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La paradoja
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Libro electrónico355 páginas17 horas

La paradoja

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Información de este libro electrónico

A la muerte de Alejandro Magno, sus generales se dividen las tierras conquistadas. Ptolomeo es nombrado señor de Egipto y presta especial atención y dedicación a su posesión más preciosa: La Biblioteca de Alejandría. Así es que impone leyes en las que todos los barcos que atraquen en el gran puerto estarán obligados a dejar libros como tributo, y aquellos libros que no puedan ser dejados, deberán ser reproducidos. De esta manera llegará a convertirse en el eje del conocimiento humano.

Los protagonistas despertarán para ser guiados por personajes muy diversos, desde Fulcanelli y los alquimistas, los grandes hechiceros de las tribus nativas americanas, los sabios budistas y las historias del islam, hasta bribones del renacimiento.

Acción, aventura, humor, amor y filosofía, que confluyen en un sitio en común: La Biblioteca de Alejandría para encontrarse con el Aquí y el Ahora y entender que somos un instante en El tiempo infinito.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 mar 2023
ISBN9788411444712
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    La paradoja - Juan Piescuadrados

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Juan Piescuadrados

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1144-471-2

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    A todos los maestros, portadores

    del conocimiento, la luz y la libertad.

    A Cata...

    Prólogo

    Cuando Piescuadrados me dijo que había escrito un libro para mí y me pidió que lo leyera, sentí una profunda ilusión.

    Pero hoy reconozco que me enfrenté a un reto importante, donde debía tomar distancia, alejarme de mi relación personal y disponerme para sentir de forma honesta a cada uno de los personajes, sus historias y su crecimiento en un mundo tan real como espiritual.

    Enfrentarme a este libro fue como decirle a mi yo interior: «La vida puede ser esto, una compilación de historias donde todo se unifica, donde el tiempo se expande o desaparece, donde ir o venir se convertirá en una grandiosa posibilidad en la existencia».

    La disparidad entre algunas de las experiencias contadas era asombrosa, al punto que fueron modificando mi idea de que estaba leyendo un libro para mí, sentía que era una historia que me estaba cambiando un poco mi idea y concepción de la vida misma.

    Recuerdo particularmente cuando me encontré con Emilia Aguinaldo, tenía tanta fuerza y personalidad que empecé a sentirla parte de mí, cada parte de su historia me hacía visitarla nuevamente, la acompañaba en su proceso y me iba acercando a sus amigos desde sus ojos; lo que le preocupaba, sus anécdotas y la forma como este encuentro iba a reinventar todo su proceso, escuché cada diálogo, cada experiencia vivida o por vivir y me daba cuenta de cómo cada relación entre ellos estaba vinculada con sus familiares, con sus pasados, con sus misiones. Cuanto más complicadas eran las situaciones más sincronía había entre todos ellos y esto me fascinó, explotaba en mi cabeza el concepto cuántico de ser uno.

    Así es la vida, en nuestra cotidianidad creemos que la espiritualidad es ajena, pero todo, absolutamente todo, tiene un propósito superior, cada ser esta creado para vivir unas experiencias específicas y las coincidencias se van uniendo para desaparecer entre callejones y decisiones personales que nos conducen a otras preguntas que también obtendrán nuevas respuestas.

    Este libro me dejó algo hermoso, me enseñó que es preciso cambiar de paradigmas, olvidar viejos conocimientos y recordar algunos que están impresos en nuestra alma.

    El mundo visto desde la paradoja está regido por personas capaces de reunir información apropiada, en el momento apropiado, para actuar de forma apropiada y ser así uno con el universo que nos guía.

    Sin duda es un libro que vale la pena leer, te acerca a temas profundos que parecen únicamente asequibles para expertos y lo transforma en algo accesible que puede ser comprendido por todos, la paradoja es una idea donde el observador configura las experiencias y me lleva a pensar que cada uno de nosotros debe encontrar a ese observador capaz de hacer de las experiencias comunes, vivencias extraordinarias.

    Catalina

    Instagram @hola_anami

    Febrero de 2022

    .

    «El conocimiento nos hará libres»

    Sócrates

    LIBRO UNO

    1. LA UNIÓN DE TODAS LAS COINCIDENCIAS

    1.1. El Despertar

    1.1.1. Tomás

    Sabía que había pasado antes, pero no recordaba cuándo; como si en sus sueños siempre hubiese estado presente. Tomás escuchó esa voz que le repetía incesantemente: «Despierta, despierta, despierta».

    … Y, en efecto, despertó.

    De un brinco quedó sentado a un lado de la cama con los ojos cerrados y las manos empuñadas, como si quisiera defenderse de algo o alguien. Sintió una mirada desde un costado, giró la cabeza y abrió sus grandes ojos cafés para encontrar a su padre sentado en una pequeña silla de madera que había frente a su cama. Con lágrimas en sus profundos ojos verdes, el hombre al que Tomás llamaba el invisible cariñosamente, de edad avanzada, cabello blanco, hombros anchos, figura robusta, tez blanca y rasgos caucásicos, se levantó de la silla y se sentó a su lado en la cama.

    —¿Qué sucede? —preguntó Tomás, de manera preocupada, puesto que solamente una vez en la vida lo había visto llorar. Ese día, 5 años atrás, su abuela, víctima de un paro cardiaco, había muerto mientras tomaba una siesta, y por primera vez en su vida vio a su padre llorar. Su corazón latió fuertemente y se preparó para escuchar lo que ya intuía.

    —¡Tu abuelo acaba de morir...! —exclamó con voz entrecortada.

    Tomás sintió una extraña sensación reconfortante, de una u otra manera sabía que esto iba a suceder, de hecho, su abuelo venía preparándolo desde hacía exactamente un año, y recordaba la fecha exacta porque era el día antes de su cumpleaños.

    —Vaya coincidencia —pensó Tomás—…, naces un día y mueres justo el día antes de tu cumpleaños, como si vinieras a vivir con una medida justa y exacta, el abuelo siempre fue muy pragmático en sus elecciones, y por lo visto incluyó en esto la fecha de su muerte —concluyó.

    Realmente Tomás estaba más asombrado por la voz que seguía en su cabeza resonando: «Despierta, despierta, despierta…». Volteó a mirar a su padre para encontrar un consejo para sobrellevar el dolor o alguna reflexión apoteósica, pero sabía que, de aquel hombre, que a la vez era tan cercano como lejano, no podía esperar ninguna emoción humana, lo que hacía más notable el hecho que estuviera llorando.

    Su padre no prestó mucha atención a la reacción de Tomás, y como era habitual en él, solo se levantó y antes de salir de la habitación, lo miró y le dijo: «Mañana será el funeral, cuento con que estarás ahí».

    Las primeras imágenes de lo que luego conocería como La Paradoja se hicieron presentes. Vio un niño en una cuna durmiendo al lado de una gata blanca, y la misma voz que le decía: «Despierta, despierta, despierta». ¡Ahora sí estaba asustado!

    1.1.2. Ahmed

    Ese mismo día, pero a miles de kilómetros de distancia, Ahmed despertó con mucho calor y una extraña sed. Al abrir los ojos en medio del callejón, vio como la luz del sol se colaba por los pequeños espacios que quedaban entre columnas y carpas. Sintió el bullicio no muy lejano de las gentes que iban y venían del mercado y pasaban cerca al callejón donde dormía. Se incorporó y busco entre sus ropas, algo sucias y viejas su único tesoro: Un pequeño amuleto en forma de escarabajo que era lo único que le recordaba a su madre. Recuerdos muy distantes de una mujer de tez morena y profundos ojos azules, con cabellos largos que llevaba con una trenza. De extrañas ropas que no eran nada de lo que conocía, túnicas de colores muy vistosos y con mucho brillo.

    Se reincorporó y se dirigió a la calle principal que iba al mercado para buscar algo de beber y de comer.

    Ahmed era todo un experto en conseguir su comida por medios…, digamos, un poco «liberales» como lo llamaba él. Se deslizó de puesto en puesto de manera imperceptible, definitivamente nadie lo notó y, al llegar al otro lado, ya tenía todo un festín para desayunar. Volvió a su pequeño callejón y de repente aparecieron de su desgastada túnica frutas, panes, dulces y una botella de agua. Se sentó y comenzó a comer.

    Poco faltaba para terminar cuando escuchó en su cabeza: «Jagrat pequeño deva».

    No comprendió nada de ese extraño lenguaje y literalmente quedó congelado. Sintió cómo se adormecían sus extremidades y estuvo allí sentado por un largo rato.

    Las primeras imágenes de La Paradoja fueron para Ahmed muy tristes: vio como era alejado de su madre en medio de la noche mientras era muy pequeño. También escuchó la voz del hombre que lo llevaba diciendo: «Ya llegará tu tiempo». Permaneció allí sentado como si el tiempo no pasara.

    1.1.3. Shigueru

    Shigueru Mitutoyo a sus 16 años era toda una estrella en Japón…, parecía tenerlo todo: fama y fortuna. Pese a su timidez, propia de lo que llamaríamos un nerd, su buena estrella lo alumbraba todo el tiempo y en plena adolescencia vivía una vida un poco agitada: desarrollaba videojuegos, creaba contenido para las redes, asistía a talleres de escultura, dibujo, literatura y era estudiante de escuela superior. En contrapeso estaba su mejor y único amigo: Goroachi Namada. No sabía por qué seguía siendo su amigo, En todos los sentidos era algo así como su gemelo malvado. Goroachi era bonachón, hablaba duro, gritaba todo el tiempo y tenía mil amigos. Shigueru pensaba para sí mismo que Goroachi era como una estrella de rock n’ roll, pero sin el rock n’ roll. Lo cierto del caso es que tan peculiar amistad había ayudado mucho a Shigueru sacándolo del retraimiento y aislamiento en el que vivía, trayéndolo al mundo real.

    Esa tarde mientras estaba sumergido en su videojuego favorito, entró por primera vez en trance. Despertó en medio de lo que parecía ser una realidad alterna. Shigueru solo reconocía a medias algunos elementos de cosas que había visto en juegos: luces, paredes con texturas repetidas y un amplio espacio desde donde podía ver casi todo a su alrededor. Estaba al parecer en un edificio en medio de una ciudad y podía ver, por momentos, movimiento más allá de las ventanas que rodeaban la habitación. Un aura verde lo abarcaba todo y parecía que los elementos se materializaban y desmaterializaban gracias a ella.

    Todo en la habitación aparecía y desaparecía y escuchó por primera vez aquella voz: «Tómalo con calma, céntrate, equilíbrate, no hay nada de que temer por ahora, no tengas miedo». Luego otras voces se unieron: «Debes despertar…». Más voces se sumaron y de repente todo se volvió un murmullo de cosas que no comprendía.

    Pero lo que más le estaba inquietando era la manera como se veía y percibía a sí mismo: era él y a la vez no lo era, sentía un hormigueo por todas partes como si energía pura le diera vuelta. Sintió que no podía contenerse y de repente explotó.

    A la mañana siguiente despertó aturdido. Este había sido el sueño más extraño que jamás había tenido. Se había levantado con la mente en aquel sitio. Sentía en su boca un sabor metálico que era insoportable. La pantalla de video seguía encendida y la cabeza le dolía debido a las gafas de realidad virtual que habían estado en su cabeza toda la noche. Se las quitó y sintió un dolor terrible. Se paró de su silla y fue al baño a tomar agua. Al pasar por el espejo vio cómo la sangre seca salía de sus fosas nasales, oídos y boca. Se asustó mucho. Entendió el sabor metálico. Cogió su mug de Gekko Kamen que le había obsequiado su madre, sirvió agua, bebió un sorbo para quitarse el sabor de la sangre de su boca, se lavó y luego fue a sentarse en su cama totalmente desorientado y consternado.

    1.1.4. Janina

    Janina Szuszkie estudiaba Ingeniería Química en la CentraleSupélec en París. Caminaba apresuradamente con un cerro de papeles apretados contra su pecho con el brazo izquierdo y un bolso con más documentos que colgaba de su hombro derecho, cruzaba el pecho y caía sobre el lado izquierdo de sus caderas. Con la mano derecha buscó su teléfono en el bolsillo de sus jeans para revisar la hora. Eran las 9:42 e iba con tiempo justo para su clase en la universidad. Con cada paso sus gafas se deslizaban por su nariz y constantemente se las reacomodaba con el dedo índice de la mano derecha, podría pensarse que únicamente para eso mantenía su mano derecha libre.

    Aquella mañana mientras se dirigía a la universidad por la misma ruta que tomaba todos los días, algo llamó su atención: vio a un hombre que la miraba fijamente desde el lado opuesto de la calle. Su apariencia era de alguien que había estado bebiendo durante toda la noche y ahora sufría una resaca. La miraba fijamente.

    El hombre estaba parado delante de una puerta que nunca había visto y sobre ella colgaba un aviso que decía: «Matisse Lacroix, libros científicos». Janina bajó la mirada y siguió presurosa. Pero aquel hombre seguía uno a uno sus pasos. De repente escuchó una voz que decía: «No te asustes, no voy a hacerte daño, estás entre amigos, necesito que te detengas». En ese momento su cuerpo se congeló y empezó a sentir un fuerte temblor en su pecho.

    Janina sintió un sudor frio en sus mejillas y un escalofrío recorrió su espalda. Todo fue confuso para ella. Los peatones que caminaban a su lado, los autos, todo se detuvo. El tiempo pareció haberse congelado. Lo único que seguía su curso era su percepción del tiempo, que parecía ausente. El hombre se movió hacia ella y nuevamente escuchó la voz en su pecho: «No tengas miedo, solo céntrate en lo que eres, despierta, despierta, despierta».

    Todo seguía congelado y aquel hombre era lo único que se movía. Entonces tomó la mano de Janina, y en ese momento la joven tuvo un sinfín de sensaciones y emociones provocados por lugares que había visitado: el aire fresco de la campiña de su natal Polonia, el mar estrellando sus olas contra los acantilados en Irlanda, el sonido del agua de los Alpes corriendo pura y fresca hacia los valles, el sol del verano parisino en su rostro y sobre todo el calor de la arena de la playa en el sur de España.

    Trató de moverse y notó que no podía controlar sus movimientos a voluntad, solo era llevada por aquel extraño hacia la pequeña puerta. Si no hubiera sentido tantas cosas maravillosas cuando fue tocada por el hombre, hubiese pensado que estaba siendo secuestrada, pero una sensación de tranquilidad y armonía la embargó y solo se dejó guiar, aunque, a decir verdad, su corazón se le quería salir del pecho.

    Apenas pasaron el umbral de la puerta, esta se cerró y todo pareció volver a la normalidad allá afuera. Nadie había notado lo sucedido. Janina ahora volvía a controlar su cuerpo, pensó en gritar, en correr, en pedir auxilio, pero no lo hizo. Podía ver claramente a el extraño. Aparentaba algo más de 70 años, algunos vellos en su rostro mostraban que llevaba sin afeitarse quizás una semana. Medía 1,80 y su piel era blanca. Sus ojos verdes y el ceño fruncido, algunas arrugas en su cara, hombros amplios y brazos fuertes. Ahora no lo veía como alguien que estaba pasando por una resaca sino más bien como alguien que tiene afán, y quizás no ha tenido tiempo de descansar. «Es más, tal vez ha estado tan ocupado que no ha dormido en días, pobre hombre», pensó Janina.

    —Estarás llena de preguntas, Janina, pero no debes inquietarte, ni siquiera por no llegar puntual a clase. ¡Todo es perfecto! —dijo el hombre—. Solo te pido que me escuches con atención y no hagas muchas preguntas, aún no es tiempo, pero las respuestas están en ti. Soy Matisse Lacroix, quizás no te suene el nombre, pero estuve a tu lado el día que naciste en aquella tarde de verano en Cracovia hace ya 20 años. He estado al lado de cada uno de ustedes: de mis niños…

    —¿Mis qué??? Ehhhh… ¿Sus qué? —exclamó Janina visiblemente confundida, entre otras cosas porque este sujeto al que no había visto nunca de repente sabía su nombre, su edad y hasta su lugar de nacimiento.

    —S, cada uno de mis niños, ¿cómo olvidarlos…?, he hecho hasta lo imposible para protegerlos, he tenido que separarlos, desarraigarlos, alejarlos incluso de sus familias. Pero los días se agotaron y es hora de que despierten cada uno de ustedes. Tienen un importante legado que dejar, confío en que serás un excelente guía, por eso te he buscado. Ahora debo confesarte que te he visto pasar cada verano, otoño, invierno y primavera, y he guardado silencio. Sé que estás llena de preguntas, lo que también sé es que tienes todas las respuestas. Por ahora lo importante es que despiertes y este libro te va a ayudar con esa tarea. —Y le entregó un libro rojo que sacó de uno de los bolsillos de su chaqueta—. Solo te pido que lo leas, no más eso, y encontrarás muchas respuestas a tus preguntas.

    Janina sintió cómo una gota de sangre bajaba por su nariz y un sabor metálico inundó su boca. «Tómalo sin miedo, busca tu centro y encuentra las respuestas a las preguntas y hazte nuevas preguntas. Ahora deberás volver, se acaba el tiempo, ya no soy el de antes. Nunca olvides que te amo profundamente, estaré cerca», y sacó un pañuelo de su bolsillo y limpió la gota de sangre que salía por la fosa nasal derecha.

    Un instante después, Janina estaba parada en medio de la acera, con su manojo de documentos apretados entra se pecho y ahora con un libro de color rojo en el que pudo leer en la cubierta: «El viaje y cómo salir ileso», más abajo «Tomás Cipriano de Torres».

    —Ve a clase, aún es temprano —escuchó nuevamente la voz en su pecho. Miró el reloj y vio la hora: 9:43. Nada tenía sentido. Se quedó ahí parada meditando sobre lo que había pasado y tratando de reaccionar. Lo único cierto era ese aire fresco de su amada Cracovia y el libro rojo en su mano derecha.

    1.1.5. El funeral de don Tomás

    Tomás estaba parado frente al pequeño cofre de madera que contenía las cenizas de su abuelo. La gente caminaba de un lado a otro, murmuraban cosas que no alcanzaba a entender, era un funeral normal. Su padre, solitario en un rincón, meditaba sobre la situación y a la vez parecía esconderse de aquella multitud. Nunca había visto al invisible tan consternado. Definitivamente había envejecido unos 30 años en tan solo unas horas.

    El hombre de repente dirigió la mirada a Tomás. Luego con la mano hizo un gesto íntimo que el joven comprendía a la perfección: lo llamó con el dedo índice de la mano derecha muy sigilosamente como si no quisiera que nadie lo notara. Tomás estaba acostumbrado a este gesto porque siempre lo hacía cuando quería un poco de intimidad con alguien.

    Tomás se dirigió hacia donde se encontraba su padre deseando con todas sus fuerzas ser invisible también para evitar los saludos de pésame de familiares y amigos. En medio del camino sintió que alguien detrás de él tomo su mano, al voltearse vio a su madre con el ceño fruncido que le dijo: «Espero que no te vayas como sueles hacerlo cada vez que estás en familia. Tu padre te nece…», fue interrumpida por Tomás en ese momento: «Mamá, ¿también hoy vas a regañarme por todo lo que hago? No voy a ningún lado, solo donde papá, no lo veo bien, creo que realmente está triste».

    —Está bien, pero no te alejes —dijo.

    Tomás continuó su camino y nuevamente deseo ser invisible. Pasó entre todos, inclusive delante de sus 4 tías que lloraban de manera desconsolada. Nadie lo detuvo. Una vez estuvo al lado de su padre, este le susurró en el oído: «Vamos por un café, necesito decirte algo».

    Caminaron por el salón en medio de condolencias, lágrimas y sollozos. Todo el mundo quería abrazar a su padre, que, pese a su manera de ser introvertida, era alguien muy estimado por todos, a la vez que nadie parecía notar la presencia de Tomas. Al llegar a la mesa donde se encontraba la máquina de café, el invisible tomó un pocillo, se sirvió la bebida que humeaba y desprendía un delicioso aroma, acto seguido le agregó 4 cubos de azúcar que naufragaron al tiempo que se deshacían. «¿Quieres uno para ti?», preguntó el hombre a su hijo. «Por supuesto», respondió Tomás, «Solo un cubo de azúcar», se apresuró a puntualizar.

    El hombre nuevamente se dirigió en secreto y le dijo: «Ahora vamos a tomarlo afuera». Nadie, ni su madre, notó su ausencia.

    Bajaron unas escalas y llegaron a un patio con un corredor central que llevaba a una pequeña capilla en el fondo. A ambos lados del corredor se ubicaban figuras de ángeles en cemento pintadas de blanco enteramente y entre ellas algunas bancas también en cemento en donde se podían ver algunas personas orando por las almas de los que partían. A ambos lados del corredor central y de manera paralela corrían dos senderos que se ubicaban contiguos a grandes jardines llenos de flores. Caminaron hasta la capilla y. allí se sentaron uno al lado del otro en una de las bancas ubicadas al lado derecho del altar. No había mucha gente, Tomás pudo ver grandes vitrales con imágenes de santos a los costados de la capilla con luces dirigidas lo que le daban un aspecto colorido a aquel sitio. El olor a incienso inundaba todo el lugar. Unas pocas mujeres oraban y un sacristán realizaba labores preparativas para lo que sería la misa del abuelo de Tomás. Se leía en un mural un obituario que decía: «Descansó en la paz del señor TOMÁS CIPRIANO DE TORRES: AMADO ABUELO, PADRE Y HERMANO».

    El padre de Tomás con voz entrecortada le preguntó: «¿Estás triste?».

    Tomás le contestó: «Y… ¿por qué habría de estarlo?».

    —Los vi tan unidos estos últimos años…, pensé que su partida te iba a llenar de tristeza —dijo el invisible.

    Y es que los últimos años la relación de Tomás con su abuelo había sufrido un cambio radical. Pasó de ser un nieto con el que nunca hablaba a ser su mejor amigo. Don Tomás compartía historias sobre sus viajes alrededor del mundo, comidas que había probado (porque esa era su pasión), enseñó a Tomás sobre música (la ópera era su favorita), le habló de su tatarabuelo, su bisabuelo e incluso le contó muchas historias vividas con su abuela doña Gracia.

    Para Tomás fue una experiencia inolvidable: aprendió mucho de su familia, del amor que le tenía a su abuela, quien había fallecido 5 años atrás, también de música, de cultura y, sobre todo, de aventuras, tantas, que nunca habría imaginado que su abuelo había vivido. Fue extraño a la vista de su familia, pero nadie se metía en las cosas de don Tomás.

    Y fue por esos días de cercanía con su abuelo que empezaron a suceder cosas extrañas para Tomás. Que las cosas se movieran a su alrededor se había vuelto habitual, pero en un principio era tan inexplicable que Tomás investigó sobre seres paranormales, fantasmas y energías oscuras, visitó brujos, magos y videntes y no encontró explicación creíble. Estos eventos se acentuaban en la medida que visitaba a su abuelo, pero para él no había relación alguna. Con el pasar de los meses descubrió que los objetos eran movidos por él, solo debía concentrase y desearlo, pero no iba más allá de mover un vaso o tumbar el portarretrato de la familia en su escritorio. Nunca se lo comentó a nadie, era su pequeño secreto y así había permanecido.

    Una tarde llegó a casa de su abuelo y este lo condujo hasta su habitación, un lugar que había visitado muchas veces: amplia, llena de recuerdos, imágenes de santos, una cama doble en madera envejecida de un tono café oscuro que hablaba de su antigüedad, una gran poltrona al lado de un televisor que quizás había sido de los primeros a color. Un closet empotrado en la pared donde guardaba la ropa y un viejo armario también en madera y que Tomás había visto abierto solo un par de veces.

    El armario tenía un espejo en la parte frontal que abarcaba casi completamente una única puerta. En la parte de atrás de la puerta don Tomas había coleccionado durante años pequeños papelitos con las fechas de nacimiento y de fallecimiento de sus familiares y amigos, además de fotos tanto de personas como de lugares. Decía que para él eran muy importantes porque había detectado la pérdida de la memoria y estos le ayudaban a recordar a quienes podía llamar o visitar sin pasar una vergüenza. Sus pesadillas más grandes consistían en llegar a hacerle la visita a un amigo ya fallecido y en olvidar un sitio visitado. En el fondo del armario había libros, mapas, recuerdos de todo el mundo, algunos los reconoció Tomás como las muñecas mamushka y otros que no, como una serie de símbolos que según decía don Tomás los había traído de la India.

    El abuelo abrió el armario y de uno de los costados sacó una bolsa roja aterciopelada que brillaba con los reflejos de la luz y desató una pequeña cuerda de color negro que la cerraba en la parte superior, la abrió y se asomó para verificar su contenido. Luego la volvió a cerrar halando la cuerda negra, le hizo un nudo, la dobló sobre sí y se dirigió a Tomás y le dijo: «Toma, esto es tuyo, siento que ya es hora de que lo tengas, es la única deuda que me falta por saldar. No esperaba que este momento llegara tan rápido, pero quiero que sepas que recién terminé de escribir la última copia del libro, así que pronto debo partir. Sé que tendrás en este momento muchas preguntas, pero busca tu centro y encuentra las respuestas a las preguntas nuevas y a las que tienes desde hace mucho tiempo. Ahora deberás escuchar, aprender y, sobre todo, estar tranquilo, se acaba mi tiempo y solo debe ser un acontecimiento más, lo que importa es mi legado. No lo dejes ver de nadie y espera a llegar a casa para abrirlo».

    Dicho esto, don Tomás Cipriano de Torres hizo algo que nunca antes había hecho: le dio un abrazo a Tomás. Este sintió como la llama de vida en él empezaba a apagarse y un calor le recorrió el cuerpo. Luego salieron de la habitación, charlaron un rato en la sala de la casa y más tarde se despidieron. No fue la última vez que se vieron, pero si fue la más importante de todas las citas que jamás tuvieron.

    Esa noche llegó Tomás a su casa, y como era de costumbre fue derecho a su habitación. Allí presurosamente buscó lo que contenía la bolsa: En el fondo estaba un libro rojo, con portada dura y hojas gruesas a las que les habían pegado recortes de otras cosas y eso hacía que este se viera más grueso y arrugado.

    Primero tomó el libro y vio que la portada era de algún sintético rojo que imitaba el cuero. Muy convencional. Lo examinó por todos lados y

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