CUENTOS DE OSCAR WILDE
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Oscar Wilde
Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde was born on the 16th October 1854 and died on the 30th November 1900. He was an Irish playwright, poet, and author of numerous short stories and one novel. Known for his biting wit, he became one of the most successful playwrights of the late Victorian era in London, and one of the greatest celebrities of his day. Several of his plays continue to be widely performed, especially The Importance of Being Earnest.
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CUENTOS DE OSCAR WILDE - Oscar Wilde
Prólogo
Este rebelde hombre... respetable... elegante apóstol... cismático en el arte
, como lo calificara José Martí, quien lo conoció en Nueva York en 1881; este producto de una sociedad que ama el ingenio, que complace; no el genio, que devora
, y que le cobraría caro su ejercicio, es el mismo que al llegar a esa ciudad respondió al funcionario de la aduana cuando le preguntó si tenía algo que declarar:
—Nada, salvo mi genio.
¿Presuntuoso? Puede ser. Pero los que hemos conocido su vida y su obra sabemos que, al menos, no mentía.
Porque nada tenía, en verdad, salvo su extraordinaria sensibilidad, su genio desbordante, su imaginación espléndida, su obra renovadora y admirable, nacida de la feliz conjunción de tales elementos, y la pasión por la belleza, esa que da objeto a la vida y hace que los hombres lleguen a vivir contentos con estar en sí
.
Oscar Wilde fue un hombre que amó y sufrió; sufrió y amó, y para suerte nuestra supo canalizar amor y sufrimiento a través de una de las más hermosas y originales obras de la literatura de habla inglesa, que comprende novelas, teatro, poemas, cuentos, obra signada toda por el mágico toque del poeta, capaz de convertir en belleza hasta los más insondables abismos del ser humano.
El puñado de cuentos que vas a leer es una excelente muestra de lo anterior, al tiempo que suma una virtud adicional: la ironía, el sentido del humor; cosa que, por demás, también está presente en el resto de su obra. Y aun podría hablarse de otro elemento consustancial a estos relatos: la ternura, la inmensa ternura de quien sabe que el mundo puede ser mejor y solo la fraternidad, la comprensión, la generosidad —el amor, en fin— pueden lograrlo.
Atendamos ahora un poco más al magistral retrato que de él nos ha hecho Martí:
¡Ved a Oscar Wilde! (...) El cabello le cuelga cual el de los caballeros de Elizabeth de Inglaterra, sobre el cuello y los hombros; el abundante cabello, partido por esmerada raya hacia la mitad de la frente. Lleva frac negro, chaleco de seda blanco, calzón corto y holgado, medias largas de seda negra y zapatos de hebilla. El cuello de su camisa es bajo, como el de Byron, sujeto por caudalosa corbata de seda blanca, anudada con abandono. En la resplandeciente pechera luce un botón de brillantes, y del chaleco le cuelga una artística leopoldina. Que es preciso vestir bellamente, y él se da como ejemplo. (...) Brilla en el rostro del poeta joven honrada nobleza. Es mesurado en el alarde de su extravagancia. Tiene respeto de la alteza de sus miras, e impone con ellas el respeto de sí
.
Mucho más nos cuenta Martí de este hombre a quien indudablemente admiraba. Pero no es el caso de reproducir la admirable crónica que le dedicara entonces.
Por nuestra parte, nos parece imprescindible añadir que predicó el arte por el arte, y lo ejerció; sin embargo, no pudo evitar que las imperfecciones de su tiempo, de su sociedad, del mundo en que le tocó vivir, afloren a su obra, con una sinceridad que llega a veces a ser brutal. Claro que tamizada por la sensibilidad y la elegancia a que aludía antes, y por la pícara sonrisa burlona de la ironía con que trazaba los retratos de sus contemporáneos. Contemporáneos suyos y, gracias a él, nuestros, ya que, como afirmó Jorge Luis Borges: La obra de Oscar Wilde no ha envejecido: pudo haber sido escrita esta mañana
.
Estos cuentos son una brillante muestra de cómo el sufrimiento y el amor que presidieron su breve vida, pueden transformarse en belleza y cómo esta belleza puede suscitar en nosotros el afán de ser mejores, de intentar alcanzar, en un mundo más limpio, la plenitud de la condición humana.
David Chericián
El ruiseñor y la rosa
Ella dijo que bailaría conmigo si le llevaba rosas rojas —exclamó el joven estudiante—, pero en todo mi jardín no hay ni una rosa roja.
Desde su nido en la encina lo oyó el ruiseñor, y miró en torno suyo a través de las hojas desconcertado.
—¡Ni una rosa roja en todo mi jardín! —clamaba, y sus ojos hermosos se llenaban de lágrimas—. ¡Ah, de qué cosas tan pequeñas depende la felicidad! He leído todo lo que han escrito los sabios, y poseo todos los secretos de la filosofía; sin embargo, por la falta de una rosa roja toda mi vida es desgraciada.
—He aquí al fin un verdadero amante —se dijo el ruiseñor—. Noche tras noche he cantado sobre él, aunque no lo conocía: noche tras noche he contado su historia a las estrellas y ahora lo veo. Su cabello es oscuro como la flor del jacinto, y sus labios tan rojos como la rosa de su deseo; pero la pasión ha dado a su cara el tono del pálido marfil, y la tristeza ha puesto su sello sobre su frente.
—El príncipe ofrece un baile mañana por la noche —murmuró el joven estudiante—, y mi amada estará entre los asistentes. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la estrecharé en mis brazos, y ella reclinará la cabeza sobre mi hombro, y su mano se apretará con la mía. Pero no hay ni una rosa