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¿Qué pasaría si lo que describimos y clasificamos de forma separada como realidad y fantasía, fuera solo el resultado de la pobre percepción que tenemos del mundo? ¿Qué tal si lo que soñamos mientras estamos dormidos, no es solo producto de nuestra mente y en realidad existe en otra dimensión? Lo que observamos en ese sueño es solo un vistazo de

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento5 sept 2022
ISBN9781685742034
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    Entre dimensiones - Zitziki Chávez

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    Entre Dimensiones

    Zitziki Chávez

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos e imágenes fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable por los derechos de los mismos.

    Publicado por Ibukku, LLC

    www.ibukku.com

    Diseño y maquetación: Índigo Estudio Gráfico

    Copyright © 2022 Zitziki Chávez

    ISBN Paperback: 978-1-68574-202-7

    ISBN eBook: 978-1-68574-203-4

    LCCN: 2022916238

    ¿Qué tan ciegos estamos al mundo?

    Por ahí he escuchado que alguien citaba unas palabras que, cada vez que las recuerdo, sólo reafirman creencias que antes permanecieron inquietas en mi interior por muchos años, y con el paso del tiempo sólo las fui entendiendo con el influjo del tiempo mientras éste pasaba por mis cabellos tiñéndolos de plata. Esas palabras incluso llegaron a resultarme coherentes con el mundo en el que ahora vivo. ¿es real algo que no puedo percibir con la experiencia de mis sentidos? Y si no los percibo; ¿realmente existen?, ¿O sólo existen si los puedo percibir?

    Si los perros pueden seguir con su olfato un rastro dejado ahí por algún tiempo, o alcanzan a escuchar sonidos que no están en nuestro rango, ¿qué nos hace creer que experimentamos el mundo al cien por ciento? ¿Qué nos hace creer que somos mejores que ellos?

    Si hay búhos que pueden escuchar a sus presas por debajo de la tierra y a kilómetros de distancia, ¿qué nos hace superiores a ellos?

    La lista puede extenderse al infinito si nos pusiéramos a analizar cada detalle. Pero existirá siempre una que en definitiva siempre serán ellos mejores que nosotros, la raza humana. Ninguna de las especies destruye su medio ambiente. Sólo toma de su hábitat lo necesario para vivir.

    ¿Para qué queremos telescopios y buscar vida en otros planetas si no sabemos cuidar al nuestro y tampoco sabemos observar y respetar la belleza de nuestra Madre Tierra? ¿Por qué somos tan ingenuos al pensar que somos más inteligentes o capaces de experimentar el mundo que nos rodea?

    Somos más ciegos que un topo. Y no me refiero sólo al hecho a que los topos son muy limitados visualmente, sino que no poseemos todos los sentidos necesarios para experimentar la maravilla de vivir en un planeta tan diverso y mágico. Tal vez, es sólo que no hemos aprendido a utilizar nuestros sentidos de la manera adecuada o tal vez es el hecho que sólo nos limitamos a usar cinco, de que se nos dijo, fueron otorgados al nacer. Tal vez tenemos muchos más, pero es sólo que no hemos aprendido a utilizarlos. ¿Qué nos hace falta para que experimentemos el mundo tal cual es?

    Si el perro sólo puede ver en dos colores, y esos dos colores son absolutos para él… ¿Cómo le explicarías que hay otros colores diferentes a los que ve?, ¿Cómo los describirías? ¿Quién nos asegura que la gama de colores que nosotros percibimos, es sólo una pobre gama que nos permite ver a nuestro mundo sólo en las sombras? Sólo conocemos las combinaciones del rojo, azul, amarillo, de la luz y la sombra. ¿Qué pasaría si alguien nos dijera que existen otros colores que no conocemos, que no sabemos su nombre pues aún no los clasificamos, o que incluso que ni siquiera los imaginamos?

    Quizá te puedas dar una idea de tu minúsculo lugar en este mundo al comparar tus cinco sentidos (en muchos casos atrofiados) en comparación los veinte que tienen las plantas. ¿Verdad que ahora no las ves de la misma manera a esos verdes seres a los que les arrancas sus hojas sólo por diversión al pasar?

    Existen teorías que afirman que hay varios mundos paralelos coexistiendo en un mismo plano, que sólo depende de la velocidad con que sus partículas vibren, es lo que nos da la percepción de movimiento y realidad física. Es decir, la roca mantiene una vibración lo bastante lenta la cual nos permite observarla como inmóvil, pero… ¿Qué pasaría si algo se mueve tan deprisa, como las aspas de una hélice en movimiento? Llegará el punto en que nuestro sentido de la vista deje de percibirla; y es entonces cuando nos preguntamos ¿qué prueba tenemos de la existencia de esas aspas, si no hubiéramos tenido el antecedente de haberlas visto antes, cuando éstas estaban sin moverse?

    ¿Qué pruebas tenemos de que existe, o no, una o varias dimensiones paralelas a nosotros, a nuestro plano, que por su capacidad vibratoria no la podemos percibir con nuestros sentidos tan pobres?

    Así como alguna vez pensamos que la tierra era sostenida por tortugas y elefantes, y que era el Sol quien daba vueltas a nuestro alrededor, ¿en qué etapa de nuestro conocimiento estamos? ¿Qué nivel de entendimiento de la naturaleza, del mundo que nos rodea, de los campos energéticos y de las dimensiones creemos estar, y cuál es la realidad? ¿En qué etapa de la verdad realmente nos encontramos? Entonces; ¿cómo es que podemos negar o afirmar la existencia de hadas, elfos, ents, vidas y existencias fantásticas?

    Qué ciegos estamos al mundo.

    REINOS

    Déjenme contarles una historia, la cual pudiera ser sólo producto de mi imaginación, o a lo mejor algún recuerdo de otras vidas vividas en otros planos, o quizá sólo sea el susurro del viento animándome a escribir esta historia. Les comenzaré hablando de seis reinos que existen en una dimensión paralela a la que vivimos, y que para ellos nuestra existencia es un mito. Los seis reinos de los que les hablo se llaman Animalia, Plantae, Agua, Fungí, Aire y Fuego. Estos se subdividen en reinos más pequeños, pero absolutamente todos le debían respeto y honor a una entidad matriz llamada Energía. Energía controlaba a los seis reinos que, aunque estaban muy alejados uno del otro y casi no compartían tiempo o espacios juntos, cada uno era dependiente de los otros cinco. Mantenían relaciones comerciales muy intrincadas y en algunas ocasiones muy complejas.

    Cada reino tenía una cultura completamente distinta a otra, con diferentes formas de vestir, sentir, diferentes idiomas y formas de pensar. Cada una tenía un encanto especial. Incluso físicamente eran muy distintos entre sí.

    Energía era el centro motor de los seis reinos, aunque cada cual tiene sus propias reglas y costumbres.

    Sin embargo, Energía siempre fue un misterio para los pobladores de los seis reinos, pues era un ente que cambiaba de lugar constantemente, que no se le podía invocar o se le podía encontrar tan fácilmente en un mapa. Solamente en ocasiones muy especiales o en ocasiones esporádicas, uno podía mantener contacto con dicha matriz.

    Los mapas sólo mostraban los lugares en que había estado Energía alguna vez, y éstos servían para que los estudiosos intentaran dar con el lugar donde se aparecería de nuevo, aunque la verdad, todos fallaban en su intento. Cada reino tenía designado a personas de diferentes regiones de su propio reino intentando desmenuzar el intrincado patrón aleatorio de las apariciones de Energía. Había desde eruditos de la materia con cientos de años de conocimientos acumulados, como también los más jóvenes que introducían ideas nuevas a tan complicado enigma.

    Todos los pobladores de los seis reinos sabían que, aunque tenían una matriz inconstante físicamente, su trascendencia como integrante de uno de los seis reinos dependía y estaba ligada absolutamente a ésta. Sabían también que las leyes exigidas eran inmutables, rígidas e inflexibles. Pero que dichas reglas al ser así, mantendrían la absoluta paz y hermandad entre sus pueblos. Dichas leyes, lo que aseguraban era la trascendencia.

    Para los seis siempre fue un misterio Energía, no sabían muy claro quién la gobernaba ni de qué los protegía, sin embargo, nadie ponía en tela de juicio su poder, su alcance, su respeto y su absoluta verdad; así como la paz y la armonía que generaba esta unión, y que permitía que los pueblos vecinos se respetaran unos a otros.

    A diferencia de otros reinos donde se paga una cuota o impuestos a la casa matriz; los seis reinos no ofrecían ni ningún tributo, compensación o retribución. El único tributo que se ofrecía era el del respeto para con los demás reinos y para con su pueblo.

    Energía era un símbolo, una autoridad, pero para las generaciones actuales de los pueblos les confundía quién la gobernaba, porque era errante, porque no tenía cimientos y personas físicas que se mostraran en cualquier oportunidad, porque no se les rendía ninguna pleitesía o alabanza. En cada diferente pueblo, hubo sabios quienes sí tenían muy claros los orígenes de energía, pero sus inscripciones se fueron quedando en el olvido, papiros deshechos por el tiempo y recuerdos olvidados entre las familias.

    Estas enseñanzas eran transmitidas de boca a boca de padres a hijos, pero esa tradición había ido muriendo con el paso de los años y ya casi nunca se recordaba nada de aquel pasado donde todas las preguntas de Energía pudieron ser respondidas.

    Como en los seis reinos había una absoluta dependencia comercial entre sí, se mantenían relaciones respetuosas pero muy limitadas entre los habitantes de uno y otro reino. Había quienes comúnmente permanecían con relaciones comerciales siempre tensas debido al trueque de las mercancías y de que, cada uno de los interlocutores quería sacar el mayor provecho de sus productos, por lo que en ocasiones lo solucionaban después de haber bebido unas cuantas cervezas en una taberna a las orillas de los embarcaderos.

    Nunca pasaba a mayores, pues el comercio debía continuar y cada quien debía, o de cambiar de proveedor, o tragarse su orgullo y seguir tratando con quien la noche anterior le había tirado un diente.

    No existían los lazos de sangre que se hubieran dado entre los distintos reinos, pues cada niño o niña desde su nacimiento era educado e inculcado con la cultura devota de su pueblo natal; y eso hacía que los pequeños sólo tuvieran ojos para las artes que se desarrollaban en su territorio que compartían sus mismos intereses.

    Las otras artes de los demás reinos diferente al natal, carecían de sentido y de importancia, pues consideraban vital su causa, por encima de las demás actividades.

    Cada niño, de cada diferente lugar pensaba lo mismo de su propio reino, haciendo que los unos a los otros entre si se vieran sin ningún tipo de interés, más que el comercio entre ellos.

    Solo existen historias muy remotas y muy escasas, borrosas en el tiempo y que no permiten que se cuenten a la perfección; que narra la unión sentimental entre alguno de los pobladores de un reino con otro de otro reino. En cuanto a los descendientes de dichas uniones, la historia es tan clara como aquello que brilla debajo del agua cristalina, y que al sumergirse en ella, te das cuenta de que es más profunda de lo que parecía desde afuera, pero tan fría que podría congelarte; y que al final era preferible abandonar la búsqueda y perderte en el intento. A fin de cuentas, no podrías alcanzar el objeto, y seguiría así a la espera de otro que lo intentara sin conseguir más información de que aquel que lo intentó por primera vez.

    Periódicamente, los seis reinos se reunían para celebrar a Energía , el cual no tenía una fecha fija en un calendario, pero cada integrante de cualquier reino, sabía exactamente cuando se celebraría por un presentimiento en sus corazones que los guiaba.

    Era como sentir en los pulmones el aire ingresando desesperado después de haber mantenido por mucho tiempo la respiración debajo del agua, que dejaba satisfacciones tan plenas como sentir tu cuerpo relajado después de haber permanecido riendo a carcajadas tan amplias que tus ojos no pueden más que derramar lágrimas de alegría.

    Cuando ese sentimiento era generalizado en los cuatro reinos, sabían que sólo un par de semanas después se llevarían a cabo las celebraciones.

    Nadie sabe con exactitud como ocurría, pero lo sentían .

    Cada año, las celebraciones se prolongaban durante tres días seguidos en donde a la casa que le tocaba ser el anfitrión, rebosaba de trucos, platillos típicos, implementos y productos que hacían alabanza a su propio reino, tratando de siempre hacer ver a los demás reinos que su cultura, habilidades, danzas, etc., eran más importantes que los demás. Así cada año se ofrecía lo mejor de lo mejor en cada casa, haciendo que las fiestas en celebración de energía fueran lo más esperado en los habitantes de cada reino.

    FUEGO

    El reino del fuego cimentó sus bases en los alrededores de una cordillera de volcanes que emanaban grandes cantidades de calor. La extensión de sus tierras era bastante amplia. Al Norte se encontraban con el Mar Rojo, al Este se encontraban con las costas del Mar Azul después de haber pasado por el conjunto de depósitos de aguas azufradas. Al Sur se encontraban con algunas tierras del Reino de Animalia y al Oeste les quedaba las Lagunas Trillizas que era más o menos hasta donde se limitaban sus tierras. Por lo tanto, los que ahí nacían, no soportaban mucho el frío, ni tampoco grandes cantidades de humedad. Incluso sus pieles se empezaban a hinchar y a supurar una sustancia viscosa que parecía aquello que derrama un cuerpo de un animal en descomposición, de consistencia gelatinosa, con un color ámbar transparente, por lo que necesitaban de un calor seco para vivir y prosperar. Ser testigo de una piel afectada por la humedad era presenciar algo grotesco.

    Normalmente se dedicaban a la caza, y su dieta consistía en infinidad de animales, ya fuera mamíferos, algunas aves que se atravesaban en el camino, lagartos, insectos e incluso algunos ponzoñosos. No conocían ni tampoco querían conocer otra comida que no fuera un festín de carnes fruto de la caza. En esos reinos también la caza constituía un deporte, una diversión, una actividad con la que estaban familiarizados a tal grado de que ya estaban insensibilizados al proceso de cazar y ver morir a otro ser en sufrimiento.

    Su temperatura corporal también era muy caliente y les resultaba acogedor permanecer en lugares con temperaturas que para otros reinos serían insufribles.

    Sus casas estaban construidas de piedra, la cual extraían de las montañas que se encontraban al pie de sus hogares. Cada quien competía entre sus vecinos para colocar piedras cada vez más raras en las fachadas de sus casas. Incluso, había casas completas hechas con piedras como lapislázuli, diferentes tipos de ónix de colores, ámbar con vetas de colores marrones, otras que estaban hechas con millones de piedritas de calcedonia coral, de colores tan hermosos que parecía que un artista había pintado sobre la noche más oscura, diminutas flores rosadas que adornaban hasta el último rincón de la casa. Había otras que en su interior encontrabas detalles con placas de cuarzo traslúcidas usadas en los baños, algo muy usado para las parejas más apasionadas. Estas casas de cuarzos las había en blancas, moradas, color humo. Había de infinidad de colores y su tonalidad dependía de la composición de las piedras que dichos vecindarios utilizaban como jadeíta, venturina azul, venturina roja, obsidiana nevada; entre otras.

    Los hogares también eran una intrincada superposición de piedras que sugerían formas que se contraponían con las leyes de la gravedad. Formas intrincadas, pero maravillosas.

    Cada casa era independiente de otra, y entre ellas se extendían innumerables pasillos y corredores. Estos pasajes estaban hechos de calles empedradas tan finamente detalladas que se podía transitar entre ellas con los ojos vendados de no ser porque la red de pasillos y corredores era tan intrincada, que hasta el más viejo de los lugareños a veces perdía el rumbo.

    La edificación más impresionante y que estaba en el lugar más alto del valle, era una fortaleza que se erigía de obsidiana dragón, sus cuatro torres ubicadas en cada extremo de la fortaleza eran de obsidiana opaca, la fachada estaba labrada en obsidiana arcoíris y los tronos de la realeza eran unas magníficas esculturas de obsidiana nevada.

    Esta fortaleza fue construida no con las piedras más vistosas, sino que fue pensada debido a las propiedades que se creía tener. Se decía que quien pisara los suelos de esta magnífica construcción, estaría obligado a dirigirse siempre con la verdad y a dirigirse con la intención más certera a quien en esos muros vivían. Así también era el bálsamo de cualquier habitante, pues era una fortaleza dedicada a la sanación y a la protección de sus habitantes.

    Los pobladores del reino del Fuego; aunque eran serios, eran personas confiables, leales a sus sentimientos y a sus palabras. Por lo general no se encontraba gente que mintiera indiscriminadamente dando fe a algún acontecimiento no verdadero.

    Al igual que los demás reinos, éstos eran longevos. Aún vivían varios pobladores con más de 236 años. A algunos todavía se les llegaba a encontrar jugando un antiguo juego con unas pequeñas esferas de cristal de colores. Estas esferas de cristal eran transparentes con vetas rojas, azules y verdes tratando de entrar a un orificio poco profundo hecho en la tierra. El Juego requería de mucha habilidad. Este se enseñaba desde pequeños sobre todo a la realeza o a la gente destinada a guiar, ya que para acertar en el orificio en la tierra se necesitaba, de buen pulso, de paciencia y sobre todo de estrategia para poder lograrlo.

    Creaban entre ellos amistades sólidas e interminables, les gustaba compartir tiempo juntos, y diariamente se reunían en varias tabernas a lo largo de la calle principal de la colonia para compartir buena cerveza y carne al fuego.

    Trabajaban principalmente todo aquello que podían moldear a base de fuego, por lo que la elaboración de todo tipo de utensilios y artefactos de metal era su especialidad.

    Sus vestimentas eran escasas, por lo general la población masculina llevaba el torso desnudo, salvo cuando debían que protegerse con armaduras. Por lo general usaban pantalones ajustados de diferentes pieles de animales, la mayoría curtidas. Eran ceñidos al cuerpo y sin ningún color adicional más que el original de la presa que tuvo el infortunio de quedar en sus pantaloncillos.

    Lucían siempre cuerpos musculosos, hombros anchos, manos fuertes y sumamente rasposas por el continuo contacto con las diferentes rocas. El pelo era un estropajo al que nunca se les ocurrió peinar o cuidar, así que, por lo general, lo llevan corto tanto hombres como mujeres, haciendo que se acumulase menos humedad entre el cuello y la cabeza. Cuando eso pasaba, comenzaban a salirle un salpullido y a darles comezón a tal grado que les hacían imposible seguir con sus actividades diarias.

    Sus cuerpos por lo general lucían llenos de polvo o tizne, mezclado con una fina capa de sudor, pero al final de la jornada, se frotaban con un aceite que les permitía estar limpios. Dicho aceite era comprado en el puerto a los habitantes de Plantae. Los aceites despedían fragancias únicas, deliciosas para los sentidos, así que, aunque estuvieran bajo el polvo y el constante contacto con la piedra podían lucir limpios y con un olor agradable.

    Debido a su problema con la excesiva humedad sólo podían beber pocas cantidades de agua y eso les proporcionaba una ventaja sobre otros ejércitos.

    El aceite dimanaba un olor tan agradable como aquel que te hace entrecerrar los ojos al inhalarlo y sentir como tus neuronas explotan de placer al percibir dicha fragancia embriagadora.

    Aunque las mujeres eran y lucían más rudas que otras féminas de otros pueblos, estas amazonas eran bellas en verdad, aunque poco expresivas ante cualquier situación.

    Los habitantes del Reino del Fuego, por lo general eran seres de proporciones grandes. Hombres y mujeres altos, con pieles blancas, con cabellos rubios o también había otros de piel muy blanca y cabellos rojos. Sus ojos siempre muy expresivos. Por lo general utilizaban más su cuerpo para comunicarse, que las palabras. Cualquier confrontación que se tuviera con ellos o entre ellos resultaba en un intrincado y apasionado debate, ya fuera verbal o físico. En algunas ocasiones éstos iban acompañados de insultos y blasfemias, y de vez en cuando, las discusiones terminaban con uno que otro diente menos esa noche. Eso no les preocupaba pues habían adquirido cierta evolución de sus cuerpos, haciendo que estos dientes volvieran a crecer con sólo esperar algunas cuantas semanas. Parecía cómico que a veces se pudiesen observar a estos musculosos hombres de serias facciones, casi con estilos de mercenarios, de repente mostrar su dentadura apenas poblada como cuando los pequeños empiezan a dentar.

    Cuando la riña se tenía entre una pareja de amantes, siempre había acaloradas discusiones y blasfemias al por mayor, sólo algunos jaloneos y caricias bruscas, pero terminaban por lo general haciendo el amor apasionadamente.

    Eran buenas personas, igual que los demás seres de otros reinos, sólo que ellos siempre se dejaban llevar primero por las pasiones, después por el estómago y después por la mente.

    Les gustaba la música, tanto que habían diseñado instrumentos que eran exquisitamente martillados en finas hojas de metal, las cuales, al tocarlas, producían extraños sonidos, pero al unísono, componían baladas que a cualquiera le dejarían los vellos de la nuca erizados. El instrumento principal era llamado Hang, con una descripción bastante simple, consistía en una hoja redonda delgada de metal que tenía forma de una cacerola muy grande invertida, y tal cual como si se le hubiera dejado caer en repetidas ocasiones; tenía varias abolladuras repartidas en su superficie. Cuando el músico la ponía sobre sus piernas y comenzaba a darle pequeños golpes con los dedos, comenzaba a vibrar con cierta majestuosidad y delicadeza, emitiendo sonidos suaves, pero a la vez profundos. Este instrumento era tocado por hábiles aprendices y las baladas eran instruidas sólo por los por miembros más ancianos de su reino. No todos los habitantes del pueblo eran elegidos para aprender a tocar. Por lo general era interpretado al unísono con cuencos de cuarzo de varios colores y también cuencos de aleación de siete metales que, al rasparlo delicadamente con una pequeña vara de madera, comenzaba a vibrar con una nota alargada y única, pero de especial vibración y frecuencia energética alta, que le confería un halo de magia en cada nota. Los antiguos textos narran que esas notas eran sanadoras tanto en lo físico como en lo espiritual. En sus canciones no se escuchaba nunca a nadie cantar, era sólo el sonido de los metales los que inundaban cualquier salón con hermosas melodías.

    No comprendían el uso de otros instrumentos que no fueran los usados en sus pueblos e incluso aseguraban que los otros instrumentos extranjeros sonaban como cuando alguien osaba en tratar de tomar agua por la nariz, algo antinatural y que por lo general salía mal, pero lo que en verdad lo que querían justificar, era que simplemente eran terribles intérpretes de cualquier canción que no fuera en su forma tradicional.

    DIAMONT

    Los regidores del reino del fuego era una familia muy antigua, de los primeros hombres. Estaba constituida por el Rey Orush y la Reina Esmer. Eran una pareja sólida, la cual, si bien no se demostraban su amor en eternas caricias y mimos, demostraba solidaridad, confianza, fuerza y compañerismo ejemplares para las otras parejas del reino. Dicho enlace contaba con tres frutos de esa alianza. Por orden de su nacimiento tuvieron tres hijos, todos varones; Diamont, Ehath y Plomush. Todos fuertes, altos, de complexiones rudas y muy leales a su casa.

    Diamont, parecido excepcionalmente a su padre, era alto, musculoso como el común de su pueblo, rubio apiñonado debido a las largas horas en que su padre los entrenaba bajo el sol; centrado, un poco taciturno, pero jamás desleal a su reino y mucho menos desleal a su familia. Era primero en la lista para ocupar el trono al morir su padre y su madre.

    Aunque fue educado para saber manejar cualquier tipo de arma, Diamont demostró una habilidad sorprendente en el manejo de la ballesta, ya que así decía no tendría que ensuciarse mucho las manos ni cansarse en exceso. Su temple de acero lo hicieron excelente estratega en batallas. Era un hombre serio, cauto con sus decisiones, incluso en lo concerniente a lo asuntos sentimentales; sin embargo, había puesto ya los ojos en cierta chica de su villa que lo había cautivado por su belleza; y al contrario de lo que se podría esperar de la realeza, el pueblo de fuego era libre de escoger a sus respectivas parejas incluso si éstas no pertenecían a las familias reales o más antiguas. La valía de un hombre o mujer en el reino del Fuego, dependía únicamente de las batallas o aportaciones que hubiesen tenido en su pueblo, por lo tanto; todos eran capaces de aspirar a ocupar un lugar real, siempre y cuando sus acciones hablaran por ellos mismos.

    Aunque Diamont parecía sentimentalmente impenetrable, hubo una chica que logró cautivar su corazón, siendo sanadora en las legiones de cazadores y guerreros.

    Fue cuando Diamont tuvo un importante accidente con una trampa para oso, que las manos de Turmalina posaron la delicadeza de sus cuidados sobre la piel de Diamont. Día con día ella retiraba vendajes sucios para remplazarlos por nuevos. Lavaba y desinfectaba sus heridas con sumo cuidado, hasta que éste curó por completo. Su tacto era muy suave con delicados cuidados y caricias. A pesar de vivir en un lugar donde las demostraciones de afecto eran rudas y el coqueteo prácticamente inexistente, las miradas de Turmalina lo envolvían en ternura e intriga. Lo que Turmalina no pudo curar fue el profundo dolor que sentía Diamont por el lazo que su corazón sentía tensarse cada vez que ella se retiraba para seguir con sus tareas diarias. Por lo que el final tomo una decisión, la tomaría como su princesa, reina a la espera.

    EHATH

    Ehath, el segundo en la línea de sucesión al trono, era un hijo que ni sus propios padres y hermanos llegaban a comprender en su totalidad. Llegó a ser el favorito de su padre por su maestría en el manejo de las distintas armas del reino, como la espada, corta y larga, ballestas, arcos, trampas para animales grandes y pequeños, resorteras, y toda aquella arma que algún día se le puso en sus manos; incluso desde pequeño no hubo un rival que lo superara a la hora de jugar ese juego milenario de las pequeñas esferas de cristal. También demostró una excepcional comprensión de la lucha cuerpo a cuerpo y desarrolló un impresionante físico que mantuvo conmocionadas a casi todas las habitantes del reino del Fuego. El resto del público femenino lo cautivaba el hermano menor de Ehath; Plomush.

    Incluso todas las legiones de batalla admiraban la maestría con la que Ehath manejaba las armas, dirigía un ejército y también, controlaba sus emociones. Él siempre fue un misterio incluso para sus padres.

    En su niñez se mostraba reservado continuamente. Su madre, a causa de siempre estar ensimismado en sus pensamientos, le dedicaba horas extras no para enseñar las lecciones diarias, sino para demostrarle atención y mimos, pero nada funcionó para hacerlo más expresivo.

    Pasó el tiempo y las cosas nunca cambiaron. Siempre trató a sus padres con extrema cortesía y respeto. Sus hermanos fueron sus únicos amigos en la infancia, pero al llegar a la adultez se encontró con que los hombres de su pueblo lo respetaban y admiraban tanto que no le fue posible encontrar una amistad entre ellos, pues sólo lo miraban como el príncipe Ehath, el ideal y ejemplo a seguir.

    Esta forma tan idealizada que tenían de él se convirtió rápidamente en una comezón que le picaba y molestaba constantemente, pues no tenía a nadie con quien pudiera compartir abiertamente lo que pasaba por su cabeza. Eran sus hermanos los únicos con los que podía expresar algo más; de poder convivir con alguien sin que le tuvieran tanto respeto o temor y que eso pudiera comprometer la opinión acerca de él o de sus habilidades.

    Ehath siempre se portó muy reservado a la hora en que su madre le preguntaba sobre si había albergado el interés por alguna doncella en el reino, pero él siempre se mantuvo impenetrable en sus pensamientos y sentimientos hacia ninguna mujer.

    Incluso su padre llegó a pensar que su predilección no estaba orientada hacia alguna dama, si no por el contrario… sería a algún caballero. Se le insinuaron muchas veces distintas situaciones para ver si dejaba ver algo de lo que su corazón les pudiera confiar, pero nada surgió efecto. Todos terminaron por darse por vencidos y mantuvieron, a partir de ahí, un respeto por el silencio de su hijo y mejor dejaron que Ehath se concentrase en lo que mejor sabía hacer: manejar a un ejército.

    Permanecía constantemente con el ceño fruncido, y al principio todos pensaron que era debido al sol que le cubría el rostro la mayor parte del día, pero incluso en la sombra dicho gesto nunca desaparecía.

    Sus hermanos bromeaban entre sí y molestaban constantemente a Ehath diciendo que su ceño fruncido y el hecho de que nunca esbozara una sonrisa se debía a que no podía obrar adecuadamente y se mantenía constantemente constipado.

    Rondaba ya los 34 años de edad, y los otros señores de reinos vecinos preguntaban como halago que a qué se debía estar en tan buena forma, a lo que sus hermanos contestaban antes que él y decían que su secreto era que se conservaba en vinagre, y por eso su amargura.

    Una mañana, antes de abrir sus ojos, Ehath dio media vuelta sobre el colchón y abrazó automáticamente el aire como si alguien hubiera estado con él toda la noche, ahí recostada en su cama. Repentinamente se sentó en la cama aún sin bajar los pies al suelo ¿Qué era lo que esperaba encontrar?, pensó. De pronto se le vinieron recuerdos fragmentados del sueño que había tenido y era tan vívido, tan sensorial, tan diferente. Una parte lo desconcertaba sobremanera, aun podía sentir el roce de la punta de sus dedos contra la piel de alguien más. El toque era tan gratificante como ninguna lucha había podido generar. Ese roce era tan placentero que quería sólo volver a dormir, aunque con desgano sabía que aún intentándolo no volvería a estar con ella. ¡¿Con Ella?! ¡¿Con quién?!, Se cuestionaba mentalmente.

    Sus pensamientos fueron interrumpidos por una doncella que tocaba a su puerta ¿Mi príncipe Ehath desea que prepare su baño de aceites?

    Wulfenita era una doncella que rondaba los 60 años, y había dedicado su vida entera a atender a los tres príncipes. Desde pequeños ellos se ganaron su corazón, fue ella la principal alcahuete de sus más grandes travesuras. Aún ya de grandes, Wulfenita seguía tratándolos con tanto amor que se olvidó de tener hijos propios y volcó su lado maternal en los tres pilluelos. Ella jamás pareció arrepentirse de su decisión, decía que era un alivio tener tres hijos y nunca haber sufrido ni un solo dolor de parto.

    —Sí Wufita , date prisa que me he quedado dormido.

    A Ehath le extrañó sobremanera haberse quedado dormido, pues si algo aborrecía de sus soldados es que alguno llegara tarde a cumplir con sus obligaciones. Cualquier acto de indisciplina en general lo irritaba visiblemente. Ya estaban formados los soldados que irían de caza esa mañana, cuando él llegó. Darían caza a osos de lomo plateado. Uno de sus centinelas había dado información de haber visto a una familia de osos vagando por el lado sur de su territorio. Sería una caza sólo por diversión.

    Era fascinante buscar pistas, algunas ramas rotas, el especial aroma de los osos que iban esparciendo en los árboles, huellas en las hojas que yacían en el piso y barro seco que fue amoldado con sus mullidas patas. Hasta hacía un tiempo, no encontraba nada más interesante que hacer. Esa mañana todo cambió, la primera parte de la cacería se mostró especialmente activo, reuniendo pistas del paradero de sus presas.

    Cuando logró por fin divisar a la familia a lo lejos, la madre osa luchaba por darle valor a su osezno para cruzar un riachuelo con una profundidad no le llegaría más allá de la rodilla. La osa ya estaba un tanto nerviosa pues había percibido el olor de los aceites que llevaban en sus pieles los cazadores que los perseguían.

    Al divisar a la familia de osos, todos se dejaron ir contra ellos. La osa se paró en dos patas en señal de lucha. El sonido era fuerte por la mezcla de los gritos y del gruñido de la osa. Los oseznos no paraban de emitir chillidos lastimeros de pánico. El primero en ser atravesado por una flecha fue el osezno que estaba justo por decidirse a cruzar el riachuelo. Murió lentamente. La osa al ver a su pequeño inerte emprendió la huida con los otros dos cachorros que quedaban. Los siguieron alrededor de tres kilómetros más. No porque no tuvieran un rápido desplazamiento y no pudieran darles alcance, sino por el disfrute de prolongar el acto de cazar.

    Ehath se mantenía cerca de los soldados, pero ese día todo cambió el ver sufrir a la osa luchando por aún defender los cuerpos inertes de sus cachorros. Todos exclamaban en euforia por la exitosa caza. Ehath los veía de cerca, como aquel profesor que enseña una lección a sus alumnos y espera pacientemente a que la terminen para dar su aprobación, pero en la realidad algo no andaba bien. Se sentía algo mareado y con el estómago muy revuelto.

    ¿Qué me pasa?, ¿Por qué me siento tan enfermo?

    Sin que sus soldados se dieran cuenta se escabulló más allá de su vista para poder sacar todo lo que le enfermaba. Vomitó con mucha violencia, pero por más que vomitaba una y otra vez, no lograba sentirse mejor y por el contrario permaneció sumamente asqueado y con manos aún temblorosas del esfuerzo.

    Seguramente fueron los aceites nuevos que Wufita me llevó esta mañana; hablaré con ella más tarde·, pensó irritado.

    Regresaron al campamento, todos llenos de sangre y pelo de oso que ya empezaba a secarse y a formar costras gruesas que serían difíciles de sacar de la ropa. Ese día Ehath no probó alimento. Todo le asqueaba. Todo le provocaba arcadas tan grandes que fue imposible siquiera llevarse la comida junto a la nariz, pues el olor le parecía repugnante y le generaba mareos.

    PLANTAE

    Plantae, como su nombre la describe, se dedicaba a cuidar la tierra y todo lo que nacía de ella, tanto desde el pequeño trébol, como hasta los grandes sauces y ahuehuetes con frondoso follaje, pasando por plantas exóticas y descubriendo algunas otras, las también llamadas plantas mágicas.

    Este reino se desarrolló en climas templados, en las planicies más cálidas de la zona, justo al terminar las faldas de las montañas que se extendían a lo lejos, donde sólo la vista y la imaginación podían llegar. Tanto su clima como su proximidad con dos mares, el mar Muerto y el mar Rojo, con corrientes de agua de diferente composición de sal y otros nutrientes, que favorecían el cultivo de todo tipo de plantas, árboles, arbustos, enredaderas, guías e incluso plantas que necesitaban de condiciones especiales, a las que se les podían acondicionar invernaderos muy complejos que propiciaban el clima de otros lugares.

    La nación de Plantae estaba asentada en un exuberante bosque, en donde las casas estaban majestuosamente elaboradas con todas las ramas que se podían recolectar a los pies de los árboles. Jamás se cortaban hojas o ramas que aún pertenecían a la planta para su aprovechamiento, ya que todo lo que se utilizaba lo proporcionaba naturalmente el mismo bosque y esto era más que suficiente.

    Las casas estaban ingeniosamente colocadas en las ramas más resistentes de los árboles. Eran casitas que, como ya lo dije, estaban hechas con ramas y lazos hechos de fibras magistralmente tejidas. Para decorarlas o que se vieran distintas por fuera no se utilizaba ningún pigmento, bastaba sólo con provocar el florecimiento de tal o cual enredadera para proporcionarle color deseado al vecindario.

    Las casas estaban intercomunicadas con una extensa e ingeniosa cantidad de puentes colgantes a diferentes alturas, así como poleas entre ellos para poder transportar mercancía pesada.

    Como las ramas no daban mucho espacio para habitaciones amplias, éstas se iban colocando en los diferentes niveles de las ramas de los árboles, llegando a contar hasta cinco diferentes niveles por árbol, dependiendo de la altura y resistencia de los mismos.

    El estudio de dichas plantas los llevó a crear todo tipo de ungüentos, medicinas, herramientas con tallos y hojas secas, instrumentos musicales, artilugios, etc. Incluso las vestimentas estaban elaboradas con fibras que sacaban de plantas como el algodón y otras altamente resistentes. Algunas se elaboraban para los trabajos más duros, y se decía que ni las lanzas más filosas podían atravesar las prendas elaboradas con este material. Sin embargo; nunca se recuerda haber visto alguna batalla donde este mito fuera comprobado pues el reino de Plantae era un pueblo sumamente pacífico.

    En la base de los árboles estaba todo minuciosamente cuidado, tratando de respetar la mayor área posible entre las plantas, sólo era atravesado con el espacio apenas suficiente de senderos muy estrechos para poder transitar a pie. El suelo únicamente lo tenían reservado para el cuidado y estudio de ciertas plantas que no fuese posible hacerlas crecer sobre los árboles. Trataban el suelo, las plantas y la tierra con el mayor de los cuidados para no alterar su crecimiento natural.

    Los dioses para este pueblo eran simplemente aquellos que no tenían forma, y que se identificaban o materializaban en cualquier planta que de la tierra crecía. Ellos veían a sus dioses en cada pétalo, hoja, tallo o corteza. Eso era Dios expresado en forma tangible, y por lo mismo honraban a su Dios, a su pueblo y a ellos mismos cuidando todo aquello que de la tierra crecía.

    Era un pueblo muy tranquilo y muy risueño, todos sus habitantes llevaban en su físico impreso el lugar del cual provenían, pues en su piel se notaba las largas horas bajo el sol, dejándolos con un bronceado hermoso, el cual hacía que resplandecieran sus ojos y su sonrisa. La mayoría de los habitantes de Plantae, eran delgados, no al grado de ser flacos, sino más bien esa delgadez que te proporciona el comer día tras día cantidades suficientes de frutas y verduras. Tenían infinidad de guisos y preparados que deleitaban a cualquier paladar. Sus viandas eran tan espectaculares, que incluso los habitantes de otros reinos palidecían ante el recuerdo del sabor de platillos vegetarianos ofrecidos en los bailes que se celebraban en honor a Energía.

    El gobierno del reino de Plantae era destinado a las personas más grandes, y me refiero a grandes por el hecho de ser personas con edad innumerable que les proporcionaba grandeza espiritual e intelectual. Plantae era liderado por la abuela Regente Rosh. Era la máxima autoridad, con un carácter justo pero sin duda bondadoso, y esta era amada infinitamente por sus habitantes. El respeto y admiración más profundos eran dedicados a Rosh, la cual era igualmente accesible para otros miembros altos del gobierno de Plantae, como hasta para resolver dudas de los niños más pequeños.

    La abuela regente, tenía una sazón envidiada por toda mi región, y logró hacer tratos comerciales de los diferentes pueblos haciendo trueque con los platillos más raros jamás probados.

    Los guisos de la abuela se distinguían de los demás pues en su convivir con extranjeros a la hora de hacer negocios, hacía innumerables preguntas de los condimentos, de la carne de animales de otros reinos, de técnicas de preparación, etc. Ella los mezclaba y hacía que sus platillos fueran especiales y únicos en su pueblo. Fue la única que pudo lograr que la carne utilizada en otros lugares, se mezclara con los tradicionales platillos vegetarianos de Plantae.

    De hecho, era repetidamente convocada para preparar el platillo principal en los festejos anuales. Aunque muchos habitantes de otro reino quisieron imitarla, nunca lo lograron. Incluso ella les ofreció amablemente compartir sus recetas, pero a final de la preparación, jamás quedaban con el mismo sabor. Todos sospechaban que ella tenía un ingrediente secreto para todos los platillos que preparaba, pero cada vez que Kaab preguntaba cual era ese secreto, ella sólo se encogía de hombros y mostraba una amplia sonrisa, a lo que continuaba diciendo:

    —Si observas con cuidado, estoy dispuesta a develar dicho secreto contigo. —De inmediato se daba la vuelta y reanudaba sus quehaceres diarios.

    Rosh era una hábil lectora, leía hasta la última palabra que se podía leer del papel con que era envuelto el jabón de uso diario en casa, y ella decía que se había quedado intrigada con la parte que le faltaba. Después inventaba una fantástica historia con los restos de la información que le faltaba, pero que ingeniosamente lograba recrear, haciendo que la vida fuera la mitad de lo que para muchos es real, y la otra mitad de lo que para pocos puede llegar a ser.

    Contaba con una biblioteca personal tan amplia que era extraño que la abuela hubiera podido alcanzar a leer cada grueso tomo, pero como ella nunca se supo que dijera una sola mentira, no tuvieron más remedio que creerle y admirarla al mismo tiempo, no tanto por su capacidad de leer tanto, sino también, por su capacidad de recordar cada palabra de lo que leía. Era una persona rara pues, al contrario de los demás habitantes de la ciudad, a ella le interesaba no sólo las cosas que había que aprender y descubrir en Plantae, sino la combinación de esas disciplinas, con las demás de los otros reinos.

    Tenía todo un nivel para sus libros y su cocina; y eso era mucho, pues cada nivel era tan amplio que podía albergar a muchísimas personas cómodamente instalados. Todo lo mantenía en orden impecable, pero lo mejor era que dejaba que su nieta deshiciera ese impecable orden las veces que quisiera, siempre y cuando reordenara todo cuando terminara de jugar.

    Ella contaba que todos esos libros habían sido regalados o dados por trueque a cambio de sus platillos a las orillas del río en donde se intercambian todos los productos. Los ejemplares más raros, comentaba, se los habían ido regalando al paso del tiempo por amistades que pudo cultivar en otros reinos. Nunca había explicado muy bien como hizo esas amistades, pero algo sí se sabía de ella, que era rara. Característica que la hacía maravillosa.

    Físicamente era muy distinta a los miembros de su comunidad y de su familia cercana. Ella era muy alta y delgada, su pelo siempre estaba recogido hacia atrás, no tan tenso, sino más bien haciendo que se lograran ver algunos pliegues naturales de su cabellera. Su color era de un tono gris plata oscuro que hacía una combinación muy atractiva con un par de grandes ojos verdes. Su piel se podía notar había sido muy blanca, pero con el paso del tiempo había ido tomando un tono muy cálido, apiñonado. Sus rasgos de su rostro eran largos y finos, realmente parecía que habían esculpido un rostro con tanto cuidado que parecía una diosa en la Tierra. Sus manos estaban muy suaves y lisas debido a tanto trabajo que realizó toda su vida, pero en ellos conservaba siempre un calor inusual que a muchos llamaba la atención, pero a su nieta siempre le recordaban las miles y miles de caricias y buenos tratos que le fueron regalados al paso de su vida.

    No se sabía a ciencia cierta cuantos años tenía la abuela, pues parecía que en ella los años pasaban muy lento, casi no tenía arrugas muy pronunciadas, y las pocas que conservaba, eran el resultado de que siempre permanecía sonriendo cuando trabajaba con las plantas, o las arrugas producidas por un silbido casi inaudible que profería cada vez que preparaba uno de sus sabrosísimos guisos.

    Rosh era un ser lleno de caricias para todo aquel que se le aproximara, ya fuera a su

    hija, sus plantas, sus guisos o para sus dos guardianes Poloc y Fary. Incluso las aves viajaban de prados cercanos a posarse en su ventana mientras ella les regalaba migajas de pan. Solía cocer huevos de gallina y los picaba finamente para alimentar a aquellas aves que la visitaban. ¿Acaso no se darán cuenta que esos huevos que tan rico devoraban son simples fetos cocidos de una especie diferente de su misma raza? La idea le daba escalofríos a Kaab, pero sonreía mientras le daba gusto saber que no tenían ni idea. Las aves por su parte, deleitaban sus oídos con gorgojeos y vivos cantos en su ventana mientras ella los observa como si entendiera cada melodía.

    En ocasiones los contemplaba con una mirada tan fija en ellos que a su nieta Kaab le producían escalofríos, el canto envolvía su mirada en la nada y en ocasiones había visto cómo al final de la melodía ella cambiaba completo, a veces para bien y otras para mal. No se sabía qué efecto tenía sobre ella el canto de las aves que la visitaban, Kaab se lo había preguntado, pero sólo guardaba silencio y comenzaba a silbar varias de sus melodías que apenas eran perceptibles para el oído. Parecía como si fugazmente recordara parte de su pasado, recuerdo de personas y lugares, y antes de que pudiera sacarlos de una vez a la luz, se le escaparan como diminutas semillas entre sus dedos.

    Pasaba sus tibias manos sobre las cabezas y rostros de su hija y de su nieta con frecuencia. Les dedicaba en cada ocasión, donde tenía oportunidad, amables sonrisas e incluso de vez en cuando soportaba los incesantes parloteos de lo que había aprendido ese mismo día Kaab, las aventuras que había tenido con sus perros una y otra vez, explicando con lujo de detalle cualquier acontecimiento. Jugaban juegos tontos aprendidos con los muchos amigos que tenía en la escuela, y a todo eso le ponía siempre buena cara.

    Se tomaba su tiempo para cada quien, pero a Kaab le encantaba narrarle interminables historias mientras Rosh cocinaba. Por alguna razón presentía que Rosh hacía algo más que cocinar y escucharla hablar.

    En esa casa, vivían la abuela Rosh, Yolochtl y Kaab. Abuela, hija y nieta respectivamente, y por último Poloc y Fary, quien eran dos canes dedicados en cuerpo y alma a proteger ante cualquier peligro a la familia gobernante. Vivían una vida bastante tranquila, aunque Yolochtl siempre parecía una abeja obrera, siempre trabajando incansablemente.

    Yolochtl contaba también con un nivel entero de la casa árbol; ahí tenía repisas llenas de artilugios y artefactos que había ordenado fabricar a otros reinos, plantas rarísimas y montón de papiros desperdigados. Uno colocado ahí, otro sostenido sólo con el peso de otro artilugio, y otros más enroscados por el piso. Lo único que contaba con el orden suficiente como para poder andar se hallaba en el área de su recámara, pues cuando se dedicaba a dormir, lo hacía tan plácidamente que ni el ladrido más insistente de Poloc podía despertarla. Decía que el buen sueño le daba frescura para desmembrar misterios nuevos.

    Ella se especializaba en analizar todas aquellas plantas que por alguna razón inexplicable habían perecido, se habían secado o definitivamente su crecimiento fue deficiente. También investigaba las plagas y el uso que se les pudiera dar en otras plantas. En fin, era como un detective en busca del asesino que acababa con la vida y salud de toda aquella planta indefensa. Desde niña, Yolochtl tuvo afición por toda aquella planta que tuviera flores y produjera miel, hacía combinaciones únicas de polen para crear híbridos, era como un científico obsesionado con sus múltiples inventos, y lo mejor era que casi siempre daba en el clavo en sus múltiples investigaciones ya que tenía un intelecto muy agudo. Tenía un carácter duro, no con esto quiero decir que era mala, sino que ella siempre amaba a todos a su manera; casi nunca esbozaba sonrisas, pero no contenía alguna carcajada por algo que se les hubiera ocurrido a la abuela Rosh, a Poloc, Fary o a Kaab.

    Yolochtl fue estricta en su educación hacia Kaab, siempre exigiéndole horas extras en el estudio de la disciplina elegida por Kaab misma y la impulsaba y, hasta cierto punto, la presionaba para que lo que descubriese fuera; si no algo espectacular, por lo menos algo que sirviera a la familia o a su comunidad.

    Yolochtl era el tipo de madre que, cuando Kaab necesitaba de una caricia al caerse de un árbol mientras trepaba, ella no solía ir a abrazarla y preguntarle si se había lastimado gravemente; ella sólo fruncía el ceño, se levantaba y se dirigía a donde estaba ella, la levantaba y le decía:

    ¿Qué te duele y dónde te pegaste para examinar que no haya nada roto?; levántate y sacúdete la suciedad de la ropa .Procura ver en qué fallaste al intentarlo, y cuando lo vuelvas a hacer, intenta no cometer el mismo error.

    Así era Yolochtl, por lo general no le gustaban los abrazos ni los besos. Pero ella siempre encontraba la manera de expresar su amor hacia Kaab y su familia de otras maneras. Siempre ponía atención en que era aquello que le gustaba hacer o aprender. Incluso defendía a los canes que vivían en su casa y que sabía que eran la adoración de Kaab, cosa que no era común en el reino de Plantae, pues se creía que eran animales que no hacían otra cosa sino destrozos en las plantas y eran bestias sin control de otros reinos y que no pertenecían a Plantae.

    Aunque recibió millones de comentarios negativos por la decisión que tomó de conservar a Poloc y a Fary, ella se mantuvo firme y confió simplemente en ellos.

    No sé qué era lo que Yolochtl veía en Kaab, pero todas las decisiones que fue tomando en su vida, unas más descabelladas que otras para la mayoría de la gente en Plantae, ella siempre las apoyó, y confiaba plenamente en que funcionaría cualquier idea que le compartía. Era así como ella le demostraba su inigualable amor por Kaab, por lo tanto, nunca necesitó de muchos besos o abrazos para sentirse profundamente amada por su madre.

    Plantae era un lugar pacífico, en donde no llegaron nunca las hambrunas, el sol era un regalo del cual agradecer cada día, la comida era algo por lo que no había que preocuparse, las diversiones más peligrosas eran tratar de no caer de un árbol mientras los pequeños hurtaban los frutos a su vecino y el vuelo de una libélula era un espectáculo digno de observarse hasta su acto final.

    El pueblo de Plantae tenía muchas clasificaciones, pero las dos más grandes eran Briofitas y Cormofitas.

    La villa de Kaab estaba situada al Sur del reino, muy lejos de las montañas más altas. Todo el pueblo lucía el reflejo de su villa. En cada uno de los reinos, como en cualquier otra ciudad, existían variedad de personajes que deambulan por las calles y que paulatinamente con el paso del tiempo iban haciendo la historia de cada uno de esos reinos.

    Con ropa de algodón, sencillos vestuarios, de vivos colores dados por las plantas que alguna vez fueron martajadas, secadas al sol, sumergidas en agua, sumergidas en aceites vegetales, envueltas o como fueran, teñían con gran cantidad de color a su reino. Las mujeres solían caminar entre sus calles con faldas largas que se arrastraban un poco al pasar caminando, siempre con vivos colores, pues existía la creencia que el arrastre de sus faldas se debía al respeto que se tenía por la madre tierra, pues iban borrando la huella de las pisadas, y dejaba a la tierra como justo antes de haberla pisado. Las mujeres también usaban pantalones holgados metidos el final de sus botas hechas de cortezas de plantas para realizar labores donde el vestido se les hubiera hecho una carga en vez de una herramienta.

    Los hombres llevaban por lo general camisas blancas de algodón, en donde prácticamente los únicos diseños que diferenciaban una de otra era el tipo de botón que utilizaban , que comúnmente eran de madera y con diseños que eran una delicia observar, pues eran grabados a mano, usualmente con la insignia de la familia a la que pertenecía, o en su caso, cuando el hombre o mujer había hecho alguna hazaña digna de recordarse, esta quedaba plasmada en dicho botón; para que cuando alguien más lo observara, supiera un fragmento de la historia del individuo y de la familia a la que pertenecía.

    El pantalón de los caballeros era también holgado, y por lo general usaban colores marrones, en diferentes gamas, estampados, rugosos, lisos, pero siempre fiel a los colores que se asemejaban a la tierra. Se dedicaban a cultivar, cosechar y aprender de todo tipo de usos que se le pueden dar a todo tipo de plantas. Por lo general las familias se dividían según sus especialidades. Existían aquéllas que se dedican al estudio profundo de los helechos, el de las plantas que son apreciadas por su raíz más que por sus hojas, los que se especializaban en plantas que sirven para condimentar excelentes platillos, los especialistas en aquéllas que les regalaban con sus flores y semillas un bello espectáculo. Pero también existían otros pobladores como Kaab y su familia dedicada a los árboles.

    KAAB

    Esa mañana Kaab se levantó especialmente curiosa. Cualquier día que pudiera amanecer aburrida, sólo tenía que ir a robarle alguno de los enormes tomos que había en la colosal biblioteca de su abuela Rosh, para que pudiera darle rienda suelta a su imaginación, y llenarse de nuevas preguntas y dudas sobre un montón de temas que la comprensión de Kaab no lograba abarcar del todo para su corta edad. Después asaltaba a la abuela con millones de preguntas, a lo que Rosh siempre contestaba con una infinita paciencia a cada una de las peguntas sin omitir ningún detalle.

    Cada respuesta era desmenuzada hasta la última fibra mientras la abuela cocinaba extraños platillos, tarareaba canciones, mientras que Kaab intentaba memorizar todo. Todo era una atmósfera de olores y colores brillando, hervores de guisos, platones y ollas de lo más extraño. Recipientes grandes, chicos, diminutos, de cristal, de metal que fueron confeccionados en las tierras del fuego, y una colección digna de un museo de cazuelas de barro que le confería un halo de cierta magia al ritual de la cocina.

    La abuela mantenía todos sus libros muy bien ordenados, todos ya habían sido leídos una y otra vez por ella.

    Había ejemplares que cuando los abría tenían un montón de garabatos, y constantemente Kaab asaltaba a la abuela para que le enseñara los diferentes idiomas en los que estaban escritos algunos de ellos. Su abuela le decía que lo que necesitaba era paciencia, que cuando creciera los entendería. Siempre creyó que a lo que se refería era de que cuando fuera mayor ya habría aprendido varias lenguas como su abuela y su madre, pero lo que dijo a continuación le pareció de lo más extraño. —No necesitarás aprender idiomas, no te preocupes, lo entenderás todo algún día.

    Pasaron muchos años en la misma rutina que, aunque siempre era la misma, resultaba muy placentera y acogedora. Kaab se había convertido en una muchacha fuerte física y mentalmente. Ya había aprendido varios idiomas para poder entender los libros predilectos de la abuela, y aunque había estudiado con ahínco, seguía sin entender ni una palabra.

    Todos los días se levantaba temprano, justo a la mejor hora para ver el amanecer. La misma práctica la realizó por sus treinta y un años de vida. Nada había cambiado sustancialmente. Sólo había cambiado un poco su estatura y se había puesto algo musculosa, ya que cada vez que se trataba de arriesgar la seguridad en trabajos de la aldea, y sin importarle ser línea directa de sangre y mando de la matriarca del su Reino, ella se ofrecía gustosa para dicha actividad.

    Cada vez que se exponía a un peligro, su corazón latía con un frenesí tan adictivo que incluso añoraba las veces en la que algo no funcionara bien, o hubiera alguien en un peligro para poder ir y arriesgarse a salvar la situación.

    Se transformó también en una hermosa chica, la cual era la protagonista de los sueños más románticos de muchos de su reino. Los caballeros no se atrevían a acercársele puesto que le tenían más miedo que deseo. Miedo no en el sentido de sentirse como una presa al acecho, sino de no satisfacer a alguien como ella en todos los planos, emocional y físicamente.

    A pesar de que era muy querida en su reino, la mayor parte del tiempo la pasaba sola. Sus dos perros la seguían a donde fuera. Eran sus amigos y guardianes. Tenía solo como amigo a Ikal.

    Ikal vivía en el Reino de Fungi, el cual se encontraba hacia el Este del territorio Plantae. Fungi se encontraba relativamente cerca, solo debía caminar aproximadamente una hora y cruzar los puentes colgantes para dar con un conjunto de pequeñas extensiones de tierra rodeadas por agua que permitía que tuviera la suficiente humedad para que el Reino de Fungi se desarrollara a total plenitud.

    Las relaciones de amistad entre pueblos diferentes a los Reinos, no eran muy frecuentes e incluso eran muy extrañas, por lo que no era de extrañar que dicha relación se diera de lo más interesante a Kaab. Cada vez que podía, se escapaba al bosque contiguo para visitar a su amigo Ikal.

    Ikal era cuatro años mayor que ella, pero eso no era ningún obstáculo para su amistad e incluso él se sentía extrañamente cómodo en su compañía. Ambos pasaban horas hablando sobre sus destrezas con las plantas y los hongos, y la manera de hacer algunos híbridos por aquí y por allá. Inventaban nuevas formas de cultivo. Sus horas juntos eran largas, pero las horas que sentían haber estado juntos les parecían pocas para compartir sus novedades. Sin embargo; había algunos momentos en que cada cual se abría a contarle al otro sobre cosas más personales, temas como las dudas que asaltaban a Ikal por las noches por la muerte de sus padres, porque aunque ya se la había contado una y mil veces la forma en cómo murieron, él siempre creyó en lo profundo de sus pensamientos y de su pecho que algo no cuadraba, algo no estaba bien con la descripción de sus muertes.

    Kaab hablaba mayormente sobre la soledad que albergaba siempre, de sus hábitos de vida, y de lo mucho que ambos se sentían fuera de lugar en cualquier situación, aunque pertenecieran a la misma familia, al mismo barrio y al mismo Reino. Se podían mezclar perfectamente en la sociedad, y ambos eran muy apreciados en sus Reinos, pero la verdad era que ninguno se sentía cercano a nadie. Era como estar rodeado de gente y seguir sintiéndose solos.

    En esa infranqueable amistad se entendían y se complementaban. Se sentían pertenecientes a algún mundo, aunque sus habitantes se redujera a la vergonzosa cantidad de dos.

    Paseaban comúnmente a través de los mercaditos locales, y su interacción con los dueños de los puestos se hacía, en pocas ocasiones, muy interesante, ya que llegaban fugazmente algunos comerciantes de otras tierras e incluso de reinos o poblaciones tan lejanas que ninguno de los dos había alguna vez escuchado. Ahí se encontraban con ancianos que traían especias rarísimas, algunas parecían moverse por sí solas, saltando, otras parecían tornasoles, semillas, condimentos, artilugios de lo más extraños, etc. En fin, era como un mercado que a veces aportaban gran cantidad de conocimiento y sembrador de ideas en Ikal y en Kaab, y en otras ocasiones era una gran decepción.

    Ese día en especial, el mercadito misterioso había

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