Si un hipotético científico extraterrestre mirase fotos de todos los primates, habría uno que le llamaría la atención por dos razones obvias: la primera, que va desnudo, sin pelaje; la segunda, que es muy cabezón, en proporción con el tamaño de su cuerpo.
Según el índice de encefalización, que relaciona el peso del cerebro con el de todo el cuerpo de una especie, somos los ganadores. Tenemos un índice de 7,4, seguidos de cerca por los delfines con un 5,3. Nuestro pariente primate más cercano, el chimpancé, está lejos, con un 2,5, es decir, tres veces menos que los humanos.
Se sabe que la diferencia de tamaño está relacionada con la inteligencia, lo que nos convierte en el animal más inteligente del planeta. Sin embargo, es importante explicar cómo y por qué llegamos a tener semejante cerebro, ya que, a pesar de los beneficios obvios, también tiene contras. Algo tan grande, en relación al tamaño del cuerpo, consume mucha energía.
A pesar de que el cerebro tan solo representa un 2 % de nuestro peso total, le destinamos entre un 18 % y un 25 % del presupuesto energético. Otros primates, por ejemplo, apenas sí le dedican un 10 %. Como vemos, el gran protagonista que ayuda a leer estas líneas, comprenderlas y almacenarlas, necesita dar muchas explicaciones sobre cómo y por qué obtuvo semejante tajada del presupuesto energético.
DE DÓNDE VIENE
El cerebro ha recorrido un