy buenos. La verdad es que, salvo los pizarrines que los llevábamos de casa, todos los demás materiales estaban allí en la escuela (los libros, los mapas, la tinta, el papel).

    En general, el maestro no tenía problemas para mantener el orden en la clase. Él tenía una vara larga como de aquí a allí y cuando la enseñaba así un poco los chavales ya temblaban, pero no hacía falta, ¡éramos una gente tan mansa…! Los críos le tenían respeto, pero no miedo. Era muy cariñoso. Él trataba más bien de inculcarnos nuestras obligaciones, como por ejemplo que teníamos que mirar por nuestros padres o cosas así, y muchas veces se paraba a hablarnos de ello, pero no usaba premios entre nosotros ni nada. En cuanto a los niños que iban peor en la escuela o les costaba más aprender, pues así se quedaban la mayoría de ellos. Nadie hacía nada por ellos y más bien sus padres trataban de echarles en seguida a servir para un lado o para otro, para que ganaran algo y nada más.

    Siempre dijeron que yo era muy buena en la escuela.Yo creo que a lo mejor nací con ello o a lo mejor, como yo era muy cobarde, muy retraída, pues le cogí mucho gusto a leer y a estudiar. Mira, por ejemplo, allí, en el pueblo todos entrábamos a la casa de todos como si fuera la nuestra, pues yo nada, tan cobarde, con recelo, no me atrevía.Yo creo que también influyó que mi madre nos tenía muy amarraducas. En fin, esto, por una parte, me ha servido y me ha echado para adelante en la vida, pero por otra me ha echado también para atrás. El caso es que un poco después de acabar en la escuela del pueblo vecino, con 12 ó 13 años, mis padres me mandaron dos inviernos a un colegio particular que era sólo para chicas. ¡Allí iban las más ricas de la zona! Y allí aprendí pues mi… corta cultura, pero me valió mucho aquello, sí. Me quedaba allí, bueno me quedaba por temporada, iba en octubre y venía en abril, porque había que cuidar las vacas, y había que trabajar. Fui un año, desde el mes de noviembre hasta abril.Y otro ya no fui más que tres meses.

    El caso es que yo allí en aquella escuela destacaba entre las demás chicas de tal modo que la Señorita le hizo la siguiente oferta a mi padre: «mira, me da una pena que ya te lleves a la niña (que ya no era tan niña, tenía ya 14 años), porque le hacía yo una maestruca en seguida. Mire, usted me da a mí 4.000 pesetas (pero no le voy a pedir deme ahora dos y mañana… cuando usted pueda me lo va dando) y déjeme la niña y yo se la hago maestra en poco tiempo».Y bueno, mi padre vino con ello a casa y lo expuso. Mis hermanos callaron, pero yo creo que no era porque no les gustara, es aquella cosa de dejar siempre a los padres que digan y decidan.Y mi madre dice «pues no estaría mal, pero ¿qué decís vosotros?».Y ya le dijo mi padre «pues mira, eres tú, haz tú lo que tú veas, porque si Piedad se va, la carga la vas a tener que llevar tú» y dice ella: «pues no, mira yo por eso no, da igual».

    Pero por aquellos días que eran las fiestas del pueblo había estado por allí uno o dos días una pariente de un valle cercano al nuestro.Y esta pariente tenía muchas hijas y hizo a una maestra, y contaba ella a mi madre que ahora todos los días las hermanas estaban protestando y diciendo que sí, sí, que ahora ella es una señorita, mientras, ellas tienen que trabajar y no se qué más. Así que le dijo la pariente a mi madre: «hija mía, no se te ocurra, tienen que ser todos iguales que luego vienen los líos».Y así quedó la cosa. Bueno, pues yo no dije ni «puf». Si yo me hubiera echado a llorar, y hubiera dicho pues sí, yo quiero ser esto o lo otro, o déjenme o eso… Pero yo no… pues yo les dije a mis padres: «hagan lo que quieran».Y no dije nada en ese momento por ese respeto y esa cosa que yo tenía. Eso me parecía a mí que era cariño, aunque ahora pienso que no debería haber sido tanto como para eso de dejar a mis padres decidir todo lo que ellos quisieran.

    Cuando alguna vez he pensado en ello pues creo que estaría de Dios que tenía que ser así, que me iba a tocar trabajar mucho, y muy inútilmente… Claro, no por eso pienso que por haber sido maestra iba a ser feliz, pero yo nunca he hecho un no a la cultura y a mí me hubiera gustado pues ser un poco más, sí. Pero entonces los padres eran los padres. En todos los hogares que yo conocí por allí no hubo nunca así desavenencia de padres a hijos.Tanto así, que se dijo y era verdad, que los hijos que todos se casaban con los que le mandaba su padre y era verdad, lo vas viendo de mayor. Además, las mujeres estábamos muy sujetas. Había mucha religión, y mucho respeto a los mayores. A nuestros padres y hasta a los mismos hermanos que fueran mayores que nosotras. Pues las mujeres éramos pues… algo más bajo que eran ellos. O sea, que siempre estábamos marginadas podríamos decir, y muy sujetas a lo que digo pues a… las cosas de los tiempos.

    El franquismo o la exaltación de la feminidad

    Si bien la II República (1931-1936) constituyó un momento histórico de cambios, transformaciones y, especialmente en el caso de las mujeres, de apertura a un nuevo escenario de oportunidades, el régimen franquista que se instala en España a partir de 1939 significó un claro retroceso para los logros conseguidos en el citado período histórico y la vuelta a una concepción de mujer vinculada al mundo privado. La «nueva» situación social de las mujeres sería definida por órganos afines al Movimiento nacional-católico como la Sección Femenina, sección del partido único Falange Española de las JONS⁶, dedicada a adoctrinar a las mujeres en la ideología del régimen.

    Al comienzo de la década de los años cuarenta, España se había convertido en un lugar devastado por los tres años de contienda civil, con una población diezmada viviendo situaciones de escasez y penuria.Tanto en la ciudad como en el campo, lugar donde precisamente nace nuestra segunda protagonista, las oportunidades eran escasas. Es así como, fundamentalmente a partir de la década de los cincuenta, comienza un importante éxodo del campo a la ciudad en busca de una mejor calidad de vida. Las transformaciones del mundo agrario, junto a la atracción de mano de obra que dibuja el

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