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El Canciller de Hierro: Conde J.W. Rochester
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El Canciller de Hierro: Conde J.W. Rochester
Libro electrónico491 páginas7 horas

El Canciller de Hierro: Conde J.W. Rochester

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Siete años de abundancia, seguidos de siete años de hambruna que devastó al Antiguo Egipto. ¿Qué hay detrás de esta historia? ¿Cuál es el secreto del personaje mítico que, de esclavo hebreo, llega al poder con las prerrogativas de "visir" del Alto y Bajo Egipto, imponiendo su voluntad a vivos y muertos?

La codicia, el orgullo y la sed de poder, el amor, los celos y el odio son parte de una trama donde la manipulación de las fuerzas ocultas dicta el curso de los emocionantes eventos que tuvieron lugar al final de un período de 500 años de subyugación del pueblo egipcio por parte de los conquistadores hicsos crueles: semitas que influyeron en la cultura egipcia, cambiaron su forma de vida y se apoderaron de sus deidades, proclamándose faraones.

En "El Canciller de Hierro" del Antiguo Egipto, novela que se desarrolla durante la XVII dinastía egipcia, entre 1640 y 1540 a. C., Rochester desnuda la historia del peso excesivo de la religiosidad, convirtiendo a José, hijo del patriarca bíblico Jacob, en la figura del medio celestial que manipula poderosas fuerzas ocultas. Fantástica descripción de los entornos, así como la situación histórica de la época, hacen que el lector se transporte en el tiempo y se vea pisando las arenas del Nilo, bajo un sol abrasador, en busca de las sugerentes escenas planeadas por este autor espiritual para enriquecer la existencia de los mortales con hermosas lecciones de amor.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 dic 2022
ISBN9798215784327
El Canciller de Hierro: Conde J.W. Rochester

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    El Canciller de Hierro - Conde J.W. Rochester

    Romance Mediúmnico

    EL CANCILLER

    DE HIERRO

    Dictado por el Espíritu

    CONDE J. W. ROCHESTER

    Psicografía de

    VERA KRYZHANOVSKAIA

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Agosto 2021

    Traducido de la Edición Portuguesa

    © VERA KRYZHANOVSKAIA

    World Spiritist Institute      

    Houston, Texas, USA      
    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    De la Médium

    Vera Ivanovna Kryzhanovskaia, (Varsovia, 14 de julio de 1861 - Tallin, 29 de diciembre de 1924), fue una médium psicográfa rusa. Entre 1885 y 1917 psicografió un centenar de novelas y cuentos firmados por el espíritu de Rochester, que algunos creen que es John Wilmot, segundo conde de Rochester. Entre los más conocidos se encuentran El faraón Mernephtah y El Canciller de Hierro.

    Además de las novelas históricas, en paralelo la médium psicografió obras con temas ocultismo-cosmológico. E. V. Kharitonov, en su ensayo de investigación, la consideró la primera mujer representante de la literatura de ciencia ficción. En medio de la moda del ocultismo y esoterismo, con los recientes descubrimientos científicos y las experiencias psíquicas de los círculos espiritistas europeos, atrajo a lectores de la alta sociedad de la Edad de Plata rusa y de la clase media en periódicos y prensa. Aunque comenzó siguiendo la línea espiritualista, organizando sesiones en San Petersburgo, más tarde gravitó hacia las doctrinas teosóficas.

    Su padre murió cuando Vera tenía apenas diez años, lo que dejó a la familia en una situación difícil. En 1872 Vera fue recibida por una organización benéfica educativa para niñas nobles en San Petersburgo como becaria, la Escuela Santa Catarina. Sin embargo, la frágil salud y las dificultades económicas de la joven le impidieron completar el curso. En 1877 fue dada de alta y completó su educación en casa.

    Durante este período, el espíritu del poeta inglés JW Rochester (1647-1680), aprovechando las dotes mediúmnicas de la joven, se materializó y propuso que se dedicara en cuerpo y alma al servicio del Bien y que escribiera bajo su dirección. Luego de este contacto con la persona que se convirtió en su guía espiritual, Vera se curó de tuberculosis crónica, una enfermedad grave en ese momento, sin interferencia médica.

    A los 18 años comenzó a trabajar en psicografía. En 1880, en un viaje a Francia, participó con éxito en una sesión mediúmnica. En ese momento, sus contemporáneos se sorprendieron por su productividad, a pesar de su mala salud. En sus sesiones de Espiritismo se reunieron en ese momento famosos médiums europeos, así como el príncipe Nicolás, el futuro Zar Nicolás II de Rusia.

    En 1886, en París, se hizo pública su primera obra, la novela histórica Episodio de la vida de Tiberio, publicada en francés, (así como sus primeras obras), en la que ya se notaba la tendencia por los temas místicos. Se cree que la médium fue influenciada por la Doctrina Espírita de Allan Kardec, la Teosofía de Helena Blavatsky y el Ocultismo de Papus.

    Durante este período de residencia temporal en París, Vera psicografió una serie de novelas históricas, como El faraón Mernephtah, La abadía de los benedictinos, El romance de una reina, El canciller de hierro del Antiguo Egipto, Herculanum, La Señal de la Victoria, La Noche de San Bartolomé, entre otros, que llamaron la atención del público no solo por los temas cautivadores, sino por las tramas apasionantes. Por la novela El canciller de hierro del Antiguo Egipto, la Academia de Ciencias de Francia le otorgó el título de Oficial de la Academia Francesa y, en 1907, la Academia de Ciencias de Rusia le otorgó la Mención de Honor por la novela "Luminarias checas.

    Del Autor Espiritual

    John Wilmot Rochester nació en 1ro. o el 10 de abril de 1647 (no hay registro de la fecha exacta). Hijo de Henry Wilmot y Anne (viuda de Sir Francis Henry Lee), Rochester se parecía a su padre, en físico y temperamento, dominante y orgulloso. Henry Wilmot había recibido el título de Conde debido a sus esfuerzos por recaudar dinero en Alemania para ayudar al rey Carlos I a recuperar el trono después que se vio obligado a abandonar Inglaterra.

    Cuando murió su padre, Rochester tenía 11 años y heredó el título de Conde, poca herencia y honores.

    El joven J.W. Rochester creció en Ditchley entre borracheras, intrigas teatrales, amistades artificiales con poetas profesionales, lujuria, burdeles en Whetstone Park y la amistad del rey, a quien despreciaba.

    Tenía una vasta cultura, para la época: dominaba el latín y el griego, conocía los clásicos, el francés y el italiano, fue autor de poesía satírica, muy apreciada en su época.

    En 1661, a la edad de 14 años, abandonó Wadham College, Oxford, con el título de Master of Arts. Luego partió hacia el continente (Francia e Italia) y se convirtió en una figura interesante: alto, delgado, atractivo, inteligente, encantador, brillante, sutil, educado y modesto, características ideales para conquistar la sociedad frívola de su tiempo.

    Cuando aun no tenía 20 años, en enero de 1667, se casó con Elizabeth Mallet. Diez meses después, la bebida comienza a afectar su carácter. Tuvo cuatro hijos con Elizabeth y una hija, en 1677, con la actriz Elizabeth Barry.

    Viviendo las experiencias más diferentes, desde luchar contra la marina holandesa en alta mar hasta verse envuelto en crímenes de muerte, la vida de Rochester siguió caminos de locura, abusos sexuales, alcohólicos y charlatanería, en un período en el que actuó como médico.

    Cuando Rochester tenía 30 años, le escribe a un antiguo compañero de aventuras que estaba casi ciego, cojo y con pocas posibilidades de volver a ver Londres.

    En rápida recuperación, Rochester regresa a Londres. Poco después, en agonía, emprendió su última aventura: llamó al cura Gilbert Burnet y le dictó sus recuerdos. En sus últimas reflexiones, Rochester reconoció haber vivido una vida malvada, cuyo final le llegó lenta y dolorosamente a causa de las enfermedades venéreas que lo dominaban.

    Conde de Rochester murió el 26 de julio de 1680. En el estado de espíritu, Rochester recibió la misión de trabajar por la propagación del Espiritismo. Después de 200 años, a través de la médium Vera Kryzhanovskaia, El automatismo que la caracterizaba hacía que su mano trazara palabras con vertiginosa velocidad y total inconsciencia de ideas. Las narraciones que le fueron dictadas denotan un amplio conocimiento de la vida y costumbres ancestrales y aportan en sus detalles un sello tan local y una verdad histórica que al lector le cuesta no reconocer su autenticidad. Rochester demuestra dictar su producción histórico-literaria, testificando que la vida se despliega hasta el infinito en sus marcas indelebles de memoria espiritual, hacia la luz y el camino de Dios. Nos parece imposible que un historiador, por erudito que sea, pueda estudiar, simultáneamente y en profundidad, tiempos y medios tan diferentes como las civilizaciones asiria, egipcia, griega y romana; así como costumbres tan disímiles como las de la Francia de Luis XI a las del Renacimiento.

    El tema de la obra de Rochester comienza en el Egipto faraónico, pasa por la antigüedad grecorromana y la Edad Media y continúa hasta el siglo XIX. En sus novelas, la realidad navega en una corriente fantástica, en la que lo imaginario sobrepasa los límites de la verosimilitud, haciendo de los fenómenos naturales que la tradición oral se ha cuidado de perpetuar como sobrenaturales.

    El referencial de Rochester está lleno de contenido sobre costumbres, leyes, misterios ancestrales y hechos insondables de la Historia, bajo una capa novelística, donde los aspectos sociales y psicológicos pasan por el filtro sensible de su gran imaginación. La clasificación del género en Rochester se ve obstaculizada por su expansión en varias categorías: terror gótico con romance, sagas familiares, aventuras e incursiones en lo fantástico.

    El número de ediciones de las obras de Rochester, repartidas por innumerables países, es tan grande que no es posible tener una idea de su magnitud, sobre todo teniendo en cuenta que, según los investigadores, muchas de estas obras son desconocidas para el gran público.

    Varios amantes de las novelas de Rochester llevaron a cabo (y quizás lo hacen) búsquedas en bibliotecas de varios países, especialmente en Rusia, para localizar obras aun desconocidas. Esto se puede ver en los prefacios transcritos en varias obras. Muchas de estas obras están finalmente disponibles en Español gracias al World Spiritist Institute.

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc, nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrada en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Peru en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    ÍNDICE

    PRIMERA PARTE

    DE LA OSCURIDAD AL PODER

    I  EL PATRIARCA Y SUS HIJOS

    II  JOSÉ VENDIDO POR  SUS HERMANOS

    III  LA FUERZA MÁGICA

    IV  LA MUJER POTIFAR

    V LO QUE NO CUENTA  LA HISTORIA

    VI  JOSÉ EN PRISIÓN

    VII EL COPERO Y EL PANADERO

    VIII  EL SUEÑO DEL FARAÓN

    IX  EL FARAÓN Y SU CANCILLER

    X  EN TEBAS

    XI  ADÓN EN HELIÓPOLIS

    XII EL FARAÓN Y EL SACERDOTE

    XIII ADON Y SU NUEVA PAREJA

    XIV  LA NOCHE DE BODAS

    SEGUNDA PARTE

    PODER REAL Y PODER SACERDOTAL

    I  ADON Y SU ESPOSA

    II  ISRAEL EN EGIPTO Y EL HAMBRE

    III  COMIENDO, SE ABRE EL APETITO

    IV  EL AGUA CAYENDO GOTA A GOTA      

    DESGASTA LA PIEDRA MÁS DURA

    V ADON Y EL CALDEO

    VI  EL AMBICIOSO NO CONOCE OBSTÁCULOS

    VII PRIMEROS FRAGORES  DE LA TORMENTA

    VIII RA EXPRESA SU VOLUNTAD

    IX  QUIEN SIEMPRE VIENTOS      , 

    COSECHA TEMPESTADES

    X  LA NOVIA DEL NILO

    XI  EL PUEBLO SUBLEVADO NECESITA      

    ODIAR A ALGUIEN

    XII EL AMANECER DE LA XVIII DINASTÍA

    EPÍLOGO

    PRIMERA PARTE

    DE LA OSCURIDAD

    AL PODER

    I

    EL PATRIARCA Y SUS HIJOS

    Estas son las generaciones de Jacob: José tenía diecisiete años, pastoreaba las ovejas con sus hermanos, y este joven estaba con los hijos de Bala y Zilpa, mujeres de su padre; y José presentó a su padre graves acusaciones contra ellos.

    Por lo tanto, al ver sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos los demás, comenzaron a odiarlo y ni siquiera lo saludaban.

    Génesis, 37:2,4.

    El Sol se estaba poniendo, inundando con sus rayos aun en llamas el vasto y fértil valle que bordeaba colinas cubiertas de hierba en el horizonte. A la sombra de un matorral de árboles altos, se levantaba una casa tosca, hecha de piedras y troncos de árboles, pero lo suficientemente espaciosa para albergar a una familia numerosa. Chozas intercaladas con tiendas de campaña esparcidas alrededor de la vivienda principal, y un poco más lejos había grandes corrales para los rebaños.

    En este campamento todo era animación y actividad; mujeres con túnicas de lana o de lino se ocupaban apresuradamente en la preparación de la comida de la tarde, y el sabroso aroma de los cuartos de carne asada y los panes horneados en la ceniza saturaba la atmósfera. Desde el pozo, rodeado por un sólido muro de piedra, caminaba, charlando y riendo, un grupo de muchachas cargando sobre sus cabezas o sobre sus hombros, con esa gracia fácil e inimitable de las mujeres orientales, pesadas tinajas de piedra arenisca llenas de agua, mientras que bandas de niños jugaban ruidosamente en la hierba cubierta de variadas flores.

    Solo, ajeno a lo que sucedía a su alrededor, un hombre de aspecto imponente estaba sentado en un banco cerca de la puerta de la casa; gran sombrero de paja trenzada, y nudoso bastón descansaba a su lado, encima del escabel y junto a la jarra de vino.

    Ese personaje era Jacob, el venerado jefe de la tribu, el legendario patriarca cuyo nombre ha sido preservado por la historia; la espesa melena y la larga barba que caía sobre la túnica de lana oscura ya se volvían grises; las arrugas surcaban su rostro con rasgos pronunciados y enérgicos; los grandes ojos negros, bajo las espesas cejas, brillaban con el fuego de los años verdes y el cuerpo robusto parecía querer afrontar, durante mucho tiempo, las dolencias de la vejez. Con mirada soñadora, contemplaba la masa azulada que oscurecía el horizonte, escuchando el mugido, cada vez más cercano, de los rebaños que regresaban del prado; pero de repente se enderezó, se cubrió los ojos con una mano morena y musculosa, inclinó la mirada con entusiasmo y orgullo por la estatura alta y esbelta de un joven que vino de señalar detrás de un grupo de árboles y se apresuró hacia él.

    El atractivo exterior del joven de dieciocho años justificaba plenamente su orgullo paterno: un rostro pálido, alargado y satinado como el de una niña; una boca pequeña con comisuras curvadas daba a sus rasgos, de regularidad clásica, una expresión altiva y desdeñosa; sedosos y gruesos anillos tostados ensombrecían su frente ancha y fuerte; lo que; sin embargo, dio un sello particular a esa notable fisonomía, fueron los ojos grandes, verde oscuro y límpidos pero insondables, que parecían penetrar en aquél en quien se fijaban, evitando la observación, bajo sus largas y densas pestañas, que, siempre muy deliberadamente, cegaban la mirada del niño hebreo cuando creía útil ocultar al importuno lo que iba en su alma.

    - Salve, buen padre, Elohim¹ protege todos tus pasos - dijo con una voz rica y melodiosa, saludando respetuosamente al anciano.

    - Dios (Elohim) habló más a Moisés y dijo: Yo soy Jehová. Me aparecí a Abraham a Israel y Jacob como Dios Todopoderoso; pero por mi nombre, Jehová, no me han conocido perfectamente." (Éxodo, 6:2-3.) - A. Kuenen. L'Histoire Critique des Livres de L’Ancien Testament.

    Este último pasó una mano cariñosa por el cabello sedoso de su hijo favorito y, llevándolo al banco, preguntó con una sonrisa:

    - ¿Qué hiciste durante el día? ¿Fuiste a los pastos o, según tu costumbre, estabas con Schebna? ¿Y qué misterios te enseñó?

    - ¡Oh! Su ciencia es grande y quiero estudiar sin descanso, ser sabio también. Necesito hacer eso, porque las estrellas me anuncian un gran destino - dijo José con los ojos brillantes. Jacob negó con la cabeza:

    - No dudo de la ciencia de Schebna; sin embargo, me temo que se equivoque en el lenguaje de las estrellas y te esté ilusionando con sueños engañosos.

    - La ciencia, padre, nunca se equivoca, solo hay que saber entenderla - respondió con impaciencia el muchacho -. Pero quería decirte algo más: estaba en los pastos y obtuve pruebas que Judá y Dan te están engañando: vendieron el ganado que pensaban que era inútil, así como lana y otros objetos. Entre las mujeres, hay contienda por un cinturón que Judá compró en secreto a los israelitas y le dio a la madre de la que querías para mí como mujer: Tamar, a quien él desea, con la envidia que tiene de todo lo que tu bondad me concede.

    - No puedo creer que tu hermano tenga tan malos sentimientos hacia ti; pero tendré en cuenta las malas prácticas que me señalas, y también velaré por que reine la paz entre las mujeres.

    - No disputo a Tamar, aunque sea muy amable; solo creo que la suerte me reserva una esposa más ilustre. Digo que todos me envidian y no pueden ver, sin despecho, la bella túnica de paño de Tiro que me diste.

    La aproximación de los rebaños, cuyo mugido, interrumpido por los gritos de los pastores, llenaba la habitación, puso fin a la conversación. La atención del anciano jefe se volvió hacia sus hijos, quienes, ayudados por numerosos pastores, conducían las largas filas de ganado de regreso al campamento.

    Eran, en su mayor parte, hombres guapos y robustos, verdaderos hijos del desierto, de color tostada y ojos ardientes; aspecto salvaje, vestidos con cortas túnicas de lana o pieles de cabra. Cansados y hambrientos, avanzaban buscando con los ojos la comida ya preparada y mirando a José con una mirada indiferente y hostil.

    Habiendo saludado a Jacob y respondido a sus preguntas sobre el estado de los rebaños, los hijos se reunieron a su alrededor y pronto se unieron a varios pastores. El anciano jefe entonces se puso de pie, apoyado en José, y, llegando al centro de la rueda formada por los asistentes, se volvió hacia el Oriente, se postró tres veces y, alzando los brazos al cielo, entonó una canción religiosa.

    Terminada la oración, los hombres se apresuraron a la comida, en la que las mujeres no participaban.

    Jacob y sus hijos se sentaron en otra mesa puesta afuera al aire libre, en cuya extremidad se sentó una parte de los criados. El resto de los invitados se sentaron en la hierba, honrando la frugal cena.

    Solo José, sentado junto a su padre, comía poco y miraba al vacío con su mirada soñadora.

    - ¿Qué estás pensando, hijo, al punto de abandonar la comida? - Preguntó Jacob con aire de reprobación.

    - Piensa en la grandeza futura predicha por Schebna, o quizás en algún sueño profético, tan halagador como aquel en el que vio once manojos de palos saludándolo - dijo uno de los hermanos, con una risa aguda y una mirada burlona.

    José lo miró altivo y desdeñoso:

    - Haces mal en reírte de lo que no entiendes, Rubén. Además, acabas de adivinar, porque tuve un sueño extraño: vi el Sol, la Luna y once estrellas que me saludaron, suplicándome favores y...

    Una carcajada resonante le impidió continuar, mientras Jacob fruncía el ceño.

    - Tu presunción comienza a ir más allá de los límites - dijo él con severidad cuando el estruendo amainó un poco -, ¿quieres anunciar con tu tonto sueño que yo, tu madre y todos tus hermanos nos postraremos ante tu grandeza?

    - Nada de eso - respondió el chico enfadado -. Siempre piensas que nada, aparte de ustedes, existe en la Tierra y que el mundo acaba en el prado donde pasta nuestro ganado. Para mí, el sueño tiene mayor alcance: el Sol significa el rey de un gran país, la Luna es su reino, y las estrellas once años después de los cuales un gran pueblo y su soberano vendrán a rendir homenaje a mis méritos y a otorgarme el poder.

    - Cállate y sal de mi camino, hijo tonto y orgulloso - exclamó Jacob enojado -. Ve y reza a Elohim para que perdone tu necedad y no te castigue por tus vanas palabras. Todos tus hermanos son pastores humildes y trabajadores; tú también lo serás, y te prohíbo para siempre que vuelvas a vanagloriarte.

    Un rubor ardiente asomó a las mejillas de José, quien, mudo, se levantó y abandonó la mesa.

    - El hechicero caldeo, a quien permitiste vivir entre nosotros, trastornó por completo la cabeza de nuestro hermano – observó Dan -, abusando de tu bondad paternal. José se queda en su casa días enteros y también acabará siendo un hechicero.

    - ¡Ahora! Exageras, Dan - respondió Rubén amablemente-, y si nuestro padre nos confía al niño, cuando vayamos a las montañas de Gilboa, José tendrá que trabajar y olvidarse rápidamente de todas las tonterías que le insinúa Schebna.

    Con los labios temblorosos, el ceño fruncido, José se había ido a su casa, en cuya puerta lo recibió una anciana, que estaba ocupada al pie de un brasero encendido al aire libre y que, desde lejos, observó el altercado que se produjo en la mesa del patriarca. Deteniendo al muchacho, le dio una palmada en el hombro y le acarició la mejilla.

    - No te preocupes por las palabras de tu padre, cuyo enojo habrá pasado dentro de una hora - dijo cariñosamente -. Pero no comiste nada; ¿no quieres que te traiga algo?

    - No, Rispa, no tengo hambre; pero si quieres llenar una canasta con todo tipo de cosas buenas para mi viejo amigo Schebna, me darás un gran placer - respondió José, sonriendo a la solterona que lo había cuidado desde temprana edad y lo adoraba ciegamente...

    - Sí querido hijo, te traeré lo que me pidas, aunque no puedo comprender el placer que puede encontrar un chico de tu edad en compañía de un viejo brujo como ese caldeo.

    Un cuarto de hora después, José, con una canasta de provisiones, salió de la casa por una puerta opuesta, caminó sin obstáculos entre los árboles y, tomando un camino poco frecuentado, se dirigió rápido a una de las colinas más cercanas al campamento.

    La noche había terminado, pero el chico parecía no tener miedo y con paso firme siguió caminando. A veces levantaba la cabeza y contempló la lúgubre bóveda celeste teñida de miríadas de estrellas. Cuando llegó al pie de la montaña, la Luna inundó la Tierra con su dulce luz. José se detuvo y, alzando los brazos, murmuró con entonación entusiasta: ¡Estrella Misteriosa, Reina de la Noche, enséñame tus secretos, envuélveme en tus efluvios, origen de las fuerzas invisibles!

    La mirada embriagada se clavó en el disco plateado, pero rápidamente se estremeció y dio un paso atrás, porque, rodeando una roca, acababa de aparecer la figura de un hombre alto, vestido de blanco, y que, a la luz de la luna brillante, parecía sumergido en un vapor blanco la emoción duró solo un segundo, y, avanzando rápidamente hacia el recién llegado, exclamó:

    - ¿Eres tú, maestro? Si supieras cómo me asustó tu presencia... En esa luz mágica, en esa vestidura blanca y esa barba plateada, tenías el aire de un enviado de Elohim.

    - ¿Fue tan terrible entonces mi apariencia? - Respondió el caldeo con una leve sonrisa, un anciano alto, rostro venerable y mirada penetrante -. Simplemente vine a respirar aire puro, admirar la calma de la noche y los esplendores del cielo estrellado.

    - Y yo, maestro, vine a traerte unos dulces y ver si puedes comer un poco, porque, absorto en el trabajo del espíritu, te olvidas de alimentar el cuerpo - dijo amablemente el muchacho.

    - Entonces, vayamos a mi tugurio, allí depositarán tus regalos y hablaremos, pues tengo varias cosas que contarte. Los efluvios de las estrellas me hablaron de ti.

    Sin interrumpir el diálogo, continuaron caminando y llegaron a una cavidad entre las rocas, en cuyo fondo, oculto por las zarzas, estaba la entrada a una cueva espaciosa, iluminada por una antorcha pegada a la pared. El mobiliario de la cueva era uno de los más sencillos: un banco de piedra, sobre el que se amontonaban algunas pieles de animales, servía de cama; una mesa de madera toscamente tallada y unos taburetes estaban en medio de la cueva. Sobre la mesa, así como en una gran caja abierta, había rollos de papiro, tablillas de arcilla cubiertas de caracteres y paquetes de hierbas secas. Al final, una especie de pequeño santuario: sobre tres escalones se elevaba una piedra cónica, oscura y pulida como esmaltada; una lámpara de bronce, que colgaba de la bóveda, iluminaba este tipo de altar y mostraba signos y personajes misteriosos tallados en la piedra oscura.

    José inmediatamente puso la miel, los pasteles, las frutas y la pequeña ánfora de vino que llevaba en un estante pegado a la pared, cerca de la cama; luego, volviendo al sabio, que había estado junto a la piedra negra y tenía su mano colocada en el vértice del cono, dijo, conmovido:

    - Soy todo oídos, maestro, y estoy listo para escuchar los decretos del destino.

    - Sí, quien sabe descifrar los signos trazados en esta piedra sagrada puede leer el futuro como un pergamino abierto - dijo solemnemente el viejo caldeo.

    - Tu destino, hijo mío, es extraño y vergonzoso: te esperan pruebas duras y triunfos inauditos, que, además, están en el orden de las cosas: quien quiera ganar y levantarse debe luchar contra los elementos desatados que se enfrentan a su camino, para poder dominarlos.

    Nada se adquiere en la Tierra sin esfuerzo.

    Muy pronto comenzarán tus vicisitudes: la humillación derribará tu orgullo; de ser libre, te convertirás en esclavo; mil peligros te rodearán; incluso deberías vendar y ocultar tus conocimientos. Sin embargo, si te mantienes firme, ganarás una fortuna, mandarás donde has obedecido, reinarás sobre los que te han humillado. Sin embargo, al final de tu derrotero hay una nube que aun no he podido penetrar. ¡No importa!

    Quiero recompensarte por tu amor al estudio, por tu trabajo tenaz, armándote para la lucha contra el destino; quiero darte el talismán del poder futuro, que, cuando te despojen de todo, te hará rico, porque serás tan rápido como la serpiente, agradable a los hombres a los que te acerques y al que dominarás, así como la mirada de la serpiente fascina al codiciado pájaro. Pero, ¿ayunaste y completaste los ritos que te prescribí?

    - Sí - respondió el muchacho hebreo, con la voz temblorosa y conmovida.

    El caldeo tomó entonces, de la caja abierta, una pequeña flauta de caña y un vaso lleno de líquido oscuro, y, a una señal, invitó a José a seguirlo. En el fondo de la cueva había una abertura estrecha; los dos hombres por ella entraron, cruzando un montón de rocas que formó un pasillo estrecho, terminando en una pequeña plataforma similar al fondo de un embudo, rodeado por una trinchera de piedras de formas extravagantes y rocas que la Luna bañaba, dándole un aspecto aun más fantástico.

    - Antes de comenzar la prueba que te dará el talismán, debo advertirte, hijo mío, que lo que estás a punto de ver te congelará la sangre de horror y cualquier debilidad te costará la vida - dijo gravemente el caldeo -. Hoy es el día en que serpientes de estas montañas se reunirán aquí a la luz de la luna; las haré bailar, y luego, atraída por mí, vendrá también una serpiente, a la que llamamos reina. Traerá en su garganta una piedra misteriosa, que le da a su dueño el don de la fascinación, la adivinación y el dominio de las fuerzas ocultas. A una señal que te daré, debes agarrar a ese animal por el cuello, estrangularlo y arrancar la piedra. Todos los poderes misteriosos que se encuentran en ella se te pasarán. Si te debilitas, ella te matará. Ahora: ¿quieres pasar por la prueba?

    - Sí - respondió José, con la voz hueca, pero con los ojos encendidos.

    Luego Schebna roció el suelo y las rocas con el contenido del vaso, infundiendo a la atmósfera un aroma suave y aturdidor; luego se llevó la flauta a los labios y comenzó a tocar un aria extraña, voluptuosa y dulce, pero con modulaciones agudas y vibrantes que hicieron temblar los nervios del adolescente. Su mirada errante y ansiosa notó de inmediato puntos de un resplandor fosforescente, apareciendo aquí y allá, entre las piedras y espinas; luego algunos cuerpos cubiertos con escamas cambiantes se levantaron en la arena y, moviendo la cabeza informe, empezaron a girar sobre sí mismos, con visible alegría y como mecidos por el ritmo de la melodía.

    De repente aumentó el número de bailarines extraños; de cada grieta, de cada pozo parecía aparecer, grandes y pequeños, retorciendo los anillos flexibles y brillantes con un ruido siniestro. La música también había cambiado de carácter: más rápida, más estridente, más impetuosa, parecía arrastrar a los horribles seres en desenfreno infernal. Como vencidas por el vértigo, las serpientes giraban, silbaban y chasqueaban las mandíbulas, mientras sus ojos verdes y chispeantes parecían salirse de sus órbitas. En ese momento apareció, superando el hormigueo de la multitud, una enorme serpiente levantada sobre su cola, llevando un objeto brillante y azulado en su garganta.

    A pesar de la intrépida calma que lo había sostenido hasta entonces, José sintió que un sudor frío corría por su frente.

    Los sonidos de la flauta de Schebna habían cambiado de nuevo: se podía oír ahora una aria salvaje e incoherente, que recordaba el silbido de la tormenta y los gritos quejumbrosos de los chacales. Alcanzando el colmo de la efervescencia, las serpientes se retorcían y saltaban, babeando, y en ese momento el caldeo levantó la mano y le hizo una señal a José.

    A la señal, la reina serpiente se detuvo de repente, se sentó a horcajadas sobre su poderosa cola y su enorme cabeza se niveló con el rostro del joven. Aquellos ojos terribles, enrojecidos de sangre, parecieron penetrarle, y una baba goteaba de su garganta entreabierta. Todo el cuerpo ágil se balanceó, como si ella estuviera tratando de atraparlo. José había recordado las palabras del caldeo: veloz como un rayo, se lanzó sobre la terrible bestia, y con manos delgadas y nerviosas, pero sólidas como tenazas de hierro, agarró a la serpiente por el cuello y la apretó, tratando de ahogarla. Se libró la lucha desesperada, entre el hombre y el animal que se retorcía, silbando, buscando enredar al adversario. La sobreexcitación; sin embargo, multiplicó por diez la fuerza del muchacho.

    Jadeando, doblándose como una caña ante la constricción de los enormes anillos del monstruo, no soltó a su presa y continuó estrangulándola. De repente, la serpiente, debilitándose, se postró, arrastrando a José en su caída; pero en un último esfuerzo, el muchacho agarró la piedra brillante, la arrancó de su garganta viscosa y aun amenazadora y rodó inanimado.

    Cuando volvió a abrir los ojos, estaba acostado en la cama.

    - ¿Vencí? - Preguntó ansioso al caldeo que se inclinaba hacia él.

    - Abre tu mano y estarás convencido de tu victoria. ¡Y ahora bebe! - Añadió, mientras José miraba nerviosamente una piedra oblonga, transparente y azulada, que sostenía en su mano apretada.

    Cuando terminó de beber, el caldeo lo cubrió nuevamente y dijo:

    - Duerme, te despertaré al amanecer para que te vayas a casa; sin embargo, dentro de tres días regresa y te daré las instrucciones necesarias con respecto al talismán que acabas de conquistar.

    La terrible conmoción que había sufrido el chico lo había agotado moral y físicamente, había vuelto a casa enfermo y desfigurado. Inquieto por el estado de su favorito, Jacob lo había excusado de todo trabajo, ordenándole que descansara. José cumplió con gusto esta orden; quería pensar en el silencio y la soledad, en esa escena extraordinaria que había presenciado y en la que había participado.

    Sin embargo, en la tarde del tercer día, tan pronto como terminó su comida, salió de la casa en secreto y se dirigió a la cueva del caldeo.

    Encontró a Schebna leyendo, bajo la tenue luz de una lámpara de aceite, pero en cuanto lo vio abandonó la lectura y le tendió la mano sonriendo:

    - Siéntate, hijo; todavía estás pálido y un poco débil, pero esta debilidad del cuerpo es pequeña; vi que tu alma es fuerte y de temperamento capaz de resistir la lucha. Aquí está el talismán - agregó, apartando un mantel extendido sobre la mesa y descubriendo un objeto enrollado, en cuyo fondo brillaba la piedra misteriosa, proyectando una luz tan dulce como la luna -. Esta es la piel de la serpiente, que le arranqué del cuerpo y que llevarás como un cinturón alrededor de tus caderas, sobre tu piel desnuda, por supuesto; las escamas, como ves, están volteadas hacia adentro; la piedra sirve de hebilla al cinturón, y cuando hayas traído estos dos objetos durante nueve lunas consecutivas, el poder y las fuerzas del ser misterioso al que pertenecían estarán completamente identificados contigo. Y cuando contemples la piedra, deseando que te descubra lo oculto, incluso el pensamiento humano, te revelará en el agua clara con la que la cubres. Ponte el cinturón ahora.

    José obedeció y, ante el gélido contacto de la piel de la serpiente, un escalofrío recorrió su epidermis. Sin embargo, dominó esta debilidad y, cerrándose el cinturón para ocultar la piedra, preguntó:

    - Y mi propio futuro, ¿no lo mostrará el talismán?

    - En lo que a él respecta, el hombre siempre tiene la mayor dificultad para comprender los finales de los dioses - respondió el sabio -. Pero quiero probar, hoy, un ensayo para descifrar con mayor claridad lo que el destino te depara. Ayúdame a despejar la mesa de los objetos que la desordenan.

    Cuando todo fue retirado, el caldeo sacó un pequeño disco de metal pulido brillante, una caja llena de arena fina y un pequeño jarrón de líquido rojizo.

    - Toma un puñado de esta arena, siembra en el disco, luego vierte el contenido de este jarrón sobre él.

    José obedeció y observó con curiosidad cómo el líquido corría formando pequeñas venas rosadas en la superficie del disco. Ya había aprendido lo suficiente de la ciencia de Schebna para comprender que esas líneas, esos montículos caprichosos, esas salpicaduras de agua representaban los accidentes, caídas y triunfos de su futuro, misteriosos jeroglíficos trazados por fuerzas invisibles. Ya tenía experiencia en acertijos, pero esta vez miró el disco en vano y no entendió nada.

    Por otro lado, el caldeo parecía absorto en contemplar un cuadro vivo; su mirada chispeante siguió las complejidades trazadas por el líquido y, con las cejas fruncidas, venas de la frente hinchadas, parecía leer un futuro lejano.

    Finalmente, se levantó y su mirada se posó en el joven con expresión indefinible:

    - Tu futuro es extraño, soberbio; sin embargo, mezclado con sombra - dijo en voz baja.

    - ¿Y no me dirás nada sobre ese futuro, sobre ese destino que llamas extraño y soberbio? - Preguntó José, todo agitado.

    - Sí, hijo, te diré lo que está permitido: ya te advertí que, pronto, comenzarías una dura prueba; pobre y privado de libertad, llegarás a un país lejano y rico; el mismo donde algún día ejercerás el poder, si algo no llega a cambiar tu destino. En ese país, la naturaleza producirá una rara calamidad en tales lugares: años de prosperidad serán seguidos por años de sequía y esterilidad. Por una singular casualidad, esta desgracia pública influirá en tu destino y hará tu felicidad.

    Un servicio que prestarás al rey de la patria, en relación con este evento, será el origen de tu elevación. No olvides entonces que el hombre, en cualquier ocasión, puede usar, pero no debe abusar de los favores del destino, y ese abuso puede convertirse en la piedra de tropiezo de su destino. Olvidé decirte: el talismán que has conquistado pondrá a tu disposición fuerzas poderosas, pero también te ha dado un enemigo: es el espíritu de la serpiente, que, invisible, te seguirá, y, en el aniversario de la lucha, devolverá forma y sustancia para tratar de sacar la piedra misteriosa. Si vuelves a salir victorioso, el reptil se convertirá en tu sirviente, porque entonces lo habrás dominado en materia y esencia.

    José escuchó, pálido, agitado, mirada en llamas.

    - Dime, maestro, además de este enemigo invisible, que voy a derrotar - lo quiero -, ¿tendré otros? Porque mencionaste sombras en mi futuro...

    - ¡Sí! Preveo un enemigo para ti y tendrá mil lenguas, mil ojos, mil garras, te hará pedazos si abusas de tu poder - respondió Schebna con gravedad.

    José se levantó y, con un gesto enérgico, sacudió los anillos oscuros de su abundante cabello:

    - ¡No importa! No hay luz sin sombras y quien quiera escalar debe estar en peligro. Sin miedo seguiré adelante, maestro, sin dejarme abatir, sean cuales sean las vicisitudes que me asalten. Mi fe inquebrantable en tus palabras me sostendrá; un futuro de grandeza será mi final luminoso. Y ahora déjame agradecerte en esta hora solemne, todo el bien que me hiciste por las sabias lecciones, por el misterioso conocimiento que me prodigaste. Mi reconocimiento de tus beneficios solo acabará con mi vida.

    Se arrodilló y se llevó la arrugada mano del anciano a los labios. Misteriosa sonrisa pasó por los labios del caldeo:

    - Pronto, la suerte nos separará, pero dentro de veinte años, hijo, me apareceré y seré yo, entonces, quien se postrará ante ti. Nadie más que tú y yo, la Luna y los genios invisibles, conocerá el lazo secreto que nos une; y luego me recompensarás según la grandeza de tu reconocimiento. Ahora vuelve a casa, todavía tengo trabajo esta noche.

    Agitado por pensamientos tumultuosos, el chico hebreo reanudó su camino a casa. Las imágenes del futuro invadieron su retina espiritual, pero, solo las imágenes de grandeza y poder. En cuanto a las desgracias predichas, las humillaciones y los sufrimientos, la mente seguía deslizándose y parecían insignificantes comparados con el final a alcanzar. Levantando la frente hacia el cielo estrellado, murmuró con salvaje entusiasmo: Pronto, entonces, me despediré de esta oscura, mezquina y odiosa vida de pastor. ¡Oh! ven, pruebas y sufrimientos, te desafío, ya que eres el umbral, los pasos de mi elevación. Temido y poderoso, quiero ser y lo seré.

    II

    JOSÉ VENDIDO POR

    SUS HERMANOS

    Y Jacob le dijo: Ahora ve, mira cómo están tus hermanos y cómo está el rebaño, y tráeme una respuesta. Entonces lo envió desde el valle de Hebrón y llegó a Siquem.

    Y lo vieron de lejos, y antes que los alcanzara conspiraron contra él para matarlo.

    Cuando los mercaderes madianitas pasaron, tomaron a José y lo sacaron del pozo y lo vendieron por veinte piezas de plata a los ismaelitas, quienes llevaron a José a Egipto.

    Génesis, 37: 14, 18, 28.

    Los días que siguieron trajeron confusión y un aumento del trabajo en el campo. Algunos hijos de Jacob y parte de los rebaños se separaron de la parte principal de la tribu para acercarse a Siquem, y el anciano jefe propuso unirse a ellos en compañía de José, quien era un observador atento y, durante mucho tiempo, había despertado la desconfianza de su padre, hablándole de los pequeños trucos de los hermanos e incluso sus conversaciones. Pero a pesar de su gusto por el papel de justiciero, el chico encontró, esta vez, una forma de excusarse del viaje. Por nada del mundo, en esa ocasión, querría dejar a Schebna, a quien visitaba asiduamente y quien le enseñó a usar la piedra misteriosa, confundiéndolo con los

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