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Oasis "Príncipes del Amor"
Oasis "Príncipes del Amor"
Oasis "Príncipes del Amor"
Libro electrónico298 páginas4 horas

Oasis "Príncipes del Amor"

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Información de este libro electrónico

Todos tenemos una historia de abundante adhesión, tenemos derecho a vivir y luchar por ese cúmulo sentimientos que nos hacen creer que es posible, que nos pueden ilustrar cuan bello es el cielo y cuán férvido puede ser el averno. No se puede dar espacio a la separación dentro del amor, porque su afecto es simple y llanamente una emoción, una impresión que da color a nuestro ser. Muchos tras un sueño, pocos dispuestos a dar todo por el todo; unos ríen, otros lloran; otros intentan, algunos fracasan o se rinden. Así es como debe ser, diversidad en todo y para todo, por eso, activistas del libre albedrío darán todo por proporcionarle color a nuestras vidas, la libertad no la tienes que ganar, ya naces con ella. Hay de sueños a sueños que se hacen realidad, como el par de enamorados que se atrevieron a darse un beso en público, retando a la sociedad a llevarlos a luchar por lo que etiquetaron como amor diferente.

—Dindar

IdiomaEspañol
EditorialAWABOOKS
Fecha de lanzamiento9 feb 2023
ISBN9798215774168
Oasis "Príncipes del Amor"
Autor

Wilian Arias

Wilian Antonio Arias nació en el municipio de El Sauce, en el salvadoreño departamento de La Unión, en 1987. Aunque en un principio se estableció en Washington, D.C., y Virginia, actualmente radica en el Estado de Los Ángeles, California. No hay duda que Arias añora el lugar donde tiene sus raíces: San Juan Galares; ya que todas sus novelas y cuentos giran alrededor de hechos —algunos reales y otros producto de la imaginación— que suceden en los sitios que fueron parte de su vida: ríos, haciendas, caballos, vacas y todo tipo de animales domésticos que son parte del quehacer diario en los hogares campesinos de los países latinoamericanos, en especial en el oriente su país. Arias solo logró finalizar sus estudios de secundaria (bachillerato) para emprender junto a su madre el viaje con rumbo Norte. Su travesía por Guatemala y México hasta llegar a Estados Unidos estuvo llena de todo tipo de obstáculos, como sucede con la mayoría de inmigrantes. Pero también ha sido un obstáculo su adaptación a una cultura diferente. Sin embargo, a pesar de la dureza de los cambios, Arias encontró el ambiente perfecto para desarrollar sus dotes de escritor autodidacta, que lo practica desde que era un niño. Hasta la fecha el joven autor ha escrito seis libros que han sido publicados por la editorial Palibrio, SHARED PEN Edition y FT Editores § Sherezade Martinez.

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    Oasis "Príncipes del Amor" - Wilian Arias

    Me pregunto cuál fue en verdad mi pecado, ¿cuán malo es ser diferente en este Feudo de Los Colores? No tengo culpa de ser como soy, pero, si volviera a nacer y pudiera escoger mi sexualidad, tan seguro estoy de volver a ser homosexual, porque me dio la dicha de conocer el verdadero amor. ¿Sabes?, me gustan los colores, me gustan las florecillas, los animales, pero más me gustas tú cuando sonríes sin ser etiquetado, sobre todo siendo quien deseas ser. Estas fueron las últimas notas en la libreta que usaba como diario personal, cuando escribía en mi soledad, después de dejar a mi amado Saulo para volver a palacio. Solo soy un príncipe que vivió de una quimera.

    —Dindar

    ¿Por qué mis colores me pintan gris y no con sus tonos verdaderos? ¿Por qué soy diferente? ¿Por qué la gente que tanto amé y admiré hace diversificaciones? El blanco, el mulato, el extranjero, el hombre, el homosexual, el pobre, el rico, ¿para qué tanta clasificación, si al final del día, todos somos y seremos multicolores? Si todos somos humanos, ¿con qué derecho nos juzgamos los unos a los otros, en lugar de protegernos y apoyarnos? No importa como sean los demás, yo fui, soy y seguiré siendo yo. Me siento como el arcoíris, sombreado estoy de muchos colores. Si un día vuelvo a nacer, solo si me salvo de ir a la hoguera vestiré mi cuerpo con los colores del arcoíris.

    Saulo

    UNA VEZ UN CORAZÓN le dijo a otro corazón:

    Si quieres hacer reír a Dios

    y al destino cuéntales tus planes,

    que ellos ya tienen los suyos.

    PREFACIO

    YACÍA UN TIERNO CABALLERO sobre un tan sublime lecho, cimentado con lo mejor de la naturaleza de aquel latifundio, rodeado con esplendorosos jardines, casi de celestial fisionomía era la paradisíaca zona. Sobre el tálamo yacía abierto un cofre cafeína, con bordes en tonalidades desérticas y decorados entallados de un buen artista del dibujo, varios de los lápices de colores estaban esparcidos. Sus suaves y tersas manos sujetaban una libreta de bosquejar, y también poseía un diario personal. De pronto llegó otro joven, silencioso tomó asiento, uno comenzó a escribir y el otro a delinear, así fue como del cielo descendieron tres colores sobre la libreta de dibujos: rojo, naranja y amarillo. Acto seguido, tres colores más se despeñaron sobre el diario: verde, violeta y azul.

    —Desearía ver el arcoíris en tus ojos, mi venerado príncipe, porque, cuando te veo, siento que sus colores son nuestra felicidad —en su libro de bosquejos un chico delineó el arcoíris, sus deseos se cumplieron. Enseguida ambos se acostaron, uno sobre el pecho del otro, cerraron sus ojos, y así fue como se pudo percibir la prisa con la que el tiempo hacía que las estaciones del año sobrevolaran como si persiguieran un hálito de vida. Contemplaron la preciosidad con que la noche, envuelta de encanto, desplegaba las estrellas dotadas de perfección.

    Saulo era el único hijo del molinero, tenía un romance secreto con el príncipe de Los Colores, para quien había fantaseado una historia de amor sobre un arcoíris, el eminente delfín Dindar, ruborizado, había recibido la pequeña historieta, que no estaba ajena a realidades en cualquier lapso.

    —¡Siete! —el príncipe Dindar con tintes apesadumbrados enfatizaba un dígito en específico—, siempre los siete detrás de nosotros. ¡Amo ese número! Tenemos siete meses de amarnos secretamente, siete son los días de la semana y los siete días quiero pasar contigo —entonces se detuvo a hacerle una pregunta a su bienhadado—: ¿Algún día te enlazarás a mí? —su preguntaba estaba carente de respuesta por parte del humilde mozo que le acompañaba, pero el príncipe respondió por su adjunto—: Sí que nos casaremos, lo sé.

    Se expresaba con vocablo de hidalgo considerado. Objetándole, correspondía el ilustre acompañante, igualmente instruido en sus dicciones.

    —Tú eres un príncipe —arguyó Saulo, menospreciándose ante las diferencias nobiliarias a lo que él llamara rango social que parecía ser uno de los tantos adversarios de la época; pero sobre todo el miedo a aceptarse como eran—, y yo solo soy... —titubeó, y el príncipe acalló sus palabras de desestima para sí mismo, logro que consiguió al besarlo, le dijo:

    —Yo soy un príncipe, tú también eres un príncipe, y en busca de un príncipe nos encontramos.

    Los besos, lo galanteos y las miradas hablaban de un amor entre dos príncipes dispuestos a enfrentar al mundo.

    —Los momentos contigo son únicos —lo miraba susceptiblemente el príncipe, mientras reposaba sobre de su amado, a quien no dejaba de besar y aquel que recibía los arrumacos le respondía con simpatía y felicidad.

    —Si nos amamos, qué importa lo que diga el mundo, eres con quien yo quiero estar, aunque sea solo el hijo de un molinero y tú el príncipe de la ciudad —acariciaba las manos de Dindar, se vieron cara a cara, el joven apreciaba el rostro del príncipe—. Tú eres mi sueño, mi realidad, mi ayer, mi hoy y mi mañana. Amo tus ojos, tu piel y tu dulce alma.

    El príncipe, conmovido, respondió:

    — ¡Y mí para siempre! Cuando te conocí te dije, y ahora te lo repito, que anhelo y voy a tener un futuro contigo. No un futuro, todas mis existencias las pasaré a tu lado. Aunque tenga que perderlo todo por ti, sabré que no he perdido nada sino es a ti a quien perdiese.

    Las venideras palabras del príncipe adularon a quien fuera el humilde hijo del molinero.

    Hubo una vez un inigualable y espectacular escenario, donde el amor anidó tan separado de la maldad, teniendo por aposento de seguridad solo al Señor de Señores, a Él, quien nunca les había juzgado, porque para ello les había dado libre albedrío. Dindar y Saulo eran amantes. El hijo de un molinero se ha enamorado del unigénito de Los Colores, su romance a transcendido a las afueras de palacio, en toda la ciudad no se habla más que de un amor indecoroso, una blasfemia, según los habitantes. Mientras tanto, en el interior de palacio, a puertas cerradas se examinaba un juicio donde los gobernantes del reino, las autoridades de la ciudad y el clero católico apostólico de la época no cesaban su perjudicial mente cerrada, y se dictaba una sentencia que profanaba el sentimiento más puro, viéndolo como inmoral y aberrante.

    — ¡No, no y no! —Se oponía rotundamente el sumo pontífice de la época—. Perdone nuestra denegación, su majestad, Fabiola de Colores, pero desde nuestro punto, como pastor y sacerdote de nuestras iglesias, nos debemos oponer al pecado que corrompe a su hijo, el Delfín de los colores. No podemos consentirlo ni aunque sea su hijo, y si él es motivo de pecado, de raíz se debe cortar el mal por igual.

    Acto seguido, un pastor representante del cristianismo respondió a los alegatos del pontífice:

    —Debemos censurar su conducta, de lo contrario la cólera de Jehová descenderá sobre nuestros feudo, no puede trascender una aberración de tal calibre, aunque suene a cliché, la ley no es benévola; es igualitaria para pobres y ricos.

    —Tanto él como el otro muchacho merecen sucumbir —señaló el pontífice—, o corromperán a generaciones futuras. Así que, nuestra decisión es enviarlos a la hoguera. Todo sea por el bien de nuestro latifundio.

    El pastor de la iglesia cristiana evangélica no dudó en retocar:

    —Sinceramente, la ley no debe hacerse la ciega ante el pecado de su hijo, ambos han pecado, por tanto, ambos deben ser castigados, y se les castigará en la plaza pública. Serán azotados y se procurará un veredicto sobre si deben o no morir. Asimismo, servirá para que los demás habitantes piensen antes de dejar salir ese tan depravado demonio llamado homosexualidad.

    Los reyes no sabían cómo afrontar la situación.

    —Mi siempre sabio consorte —exteriorizaba su alteza Fabiola, desarrollando el padecimiento emocional—, apiádense de mí, yo soy una madre —le dijo al clérigo religioso y político.

    Su cónyuge la miraba lastimeramente, ella lo observó, sin poder contener sus emociones.

    —¿Cómo podemos evitar la pena de muerte para nuestro hijo? ¿Qué causó que se volviera así? —se cuestionaba la reina—. Jamás debimos permitirle amistad con ese descarrilado hijo del molinero, ¡nos lo corrompió! —proclamó la reina, con su triste mirada, viendo a su señor esposo, pero el rey no tenía argumentos instantáneos con que defender a su hijo; apenado, vio a su esposa, a quien le dijo:

    —A veces quisiera saber en qué fallamos como padres. ¿Cómo y cuándo nuestro hijo se nos fue perdiendo en ese camino del mal? Lo peor es que, por causa suya, seremos la maledicencia en nuestros reinos vecinos.

    —Que pase lo que tenga que pasar —argüía su majestad Fabiola, sujeta a las manos de su cónyuge, en quien se aferraba para no despostillarse emocionalmente—. Pero a mi hijo lo defenderé, como la canina defiende a sus cachorrillos, y no como cual hiena se los devora, porque se me dio el privilegio de ser madre para amar y defender, más no para ser implacable juez.

    Dentro los fértiles campos se hallaban los enamorados. El cielo estaba revestido por el sol, jugando con las empañadas nubes, un precioso arcoíris era el escenario que ellos disfrutaban dentro de su romance oculto. Su escondite era un campo colmado de flores, cercano al oasis, un lugar rodeado de profusas cascadas, árboles hermosos, dóciles animalillos y una admirable cabaña, donde ellos solían pasar mucho tiempo a solas. Jugaban a perseguirse entre los campos.

    —Me encanta dibujar —Saulo alzó la libreta, dibujando las perfectas facciones de su alteza Dindar—. Esta es mi libreta, aquí guardo mis más grandes tesoros, esta es la libreta que me regalaste, aquí colecciono nuestra historia de amor, en cada uno de nuestros momentos hay un dibujo que relata cuán felices somos, no importa cual etiqueta nos antepongan los habitantes, a nosotros solo nos importa nuestro amor.

    El hijo del molinero era muy parecido, esbelto, alto, con unos ojos no muy grandes ni profundos, pero muy marrones. También tenía una voz que era música, era pasión.

    —Otro día que va, otro que viene con nuevas esperanzas, hoy tal vez Dios nos permita disfrutar libremente de nuestro idilio —Saulo se recostó sobre la hierba, para dibujar a su príncipe, luego fueron a su cabaña, ahí eran felices, nadie irrumpía su privacidad. Después de una última noche de amor, Dindar y Saulo se dieron un momento para compartir la mesa. Deseaban tener una hermosa casa, con dos platos, dos juegos de cubiertos. Todo era precioso en sus sueños, pero habían olvidado algo, no eran dueños de los sueños. Esa noche después de cenar, Saulo terminó llorando por el miedo que le inspiraba una sabana negra espiritual, que los cubría para llevarlos a la muerte en soledad. Pero Dindar lo tomó de las manos, le hizo mirarles a sus ojos, y con un beso intentó robarse el miedo para alejarlo de sus vidas. De repente fueron felices, lo cargó en brazos y lo llevó al lecho, esa sería la noche del amor, el miedo se había vuelto un gigante enemigo. El miedo es el principal ladrón de los sueños, el miedo te prohíbe lograr cosas tan grandes y es capaz de mandarte a vivir en la obscuridad, como en la que ellos vivieron.

    El joven Saulo temía que su idilio tuviese un triste final. Se hallaban en un banco junto a un arbusto, apreciando la noche fría y egocéntrica con su belleza, y antes de que la noche se esfumara, pidieron un deseo a todos los seres de luz que existiesen en el universo,

    —Saulo, mi amor —el príncipe le hablaba con ternura a su dibujante—, las promesas son de honor, y yo no voy a faltar a la mía; prometo que, si un trágico final nos acorrala, juntos lo afrontaremos. Si yo vivo, tú vives, y si tú mueres, yo muero, porque sin ti mi vida se va y contigo todo lo tengo.

    —Somos de dos clases sociales diferentes —Saulo replicó con desánimo—, obviamente sus majestades lucharán por defender tu vida.

    —Pidamos a lo que exista en el universo para que nuestro porvenir sea estar juntos aun después de la muerte —el príncipe impugnó lo expresado por Saulo.

    Las criaturas del bosque iluminaron por completo el oasis de los colores, los padres de la naturaleza los invitaron ir hacia ellos. Él era semejante a un humano, su cabeza y cabello eran materia del tronco de un árbol, de hecho, era un árbol con rostro semi-humano; su barba elaborada con zacate y una que otra hierba; su atuendo era color tierra, parecía que la tierra estuviese pegada a sus ropas. Por su parte, la madre naturaleza tenía su faz en gama de madera, muy suave y sin perder ese toque femenino; cabellera muy colorida; sus ojos universales y profundos, solían cambiar con el pasar de los lapsos; a su cabello diademas de flores con escasas verdes hojitas la decoraban; su traje era un níveo vestido, lucía un pequeño abrigo confeccionado en verde lana, su hombrera bastante florida y elegante. Ejércitos de luciérnagas se presentaron ante ellos, la luna invitó a sus hijas, y por millares brillaron como nunca lo hubiesen planeado hacer. Fue así como los padres de la naturaleza los unieron en el venerable símbolo del himeneo. Las flores danzaron junto a las mariposas, la bendición divina permitió que el día embelleciera la noche, fue como aquella que todos llaman la fiesta de gala; pero no todo tendría final feliz.

    A última hora Saulo comprendió que el miedo era real, alguien los había visto. Salieron a los campos, donde siguió dibujándolo por última vez.

    —¡Qué bello es el universo! Pero nada es más bello que tú —decía el príncipe Dindar, quien terminaba de posar para su amado pintor. Sintieron la necesidad de los besos que sus miradas se daban. Saulo puso su libreta a un lado, parecían niños jugando a gatear para reencontrarse, todo con tal de darse unos cuantos de esos besos que los elevaban de la tierra al cielo, pero que esta vez podrían elevarlos al cielo y hacerlos caer en lo profundo del averno.

    —Bello el universo es, pero más bello eres tú —declamó Saulo—. Bellos son tus labios sobre los míos, tanto es así que en ese momento son mi universo de amor; así o más claro. Mi universo eres tú, mi fortuna es amarte, príncipe de mi colorido corazón, aunque seas un universo encubierto. Eres como si me encontrarse un tesoro deseado, te tengo que guardar de los ojos envidiosos para que lo nuestro sobreviva a las malquerencias.

    —Han comentado en palacio que por el pueblo se escucha decir que nos señalan como raros —dijo el príncipe, borrando esa felicidad que tenían, entonces Saulo unió sus manos a las del príncipe, viéndolo a los ojos le dijo:

    —Yo no sé lo que la gente opine de un amor entre nosotros —refutó su amado dibujante—, pero, lo único que sí sé, es que mis ojos ya te miraron, de ti se han enamorado, y como un condenado estoy dispuesto a correr el riesgo de perder mi vida por ti.

    Y se hallaron abrazándose, tal parecía que ese día el miedo invadía al príncipe Dindar, quien se dejó llevar por aquel sentimiento. La iglesia condenaba este tipo de amores, no lo veían con buenos ojos, le llaman aberración. Por otra parte, sus cortesanos padres no solo lo desheredarían, lo destituirían y encerrarían, para luego enfrentar las consecuencias.

    —Si nos descubren nos llevarán a juicio —temió Dindar—, después a la horca o, lo que es peor, a la hoguera, y nos separarán eternamente.

    —¡No, no podrán separarnos jamás! —se defendía el joven Saulo, con voz muy reflexiva—. Juntos hasta la muerte. Sabes que por ti mi vida daría, aunque he sufrido al saber que tienes una prometida con la que te quieren enlazar. Se que te vas a casar, y me tendré que conformar con recibir de ti solo unas pocas y secretas caricias, mientras ella, la susodicha princesa Benigna Romelia Coraliz, será tu dueña ante todos, se pavoneará luciéndote, no como yo lo haría.

    Los jóvenes enamorados presentían sus últimos momentos de amor, por lo que dejaron de hablar y les permitieron a los besos que sanarán las tristezas del alma. Se revolcaron entre el zacate, estaban tan felices, que de repente todo terminó, no habían pasado siete segundos cuando aquello estaba rodeado de guardias dirigidos por la reina y la prometida del príncipe. Los miedos infundidos por la hechicería de una bruja eran reales en la voz de la princesa:

    —Se estaban besando, y casi desnudos, han profanado las sagradas escrituras —Benigna gesticulaba gestos de repudio—. ¡Qué asco! ¡Pecadores! ¡Engendros del mal! ¡Esto es el fin del mundo!

    —Si besarnos es pecado, por favor, concédannos la dirección del averno que felices nos iremos —argumentó el príncipe Dindar.

    La maligna mirada de la princesa no dejaba en dudas el odio que había nacido para con la pareja, en el fondo sentía envidia de que el príncipe estuviese dispuesto a renunciar a su vida misma con tal de estar junto al hijo del molinero.

    —¡Llévenselos al calabozo! —ordenó la reina Fabiola, en complicidad con la doncella—. ¡Enciérrenlos por separado! Que no exista la más leve de las comunicaciones entre ellos.

    —¡Madre! A tus chantajes sedo —el príncipe Dindar se puso de pie, hizo a un lado a la princesa, lanzándola contra un árbol—. A cambio de la libertad de mi bien amado acepta esta, mi petición. Aunque sea un suicidio, me caso mañana a cambio de que lo liberes.

    Los ojos de la princesa Benigna Romelia Coraliz se transformaron, como de un búho. Desnudando su odio, se hizo la blanca palomita, caminando con mucha finura y delectación, se expresó mientras lo abrazaba:

    —¡Te amo! —una declaración sobre actuada y falsa—. Mi amor por ti es puro y sin mancha, no como el de otros —le lanzó una mirada de odio a Saulo.

    —¡Calla! —el príncipe se liberó de sus brazos, con ánimos de darle su merecido a la intrusa—. Jamás compares la pureza de nuestro amor con lo mortífero del tuyo.

    Entonces su madre se interpuso, y con ternura le dijo:

    —Tu padre y yo estamos preocupados por este tropiezo tuyo, ya todo se sabe en la ciudad, y nosotros tenemos que ser severos. Entre tú y este indecente pecaminoso, corrompedor demonio, tengo que elegirte a ti, aunque para ello debas casarte.

    —Dispuesto estoy a sacrificarme —respondió Dindar, con calma—, pero solo por amor, por amor a él. Si le hacen algo, entonces mi boca los maldecirá a todos en este reino, lamentarán por toda la eternidad haberme fallado, así que, sin dolos todo es bienvenido, de todas formas, mi arcoíris no es de seis colores, sino de siete, porque el negro dolor es el color de nuestra triste separación.

    —Amor, no quiero que vayas al escenario de la soledad —objetó la reina—, menos que mi unigénito termine sus días en un presidio, no quiero nada malo para ti.

    —Si hay algo peor que los barrotes, es que me separen él —contestó el príncipe—, se roban mi libertad de amar.

    —Tampoco deseo para ti la desdicha —intervino Saulo—, que se haga la voluntad del Rey de Reyes. Si mi presidio o muerte te hace libre, no me opondré, al menos uno de los dos lo merece.

    Las miradas de ambos hablaban por si solas de una gran historia de amor, hecho que la princesa y la reina notaron.

    —¡Cesa tu voz!, insolente muchacho —exclamó la reina—, no tienes derecho a expresarte ante mi presencia —y con un cambio de gestos se dirigió a su hijo con ternura—: Mañana te casarás, y cuando esté completamente segura de que tu ceremonia haya culminado, iremos juntos a darle su libertad.

    Convencido de que todo saldría bien, el príncipe le sonrió a su amado. De la misma manera, Benigna Romelia Coraliz regaló falsas sonrisas al príncipe, y cuando la reina se iba con su hijo, la princesa dirigió su mirada sobre Saulo, tal vez le lanzó algún vigoroso hechizo que golpeó el abdomen del joven; los guardias pensaron que era un fuerte dolor estomacal, ya que uno de ellos dijo:

    —Seguro tiene hasta las tripas revueltas de besar a otro igual que él.

    —Este golpe es el principio de tu final —Benigna murmuró, confirmando que el impacto había sido producto de hechicería.

    Encadenaron al joven Saulo, lo subieron al carruaje que lo trasladaría a los calabozos, mientras la reina se encargaba personalmente de que su hijo no pisara las mazmorras.

    Al llegar el día de la boda, los guardias escoltaron a Saulo, quien pensó le estaban devolviéndole la libertad, pero ocurrió lo contrario, fue encadenado de pies y manos por ordenes de los reyes, complaciendo las injusticias sociales y religiosas del momento. Mientras era conducido a donde viviría sus últimos momentos, el pueblo lo apedreaba, le gritaban injurias como: demonio, provocador de hombres, plaga, aberración y de más informalidades golpeando su alma y mente. El comandante de los guardias entregó un documento, se vieron a los ojos las autoridades religiosas, políticas y civiles de la ciudad, tal parecía que el veredicto había cambiado de parte de los reyes. El guardia desapareció, lo último que se vio del personaje fue su silueta ocultándose detrás de un árbol para convertirse en cuervo. La ceremonia estaba por comenzar en el interior del Palacio de Los Colores, entre tanto invitado, no faltaban las pretenciosas de la época, las amantes del corre, ve y dile; chismosas, como quien dice. Mirando de pies a cabeza al gallardo heredero de la corona de Los Colores, ellas lo adularon, lo tocaron y cuchicheaban entre sí frente a él.

    —¡Ay, no! —exclamó una de las tres chismosas—, mientras él se casa, el otro muere.

    —No he visto amor más efímero que el de dos

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