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Sin Anestesia: Crónicas De Un Insensible
Sin Anestesia: Crónicas De Un Insensible
Sin Anestesia: Crónicas De Un Insensible
Libro electrónico253 páginas2 horas

Sin Anestesia: Crónicas De Un Insensible

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Sin anestesia trata sobre un joven aquejado por una extraña malformación
arteriovenosa que puede descarrilar todo su proyecto de
vida y el de quienes están a su lado; pero, aunque esa sea la trama
concreta, no se queda ahí. Los hechos, articulados como un texto
de lectura fácil y provechosa por una profesional de la medicina con
experiencia literaria, quien emplea para este fin la técnica de la
entrevista comentada, ofrecen bastante más que una crónica dolorosa:
nos dan una perdurable lección de vida y un edificante
testimonio de lo que representa la solidaridad y el amor familiar en
estos tiempos en que tantos valores parecen relegados. La obra nos
toca, nos involucra en diversos sentidos, pero, principalmente,
corrobora que, como hechura divina, somos infinitamente superiores
a la mejor máquina concebida por manos mortales.
IdiomaEspañol
EditorialBookBaby
Fecha de lanzamiento28 sept 2016
ISBN9781483583150
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    Sin Anestesia - David Rodríguez Solano

    2013

    1

    Evocando

    Imágenes, documentos, música, videos.

    Una máquina cuyo orden se ha perdido, no hay botón de reinicio, no es posible desfragmentarla. Muchos archivos traspapelados en carpetas que no les corresponden; unos incompletos, otros borrados en su totalidad. Esto es lo que soy ahora. Dicen que la mente humana es como una computadora, pues la mía parece estar luchando a diario por recuperarse de un colapso en su sistema, como si un malévolo troyano hubiese vivido por años oculto en el centro de la máquina para luego emerger, poner en peligro mi vida y apropiarse de mis recuerdos. Permanecen todavía muchos procesos intactos, otros están descompuestos de forma irremediable.

    Me pides que evoque mi pasado, mi vida, los recuerdos intactos de ese suceso que nos cambió todo y a todos. Pierdes tu tiempo. Si mi mente fuese una computadora, te diría que está agujereada por un worm. Pero puedo intentarlo, buscaré entre mis archivos y rogaré porque el malvado virus no haya acabado con todas mis memorias de infancia. A simple vista, un desempeño adecuado; abro la carpeta de imágenes, las de ese tiempo, que están con mayor presencia en mi cabeza. Algunas se perdieron y las pocas que permanecen están pixeladas, como si un usuario inexperto las hubiese copiado y pegado en la más baja resolución. Solo contornos, colores, al verlas en tamaño pequeño parecen distinguirse; luego, al abrirlas, decepción.

    La fotografía de un cumpleaños. No le daba importancia al lugar donde estamos hasta que analicé esta imagen, los colores que la colmaban no eran fieles al escenario en el cual me encontraba. Esta casa es el único hogar que he conocido, pero los recuerdos que poseo de ella no están del todo completos. A simple vista, da la impresión de que los muebles y su distribución cuentan su propia historia. La ausencia de retratos familiares en la sala de estar; muchos lo comentan, pienso que no es necesario ostentar ante los visitantes, apenas cruzan la puerta, las poses y logros de tus hijos.

    El cambio que encontré en esta casa, al regresar después de una larga ausencia por estudios, era notorio, pero sin tener esa evidencia pasada frente a mí, no lo hubiese apreciado en su total magnitud. Para empezar, los colores de las paredes son diferentes, como si fueran las cuatro estaciones del año. Al cruzar el umbral, el verano: la pared rosada teñida de visos naranjas, como el amanecer, dos sillones que parecen confrontarse tanto por su posición como por sus colores, blanco y negro, pero todo pacífico y armonioso. Junto a la sala, la biblioteca. La pared pintada de naranja contrasta con el marrón del estante en el que reposan textos, algunos ensayos, novelas y libros de motivación. La sala inmaculada, el piso de mosaicos en tono blanco hueso.

    Al entrar a la casa, es esa sala la que te recibe con los brazos abiertos, con la calidez y la paz que encuentras al ser bienvenido en una familia. Después de ella, la cocina, sin puerta de entrada, basta con querer visitarla para hacerlo. Esta sección sería el invierno, pues sus paredes de color azul y mosaicos blancos detrás de la estufa dan la impresión de frío, pero es el único lugar de la casa en que se genera tanto calor que en cualquier invierno sería bien acogido. Cocinar se convierte más que en una tarea doméstica, en una diversión; hay que esmerarse porque los alimentos sean degustados con placer, además de cuidar que sean saludables o necesarios.

    Junto a la cocina está la segunda sala, con paredes pintadas de verde oscuro parecido al del césped, un espejo que casi cubre la mitad de toda una pared, dos sillones y una silla color pardo; del otro extremo de la sección un televisor y, debajo de este, un mueble. Esta sección, por los colores, sería la primavera; tiene además dos ventanas en las que las aves hacen sus nidos y se escuchan sus cánticos. La mesa del comedor, próxima a la cocina, está solitaria; nadie se sienta ahí ahora; anteriormente, era un sitio de conversación durante la cena.

    ---P.Z. ¿Te has fijado que ya casi nadie hace eso en casa? Hablar y comer en familia, sin más distracción que la de las intervenciones de cada uno.

    Sentarse a la mesa a comer y compartir impresiones del día, ahora suena extraño. Mi familia aún lo hace, a veces, pero yo no participo con tanta frecuencia, pues no me siento libre para hablar de lo que quiera y cuanto quiera. Ellos se agotan de escucharme, o bien mi padre, que sufre dolores de espalda, prefiere irse rápido a descansar. Yo, en cambio, podría pasar horas, noches y días enteros conversando con quien esté dispuesto a escucharme y a compartirme sus impresiones. Ironía cruel, mi capacidad para hablar también sufrió las consecuencias. Pero luego volveremos a ese tema.

    Junto a la cocina abierta a dos pasos de esta, la otra sala. Todo se ve, todo se huele y se oye, no existen barreras ni puertas en estas habitaciones. La mía fue ampliada: más espacio, baño propio, armario privado; la de mi hermano, reubicada en una esquina escondida de la segunda sala, discreta, desapercibida, así pasaría él si no le diera por abrir la puerta y unirse a la algarabía de una noche de domingo. Completan el cuadro la recámara principal y una discreta oficina para el ejercicio mental y físico. En el pasillo, un hermoso portallaves alusivo a Suiza. Antes de que conozcas la historia que te contaré, ese objeto es solo un suvenir más; luego, todo encaja. Es un recuerdo de un viaje, una tortuosa travesía, un pasaje de ida cuya vuelta no estaba asegurada.

    Y heme aquí, en la primavera, frente a ese mueble que no es lo suficientemente alto para verse al espejo; abro gavetas y busco esos álbumes de fotografías, libros que encierran pedazos de mi vida, capturados en un pasado que ahora en el presente tengo problemas para recordar, o peor aún, viendo las fotos no recuerdo que haya pasado lo que en ellas veo. La evidencia está, no hay duda, ese soy yo, pero ese recuerdo no lo tengo en mi cabeza. Ahora bien, si no lo recuerdo, ¿lo viví? La enseñanza que esa experiencia me trajo, al olvidar el suceso, ¿nunca quedó en mí? o pudiese ser que las enseñanzas que la vida me ha dado se quedaron conmigo, pese a que no recuerde cómo las obtuve.

    Me pregunto ahora, ¿qué es vivir? Cronológicamente, es pasar de un segundo a otro con tu cerebro y corazón activos, pero ¿eso es todo? Las emociones son una gran parte de la vida, ser feliz es parte de la vida, pero si fui feliz y no lo recuerdo, esa parte de mi vida sería nula en el presente. Puedo construirme una idea, puedo ayudarme con los cuentos y versiones de las personas que estuvieron ahí, pero sería algo inventado ¿no? ¡No sé qué fue lo que viví!

    ---P.Z. Debe ser difícil perder parte de tus recuerdos. Entiendo que quieras contarme tu historia tal como la conservas, pero a veces debemos ser indulgentes con las artimañas que nos juega nuestro propio cerebro. Déjate ayudar. Estoy segura de que aquí hay álbumes, recuerdos, baúles con ropa desteñida, pañuelos desteñidos por lágrimas de alegría y de dolor. Tal vez la falta de retratos familiares en la entrada se deba a que tus padres prefieren atesorar esos cuadros más cerca de su corazón. Pero volvamos a nuestra tarea. Quizá las eternas instantáneas de papel te ayuden.

    No pierdo nada con intentarlo, con abrir cualesquiera de estas galerías de caras sonrientes, malos peinados, atuendos que ahora me hacen reír, familiares que ya se despidieron o que nunca conocí; este podría ser el mejor apoyo para mi mente. Si les preguntas a mis hermanos, dirán que mi memoria es poco confiable, que no guardo más que una colección de imágenes desordenadas, cuyo lugar en la línea de tiempo se ha perdido. Detesto el olor de estos álbumes viejos, todos cubiertos de polvo. Me irrita la nariz. Suele pasar que este material se deteriora, aunque mi madre se encargó de conservarlo de la mejor forma posible. Ahora, a buscar esas fotografías entre los miles de fotos que hay aquí, una vida entera en cuadros congelados. ¡Mira la cara que tengo en todas!, siempre he odiado posar para esas fotos. Aquí están. Estas corresponden a los meses antes y después de la primera vez.

    ---P.Z. Dime lo primero que recuerdes mientras las observas.

    Recuerdo el nombre de mi compañera de baile en la graduación de sexto grado, pero no evoco nada de la fotografía donde aparezco ya con el diploma. Reconozco la colcha junto a la silla en la mañana de Navidad de 1997, pero no recuerdo un solo detalle de la celebración. Solo recuerdo con exactitud una en la que me senté a llorar, pues pensé que mi madre iba a morir. Otra instantánea. Esto es en Arkansas, no, espera... ¿para ver? No. Sí, Arkansas. No, eso es Suiza, lo distingo por el piso y las montañas.

    La inexactitud del recuerdo de la fotografía en cuestión, no hace justicia a lo trascendental de la ocasión captada en ella. No es un viaje familiar de vacaciones de verano, aunque así parece si seguimos la historia que cuentan las imágenes sin preguntar detalles. Mi hermano menor, Luis Carlos, divirtiéndose en un lago; toda la familia en el zoológico; en esta aparezco junto a Tati, mi hermana mayor, en primer plano y de espaldas a unos elevados picos, sobre una calle empedrada, rodeados de edificios y árboles. Definitivamente esto es Suiza.

    La historia cambia al llegar a la fotografía de mi cumpleaños número trece. Gracias al número en las velas, sé de cuál celebración se trata. El recuerdo es el más lúcido de todos. Ya había regresado, reconozco a mi primo José, mi mamá, mi hermana y mi hermano. Yo de pie frente al pastel, sonriente, junto a dos niñas: mis amigas Dani y Ariela.* Recuerdo ese día. Llegaron a visitarme, estábamos en mi habitación, los tres usábamos aparatos de ortodoncia para ese tiempo. Yo tenía plastilina de juguete y no recuerdo cómo, pero Dani quedó con eso en los dientes. Anécdota graciosa que adorna el resto del relato, del que no me quedan más que imágenes estáticas de los momentos que circundaron ese suceso.

    No recuerdo nada del cumpleaños anterior a ese, de todos modos para mí era un día más. ¿Para qué celebrar que tienes un año más de vida, cuando lo importante es que tienes un día más cada vez que te despiertas? Volviendo a la celebración siguiente al hecho que marcó mi vida, trato de imaginar qué pensaba ese día. ¡Mira esta imagen!, mi rostro no lo dice, pero sí recuerdo qué pensaba: me dolía la cabeza, llevaba puesta una gorra porque no tenía cabello del lado izquierdo, pero no importaba, estaba junto a muchas personas que conocía y que me querían, algunas de las cuales jamás pensé que estarían conmigo en ese momento. Sobre todo con Ariela, no tenía ese vínculo, esa cercanía, no lo recuerdo. Con Dani sí hablaba, pero solo para aconsejarla sobre los chicos.

    Cuando la escuela entera se dio cuenta de la razón por la que yo no iba a clases en segundo y parte del tercer bimestre, y que tal vez perdería el año, fueron ellas quienes me visitaron apenas regresé de Arkansas y de Suiza. Tomé estos gestos como algo casual, pero no fue así. Acudieron a visitarme por meses. Regresé cuando casi acababa el tercer bimestre. Mientras Ariela sacaba fotocopias y me prestaba sus cuadernos para estudiar, Dani me explicaba lo que yo no lograba entender. También le avisaron a otra amiga, Beba, quien también comenzó a visitarme, pero ellas dos me marcaron mucho, dejaron en mí permanentes huellas de agradecimiento. No entiendo a qué se debió que me visitaran, pero jamás lo olvidé y siempre lo atesoraré.

    No mantengo comunicación con ellas en la actualidad; las perdí del radar. Es la dinámica que pasa en toda escuela, pienso yo. Cada uno tiene su grupo, pero al año siguiente llegas entusiasmado a estar con tus amigos y te han cambiado de salón, te revuelven con otros y te obligan a comenzar de nuevo en algo que ya es bastante difícil. Así pues, ya no teníamos ese tipo de relación, frecuentábamos a otros compañeros, ya que si estás en cuarto año, por ejemplo, y desarrollas unos buenos vínculos de amistad, cuando pasas a quinto año te cambian de aula y los ves, con suerte, unos quince minutos en la hora de recreo, pero poco a poco se va deteriorando esa relación. Cada vez que terminaba el cuarto bimestre, ya no sabías nada de ellos. Mis amigos eran ahora los de mi vecindario con quienes pasaba los días de las vacaciones, pero también buscaba entretenimiento en Internet o viendo televisión.

    ¿Qué más puedo contarte? Puedes interrogarme sobre todo lo que quieras saber, cómo se dieron los hechos, qué pensaba yo, qué sucedió con mi familia, con mis amigos, con mis dedos ahora forzados a adaptarse a una nueva e intangible realidad. No sé si podrás confiar en la veracidad de mis palabras, tampoco sé siquiera si yo mismo puedo confiar en la exactitud de mis recuerdos, aunque trataré de hacerlo.

    ---P.Z. Me parece que esa es la esencia de las fotografías, trabajar como un disco de respaldo para nuestros saturados sistemas operativos mentales, hartos de información trivial y materialista, evitar que perdamos nuestras memorias. ¿No te parece?

    Puede ser, puede que al contrario, al observarlas y tratar de evocar lo poco que queda intacto y detallado, me percate de lo mucho que he perdido. Depende de la perspectiva de la persona, alguien las guardará para dejar evidencia de su paso por este mundo o de su papel en determinada situación; otras te dirán que lo hacen como parte de la costumbre familiar y social de atesorar momentos agradables, pero el que posa para una fotografía no siempre lo hace para que en un futuro pueda evocarse a sí mismo o a su pasado, pero lo hace. Las fotos son documentos de prueba de un estilo de vida. Nunca me ha gustado tomarme fotos, ahora tampoco. No sé cuál es la razón exacta, recuerdo que de pequeño estaba en un centro comercial y mi madre empezó a tomarnos fotografías de cada gracia que hacíamos; mi hermano salía en todas, pero yo me quedaba atrás, fuera de foco, en segundo plano. Sin embargo, gracias a esas imágenes congeladas sé cuán hinchado estaba después de la cirugía, por los efectos de los corticoides. Gracias a ellas, recuerdo cómo era el médico que me operó; además, le debo a la magia de la fotografía, los recuerdos que guardo de mis amigos del vecindario.

    Otros archivos siguen ahí, atormentándome a veces. Hay algo que muchas personas suelen decirme luego de lo que me pasó: Dios debe tener un plan muy grande para ti. Cuando escucho esa expresión, me siento con un peso del tamaño de la galaxia en mis hombros. ¿Qué tipo de plan?, ¿de qué me hablan? Desde los doce años escucho eso de las enfermeras que me hablaban en inglés, de mis tías aquí en Panamá, de mis compañeros de la escuela, de los profesores... Pensé mucho sobre qué tipo de plan era ese, qué es lo grande que debo hacer.

    Al cumplir catorce, veía una caricatura y pensaba en eso; puede que yo salve o guíe a una persona que a su vez haga algo grande y que gracias a mí no se haya matado, o que se anime a hacer algo que siempre soñó, pero después de que termine ese tipo de plan, ¿qué me toca hacer? ¿Me muero? ¿Por qué uno tiene que vivir para un solo plan? ¿Por qué no puedes vivir con varios planes? Mejor aún, ¿por qué no vives, simple y sencillamente?

    Esto es lo que se repite en varios credos y religiones. Gracias a todas estas expresiones que me han dicho, aunque al principio no les ponía mayor atención, empecé a buscar ese sentido en las cosas, el porqué de esas frases, a cuestionar cuál sería esa misión de la cual tanto me hablaban. Al final, concluí, tengo que vivir, es todo. Probablemente, ese plan del que tanto me han hablado se refiera a que yo siga mi vida tal y como está, tal cual estoy viviéndola. Tal vez sea esa mi manera de cumplir con ese plan que parecen todos conocer, menos yo.

    Sé que quieres hacer de esta conversación un testimonio de heroísmo, de logro y superación. Esta historia para mí no tiene nada de loable ni de heroica, como algunos me han dicho. No es un milagro, es lo que me tocó vivir. ¿Por qué tenemos este incesante deseo de buscar una explicación de las cosas incomprensibles? ¿Por qué será que los logros de una persona con un pasado doloroso y triste son más notables que aquellos logrados por una persona sin tantos problemas? ¿Quién dice que un ser humano tiene más mérito con sus logros por el simple hecho de haber pasado algún sufrimiento, que aquel que no pasó por ninguna penuria? Quien vivió una experiencia traumática es felicitado, encomiado; quien vivió un pasado tranquilo sin traumas, es relegado a convertirse en una máquina de logros, pero sin gozar de las alabanzas de los demás.

    La ventaja es no tener a nadie diciéndote cómo vivir la vida, en busca de esa misión desconocida e inexistente. Hay que vivir haciendo aquello que a la persona le gusta hacer, sin molestar a nadie mientras encuentra su lugar en el mundo. Esto es lo que todos debemos hacer, en mi opinión.

    *Todos los nombres en esta obra son ficticios, excepto aquellos de los cuales obtuve permiso.

    2

    Antes de todo

    De lo que pasó antes del episodio, no recuerdo mucho. Conservo ciertos momentos clásicos de la infancia: lo que me divertía, los juegos que practicaba con mi hermano, algunos pasajes con

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