A pie de página: Placeres en el desierto de la lectura
()
Información de este libro electrónico
Fernando Castro Flórez
Fernando Castro Flórez (Plasencia, 1964) es profesor titular de Estética de la Universidad Autónoma de Madrid. Comisario de exposiciones de artistas como Miró, Picasso, Dalí, Cragg, David Nash, Nacho Criado, Warhol, Francis Bacon, Imi Knoebel, Julian Opie, Fernando Sinaga, Anselm Kiefer o Bernardí Roig. Ha escrito libros como Elogio de la pereza. Notas para una estética del cansancio (1992), El texto íntimo. Kafka, Rilke, Pessoa (1993), Contra el bienalismo (2012), Mierda y catástrofe. Síndromes culturales del arte contemporáneo (2014), Estética a golpe de like (2016), Estética de la crueldad (2019), Filosofía tuitera y estética columnista (2019) o Cuidado y peligro de sí(2021).
Lee más de Fernando Castro Flórez
Wittgenstein, el arquitecto: (el lugar inhabitable) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Relacionado con A pie de página
Títulos en esta serie (3)
Leer mata Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesA pie de página: Placeres en el desierto de la lectura Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa ciudad sin imágenes Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Libros electrónicos relacionados
Elogio de la quietud Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Barra siniestra Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones¿Qué fue de la modernidad? Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNací Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La más recóndita memoria de los hombres Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La guerra contra el cliché Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Crítica del espectáculo y de la vida cotidiana: Antología Guy Debord Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Vértigo y pasión: Un ensayo sobre la película Vértigo de Alfred Hitchcock Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones¡El gran Pan ha muerto!: Palimpsestos todológicos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEstudios del malestar: Políticas de la autenticidad en las sociedades contemporáneas Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El gabinete de un aficionado Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La actualidad innombrable Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Contra el bienalismo: Crónicas fragmentarias del extraño mapa artístico cultural Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDe cine: Aventuras y extravíos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl secuestro Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Unos meses de mi vida: Octubre 2022 - marzo 2023 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesUna cierta idea de mundo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Con los ojos bien abiertos: Ensayos sobre arte Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMáquinas filosóficas Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La felicidad de los pececillos: Cartas desde las antípodas Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Leer mata Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesModos de ver Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Malos pensamientos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAbril: Historia de un amor Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Contra todo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos espejos venenosos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La amante de Wittgenstein Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCómo ordenar una biblioteca Calificación: 4 de 5 estrellas4/53_ERAS Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Crítica literaria para usted
Laboratorio lector: Para entender la lectura Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Dragon Ball Cultura Volumen 1: Origen Calificación: 1 de 5 estrellas1/5Cien años de soledad de Gabriel García Márquez (Guía de lectura): Resumen y análisis completo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez (Guía de lectura): Resumen y análisis completo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El Alquimista de Paulo Coelho (Guía de lectura): Resumen y análisis completo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Breve historia de la literatura universal Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl secreto de los Buendía: Sobre Cien años de soledad Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El poder del mito Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La insoportable levedad del ser de Milan Kundera (Guía de lectura): Resumen y análisis completo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5¿Qué leen los que no leen?: El poder inmaterial de la lectura, la tradición literaria y el placer de leer Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Ensayo sobre la ceguera de José Saramago (Guía de lectura): Resumen y análisis completo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5García Márquez en 90 minutos Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El universo de los superhéroes: Historia, cine, música, series y videojuegos Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Albert Camus: Del ciclo de lo absurdo a la rebeldía Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El evangelio de Tomás: Controversias sobre la infancia de Jesús Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Julio Verne: Viaje al centro de la Tierra Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La utilidad de leer: Ensayos escogidos Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Borges en 90 minutos Calificación: 4 de 5 estrellas4/550 Clásicos que debes leer antes de morir Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl banquete o del amor Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Manual de escritura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Leer o Morir Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Una introducción a la teoría literaria Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Gabriel García Márquez. Nuevas lecturas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa muerte: Siete visiones, una realidad Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Un cuarto propio Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Escribir por ejemplo: De los inventores de la tradición Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Magia universal Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Comentarios para A pie de página
0 clasificaciones0 comentarios
Vista previa del libro
A pie de página - Fernando Castro Flórez
A Manuela, como todo lo que he escrito
Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.
Quevedo
Todo empezó ahí
Todo comenzó copiando. No fue la palabra, ni la acción. Tampoco se trataba, en clave de teología negativa, de una ausencia o del síncope de la glotis (esto suena particularmente mallarmeano), y fue mucho antes de que pudiera imaginar que se podría decir, con impunidad académica, que la «ausencia es fundante». Me dedicaba a copiar como si no hubiera mañana. Con una caligrafía de letras desligadas e incapaz de establecer una elegante continuidad; a paso de hormiga, dejando rastros microscópicos como si fuera un rácano desde la más tierna infancia. Apenas conseguía mantener la línea recta en la página en blanco, inclinándome de forma peligrosa, sabiendo que sería censurado. Pasaba un frío atroz. Mientras copiaba sin desfallecer, la oscuridad se adueñaba del lugar. Levantaba la vista y me daban mareos, pero seguía con mi tarea de copista febril. Aquellos trabajos heroicos no tenían el reconocimiento que merecían. Era, tal y como lo entendía, lo esperado, ya que otros compañeros del colegio también estaban ocupados en esa actividad rutinaria. Aun así, tenía la secreta vanidad de que era el único que estaba haciendo ese prodigioso trabajo y que los demás eran unos inútiles que no tenían la menor idea de nada. El desprecio tenía una maravillosa textura de secreto a voces.
Escena del crimen: la biblioteca pública de Plasencia, junto a la Puerta Berrozana. Un edificio que, en las brumas de la memoria, entreveo como un castillo con una entrada enorme, escaleras de piedra y temperatura glacial. Incluso para la mirada admirativa infantil, ya por aquel entonces consideraba que había escasos libros y pocos lectores. Para llegar hasta allí, había que salir de la muralla, como si los libros estuvieran en el exilio, lejos de todo, literalmente, desanimados. Iba con desgana, deseando volver cuanto antes a mi calle para jugar al fútbol, a la pídola o a los curencos con el trompo. Éramos unos callejeros. Merendábamos bocatas de Nocilla mientras montábamos en bicicleta y hacíamos el gamberro sin que nadie nos pusiera coto.
Tenía que copiar para resolver los trabajos del colegio, un trámite insustancial que me producía cansancio por anticipado. En la biblioteca, sin saberlo todavía, me adiestraba en lo kafkiano: disciplinaba el cuerpo más que la mente, convertía los instantes en plomo. Los ejercicios, daba igual su naturaleza, siempre encontraban respuesta en la Espasa-Calpe. Tal vez los temas fueran variados, aunque lo único que recuerdo es que todo remitía a Plasencia y a Extremadura. Todas las disciplinas se decantaban en un campo cerrado. Copié páginas sobre los iberos y los Reyes Católicos; los ríos y sus afluentes, cabos y golfos; la romanización y la poesía de Bécquer; las capitales europeas y las peripecias de los emperadores romanos. Todo pasto del olvido. Parecerá delirante, pero todo eso tenía en mi mente pantanosa una tonalidad placentina, como si canturreara mientras copiaba cada palabra de la enciclopedia el himno de la Virgen del Puerto.
Una palabra detrás de otra, frases que no trataba ni de entender, pueblos que nunca conocería y ríos que acaso estén definitivamente secos. Aquello fluía hacia la nada escolar. La Espasa era, en todos los sentidos, algo sagrado, el depósito de la sabiduría, la fuente de todo lo que me permitía salir del paso. Creía que era el único ser inteligente del planeta. Me equivocaba. Otros alumnos del Alfonso viii fusilaban sin miramientos entradas de aquellos tochos como profesionales del plagio académico. Me daban ataques de rabia cuando detectaba que otros estaban sacando diamantes de esa mina enciclopédica de la que yo era el verdadero propietario. Esperaba a que todos se marcharan y ocultaba los volúmenes que habían utilizado en algún rincón de aquel siniestro caserón. Al día siguiente, me sofocaba al comprobar que mis rivales seguían entregados a la copia cuasimonástica.
Como temía que me descubriera el profesor y que me abofeteara o me golpeara con la vara en la punta de los dedos, pensaba que debía introducir algo de mi cosecha. Pasaba entonces los sudores de la muerte intentando cambiar un verbo o modificar una frase mínimamente. También sentía que mi ignorancia supina podía llevarme al abismo de lo disparatado. Cada ligera disidencia en el proceso de copia comportaba arrepentimientos y tachones indecentes. Bastante mala era mi letra, indigno garrapatear caligráfico, para, además, mancillar la página con borrones. El eterno retorno de lo siempre igual me fue revelado en esos atardeceres en