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El Retorno De Los Dioses: Las Aventuras De Azakis Y Petri
El Retorno De Los Dioses: Las Aventuras De Azakis Y Petri
El Retorno De Los Dioses: Las Aventuras De Azakis Y Petri
Libro electrónico1066 páginas12 horas

El Retorno De Los Dioses: Las Aventuras De Azakis Y Petri

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Estábamos de vuelta. Había pasado sólo un año solar de los nuestros desde que habíamos sido obligados a abandonar a todo correr el planera, pero, para ellos, habían pasado 3.600. ¿Qué encontraríamos?
Los misterios más grandes de nuestro tiempo finalmente serán desvelados: la improvisa e inexplicable evolución del ser humano desde el Homo Erectus al Homo Sapiens sapiens, el verdadero origen de los ”Dioses”, el enigma escondido en los Zigurats, la historia de Noé y del Diluvio Universal, las tablas de la Ley de Moisés, el éxodo de su pueblo y el Arca de la Alianza. Las grandes preguntas del hombre tendrán, por fin, una respuesta: ¿Qué es lo que hay en la cara oculta de la Luna? ¿Quién ha esculpido el rosto sobre Marte? Nibiru, el duodécimo planeta del sistema solar, ¿existe realmente? ¿Dónde se encuentra la mítica Atlántida? ¿Qué se oculta en el Triángulo de las Bermudas? Y, finalmente, la respuesta a la pregunta más importante: ¿qué es la vida y cuál es su finalidad? Os veréis involucrados en la aventura más grande jamás contada, con repercusiones románticas y conmovedoras pero también con situaciones placenteras en las cuales los protagonistas conseguirán arrancaros grandes sonrisas a la vez que profundos momentos de reflexión. Intrigas internacionales, golpes de efecto, revelaciones y relecturas de hechos y episodios históricos mantendrán al lector con el corazón en un puño hasta la última línea de la novela. ¿Y si, incluso nosotros, no fuésemos otra cosa que simples personajes de una grandiosa novela titulada ”El Hombre”?
Trilogía completa que une ”El Retorno”, ”Encuentro con Nibiru” y ”El Escritor”.
IdiomaEspañol
EditorialTektime
Fecha de lanzamiento25 ene 2019
ISBN9788893981958
El Retorno De Los Dioses: Las Aventuras De Azakis Y Petri

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    El Retorno De Los Dioses - Danilo Clementoni

    Danilo Clementoni

    El Retorno de los Dioses

    Las aventuras de Azakis y Petri

    Traducido por: María Acosta

    Editor: Tektime

    Este libro es una obra producto de la fantasía. Nombres, personajes, lugares y organizaciones citados son fruto de la imaginación del autor y su objetivo es dar verosimilitud a la narración. Cualquier parecido con hechos o personas reales, vivas o difuntas, es pura coincidencia.

    El Retorno de los Dioses

    Copyright © 2019 Danilo Clementoni

    Facebook:

    https://www.facebook.com/danilo.clementoni (en italiano)

    Blog: dclementoni.blogspot.it

    e-mail: d.clementoni@gmail.com

    Derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida de ninguna manera, incluso por cualquier tipo de sistema mecánico y/o electrónico sin la autorización expresa y escrita del editor, a excepción de algunos pequeños pasajes a efectos de ilustrar reseñas o recensiones.

    A mi mujer y mi hijo por la paciencia que han tenido conmigo y por todas las valiosas sugerencias que han aportado, contribuyendo de esta manera, ya sea a mi mismo como a esta novela.

    Un abrazo especial a mi madre y un fortísimo beso a mi padre que, aún sufriendo por su enfermedad, con su presencia y su mirada, me ha impulsado a poner todo mi corazón en esta maravillosa novela.

    Agradezco en particular a todos mis amigos el que me hayan confortado e incitado a seguir hasta finalizar este trabajo que, quizás, sin ellos no habría visto jamás la luz.

    Estábamos volviendo. Sólo había pasado un año solar desde que nos habíamos visto obligados a abandonar a todo correr el planeta pero, para ellos, habían pasado 3.600 años terrestres. ¿Qué encontraríamos?

    Índice

    Introducción

    Astronave Theos – a 1.000.000 de kilómetros de Júpiter

    Planeta Tierra – Tell el-Mukayyar - Iraq

    Astronave Theos – Órbita de Júpiter

    Nassiriyya – El hotel

    Astronave Theos – Alarma de proximidad

    Nassiriyya – Restaurante Masgouf

    Astronave Theos – El objeto misterioso

    Nassiriyya – La cena

    Astronave Theos – Análisis de los datos

    Nassiriyya – Después de la cena

    Astronave Theos – Los Ancianos

    Nassiriyya – El despertar

    Astronave Theos  – Imágenes de la Tierra

    Tell el-Mukayyar  – La excavación

    Astronave Theos  – El terrible descubrimiento

    Tell el-Mukayyar  – El sarcófago

    Astronave Theos  – El cinturón de asteroides

    Tell el-Mukayyar  – La incursión nocturna

    Astronave Theos  – La cara sobre Marte

    Tell el-Mukayyar  – Sorpresa nocturna

    Astronave Theos  – La órbita terrestre

    Tell el-Mukayyar  – El desenmascaramiento

    Astronave Theos  – Los preparativos finales

    Tell el-Mukayyar  – Los cuatro guardianes llameantes

    Tell el Mukayyar  – El contacto

    Tell el-Mukayyar  – La recuperación

    Astronave Theos  – Huéspedes a bordo

    Astronave Theos  – La revelación

    Astronave Theos

    Tell el-Mukayyar – La fuga

    Astronave Theos – El superfluido

    Base aérea Camp Adder – La evasión

    Astronave Theos – El plan de acción

    New York – Isla de Manhattan

    Astronave Theos– El regalo

    Nasiriya – La cena

    Astronave Theos – El almirante

    Nasiriya – La emboscada

    Astronave Theos – El Presidente

    Nasiriya – Hisham

    Astronave Theos  – El regreso a la Tierra

    Nibiru  – Los preparativos

    Tell el-Mukayyar  – La trampa

    Nevada  – Área 51

    Nibiru  – La prueba

    Tell el-Mukayyar  – Malas noticias

    Área 51  – El contacto

    Nibiru  – La partida

    Tell el-Mukayyar  – El mensaje

    Área 51  – Contramedidas

    Theos-2  – Contacto con la Tierra

    Tell el-Mukayyar  – El accidente

    Área 51  – La base secreta

    Tell el-Mukayyar  – El gatito

    Theos-2  – El asteroide

    Área 51  – Las revelaciones tecnológicas

    Nasiriya  – Los Shani

    Theos-2  – Los cálculos

    Área 51  – Las coordenadas

    Nasiriya  – Regreso al campamento

    Theos-2  – La avería

    Área 51  – El dinero

    Tell-el-Mukayyar  – Regreso a la base

    Theos-2  – Un paseo por el espacio

    Área 51  – El proyecto

    Tell-el-Mukayyar  – La captura

    Theos-2  – Las reparaciones

    Área 51  – La llamada desde la Theos-2

    Boston  – Hospital General de Massachussets

    Theos-2  – Hipótesis

    Área 51  – La esperanza

    Océano Atlántico  – El rescate

    Theos-2  – El Plan B

    Área 51  – El acuerdo

    Astronave Theos  – Las comprobaciones

    Área 51  – La confesión

    Theos-2  – Órbita terrestre

    Área 51  – La liberación

    Theos-2  – El punto X

    Área 51  – El control de la evacuación

    Theos-2  – Últimas comprobaciones

    Theos  – Nuevas revelaciones

    Planeta Tierra  – California

    Theos  – Newark en acción

    Planeta Tierra  – Las reacciones

    Órbita terrestre  – Kodon

    Tell-el-Mukayyar  – La despedida

    Astronave Theos – La evacuación

    Tell el-Mukayyar – Un rayo en el cielo

    Nave espacial seis – Inspección lunar

    Tell-elMukayyar – Contacto con Nibiru

    Pasadena, California – El friqui

    Constelación de Tauro – Planeta Kerion

    Tell-el-Mukayyar – La energía de las pirámides

    Pasadena, California – El noticiario

    Planeta Kerion – El trágico descubrimiento

    Tell-el-Mukayyar – Las grabaciones

    Pasadena, California – La guarida

    Planeta Kerion – TYK el Supremo

    Tell-el-Mukayyar – El Presidente

    Pasadena, California – La prueba

    Planeta Kerion – La partida

    Nave espacial seis – La recuperación

    Pasadena, California – Las reparaciones

    Órbita de Saturno – La llegada de TYK

    Tell-el-Mukayyar – Los proyectos

    Santa Mónica, California – La espera

    Sistema solar – Urano

    Tell-el-Mukayyar – La duda

    Santa Mónica, California – La venganza

    Sistema solar – Neptuno

    Isla de Hawai – Sorpresa nocturna

    Santa Mónica, California – La noticia

    Nibiru – El mensaje

    Nevada, Área 51 – Contacto con Nibiru

    Pasadena, California – El negocio

    Sistema solar – Plutón

    Nevada, Área 51 – El plan B

    Los Ángeles, California – El encuentro

    Nibiru – La batalla final

    Canal de Sicilia –Telandis

    Los Ángeles, California – El comprador

    Base secreta ELSAD – El mensaje

    Telandis – Los laboratorios

    México – Bahía de Kino

    Órbita de Júpiter – Cambio de plan

    Bahía de Kino – La captura

    Washington – Despacho Oval

    Etiopía – Ciudad de Aksum

    Aksum, Etiopía – El Arca de la Alianza

    Aksum – El Epafi

    En un lugar desconocido – El Escritor

    Área 51 – El retorno

    Tell-el-Mukayyar – La despedida

    Bibliografía en español

    Note

    Introducción

    El decimosegundo planeta, Nibiru, (el planeta de transición), como fue llamado por los sumerios o Marduk (el rey de los cielos) como lo rebautizaron los babilonios, es en realidad un cuerpo celeste que orbita en torno a nuestro sol durante un periodo de 3.600 años. Su órbita es claramente elíptica, retrógrada (gira alrededor del sol en sentido contrario a todos los demás planetas) y está muy inclinada respecto al plano de nuestro sistema solar.

    Cada una de sus aproximaciones cíclicas ha provocado casi siempre inmensas perturbaciones interplanetarias en nuestro sistema solar, tanto en las órbitas como en la conformación misma de los planetas que formaban parte del mismo. Concretamente, fue justo en una de sus más tumultuosas transiciones que el majestuoso planeta Tiamat, ubicado entre Marte y Júpiter, con una masa aproximada de nueve veces la de la actual Tierra, con abundante agua y con once satélites, fue devastado debido a un épico choque. Una de las siete lunas que orbitaban alrededor de Nibiru golpeó al gigantesco Tiamat partiéndolo prácticamente por la mitad, obligando a cada una de las secciones a moverse en distintas órbitas. En la siguiente transición (el segundo día del Génesis), los restantes satélites de Nibiru completaron la obra destruyendo completamente una da las partes que se habían formado con el primer choque. Los detritos generados por las múltiples colisiones crearon, en parte, lo que hoy conocemos como cinturón de asteroides¹ o Brazalete Martillado, que era como lo llamaban los sumerios, y otra parte fue incorporada por los planetas vecinos. En concreto, fue Júpiter el que capturó la mayor parte de los detritos, aumentando de forma considerable su masa.

    Los satélites artífices del desastre, incluyendo aquellos supervivientes del antiguo planeta Tiamat, en su mayor parte fueron lanzados hacia órbitas exteriores, formando lo que hoy conocemos como cometas; la parte superviviente a la segunda transición consiguió colocarse en una orbita entre Marte y Venus, llevándose consigo el último satélite y acabando por formar lo que hoy conocemos como Tierra, junto a su inseparable compañera la Luna.

    . La cicatriz provocada por aquella colisión cósmica, que había tenido lugar aproximadamente hacía 4 millones de años, todavía es parcialmente visible. La parte dañada del planeta está actualmente cubierta por las aguas de lo que hoy llamamos Océano Pacífico. Ocupa un tercio de la superficie terrestre con una extensión de más de 179 millones de kilómetros cuadrados. En toda esta inmensa superficie no hay prácticamente masa terrestre, sólo una gran depresión que se extiende hasta una profundidad que supera los diez kilómetros.

    Actualmente Nibiru posee una configuración muy parecida a la de la Tierra. Las dos terceras partes de su superficie están recubiertas de agua mientras que el resto está ocupada por un único continente que se extiende de norte a sur, con una superficie total de 100 millones de kilómetros cuadrados. Algunos de sus habitantes, con cientos de miles de años, aprovechando la aproximación cíclica de su planeta al nuestro, nos han visitado de manera sistemática, influyendo en la cultura, los conocimientos, la tecnología e incluso en la misma evolución de la raza humana. Nuestros antepasados los han llamado de muchas maneras, pero quizás el nombre con el que han sido conocidos desde siempre haya sido Dioses

    Astronave Theos – a 1.000.000 de kilómetros de Júpiter

    Azakis estaba cómodamente tumbado en la butaca oscura automoldeable que un viejo amigo Artesano, que la había fabricado con sus propias manos, le había regalado unos años atrás con motivo de su primera misión interplanetaria.

    «Te traerá suerte» le dijo aquel día. «Te ayudará a relajarte y a tomar las decisiones adecuadas cuando sea necesario».

    Efectivamente, sentado allí, había tomado un montón de decisiones desde entonces y también la fortuna había estado habitualmente de su parte. Por lo tanto, había hecho todo lo posible para llevar consigo aquel querido recuerdo, incluso burlando muchas reglas que le habrían impedido su uso, sobre todo en una nave estelar de categoría Bousen-1 como aquella en la que se encontraba ahora.

    Una voluta azulada de humo se elevaba derecha y veloz del cigarro que tenía entre el pulgar y el índice de la mano derecha mientras que, con la mirada, intentaba recorrer los 4,2 UA² que todavía lo separaban de su meta. A pesar de que, hacía ya muchos años que hacía este tipo de viaje, la fascinación de la oscuridad del espacio que lo circundaba y los millones de estrellas que lo salpicaban siempre habían conseguido desconectarlo de la realidad. La gran apertura elíptica, justo enfrente de su puesto de trabajo, le permitía tener una visión completa del recorrido del viaje. Él siempre se sorprendía de cómo aquel sutil campo de fuerza fuese capaz de protegerlo del frío sideral del espacio e impidiese al aire salir de repente, y ser absorbido por el vacío absoluto del exterior. La muerte sería casi inmediata.

    Dio una profunda chupada al largo cigarro y volvió a mirar el visor holográfico que estaba enfrente de él, donde aparecía la cara cansada y sin afeitar de Petri, su compañero de viaje, que, desde la otra parte de la nave, estaba reparando el sistema de control de los tubos de escape. Se divertía un poquito distorsionando la imagen soplando en medio el humo apenas aspirado, creando un efecto ondulatorio que le recordaba mucho los movimientos sinuosos de las sensuales bailarinas que habitualmente iba a ver cuando, finalmente, regresaba a su ciudad de origen y podía gozar un poco de un merecido reposo.

    Petri, su amigo y compañero de aventuras, tenía casi treinta y dos años y estaba en la cuarta misión de esta clase. Su imponente y maciza corpulencia infundía siempre, en todos los que lo conocían, mucho respeto. Ojos tan negros como el espacio eterno, cabellos oscuros, largos y desordenados que le caían sobre los hombros, de casi dos metros y treinta centímetros de altura, tórax y brazos poderosos capaces de levantar un Nebir³ adulto sin esfuerzo, y sin embargo con el alma de un niño. Era capaz de conmoverse mientras observaba florecer una flor de Soel⁴ , podía permanecer extasiado, por horas, mirando las olas del mar mientras se rompían sobre las ebúrneas costas del Golfo de Saraan⁵ . Una persona increíble, fiable, leal, dispuesta a arriesgar su vida por él sin dudarlo. No habría partido si no hubiese tenido a Petri a su lado. Era la única persona en el mundo de la que se fiaba ciegamente y no lo traicionaría jamás.

    Los motores de la nave, adaptados para la navegación en el interior del sistema solar, transmitían el clásico y tranquilizador zumbido bifásico. A sus oídos expertos ese sonido confirmaba que todo estaba funcionando a la perfección. Con su sensibilidad auditiva hubiera sido capaz de percibir en el cámara de cambios incluso sólo un 0,0001 Lasig, mucho antes de que el sofisticadísimo sistema de control automatizado se diese cuenta. También por esto se le había concedido, ya desde muy joven, el mando de una nave de categoría Persus.

    Muchos de sus compañeros de curso habrían dado un brazo por estar en su lugar. Pero ahora, allí, estaba él.

    El implante intraocular O^COM hizo que se materializase delante de él la nueva ruta recalculada. Era increíble como un objeto de pocas micras podía desarrollar todas esas funciones. Insertado directamente en el nervio óptico era capaz de visualizar todo un puente de control sobreponiendo la imagen a lo que estaba realmente delante. Al principio realmente, no había sido nada fácil habituarse a aquella maldita cosa y más de una vez las ganas de vomitar casi estuvieron a punto de superarle. Ahora, en cambio, no habría podido prescindir de él.

    La totalidad del sistema solar rotaba a su alrededor con toda su fascinante majestuosidad. El pequeño punto azul, cercano al gigantesco Júpiter, representaba la posición de su nave y la fina línea roja, ligeramente más curvada que la anterior ahora ya desaparecida, indicaba la nueva trayectoria de aproximación a la Tierra.

    La atracción gravitacional del planeta más grande del sistema era impresionante. Tenían que permanecer, fuese como fuese, a una distancia de seguridad y sólo la potencia de los dos motores Bousen permitirían a la Theos escapar a aquel abrazo mortal.

    «Azakis» graznó el comunicador portátil apoyado sobre la consola que estaba delante de él. «Deberíamos comprobar el estado de las juntas del compartimento seis»

    «¿No lo has hecho todavía?» respondió con aire burlón lo que seguramente haría enfadar a su amigo.

    «¡Tira ese cigarro apestoso y ven a echarme una mano!» gritó Petri.

    Lo sabía.

    Había conseguido sacarlo de sus casillas y disfrutaba como un loco haciéndolo.

    «Ya voy, ya voy. Estoy llegando amigo mío, no te sulfures»

    «Muévete, desde hace cuatro horas que estoy en medio de esta mierda y no tengo ganas de bromear»

    Tan gruñón como siempre, pero nada ni nadie podría separarlos.

    Se conocían desde la infancia. Había sido él quien lo había salvado más de una vez de una paliza segura (era mucho más grande que los otros, incluso de niño) interponiéndose con su respetable mole entre su amigo y la típica banda de abusones que lo tenían siempre en el punto de mira.

    De pequeño Azakis no era, en verdad, el tipo por el que que las hermosas representantes del otro sexo se hubieran peleado. Vestía siempre de forma bastante desaliñada, el pelo corto, físico delgaducho, permanentemente conectado a la Red⁶ de la que absorbía millones de datos a una velocidad diez veces superior a la media. A los diez años, gracias a sus notables rendimientos en los estudios, había obtenido un acceso de nivel C, con la posibilidad de adquirir conocimientos vetados a casi todos sus coetáneos. El implante neurológico N^COM, que le garantizaba ese tipo de acceso, tenía, sin embargo, alguna pequeña contraindicación. La concentración debía ser casi absoluta y, dado que la mayor parte de su tiempo lo pasaba así, casi siempre tenía una expresión ausente, con la mirada perdida en el vacío, totalmente ajeno a todo lo que sucedía alrededor. En honor a la verdad, todos pensaban que, al contrario de lo que proclamasen los Ancianos, fuese un poco corto de miras.

    A él no le importaba.

    Su sed de conocimientos no tenía límites. Incluso de noche permanecía conectado y, a pesar de que durante el sueño las capacidades de adquisición, justo por la necesidad absoluta de concentración, se redujesen a un mísero 1%, no quería desperdiciar un solo instante de su vida, sin tener la posibilidad de incrementar su bagaje cultural.

    Se levantó esbozando una ligera sonrisa y se dirigió hacia el compartimento seis donde su amigo lo estaba esperando.

    Planeta Tierra – Tell el-Mukayyar - Iraq

    Elisa Hunter estaba intentando enjuagarse, por enésima vez, aquella maldita gotita de sudor que, desde la frente, se obstinaba en descender lentamente hacia su nariz, para a continuación sumergirse en la ardiente arena debajo de ella. Hacía ya unas cuantas horas que estaba arrodillada, con su inseparable Trowel Marshalltown⁷ , rascando con delicadeza el terreno, intentando sacar a la luz, sin dañarla, lo que parecía  la parte superior de una piedra sepulcral. Ya desde el principio, sin embargo, esta tesis no la había convencido. En los alrededores del Zigurat de Ur, donde, desde hacía dos meses, gracias a su fama de arqueóloga y de experta conocedora de la lengua sumeria, le habían permitido trabajar habían sido encontradas muchas tumbas desde las primeras excavaciones efectuadas a inicios del siglo XX pero nunca, en ninguna de ellas, había sido descubierto un artefacto similar. Dada su particular forma cuadrada y sus notables dimensiones, más que un sarcófago parecía la cubierta de una especie de contenedor sepultado allí milenios atrás, para proteger o esconder no sé sabe qué.

    Por desgracia, dado que había sacado a la luz, por el momento, sólo una porción de la parte superior, todavía no era capaz de establecer cómo de alto podría ser el supuesto contenedor. Las incisiones cuneiformes que recubrían toda la superficie visible de la cubierta no se parecían a nada que hubiese visto antes.

    Para traducirlas necesitaría unos cuantos días con sus respectivas noches.

    «Doctora»

    Elisa levantó la cabeza y, apoyando ligeramente la mano derecha sobre los ojos para protegerse del sol, vio a su ayudante Hisham que venía hacia ella a paso veloz.

    «Doctora» repitió el hombre «hay una llamada para usted de la base. Parece urgente»

    «Ya voy. Gracias Hisham».

    Aprovechó la pausa forzada para beber un sorbo de agua, ahora ya casi caliente, de la cantimplora que llevaba siempre pegada al cinturón.

    Una llamada de la base... Sólo podía significar problemas.

    Se puso de pie, golpeó los pantalones, lo que hizo levantar una multitud de nubecillas de polvo, y se encaminó decidida hacia la tienda que hacía las veces de base de apoyo para la investigación.

    Abrió la cremallera que mantenía cerrada la tienda de campaña y entró. Necesitó un poco de tiempo para que sus ojos se habituasen al cambio de luminosidad, pero eso no le impidió reconocer, en el monitor, la cara del coronel Jack Hudson que, con aire sombrío, miraba el vacío esperando su respuesta.

    El coronel era oficialmente el responsable del equipo estratégico anti terrorismo con base en Nassiriyya pero su trabajo auténtico era el de coordinar una serie de investigaciones científicas comisionadas y controladas por un fantasmal departamento ELSAD⁹ .Dicho departamento estaba rodeado por el habitual misterio que envuelve todas las estructuras de este tipo. Casi nadie conocía cuáles eran el propósito y la finalidad de todo el tinglado. Lo único que se sabía era que el comando operativo respondía directamente al Presidente de los Estados Unidos de América.

    En el fondo a Elisa todo eso no le importaba demasiado. El auténtico motivo por el cual había aceptado la oferta de participar en una de las expediciones era que, finalmente, podría volver a los lugares que más amaba en el mundo, haciendo un trabajo que le gustaba a rabiar y en el cual, a pesar de ser relativamente joven (treinta y ocho años), era una de las más inteligentes y cotizadas del sector.

    «Buenas tardes, coronel» dijo desplegando su mejor sonrisa. «¿A qué debo este honor?»

    «Doctora Hunter, déjese de sutilezas. Sabe perfectamente el motivo por el que la he llamado. El permiso que le fue concedido para llevar a cabo su trabajo ha caducado hace dos días y usted no puede estar ahí.».

    Su voz era firme y decidida. Esta vez, ni siquiera su indiscutible fascinación sería suficiente para arrancar un último aplazamiento. Por lo tanto, decidió jugar su última carta.

    Desde que la coalición, encabezada por los Estados Unidos, había decidido el 23 de marzo de 2003 invadir Iraq, con la finalidad de destituir al dictador Saddam Hussein, acusado de poseer armas de destrucción masiva (acusación que resultó del todo infundada) y de apoyar al terrorismo islámico, en Iraq todas las investigaciones arqueológicas, ya bastante dificultosas en tiempos de paz, habían sido paralizadas. Sólo el fin formal de las hostilidades, ocurrido el 15 de abril de 2003, había dado esperanzas a los arqueólogos de todo el mundo para poder acercarse a uno de los lugares desde el cual, presumiblemente, las más antiguas civilizaciones de la historia se habían desarrollado y después habían difundido la propia cultura por todo el globo terráqueo. Así que, la decisión de las autoridades iraquíes, a finales del 2011, de reabrir las excavaciones en algunos sitios de valor histórico inestimable con el fin de continuar valorizando el propio patrimonio cultural, había transformado, finalmente, la esperanza en certeza. Bajo el patrocinio de la ONU y previas y numerosas autorizaciones firmadas y contrafirmadas por un número indecible de autoridades, algunos grupos de científicos seleccionados y supervisados por las correspondientes comisiones específicas, podrían trabajar, por tiempo limitado, en las principales áreas arqueológicas del territorio iraquí.

    «Querido coronel» dijo mientras se acercaba lo más posible a la webcam, de manera que sus ojazos verde esmeralda pudiesen obtener el efecto que esperaba. «Tiene usted razón»

    Sabía perfectamente que dar la razón desde el principio al interlocutor lo predispondría de manera positiva.

    «Ahora ya se puede decir que nos hemos aproximado».

    «¿Aproximado en qué?» gritó el coronel levantándose de la silla y apoyando los puños sobre la mesa. «Desde hace semanas me repite la misma cantinela. No pienso fiarme de usted sin ver con mis propios ojos algo en concreto.»

    «Si me concede el honor de acompañarme esta noche a cenar, estaré muy contenta de mostrarle algo que le hará volver a tener fe en mi. ¿Qué me dice?»

    Sus dientes blanquísimos desplegados en una espléndida sonrisa y pasarse la mano entre sus largos cabellos rubios hicieron el resto. Estaba segura que lo había convencido.

    El coronel frunció las cejas intentando mantener una mirada furiosa pero él sabía perfectamente que no podría resistirse a aquella propuesta. Elisa le había gustado siempre mucho y una cena en pareja le intrigaba.

    En el fondo él, a pesar de sus cuarenta y ocho años, era todavía un hombre atractivo. Físico atlético, rasgos marcados, pelo corto entrecano, mirada fuerte y decidida de unos ojos de color azul intenso, una óptima cultural general que le permitía mantener conversaciones sobre innumerables temas, unido todo a la indiscutible fascinación del uniforme, hacían de él un exponente del género masculino todavía muy interesante.

    «OK» resopló el coronel «pero si esta noche no me trae algo verdaderamente espectacular, puede ya empezar a recoger toda su ferralla y comenzar a hacer las maletas.» Intentó usar el tono más autoritario que podía pero la cosa no le salió demasiado bien.

    «Esté preparada a las 20:00 horas. Un coche la irá a recoger a su hotel» y cortó la comunicación arrepintiéndose, a continuación, de no haberse despedido de ella.

    ¡Maldita sea! Debo darme prisa. Quedan pocas horas antes de que anochezca.

    «Hisham» gritó asomándose desde la tienda. «Rápido, reúne a todo el equipo. Necesito toda la ayuda posible».

    Recorrió a paso veloz los pocos metros que la separaban de la zona de excavación, dejando detrás de ella toda una serie de nubecillas de polvo. En pocos minutos todos se reunieron en torno a ella a la espera de sus órdenes.

    «Tú, por favor, retira la arena de aquel ángulo» ordenó señalando el lado de la piedra más distante de ella. «Tú, ayúdale. Os lo suplico, poned mucha atención. Si es lo que pienso, este objeto nos salvará el culo».

    Astronave Theos – Órbita de Júpiter

    El pequeño, pero extremadamente cómodo, módulo esférico de desplazamiento interior estaba recorriendo a la velocidad de casi 10 m/s el conducto número tres que llevaría a Azakis hasta la entrada del compartimento, donde lo estaba esperando su compañero Petri.

    La Theos, también ella de forma esférica con un diámetro de noventa y seis metros, estaba equipada con dieciocho conductos tubulares, con una longitud cada uno de ellos de poco más de trescientos metros que, como si fuesen meridianos, habían sido construidos con una distancia de separación entre ellos de diez grados y cubrían la totalidad de la circunferencia. Cada uno de los veintiséis niveles, de una altura de cuatro metros, a excepción del compartimento central (nivel undécimo) que medía el doble, eran fácilmente accesibles gracias a las paradas que cada conducto tenía en cada uno de sus pisos. En la práctica, para viajar entre los dos puntos más distantes de la nave, se podían emplear, al máximo, quince segundos.

    La parada del módulo apenas fue perceptible. La puerta se abrió con un ligero silbido y detrás de ella apareció Petri, plantado con las piernas separadas y con los brazos cruzados.

    «Te espero desde hace horas» dijo en un tono decididamente poco creíble. «¿Ya has acabado de obstruir los filtros del aire acondicionado con esa porquería maloliente que siempre llevas encima?». La alusión a su cigarro era levemente sutil.

    Ignorando con una sonrisita la provocación, Azakis extrajo del cinturón el analizador portátil y lo activó con un gesto del pulgar.

    «Toma esto e intentemos darnos prisa» dijo pasándole con una mano el aparato mientras que con la otra intentaba colocar el sensor en el interior del conector a su derecha. «La llegada está prevista en 58 horas y estoy bastante preocupado.»

    «¿Por qué?» preguntó inocentemente Petri.

    «No sabría decirte. Tengo la sensación de que nos esté esperando una fea sorpresa».

    El instrumento que tenía en la mano Petri comenzó a emitir una serie de sonidos en distintas frecuencias. Lo observó sin tener ni la más remota idea de lo que estuviesen señalando. Alzó la vista hacia la cara de su amigo en busca de una pista pero no la vio. Azakis, moviéndose con mucho cuidado, puso el sensor en el otro conector. Una nueva serie de ruidos indescifrables se generó desde el analizador. Después, el silencio. Azakis quitó de la mano el instrumento a su compañero, observó atentamente los resultados y a continuación sonrió.

    «Todo perfecto. Podemos comenzar»

    Sólo entonces Petri se dio cuenta que hacía un rato que había dejado de respirar. Echó fuera todo el aire y sintió inmediatamente una cierta relajación. Una avería, la más pequeña, de uno de aquellos conectores podría haber comprometido irremediablemente su misión, obligándoles a volver atrás lo más rápido posible. Era la última cosa que habría deseado hacer. Ahora casi habían llegado.

    «Voy a asearme un poco» dijo Petri intentando sacudirse de encima un poco de polvo. «La visita a los tubos de escape siempre es así...» y torciendo el labio superior añadió «¡instructiva!»

    Azakis sonrió «Nos vemos en el puente de mando».

    Petri llamó a la cápsula y un segundo después ya había desaparecido.

    El sistema central comunicó que la órbita de Júpiter había sido superada sin dificultad y que se estaban dirigiendo, sin obstáculos, hacia la Tierra. Con un ligero pero rápido movimiento de los ojos hacia la derecha Azakis pidió a su O^COM que le mostrase de nuevo la ruta. El puntito azul que se movía sobre la línea roja ahora se había desplazado un poco más hacia la órbita de Marte. La cuenta atrás, que indicaba el tiempo que quedaba para la llegada, señalaba 58 horas exactas y la velocidad de la nave era de 3.000 Km/s. Estaba cada vez más nervioso. Por otra parte, la nave en la que estaba viajando, era la primera astronave que estaba equipada con los nuevos motores Bousen, concebidos de manera totalmente distinta a los anteriores. Los diseñadores de proyectos afirmaban que serían capaces de impulsar la nave a una velocidad próxima a una décima parte de la de la luz. Todavía no se había arriesgado a llegar a tanto. Por el momento, 3.000 Km/s, le parecían más que suficientes para un viaje inaugural.

    De los cincuenta y seis tripulantes que normalmente podrían alojarse a bordo de la Theos, para aquella primera misión sólo habían sido seleccionados ocho, incluyendo a Petri y Azakis. Los motivos adoptados por los Ancianos no habían sido explicados muy exhaustivamente. Se habían limitado a decir que, dada la naturaleza del viaje y el destino, podrían aparecer algunas dificultades y que, por lo tanto, sería mejor no poner demasiadas vidas en peligro inútilmente.

    ¿Entonces nosotros somos prescindibles? ¿Qué clase de discurso es ese? Siempre sucedía lo mismo. Cuando había que arriesgar la piel, ¿a quién se mandaba? Azakis y Petri.

    En el fondo, sin embargo, su propensión a la aventura y también la notable habilidad para resolver situaciones complicadas les habían permitido obtener una serie de concesiones que no estaban nada mal.

    Azakis vivía en un enorme local de la hermosísima ciudad de Saraan, situada al sur del Continente, que había sido utilizado hasta hacía poco tiempo como depósito por los Artesanos de la ciudad. Él, gracias a las concesiones había conseguido entrar en posesión del local y el permiso para modificarlo a su gusto.

    La pared sur había sido sustituida completamente por un campo de fuerza parecido al que utilizaban en la astronave, de manera que le permitía admirar, directamente, desde su inseparable butaca automoldeable, el maravilloso golfo más abajo. En caso de necesidad, sin embargo, toda la pared se podía transformar en un gigantesco sistema tridimensional donde podían ser visualizados, al mismo tiempo, hasta doce transmisiones simultáneas de la Red. Más de una vez este sofisticado sistema de control y gestión le había permitido recoger con mucha antelación datos decisivos, permitiendo de esta manera resolver de forma brillante incluso crisis de gran magnitud. No habría podido renunciar jamás a esto.

    Un ala completa del ex-depósito había sido reservada, en cambio, a su colección de souvenirs recuperados en todas sus misiones realizadas recorriendo el espacio. Cada uno de ellos le recordaba algo de particular y cada vez que se encontraba en medio de aquel absurdo revoltijo de objetos extrañísimos no podía evitar agradecer a su buena suerte y sobre todo a su fiel amigo que, más de una vez, le había salvado el pellejo.

    Petri, en cambio, a pesar de haberse distinguido brillantemente en los estudios, no era un amante de la tecnología punta. A pesar de ser capaz de pilotar sin dificultad prácticamente todos los tipos de vehículos aéreos, que conociese perfectamente cada modelo de arma y todos los sistemas de comunicación locales e interplanetarios, prefería, a menudo, fiarse de su propio instinto y de sus habilidades manuales para resolver los problemas que se le presentaban. Más de una vez, ante su mirada, lo había visto transformar en poquísimo tiempo un amasijo informe de ferralla en un medio de transporte o en una terrible arma de defensa. Era increíble, habría podido construir cualquier cosa que le hiciese falta. Esto lo debía, en parte, a lo que le había transmitido su padre en herencia, un habilísimo Artesano, pero sobre todo, a su enorme pasión por las Artes. Desde niño, de hecho, había estado fascinado por cómo la habilidad manual de los Artesanos conseguía transformar la materia inerme en objetos de gran utilidad y tecnología dejando, sin embargo, dentro de ellos la belleza.

    Un ruido desagradable, intermitente y a un volumen alto, le sobresaltó, devolviéndolo inmediatamente a la realidad. La alarma automática de proximidad se había activado de repente.

    Nassiriyya – El hotel

    El hotel no es que fuese uno de cinco estrellas pero para ella, que estaba acostumbrada a pasar semanas en una tienda de campaña en medio del desierto, incluso la ducha podía considerarse un lujo. Elisa dejó que el chorro caliente y restaurador proveniente de arriba le masajease el cuello y los hombros. Su cuerpo pareció agradecerlo porque una serie de placenteros hormigueos le recorrieron varias veces la espalda.

    Nos damos cuenta de la importancia de algunas cosas sólo cuando no las tenemos.

    Sólo diez minutos después decidió salir de la ducha. El vapor había empañado el espejo que había sido colgado claramente torcido. Intentó enderezarlo, pero nada más dejarlo, volvió a su posición inclinada. Decidió olvidarlo. Con un trozo de la toalla limpió el vapor de agua que se había depositado en él y se miró. Cuando tenía algunos años menos había sido llamada para trabajos como modelo e incluso como actriz. Quizás ahora podría haber sido una estrella del cine o la mujer de un rico futbolista, pero el dinero no le había atraído jamás demasiado. Prefería sudar, comer polvo, estudiar textos antiguos y visitar lugares perdidos. Siempre había tenido la aventura en la sangre y la emoción que proporcionaba el descubrimiento de un objeto antiguo, el sacar a la luz vestigios que se remontaban a milenios, no podía ser comparable con otra cosa.

    Se acercó al espejo, demasiado, y vio esas pequeñas y malditas arrugas en los lados de los ojos. La mano buscó automáticamente el estuche de maquillaje del cual extrajo una de aquellas cremas que te sacan diez años en una semana. La extendió con cuidado por toda la cara y se miró con atención. ¿Qué pretendía, un milagro? Por otra parte el efecto sería visible sólo después de siete días.

    Sonrió por ella y por todas las mujeres que se dejaban embaucar con facilidad por la publicidad.

    El reloj colgado en la pared sobre la cama marcaba las 19:40.  No conseguiría estar preparada en veinte minutos.

    Se secó lo más rápidamente posible, dejando ligeramente húmedos los largos cabellos rubios y se plantó delante del armario de madera oscura, donde estaban los pocos vestidos elegantes que había conseguido traerse. En otras situaciones habría podido pasar horas intentando decidir el traje adecuado para la ocasión pero, aquella noche, la elección se veía decididamente limitada. Optó, sin pensárselo demasiado, por el vestido negro corto. Era muy simpático, realmente muy sexy pero no vulgar, con un generoso escote que resaltaría, seguramente, su medida XL tan abundante. Lo cogió y con un gesto elegante de su mano, lo tiró sobre la cama.

    19:50. A pesar de ser mujer odiaba llegar tarde.

    Se asomó a la ventana y vio un SUV oscuro, increíblemente brillante, justo delante de la puerta del hotel. El que debía de ser el conductor, un hombre joven vestido con uniforme militar, estaba apoyado sobre el capó y engañaba la espera fumando tranquilamente un cigarrillo.

    Hizo todo lo posible por resaltar sus ojos con lápiz y maquillaje, se pintó rápidamente los labios y, mientras intentaba distribuirlo uniformemente con una serie de besos lanzados al vacío, se puso sus pendientes preferidos, esforzándose por encontrar los agujeros.

    En efecto, hacía mucho tiempo que no salía de noche. El trabajo le hacía estar siempre viajando por el mundo y no había conseguido jamás encontrar una persona con la que poder mantener una relación estable que durase más de algunos meses. El innato instinto materno que cada mujer tiene dentro de ella y que la muchacha había ignorado siempre, ahora, con la cercanía de la fecha biológica, se hacía sentir cada vez con más frecuencia. Quizás había llegado el momento de formar una familia.

    Dejó de lado lo más rápido posible este pensamiento. Se puso el vestido, también el único par de zapatos de tacón de doce centímetros que había llevado con ella y, con gestos amplios, esparció a ambos lados del cuello su perfume preferido. Chal de seda, un espacioso bolso negro. Estaba lista. Una última verificación enfrente del espejo colgado en la pared, cerca de la puerta y manchado con algunos puntitos, le confirmó la perfección de su look. Giró sobre sí misma y salió con aire satisfecho.

    El joven conductor, después de haber reposicionado su barbilla, que le había caído al ver a Elisa mientras salía con paso de modelo del hotel, tiró al suelo el segundo cigarrillo que acababa de encender y se apresuró a abrile la puerta del automóvil.

    «Buenas tardes, doctora Hunter. ¿Podemos irnos?» preguntó con aire titubeante el militar.

    «Buenas tardes» respondió ella probando su maravillosa sonrisa. «Estoy lista».

    «Gracias por el paseo» añadió mientras subía al automóvil, sabiendo perfectamente que su falda se levantaría ligeramente y mostraría en parte las piernas al avergonzado militar.

    Siempre le había gustado sentirse admirada.

    Astronave Theos – Alarma de proximidad

    El sistema O^COM materializó inmediatamente delante de Azakis un extraño objeto cuyos contornos, dada la baja resolución conseguida por los visores de largo alcance que lo estaban grabando, no estaban todavía bien definidos. Realmente estaba en movimiento y venía hacia ellos. El sistema de alarma de proximidad valoraba la posibilidad de impacto entre la Theos y el objeto desconocido superior al 96% si ninguno de los dos modificase su ruta.

    Azakis se apresuró a meterse en el módulo de desplazamiento más cercano. «Puente de mando» ordenó de manera perentoria al sistema de control automatizado.

    Después de cinco segundos la puerta se abrió silbando y en la gran pantalla central de la sala de mandos se había visualizado, todavía un poco desenfocado, el objeto que avanzaba directo, por la misma ruta, y provocaría una colisión con la nave.

    Casi al mismo tiempo otra puerta cerca de él se abrió y de ella salió Petri corriendo.

    «¿Qué demonios está ocurriendo?» preguntó al amigo «No tendría que haber meteoritos en esta zona» exclamó asombrado, observando también él la gran pantalla.

    «No creo que sea un meteorito»

    «Y si no es un meteorito, ¿qué es?» preguntó Petri visiblemente preocupado.

    «Si no corregimos inmediatamente la ruta lo podrás ver directamente con tus propios ojos, cuando nos lo encontremos clavado directamente en el puente de mando».

    Petri se puso a teclear inmediatamente los comandos de navegación y configuró una ligera variación de la trayectoria con respecto a la anteriormente preestablecida.

    «Impacto dentro de 90 segundos» comunicó, sin emoción ninguna, la voz cálida y femenina del sistema de alarma de proximidad. «Distancia del objeto: 276.000 kilómetros, y acercándose.»

    «¡Petri haz algo y hazlo rápido!» gritó Azakis.

    «Lo estoy haciendo pero esa cosa va demasiado rápido.»

    La estimación sobre la probabilidad de impacto, visible sobre la pantalla a la derecha del objeto, estaba bajando lentamente. 90%, 86%, 82%.

    «No lo conseguiremos jamás» dijo con un hilo de voz Azakis.

    «Amigo mío, todavía debe nacer un objeto misterioso que sea capaz de destrozar mi nave» afirmó Petri con una sonrisa diabólica.

    Con una maniobra que hizo perder el equilibrio por un momento a ambos, Petri aplicó a los dos motores Bousen una instantánea inversión de la polaridad. La astronave se agitó durante unos segundos interminables y sólo el refinado sistema de gravedad artificial, que consiguió compensar inmediatamente las variaciones, impidió que toda la tripulación acabase aplastada en las paredes que estaban enfrente de ellos.

    «Una maniobra perfecta» exclamó Azakis dando una vigorosa palmada en la espalda del amigo. «Ahora, sin embargo, ¿cómo tienes pensado parar la rotación?» Los objetos que estaban a su alrededor ya habían comenzado a elevarse y a girar vertiginosamente por la habitación.

    «Un momento» dijo Petri sin parar de pulsar teclas y juguetear con los controles.

    «Basta con que consiga...». Una serie de gotas de sudor estaban bajando lentamente desde su frente.

    «Abrir el...» continuó mientras todo aquello que se encontraba en la estancia revoloteaba sin control. Incluso también ellos dos comenzaron a elevarse del suelo. El sistema de gravedad artificial no conseguía compensar la inmensa fuerza centrífuga que se estaba generando. Cada vez eran más ligeros.

    «¡El... el... portón tres!» gritó finalmente Petri mientras todos los objetos volvían a caer al suelo. Un pesado contenedor para la basura golpeó a Azakis exactamente entre la tercera y la cuarta costilla, obligándolo a emitir un sordo lamento. Petri, desde medio metro de altura, donde estaba en equilibrio, cayó sobre el cuadro de mandos, adoptando una pose bastante innatural y realmente ridícula.

    La estimación sobre la probabilidad de impacto había descendido al 18% y continuaba disminuyendo rápidamente.

    «¿Todo bien?» se apresuró a preguntar Azakis intentando enmascarar el dolor del lado golpeado.

    «Sí, sí. Estoy bien» respondió Petri intentando levantarse.

    Poco después Azakis estaba hablando con el resto de la tripulación que, al instante, comunicaba a su comandante la ausencia de daños tanto en materiales como en personas.

    La maniobra que habían hecho había consiguió desviar ligeramente a la Theos de la ruta anterior y la bajada de presión provocada por la apertura del portón había sido compensada inmediatamente por el sistema automático.

    6%, 4%, 2%.

    «Distancia del objeto: 60.000 Km» comunicó la voz.

    Estaban los dos sin aliento, a la espera de llegar a la distancia de 50.000 Km más allá de la cual se activarían los sensores de corto alcance. Esos instantes parecieron interminables.

    «Distancia del objeto: 50.000 Km. Sensores de corto alcance activados.»

    La figura desenfocada enfrente de ellos se definió de repente. El objeto apareció distinto sobre la pantalla, volviendo visible cada particularidad. Los dos amigos se volvieron al mismo tiempo, con los ojos muy abiertos, buscando cada uno de ellos la mirada del otro.

    «¡Increíble!» exclamaron al mismo tiempo.

    Nassiriyya – Restaurante Masgouf

    El coronel Hudson caminaba nervioso adelante y atrás por la diagonal del recibidor cercano a la sala principal del restaurante. Miraba, prácticamente cada minuto, el reloj táctico que llevaba siempre en la muñeca izquierda y que no se sacaba jamás, ni siquiera para dormir. Estaba tan emocionado como un chaval en su primera cita.

    Para engañar la espera se había hecho servir un Martini con hielo y una rodaja de limón por el bigotudo camarero que, desde sus pobladas cejas, lo observaba con curiosidad mientras perezosamente secaba una serie de vasos de fuste alto.

    El alcohol no estaba permitido en los países islámicos, obviamente, pero esta noche se había hecho una excepción. El pequeño restaurante había sido reservado completamente para sólo ellos dos.

    El coronel, después de haber acabado la conversación con la doctora Hunter, había llamado enseguida al dueño del local y pedido expresamente el plato especial Masgouf, del que local tomaba el nombre. Dada la dificultad para conseguir el ingrediente principal, el esturión del Tigris, quería estar seguro de que el local estuviese provisto de él. Además, sabiendo perfectamente que se requerían al menos dos horas para su preparación, deseaba que todo fuese cocinado sin prisa y con una perfección absoluta.

    Para la velada, dado que el uniforme de camuflaje no sería adecuado a la situación, había decidido desempolvar su traje oscuro de Valentino, como complemento una corbata de seda estilo Regimental a rayas grises y blancas. Los zapatos negros, que brillaban como sólo un militar sabía hacer, también eran italianos. Vale, el reloj táctico no tenía nada que ver  pero no hubiera podido prescindir de él jamás.

    «Ahí llegan.» La voz salió graznando del receptor, muy parecido a un teléfono móvil, que tenía en el bolsillo interno de la chaqueta. Lo apagó y miró hacia afuera a través del vidrio de la puerta.

    El pesado vehículo oscuro desvió un saco arrugado que, empujado por la ligera brisa nocturna, giraba perezosamente en medio de la carretera. Con una rápida maniobra se detuvo justo enfrente de la entrada del restaurante. El conductor dejó que el polvo levantado por el automóvil se posase de nuevo en el suelo, a continuación descendió con circunspección del coche. Desde el auricular semiescondido en su oreja derecha llegaron una serie de todo correcto. Observó con atención todas las posiciones previamente establecidas hasta que estuvo convencido de haber identificado a todos sus compañeros de armas que, en disposición de combate, se ocuparían de la seguridad de los dos comensales por todo el tiempo que durase la cena.

    La zona era segura.

    Abrió la puerta trasera y ,ofreciendo delicadamente su mano derecha, ayudó a descender a su huésped.

    Elisa, mientras agradecía al militar su amabilidad, descendió con delicadeza del automóvil. Volvió la mirada hacia arriba y, mientras se llenaba los pulmones con el limpio aire de la noche, se concedió un instante para contemplar el magnífico espectáculo que solo el cielo estrellado del desierto podía ofrecer.

    El coronel permaneció por un momento indeciso entre salir e ir a su encuentro o quedar en el interior del local esperando su llegada. Finalmente decidió quedarse sentado, con la esperanza de enmascarar mejor su propia agitación. Por lo tanto, con aire indiferente, se acercó a la barra, se sentó en un taburete alto, apoyó el codo izquierdo sobre la superficie oscura, hizo girar un poco el licor que quedaba en su vaso y se paró a observar la pepita de limón que se depositaba lentamente en el fondo.

    La puerta se abrió con un ligero chirrido y el millar conductor se asomó para controlar que todo estuviese en orden. El coronel hizo un ligero gesto con la cabeza y el acompañante introdujo a Elisa en el interior, cediéndole el paso con un amplio gesto de la mano.

    «Buenas noches, doctora Hunter» dijo el coronel levantándose del taburete y desplegando su mejor sonrisa. «¿El viaje ha sido cómodo?»

    «Buenas noches, coronel» respondió Elisa con otra sonrisa igualmente deslumbrante. «Todo perfecto, gracias. Su conductor ha sido muy amable»

    «Puede irse, gracias» dijo con voz autoritaria el coronel volviéndose al acompañante que saludó militarmente, giró sobre sus talones y desapareció en la noche.

    «¿Un aperitivo, doctora?» preguntó el coronel llamando con un gesto de la mano al bigotudo camarero.

    «Lo que ha pedido usted» respondió enseguida Elisa, señalando el vaso de Martini que el coronel tenía todavía en la mano. Después añadió «Llámeme Elisa, coronel, lo prefiero»

    «Perfecto. Tú llámame Jack. Lo de coronel vamos a dejarlo para mis soldados»

    Es un buen comienzo, pensó el coronel.

    El barman preparó con cuidado el segundo Martini y se lo sirvió a la recién llegada. Ella acercó su vaso al del coronel y lo hizo tintinar.

    «Salud» exclamó alegremente bebiendo un buen trago.

    «Elisa, debo decir que esta noche estás realmente espléndida» dijo el coronel pasando rápidamente su mirada desde la cabeza a los pies de su huésped.

    «Bueno, tú tampoco estás nada mal. El uniforme tendrá, por supuesto, su fascinación pero te prefiero así» dijo sonriendo maliciosamente e inclinando un poco la cabeza a un lado.

    Jack, un poco avergonzado, centró su atención en el contenido del vaso que tenía en la mano. Lo observó durante un rato, después se lo bebió de un trago.

    «¿Qué te parece si vamos a nuestra mesa?»

    «Una idea estupenda» exclamó Elisa. «Tengo un hambre de lobo.»

    «He hecho preparar la especialidad de la casa. Espero que sea de tu agrado.»

    «¡No me digas que has conseguido que cocinen el Masgouf!» exclamó estupefacta abriendo un poco sus espléndidos ojos verdes. «Es prácticamente imposible conseguir el esturión del Tigris en esta época del año».

    «Para un huésped como tú no podría haber hecho otra cosa que pedir lo mejor» dijo complacido el coronel ya que su elección había sido tan bien aceptada. Le cogió con delicadeza la mano derecha y lo invitó a seguirlo. Ella, sonriendo maliciosamente, se la estrechó y se dejó acompañar a la mesa.

    El local estaba elegantemente amueblado en el estilo típico del lugar. Luz cálida y tenue, amplias cortinas recubrían casi todas las paredes y descendían incluso desde el techo. Una gran alfombra con dibujos Eslimi Toranjdar¹⁰ , recubría casi todo el suelo mientras que otras más pequeñas estaban colocadas en los ángulos de la habitación como queriendo enmarcar el conjunto. Es verdad, según la tradición la comida debería haber sido consumida tendidos en el suelo sobre cómodos y mullidos cojines pero, como buen occidental, el coronel había preferido la clásica mesa. Y también ésta perfectamente preparada y los colores elegidos para el mantel hacían juego perfectamente con el resto del local. Un fondo musical donde un Darbuka¹¹ acompañaba con ritmo Maqsum¹² la melodía de un Oud¹³ , llenaban con delicadeza todo el ambiente.

    Una velada perfecta.

    Un camarero alto y delgado se acercó educadamente y, con una reverencia, invitó a los dos comensales a sentarse. El coronel hizo acomodar primero a Elisa y se preocupó de colocarle la silla, después se sentó enfrente de ella, poniendo cuidado en no deslizar la corbata en el plato.

    «Todo esto es realmente hermoso» dijo Elisa mirando a su alrededor.

    «Gracias» dijo el coronel. «debo confesar que por un instante he temido que no te gustase. Después he pensado en tu pasión por estos lugares y he creído que sería la mejor elección.»

    «¡Has dado en el blanco» exclamó Elisa mostrando de nuevo su maravillosa sonrisa.

    El camarero destapó una botella de champán y, mientras llenaba las copas de los dos, llegó otro con una bandeja mientras decía «Para comenzar, ¿quieren probar un Most-o-bademjun¹⁴ ?»

    Los dos comensales se miraron complacidos, cogieron las copas y brindaron de nuevo.

    Aproximadamente a unos cien metros del local, dos extraños personajes dentro de un automóvil oscuro estaban jugueteando con un sofisticado sistema de vigilancia.

    «¿Has visto como el coronel se camela a la chavala?» dijo sonriendo burlonamente el que tenía sobrepeso, que estaba en el puesto del conductor, mientras mordía un enorme sándwich y se llenaba de migas la panza y los pantalones.

    «Ha sido una idea genial la de poner un transmisor en el pendiente de la doctora» respondió el otro, mucho más delgado, con los ojos grandes y oscuros, mientras bebía el café de un gran vaso de papel marrón. «Desde aquí podemos oír perfectamente todo lo que dicen».

    «Intenta no cagarla y graba todo» le reprochó el otro «de lo contrario los pendientes nos los harán comer para desayuno.»

    «No te preocupes. Conozco perfectamente este aparato. No se nos escapará ni siquiera un susurro».

    «Debemos intentar comprender qué cosa ha descubierto en realidad la doctora» añadió el tipo gordo. «Nuestro jefe ha invertido un montón de dinero para llevar a escondidas esta investigación»

    «Realmente no será nada fácil, dada la imponente estructura de seguridad que el coronel ha puesto en funcionamiento.» El tipo delgado alzó la mirada al cielo con aire soñador, después añadió «Si me hubiesen dado a mi siquiera una milésima parte de ese dinero ahora estaría tumbado debajo de una palmera en Cuba, teniendo como única preocupación la de escoger entre que me trajesen un Margarita o una Piña Colada

    «Y quizás también junto a unas bellas muchachas en bikini que te extienden la crema solar» dijo el gordito, explotando en una ruidosa risotada, mientras los saltos de la panza hacían caer parte de las migas que se le habían colocado ahí antes.

    «Este aperitivo está exquisito.» La voz de la doctora salió ligeramente distorsionada desde el pequeño altavoz puesto sobre el salpicadero. «Debo confesarte que no creía que detrás de esa corteza de militar duro pudiese esconderse un hombre tan refinado

    «Gracias, Elisa. Tampoco yo habría pensado que una doctora tan altamente cualificada pudiese ser, además de hermosa, también afable y simpática» dijo la voz del coronel, siempre un poco distorsionada, pero con el volumen un poco más bajo.

    «Escucha como coquetean» exclamó el hombretón del puesto del conductor. «Me da la impresión que van a acabar en la cama»

    «Yo no estoy tan seguro» afirmó el otro. «Nuestra doctora es muy astuta y no creo que una cena y un pequeño halago puedan ser suficientes para hacerla caer entre sus brazos»

    «Diez dólares a que esta noche lo consigue» dijo el gordito alargando la mano derecha hacia el colega.

    «OK, me apunto» exclamó el otro estrechando la manota que le habían puesto delante.

    Astronave Theos – El objeto misterioso

    El objeto que se materializó delante de los dos estupefactos compañeros de viaje no era nada que la naturaleza, a pesar de tener una infinita fantasía, hubiese podido crear ella sola. Parecía una especie de flor metálica con tres largos pétalos, sin tallo, con un pistilo central de forma ligeramente cónica. La parte de atrás del pistilo estaba hecha en forma exagonal, con la superficie de la base ligeramente más grande que aquella del cono colocado en la parte opuesta y que hacía las veces de soporte de toda la estructura. Desde los tres lados equidistantes del hexágono se bifurcaban los pétalos rectangulares con una largura casi cuatro veces la de la base.

    «Parece una especie de viejo molino de viento, como aquellos que se utilizaban hace siglos en los grandes prados del este» exclamó Petri sin quitar ni siquiera por un momento los ojos del objeto que estaban viendo en la gran pantalla.

    Un escalofrío recorrió en toda su longitud la espalda de Azakis mientras le volvían a la mente algunos viejos prototipos que los Ancianos le habían sugerido estudiar antes de la partida.

    «Es una sonda espacial» afirmó con decisión Azakis. «He visto algunas de ellas, hechas más o menos de la misma forma, en los viejos archivos de la Red» prosiguió mientras se apresuraba a recobrar por medio de N^COM toda la información que podía sobre el tema.

    «¿Una sonda espacial?» preguntó Petri mientras se volvía, con aire estupefacto, hacia su compañero. «¿Y cuándo la hemos puesto en órbita?»

    «No creo que sea nuestra»

    «¿No es nuestra? ¿Qué quieres decir, amigo mío?»

    «Quiero decir que ni ha sido construida por nosotros ni lanzada por los habitantes del planeta Nibiru».

    La cara de Petri parecía cada vez más alucinada. «¿Qué quieres decir? ¿No me dirás que también tú crees en esas tonterías sobre los alienígenas, verdad?»

    «Lo que se es que nada de este tipo ha sido jamás construido en nuestro planeta. He comprobado el archivo de la Red y no hay ninguna correspondencia con el objeto que tenemos enfrente. Ni siquiera entre los proyectos que no se han realizado jamás.»

    «¡No es posible!» exclamó Petri. «Tu N^COM debe estar estropeado. Comprueba mejor las cosas.»

    «Lo siento Petri. Lo he comprobado dos veces y estoy absolutamente seguro de que esta cosa no es obra nuestra».

    El sistema de visión de corto alcance procedió a generar una imagen tridimensional del objeto recreándolo minuciosamente hasta en los más nimios detalles. El holograma fluctuaba ligeramente en el centro de la sala de comandos, suspendido a casi medio metro del suelo.

    Petri, con un movimiento de su mano derecha, comenzó a hacerlo girar con lentitud, escrutando con cuidado cada mínimo detalle.

    «Parece que está hecho de una aleación metálica muy ligera» dijo Petri con un tono decididamente muy técnico respecto a aquel de asombro que lo había dominado al principio. «La alimentación de los motores deben de proporcionarla esos tres pétalos que parece que están recubiertos de una especie de material sensible a la luz solar». Finalmente había comenzado a juguetear con los comandos del sistema. «El pistilo debe ser una especie de antena transmisora y en el prisma hexagonal está, seguramente, el cerebro de esta cosa.».

    Petri movía cada vez más veloz el holograma, volteándolo en todas las direcciones. De repente se paró y exclamó

    «¡Mira aquí! Según tú, ¿qué es esto?» preguntó mientras procedía a agrandar el detalle.

    Azakis se aproximó lo más que pudo. «Parecen unos símbolos»

    «Yo diría dos símbolos» lo corrigió Petri «o mejor, un dibujo y cuatro símbolos muy juntos».

    Azakis continuó buscando sin parar, a través de N^COM, algo en la Red, pero no consiguió encontrar absolutamente nada que tuviese ni la más mínima correspondencia con lo que tenía enfrente.

    El dibujo representaba un rectángulo compuesto por quince rayas horizontales alternando los colores blanco y rojo y, en la ángulo superior a la izquierda, otro rectángulo de color azul que contenía cincuenta estrellas de cinco puntas de color blanco. A su derecha, los cuatro símbolos:

    JUNO

    «Parece una especie de escritura» se aventuró a decir Azakis. «Quizás los símbolos representen el nombre de los que han creado la sonda».

    «O quizás es su nombre» le contradijo Petri. «La sonda se llama "JUNO" y el símbolo de los creadores es esa especie de rectángulo de colores.»

    «Sea como sea, no la hemos fabricado nosotros» sentenció Azakis. «¿Crees que podría haber algún tipo de vida en su interior?»

    «Creo que no. Por lo menos no de aquellas que conocemos. El espacio de la cápsula posterior, que es el único sitio donde podría haber algo, es demasiado pequeño para contener un ser viviente».

    Mientras hablaba, Petri había comenzado a explorar la sonda en busca de algún tipo de signo de vida que pudiese haber en su interior. Después de unos segundos una serie de símbolos aparecieron en la pantalla y se apresuró a traducirlos a su compañero.

    «Según nuestros sensores no hay nada vivo allí dentro. No parece que, ni siquiera, haya algún tipo de arma. En una primera exploración, creo que este aparato es una especie de observador en tareas de exploración en medio del sistema solar a la búsqueda de no se sabe qué cosa.»

    «Podría ser» afirmó Azakis «pero la pregunta que deberíamos hacernos es: ¿Lanzado por quién?»

    «Bueno» imaginó Petri «si excluimos la presencia de misteriosos alienígenas, diría que los únicos capaces de hacer una cosa de este tipo podrían ser tus viejos amigos terrestres».

    «¿Pero qué dices? Si cuando los hemos dejado la última vez no eran todavía capaces de andar a caballo. ¿Cómo han podido alcanzar un nivel de conocimiento de este tipo en tan poco tiempo? Enviar una sonda a dar vueltas por el espacio no es ninguna broma».

    «¿Poco tiempo?» objetó Petri mirándolo directamente a los ojos. «No te olvides que, para ellos, han pasado casi 3.600 años desde entonces. Considerando que su vida media era, como máximo, de cincuenta o sesenta años, querría decir que han pasado al menos unas sesenta generaciones. Quizás se han convertido en más inteligentes de lo que imaginamos».

    «Y justo por eso» añadió Azakis intentando completar la reflexión de su amigo «los Ancianos estaban tan preocupados por esta misión. Ellos habían previsto o, por lo menos, habían considerado esta posibilidad.»

    «Bah, habrían podido darnos una pista, ¿no? La visión de este objeto casi me produce un ataque.»

    «Por el momento estamos haciendo conjeturas» dijo Azakis mientras con el pulgar y el índice se restregaba la barbilla «pero parece que el razonamiento tiene sentido. Intentaré ponerme en contacto con los Ancianos y sacarles un poco más de información, si es que la tienen. Tú, mientras tanto, procura averiguar algo más sobre este artilugio. Analiza la ruta actual, la velocidad, la masa, etcétera e intenta hacer una previsión sobre su destino, hace cuánto tiempo que fue lanzado y los datos que tiene almacenados. En suma, quiero saber el máximo de cosas posibles sobre lo que nos espera allí abajo».

    «Muy bien, Zak» exclamó Petri mientras hacía revolotear, a media altura, alrededor de él, unos hologramas de colores con un sinfín de números y fórmulas.

    «Ah, no te olvides analizar lo que has identificado como una antena. Si realmente lo fuese, sería capaz de transmitir y recibir. No me gustaría que nuestra reunión hubiese sido ya comunicada a los que mandaron la sonda.»

    Dicho esto Azakis se dirigió rápidamente hacia la cabina H^COM, la única en toda la nave equipada para la comunicación a larga distancia que se encontraba entre la puerta dieciocho y diecinueve en los módulos de desplazamiento interior. La puerta se abrió con el característico silbido y Azakis se metió en la angosta cabina.

    Quien sabe por qué la habían hecho tan pequeña... se preguntó mientras intentaba colocarse en el asiento realmente minúsculo que había descendido automáticamente del techo. Quizás querían que la usásemos lo menos posible...

    Mientras la puerta se cerraba a sus espaldas comenzó a escribir una serie de comandos sobre la consola que estaba enfrente de él. Debería esperar algunos segundos antes de que la señal se estabilizase. De repente, en el visor holográfico, en todo igual al que tenía en su habitación, comenzó a aparecer la cara demacrada y

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