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Embriones humanos, seres humanos: Un enfoque científico y filosófico
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Libro electrónico36 páginas6 horas

Embriones humanos, seres humanos: Un enfoque científico y filosófico

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¿Qué es exactamente el embrión humano? A primera vista, parece extraño que esta pregunta no sea más que un asunto aislado para los especialistas en biología o filosofía. Puede que se trate de una duda razonable y, además, interesante, pero tal vez solo debería preocupar a quienes trabajan reflexionando sobre estas cuestiones. Sin embargo, el embrión se encuentra en el centro mismo de los consejos presidenciales, las campañas políticas y las guerras culturales; es un hecho que buena parte del discurso público gira en torno a este diminuto eje y, por tanto, responder a la pregunta ¿qué es un embrión? tiene una importancia fundamental para todos nosotros y para nuestra cultura.

¿Cómo ha llegado algo tan pequeño y en apariencia insignificante como un embrión (más pequeño que el punto al final de una frase, como se suele decir) a desempeñar un papel tan importante en la sociedad moderna?

Esta investigación se une a la de sus predecesoras para dar luz a cuestiones tan importantes como las aquí planteadas.
IdiomaEspañol
EditorialEditorial UFV
Fecha de lanzamiento15 may 2022
ISBN9788418746802
Embriones humanos, seres humanos: Un enfoque científico y filosófico

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    Embriones humanos, seres humanos - Samuel B. Condic

    Como se indicaba en la introducción, la nuestra es una época metafísica, en la que ha resurgido el debate sobre cuestiones básicas de ontología o del ser. ¿Qué hace que haya una cosa? ¿Cómo se distingue una cosa de otra? ¿Es la existencia un hecho bruto que ni necesita ni puede explicarse o hay razones o causas en virtud de las cuales la existencia es un hecho? Podemos añadir estas y otras preguntas a la lista, empezada en la introducción, sobre la fuente del sentido y la moral. Todas estas preguntas son metafísicas, en cierta medida, y todas se plantean hoy en día respecto al embrión humano, aunque solo sea implícitamente.

    Nuestro regreso cultural a la metafísica se ve obstaculizado al menos por dos razones. En primer lugar, no está claro para todos los implicados en el debate sobre los embriones que las preguntas que nos hacemos sean en realidad metafísicas. Como señalábamos en la introducción, una gran mayoría considera que la pregunta ¿qué es un embrión? es una cuestión puramente científica, a pesar de la incapacidad de la observación científica para abordar asuntos que van más allá de las causas materiales y eficientes del embrión. La teoría de Green, que considera el estatus moral del embrión en términos de consideración e interés, es un síntoma de esta falta de reconocimiento, y los flagrantes errores de su teoría son la consecuencia. Incluso quienes hablan explícitamente de ontología (por ejemplo, Susan Oyama, a la que nos referiremos más adelante) suelen tener una comprensión tan vaga del término que hace imposible que intervengan con seriedad en el tema. No todos los que participan en el debate reconocen su carácter plenamente metafísico.

    En segundo lugar, incluso entre quienes son conscientes de nuestra situación metafísica, sigue habiendo mucha confusión sobre cómo pensar ontológicamente. Desde los trabajos de Immanuel Kant, prevalecen la desconfianza y los prejuicios respecto a la metafísica; algunos la descartan de plano y otros la transforman radicalmente. Incluso antes de Kant, el debate ontológico ya era confuso. La confusión actual en nuestra cultura viene de largo.

    Dada esta confusión generalizada, no resulta sorprendente la tendencia de la ciencia moderna a obviar las cuestiones metafísicas por considerarlas irrelevantes. El análisis científico da por sabida la cuestión del embrión (eludiendo la pregunta ¿qué es un embrión?) y luego procede a desglosarlo a fin de comprender con mayor precisión su constitución molecular. En la versión más reciente, este tipo de análisis reduccionista se denomina biología de sistemas,²⁹ que intenta definir qué es un embrión describiendo cuidadosamente todas las moléculas que lo componen (el genoma, el transcriptoma y el proteoma) y todas las interacciones que manifiestan esas moléculas (el interactoma). Desde este punto de vista, el embrión solo puede entenderse en términos de composición molecular; las preguntas metafísicas sobre qué es el embrión y qué lo hace ser el tipo de cosa que es se consideran simples replanteamientos de la pregunta más básica: ¿de qué está hecho el embrión?

    De hecho, para los pensadores modernos, suele resultar difícil ver en qué difieren estas preguntas. Sin embargo, la manera más fácil de reconocer la importancia de la pregunta metafísica ¿qué es un embrión?, tanto para los científicos como para nosotros, es examinar cómo decide un científico qué entidades incluir en un análisis de biología de sistemas. Sin una valoración previa acerca de lo que es en realidad un embrión, no hay forma de empezar siquiera este análisis. ¿Debemos limitarnos a recoger trozos de materia al azar (cucharillas de café, dientes de león, bacterias, células de la piel), analizar minuciosamente sus propiedades y esperar que de este análisis resulten categorías generales, incluida una que de algún modo identificaremos como embrión? Está claro que no es así como procede la ciencia. Sin embargo, la naturaleza no examinada de los supuestos metafísicos que los científicos suelen elaborar con respecto al embrión (es decir, que un embrión es en realidad una categoría identificable de entidad con características específicas y observables) dificulta que haya un diálogo inteligente entre científicos y filósofos sobre este tema. Los científicos suelen rechazar cualquier intento de abordar cuestiones metafísicas como opinión personal o doctrina religiosa, ignorando por completo el hecho de que su propio análisis científico depende por entero de una definición metafísica mal articulada y, por desgracia, irreflexiva de lo que es en realidad el embrión. Por consiguiente, a pesar de la marcada tendencia de la sociedad moderna a considerar la cuestión del embrión desde una perspectiva puramente mecanicista, cualquier investigación científica sobre las moléculas que componen un embrión y su funcionamiento presupone estar respondiendo a la pregunta metafísica de qué es en realidad un embrión.

    Todo esto viene a decir que las dificultades que encontramos hoy en día para hablar del embrión son en parte un síntoma de una problema general para determinar qué es cualquier cosa. ¿Qué es el embrión? es, en efecto, una pregunta complicada, pero no solo por los detalles técnicos. Nos enfrentamos a preguntas similares que dependen mucho menos de los tecnicismos, como ¿cuál es la diferencia entre lo vivo y lo no vivo? o ¿cuál es la diferencia entre ser racional y meramente sensible? Aristóteles y Aquino dieron respuestas filosóficas bastante satisfactorias a las dos últimas preguntas, y sin la ventaja de contar con nuestros vastos conocimientos técnicos. Aun así, tenemos problemas. Nuestras dificultades para lidiar con la cuestión del embrión se deben solo en parte a los tecnicismos; también son causa de una confusión metafísica generalizada.

    En consecuencia, primero debemos intentar salvar la brecha metafísica. En las páginas siguientes, se expondrán las nociones de ontología más elementales, incidiendo en los puntos más relevantes para el debate posterior sobre los embriones, que procuraremos ir sacando a la luz a lo largo del camino.

    CÓMO CONSIDERAR UNA ENTIDAD

    SUSTANCIA Y ACCIDENTE

    Con independencia del estatus final del embrión, se pueden afirmar dos cosas que son indiscutibles: los embriones son distintos de los seres humanos adultos, y los seres humanos adultos proceden de embriones o se desarrollan a partir de ellos. En realidad, los embriones son solo un caso específico de algo que suele encontrarse en el día a día; por ejemplo, las bellotas son distintas de los robles, y los robles provienen de las bellotas. Se produce algún tipo de cambio para que una bellota se convierta en un roble y un embrión en un humano adulto.

    La experiencia también revela un tercer hecho indiscutible: a veces el cambio da lugar a una cosa nueva, y otra veces se limita a modificar algo que en esencia sigue siendo lo mismo: una casa con una mano de pintura sigue siendo una casa, pero una casa quemada es otra cosa. A los pensadores contemporáneos nos suele sorprender que estos tres puntos tan obvios causasen tal desconcierto a los antiguos. A Aristóteles, así como a sus coetáneos, le desconcertaba especialmente la última observación, y eso lo llevó a formular la teoría conocida como hilemorfismo.

    A lo largo de nuestra vida, todos experimentamos una gran cantidad de cambios, y sin embargo seguimos siendo, en lo fundamental, exactamente quienes somos. Juanito pasa de niño a adulto, lo que implica innumerables cambios, pero en cierto modo sigue siendo idéntico: es cien por cien Juanito a pesar de todo. Es importante destacar que no decimos que el Juanito adulto se parezca al Juanito niño, ni tampoco que solo una parte de él permanezca igual. Insistimos en que los dos son idénticos. De pies a cabeza, y no solo en alguna parte, Juanito niño y Juanito adulto son la misma persona, aunque sean manifiestamente diferentes. Como es obvio, las cosas que son diferentes no son iguales; entonces, ¿cómo es esto posible?

    Aristóteles da por buena la experiencia común y busca una forma de sortear la aparente contradicción. Es evidente que Juanito —el Juanito completo— continúa siendo el mismo desde la infancia hasta la edad adulta, así como es evidente que Juanito cambia —en su totalidad, y no solo en parte—. Aristóteles concluye que esto solo es posible si Juanito y cualquier otro ser como él son en realidad una combinación o compuesto de dos principios más básicos: uno que permanece igual y uno que cambia. Aristóteles llama a estos principios potencia y acto.

    Hay diferentes tipos o niveles de potencia y acto, pues hay diferentes tipos o niveles de cambio. Sin embargo, en todos los casos la potencia es el principio de la constancia y explica cómo algo —pongamos a Juanito— sigue siendo el mismo ser cuando cambia. El ejemplo más claro de este principio es la materia de la que están hechas las cosas cotidianas. Es tan evidente que los filósofos suelen utilizar el término materia en un sentido amplio para referirse a cualquier principio de potencia. De hecho, el hylo- en hilemorfismo deriva de la palabra griega usada para ‘madera’ o ‘materia’. El acto, a su vez, es el principio del cambio y explica cómo Juanito y las cosas como él son diferentes tras un cambio. Con una excepción,³⁰ en algunas entidades el principio de acto se llama forma (morphē es ‘forma’ en griego, de ahí que hilemorfismo haga referencia a la materia/forma).

    El elemento crítico en la solución de Aristóteles al problema de cómo las cosas cambian y, sin embargo, siguen siendo las mismas es que la potencia y el acto son principios distintos de un ser, y no seres que existen independientemente por sí mismos (es decir, no son cosas que coexisten con el ser o partes físicas de este). Esta diferenciación tiene su origen en la experiencia común, pero la mayoría de las veces suele pasarse por alto. Para ilustrar la distinción de Aristóteles, recurramos al viejo ejemplo de una estatua; aunque Juanito y una estatua son muy diferentes en otros aspectos (como veremos enseguida), ambos ilustran una composición entre potencia y acto. Para construir la estatua de un caballo, un escultor parte de un bloque de materia primera (digamos mármol), pero la estatua que produce no es idéntica al mármol con el que empieza. La estatua se compone de dos elementos distintos que Aristóteles denomina principios: el material del que está hecha la estatua (el mármol) y su forma (de caballo). El mármol es el material o la materia de la composición y es el principio de potencia; es lo que permanece igual durante la transición de un bloque gigante de piedra a un trozo de piedra con forma de caballo. En cambio, la figura del caballo es la forma y el principio de acto; es lo que no estaba antes del cambio, y está después.³¹

    Desde este punto de vista, es fácil entender por qué Aristóteles insiste en que la materia y la forma son distintas, pero no están separadas. El mármol del que está hecha la estatua del caballo puede adoptar muchas formas diferentes; sin embargo, sigue siendo mármol: ser mármol no depende de tener forma de caballo. La materia es, pues, distinta de la forma particular que tenga en ese momento. Igual ocurre con la forma: el mismo caballo puede estar tallado en granito o en mármol; la forma de caballo no depende de ser de mármol.

    Sin embargo, aunque la forma y la materia son distintas, no existen de forma independiente en sí mismas ni se agrupan como un mero ejercicio mental. Nunca se encontrará el mármol de la estatua sin alguna forma o figura, y la forma o figura tampoco puede encontrarse separada de alguna materia. Si, estando de vacaciones, ves una estatua de un caballo, no puedes meter solo la forma en la maleta y dejar el mármol. La forma siempre está presente en algún material, ya sea el mármol original o los píxeles de la pantalla de tu cámara. Del mismo modo, si la estatua se rompe en pedazos, el mármol sigue teniendo una forma, solo que de escombros; el mármol nunca carece de forma. El mármol sigue siendo mármol con independencia de su forma, pero siempre tiene alguna forma. Del mismo modo, la forma no depende de la materia particular, pero nunca se encuentra separado de una materia. Por tanto, la forma y la materia son diferentes, pero no independientes. Ser de mármol y ser de una forma concreta son dos cosas ciertas, aunque una difiere de la otra precisamente en lo mismo en que coinciden. De ahí que se diga que la forma y la materia son principios reales —y en realidad distintos— de un ser.

    El análisis de Aristóteles sobre los seres que cambian a menudo resulta vano hoy en día. Al fin y al cabo, una estatua de un caballo no es más que un objeto compuesto de unos materiales determinados con unas dimensiones determinadas. ¿Qué más hay que decir? En el mejor de los casos, la diferenciación que hace Aristóteles resulta arcaica; en el peor, mucho ruido y pocas nueces.

    La clave para apreciar la distinción de Aristóteles es entenderla en el contexto adecuado. Aristóteles no contradice la experiencia común, sino que la aprecia más plenamente. Lo más importante es que ningún objeto puede existir sin forma ni materia; es decir, no hay mármol sin forma, ni forma de caballo hecha de nada. Así pues, la forma y la materia son necesarias para que cualquier cosa exista, y son auténticos principios de la existencia.³² Es más, esta diferenciación en absoluto resulta innecesaria hoy en día para una correcta interpretación de lo que es algo. Es una manera más precisa de entender las entidades concretas que existen en el mundo real. Sin duda, es imposible entender en qué se diferencia un bloque de mármol de una estatua de mármol de un caballo sin hacer referencia explícita o implícita a los principios hilemórficos de Aristóteles. De hecho, la objeción ya expuesta de que la estatua de un caballo no es más que un objeto compuesto de unos materiales determinados con unas dimensiones determinadas es una manera menos precisa de hacer una afirmación hilemórfica con respecto a lo que es en realidad la estatua.

    Volviendo a Juanito, observamos que los principios de potencia y acto también actúan en él. Tiene que haber algún principio de constancia por el que Juanito siga siendo Juanito tras todos los cambios que experimenta en la transición de niño a adulto, y algún principio de cambio por el que Juanito sea diferente. Sin embargo, aquí se da una diferencia crítica entre Juanito y la estatua. En esta última, el principio de potencia era la sustancia o el material de que estaba hecha (la materia); el mármol seguía siendo mármol a lo largo del cambio de forma de bloque a forma de caballo. Sin embargo, en Juanito no podemos equiparar la potencia con la sustancia o el material.

    En primer lugar, las moléculas del cuerpo de Juanito (incluidas las de su cerebro) cambiarán varias veces a lo largo de su vida. Esto sucede incluso en periodos de tiempo mucho más cortos: en cada respiración, Juanito intercambia carbono y oxígeno, alterando así su composición molecular; en cada movimiento, desprende células de la piel y del intestino, alterando así su composición celular. Sin embargo, a pesar de estos cambios continuos, Juanito sigue siendo el mismo individuo. A diferencia de lo que sucede en la transición de forma de bloque a forma de caballo, la materia de la que está hecho Juanito no permanecerá numéricamente idéntica a lo largo de su vida, pero Juanito sí.

    En segundo lugar, es posible que toda la materia de que se compone Juanito permanezca, aunque Juanito ya no esté. Juanito puede morir, de tal manera que todas las moléculas que componen su cuerpo sigan existiendo, pero él ya no. En el caso de la estatua, podríamos decir «potencia = materia = mármol». Sin embargo, en el caso de Juanito, no podemos decir «potencia = cuerpo físico = Juanito», ya que ni el cuerpo físico en su conjunto ni ninguna de sus partes pueden ser numéricamente idénticos a Juanito. ¿Qué podría ser el principio de potencia en Juanito si no es su materia?

    La diferencia entre Juanito y la estatua pone de manifiesto dos de los niveles en los que se encuentran la potencia y el acto. Cuando el mármol pasa de tener forma de bloque a tener forma de caballo, decimos que se trata del mismo trozo de mármol, porque ser de mármol no tiene relación con la forma; es decir, la forma no altera lo que el mármol es fundamentalmente. Las formas que no alteran lo que una cosa es fundamentalmente son lo que Aristóteles llama formas accidentales o simplemente accidentes, porque están fuera de la naturaleza fundamental de algo (o son extrínsecas).³³ El tipo de accidentes posibles de una entidad determinada depende de su naturaleza intrínseca; por ejemplo, el mármol puede tener forma de bloque, de caballo, de escombros, etc., pero no de gas o de líquido y seguir siendo mármol (véase la figura 2, «Accidentes del mármol»).

    Juanito también es un todo, pero es un todo diferente. Mientras que tener forma de caballo no cambia el carácter fundamental del mármol, ser Juanito sí cambia el carácter fundamental del material del que está compuesto Juanito. Cuando ya no está Juanito, el carbono, el hidrógeno, el oxígeno, etc., que en un momento dado componían su cuerpo, son libres de unirse de todas las maneras posibles para este tipo de moléculas; de hecho, es lo que ocurre en un cadáver. Sin embargo, cuando existe Juanito, esos mismos elementos se unen solo en un conjunto de formas que propician la existencia continuada de Juanito; de alguna manera, el comportamiento natural de los elementos está limitado. Por ejemplo, el carbono puede existir como grafito en la naturaleza, pero no en un cuerpo vivo. Cuando las interacciones entre los elementos están en desequilibrio con el ser de Juanito, decimos que Juanito está enfermo (por ejemplo, está resfriado o tiene cáncer). Cuando están radicalmente en desequilibrio, decimos que Juanito está muerto y que lo que queda es un cadáver; es decir, la misma serie de elementos, pero libres de unirse en todo tipo de posibilidades.

    FIGURA 2. Niveles de composición potencia y acto

    Al igual que la estatua, Juanito se convierte en un todo gracias a una forma, pero la forma que convierte a Juanito en un todo no es extrínseca a la materia que lo compone, sino intrínseca. La forma de Juanito altera lo que la materia es fundamentalmente restringiendo (y también dirigiendo o controlando) su gama de interacciones y haciendo que la materia sea algo fundamentalmente diferente: que sea Juanito, en lugar de un mero montón de carbono, nitrógeno, hidrógeno y oxígeno. Una forma que hace que algo sea lo que es de manera fundamental se llama forma sustancial (en contraste con la forma accidental) y la cosa resultante es una sustancia (véase la figura 2, «Sustancia»). Una sustancia y sus formas accidentales asociadas son lo que constituyen un ser finito (véase la figura 2, «Ser finito»).

    Estas distinciones nos permiten identificar más claramente los dos niveles de composición de potencia-acto mencionados antes. Tanto Juanito como el mármol son sustancias; es decir, son seres completos intrínsecamente.³⁴ Ambos pueden adquirir una variedad de formas (véase la figura 2, «Accidentes del ser humano» y «Accidentes del mármol») y seguir siendo lo que son fundamentalmente. En este nivel, el principio de constancia (potencia) en ambos es la sustancia, y el principio de diferencia (acto) son las diversas formas accidentales que puede adoptar la sustancia. Aquel cambio que deja intacta la sustancia subyacente se denomina cambio accidental (véase la figura 2, «Cambios accidentales»), y este es el nivel más intuitivo y obvio sobre el cual están fundados los principios de acto y potencia.

    Sin embargo, como veremos, si examinamos más a fondo a la cuestión de cómo cambian las cosas permaneciendo iguales, concluiremos que la potencia y el acto también existen a un nivel más profundo, pues la propia sustancia se produce por la combinación de una forma sustancial como principio subyacente del acto y la materia primera como principio subyacente de la potencia (véase la figura 2, «Forma sustancial» y «Materia primera»).

    FORMA SUSTANCIAL Y MATERIA PRIMERA

    ¿Por qué es necesario apelar a este nivel más profundo de potencia y acto? En primer lugar, la experiencia común nos dice que, aunque puede haber muchos ejemplares del mismo tipo de cosa (como, aproximadamente, siete mil millones de seres humanos en el planeta en 2016), cada uno de los ejemplares de una sustancia determinada es único (cada ser humano es distinto de cualquier otro). Necesitamos una explicación sobre por qué las cosas pueden ser del mismo tipo (es decir, la misma sustancia), y sin embargo ser un ejemplar concreto de esta sustancia.

    En segundo lugar, también sabemos por experiencia común que existen diferentes tipos de sustancias. Aunque un bloque de mármol y un bloque de granito tengan la misma forma de caballo, el mármol y el granito son diferentes fundamentalmente. Necesitamos una explicación de por qué las cosas difieren de manera fundamental, y no meramente accidental.

    Por último, como se señalaba al principio con el ejemplo de una casa que se pinta y otra que se convierte en cenizas, a veces las cosas cambian de forma fundamental, y no de forma meramente accidental, por lo que necesitamos una explicación de cómo se produce este tipo de cambio. En los cambios que alteran fundamentalmente lo que es algo, la sustancia que había deja de existir, y una nueva sustancia o sustancias ocupan su lugar. Con la muerte, por ejemplo, la sustancia que es Juanito desaparece y, en su lugar, hay más de 1027 sustancias moleculares y atómicas, que antes formaban su cuerpo, libres de asociarse o disociarse según sus propias naturalezas fundamentales.³⁵ La materia que formaba parte de Juanito se convierte en un conjunto de moléculas y células en lo que se conoce como cadáver. Del mismo modo, cuando el mármol se trata con un ácido fuerte, se descompone en tres sustancias diferentes con propiedades fundamentalmente distintas del mármol: dióxido de carbono, agua y cloruro de calcio. Aristóteles llama a esto cambio sustancial, ya que implica la aparición y desaparición de una sustancia en sí misma, en lugar de la aparición y desaparición de un accidente en la sustancia (véase la figura 2, «Cambios sustanciales»).

    Que (1) las cosas individuales lleguen a ser y dejar de ser, (2) que haya muchos ejemplares de la misma clase de cosa, cada uno de ellos distinto, y (3) que haya diferentes tipos de cosas con diferentes propiedades llevó a Aristóteles a concluir que las sustancias mismas son causadas por su particular composición de potencia-acto. Del mismo modo que ser una estatua de un caballo implica un acto (una forma) y una potencia (el mármol), también el propio mármol debe estar compuesto por los principios de potencia y acto. El mármol procede de algo fundamentalmente distinto (es decir, de la piedra caliza), hay muchos bloques de mármol diferentes, y el mármol es fundamentalmente diferente del granito. Lo mismo ocurre con los seres humanos. El principio que hace que la cosa sea un tipo específico de sustancia es el principio llamado forma sustancial, que ya hemos visto antes (véase la figura 2, «Forma sustancial»). Al principio que hace que la cosa sea esta de aquí, en lugar de aquella otra, Aristóteles lo llama materia primera (véase la figura 2, «Materia

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