El pórtico del misterio de la segunda virtud
Por Charles Péguy
4/5
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«Lo admirable del Pórtico es que con palabras terrenales, imágenes carnales que no tienen nada de filosóficas, movimientos del corazón que son los de cualquier criatura, Péguy revoluciona el cristianismo (...) El autor del Pórtico da la vuelta a su drama personal de exilio y fracaso, convirtiendo la angustia en ternura y el abandono en desamparo creativo».
—Jean Bastaire
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Comentarios para El pórtico del misterio de la segunda virtud
1 clasificación1 comentario
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Asombroso descubrimiento. Publicado en 1911, es de una originalidad impresionante. Es un libro profundamente religioso. Muy hermoso e impresionante. Para acercarse al catolicismo desde un enfoque imprevisto.
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El pórtico del misterio de la segunda virtud - Charles Péguy
Mis tres virtudes, dice Dios.
Señor de las Tres Virtudes.
Mis tres virtudes no son sino hombres y mujeres en una casa de hombres.
Nunca los niños trabajan.
Pero todos trabajan solo por los niños.
El niño no va a los campos, ni ara ni siembra, ni cosecha ni vendimia ni poda la viña ni derriba los árboles ni sierra la madera.
Para el invierno.
Para calentar la casa en el invierno.
Pero ¿iba a tener el padre valor de trabajar si no tuviera sus hijos?
¿Si no fuera por sus hijos?
Y en el invierno cuando trabaja duro.
En el monte.
Cuando trabaja muy duro.
Con la podadera y con la sierra y con el hacha y con el machete.
En el monte helado.
En el invierno cuando las víboras duermen en el bosque porque están congeladas.
Y cuando sopla un cierzo agudo.
Que le traspasa los huesos.
Que le pasa a través de todos los miembros.
Y está aterido y le castañetearían los dientes.
Y la escarcha le hace carámbanos en la barba.
De pronto piensa en su mujer que se ha quedado en casa.
En su mujer que es tan hacendosa.
Cuyo hombre es delante de Dios.
Y en sus hijos que están bien tranquilos en la casa.
Que juegan y se divierten a esa hora junto al fuego.
Y quizá pelean.
Entre sí.
Para divertirse.
Pasan delante de sus ojos, en un relámpago delante de los ojos de su memoria, delante de los ojos de su alma.
Habitan en su memoria y en su corazón y en su alma y en los ojos de su alma.
Habitan en su mirada.
En un relámpago ve a sus tres hijos que juegan y ríen junto al fuego.
Sus tres hijos, dos niños y una niña.
Cuyo padre es delante de Dios.
El mayor, su niño, que ha cumplido doce años el mes de septiembre.
Su hija que ha cumplido nueve años el mes de septiembre.
Y el más pequeño que ha cumplido siete el mes de junio.
Así la hija está en medio.
Como conviene.
Para que sea defendida por sus dos hermanos.
En la existencia.
Uno delante y el otro detrás.
Sus tres hijos que le sucederán y que le sobrevivirán.
Sobre la tierra.
Que tendrán su casa y sus tierras.
Y si no tienen casa ni tierras tendrán al menos sus herramientas.
(Si no hay casa ni tierras ellos no las tendrían tampoco.
Eso es todo).
(Él se las ha arreglado para vivir.
Ellos harán como él. Trabajarán).
Su hacha y su machete y su podadera y su sierra.
Y su martillo y su lima.
Y su pala y su pico.
Y su azadón para cavar la tierra.
Y si no hay casa ni tierra.
Si ellos no heredan su casa y su tierra.
Al menos heredarán sus herramientas.
Sus buenas herramientas.
Que le han servido tantas veces.
Que están hechas a su mano.
Que han cavado tantas veces la misma tierra.
Sus herramientas, de tanto usarlas, le han hecho la mano callosa y brillante.
Pero él de tanto usarlas, también ha puesto el mango de sus herramientas pulido y brillante.
Y de tanto trabajar tiene la piel tan dura y tan curtida como el mango de sus herramientas.
En el mango de sus herramientas sus hijos volverán a encontrar, sus hijos heredarán la dureza de sus manos.
Pero también su habilidad, su gran habilidad.
Porque él es un buen labrador y un buen leñador.
Y un buen viñador.
Y con sus herramientas sus hijos heredarán, sus hijos heredarán.
Lo que él les ha dado, lo que nadie les podrá quitar.
(Casi ni el mismo Dios).
(Tanto ha dado Dios al hombre).
La fuerza de su raza, la fuerza de su sangre.
Porque han salido de él.
Y son de Francia y Lorena.
Hijos de buena raza y de buena casa.
Y buena raza no puede mentir.
Hijos de buena madre.
Y por encima de todo lo que está por encima de todo con sus herramientas y con su raza y con su sangre sus hijos heredarán.
Lo que vale más que una casa y un pedazo de tierra que dejar a sus hijos.
Porque la casa y la tierra son perecederas y perecerán.
Y la casa y la tierra están expuestas al viento del invierno.
A ese cierzo agudo que sopla en el monte.
Pero la bendición de Dios no es arrastrada por ningún viento.
Lo que vale más que las herramientas, lo que es más laborioso, más obrero que las herramientas.
Lo que realiza más trabajo que las herramientas.
Y al fin y al cabo las herramientas acaban por gastarse.
Como el hombre.
Lo que vale más, lo que es más duradero que la raza y la sangre.
Más que ellas