Tal como lo viví
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Tal como lo viví - Rodrigo Álvarez Cambra
Índice de Contenidos
Agradecimientos
Prólogo
Primeros pasos
Mi familia
El colegio
Mis primeras rebeldías
Hasta que me hice médico
Crisis del Caribe
Ciclón Flora
Médico e internacionalista
¿Vietnam? ¡África!
Visión de futuro de Fidel: elevar el nivel de la ortopedia
Hospital Ortopédico Frank País
Desarrollo de la ortopedia en Cuba
Traumatología deportiva
RALCA
Clavo Placa RALCA para fracturas de cadera
Prótesis de cadera
Prótesis de rodilla
Rehabilitación
Artroscopia en Cuba
Enorme tumor en la pelvis
El deporte paralímpico cubano
Algo para recordar… mis pacienteS
Sadam Husein
Juan Velasco Alvarado
Políticos de Cuba
Armando Hart
Blas Roca
Carlos Rafael Rodríguez
Celia
Ricardo Cabrisas
Personalidades políticas y mandatarios extranjeros
Alí Rodríguez Araque
Humberto Ortega
Rafael Correa
Mis logros
artísticos
Alicia Alonso
Azari Plizetski
Consuelo Vidal
Frank Fernández
Fernando Alonso
Guayasamín
Luis Carbonell
Menia Martínez
Omara Portuondo
Rosa Fornés
Wifredo Lam
Mis logros
deportivos
Alberto Juantorena
Lázaro Vargas
Luis Alberto Sotolongo
María Caridad Colón
Michael Sánchez, el Ruso
Mireya Luis
Pedro Pérez Dueñas
Roberto León Richard
Teófilo Stevenson
Yumileidi Cumbá
Y para terminar… El Caballero de París
La ortopedia cubana hacia otros horizontes
América Latina
México
Brasil
Países árabes
La Asociación de Amistad Cubano-Árabe
Kuwait
Qatar
Yemen
Jordania
Reino de Omán
Unión Soviética, Federación Rusa. Los heridos en la guerra de Afganistán
Baibakov: amigo y paciente
Heridos en Afganistán
Solidaridad ante las catástrofes
Terremoto de Chile
Desastre en Pakistán
Anécdotas
Con Sadam Husein
Hospital Frank País en Bagdad
Obsequio bumerán
Préstamo cero porciento
El precio de un olvido
Entretenimientos en Irak
Monumentos
El calor en Irak
Durante las guerras
Peculiar celebración
Una carta profética
Mi amigo Sadam
Pacientes de Perú y el turismo de salud
Terrible accidente y la medicina privada
Velasco Alvarado: de paciente a amigo
Velasco Alvarado y Pinochet
Técnica de salvación
Con García Márquez
Armando Valladares
La mama de Fidelito
Stevenson vs. Mohamed Alí
El obsequio de Preval
El CIMEQ
El RALCA y la bestia
No intervine a Alain Delon
Yo, paciente
A la tercera fue la vencida
Con el profesor Ilizárov
Cuando se acaba el protocolo
Encrucijada en Miami
Reconocimiento de Nicaragua
Momento inolvidable
Meta Cumplida
Datos de los autores
Edición: Pilar Sa Leal y María de los Ángeles Navarro González
Diseño de cubierta: Seidel González Vázquez (6del)
Diseño interior y realización: Elvira M. Corzo Alonso
Fotografía de cubierta: Frank Ruiz Alfonso
Corrección: María de los Ángeles Navarro González
Emplane: Madeline Martí del Sol
© Rodrigo Álvarez Cambras y Mabel Rodríguez Carreras, 2021
© Sobre la presente edición:
Editorial Científico-Técnica, 2021
ISBN 9789590512445
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO
Editorial Científico-Técnica
Calle 14 no. 4104, e/ 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba
editorialmil@cubarte.cult.cu
www.nuevomilenio.cult.cu
AGRADECIMIENTOS
A la vida por haberme permitido vivir 85 años junto a un pueblo valiente y socialista; por haber podido seguir de cerca momentos trascendentales de mi país y poder expresar en mis memorias lo que representa el valor y la libertad para el pueblo cubano.
A mi familia, a mis hijos y a mi compañera Mabel, quien de forma abnegada me ha acompañado en esta aventura de relatar mi historia: la de un cubano humilde y revolucionario que lleva en su corazón el pensamiento del apóstol, las ideas de Fidel y de todos aquellos que con su sangre regaron el camino de la victoria.
A las editoras María del Pilar Sa Leal y María de los Ángeles Navarro González, quienes me ayudaron a llevar a feliz término la obra que encierra mi vida, así como a todo el equipo técnico que trabajó en el libro.
A la querida Maritza Verdaguer, pues con su ayuda pude descifrar y utilizar los secretos para ilustrar de manera espléndida esta biografía.
En fin, agradezco eternamente a tantas personas amigas que me impulsaron para llevar a cabo esta sencilla, pero sincera historia de mi vida.
Prólogo
Foto_01_Eusebio_Leal¿Cómo resumir en letras lo que no cabe en ellas? En momentos cruciales de su existencia, José Martí expresaba esa preocupación en su epistolario memorable. Ahora me embarga un sentimiento semejante al leer esta obra del profesor doctor Rodrigo Álvarez Cambras. Bajo el título Tal como lo viví, se testimonia una época de ardorosa creación, en la cual se inserta la del propio autor, reconocido cirujano ortopédico a nivel internacional.
A su carácter voluntarioso y vocación genuina por la medicina, se aunó su compromiso con la esperanza de lograr una Cuba mejor, gracias al alumbramiento de una revolución profunda y transformadora. Su disciplina y consagración lo distinguieron cuando, al desempeñarse como joven médico rural, vistió de ropa gris en profunda y clara identificación con los más pobres y olvidados.
Esa facultad de entrega se puso de manifiesto durante su participación en las misiones internacionalistas en el continente africano. Álvarez Cambras contribuyó a esa misión histórica, cuya trascendencia es haber borrado todo vestigio de colonialismo en el mundo, tal y como lo quiso Ernesto Che Guevara. Asimismo, se cumplía una deuda de gratitud con los millones de esclavos negros que contribuyeron a la forja de la nación cubana como una mezcla de sangres y culturas.
Siguiendo la estela dejada por el insigne Joaquín Albarrán en París, cuna mundial de la medicina durante el siglo xix, allá fue Álvarez Cambras a perfeccionar sus estudios de ortopedia por mandato expreso del Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz. A su regreso, asumió la dirección del Hospital Ortopédico Frank País. Desde allí, inmerso en su cubículo, donde atesora diplomas, condecoraciones y reconocimientos, aportó sus conocimientos al desarrollo de la ortopedia y la traumatología en Cuba.
Personalidades relevantes de distintas latitudes del planeta reclamaron su juicio y hábil mano de cirujano en momentos de angustia e incertidumbre. A ellos también brindó el trato psicológico indispensable para lograr el restablecimiento después de las intervenciones quirúrgicas. Capítulo aparte merece la atención al ilustre general peruano Juan Velasco Alvarado, momento en que conocí a Rodrigo y, desde entonces, me ha honrado con su amistad.
En medio de las esperanzas extendidas por lograr el triunfo inequívoco de la justicia social, de cuya utopía posible eran Fidel y Cuba un referente perenne, correspondió a Álvarez Cambras cumplir la tarea de trasladarse al lejano mundo árabe, y brindar allí toda su experiencia como médico y revolucionario. De ahí su designación para presidir la Asociación de Amistad Cubano Árabe (AACA) en coordinación con el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP). Cuidó con esmero a los heridos en la guerra de Afganistán, entre otras misiones de alta responsabilidad.
El deporte cubano en el período revolucionario no puede escribirse sin su nombre. Ha salvado la carrera de centenares de atletas lesionados, entre ellos, varios campeones olímpicos, ofreciéndoles el justo remedio para sus dolencias. Teniendo él mismo alma de atleta, el lema de su vida como médico ha sido servir a la patria cubana con sentimiento de gratitud, más allá de cualquier ofrecimiento o encumbramiento.
El doctor Rodrigo Álvarez Cambras ha honrado las ciencias médicas y su nombre prevalecerá junto a los grandes galenos de Cuba en todos los tiempos. Sin embargo, solo gracias a la Revolución, bajo el liderazgo de Fidel, su amigo entrañable, los servicios médicos más avanzados se convirtieron en un derecho de todos los cubanos y se extendieron a otros pueblos hermanos. En ese resplandeciente contexto, nuestro hombre ha podido escribir simple y sencillamente como título de sus memorias: ¡Tal como lo viví!
Foto_00_Firma_de_Eusebio_LealEusebio Leal Spengler
Primeros pasos
Mi familia
Por esas casualidades que tiene la vida, nací en La Habana en lugar de Candelaria, entonces provincia de Pinar del Río, donde vivía mi mamá, María Isabel Cambras Soriano. Ella tenía un embarazo gemelar y en esa provincia no existían condiciones para atenderla, por lo que la trasladaron a la clínica Hijas de Galicia, en la barriada de Luyanó, en la capital.
Mi padre Rodrigo Álvarez Collar era español, de la aldea San Román del Consejo de Candamo, cercano al Consejo de Grado, provincia de Asturias, donde se crearon los primeros grupos para provocar la salida de los árabes de España, por lo cual se la reconoce como la ciudad primada.
En la puerta de su muralla hay una mosca con dos espadas cruzadas, por eso a los nacidos en esa ciudad les dicen moscones.
Foto_1.1Con tres años de edad.
En 1996 me otorgaron el Moscón de Oro, la más alta distinción de la ciudad de Grado, debido que mi familia participó en la lucha contra la invasión franquista. Las hordas fascistas asesinaron al alcalde y fusilaron a sus familiares. El hijo del alcalde, José Abascal, de solo siete años de edad, fue uno de los niños que enviaron por vía marítima a la Unión Soviética, para protegerlo de los fascistas. Este niño se crió en la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) sin tener idea de sus familiares, se casó, estudió y vino a trabajar a Cuba. En un periódico leyó que había una persona que portaba sus mismos apellidos. Investigó y encontró que esa persona era su tío, Isaac Abascal, casado con María de Jesús, prima hermana mía. Así, después de tantos años, este hombre encontró a su familia. La madre que aún vivía en Oviedo viajó a Cuba y se reunió en mi casa toda la familia. Mi padre era el más joven de la familia y junto a dos de sus hermanas, María y Florentina, Flora, emigran a Cuba pues ya se iniciaba la lucha civil en España; allá quedó su hermano Ramón, fusilado durante la Guerra Civil. Según refiere mi padre, su primo Alejandro murió en combate contra los fascistas.
Foto_1.2Con cinco años de edad.
Foto_1.3Mi abuela asturiana de Candamo.
Mi padre me contaba que era familiar del piloto teniente Joaquín Collar, quien en 1933 junto al ingeniero y capitán Mariano Barberán, llegaron a Camagüey en un avión procedente de Sevilla. Según lo recoge la historia, fueron los primeros en sobrevolar la mayor distancia sobre el océano Atlántico. Al agotárseles el combustible no pudieron llegar a La Habana y aterrizaron en la ciudad de Camagüey, donde existe un monumento en homenaje a ellos. Después partieron a La Habana, donde les ofrecieron varios homenajes, y más tarde levantaron vuelo hacia México, su destino final, pero desaparecieron en el trayecto y nunca se supo de ellos.
Foto_1.4Con José Abascal durante el otorgamiento del Moscón de Oro en la ciudad de Grado.
Mateo Cambras, mi abuelo por parte de madre, era catalán y mi abuela por parte de madre, Isabel Soriano, una típica pinareña, natural de un caserío conocido como Manga Dulce, a la entrada de Candelaria, en la provincia Pinar del Río.
Mi padre fue a trabajar a Candelaria y allí conoció a mi madre. Los españoles acostumbraban a reunirse en grupos: asturianos, catalanes, valencianos, gallegos y en una de esas reuniones se conocieron. Se casaron en La Habana, en 1933, en la Iglesia de Jesús del Monte, debido a que Leonor Cambras, tía de mi madre por parte de padre, estaba casada con un catalán nombrado Agustín Fornaguera y vivían en Luyanó. Fornaguera era negociante con una desahogada posición económica.
Foto_1.5Otorgamiento del Moscón de Oro, en Asturias, con la presencia de Javier Sotomayor, quien también lo recibió.
Foto_1.6En el panteón de Candamo, Asturias.
Foto_1.7Con mis padres.
Foto_1.8Con mi madre, mi padre y mi prima Leyda.
Siendo mi madre jovencita, la tía Leonor la llevó a La Habana para que estudiara en un colegio de monjas nombrado La Domiciliaria, en la Calzada de Luyanó casi llegando a la calle Melones. La tía Leonor tenía el empeño de que sus familiares y descendientes fueran católicos, cristianos. Le decían La Sorda y era famosa en Luyanó, porque andaba con un bastón y con él golpeaba a quien la molestara. La conocí bien.
El párroco de la iglesia de Jesús del Monte, en Luyanó, era familia de mi madre y muy conocido. Le decían Padre Gasolina
, porque tomaba mucho. Un verdadero personaje y lo recuerdo en mi infancia caminando por la calle Fomento, parando en todas las casas, para darse un trago hasta llegar a la suya, en la calle Concha, al final de la calle Fomento.
Mis padres se casaron y fueron a vivir a Candelaria, donde mi madre se embarazó y cuando estaba en el octavo mes, un médico, de apellidos García Rivera, famoso como obstetra y quien iba a Candelaria solo a dar consultas (en Cuba existían pocos médicos y en ocasiones algunos iban cada quince días a los pueblos a dar consultas pagadas) la examinó y encontró un embarazo gemelar. Como mi madre empezó a hacer hipertensión le recomendó dar a luz en La Habana donde había más condiciones. Por eso mi madre se fue a vivir a casa de tía Leonor y en la clínica Hijas de Galicia tuvo su parto gemelar. La hembra, más pequeña, murió a las pocas horas de nacida y quedé como hijo único, lo cual me marcó mucho en la vida. Nací el 22 de diciembre de 1934, dos días antes del cumpleaños de mi padre, quien nació un 24 de diciembre y anhelaba que yo naciera ese mismo día.
Después del parto, mis padres regresaron a Candelaria. Me inscribieron en La Habana y, por insistencia de mi padre, también en Candelaria, por tanto, creo tener dos registros. En Candelaria estuvimos cerca de tres años hasta que nos trasladamos para La Habana, a casa de tía Leonor, en la calle Fomento 158 entre Municipio y Arango.
Todos los años iba a Candelaria. Recuerdo la casa en Manga Dulce, con techo de guano y piso de tierra. De niño, a los horcones del cuarto les tenía un poco de miedo, porque por ellos pasaban lagartos y jubos. Atesoro los recuerdos de aquel lugar. Ya de mayorcito, iba a pasear a Soroa, a cazar tomeguines, escalar montañas en la Sierra de los Órganos y bañarme en el salto de agua de Soroa.
La mayor parte de mi vida juvenil transcurrió en Luyanó, en casa de tía Leonor. Estudié en una escuelita llamada Colegio-Academia Cueto, propiedad Ana María Cueto, su directora; Agustín, su marido, también era profesor; tenía una cara chupada y le decíamos Agustín calavera. Allí estudié hasta tercer o cuarto grado y me hice de buenos amigos. Entre ellos están Manolo Losa Rodeiro (quizás el mejor de todos), hijo de un asturiano que en la esquina de la casa tenía una pequeña bodega; otro fue Alfredito Paz, que llegó a ser un famoso árbitro del béisbol cubano; César Santana, Cesita, un muchachito muy simpático. Bumba, un negro muy buen amigo mío (a mi padre no le gustaba mucho por el color de su piel, aunque no fue racista ni burgués, tenía rezagos). Yo le tenía mucho afecto a Bumba porque siempre me defendí; era más fuerte que yo, y si en una bronca me iba mal, salía en mi ayuda. Además están Rucho, Julito Santana, Osmany, Pepe Bemba, Fernandito; Olguita, una niña del barrio de ojos claros azules y pelo rubio, quien desgraciadamente falleció muy jovencita. Iba en un taxi con su familia, se produjo un accidente y un cristal le cortó la yugular. Su muerte me afectó tremendamente porque le tenía mucho cariño. En el barrio tuve dos amiguitos más: Mirta y Oscarito, hermanos jimaguas, pelirrojos y muy pecosos. Ese era más o menos el grupo.
Todos los años, el Día de Reyes, a cada uno de nosotros nos hacían un regalito; a unos un carrito, a otros, un bate, pelota, pero algunos no recibían nada porque sus familiares no podían darse ese lujo. En ese tiempo mi tía Leonor me daba algunos regalitos por el día de reyes, además de mi tía madrina Flora, que vivía en Santos Suárez, cerca de la casa y tenía una posición económica más desahogada, así que tuve suerte en ese aspecto, no por mis padres, quienes eran bastante pobres.
Mi amigo Cesita, de familia con muy bajos recursos, tenía dos hermanos: Carmita y Julito. Cesita, era el menor. El padre se llamaba Dimas y la madre América. En su casa, la cual frecuentaba, vivían como veinte personas en extrema pobreza. Todos los años en el Día de Reyes, mientras los muchachos andaban con camioncitos o pelotas, Cesita solo tenía una Materva, un refresco grande y muy popular, que costaba cinco centavos, eso le pedía él a los Reyes. Nunca se me va a olvidar, pues lo tomaba desde por la mañana, con pequeños sorbos, y le duraba hasta la noche. Pero llegó un momento que la gente hasta le envidiaba la Materva y se olvidaban de su batecito y del carrito viendo a Cesita con su refresco. Recuerdo esa sensación de lo que representa la pobreza, que él la trataba de aliviar tomando Materva.
En Radio Cadena Suaritos, el refresco se anunciaba así: Tome refresco Materva, que bien frío sabe a sidra
. Esa emisora de radio era muy popular, pese a que trabajaba él solo. Mi padre lo conocía porque era español. También anunciaba otro refresco, la gaseosa Salutaris, la gaseosa que calma la sed
; o decía jocosidades: No es lo mismo ‘¡alto!, ¿quién vive?’, que ‘¿quién vive en los altos?’ o
No es lo mismo dame una gaseosa que dame una Salutaris, la mejor del mundo". Conocí a Suaritos y era todo un personaje.
En el barrio a veces jugábamos a la pelota, en un terreno grande llamado El Arenal, que llegaba hasta los muelles y donde jugaban hasta diez equipos a la vez. En ese lugar se construyó la refinería Ñico López. Formamos un equipito al que le pusimos Las Estrellas de Fomento. En uno de los partidos nos tiraron una foto en la que aparecemos todos, hasta Ricardo, el hermano de Alfredo Paz, ambos fueron destacados árbitros de béisbol. Ricardo murió en un accidente.
La casa donde vivía mi tía Leonor, propiedad de su esposo, era muy antigua, colonial; fue construida en 1860, con dos plantas y puntal alto. Tenía sótano y un precioso patio grande con una fuente. En la planta baja había dos cuartos y arriba estaba la cocina con tres cuartos más. Ella la dividió para alquilarla. La planta alta se la alquiló a los dueños de la escuelita Academia Cueto. Nuestra familia vivía en la planta baja. La casa tenía un zaguán para la entrada de carruajes. Nunca vi entrar a un animal estando yo allí, pero sí carricoches. El zaguán daba a una escalera que conducía a las habitaciones de la servidumbre en época colonial. Desgraciadamente, la casa se derrumbó.
A Fornaguera, el esposo de mi tía Leonor, no lo conocí. Ella falleció después, de noventa y seis años, siempre famosa por su bastón dispuesto al ataque. La recuerdo con sus piernas viradas y andando por las calles con su palo. Hoy sería un buen caso para hacerle una osteotomía. Sufrió una caída en la esquina de Fomento y Rodríguez y se fracturó la cadera. El lugar se hizo famoso por ser donde se había caído La Sorda.
En Luyanó viví hasta los doce años más o menos. Fue allí donde encontré mis dos primeros amores: Elsa e Isabel. Con Elsa tuve un bello romance. Ella estudiaba en el colegio religioso La Sagrada Familia y vivía en la esquina de Pérez y Fomento, en los altos de una bodega. Desde mi casa la velaba cuando se asomaba al balcón o la iba a esperar en la parada, cuando llegaba en la guagua del colegio. Poco a poco nos fuimos haciendo noviecitos, de esos de conversar un ratico, cogernos las manos en casa de Lolita, amiga de ella. Yo iba a la vivienda de al lado de su amiga y por el muro nos tomábamos de las manos y conversábamos. El primer y único beso se lo di frente a la colchonería Matrex, en la calle Enna esquina a Fomento.
Isabel vivía en la calle Rodríguez, casi esquina a Acierto, muy cerca de Fomento, debido a una poliomielitis no muy grave, tenía una pierna más delgada y caminaba con ligera dificultad. Esa fue mi motivación para ser ortopédico. Era una muchacha preciosa, agradable, muy activa y andaba en bicicleta. Íbamos a los cines Apolo, Dora y Gran Cine, muy cerca de la intersección de Agua Dulce. A veces, Isabelita montaba la bicicleta, y yo me ponía los patines y agarrado de la parrilla trasera, rodaba detrás de ella. Teníamos la costumbre de subir por la calle Fomento. Cuando pasábamos por el puesto de frutas de los chinos en Pérez y Fomento, un muchacho muy fuerte que se creía el jefe del barrio y siempre rondaba por allí, hacía comentarios desagradables sobre nosotros dos. No recuerdo su nombre, quizás por lo mal que me caía. Un día cuando pasábamos, le dijo algo a Isabelita que no me gustó. Me quité los patines en un santiamén, lo enfrenté y tiré al suelo. No se me olvida jamás. Me puse a horcajadas sobre él, y con un coco seco que estaba en la calle lo golpeé en el centro de la cabeza. Yo tenía mucha roña acumulada. Él me arañó mucho la cara con las uñas, pero nunca más nos provocó. Cada vez que nos encontrábamos, al parecer se acordaba del coco y se volteaba para otro lado. Esa fue una de las pocas peleas gordas en que participé, pero sí la que más recuerdo. Me tenía harto. Esa es la historia de Isabelita.
De mi padre se decía que era un gallego arrepentido, no un asturiano, porque había vivido gran parte de su vida en Galicia, aunque había nacido en Asturias. En Vigo estudió para perito mercantil. Era socio del Centro Gallego y de Hijas de Galicia y no de la Covadonga, la clínica de los asturianos.
Íbamos a los juegos de fútbol en La Tropical y en La Polar. A mi papá le gustaban mucho, pero a mí me inspiraba más la pelota. Los equipos Centro Asturiano y Centro Gallego eran los mejores, tenían más práctica, los otros se llamaban Hispano e Iberia, también de españoles, pero me imagino que de otras regiones. Puentes Grandes era el único equipo integrado solo por jugadores cubanos. Mi papá siempre fue partidario de Centro Gallego. Me acuerdo que su portero se llamaba Pepín y el de Centro Asturiano, Pedro Pablo Arozamena. El mejor goleador era Pito, negro prieto increíblemente ágil y dinámico de Centro Gallego. Años después, cuando veía jugar al brasileño Pelé, me recordaba a Pito.
Gracias a la gestión de mi padre, me matriculé en la escuela Champagnat, de los Hermanos Maristas, en San Mariano y Saco, en La Víbora. Resulta que mi abuelo por parte de padre, José Rodrigo Álvarez, era hijo del párroco de la aldea de Candamo y se desempeñaba como barquero en el río Nalón que atraviesa la aldea, trasladando personas y ganado de una orilla a la otra del río. Para eso, con una polea halaba una balsa grande, sobre la cual iban las personas y el ganado, ya que los pastos estaban del otro lado del río. Como no había puentes, se ganaba la vida cobrando por transportarlas.
Años antes, había logrado becar a mi padre en los Maristas de Oviedo, porque no tenía mucha plata, y era de los colegios más baratos. Las escuelas religiosas de los hermanos Maristas guardan memorias de sus antiguos alumnos. Así, aparecía mi abuelo con su hijo (mi padre) en una Memoria que rezaba: Antiguos alumnos con sus padres
. Solo había unos quince antiguos alumnos. Gracias a eso le cobraron más barato mi matrícula. La situación económica de mi padre había mejorado algo, por la herencia de un tío que le decían Buey de Oro, porque era muy bruto pero tenía mucha plata. Era Oriundo de Candamo, de donde partieron hacia Cuba muchos emigrantes. Al morir dejó una herencia que legó a un grupo de parientes. En realidad, poseía propiedades por Luyanó, Diez de Octubre, Concha. A mi padre le dejó cuarenta habitaciones de un solar llamado Solar de Lariño, con habitaciones simples y los baños y aseos colectivos en el centro del solar; el local de una bodega de abastos, a cuyo propietario le decían Rúa y otro local grande que tenía una tienda de ropas y sastrería, cuyos dueños resultaron ser tres hermanos que llamaban los polacos, aunque, según mi familia, eran judíos.
Con mi padre, para la memoria de la escuela.
Esto le permitió sufragar mis estudios en los Maristas. En su juventud en España, mi padre había padecido de tuberculosis pulmonar, que mantenía controlada, pero en la década de 1950, cuando yo tenía 14 años, desarrolló una diabetes grave, con crisis incontrolables de asma bronquial. Mi madre con parte de la familia dedicó todos los recursos posibles y casi se arruina. Había aparecido la estreptomicina y se le administraba una inyección diaria, cuyo costo era de diez dólares. Posteriormente se supo que ese tratamiento no resolvía el problema y que era mejor la dihidroestreptomicina en grandes dosis. Se vendieron los muebles de la casa y hasta unos solares. Lo vi padecer durante dos años; fue algo horrible. Su sufrimiento junto a las dificultades de Isabelita me motivaron a estudiar medicina. Mi padre quería que estudiara ingeniería en minas y puentes, pero me decidí por la de medicina, con la idea de algún día poder curar la tuberculosis. Al final de su enfermedad, cuando estábamos prácticamente arruinados, empezó a tratarlo el doctor Antonio Pulido Humarán,¹ especialista en neumología. Nos ayudó mucho. Había preparado una vacuna con la cual varios casos de tuberculosis² se curaron. Desgraciadamente era muy tarde, pues las lesiones de mi padre eran irreversibles.
1 Antonio Pulido Humarán nació el 23 de junio de 1908 en Pinar del Río. Hijo de José Pulido Pardo, natural de Orence, España y de Avelina Humarán Gil, natural de Santander, también en España. Estudió en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santa Clara. Se graduó de bachiller en Ciencias y Letras en 1925. En ese mismo año comenzó la carrera de Medicina en la Universidad de La Habana. Se graduó en 1934 y ejerció como médico en la antigua provincia de Las Villas. En 1949 sostuvo una polémica médica con el eminente neumólogo y profesor Gustavo Aldereguía. Es de destacar su valor para polemizar en términos científicos con ese gran médico cubano. Lejos estaban ambos de imaginar que lucharían por la misma causa de la Revolución cubana. Hoy ambos científicos son recordados con admiración por sus esfuerzos por su país y la salud del pueblo cubano.
2 Pulido desarrolló unas inyecciones a partir de suero equino que elaboraba en una finca a un costado del Hospital Psiquiátrico (Mazorra). Un familiar de mi madre, Paco Castañé, enfermo de tuberculosis no avanzada, se curó con ese medicamento. A petición nuestra, Pulido trató durante varios meses a mi padre. Venía a nuestra casa todos los días para inyectarle el suero a mi padre y al constatar nuestra precaria situación económica, se negó a cobrar por el tratamiento, lo cual le ganó mi admiración y eterno agradecimiento. Fue de gran ayuda para mí al comienzo de mis estudios de medicina.
Hice gran amistad con el doctor Pulido, quien se portó como un familiar más. Recuerdo que dos días antes de morir, estando yo presente, mi padre le pidió encarecidamente a Pulido que me cuidara para que siguiera adelante en la vida, pues yo era hijo único y me quedaba solo, con mi madre y una economía maltrecha. Pulido aceptó ser mi padrino adoptivo y me demostró su aprecio en los años posteriores hasta el inicio de mi carrera, que desgraciadamente no vio finalizar, al ser asesinado por la dictadura batistiana.
El colegio
En los Hermanos Maristas terminé el bachillerato. Es bueno aclarar que los hermanos maristas nunca llegan a ser sacerdotes. Uno de los primeros que conocí fue el asturiano hermano José. Me ayudó mucho, porque el inicio fue duro. Había que ir a misa todos los días, a los internos los levantaban a las seis y media de la mañana. Yo no era interno, pero llegaba temprano en la mañana para la misa; después, a media mañana, había