No hay nada como exponer de corrido algunas cifras sobre el cerebro humano para asimilar su vastedad, su densidad y, sobre todo, su inabarcable complejidad: apenas una masa de 1,5 kg alberga nada menos que 86 000 millones de neuronas. O dicho de otro modo, en un simple fragmento de cerebro del tamaño de un grano de arena podemos encontrar hasta 100 000 neuronas. Además, entre todas estas neuronas hay una inextricable constelación de 10 billones de sinapsis, estructuras especializadas que permiten la comunicación entre ellas. De esta manera, las neuronas se conectan entre sí o, como lo expresó el Premio Nobel Ramón y Cajal, se estrechan la mano.
Con estas cifras, no resulta extraño constatar que la extraordinaria actividad metabólica del cerebro le obliga a consumir el 20 % de la energía del cuerpo, a pesar de que solo constituye el 2 % de su masa. Con todo, habida cuenta de su enorme complejidad, resulta un órgano extraordinariamente eficiente, pues su consumo es comparable al de una bombilla de veinte vatios.
De hecho, el cerebro es tan increíblemente complejo que, incluso a día de hoy, continuamos descubriendo regiones anatómicas nuevas. Por ejemplo, en un estudio liderado por Matthew Glasser, publicado en Nature en 2016, se realizó un mapeo de mayor precisión, que permitió añadir 97 nuevas áreas a las 83 ya descritas. Es decir, que hasta una fecha tan reciente como 2016, había casi cien áreas que nunca habían sido descritas, a pesar de mostrar claras diferencias en estructura, función y conectividad con sus vecinas.
El es probablemente uno de los antepasados más antiguos, y poseía un pequeño cráneo de aproximadamente 350 cm3 (el de nuestra especie, el, tiene entre 1 300 y 1 800 cm3). Así, durante los últimos seis millones de años, se ha triplicado y hasta cuadruplicado el tamaño de nuestro cerebro,