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El valle de los gatos
El valle de los gatos
El valle de los gatos
Libro electrónico220 páginas2 horas

El valle de los gatos

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Información de este libro electrónico

Los demonios de esta historia son tan reales,

como los monstruos que, en la actualidad,

se disfrazan de humanos para amenazar nuestra existencia.

Tenemos que acabar con esta maldición, o ella,

terminará pronto con nosotros.

IdiomaEspañol
EditorialDavy D. Rub
Fecha de lanzamiento1 mar 2023
ISBN9798215339206
El valle de los gatos
Autor

Davy D. Rub

Nació en Cañamero/España. Realizó diferentes trabajos a lo largo de su vida.

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    El valle de los gatos - Davy D. Rub

    El valle de los gatos

    Davy D. Rub.

    Contents

    Title Page

    La cabaña

    La Casa Grande

    Bricio

    El fuego

    El bastón

    La huida

    El correccional

    Anita, La Boba

    La santa

    La caída

    La investigación

    El claustro

    La permisividad

    El tatuaje

    El hospital

    El regreso

    La organización

    Abre tus ojos

    La rata

    La receta

    La ruta de las Farmacias

    La pandilla

    La estafa

    El transporte

    El Padre Soto

    Las trileras de la noche

    Zanco

    La sastrería eclesiástica

    El chisme                    

    El trastorno de los sueños

    El plan

    El ultraje

    El pétalo negro

    El camino del infierno

    El sanatorio

    El misterio

    El Epilogo

    Published by (Davy D. Rub.)

    Copyright © 2023 (Davy D. Rub.)

    Primera edición electrónica febrero 2023.

    Smashwords Edition License Notes

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    La cabaña

    Busco una respuesta sensata, sobre las muertes acontecidas en este lugar sereno, comienzo visionando una pequeña tinada en la ladera del valle. Techada con gavillas tupidas de bálago ahumado, que protegen el dintel de la puerta, cuelga una vasta cortina de lino plegada por las ráfagas del viento, con el propósito de dejar al descubierto el olor a pobreza que alberga dentro.

    Es la morada de una mujer joven, de pelo rojizo, que adorna su cuello con un jamsa[1]. Camina cargando en la cabeza un cántaro rebosante de agua, que va regando una tierra seca y escasa, tras de ella va un niño flacucho y harapiento, que vaga entre un atajo de gatos salvajes. Todos los lugareños la conocen por Zhara, la bruja o la mujer extraña de los ojos verdes.

    En las inmediaciones, dos jinetes cubiertos con capas negras se van acercando con sigilo. La hechicera se detiene, levanta la vista, y al identificarlos, se llena de una rabia incontenible que la ha romper el cántaro contra el suelo. De inmediato, se dirige a su encuentro con el fin de pisar sus alargadas sombras, sin detenerse las esputa con la fuerza de un desprecio resentido.

    Uno de ellos, le lanza una mirada despiadada, al mismo tiempo que espolea su caballo hasta contactar con ella y sin mediar palabra. La coge por el colgante, arrastrándola con brusquedad hacia su montura, acto seguido eleva la otra mano empuñando una afilada daga. La deja caer con furia, para asestarla una puñalada letal en el corazón.

    El bastado al oír el grito de su madre, corre desgajado junto a ella, sollozando, desconsolado, la abraza y se obstina en reanimarla. El segundo jinete se inquieta, trata de mantenerse impasible, no puede soportarlo. Desenfunda su cuchillo y con un certero corte, acalla el llanto de la pobre criatura.

    —¿Era necesario todo esto? —pregunta el tercer jinete.

    Cohabitó con el diablo, para después arrebatarle lo que más quería, y estas son las consecuencias de aquellos momentos de inconsciencia—contesta una voz frágil y quebradiza, a la vez que le arroja el colgante, al segundo jinete, impactándole con violencia sobre el rostro.

    No tardaron en alejarse, dejando atrás el cobertizo envuelto en una calima flameante. El eco de los maullidos lacónicos de un gato lastimoso, les va persiguiendo sin cesar hasta el anochecer, donde se transforma en bufidos amenazantes, que se van atenuando con la llegada del amanecer.

    La Casa Grande

    Muy cerca de allí, en la Casa Grande, una anciana espera con impaciencia el regreso de los jinetes, está apoyada en la balaustrada de la escalera, para divisar toda la amplitud del horizonte.

    Es Edna una mujer de aspecto atormentado, va ataviada de negro riguroso, en su mano izquierda lleva un viejo rosario en forma de cruz, en la otra una garrota arqueada.

    Al verlos llegar les da la bienvenida, golpeando con insistencia el suelo, con la punta de su cayada.

    —¿Habéis condenado a la bruja? — les pregunta con rudeza.

    Se acabó todo—responde su hijo Ciro con voz de satisfacción, dejando caer al suelo el colgante.

    Los otros dos desaparecen de la escena, ocultándose con discreción, en el interior de las caballerizas.

    Mientras, una niña vivaracha escucha con insolencia a la vieja y Ciro, al mismo tiempo que se agacha para recoger el amuleto y esconderlo entre sus ropas.

    Es Zoe, hija adoptiva de Ciro y Caya; los amos de La Casa Grande, la cuida un mozalbete sordomudo, de cejas pobladas y ojos oscuros caídos. Su joven cara, está marcada por viejas cicatrices provenientes de algún que otro castigo.

    No ha conocido su verdadero nombre nunca, le suelen llamar Cruz por los cosidos que bifurcan su frente. Se ocupa de cuadrar los caballos y encajar el desprecio de sus amos.

    Transcurren ocho años, la vida en La Casa grande es tediosa, unos viven, otros se entregan. La peor de las suertes la ha corrido Zoe, que ha contraído una extraña enfermedad, su deterioro es notorio, lleva ya varios días postrada en una cama, cuya calidez está protegida por un techo sostenido por cuatro parantes, cerrados con unas cortinas ligeras de algodón.

    El ambiente de calma que reina en la alcoba, sólo es interrumpido por el ronroneo suave de un par de gatos y el tintineo constante del jamsa colgado del baldaquino de la cama.

    Edna, imperturbable, espera como siempre, sentada en el balancín del soportal, Ciro atiza con nerviosismo el fuego de la chimenea y Caya se mira al espejo sollozando con falsedad, todos esperan un desenlace fatal.

    El viento altano comienza a soplar con insistente terquedad, desquiciando la ventana, por donde se adentran las corrientes turbulentas del aire hacia su interior. Los movimientos constantes de sus hojas, hacen que se apague la luz del farol que la ilumina, sumergiendo el aposento en una oscuridad tenebrosa.

    Los gatos medrosos bufan erizados, comienzan a rasgar con saña las cortinas del dosel, no son los únicos en sentir temor. También Zoe sufre un episodio de pánico, dilatando sus pupilas con excesiva rapidez, hasta hacer resaltar el verde hipnótico de su mirada, entre la la oscuridad del aposento. Por su mente desfilan extrañas vivencias ininteligibles, que la llevan a hacer convulsionar su cuerpo, hasta dejarla exhausta e inconsciente.

    Despierta varios días después, sin recordar nada de lo acontecido, pero está misteriosamente sanada.

    La visita de Edna no se hace esperar desconfiada, observa los extraños arañazos sobre la piel de Zoe, que acaban por desconcertarla, aún más cree que su curación es el origen de una posesión diabólica traída por los gatos, que siempre la acompañan.

    Bricio

    No muy lejos de la Casa Grande, se oculta un caminante bajo la espesa niebla que cubre el valle. Bricio un pendenciero muy violento, acusado de la muerte del marido de Edna, y perseguido por su hijo para buscar la venganza.

    Su existencia truculenta, se ha convertido en una huida constante e interminable.

    Tengo que encontrar a mis hijos, aunque me vaya la vida en ello — reflexiona Bricio.

    El frío y el hambre le van hostigando, débil y cansado consigue llegar a la vieja tinada del valle.

    —¡No debí abandonarlos nunca! —grita con resentimiento al retornar a su antiguo cobijo.

    Al llegar encuentra, lo que fue a su hogar arrasado, de inmediato busca algo que le haga recordar, entre los ripios calcinados. Pero allí sólo quedan unos cuantos gatos errando por las ruinas del cobertizo, sus instintos hogareños los inducen a retozar entre las piernas del prófugo. Bricio no los reconoce, sin embargo, tampoco los pierde de vista, necesita aplacar su hambre y no lo duda, dando comienzo su banquete.

    Una vez saciado, sale a calmar su sed en el viejo pozo cercano a la cabaña, apoya sus manos en el brocal, y se queda mirando su reflejo trémulo en el espejo del agua. El movimiento hipnótico circular de las ondas, junto con el olor extraño que destilan sus emanaciones, le terminan por adormecer.

    De pronto un resoplido frenético le sobresalta, aterrado Bricio lanza un golpe ciego de navaja que le desequilibra, abatiéndole al interior del pozo, en la vertiginosidad de la caída, su mano armada se desvía golpeándose con los afilados cantos interiores causándose, un penetrante y fatal corte en la yugular.

    A unas pocas leguas de allí, Ciro sufre con sus remordimientos, un cúmulo de recuerdos le incomodan, necesita aliviar la moral de su conciencia. Una atracción irrefrenable le posee, empujándole a retornar al reducto de la bruja, al llegar, como siempre solía hacer, va a bendecirse con el frescor de su aljibe.

    En su boca percibe un sabor metálico extraño, combinado con un fuerte olor a mandrágora, que va colapsando lentamente sus pulmones. Haciendo que se desplome sobre el agua, y muera pocos minutos después ahogado entre sus propias náuseas.

    Fueron dos hombres enemistados por medio de sus vidas encontradas, y terminaron unidos en un mismo destino final.

    Las fuerzas del mal se confabularon, para que estos dos hombres purgaran todos sus pecados, ahogándose en las mismas aguas purulentas y maldecidas. Y a su vez evitarán que otros pudieran seguir su camino, aunque el mal ya estaba asentado en el lugar.

    Ahora sólo les queda intentar esquivarlo, y combatirlo hasta que haga el menor daño posible, con la esperanza puesta en acabar con él, algún día.    

    El fuego

    Edna, lleva varios días esperando a su hijo, en medio de su desesperación, organiza una intensa búsqueda por el valle, no tardan en encontrar los cuerpos de los dos hombres muertos, en el interior del viejo pozo de la bruja.

    Todos los sirvientes y campesinos que estuvieron en las cercanías de los cadáveres, fueron pereciendo, unos al momento y otros en los días siguientes. Cogieron tal miedo a lo acontecido que alejaron sus vidas, para siempre, de la morada maligna de la hechicera.

    La sed de venganza de Edna induce a los aldeanos, a usar el fuego como solución al mal, está convencida que esto acabará con él. Está obsesionada con la maldición, cree que es atraída por los gatos salvajes que pueblan el valle. Zoe intenta persuadirla, pretende que renuncie a la barbarie del holocausto, pero ella no cede y sigue cegada.

    Edna no se conforma con esperar acontecimientos en la casa y sale de su placentera estancia para adentrarse en el monte, e inicia en persona la hoguera. Pronto se propaga con rapidez ayudada por el fuerte viento. La desolación y la muerte se van abriendo paso, la tristeza de Zoe ante el desastre es latente y no se queda impasible, cuelga el jamsa de su cuello con suma delicadeza, confiada en su amuleto protector; se abre camino entre las flamas de las lumbres, en busca de sus amigos.

    Los felinos acuciados por las llamas, intentan por cualquier medio guarecerse. Guiándose por su instinto, se refugian dentro de una estrecha y profunda grieta de cuña, sesgada en las rocas altas. Los perseguidores no los pierden la pista, y los siguen sin tregua hasta la misma gruta, la llenan con piedras y fuego para que no pueda acoger vida alguna.

    Mientras tanto, Edna ha vuelto a casa y contempla, con frialdad desde el mirador, el color blanco rojizo del paisaje entre las llamas.

    No está sola, se siente observada, escucha bufidos, cada vez son más intensos y cercanos, percibe la amenaza y comienza a inquietarse, dominada por el miedo, intenta alcanzar el jardín a trompicones, entumecida por su cojera. Su larga falda se engancha en uno de los muchos clavos que sobresalen del escalón, tira agarrando con fuerza de los dobladillos de la tela, se oye cómo se rasga sin acabar de soltarse.

    Bloqueada su mente, ante la impotencia de poder salir del círculo de pánico, cierra los ojos y se queda paralizada presa sus pesadillas, en ese instante, Cruz arroja una ruidosa jofaina de agua, que golpea fuerte sobre una de las columnas del soportal, salpica su cara.

    Edna abre los ojos desplegando una mirada furiosa, suelta su faldón de un envite y va hacia él, sin pensárselo, le atiza con el bastón, una vez y otra hasta cansarse.

    Al intentar darse la vuelta, observa cómo la tela de su negra vestimenta, está de una manera extraña desgarrada. La confusión se apodera de ella, e intenta disimular su desconcierto, enfadándose con todo lo que tiene a su alrededor, mientras se adentra en la casa dando patadas a los muebles que encuentra a su paso. Con posterioridad cierra la entrada con un fuerte portazo, y se encierra

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