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Bocados de amor: vol. 1
Bocados de amor: vol. 1
Bocados de amor: vol. 1
Libro electrónico361 páginas5 horas

Bocados de amor: vol. 1

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Información de este libro electrónico

En Los Olivos, un caro y prestigioso colegio situado a las afueras de la ciudad de Sevilla, estudian Irene, Lidia, Ana, Carmen, Paula, Cristina y David. Son amigos y están hambrientos de amar y ser amados.

Síguelos en la mayor aventura de todas: la búsqueda de esa persona especial con la que los silencios son sencillos. Una aventura que durará años.
Esta obra es una colección de relatos de novela romántica, con erótica y contenido sexual explícito, que se desarrollan en época contemporánea y están protagonizados por jóvenes y adultos.

Te dejo las sinopsis y algunas opiniones de mis lectores, que puedes comprobar en mi perfil de Booknet.

•Cristina conoció el amor cuando era demasiado joven para comprometerse con él, y ahora se ve a punto de casarse y pensando cada día en un hombre que no es su futuro esposo.

Todas las historias cortas que he leído que has escrito me han encantado son muy realistas y hacen pensar mucho.

•Tras darle muchas vueltas, David ha escogido la cena de Nochebuena para contarle a su familia que es gay. Entonces, se entera de que su abuela ha invitado a su vecino, por quien él siente una fuerte atracción.

Muy lindo y sentimental cuantas personas ahora están pasando por lo mismo sufriendo pr no tener el valor de contar algo. / Muy bonito y realista

•Irene acepta ir a la casa de campo de Lucas, pensando que había superado su amor por él. Allí descubrirá no solo que Lucas le sigue importando, sino que ha tenido un accidente que le ha dejado en silla de ruedas.

Amé toda la historia, es que me sorprenden todas tus historias, dan giros inesperados, no son el típico cliché y dejan una muy agradable sentimiento / Es una muy linda historia me encanto, hace que de verdad crea que el amor de verdad si existe fuera de los libros.

•Compartiendo piso con un chico que apenas le habla, Ana se ve obligada a permanecer día y noche encerrada con él.

Es una historia muy buena felicitaciones / Intensa, arriesgada, pero el q no arriesga no gana. / Me gustó mucho, la verdad hoy me leí casi todas tus historias me gustaron me faltan algunas pero ya las leeré me gusta que sean cortas pero más tu narrativa :).Gracias

•Carmen va a la consulta de un ginecólogo para hacerse una revisión y se encuentra con algo excitante.

La verdad que es una revisión muy, muy diferente y caliente. / Tremenda historia me gustó muchísimo!!!! / excelente escrito y escritora FELICIDADES

•Paula y su hermano han perdido a sus padres y conviven con Samuel, su tío político. Él es un buen padre y no tiene la culpa de que ella le desee, pero Paula se ha cansado de esperar y decide colarse en su habitación.

Simplemente HERMOSA. Te felicito / Esta historia me tiene cautivada empecé hoy y ya alcancé hasta el final / es una historia corta que se lee bastante rápido porque todos los capítulos te enganchan y te dejan con ganas de seguir leyendo sobre Paula y Samuel.

•Inspirada por una película, cuyo protagonista tiene la actitud que ella ha anhelado toda su vida, Lidia toma una decisión que la lleva a dejar a su novio, demasiado complaciente con ella.

Eres calidad, Lucy. Muchas gracias por compartir tu talento. Me encantó esta historia. / Es el primer relato tuyo que leo y realmente me pareció muy bonito :D no me esperaba que termine así la verdad y es por eso, que a pesar de lo corto que es, me encantó tanto

IdiomaEspañol
EditorialLucy Valiente
Fecha de lanzamiento16 nov 2020
ISBN9781005357726
Bocados de amor: vol. 1
Autor

Lucy Valiente

Holaa​​Me llamo Isabel. He estudiado Historia del Arte y actualmente estoy preparándome las oposiciones para ser profe de secundaria, y lo compagino como puedo con mi pasión por la escritura.Escribo Romántica y Fantasía, aunque publico sobre todo de lo primero y a veces con Erótica. Me gusta escribir sobre personas que tienen alguna característica por las que crean algún rechazo, tratando de brindarles la felicidad que todos merecemos.Tengo una web donde recojo toda mi obra, y puedes leerme de forma gratuita en Booknet, Wattpad, Inkspired, Lektu.Mi primer libro autopublicado es Bocados de amor. Toda la información al respecto en mi web.Mis redes: Twitter, Facebook, Instagram, Goodreads, Discord.Bss

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    Bocados de amor - Lucy Valiente

    BOCADOS DE AMOR

    Lucy Valiente

    Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

    Primera edición: 2020

    Holaa

    Devorando las historias de los demás, me di cuenta de que quería escribir las mías propias. Había cosas que quería decir y cosas que me habría gustado leer. Historias que nadie contaba, no al menos como a mí me habría gustado que lo hicieran. Pero el miedo a ser juzgado puede ser más difícil de vencer que el más grande y fiero de los dragones, y por eso, me vestí con un seudónimo y empecé a compartir en red. La acogida me sorprendió y aquí estoy ahora, arriesgándome un poco más.

    He estudiado Historia del Arte y me estoy preparando las oposiciones para ser profesora de Geografía e Historia, y lo compagino como puedo con mi pasión por la escritura. Escribo Romántica y Fantasía, aunque publico sobre todo de lo primero y suelo incluir contenido sexual más o menos explícito. Me gusta escribir sobre personas que tienen alguna característica por las que crean algún rechazo, tratando de brindarles la felicidad que todos merecemos.

    Esta obra es una colección de relatos de novela romántica para mayores de 18 años, que se desarrollan en época contemporánea y están protagonizados por jóvenes y adultos sevillanos. Guardan cierta relación entre sí, pero pueden leerse en el orden que se prefiera, para lo que dejo las sinopsis a continuación.

    Bss

    Pródigo.

    Cristina conoció el amor cuando era demasiado joven para comprometerse con él, y ahora se ve a punto de casarse y pensando cada día en un hombre que no es su futuro esposo.

    La decisión de David.

    Tras darle muchas vueltas, David ha escogido la cena de Nochebuena para contarle a su familia que es gay. Entonces, se entera de que su abuela ha invitado a su vecino, por quien él siente una fuerte atracción.

    Atado a ti.

    Irene acepta ir a la casa de campo de Lucas, pensando que había superado su amor por él. Allí descubrirá no solo que Lucas le sigue importando, sino que ha tenido un accidente que lo ha dejado en silla de ruedas.

    Distancia social.

    Compartiendo piso con un chico que apenas le habla, Ana se ve obligada a permanecer día y noche encerrada con él.

    Una revisión diferente.

    Carmen va a la consulta de un ginecólogo para hacerse una revisión y se encuentra con algo excitante.

    Papa Love.

    Paula y su hermano han perdido a sus padres y conviven con Samuel, su tío político. Él es un buen padre y no tiene la culpa de que ella lo desee, pero Paula se ha cansado de esperar y una noche decide colarse en su habitación.

    365.

    Inspirada por una película, cuyo protagonista tiene la actitud que ella ha anhelado toda su vida, Lidia toma una decisión que la lleva a dejar a su novio, demasiado complaciente con ella.

    ÍNDICE

    PRÓDIGO

    LA DECISIÓN DE DAVID

    ATADO A TI

    DISTANCIA SOCIAL

    UNA REVISIÓN DIFERENTE

    PAPA LOVE

    365

    TAPA BLANDA

    A ti, lector, por haberme animado y por haber escogido esta historia entre tantas otras. De corazón espero que te guste.

    PRÓDIGO

    Lucy Valiente

    Sonó el despertador como cada día. Cristina abrió los ojos, se quitó las legañas y lo primero que vio fue a Hugo a su lado. La cama era cálida, él era cálido, y ella no quería apartarse de ninguno de los dos, pero todas las mañanas, cuando miraba a su prometido, se acordaba de Daniel, del amor que ambos habían compartido, y se preguntaba cómo habría sido si ella no lo hubiera estropeado todo.

    No le gustaba pensar en ello más de lo inevitable, porque creía, no, estaba segura, de que con eso traicionaba a Hugo. Y porque ella era solo una cría cuando el padre de Daniel y su madre se casaron y empezaron a vivir los cuatro juntos. Y los dos se acostaron. Y se enamoraron como locos el uno del otro. Cristina no tenía ni idea de nada entonces, pero se temía que en esos momentos le pasaba lo mismo.

    Además, quería a Hugo. Él era bueno con ella, atento, la escuchaba, se llevaba bien con su madre, no era malo en la cama y ambos compartían muchos principios vitales. Era el hombre indicado para casarse, ella lo sabía, su razón se lo decía. El problema era que cada día ese momento de duda duraba más tiempo y se repetía más a menudo, como si algo en su interior le gritase que estaba cometiendo un grave error.

    Odiaba ese algo. Lo odiaba. Porque la estaba ahogando poco a poco y la estaba empujando a obrar en contra del sentido común. Porque era una completa locura pensar siquiera en buscar a Daniel.

    ¿Para qué? Seguro que estaba casado o comprometido de algún modo. Seguro que tenía su propia vida. Seguro que no deseaba volver a verla.

    Pero ¿y si no era así?

    Una vez más, Cristina miró a Hugo. Y le dijo que tenían que hablar. Él no sabía nada de Daniel ni iba a saberlo, era un secreto y ella no pensaba exponerse de ese modo, pero lo quería y él no se merecía seguir ignorando su pesar. La respuesta de Hugo no la sorprendió, después de todo: veía lógico que estuviese asustada y le aseguró que todo saldría bien. Ella insistió, porque debía hacerlo, porque no lo creía. Y entonces él le dijo que si necesitaba un poco de espacio, que se lo tomara, que él estaba dispuesto a esperar por ella.

    De repente, Cristina recordó su ruptura con Daniel. Los ojos de él mirándola igual que Hugo, sus labios pronunciando prácticamente las mismas palabras. Pero lo que ella sentía no era lo mismo. Con Daniel pensó que aquello era lo mejor para ella, que la liberaba, que solo tenía que dejar que pasasen los días y el dolor que sentía dejaría de asfixiarla. En cambio, con Hugo, solo la embargaba la culpa. Este no se merecía a alguien que no lo correspondiese, y por eso, pasara lo que pasase con Daniel, Cristina no podía seguir adelante con su boda.

    Quizá estaba destinada a estar sola. Apenas podía pensar en nada más mientras recogía sus cosas y escribía a su madre para avisarla de que necesitaba pasar unos días en casa. Estaba tan perdida como cuando era una cría, pero peor, porque ya era adulta y sabía que Daniel no la iba a acoger como si no hubiera pasado el tiempo. Ella soñaba con lo contrario, pero la aplastaba la realidad.

    Lo único que tenía que hacer para saber la dirección de él era preguntarle a su madre. Le costó un día entero hacerlo. La mujer frunció el ceño antes de contestar, porque hacía años que Cristina no le preguntaba por Daniel. Cuando los dos se separaron y cada uno se fue a una facultad y a un piso compartido diferente, no solo se acabó su romance, también su amistad. Ella sabía que si quería superarlo, lo primero que tenía que hacer era no volver a interesarse por él. Solo debía verlo en Navidad. El resto del tiempo se las ingenió para no coincidir con él, para no saber nada de su vida, para hacer como si no existiera.

    Se quedó confusa cuando descubrió que Daniel vivía muy cerca, tan cerca que ella podía ir andando. Mientras lo hacía, los recuerdos se agolparon y se sucedieron en su mente como una película sin montar. Escenas de una vida que echaba de menos casi tanto como se obligaba a sí misma a seguir ignorando. Ellos dos tuvieron su tiempo, su oportunidad, y pasó, ella la dejó pasar de largo, ya no tenía sentido intentar resucitar a un muerto. Pero Cristina necesitaba que él se lo confirmase, antes de pretender seguir con su vida.

    La primera vez que lo vio fue en Los Olivos, en primero de primaria. Enseguida le llamó la atención, porque él se quedó en un rincón sin querer saber nada de nadie mientras ella se esforzaba por encajar con todos. Aunque los pusieron en la misma clase, nunca cruzaron ni una sola palabra. Cristina llegó a la conclusión de que él no quería tener ninguna relación con ella, y como Daniel era tan listo, dedujo que era porque pensaba que ella no estaba a su altura. Y no era la única. Muchos de sus compañeros lo rehuían y Daniel no tuvo más de un amigo hasta la secundaria. Se pasaba los recreos con el chico, y cuando este faltaba, se iba a la biblioteca a leer o a hacer deberes. Una de las cosas de las que más se arrepentía Cristina era de no haberse acercado ni una vez a hablar con él, a pesar de que sentía el impulso siempre que lo veía.

    Y así pasaron los años, tan cerca y al mismo tiempo tan lejos el uno del otro. En alguna ocasión se cruzaron sus miradas, pero a ella nunca le pareció que fuese nada más que una casualidad. Y menos se lo pareció cuando empezó a rumorearse que a él lo que le gustaba eran los chicos. No era esa la impresión de Cristina, pero lo cierto es que no lo había visto interesarse por ninguna chica aún.

    Al llegar a bachillerato, cada uno escogió un itinerario diferente. Un ejercicio en inglés le desveló a ella la razón por la que él se había decantado por las humanidades: quería ser escritor. Cristina siempre lo había admirado por no buscar la aprobación de nadie, como sí le sucedía a ella, pero en ese momento llegó incluso a desear ser como él: Cristina estaba estudiando ciencias aunque su pasión era el dibujo. Y, de hecho, fue su noviazgo lo que la acabó llevando a dejar de descartarlo como profesión.

    Entonces, una tarde, su madre le dijo que tenía que hablar con ella. Lo primero que Cristina pensó fue que quizás se habría dado cuenta de la infelicidad que le provocaba a ella aquel futuro en el que se había forzado a encajar para no defraudarla. Pero no. Su madre venía a decirle, con una amplia sonrisa en los labios, que se había enamorado y que quería casarse, por mucho que hubiera dicho que no volvería a hacerlo.

    Y esto es importante porque Cristina creía que era la razón principal por la que dejó a Daniel. Su padre y su madre se conocieron en el colegio, salieron juntos durante años y se casaron poco después de terminar la universidad. Eran, por fuerza, el amor de la vida del otro. O eso pensó su madre hasta el momento en el que supo que él se había estado acostando con otra durante dos años enteros. Y Cristina no quería lo mismo para ella, ni quería para un hijo suyo el dolor tan profundo que le provocó el divorcio.

    Cuando supo quién era el responsable de que su madre se hubiera reconciliado con el amor, el corazón le dio un vuelco. ¿El padre de Daniel? Y cuando esta le dijo que tanto él como su hijo se mudarían a casa tras la boda, ella se quedó sin palabras. Pero su madre insistió hasta que Cristina le dijo que por ella no había ningún problema, que si eso la hacía feliz, ella también lo sería. Bueno, aquello no fue del todo mentira.

    Cuando Daniel entró por la puerta, Cristina y él hablaron por primera vez. Aunque no pasó de un saludo. A pesar de los años, ella seguía anhelando algún tipo de acercamiento entre los dos, pero estaba bastante segura de que la cosa no cambiaría ni siquiera compartiendo un techo. Sin embargo, el día a día fue creando situaciones en las que inevitablemente tenían que hablar, algunas de ellas embarazosas, sobre todo relacionadas con el uso del cuarto de baño. Y una tarde, que sus padres fueron al teatro, ambos se quedaron solos.

    Por entonces, Cristina estaba saliendo con uno de los chicos más guapos de Los Olivos. Había algo estúpidamente satisfactorio en ello, como si fuera un logro personal, pero nada más. Su relación era más aburrida que las piedras y el sexo era decepcionante, o al menos, Cristina tenía la sensación de que no le estaba gustando tanto como se suponía.

    Esa tarde, Daniel le ofreció ver una película. Era una película extraña, de esas que solo ven los intelectuales o los que se las dan de serlo, y ella se sintió intimidada, pero él le aseguró que debía darle una oportunidad porque sospechaba que le gustaría. Y así fue. Y Cristina se divirtió discutiéndola con él después. Se divirtió mucho.

    Esa fue la primera vez que le pareció que ella le interesaba como mujer. Se rio y él la miró como cualquier otro chico podría haberlo hecho. Pero, al contrario de a lo que estaba acostumbrada, Daniel no dijo ni hizo nada. No intentó besarla ni meterle mano. Solo dejó pasar el tiempo hasta que sus padres regresaron.

    Esa noche, pensando en su tarde juntos, en los ojos de él, en su voz y en cómo olía, Cristina empezó a sentir calor entre las piernas. Y se metió la mano en las bragas. El resultado superó tanto a lo que su novio conseguía que al día siguiente cortó con él.

    Daniel esperó hasta después del almuerzo para preguntarle si estaba bien. Ella no se lo esperaba y le encantó, y pensó en si a él le habría alegrado la noticia, aunque no se lo parecía. En cualquier caso, Daniel no le dijo lo que ella quería oír, así que Cristina tampoco dijo nada.

    Sin embargo, por otro lado, se hicieron increíblemente cercanos. Hasta tal punto que él era el único al que le podía contar cualquier cosa. Ni a su madre, ni a sus amigas, ni a ninguna de sus parejas hasta el momento. Con Daniel podía ser ella misma más que con nadie. Y tan cercana se sentía a veces, que la frustraba no poder estarlo del todo. Pero siguió esperando a que fuera él el que diera el primer paso.

    La siguiente ocasión que se quedaron solos fue por una escapada que querían hacer sus padres. Estos estarían fuera de casa casi todo el fin de semana. Cristina pensó que si no sucedía nada en esos dos días, en esa noche, no sucedería nunca. Así que cuando lo único que ocurrió fue que se quedó dormida con él en el sofá, y despertó igual de vestida por la mañana, tuvo que reconocerse que se había equivocado. Sí que había ocurrido algo: se había enamorado. Y la sensación que la embargó mientras observaba a Daniel allí tumbado, a su lado, no se repitió después con nadie, ni siquiera con Hugo.

    Tenía claro lo que quería, pero al miedo por el rechazo de él se sumó el miedo a que lo que tenían se destruyera, o al menos, que cambiase demasiado. De modo que mantuvo el silencio, mantuvo su intención de conocer a otros hombres y mantuvo el alivio de sus necesidades, para lo que se compró por internet su primer juguete. Y todo cambió cuando fue Daniel el que, una mañana que entraba más tarde a clase, atendió al cartero.

    Le llevó el paquete al cuarto y la miró de una manera que la hizo sonrojar. No lo había abierto, pero había buscado la empresa del remite. Y le dijo que, si ella quería, él podía jugar con ella. Que no tenía más importancia y que nadie tenía por qué saberlo. Cristina se quedó muy cortada y él se marchó sin más a su habitación.

    Ella le dio muchas vueltas a semejante propuesta, pero no porque no lo deseara como nada en el mundo sino porque le provocaba la mayor vergüenza que había sentido jamás. Estuvo días así, y eso sí que resintió su relación con Daniel. Él terminó solicitándole un momento a solas y rogándole que olvidase sus palabras. Pero ella se fijó en sus labios y le contestó que no quería hacerlo.

    El beso que él le dio fue tan largo, profundo y delicioso como ningún otro beso que Cristina recordase en aquellos momentos, ni tampoco que recordara de después. Le cortó el aliento y desbocó su corazón, encendiendo todo su cuerpo como un rayo que cae sobre un árbol. Y cuando Daniel la tumbó en la cama y le subió la camiseta para centrarse en su pecho, la mano de él entró en sus bragas y resbaló con toda facilidad.

    Daniel se abrió el pantalón y cambió sus dedos por el extremo de su erección. La frotó contra los labios de ella hasta que Cristina le pidió que entrase, y a ella enseguida se le escapó un gemido que él atrapó con su boca. Era muy grande, lo más grande que Cristina había sentido, y la fue llenando, colmándola, siendo parte de ella. Y cuando él empezó a moverse, Cristina notó que rozaba algo que le provocó el final muy poco después del comienzo. Pero Daniel siguió y siguió, y las oleadas se sucedieron, hasta que ella tuvo que pedirle como pudo que acabase y le permitiera un momento de descanso.

    Daniel se tumbó a su lado y la miró con fijeza. La vergüenza entre los dos había desaparecido, así que Cristina no dejó de corresponderlo. Cuando la respiración y el pulso de ella se tranquilizaron, él volvió a subírsele encima y volvió a entregarle un placer como ella no sabía que existiera. Encajaban tan extraordinariamente también en aquello que en su mente se fijó la idea de que él era el amor de su vida, una idea que vino para quedarse.

    Y realmente no había nada en contra de esa idea. Nada, salvo lo pronto que la había asaltado. Era demasiado joven para atarse a nadie aún. Todavía le restaba la universidad, sus primeros trabajos, toda la veintena y quizá parte de la treintena, antes de quedarse con una sola persona y formar una familia con ella. Antes de haber tenido tiempo para experimentar, probar, cambiar, tener aventuras y volver a casa.

    Tras esa primera vez vinieron muchas más veces, casi siempre por la noche, cuando sus padres se iban a dormir. Él acudía al cuarto de Cristina y los dos jugaban durante casi una hora, probando sus necesidades y estrechando su distancia cada vez más. Llegó un momento en el que Cristina no supo dónde acababa él y dónde empezaba ella. Eran uno solo. Un solo latido en dos corazones.

    Cristina fue retrasando una conversación que debía darse, y al final, llegaron los últimos exámenes y la prueba de acceso a la universidad. Y se fue con él a pasar el verano recorriendo Italia. El mejor verano de su vida y su forma de decirle adiós.

    Daniel no reaccionó como ella esperaba. Pareció como si siempre lo hubiera tenido previsto. Como si despertase de un sueño. No le reprochó nada, ni siquiera se enfadó, lo único que hizo fue darle las gracias por el último año. Aunque sí se veía triste. Y le dijo, como Hugo, que esperaba que ella cambiase de opinión, porque él no creía que llegara a hacerlo.

    Y así se veía Cristina delante de su casa, de su puerta, a punto de llamar al timbre mientras rezaba por que al menos él no la echase a patadas. En su interior sabía que eso no sucedería, pero tenía mucho miedo. Habían pasado muchos años y ella no se merecía ni siquiera que él la escuchase.

    Suspiró una vez más y apretó el timbre. A punto estuvo de salir corriendo, pero se mantuvo allí de pie. ¿Qué era lo peor que podía pasar? ¿Que él no quisiera saber nada de ella? Se repitió una y otra vez que de ese modo estaba ya, que era mejor la verdad a la incertidumbre por mucho daño que la verdad pudiera hacerle.

    Pero, una vez más, se equivocaba. Sí que podía ser peor. Daniel abrió la puerta, ella se encontró con sus ojos, y todo cuanto Cristina sintió le dio la razón a ese algo en su interior, y entonces supo que nunca lograría ser completamente feliz si él la rechazaba.

    A pesar de ir en pijama y bata, de las gafas y de las pantuflas, a Cristina le resultó más atractivo que nunca. Daniel la miró de arriba abajo y dijo su nombre, que a ella le sonó a nata, a algodón de azúcar, a chocolate derretido. Cristina no sabía qué decir, por muchas vueltas que le había dado, pero su corazón halló consuelo cuando él se apartó y la invitó a entrar en su casa.

    Enseguida comprendió que él trabajaba allí dentro. Miró el escritorio del salón, el ordenador, con una taza de café y llena de notas de colores, y la pared forrada de libros, y se alegró porque parecía que había conseguido su sueño de ser escritor. Daniel se lo confirmó y ella sonrió, gesto que se vio ampliado y correspondido cuando él le dijo que estaba orgulloso de ella porque no se había rendido con el dibujo.

    Los dos se pusieron al tanto el uno del otro sin que aún surgiese la pregunta o la aclaración de qué hacía ella allí. Simplemente hablaron, como hacía años que no hacían, con la fluidez de un río que corre libre por la tierra y la cercanía de dos almas que se comprenden mejor que ninguna. No había fricciones, a pesar del tiempo y de que ella sabía que lo había hecho sufrir. Ni malas miradas ni tensiones. Como un padre que acoge a su hijo perdido, que comprende su pérdida.

    Entonces, Cristina le preguntó si estaba con alguien y él le dijo que no había vuelto a tener nada serio. ¿Fue serio lo de ambos? Para él sí. Su respuesta la hizo confesarse, decirle por qué estaba allí y no con Hugo. Se lo contó todo, como antes, como cuando eran uno, si es que dejaron de serlo en algún momento.

    Y él solo le hizo una pregunta: ¿ahora lo tienes claro?

    Cristina se le acercó, le quito las gafas y recuperó de los labios de él el aliento que a ella le había faltado durante años.

    LA DECISIÓN DE DAVID

    Lucy Valiente

    La soledad no es estar solo. David tenía una familia maravillosa, que lo apoyaba y lo animaba cada día a seguir adelante, y que él quería con todo su ser, pero existía un muro entre ellos y él. Un muro que llevaba años ahí y que David había colocado para cercar cierta parte de su persona que lo avergonzaba y le daba miedo. Detrás de ese muro estaba a salvo, seguro, pero también se sentía muy aislado.

    Esa parte era pequeña, pero lo definía tanto como lo limitaba, y mantener el silencio lo estaba matando poco a poco. Era como si solo por esa parte, su familia no lo conociera en absoluto. No podía ser él con la gente que más le importaba, con sus padres, sus hermanos, sus tíos y primos, ni siquiera con su abuela, que prácticamente lo había criado. A veces le daba la sensación de que ella lo sabía, pero los dos nunca habían hablado de ello.

    Cosas así se enquistan y acaban pareciendo más de lo que son. Sí, a David le gustaban los hombres. No era como los demás, o como la mayoría, o como le gustaría a su padre que fuera. Cuando oía a este decir, en el coche o a la televisión, algo como ¡qué maricón es! o ¡menuda nenaza!, aunque no lo hiciera con inquina y probablemente ni siquiera se imaginaba tener un hijo gay, se le partía el alma y a veces, en su cuarto, le daba por llorar.

    Su madre nunca había dicho nada similar, pero era muy religiosa y además no le replicaba a su padre. Tampoco lo hacían sus hermanos; de hecho, Julio incluso le seguía la corriente y los dos se reían juntos. David ignoraba cómo sería si ellos supieran que él también era como las personas a las que criticaban o de las que se burlaban, o que cuando utilizaban esa crítica o esa burla como insulto, le estaban haciendo mucho daño.

    Su amiga María era la única que lo sabía. Y David no se lo contó, ella lo supo, de algún modo. No era un chico afeminado y se cuidaba mucho de manifestar interés por nadie. María insistía en que él tenía que contárselo a todos de una vez, y que cuanto más tarde sería peor, sobre todo para él mismo. Sí, sería duro esperar su reacción y que no fuese la que necesitaba, que las cosas cambiasen y los perdiera de algún modo, pero debía preferir esa incertidumbre a seguir ocultándose de ellos como si estuviera haciendo algo malo. No lo estaba haciendo. Y aunque así fuera, no era algo que él pidiese ni algo que pudiera cambiar.

    Dicen que la Navidad es tiempo de paz y amor, de concordia, de estar con los seres queridos, darles regalos y desearles lo mejor para el nuevo año. Su familia no era como muchas otras, que solo se ven esos días, pero aun así era un momento especial. Se juntaban en la casa de su abuela y ella y su madre dedicaban todo el día 24 a cocinar, y la mesa por la noche parecía la de un restaurante. Todos recibían un pequeño regalo sorpresa de alguno de los asistentes y luego cantaban villancicos, la parte preferida de su abuela.

    David creía que si había un momento ideal para contar algo que te pesa, debería ser en Nochebuena. Esa noche, el amor está en su punto álgido y todo se ve desde un prisma más comprensivo, o al menos eso decía María. Él había estado dándole vueltas durante toda la semana, y cada vez que lo visualizaba, el corazón se le desbocaba como un potrillo. Pero de repente había llegado el día y lo iba a hacer. No iba a esperar más.

    Estaba en su cuarto, aguantándose las ganas de salir corriendo mientras intentaba leer una sola vez cada página del último libro que le había recomendado María, deseando que ella pudiera estar con él esa noche, cuando alguien llamó a la puerta. Era su abuela. Venía a decirle que los vecinos estaban invitados a cenar. David se quedó paralizado y el pulso se le instaló en la garganta, impidiéndole replicar antes de que ella cerrase la puerta.

    Luis era el ser más atractivo que él había visto nunca. Alto, moreno de piel y cabello y con unos ojos de lo más penetrantes, aunque cargados de cierta tristeza. Su madre falleció cuando él era pequeño y vivía con su padre y con su nueva mujer, y tenía una hermana de apenas un año de edad, por la que la abuela de David sentía un cariño especial y de la que hablaba cada vez que protestaba por no tener ningún bisnieto aún. Luis era algo mayor que él, pero cursaba también segundo de bachillerato, en Los Olivos, y aunque los dos nunca habían hablado, siempre que lo

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