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Mariposa negra: Diagnóstico: tumor cerebral
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Mariposa negra: Diagnóstico: tumor cerebral
Libro electrónico107 páginas1 hora

Mariposa negra: Diagnóstico: tumor cerebral

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Información de este libro electrónico

Una periodista recibe un diagnóstico que causa escalofríos: “usted tiene un tumor en el cerebro”. A partir de ese momento inicia una travesía que abarca varios meses por el sistema de salud pública en México. El periplo se convierte en esta crónica que muestra al lector los claroscuros y rutas que un paciente debe recorrer antes de someterse a una
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 oct 2022
Mariposa negra: Diagnóstico: tumor cerebral
Autor

Mónica Mateos

Mónica Mateos es periodista del periódico La Jornada, medio para el cual ha llevado a cabo una carrera amplia de investigación y periodismo. Realizó estudios de arte en la Academia de San Carlos. Fue finalista en 2013 del Premio Nacional de Periodismo. Actualmente forma parte del comité organizador de la Olimpiada Mexicana de Matemáticas

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    Mariposa negra - Mónica Mateos

    Primera edición, 2022 (UANL)


    Mateos, Mónica.

    Mariposa negra: diagnóstico: tumor cerebral / Mónica MateosMonterrey, Nuevo León, México : Universidad Autónoma de Nuevo León, 2022. 120 páginas ; 21x14 cm. (Colección: Periodismo)

    ISBN: 978-607-27-1841-8

    1. Periodismo médico – México – Siglo XXI 2. Cáncer – Relatos personales

    LCC: PN4784.M4 M38 2022 Dewey: 070.44961


    Santos Guzmán López

    Rector

    Juan Paura García

    Secretario General

    José Javier Villarreal

    Despacho de la Secretaría de Extensión y Cultura

    Antonio Ramos Revillas

    Director de Editorial Universitaria

    Adrián Ruiz

    Edición

    Nancy Saldaña

    Formación digital

    © Universidad Autónoma de Nuevo León

    © Mónica Mateos

    Dirección de Editorial Universitaria UANL Padre Mier 909 Pte. esquina con Vallarta

    Centro, Monterrey, Nuevo León, México, C.P. 64000 Teléfono: 818329 4111

    e-mail: editorial.uanl@uanl.mx

    Página web: editorialuniversitaria.uanl.mx


    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra —incluido el diseño tipográfico y de portada—, sin el permiso por escrito del editor.


    Impreso en Impreso en CDMX, México

    Printed in CDMX, México

    Conversión gestionada por:

    Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2022.

    +52 (55) 52 54 38 52

    contacto@ink-it.ink

    www.ink-it.ink

    Con gratitud, por las decenas de vidas que salvan todos los días, a mis neurocirujanos: Gerardo Guinto Balanzar y Raúl Neri Alonso

    A Adolfo, Octavio y Míkel, siempre

    HALLAZGO

    Imagine su cabeza. Imagine el interior de su cráneo. Imagine que algo malo ocurre. ¿Qué palabra da más miedo? ¿Fractura, lesión, coágulo, hemorragia, derrame, malformación? Elijo tumor. Tumor en el cerebro. Chico o grande, no importa. Escuchar a alguien decir tumor en el cerebro es algo que estremece, provoca desconcierto, ganas de salir corriendo, huir, alejarse, no vaya a ser contagioso, no vaya a explotar, no se vaya a acabar el mundo con tan solo pronunciar esa frase, maldita de nacimiento.

    Acabo de recibir los resultados de mi tomografía: tengo un tumor en el cerebro.

    Es primavera, año 2010. Descubro la existencia de mi intruso y de inmediato acudo a internet para investigar qué dicen las estadísticas: a nivel mundial se diagnostican anualmente 238 mil casos de tumores cerebrales y del sistema nervioso central, de los cuales 175 mil son mortales, es decir, 73 por ciento. Me quedo helada.

    En México, mi país, por cada millón de habitantes, alrededor de cinco mil personas tenemos un tumor cerebral, y al parecer la cifra va en aumento, dicen los médicos. Por increíble que parezca, los investigadores aún no saben a ciencia cierta por qué se originan: que si la herencia, que si las sustancias tóxicas, inclusive algunos piensan que un golpe fuerte en la cabeza puede ocasionar la aparición de un tumor.

    Los tumores cerebrales son más frecuentes en los hombres, en las personas de raza blanca y en los niños. Por tanto, es un misterio cuándo y por qué se formó el mío. No hay certeza de nada. Los tumores cerebrales aparecen y punto.

    Por supuesto, hay varios tipos de estos entrometidos. La diferencia primordial, dicen los especialistas, radica en su malignidad o benevolencia. Los primeros son agresivos, invaden con violencia los tejidos, devoran todo, segregan veneno: es el cáncer, con todas sus letras y en toda su devastadora expresión. Los segundos pueden permanecer una eternidad dentro del cráneo y no crecer, pero si lo hacen, no importa que no sean cancerosos, igual provocan daño, incomodan, le dan en la madre a la vida cotidiana.

    Mi tumor es de los llamados benignos y nunca se ha manifestado como generalmente se descubre un tumor cerebral: con dolor de cabeza, náuseas, vómito, visión borrosa, problemas de equilibrio, cambios en la personalidad, convulsiones o somnolencia.

    Fue mi ginecóloga quien sospechó que algo andaba mal cuando acudí a mi consulta de rutina porque hacía tiempo había dejado de menstruar; pensé que había llegado la menopausia.

    Pero no. La doctora dijo que a mis 42 años aún no era tiempo. Me mandó a hacer análisis de sangre, un perfil hormonal, y al mirar que tenía la prolactina en niveles elevados (96.9 nanogramos por mililitro de sangre, abreviado ng/ml, cuando lo normal es menos de 25) tuvo el buen tino de mandarme a hacer una radiografía de silla turca.

    ¿Silla turca? ¿El huequito que está en medio del cráneo? ¿Por qué?, pregunté intrigada. La ginecóloga, muy tranquila, dijo que solo era para descartar que algo estuviera afectando mi hipófisis. Nunca pronunció la palabra tumor, por supuesto.

    Cuando tuve los resultados de la radiografía, se recomendaba hacer una tomografía porque, efectivamente, había algo en la silla turca, una sombra borrosa.

    Fui a un laboratorio privado a hacerme ese estudio, me cobraron casi 2 mil pesos (algo así como 11.5 días de salario mínimos, a 173 pesos el día pago para reportero en prensa diaria impresa, según lo estipulado por la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos).

    Cuando me dieron la interpretación de las imágenes, no aguanté la curiosidad y de inmediato me metí al baño de los laboratorios para abrir el sobre y leer con calma el diagnóstico. Ese algo tenía nombre y apellido: macroadenoma hipofisiario. ¡Ah, caray!, ¿qué es eso?, me asusté. Seguí leyendo: contacta con el quiasma óptico, medidas 17 x 18 x 20 mm, en sentido dorso ventral, rostro caudal y transverso, compromiso con seno cavernoso izquierdo.

    No entendí nada. Llamé a mi hermano, que es médico urgenciólogo.

    —Tengo un tumor en el cerebro —le dije. No me tomó en serio.

    —¿Cómo sabes? —preguntó.

    —Lo estoy viendo en la interpretación de mi tomografía.

    —¿Qué dice el resultado, léemelo? —pidió aún sin creerme.

    —Macroadenoma hipofisiario que contacta con el quiasma óptico, medidas 17 x 18 x 20 mm, compromiso con seno cavernoso izquierdo —leí detenidamente. Mi hermano, casi gritando, comenzó a preguntar si me dolía la cabeza, si tenía náuseas, vómito, visión borrosa, convulsiones.

    —No, nada —respondí.

    —¿Por qué no me habías dicho? —insistió.

    —Me acabo de enterar.

    —Ven inmediatamente para ver qué haremos —me pidió con voz asustada.

    —¿Pero qué es eso?, ¿dónde está?, ¿qué me va a pasar? — pregunté. Ya no me escuchó, había colgado.

    Hasta ese momento me di cuenta que me temblaban las piernas.

    RESONANCIA

    No tengo opción, mi tratamiento médico será en un hospital público. Mejor dicho, no tengo dinero para atenderme en un hospital privado. Mi hermano dice que debo hacerme una resonancia magnética para observar a detalle dónde se ubica mi tumor y qué tejidos afecta. El estudio en un laboratorio privado cuesta casi el doble que lo que pagué por la tomografía, y estoy a final de quincena, con cero ahorros. Voy a mi clínica familiar para solicitar una cita. Me dicen que sería dentro de un mes. Me desespero.

    Acudo a un hospital público para preguntar cuáles son los requisitos para que ahí me hagan la resonancia y cuánto tiempo tardan. Me dicen que debo estar afiliada al Seguro Popular en caso de ser desempleada y no derechohabiente de otro sistema de seguridad social, y que la resonancia sería la próxima semana. Le digo a la trabajadora social que me atiende que tengo un tumor en la cabeza, que me han dado náuseas, vómitos, convulsiones. Las personas en la fila, cuando me escuchan, ponen cara de susto y se alejan un poco. La trabajadora social de inmediato me hace llenar varias solicitudes, me pide fotocopias de mi credencial de elector y del comprobante de domicilio, nunca las coteja con las originales. Con prisa mira los

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