La tropa contra el virus
Por Alberto Avendaño
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Este libro es una vacuna.
Un grupo de humildes personajes de las Rías Baixas gallegas se unen a una doctora para derrotar al coronavirus.
En esta divertida novela para todos los públicos se mezcla el realismo mágico del cine de animación con lo educativo y la divulgación científica. Una bella historia de amor y esperanza, donde el humor nos abraza para enseñarnos el camino de la solidaridad.
Alberto Avendaño
Después de treinta años en Estados Unidos, Alberto Avendaño regresó a Galicia para seguir escribiendo. Como periodista, trabajó para The Washington Post y recibió tres Premios Emmy™ de la Academia Estadounidense de la Televisión. En esa época contrató a Gogue, artista y humorista gráfico de O Grove. Así comenzó la relación entre el escritor y el dibujante, entre Washington y Galicia. En literatura para jóvenes, Avendaño cuenta con dos Premios Barco de Vapor en Galicia. Gogue es autor de varios libros y lleva más de veinticinco años publicando en El Faro de Vigo la vida y aventuras de Floreano y Monchiña, junto a otros personajes. Ahora estos personajes se unen a un grupo lleno de generosidad y humanismo para luchar contra el coronavirus en esta historia escrita por Avendaño.
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La tropa contra el virus - Alberto Avendaño
La tropa
contra el virus
Alberto Avendaño
La tropa contra el virus
Primera edición: 2020
ISBN: 9788418310423
ISBN eBook: 9788418310942
© del texto:
Alberto Avendaño
© de las ilustraciones del interior:
Gogue
© del diseño de esta edición:
Penguin Random House Grupo Editorial
(Caligrama, 2020
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com)
Impreso en España – Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Para Zunilda, en Vilagarcía de Arousa.
Para nuestros hijos, Kenia Elena
y Xan Ayres, en Estados Unidos.
Para la doctora Ligia Peralta
y a la memoria de su padre.
Para la doctora Sonia Villapol de Bretoña,
en Houston.
Capítulo 1.
Los enmascarados salen en moto
25 de marzo de 2020.
O Grove, Galicia.
Temprano por la mañana
—Te voy a poner una mascarilla en el morro y no me rechistes —dice Monchiña.
—¿Entonces seguimos de carnaval? —pregunta Floreano.
—¡Qué carnaval ni qué ocho cuartos! ¡Tenemos una misión! —le suelta Monchiña.
—Yo también tengo una misión: ¡acabo de ver que te desapareció la cara! —le dice Floreano apuntando con un dedo.
—Es que llevo máscara blanca —dice Monchiña.
—Pensaba que te estabas volviendo invisible —responde Floreano.
Salen de la casa. Montan en la moto y aceleran. Monchiña lleva su rodillo de cocina en el bolso, y Floreano guarda en la mochila un juego de doce cuncas para el vino, blancas y limpias como una patena. El viento ataca con furia la pañoleta de Monchiña, pero por encima de la mascarilla le sobresalen dos ojos llenos de determinación. Floreano se esfuerza por sujetarse la boina con una mano, defendiéndose del viento como puede y dejando ver dos ojos llenos de sorpresa.
—¡Estamos en estado de alarma, Floreano! —le grita Monchiña.
—¡En alarma voy yo con cada curva! —le responde Floreano.
Monchiña había recibido un mensaje secreto, en clave, enviado por encima de las bateas de la ría de Arousa en el pico de una gaviota que la dejó caer ante la casa de la pareja. Monchiña se despertó al escuchar como que alguien llamaba a la puerta, abrió y vio a sus pies un rollito de papel atado por una cuerda a una pequeña piedra. Desenrolló el papel y vio que era fino y casi transparente, como el papel cebolla. Guardó la piedrecilla y la cuerda en el bolsillo de su delantal y, mientras miraba al trasluz el papel de marras, cerró la puerta. En la cocina agarró una sartén bien negra y lavada, y depositó sobre ella el papel, estirándolo. Se dejaron ver entonces unas pequeñas letras casi blancas: «Alarma. Misión Virus. Id a Meloxo, Estonllo y Reboredo a ver qué actividad encontráis. En San Vicente do Grove recibiréis más instrucciones».
Monchiña pisó el freno delante del puerto de Meloxo, puso la mano sobre la frente para defenderse del sol y le preguntó a Floreano: «¿Qué ves?». Y Floreano dijo: «Agua de mar, y aquello es una dorna». Monchiña giró la moto y puso dirección a Estonllo, donde volvió a frenar en seco y volvió a preguntarle a Floreano: «¿Qué ves?». Y Floreano le respondió: «Una carretera muy fina y bien asfaltada, dos casas y aquello debe ser un carballo». Monchiña arrancó la moto de nuevo y al llegar a Reboredo frenó, y Floreano, tapando los ojos con la mano, dijo: «Ver no veo, pero si tiras a la derecha, llegamos a la playa y si vamos por donde yo te diga, llegamos a un furancho donde sirven un vino que…». «¡De furanchos nada! ¡Vamos a San Vicente! —le increpó Monchiña—: Tenemos que llegar al mirador sobre la Roca de la Hiedra».
Al llegar al mirador, Floreano todavía tenía los ojos tapados por una mano e iba canturreando: «No veo ni Vigo ni Cangas, ni tampoco veo Redondela, pero ¡veo las Cíes, Ons y Sálvora de Riveira!».
—Abre los ojos, Floreano, que tenemos una misión que cumplir —dijo Monchiña con suavidad.
—¿Pero qué buscamos? —preguntó Floreano.
—El virus.
Floreano guardó silencio y, por entre los dedos, asomó los ojos. Retiró la mano de la cara y, de pronto, las dos manos subieron rápidamente hasta su cabeza, donde arañaron desesperadamente su boina negra.
—¡Ay, mi madriña, y yo sin vacunar! —gritó Floreano con angustia.
Monchiña y Floreano dejaban atrás el mirador cuando, súbitamente, entre cuatro vacas cachenas apareció una señora mayor, vestida de negro de los pies a la cabeza, que se les echó encima de la moto y, por poco, la atropellan.
—¡Buenos días, pareja! —les dijo la mujer.
—Si la pillamos, no iban a ser tan buenos, señoriña —le dijo Floreano.
—Esta no es carrocería para acabar conmigo…
—Aparte, señora, que llevamos prisa —interrumpió Monchiña.
—Lo sé —respondió—, y también sé que andáis a la busca y captura del virus que…
—¡Pues ya sabe usted demasiado! —volvió a interrumpir Monchiña.
—Déjenos en paz, por favor, señoriña —intercedió Floreano—, que debe usted estar muy cansada de caminar sola por el monte…
—Mucho más cansado está mi padre, pero no se lo digan, que es muy orgulloso —alzó la voz la mujer—. Pero, Floreano, hábleme con la boca cerrada y deje que converse yo aquí con Monchiña.
—¿Y cómo sabe quiénes somos? —preguntó Monchiña.
—¡Porque leo el Faro de Vigo todos los días! —respondió.
—¡Manda