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La Leyenda del Castillo de Montignoso: Conde J.W. Rochester
La Leyenda del Castillo de Montignoso: Conde J.W. Rochester
La Leyenda del Castillo de Montignoso: Conde J.W. Rochester
Libro electrónico453 páginas7 horas

La Leyenda del Castillo de Montignoso: Conde J.W. Rochester

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De la mano de la médium rusa Vera Kryzhanovskaia, el espíritu del Conde de Rochester con su inconfundible estilo nos legó esta maravillosa Leyenda del Castillo de Montignoso.

Un joven aristócrata, el Barón de Rothschild y la joven rusa Valéria Samburoff se ven envueltos de repente en la red de un karma pesado que ha entrelazado sus destinos desde épocas remotas. Un pasado terrible los une y también los separa y la clave del misterio se esconde detrás de los muros del antiguo castillo de Montignoso.

En misteriosas tramas de vidas pasadas, las terribles consecuencias de los perversos actos de antaño llevan su pesado tributo al Barón de Rothschild y a la joven Valéria Samburoff, cuyos destinos kármicos están vinculados por lazos de amor y odio con el antiguo Castillo de Montignoso y sus terribles fantasmas.

La Leyenda del Castillo de Montignoso narra los terribles episodios de sus vidas desde la antigüedad, ocurriendo en diferentes encarnaciones en Rusia, Italia e India. En virtud de su pasado tenebroso, los jóvenes viven las situaciones más complicadas e insólitas bajo el yugo de sus verdugos de épocas pasadas y bajo el dominio de las sombras de sus antiguas personalidades.
Pero, los lazos de amor y odio que los unen a través del tiempo se remontan a épocas aún más antiguas, donde aún reinaba la fuerza de un dragón aterrador, una criatura mitológica intrínsecamente amalgamada con sus espíritus.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 ene 2023
ISBN9798201455385
La Leyenda del Castillo de Montignoso: Conde J.W. Rochester

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    La Leyenda del Castillo de Montignoso - Conde J.W. Rochester

    INTRODUCCIÓN

    La publicación de cada libro de Rochester representa, como regla general, un éxito editorial. Autor eminentemente popular, este conde John Wilmot de Rochester, es uno de los pocos autores espiritistas que vieron sus libros generalizados por el teatro y la radio. Lanzada por diversas ediciones, La Venganza del Judío, La Abadía de los Benedictinos, El Canciller de hierro, El Faraón, Mernephtah, El Signo de la Victoria, se encuentran fácilmente en los estantes espiritistas y no espiritistas. A pesar de esto, este éxito con la masa anónima, Rochester ha sido un autor discutido y atacado. En su famoso Tratado Metapsíquico, el ilustre y respetabilísimo Charles Richet no dudó en tratarlo ácidamente por lo estrecho de su novela, el Faraón Mernephtah. Comentándolo recientemente, otro crítico tenía estas palabras textuales: y el autor (Rochester) a veces se dispara antes de la invención de la pólvora. El hecho es que tales afirmaciones, seguramente, se levantarán ahora que aparece, por primera vez en español, la Leyenda del Castillo de Montignoso. Es que más que en cualquier otra obra del autor, en este libro, surgen meridianos, las características de los bienes del escritor. Cierta crítica nunca perdonó, en este autor espírita su ardiente imaginación. Fertilísimo como dotado de alas, Rochester nunca respeta los horizontes, nunca puede contenerse junto a los límites de lo concebibles. Por cierto, su propia escuela literaria impone que sea así. Como el escritor Rochester es netamente gótico, un auténtico heredero del talento de Horacio Walpole y Mme. Anne Ward Radcliff. Nosotros nos justificamos:

    La renovación del entorno literario en los últimos treinta años del siglo XVIII, se mantuvo lo suficientemente clara para darle el nombre pre–romántico. Su característica más importante es el despertar la fantasía que, unida a la nostalgia del pasado, el área abierta a la evasión del espíritu incómodo, que puede convertirse en un mundo ideal, determina el movimiento de retorno a la Edad Media, nuevamente descubierta con un ansia conmovedora. Sin embargo, se trata de un descubrimiento preconcebido, subjetivo, prejuicios, subjetivos, para satisfacer una necesidad sentimental, sin rigor científico. La Edad Media que vislumbras las personas del siglo XVIII es una época privilegiada y beneficiosa, con el predominio de lo pintoresco, lo patético, de todo lo que el racionalismo y el clasicismo trataron de ahuyentar del espíritu humano. A finales de siglo, la novela se enriquece con nuevas tendencias. Cuando el escocés Henry Mackenzie (1745–1831) continuaba en la dirección marcada por Richardson y Sterna, el aristocrático Walpole, amigo de Mme. Du Deffand, autor del voluminoso epistolario que ofrece la imagen más completa de la vida inglesa en la mitad del siglo XVIII, reacciona contra el sentimentalismo que, despreciado por burgueses, publicando The Castle of Otranto, una oscura historia desenrollada en Italia del siglo XI durante la Edad Media Feudal. El prólogo trazó la teoría de una nueva narrativa, a base de horrores y misterios, capaz de suscitar emociones al alma con una acción transpuesta a épocas distantes para, así justificar el uso de elementos sobrenaturales; tipo al cual el propio Walpode denominó novela gótica. El género tuvo una gran fortuna, lo cultivó rápidamente Clara Reeve (1729–1807), aun atenuando las audacias (The Old English Barón). La famosa Sra. Anne Ward Radcliff le dio su característica literaria precisa persiguiendo propósitos artísticos y mostrando una maestría en el empleo de lo sensacional. Pocos serán hoy los lectores de El Siciliano, El Romance del Bosque, las Amantes de Udolpho, El Italiano. Radcliff ejerció una afluencia viva en la literatura sucesiva y suscitó competidores como Mathew Gregory Lewis con su novela Ambrosio, El Monje. Manteniéndose viva a través de los años, la novela gótica vino, de acuerdo con la opinión de algunas opiniones de la crítica, a inaugurar, por la pluma del genial escritor estadounidense Edgard Allan Poe, la literatura policiaca, que es posiblemente el género literario de nuestro tiempo. Por lo tanto, se ve que criticado por el método comparativo, a la luz de un examen frío y objetivo, Rochester está justificado.

    Curioso como es, en la encarnación humana de John Wilmot, Rochester nunca deja sospechar sus futuras tendencias. Parece que, escogiendo ese viejo nombre, el espíritu se penitencia en pretéritos errores, pues este John Wilmot, conde de Rochester, poeta y satírico inglés, famoso por su espíritu y vida desordenada. Nacido en Ditchley, el condado de Oxford, en 1647, murió en 1680, después de hacer estudios brillantes en la Universidad de Oxford, en la que se hizo conocido como vate original, viajó a través de Francia e Italia. De vuelta a la alegre Inglaterra, Rochester, quien tenía, entonces, dieciocho años, fue presentado a la corte. Bello, espiritual, ardiente, dotado del supremo refinamiento del arte de agradar y cautivar, el joven caballero brilló singularmente en la corte de Carlos II, las más corrupta, los más voluptuosa de los cortes de la época. Su gusto natural por los placeres, se desarrolló en este centro de pleno libertinaje. Sin embargo, al final y cierto tiempo, Rochester renunciaba a esta existencia seductora para embarcarse en la flota comandada por el Conde de Sándwich, participando en dos expediciones y dando raras pruebas de intrepidez. De vuelta en Inglaterra, retoma sus hábitos desordenados, según sus propias confesiones, se emborrachó todos los días. En este estado de inconsciencia permanente huyó a todas las reglas de conducta, abusando de las increíbles libertades del lenguaje, y no dudando de bombardear con sus abundantes críticas a los hombres de poder, los ministros del rey y al propio Carlos II, quien lo hizo expulsar de la corte. A los treinta años, Rochester tuvo la salud completamente comprometida. También había perdido sus cualidades de valentía y coraje de las que había dado evidencia innegable. Provocando un duelo para Lord Mulgrove, al que había insultado, huyó al encuentro. Esta conducta juzgada en caso de incalificable a los dictados de honor del tiempo, acabó por arruinar su reputación. Algún tiempo antes de morir hizo que viniera junto a él al obispo de Salsbury, a quien expresó su arrepentimiento por sus errores, recomendándole que destruyera sus escritos licenciosos. Las obras poéticas de Rochester tuvieron numerosas reediciones (1681–1756–1821) que se componen de sátiras, canciones, partes licenciosas y un pequeño poema que titulado Nada. Sin embargo, las sátiras son lo que mejor hizo. En ellas se encuentras verbo, mordacidad y gracia, más de lo ahora, pero la mayoría de las veces, expresados con un máximo de licenciosidad. Todavía dejó encantadoras cartas que dirigió a su esposa, y donde se encontrarán, con seguridad, los orígenes de la fase romántica comenzaron después de la desencarnación del espíritu.

    Sin lugar a dudas, Rochester ha sido un gran recurso en la divulgación del Espiritismo. Numerosas personas tuvieron su primer contacto con la Tercera Revelación a través de sus vivas y atractivas páginas. En la técnica de suspenso, que es, en cuanto al estilo el lugar, incluso de cine como Hitchcock, por ejemplo, Rochester es casi un pionero.

    En el día que se estudien las tendencias del romance, en la literatura espírita, el crítico se sorprenderá, seguramente, con la riqueza de material que tendrá bajo los ojos: exquisitos romances como Hace dos mil años y Pablo y Esteban; análisis psicológicos, tales como El Rosario de Coral o Del Calvario hasta el Infinito; investigación metafísica como En el Cielo en Nuestras Almas; el poema en prosa en No hay tristeza en los Adioses y Los que no son invitados, etc. apareciendo La Leyenda del Castillo de Montignoso como representante del romance gótico inglés. Curiosa y hábil es, en este libro, la forma en que el autor, retirándose en el tiempo a través de reencarnaciones, permite a la leyenda se inmiscuya en su narrativa para alcanzar el pasado oscuro y remoto en la India.

    1.– LA INVITACIÓN

    Un día oscuro de abril se extendía sobre la formosa villa Pawlosk, en las afueras de San Petersburgo, Rusia.

    Durante dos días consecutivos, habían caído fuertes aguaceros alternados de copos de nieve. Las calles estaban casi intransitables.

    La bruma gris envolvía todo, y bajo del viento glacial, se curvaban los árboles defoliados.

    En la plataforma de la pequeña estación del pueblo, se juntaban personas tiritando de frío, esperando el pasaje del tren desde San Petersburgo. Cuando el convoy se detuvo, de uno de los compartimientos de primera clase descendió, elegante, un hombre de unos veintiocho años.

    Era uno de esos personajes cuya aparición nunca pasa desapercibida. Figura alta, esbelta, rostro fino, un tanto pálido, cabello negro tipo azabache.

    Perfecto tipo italiano, sus rasgos regulares y clásicos tenían una expresión un tanto dura y arrogante. La mirada fría de aquellos ojos profundamente negros, jamás denunciarían lo que estaba en su corazón.

    Lentamente, se dirigió a la salida de galería. Parecía buscar a alguien. Entonces se destacó de la masa de viajeros, un joven rubio que lo abordó apresuradamente, extendiéndole la mano.

    – Estás aquí, ¿eh Pavel? Fuiste muy amable por venir. Me preguntaba si debido al mal tiempo cancelaste el viaje.

    – ¡No, no soy tan malvado! – Respondió el recién llegado –. Además, la invitación de Larissa Arkadjewona fue tan amable, que no me era posible rechazar.

    – Sí. Ya sabes, la tía no cabe en sí misma de contenta desde que te vio en la residencia del General Twertinoff y supo que eras Pavel Borisowitsch, el sobrino de su mejor amiga del colegio, y el héroe de una serie de misteriosas aventuras sobrenaturales.

    – ¡¡Eso es una exageración!! ¡Nunca he tenido ninguna aventura misteriosa! Solo me han sucedido ciertas cosas extra–normales, de paso, poco agradables, sobre las cuales hablé con tu tía.

    Los dos jóvenes llegaron a la salida de la estación. Tomaron un lugar en el coche que los esperaba.

    – Espero, Jorge, que tu tía no haya invitado a mucha gente – dijo Paulo después de un breve silencio.

    – Por supuesto que no. ¡¿Y quién va a venir con este tiempo?! Cuando vine a la estación para esperarte solo había dos invitados. Un primo de mi tío, Dionid Petrowitsh Tonilim, te digo de paso, un activo partidario del ocultismo, y la ahijada de mi tía, la señorita Samburoff. Como ves, los invitados son pocos.

    En ese momento, se estacionaron frente a la villa Bakulim, un edificio inmenso lleno de balcones y rodeado por un vasto jardín. El Mayor Bakulim estableció su residencia definitiva en la bellísima villa, muy lejos del regimiento en Barskoje Selo. Los dos jóvenes entraron en el umbral donde un criado les retiró los abrigos, enseguida los llevó a un inmenso salón, adornado claramente de grandes reposteros de terciopelo verde y alfombras que, con las vivas llamaradas que bailaban en la chimenea, daban al aposento una figura de tranquila distinción.

    A pesar del crepúsculo, aun no habían encendido las luces, por lo que solo el fuego vivo iluminaba la pequeña sociedad reunida alrededor de la chimenea. En un sillón alto, se encontraba la dueña de casa, una señora de mediana edad, cuyo exterior aun presentaba los trazos de la antigua belleza. En sus grandes ojos azules, se leía una expresión de bondad y el cabello prematuramente blanquecino, rodeaba su rostro delgado e inteligente. El Mayor Bakulim estaba de pie, detrás del sillón de su esposa, escuchando la conversación entablada entre esta y su primo. Los dos caballeros ya habían superado sus cuarenta años, pero ambos poseían semblantes jóvenes, eran altos y bien conformados. Se parecían mucho, con la única diferencia que Dionid Tonilim era calvo, y no poseía la movilidad de su primo.

    Un poco lejano, hundida en un sillón, sin participar en la conversación, estaba Valéria Nikolajewna Samburoff, una hermosa joven de dieciocho años. Su rostro, bien diseñado, era coronado por un abundante cabello rubio rayo de sol. Sus grandes ojos castaño oscuros, se destacaban, singularmente del cabello dorado. Hacía un año, que su padre había muerto, y ella vestía de luto. El vestido negro, crepé chino, se sentó maravillosamente sobre el cuerpo esbelto. A la entrada de los jóvenes, con la gentileza habitual, Larissa se levantó para saludarlos. Presentó a Pavel al marido y a su primo, pero cuando quiso presentarlo a la ahijada, se calló de repente, mirando a Valéria llena de asombro. La joven se puso pálida como el lino. Levantándose lentamente, miraba a Pavel con los ojos llenos de miedo y odio. Ella vaciló, y habría caído si el Mayor no la hubiese apoyado a tiempo, acostándola en un diván.

    – Valja, querida, ¿qué tienes? – Le preguntó Larissa nerviosa, humedeciendo su frente y las manos de la ahijada con agua de colonia.

    Jorge volvía trayendo un frasco de sal volátil.

    Pavel Borisowitsch no se moviera del lugar en el que estaba. Miraba a Valéria con cuidado, tan pálido como ella. ¿Qué le había pasado? Su corazón se contrajo y él se había sentido aturdido. Un frío glacial recorrió su cuerpo. Valéria, avergonzada, se levantó.

    – Discúlpeme, madrina, por haberte asustado tanto. No sé qué me pasó... Me sentí mareado de repente, y una sensación extraña, ¡como si una mano fría me agarraba por la garganta! Parecía que me iba a asfixiar... pero ahora estoy bien, otra vez.

    – ¡Estás excesivamente nerviosa, Valéria! – Dijo el Mayor – ¡tómate un vaso de Marsala y estarás más fuerte!

    Le presentó una copa de vino que Valéria vació.

    – Bueno... ahora podemos finalmente hacer tu presentación, Pavel Borisowitsch – dijo Larissa –. Querida Valja, permite que te presentemos al Barón Rothschild. Él es el sobrino de Helena Alexandrowna y primo de tu amiga Lôlo.

    Mientras todos ocupaban Valéria, el Barón también consiguiera vencer la sensación de vértigo que le había acometido al conocer a la señorita. Se apoyó contra Valéria, quien ahora lo miró sonriendo y le preguntó por la salud de su tía y su prima. Pronto habían comenzado una animada conversación.

    A medida que tuvo lugar la cena, la conversación estaba emocionada y variada. Después de servir el café en el salón, se despidió el Mayor que había sido invitado por un amigo. El pequeño grupo se reunió alrededor de la mesa, y la dueña de casa, Larissa, dijo en tono solemne:

    – Mis queridos amigos, ahora estamos en completa libertad.

    Mi esposo, sea perdonado, desafortunadamente es un escéptico. No está absolutamente interesado por lo que nosotros, por así decirlo, observamos. Sin embargo, aquí nuestro Dionid Petrowitsch, es un ocultista experimentado. Ha sido y trabajado mucho en esta ciencia misteriosa que es la clave para el más allá, y obtuvo excelentes resultados. Yo también me ocupo desde hace años, con la ciencia secreta, e incluso adquirí una biblioteca voluminosa. Sin embargo, no me gusta, asistir a las sesiones, porque es muy raro encontrar un buen médium. En cuanto a Jorge y Valéria, ambos también están interesados, y desean aprender un poco más.

    – Sí, de nuevo, se observa sobre todas las ruedas y las sociedades un interés positivo en el ocultismo – dijo Dionid Tonilim –; sin embargo, muchos aun consideran a las ciencias ocultas como un juguete divertido. Otros, más serios, penetran concienzudamente en esta literatura, señalando que muchas veces estamos rodeados de misterios extraordinarios y casi siempre peligrosos cuando están a la vista. Solo es útil investigar estos misterios hasta cierto límite, que nos es dado.

    – Mi madrina me dijo, Sr. Barón, que su vida es, de una manera, un hilo de eventos misteriosos.

    Cuéntenos algo al respecto, ¡por supuesto si no fuese un secreto! – Dijo Valéria, dirigiéndose al Barón.

    – De hecho, me han sucedido muchas cosas que no puedo explicar, solo porque tal vez, con respecto al ocultismo, sea completamente lego. ¡¿Quién sabe si Larissa o Dionid, que tienen experiencia, estén en condiciones de explicarme algo?! Pero no son verdaderas aventuras, y me temo que te desilusiones – respondió el Barón Rothschild sonriendo.

    – ¡No, no! Jorge me dijo que usted realmente tiene sueños y visiones interesantes y, a veces, incluso conmovedores – respondió, insistiendo.

    – Sí, algo está verdaderamente fuera de lo común. Como mi madre me contaba, ella, justo antes de mi nacimiento; tuvo sueños singulares. Una vez fue maltratada por una terrible pesadilla. Le parecía que tenía un hijo adulto, y que alguien trataba de amputarle la mano. Quiso defenderlo, quiso alejarlo, pero no pudo. Sus ropas parecían a las de una monja. De repente, la mano del hijo, amputada, estaba agarrada a la mano de otro. Mi madre gritó tan aterrorizada, que ella despertó a mi padre. Solo con grandes esfuerzos, mi padre pudo despertarla. Estaba bajo la acción como de un ataque cataléptico, cubierta de un sudor helado. El médico dijo que se trataba de la impresión exagerada de alguna novela que había leído, pero mamá confesó que nunca había leído nada que pudiera haber provocado tal sueño. Esta pesadilla, que luego me narró, quedó para siempre guardado en mi memoria y también dejó sus secuelas.

    Pavel rodó una pequeña manga de la chaqueta y mostró un trazo que rodeaba su pulso. Llenos de curiosidad, todos observaran atentamente el extraordinario capricho de la naturaleza.

    – La aparición de esta marca – continuó Rothschild – fue simplemente como resultado de una fuerte impresión que afecta a una madre en gestación y, a menudo, se hace visible en el cuerpo de la mujer embarazada. ¡Tal vez sea exacto, tal vez no! Lo curioso es que yo, en ciertos días, tengo sueños similares a los de mi madre. Así, en trajes de monje, me veo en lugares completamente desconocidos. Con un horrible rencor, camino, a través de largos corredores y las inmensas salas de un castillo, nunca vi, tanteando, de uno a otro lado, sin poder desviar los ojos del deforme corte de mi brazo, pues me falta una mano a la altura del trazo rojo que acabo de mostrarles A menudo escucho a lo lejos cantos religiosas y siento que dedos helados me cubren el puño. Luego, entro a caminar de nuevo, sin destino, teniendo la impresión de estar arrastrando una pesada carga detrás de mí. No veo esta carga, pero tengo la convicción que se trata de un cadáver. Por muy fragmentados que sean estos sueños son tan claros, tan llenos de vida que interrogo si no son fantasmas lo que veo. Los médicos que consulté en secreto, siempre garantizaban que esto provino de un nerviosismo excesivo. Tuve que tomar todo tipo de baños; seguí concienzudamente las prescripciones médicas, pero todo fue en vano. Por lo tanto, de acuerdo con todas las apariencias, la causa de estas manifestaciones debe ser otra.

    – ¡Sí, Pavel, esta otra cosa es la fuerza del pasado que pesa sobre nosotros y que tantos niegan! – Observó a Dionid Tonilim –. Pues los destinos del pasado, que a menudo se reportan a siglos remotos, desempeñan, en nuestra vida actual, un papel muchas veces funesto y terrible.

    Rothschild se estremeció:

    – Dionid Tonilim, tus palabras me recuerdan un encuentro que tuve hace algunos años París. Me encontraba en una pequeña rueda de partidarios del Espiritismo que promovían una sesión. Como médium, actuaba una señorita muy joven, que, por lo que parecía, tenía una facultad especial para eso. Cuando ella respondió a las preguntas de algunas personas, respuestas que producían, positivamente, fuertes impresiones, también decidí cuestionarla sobre la causa de mis sueños y mis visiones. Pero ni siquiera había puesto mi mano sobre la suya, me repelió abruptamente. Casi ininteligiblemente dijo: Tu karma aun no se ha agotado. El último acto de un drama horrible todavía no fue representado. Las sombras del pasado aun se levantarán frente a ti. Nada más la médium quiso decir, por más que yo le suplicase.

    – Pero la respuesta es lo suficientemente clara. Pesa sobre ti un crimen, practicado en el pasado. Karma es, según la doctrina india, la retribución, la recompensa por cualquier cosa mala o buena, realizada en pensamientos o por actos. Esta retribución, tarde o temprano, siempre llega al culpable, en alguna de sus vidas. Tal vez te persiga abominable venganza. Si el pasado fuese conocido, podríamos liberarte de él, pero como no lo conocemos, solo un consejo puedo darte: orar por ti y por la víctima del crimen. ¡Solo la oración puede ayudarte contra la, quizás, terrible venganza!

    – Te agradezco el consejo, Dionid. Reconozco cómo soy lego en las cuestiones de ocultismo y lo lamento profundamente. ¡Con gran placer, leería obras sobre el tema, para instruirme en este sentido!

    Rothschild dijo.

    – Con gran placer, Pavel, quiero poner todos mis libros sobre esta ciencia a tu disposición – dijo Larissa –. Especialmente quiero darte uno de ellos. Creo que ha de interesarte extraordinariamente: Destinos del pasado y sus influencias en el presente. Es muy ilustrativo, y maravillosamente escrito.

    Mientras Rothschild agradecía, Larissa observó que el rostro del Barón se había hecho extremadamente pálido, y que él hacía un supremo esfuerzo para dominar su emoción. Luego cambiaron el tema de la conversión.

    – ¿Cómo estará Helena Alexandrowna?

    – Hace unas dos semanas recibí una carta de la tía Helena. Escribió que Mischa y Lôlo estaban completamente restablecidos, pero los médicos aconsejaban la permanencia por otro año en Italia. La tía Helena está muy satisfecha con su estancia en la península. El clima lo hace muy bien, y los aires son maravillosamente puros. Ahora busca una villa en las montañas, y me invitó a ir también, disfrutar de mis vacaciones en su compañía. Naturalmente acepté la invitación. Espero recibir su dirección pronto.

    En ese momento, la puerta se abrió y un sirviente le entregó un sobre. Larissa leyó la dirección y sonrió:

    – ¡Habló en el diablo, señaló su rabo! La carta viene de Italia, y probablemente estaré en la condición de poder decirle, querido Barón la dirección deseada.

    Después de leer las primeras líneas, Larissa dejó escapar una carcajada.

    – ¡Helena es realmente incorregible! Imaginen que ahora descubrió un castillo, asentadamente, en los Apeninos. Espera arreglar su residencia allí. Pero, escuché lo que ella escribe:

    ¡Me siento en el séptimo cielo, querida Larissa! Casualmente alquilé un antiquísimo castillo muy bien situado. Imagínate un verdadero nido de ladrones, con torres y torretas, con ruinas enclaustradas al borde de un profundo acantilado, con una hermosa vista del valle. ¡¡¡El aire aquí es tan puro y claro!!! Todo el edificio todavía se conserva, tiene un mobiliario rico, todo aun de la Edad Media. Montignoso es realmente un castillo encantado. Dicen que aquí viven malos espectros. Eso; sin embargo, no me impresionó, porque no creo en esas estupideces.

    Mi escepticismo es, en ese sentido, incurable. Es que solo reconozco lo que puedo ver, palpar e investigar. ¡¿Quién sabe si los fantasmas de Montignoso se combinaran entre sí para roban mi convicción?! Sin embargo, para ti, mi querida Larissa, que eres una creyente y que estás en estrecha comunicación con los seres del otro mundo, tendrás este castillo. Es por eso que tomo la libertad de, a través de esta carta, invitarte a venir y naturalmente en compañía de Valéria. Lôlo insistentemente pide que traigas a su amiguita.

    Creo que las chicas jóvenes no se aburrirán, tanto más que invité a venir a mi sobrino Pavel Rothschild, un hombre amable y delicado. Te gustará, estoy segura.

    Casi me olvidé de escribirte, también, que tenemos aquí un alcalde, perfecta corporización de un hombre medieval. Su esposa, Savéria, sabe cómo contar leyendas capaces de ponernos los pelos de punta. Lamentablemente, no puedo aprender perfectamente sus historias, pues ella habla en un dialecto itálico que es extraño y que muy difícilmente entiendo. El papel principal es desempeñado por una aparición, Il Spettro, y que probablemente significa: el fantasma, que peregrina por el parque semi salvaje en busca de un cierto Pablo, el Maledetto.

    ¡Creo que detrás de este fantasma se oculta alguna criada que tal vez haya peleado con el amante! Naturalmente, tu lo creerás rápidamente que este espíritu está llamando a Paulo desde el más allá.

    Si todo esto no te anima a venir, nada más puede hacer en ese sentido. Pero estoy convencida que no puedes resistirte a la tentación, y vendrás.

    Helena.

    Larissa puso la carta a un lado.

    – ¡Helena tiene razón! Realmente, este Montignoso me atrae sobremanera, y necesito ir a verlo, ¡haya lo haya allí! ¿Quién sabe si podamos adoctrinar a los espíritus que vagan por allí e incluso liberar al pobre Paulo? ¿Qué dices, Pavel?

    – Solo espero que este fantasma no esté llamándome. ¡De lo contrario, no iría, de ninguna manera allí! – Respondió Rothschild.

    – ¡Ah! ¡No! Probablemente sea un noble italiano que llama a los infelices. Debemos liberarlo. ¡Y tú Valja, también irás con nosotros! ¿O tienes miedo?

    – Sabes, madrina, ¡no temo a los fantasmas! Además, hace mucho alimento el deseo de conocer Italia. También ya tiene dos años que Lôlo y yo no nos vemos...

    – Genial, entonces vamos a Montignoso. Tú, Dionid Tonilim, nos harás mucha falta. Tus consejos y tus experiencias... ¡Solo con mucho pesar podemos dispensarte en un lugar tan misterioso! – Dijo Larissa.

    Dionid Tonilim sonrió significativamente.

    – Tal vez no me quede muy lejos de ti. Mi cuñada y mi hermano se encuentran actualmente en Florencia, donde pretendo pasar parte del verano. Debo partir a principios de mayo, de suerte que estaremos en Italia al mismo tiempo. Si es necesario, estaré a tu entera disposición, con mis consejos. Además, estoy bastante cercano con de Helena Alexandrowna, y no dejaré de hacerle una visita.

    – ¡Cómo todo coincide! ¡Entonces podremos promover sesiones en conjunto! ¡Oh! Qué interesante será... – Se emocionó Larissa.

    – ¡Sí, muy interesante! – Murmuró Dionid Tonilim –. Por supuesto, a mí también, me gusta hacer investigaciones en ese terreno.

    Pero no ignoro, y esto nunca debes olvidar, Larissa, que la teoría y la práctica han demostrado lo peligrosas que son tales situaciones para aquellos que participan en ellos. Los lugares considerados como escenarios de crímenes y desgracias, están casi siempre poseídos por algo de funesto y peligroso. Los curiosos que intentan penetrar en esos misterios, se parecen a los descuidados que descubren cuevas pestilentes sin saber qué venenos que pueden estar ocultos.

    El Barón dijo que, si por allí deambulan fantasmas, estos posiblemente se manifestarían agradecidos por el interés que se les dispensa con el objetivo de ayudarlos.

    Después del té, el Mayor regresó y con Dionid se sentó a la mesa de ajedrez.

    En compañía de Jorge, la anfitriona pasó a la biblioteca para buscar los libros prometidos al Barón. Valéria y Rothschild se quedaran solos en el salón. La lámpara, cubierta por un globo de cristal rojo, iluminaba suavemente el ambiente.

    En un sillón grande, en cuyo respaldar se recostaba Valéria, durante unos segundos, su mirada permaneció fija en el rostro del Barón, que se apoyó contra la chimenea. Un sentimiento incierto, hostil, la dominaba. Veía a aquel hombre por primera vez en su vida; sin embargo, no le parecía extraño. ¿Dónde había visto ese perfil característico y estas esquinas recurvas de los labios? ¿Y más aquellos ojos oscuros, de cuya profundidad se reflejaba algo cruel y astuto?

    No dudó que ese hombre fuera capaz de toda la traición para con una mujer. ¡Todo en él era repugnante, incluso la voz que a veces sonaba tan despreciable, tan desdeñosa...!

    ¿Sería casado? Esta memoria le produjo un dolor involuntario. Una inexplicable sensación de celos la acometió, pensando que una mujer podría tener derechos sobre él. Sus ojos buscaron su mano. Ningún anillo de oro, solo un gran solitario solo con todos los colores del arco iris, en su dedo meñique.

    Tan perdida estaba Valéria en sus pensamientos, que ni siquiera se dio cuenta que Rothschild también la observaba atentamente. ¡Ella era hermosa! Mucho más hermosa que todas las mujeres que encuentra hasta entonces... Sin embargo, había algo desagradable en tu todo...

    El fuego de la chimenea, que en ese momento aumentó nuevas llamaradas, iluminó la cara de Valéria, y él se asustó por la expresión cruel y vengativa que repentinamente había alterado los rasgos elegantes de la joven. Un sentimiento de miedo y aversión lo dominaron.

    Era una más de las singularidades de su ser. Hubo momentos en que fue tomado de horror por el sexo femenino, en el que un sentimiento inexplicable e invencible repugnancia, lo alejaba de cualquier momento con las mujeres.

    La semi–oscuridad de la habitación aumentaba las sensaciones desagradables que se apoderaban de él. Resueltamente, apretó un botón que estaba cerca, y una luz brillante se proyectó en la habitación por la araña central. Esta luz radiante trajo al Barón de vuelta a la realidad, y de repente se avergonzó de su debilidad.

    ¡Mis nervios no parecen estar bien! Me imaginé que estaba tomando parte en un funeral. – Este pensamiento le vino en el momento en que Valéria se levantara de repente, sonrojándose hasta la raíz del cabello, pero Rothschild era lo suficientemente mundano como para adaptarse pronto a la situación.

    – Perdóname, Valéria, por haberte arrancado tan bruscamente de tus pensamientos. Esta oscuridad en la sala, incrementada por el ulular de la tormenta afuera, me parecía adecuada para nuestra indisposición de ánimos, después de la conversación sobre fantasmas y espíritus.

    Sonriendo, trajo una silla al sillón de la joven y se sentó.

    – ¡Lo hiciste muy bien, encendiendo la luz, Pavel! También me sentí bajo la desagradable impresión de estas historias. ¡Tal vez la oscuridad fuera la única culpable de eso! En la actualidad, en que todas las personas están nerviosas, se busca siempre una explicación para este nerviosismo en las cosas sobrenaturales.

    – Después de todo, estoy involucrado constantemente en esta atmósfera cargada de nerviosismo, lo que, en vista de mis sueños, no es, sin duda, extraña. Pero mis historias parecen haber producido en ti, Valéria, una funesta impresión...

    – ¡Oh! ¡No! Yo, en cierto modo, no tengo salud. Incluso la tía Larissa y Dionid Tonilim son de la opinión que soy una sufridora, en el sentido de nuestra última conversación; es decir, que probablemente esté sufriendo bajo cualquier influencia del pasado.

    – ¿Una sufridora? ¿Cómo se manifiesta esto? – Preguntó sonriente Rothschild.

    – Yo, Pavel, desde la infancia, estoy sujeta a síncopes muy extraños. Ya casi es letargo lo que me afecta. Mi padre, y especialmente mi madre, sufren mucho con ello. Durante horas, me quedo en un estado cataléptico del cual nada ni nadie pueden despertarme. Por el contrario, mientras mayores son los intentos para despertarme, más profunda se hace el letargo... Últimamente, se buscó un hipnotizador quien aconsejó a mi madre que me dejara, en esas ocasiones, entregada a mí misma, pues así despertaría más deprisa. Y él tuvo razón. Solo que me siento, después de despierta, extrañamente fatigado.

    – ¿Sufres de estos ataques muy a menudo?

    – No. Más o menos cinco o seis ver por año. Por lo general, el ataque comienza por la tarde, por la noche, o antes del amanecer. Siento que se acerca; al principio hay un estremecimiento por el cuerpo, que poco a poco se convierte en un escalofrío, después me siento mareada y voy perdiendo lentamente los sentidos.

    – Y después, ¿recuerdas lo que te pasó durante el estado letárgico? ¿Tienes sueños? – Quiso saber el Barón con un interés insinuante de ser agradable.

    – Sí, pero generalmente son sueños tan incoherentes que, en mi opinión, no pueden, absolutamente, tener relaciones con el Espiritismo. Veo a los largos corredores, habitaciones decoradas en estilo medieval y, a veces, un antiguo castillo. Para mí; sin embargo, todo esto se explica por el hecho de tener una predilección especial para los edificios antiguos en ruinas, por las pinturas antiguas y las leyendas románticas. Es por eso mismo me alegró la idea de poder visitar Helena Alexandrowna, para ver el castillo y conocer sus leyendas. Y si me permiten, querría investigar sus divanes, los sótanos... – dijo Valéria con vivacidad.

    En eso volvieron Larissa y Jorge, con algunos libros, e interrumpió la conversación.

    – Los libros que les prometí están aquí, Pablo. Son trabajos serios y te recomiendo que le dediques toda tu atención, especialmente y en primer lugar a este: Destinos del Pasado.

    Rothschild agradeció a Larissa; inmediatamente ojeó los libros y sacudió la cabeza.

    – ¿Crees sinceramente que no vivimos solo una vez? – Preguntó –. ¿Qué significación podría tener para nuestra vida terrenal, toda dedicada a las cosas materiales?

    – ¡Te engañas sobremanera, querido Barón! El paso de nuestra alma a otro cuerpo, después de nuestra muerte, sirve para nuestra mejora y para la remisión de nuestros errores anteriores. Es lamentable que no entiendas esto, precisamente tú que no deberías tener razones para la duda; el pasado le dio, a través de la pulsera encarnada, una prueba positiva de su fuerza.

    El Barón sonrió con incredulidad.

    – La ciencia le da a esta pulsera una explicación muy simple y prosaica. Después de todo, tampoco combato la posibilidad de otra explicación para el caso, por más inverosímil que pueda parecer.

    – ¡Valéria, vinieron a llamarte! – Dijo Jorge quien poco antes se había retirado y ahora regresaba.

    Valéria se puso de pie y dijo adiós.

    – ¡Niña adorable! – Murmuró Larissa Arkadjenowna –. Me encanta con todo mi corazón. ¡Es tan buena como hermosa!

    Rothschild no respondió. Estaba absorto en la lectura de una página de libro, que parecía haberse olvidado de todo. La risa franca de Larissa lo hizo levantar los ojos.

    – ¡Oh! ¡Perdóname! ¡El libro parece ser realmente interesante! – Se puso de pie, consultando el reloj.

    – Lamentablemente, debo irme ahora, si no quiero perder el tren.

    Se inclinó y le besó la mano a la anfitriona. Amablemente Larissa lo invitó a volver para conversar más sobre ocultismo. Además, necesitaban coordinar mejor el viaje a Italia, visitando a Helena Alexandrowna. Poco antes que el Barón se despidiera, el Mayor y Dionid Tonilim había regresado al salón. Después que Pavel se fue, Larissa quiso saber:

    – Dime a Dionid Tonilim, ¿por qué observabas al Barón tan extrañamente mientras que leía? ¿Viste en él algo de extraordinario?

    Tonilim pasó su mano sobre su frente y dijo:

    – Supongo que en el pasado del Barón debe haber algo terrible. ¡Me parece que, de todos los lados, las sombras lo envuelven! Como se librará de ellas, es un rompecabezas para mí y será para él muy difícil. Es cierto que todavía no veo claramente, pero creo que la realización del karma no está muy lejos. Diré, además, que me parece que entre el Barón y Valéria, existe una alianza misteriosa, de la cual ninguno de los dos, naturalmente, es consciente.

    La Sra. Bakulim, que creía en las facultades clarividentes de Tonilim, lo miró inquieta. El viejo ocultista era realmente un excéntrico, rico, soltero e independiente, se ocupara, principalmente, con la Arqueología, luego con el ocultismo. Había estado en Persia, Egipto e India, donde había vivido más de diez años, y de donde, se suponía, trajera su facultad de clarividencia.

    – Escucha, Dionid, si mi sobrina Valéria está de alguna manera sobrecargada de cualquier pasado fatal, quizás sea mejor que no llevarla conmigo a Italia, ¿no crees? Estará en constante contacto con Rothschild, y esto puede ser peligroso.

    Tonilim sonrió enigmáticamente.

    – No te martirices inútilmente con pensamientos negros, Larissa.

    ¡Lo que tiene que ser, será! Sería más fácil eliminar de su lugar la pirámide de Queops que desviar la realización del karma, cuando ha llegado su tiempo. Deja que los eventos sigan su curso, no te coloques entre el martillo y el yunque.

    2. – EL BARÓN

    Pavel Rothschild vivía en el barrio inglés, en la casa de su tío, un anciano, muy rico del cual era el único heredero.

    El viejo Barón de Rothschild fue un déspota declarado; soltero, sufría de gota y no frecuentaba la sociedad. Sin embargo, no se privaba de nada. Mantenía un secretario que se encargaba de la correspondencia, lo leía los periódicos y se desempeñaba como contrincante en las partidas de ajedrez. Dos veces por semana, recibía a tres viejos amigos para jugar a las cartas. Dos eran generales y uno era senador. Esta era la única distracción que el viejo Barón se permitía. A fines de mayo, de cada año, partía, con el secretario y un sirviente de cámara, para un balneario en el extranjero, de donde regresaba en octubre.

    Pavel, el único hijo de un hermano, se dedicaba a él muy poco. El futuro heredero ocupaba, en la casa, cinco ambientes muy bien amueblados, y recibía del tío, anualmente, cinco mil rublos. Sin embargo, el viejo Barón ya le había dicho que no pagaría un real de sus deudas. Si las contrajera, estaría dando pruebas de no ser capaz de administrar la herencia; en ese caso, preferiría legar su fortuna a instituciones benéficas.

    Sin embargo, hasta entonces, el viejo Barón no tenía ninguna razón para censurar al sobrino. Pavel ocupaba, en uno de los ministerios, un

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