En defensa del Optimismo
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En defensa del Optimismo - Gonzalo Rojas-May
Capítulo 1
Una ola de suposiciones
Supongamos que en cierto momento del año 2018 o 2019, en un mercado de algún país del mundo, mientras una epidemia de influenza estacional asola dicha ciudad, los habituales comensales de este recinto local devoran sopas y guisos de murciélagos, cocodrilos pequeños, gatos, puercoespines, perros, ratas de bambú, crías de lobo, patos, carne de camello, marmotas, conejo y pollo.
Los pueblos que conocen lo que es la hambruna saben que todo lo que se mueve se come, y la nación en cuestión no es la excepción.
Supongamos que la fórmula influenza estacional, sumada al virus de la gripe animal presente en alguno de las preparaciones que se consumen, traspasan fronteras fisiológicas y, potenciándose, dan origen a una nueva cepa de virus el que comienza a contagiar a velocidad exponencial a los habitantes de la ciudad, de la región y del país.
Supongamos que las autoridades políticas de esa nación deciden ocultar lo que está ocurriendo, forzando a líderes locales y sanitarios a callar. Supongamos que una cadena de muertes «accidentales» ocurre en las siguientes semanas y meses, afectando al equipo médico que ha dado la alarma de la nueva enfermedad. Supongamos que el jefe de ellos—quien primero que dio cuenta de un virus que se parecía al SARS¹, otro virus mortal—, aquel que la policía le dijo que «dejara de hacer comentarios falsos» y fue investigado por «propagar rumores», muere de la nueva enfermedad a pesar de su juventud.
Supongamos que una organización de salud internacional, que agrupa a ciento noventa y tres países, decide acoger las peticiones del Estado donde ha nacido el virus, ahora llamado Covid-19 o coloquialmente coronavirus, y evita declarar inconveniente viajar y salir de ese país, permitiendo que la infección se propague en aviones y barcos por todo el orbe.
Supongamos que diversas naciones presionan a dicho organismo para que no declare la pandemia, guiados por criterios meramente políticos y económicos, desconociendo las recomendaciones de las sociedades médicas más prestigiosas.
Supongamos que la población mundial se niega a cambiar su estilo de vida, que millones creen que solo se trata de una estrategia para controlar las grandes explosiones sociales de los últimos tiempos. Supongamos que hay protestas contra las medidas sanitarias y de autocuidado.
Supongamos que la mayoría de los países europeos se demoran en tomar medidas básicas de salud pública. Supongamos que se cree que la nueva enfermedad será controlada en unas pocas semanas o, a lo más, en meses.
Supongamos que se gastan miles de horas y millones de neuronas tratando de decidir si vale la pena o no implementar el uso de mascarillas. Supongamos que hay naciones latinoamericanas que declaran cuarentenas totales de más de nueve meses mientras que hay otras que nunca lo hacen.
Supongamos que hay jefes de Estado que «compiten» a través de masivas ruedas de prensa con otros primeros mandatarios para ver cuál de sus naciones tiene mayor o menor cantidad de fallecidos.
Supongamos que el Presidente que entonces lidera a la primera potencia del mundo decide abandonar la principal organización de salud internacional en plena pandemia y que, además, ridiculiza el gigantesco trabajo que hace el personal sanitario de su país y del planeta, exponiendo su salud a diario, por salvar a los millones que enferman, declarando que la pandemia es una exageración construida por la prensa. Supongamos que ese mismo sujeto cree y fomenta la creencia en teorías conspirativas.
Supongamos que se desata una monumental crisis económica, que millones de puestos de trabajo se pierden, y que la industria aeronáutica y del turismo se paraliza por al menos los siguientes dos años. Supongamos que los Estados, para paliar la crisis, generan la mayor deuda pública de la historia: en el caso de Latinoamérica dejando a sus principales economías con deudas en torno al 62 por ciento del PIB.
Supongamos que el verano del hemisferio norte del año 2020 transmite una falsa sensación de confianza y, por ello, la segunda ola es mucho peor que la primera en términos de tasa de contagios y letalidad. Supongamos que, además, durante el curso de la pandemia las muertes asociadas al Covid-19 son muchísimo más altas de lo que las cifras oficiales admiten.
Supongamos que creemos que por el hecho de contar con vacunas a fines de 2020 el problema está resuelto. Supongamos que el invierno de 2021 del norte del planeta y el verano del hemisferio sur resultan ser uno de los períodos más complejos, desde el punto de vista sanitario de los últimos cien años.
Supongamos que las fronteras se abren antes de tiempo, potenciando rebrotes y la aparición de nuevas cepas del virus por doquier. Supongamos que la producción y, en particular, la distribución de las vacunas, toma mucho más tiempo del imaginado. Supongamos, entonces, que muchos países viven una tercera, cuarta y hasta quinta ola de la enfermedad.
Supongamos que el orden mundial se transforma, que los históricos bloques del siglo XX, como placas tectónicas, comienzan a desplazarse, dividiéndose y transformándose, dando paso a una multipolaridad política y económica muy lejana a la que estábamos acostumbrados y entendíamos, más allá de nuestra adherencia, o discrepancia hacia