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El Precio del Odio
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Libro electrónico145 páginas2 horas

El Precio del Odio

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El precio del odio es un libro que muestra mucho de la vida actual. Tres generaciones de mujeres cuya historia hace pensar que, aunque la mujer ha ganados derechos como el de votar y estudiar y salir a trabajar a la calle para mantener a la familia aun así debe a veces aguantar a un marido u hombre que por ser físicamente más fuerte que ella logra dominarla de diferentes formas. En esta ficción la abuela que tuvo un padre dominante que no le permitió estudiar por ser mujer, obligo a su hija a hacerlo pero en un colegio que era muy caro. Lejos de su barrio donde esta no quería ir por no separarse de sus amigos. Su descontento hizo que Ángela se revelara y cuando su madre le compro un vestido para celebrar sus 16 años, Ángela se fue de la casa. Volvió casada más tarde y traía un bebe de meses. Un día desapareció, no volvió por mucho tiempo. Nunca se supo lo que hizo todo el tiempo que estuvo ausente. Había perdido la memoria y no supo decir cuándo o cómo.

Esta novela trata muchos temas de ahora y otros de siempre. La situación actual. Las drogas, La libertad de poseer un arma. Los ataques a las escuelas. Todo provoca una situación que tiene a todos preocupados. Y nos preguntamos que más nos espera en el futuro. ¿Aprenderemos a actuar como seres humanos y civilizados o seguiremos actuando como seres sin sentimientos?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 dic 2020
ISBN9781643347707
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    El Precio del Odio - Laura Lavayen

    1

    Rebeca se levantó y corrió al cuarto de su nieta. La despertó y la hizo prepararse para ir a la escuela. Tomaron desayuno y salieron apuradas como lo hacían todos los días. Mariela era la única amiga que la niña tenía y solo sociabilizaba con las amigas de esta. La mayoría estaban acostumbradas a ignorarla. El ómnibus escolar llegó como siempre a horario y Rebeca volvió a la casa. El lunes era un día muy ocupado porque ella siempre quería hacer que el domingo fuera un día muy especial.

    El día anterior solo ocupo el tiempo en preparar un buen desayuno y cena. En su afán de volver a la casa y ordenarla, como a ella le gustaba, se olvidó de escuchar las noticias. Cuando se dio cuenta, pensó ponerlas, aunque ya el noticiero hubiera terminado. Lo primero que vio fue cantidad de policías. Ya se estaba cansando de ver solo calamidades. El tiempo que provocaba toda clase de muertes y los seres humanos que parecían tener impunidad y no dejar pasar un día sin que en las noticias no publicaran algún de crimen o tragedia.

    Iba a apagar la televisión cuando creyó reconocer la escuela donde su nieta concurría y se sentó a escuchar. Algo había pasado allí y decidió ir a ver. Se sintió tan nerviosa que casi no podía conducir. Una cuadra antes de llegar vio que la calle estaba cortada y llena de policías. Bajó del automóvil y quiso averiguar qué pasaba. Un policía le atajó el paso, pero una mujer policía le dijo que había entrado a la escuela un muchacho armado. También le dijo que a los alumnos los tenían esperando hasta que algún pariente los fuera a buscar. La llevó a donde estaban esperando los padres y allí se enteró de que solo dos alumnos habían sido alcanzados por las balas. Una niña había muerto y otra se había lastimado al caerse cuando trató de ponerse a resguardo, sin tener malas consecuencias, porque la mochila que llevaba atrás hizo que la bala no la hiriera en la espalda. Pero la habían llevado al hospital. Reconoció a la maestra de su nieta y esta salió a encontrarla para informarle que Margaret tenía una herida, no de mucha gravedad, pero la habían llevado al hospital. Rebeca quiso ir allí, pero la maestra le dijo que no la veía en condiciones de manejar y se ofreció a llevarla.

    Llegaron al hospital y se enteraron de que otra niña había sido alcanzada por una bala y había muerto instantáneamente. Al llegar al hospital tuvo que esperar para que la dejaran pasar. También vieron otros niños que se habían lastimado al haber tratado de salir corriendo. Rebeca miró si alguno de ellos era compañero de Margaret, pero no reconoció a ninguno. Pensó con alegría que seguramente a la amiguita de Margaret no le había pasado nada. Espero un buen rato hasta que trajeron a la niña al cuarto donde debía estar hasta que el doctor la revisara. Al final la vio y le hicieron saber que como estaba tan nerviosa y dolorida la tendrían en el hospital hasta el otro día. Le sugirieron a Rebeca irse a la casa porque sabían que la niña iba a dormir el resto del día.

    Cuando llegó a la casa vio a su vecina correr hacia ella. La estaba esperando... le contó que había visto en las noticias lo que había pasado y la llamó, pero no pudo encontrarla. La amonestó por no haberla llamado. Bien sabía que ella se iba a preocupar. Pero las dos entraron juntas a la casa y cada una contó la versión de lo que pensaban y sabían.

    —Solo murió una niña. Lo sabes, ¿verdad?

    —Estaba tan preocupada que no se me ocurrió preguntar quién era.

    Al ver la cara de Dora, Rebeca pensó que era alguien que conocía. Y al ver que su amiga se quedó lívida le dijo:

    —Sí, es la amiga de Margaret.

    Viendo que para Rebeca era demasiado, la llevó al sofá y la acostó.

    —Descansa un poco, tenemos que ser fuertes. No va a ser fácil decirle la verdad. Deberías llamar a Frank, él quizás pueda decírselo.

    Como otras tantas veces, Dora logró convencerla de que debía ser fuerte. Le preparó algo para comer e hizo llamar al padre de la niña. Hasta durmió un poco y cuando Frank llegó a la casa quiso ir al hospital porque pensaba que Margaret se iba a despertar y a asustarse al encontrarse en un lugar desconocido. Él también trató de convencerla de esperar. Ella le había dicho que la enfermera le prometió llamarla si la enferma despertaba.

    Sentada en una silla durmió un poco y volvió al hospital. Cuando iba a mirar si Margaret dormía volvió a sentarse. Veía a su nieta como a una niña buena y eso la asustaba, porque su hija también había sido de no tener amigas. Margaret al igual que su madre parecía un ángel... inocente ante lo que estaba viviendo. Y a la madrugada la despertó su voz que la llamaba. La vio asustada y le explicó por qué estaba allí. Pero no quiso o no supo cuánto la niña recordaba y decidió decir solo que estaba en el hospital porque ella se había herido en la escuela. Al ver que no hubo asombro, trató de mantenerse sin hablar mucho. Cuando le preguntó cuándo iban a ir a la casa, solo dijo que dependía de cómo ella se encontrara cuando amaneciera. Luego, al ver que la niña se volvía a dormir, trató de hacer lo mismo. Y lo logró, solo a medias.

    La despertó la persona que traía el desayuno para la niña, la cual le dijo que debería ir a tomar algo mientras ella le daba el desayuno y la preparaba para que el doctor la viera. Lo primero que hizo fue llamar a Frank y ponerlo al día con lo que estaba pasando. Él prometió ir al hospital a la hora del almuerzo, su oficina no estaba muy lejos del hospital y podría hablar con el médico.

    Cuando llamó a Dora, esta le reprendió nuevamente por no haberle hecho saber lo que estaba pasando. Iba pasando frente a una sala cuando oyó una televisión y se atrevió a pedirle a la persona que estaba mirando que la dejara ver.

    —La verdad es que no hay mucho que mirar. Nada pasa de ver las noticias donde ya sabemos que hablaran del tiempo malo que estamos pasando, de los políticos que se enfrentan unos a otros, y de lo armados que están todos. Parece que estamos en el lejano oeste donde todo se arreglaba con un revolver. ¿Y vio ayer otra escuela asaltada? ¿Pero estamos todos locos? Qué pena la niñita que murió. Todavía están tratando de averiguar qué hacían fuera de la clase ella y otra niña que se hirió al tratar de esconderse. ¿Qué pena verdad?

    Rebeca sintió un dolor en el corazón. Muchas veces había visto a la niña. Invitaba a su nieta cada vez que los padres iban a cenar e iban a volver tarde. Le había dicho a Margaret que no le gustaba que fuera a quedarse a dormir con su amiga cuando los padres no estaban. Pero ella le decía que no se quedaban sola porque venía una persona a cuidarlas. Además, los padres de su amiga tenían personas que trabajaban en la casa y nunca se quedaban solas. Pensó en el dolor que iba a ser para su nieta. Y recordó que cuando era niña, ella también tenía amigas, pero en ese tiempo todo era distinto. En el verano todos los vecinos se sentaban afuera, las casas tenían un porche que era convertido en un lugar cómodo para sentarse en esa época en que el aire acondicionado central no existía. Con sillas y mesas, todos se sentaban afuera y compartían una gran amistad. Pero ahora, como decía Dora, nadie estaría sentado en las escaleras de sus casas sin que pasara algún loco disparando a quien encontrara a su paso.

    Había mafia, pero los revólveres de esos tiempos eran como un juguete comparado con las armas que existen ahora. No hay semana en que no se descubra a alguien que tiene un arsenal en la casa. Ahora nadie sabe quién es el vecino que tiene al lado. No eran tantos los carteles de las drogas como ahora. Ni era tan fácil transportar cargas de drogas, armas y otras sustancias que se supone que son ilegales y nadie debería siquiera usarlas. Pero si todo ese dinero que gasta la gente se invirtiera en algo que fuera bueno para la humanidad... viviríamos mucho mejor en este mundo donde hay tantas cosas buenas y que deberían estar el alcance de todos. Todo eso lo hablaban Dora y Rebeca, quienes se quejaban porque les estaba tocando vivir una vida muy difícil. Rebeca siempre decía que su mamá le puso ese nombre porque le hacía recordar a la protagonista del libro del mismo nombre del autor Daphine du Maurier. Ella recién lo había empezado a leer, pero cuando su hija nació se vio tan ocupada en su deber de madre que lo perdió.

    Sin embargo, después de muchos años, cuando lo volvió a encontrar y lo quiso leer de nuevo con su madre, se dio cuenta de que se había equivocado: Rebeca no era la buena del libro sino la primera esposa del protagonista de la novela... y no era buena. Nunca le supo decir en que se parecía al personaje del libro y, aunque su madre nunca pudo darle una repuesta, ella pensó que tal vez fue porque ella siempre tuvo un destino triste y, cuando le preguntaba a Dora por qué su madre le había puesto de nombre Dora, ella decía:

    —Fue porque le gustaba ese nombre.

    Las dos eran el día y la noche en muchos aspectos, pero cuando de opinar se trataba siempre estaban de acuerdo.

    Margaret estuvo en el hospital más de un día. Allí vio diferentes doctores y una siquiatra. Ella fue la que le dijo que su amiga había muerto. La forma en que actuó hizo pensar a la doctora que era un poco extraño y al hablar con Rebeca le hizo notar que le hacía pensar que Margaret ya sabía que había perdido a su amiga. Vio en la abuela un gesto raro y le hizo preguntas. Lo único que salió de la boca de Rebeca fue que su hija también había sido así... demasiado indiferente a todo. Antes de despedirse, le sugirió dejarla tener algunas entrevistas con la niña y con ella. Margaret dijo desear ir a la casa porque quería estar cuando su padre volviera de la oficina. Y salió sin dar una repuesta a la doctora.

    Cuando Frank llegó, saludó a Rebeca y preguntó por su hija. En ese momento, ella bajó del segundo piso y corrió a saludar a su padre. Como Frank sabía que a su hija no le gustaba ser abrazada o besada, solo le sonrió y ella vino a sentarse al lado de él. Cuando la niña dejó el cuarto, le preguntó a su suegra si la niña estaba bien y cuando volvería a la escuela. Escuchó con atención cuando Rebeca le dijo que tendría que volver a hablar con la siquiatra antes de decidir. Frank le dijo que la veía bien y no entendía por qué no podría volver a la escuela donde siempre estaba ansiosa de ir. Rebeca le hizo notar que perder un amigo puede ser muy traumático, especialmente para un niño. Ella perdió también a su padre a temprana edad... y a su madre no hacía mucho tiempo. Le dijo a Frank que los dos casos era distintos. Pero al final pensó que Frank no entendería. Y quiso cambiar de tema. Solo su amiga podría pensar como ella y decidió ir a verla y salió diciéndole que no tardaría mucho y que seguramente él podría aprovechar para hablar con su hija.

    Con Dora siempre empezaban hablando del tiempo y el pronóstico del día. Pero terminaban protestando porque para ellas el tiempo también había cambiado y no para bien. Sin embargo, decidieron hablar de lo que estaba pasando. Cuando volvieron a tocar el tema de lo que ocurría en casa de su amiga, ella trató de llevar la conversación hacia cómo Margaret había tomado la pérdida de su mejor amiga. Después de cambiar opiniones y tratar de pensar sobre la mejor manera de ayudarla, por un momento

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