El país de los estúpidos: Historias de mi pueblo, #2
Por Peter R. Vergara
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Una historia que retrata fielmente la decadencia de un pueblo que en su momento fue rico en valores a través de los ojos de Roberto, un oficial de seguridad a punto de retirarse, y obligado a trabajar como tal por la falta de oportunidades, y todo debido al discrimen existente debido a su edad. Un empleo donde la muerte lo acecha en un desenlace impactante, y en donde llegado el crucial momento logra salvarse por segundos.
El país de los estúpidos expone la cruda realidad en la que nosotros como pueblo vivimos hoy, y en donde los valores se han ido perdiendo para darle paso a un estilo de vida que amenaza con derrumbar los cimientos mismos de esta sociedad si no reaccionamos a tiempo. Un pueblo que no aprende de sus errores, y los sigue cometiendo día tras día, está condenado a ser olvidado. Nos consumimos paulatinamente en aras de cosas banales que a la larga socavan nuestras existencias, al parecer felices.
¿Hasta cuándo seguiremos actuando como lo hacemos ahora sin darle importancia a lo que sí es importante?
Puerto Rico, al igual que otros países, ha perdido su esencia como pueblo, su identidad otrora gloriosa, convirtiéndose en un supuesto paraíso donde al parecer todos somos felices, aunque esto sea una falacia que anhelamos creer para ocultarnos a nosotros mismos que nunca seremos felices hasta que no aprendamos de nuestros errores y malas decisiones, y comencemos a buscar la forma de erradicar todo lo malo que asola a nuestra sociedad, junto con los estereotipos que nada aportan a la hora de la verdad.
El país de los estúpidos es la punta de lanza para otras historias que se escribirán por el autor sobre la violenta situación que vivimos nosotros como puertorriqueños día a día para sobrevivir a duras penas en esta sociedad que no perdona al pobre, pero ensalza al poderoso...
Peter R. Vergara
Peter Vergara, nacido en New York, pero residente desde 1967 en Manati, Puerto Rico. Posee un Bachillerato en Justicia Criminal. Autor de nueve libros en diferentes géneros literarios.. Actualmente casado con Lynette Martínez, una mujer maravillosa que es la luz de su vida. Residen en Manatí, Puerto Rico.
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El país de los estúpidos - Peter R. Vergara
Contenido
Contenido
Dedicatoria
Introducción
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Un paréntesis: Fiona
Epílogo
Nota del autor
Biografía del autor
La vida que perdí
Dedicatoria
Como siempre, agradezco y dedico este libro a mi adorada esposa Lynette, la mujer que me motiva a luchar y seguir adelante cada día, aunque las fuerzas desfallezcan, y mis ánimos se encuentren por los suelos.
Gracias, mi vida, por estar en todo momento presente en mi vida.
Te amo.
Introducción
Hace un tiempo, no tanto en el calendario, pero lejano en mis deseos de seguir escribiendo, me hallaba laborando en un lugar, cuando, por diversión, o quizás por aburrimiento, comencé a observar a las personas a mi alrededor, las situaciones que se formaban, las palabras y gestos que se sucedían, y vi, aunque ya lo conocía de primera mano, el comportamiento del ser humano, en este caso el puertorriqueño, y cómo reaccionaba ante diversas situaciones en el trajín diario de nuestra sociedad.
Quedé sorprendido, poco, no mucho, para ser sincero, pues lo que veía y sentía era parte de este cúmulo de emociones mixtas que nos distingue por encima de otras naciones, aunque, debo de decirlo, no sé si para bien o para mal.
Tendría que adentrarme un poquitín en nuestra historia como pueblo, a sabiendas de que a algunos llamados eruditos no les agradará lo que expondré a continuación, pues esa es una de las características del isleño, criticar por deporte, pero eso lo conversaremos más adelante, en un capítulo especial dedicado a ese renglón, pues no quiero adelantarme a los acontecimientos. O quizás en otro libro.
De todas formas, tengo que indicar que, no obstante, las furibundas críticas de algún sector que recibiré por escribir este libro, seguiré en mi empeño de trasmitir a la presente generación, y a las futuras, si llegamos allá, las incongruencias de una cultura que se pregona muy diferente de lo que es, una disociación casi total de lo que antes éramos y en lo que nos hemos convertido con el pasar de los años.
Retratar, por así decirlo, a un pueblo, no es sencillo, todo lo contrario, ardua tarea para cualquiera, pero no aspiro a nada que no sea realizar un corto viaje por el baúl de los recuerdos, de las vivencias, desde mi tierna infancia, adolescencia, madurez, hasta mi presente, ya entrando en la vejez que no perdona, pero que ineludible llegará a nuestra existencia, por más que huyamos y nos escondamos detrás de innumerables artilugios para evitarla.
Reconozco que soy considerado como un escritor de libros de suspenso y motivación, y alguno que otro que no cae dentro de estas dos categorías anteriores, pero sentí el deseo intenso de sacar de mi corazón algunas de las cosas que pienso sobre el particular, en este caso ciertas situaciones del diario vivir que se han convertido, en lugar de excepciones de la regla que nos guía en muchos aspectos, y que han ido convirtiéndose en formas de vida que cada día que pasa nos aleja de lo que en su momento fuimos como gente, como pueblo, como seres humanos identificados con tradiciones y costumbres que nos dieron nuestra identidad como puertorriqueños.
Recuerdo mi niñez temprana, donde el mundo era distinto al que hoy vivimos, y admito que, aunque algunos difieran de mi pensar, era mejor en todos los aspectos, desde las tradiciones y costumbres que todos en la familia seguíamos, hasta el respeto que sentíamos por todo y todos, y que hemos ido perdiendo en el camino hasta nuestro presente.
Creo que me alejo un poco de lo que voy a tratar aquí, en mi libro El país de los estúpidos, y aunque suene al oído, para ciertas personas, ofensivo o denigrante, no me refiero por el título a que todos los que en mi isla residimos seamos así; solo un sector de la población que ha ido aumentando en forma gradual en el trascurso del tiempo, y que ahora tratan de dictar el derrotero del camino a seguir.
Como todo en la vida, no podemos caerle bien a todo el mundo. La mitad de las personas que conocemos en la ruta de nuestra historia terrenal nos alabarán por cualquier cosa; otros, nos condenarán sin conocer los factores que expondré en este escrito, sin ni siquiera leerlo, y menos comprender y aceptar que, en algún momento a lo largo de décadas pasadas, el borincano perdió el rumbo bonito que nos llegó a distinguir sobre los demás países.
Traeré a colación ciertas situaciones, algunas pocas, en este primer libro, sobre lo que significa en la actualidad el desenvolvimiento diario del borincano, y sin deseos de provocar discordias donde en realidad no existen, solo en las mentes intransigentes e ignorantes de la realidad cruda que hoy en día experimentamos cada vez que salimos a la calle, y aun en nuestro entorno familiar o cercano. Esta historia es la punta de lanza, el preámbulo, el precursor de muchas otras que en el futuro escribiré, relatos de la vida real, aunque en un contexto ficticio, pero que nos toca de alguna forma a cada uno de nosotros.
Queremos en muchas ocasiones disfrazar las verdades, porque en nuestro interior sabemos que son reales, pero atacamos y juzgamos con celeridad, sin entrar en detalles, todo lo que sentimos un peligro para nuestra opinión particular, y que amenaza, o eso creemos, la base en la que descansa la superficial sociedad en la que vivimos.
Tengo tantas cosas por decir, que ni sé por dónde comenzar, pero trataré de hacerlo de la mejor manera posible, y como dije antes, sin ánimos de ofender a nadie. Habitamos en el país donde existe, por así decirlo, una Generación de Cristal que está dispuesta al ataque personalista sin fundamentos, por lo que pienso que los primeros temas serán abordados por ciertos lectores con pinzas, pero dispuestos a refutar las verdades expuestas en ellos.
Para los gustos están los colores, y al que se ofenda apenas se atreva o digne a leer este libro, mis condolencias, porque permanecerá ciego el resto de su existencia, aunque vea que la luna se cae en pedazos, y no ciertamente en partes de queso.
A los demás, mis felicitaciones, porque significa que se encuentran en la categoría de la gente inteligente, humana, comprensiva, empática, que tuvimos en mayoría en el pasado, y que al día actual ha menguado drásticamente por los cambios culturales y económicos que hemos venido sufriendo con los años.
El ser humano cambia porque quiere, sin pretextos, no porque lo obliguen, aunque tenga necesidades, como todos, pero ya eso es materia de otro costal, y creo que tocaré algún tema con este principio ineludible, pero refutado por algunos descreídos que no creen ni en la luz eléctrica, y menos en la identidad patrimonial que llevamos con orgullo, aunque haya sido quebrantada en muchos lugares sin defensa por nuestra parte. Nos dejamos pisotear en aras del supuesto llamado progreso, pero ¿progreso de qué, cuando nuestra isla se destruye a cada hora más, y no hacemos nada por cambiar las circunstancias que nos rodean? ¿Justifica lo que recibimos el olvidarnos de lo que fuimos? ¿Vale la pena dejar de ser puertorriqueño en favor de cosas que a la larga traen más perjuicio que beneficio?
Sin más preámbulos, que comience la exposición de realidades del Puerto Rico actual a través de los ojos de Roberto, el protagonista de esta historia.
Prólogo
Otro amanecer lejos de mi hogar. No por la distancia, sino por el sentimiento de pesar que me embarga cada vez que debo abandonar mi casa para ir a laborar. Hacerlo no es una deshonra, pero a veces, el lugar donde lo hacemos sí lo es.
Soledad casi absoluta, en un entorno tranquilo, pero riesgoso a la vez. La oscuridad se cierne sobre mi cabeza, y las decepciones acumuladas por tanto tiempo trastocan la indiferencia de un corazón, que no obstante latir, está muriendo por dentro.
Camino de un lado a otro, y un mortal aburrimiento de vivir se apodera otra vez de mi ser, pues, aunque lo niegue, lo que realizo en este momento no es lo que soñé hacer cuando era niño. Ni por asomo se podría comparar.
Trato de cerrar mis ojos por un segundo, pero el deber me impide hacerlo, pues un desliz momentáneo puede traer consecuencias fatales en muchos aspectos.
El encargado del almacén me llama, y me acerco, como cada madrugada, a recoger las llaves que abrirán los portones traseros del complejo comercial.
Mientras camino hacia allí, de nuevo los