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La naturaleza del amor en el No Ser
La naturaleza del amor en el No Ser
La naturaleza del amor en el No Ser
Libro electrónico510 páginas8 horas

La naturaleza del amor en el No Ser

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Información de este libro electrónico

Amamos con un cerebro condicionado, eso genera conflictos; descubre cómo amar sin el objeto, ahí finaliza tu búsqueda; exploras la vacuidad.

Ser o No Ser, esa es la cuestión de la palabra amor. La humanidad vive toda su existencia desde el Ser. Ser alguien o ser algo en la vida. Ese camino para llegar a Ser, está lleno de conflictos, de luchas y de enfrentamientos entre uno mismo y el resto.

Kruhm no sabe amar, pero cree en el amor desde la palabra. Toda su existencia se ha basado en saber cómo amar, pero nunca lo ha logrado. Nosabe amar sin el objeto. Conoce a Eva quien le desenmascara toda su inconsecuencia con el amor. Entra en crisis porque quiere amar y SER amado. Su amigo Felipe le ayuda y le presenta a un Maestro para que le guíe en la iniciación mágica del amor. Ahí descubre toda la mentira e inconsecuencia del querer SER alguien o algo en la vida. Explora el No Ser NADA (la vacuidad, el vacío), al inicio no entiende, pero al escuchar las enseñanzas del señor K., comprende que no necesita de Maestros, de Gurús, de ningún líder espiritual y mucho menos de psicólogos para observarse a sí mismo y amar en libertad. Descarta todo lo que ha aprendido, ha vaciado su conciencia y con esa mente en silencio (sin pensamientos psicológicos) vive el amor. Todo el movimiento de su búsqueda de amor y de la existencia del sentido de su vida, ha terminado. Ya no necesita de experiencias, ahora vive el ahora sin la continuidad del pasado. Su cerebro ha sido descondicionado y por ende explora ese amor holístico. Ahora ama, esta vez es amor sin la palabra y sin el objeto.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento18 dic 2017
ISBN9788417164904
La naturaleza del amor en el No Ser
Autor

Rafael Romero Arze

Rafael Romero Arze nace de la madre tierra, no se identifica con ninguna nacionalidad porque observa que, en nombre de un país o de una región, las personas se enfrentan unas contra otras. Tampoco pertenece a ningún grupo u organización de naturaleza ideológica, filosófica, política, cultural, religiosa, etc., por ser estas las que dividen a las personas. Estudió Comunicación Social, trabajó en la Amazonía y fue voluntario internacional en Nicaragua por un año. Después de trabajar en varios lugares, se dedica a la cátedra universitaria y a realizar talleres literarios. En Bolivia, su país de nacimiento, publica su primer ensayo filosófico literario; a partir de esa obra, empieza a comprender lo importante de descondicionar todo el contenido del cerebro. Desde que inició su primer viaje a los diecinueve años como mochilero, observó que el mundo no tiene fronteras de ninguna naturaleza, es la mente del hombre la que ha creado dichas fronteras. La mayorparte del tiempo observa a la naturaleza y se dedica exclusivamente a la producción literaria. El autor radica en Holanda, con Mika y la hija de ellos, Sofía.

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    La naturaleza del amor en el No Ser - Rafael Romero Arze

    La-naturaleza-del-amor-en-el-No-Sercubierta-v13.pdf_1400.jpgcaligrama

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

    La naturaleza del amor en el No Ser

    Primera edición: diciembre 2017

    ISBN: 9788417234140

    ISBN eBook: 9788417164904

    © del texto

    Rafael Romero Arze

    © de esta edición

    , 2017

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Nota del autor

    La siguiente obra es una novela que no responde a una categoría en especial, no es un libro de filosofía, de ciencia, de arte o de religión, mucho menos una obra construida en hechos ficticios y de fantasía, tampoco es una obra que aborda la vida de manera mitológica. La obra parte de que lo único que sabe, es que nada sabe, desde esa humildad de no saber nada, empieza a explorar las enseñanzas acumuladas a lo largo de nuestra existencia. Parte de la obra recopila y repite las enseñanzas dadas a la humanidad desde las visiones tales como la teosofía, el budismo, el brahmanismo, el gnosticismo, la cábala esotérica, los vedas y toda la vertiente expresada en el esoterismo y el esoterismo. Pero gran parte del núcleo narrativo se centra en las enseñanzas de Jiddu Krishnamurti. El lector podrá encontrar citas y reflexiones acerca de esas enseñanzas, que por ningún motivo deben ser consideradas dogmáticas, o bien, una incitación a seguir dichas enseñanzas, todo lo contrario, es una invitación a observarse a sí mismo.

    En cuanto al contenido, el libro, al final de la primera y en especial al comienzo de la segunda parte, sufre una ruptura epistemológica de la palabra, que surge del cuestionamiento a la propia conciencia y a su contenido en particular. Ese hecho en lo explícito genera contradicción porque la palabra ha dejado de ser la cosa, y el No Ser no puede ser abordado desde la palabra ni desde el pensamiento. Esa es la ruptura epistemológica que el lector no debe extrañarse ni tampoco juzgar el argumento del contenido de la novela, puesto que encontrará palabras tales como Vacuidad; el Vacío; la Nada; Compasión; No Ser, que carecen de argumento y de contenido, y buscarles un contenido a estas palabras es alejarse del No Ser.

    [La naturaleza del amor se vive en la vacuidad, en ese vacío de No Ser Nada ni tener Nada. Cuando se vive eso, la búsqueda de la felicidad, del amor y del sentido de la existencia habrá terminado, solo se ama y ese amor es la COMPASIÓN].

    El Autor

    Primera parte

    Canto uno

    El ahora no es una idea, sino un hecho verdadero, siempre y cuando todo el mecanismo del pensamiento haya terminado. La fuerza del ahora es por completo diferente de la palabra, la cual forma parte del tiempo. Así pues, no dependamos de las palabras «ayer», «hoy» y «mañana». Solo en libertad existe el ahora como realidad, y la libertad no es un estado que el pensamiento puede cultivar.

    [Jiddu Krishnamurti]

    Canto 1

    «Al cerrar mis ojos, sé que el amor existe, pero al abrirlos, solo puedo sentir una cosa: Mi agonía. Ahí es cuando mi tranquilidad se vuelve inexistente, por eso vuelvo a cerrarlos, pero esta vez por más tiempo; me pierdo en la distancia, en el espacio y en el tiempo. Yo sé que no siento amor al cerrar mis ojos, pero sé que existe y no tengo la menor idea de cómo sentir y comprobar esa existencia. Me es difícil precisar si está acá o allá, en este mundo o en el otro, o si es que estoy despierto o sumido en el sueño placentero de la noche. En fin. Creo que yo ando entre esos dos mundos incomprensibles y me muevo en otros... ¿Dónde estoy?

    Según yo, duermo, y otras veces, despierto. Así pasa mi vida, también pasan los días y lo único que cambia es la textura de mi piel y el tinte de mis cabellos. Me hago viejo y no sé amar. Dicen que todo cambia, que nada es estático, pero a mi parece que la única transformación se da en mi mente, ahí está todo lo que veo y lo que no veo; todo lo que siento y lo que no siento; todo lo que quiero y lo que no quiero; y todo lo que me gusta y me disgusta.

    Creo en el amor, por ello afirmo que existe, pero nunca he sentido ese amor que veo al momento de cerrar mis ojos. Muchas veces me pregunto el porqué de aquello. ¿Acaso sucede algo con el amor al cerrar mis ojos? No creo. El amor es impronunciable y nadie puede definirlo, hacerlo, sería matarlo. Al amor no le interesa si tus ojos están cerrados o abiertos. Entonces, ¿por qué siento y sé que el amor es distinto cuando cierro mis ojos? ¡No lo sé! Pero es extraña esa mi idea de que el amor existe solo cuando cierro mis ojos. Parece que es un misterio que jamás podré comprender. En fin. Tengo mi pareja, no estoy casado, y tampoco me atrae la idea de hacerlo, por lo menos, no con Ema, ella es muy de este mundo. Sus prioridades son otras.

    Llevo con ella más de tres años y todavía lucho por amarla, siento algo por ella, pero no es amor, yo creo que sí, pero cuando pienso si quiero estar el resto de mi vida con ella, mi respuesta es abrumadora y contundente: ¡no!, no quiero estar con ella toda mi vida. Me siento solo. He llegado a creer que el amor es estar en soledad, me equivoqué, no es eso. Cuando no estoy con Ema, estoy bien, no la extraño ni la añoro, nuestros encuentros son fútiles e improductivos. Nos divertimos mucho el uno del otro, hablamos de todo lo mundano (amor, sexo, felicidad, logros, miedos, fracasos, familia, sueños, realizaciones, y un largo etcétera), vamos al cine agarrados de la mano; de vez en cuando tenemos cenas románticas que acaban en lo mismo (besos apasionados al calor del vino u otras bebidas espirituosas y caricias bajo la tenue luz de las velas); tomamos café con amigos, o a veces, vamos a bailar un poco y la pasamos nuevamente bien, y al final de todas nuestras citas, siempre terminan en lo mismo, desnudos bajo las sábanas amándonos y diciéndonos las mismas palabras de amor: «te amo». Y aquí es donde me entra la duda, y no existencial, sino una duda muy terrenal.

    A menudo cuando salgo con mi novia, hago contacto visual con otras chicas (intercambiamos números de manera ridículamente fácil), no me importa su situación, a veces están casadas, o son madres solteras con hijos, o están divorciadas, o simplemente son estudiantes universitarias en busca de una aventura. Todas son relaciones de una noche. No pasa de eso. El tema es siempre el mismo. Atracción y no amor. Un par de veces creí que se trataba realmente de amor a primera vista, pero no. Solo fue una noche de deseo y de pasión por un amor no correspondido. Cuando estoy con ellas, todas buscan y creen en el amor, incluidas las mujeres casadas, pero el amor pasa a un segundo plano después de que la química catalice nuestra pasión y deseo. Después de unos momentos, cada uno sigue su camino.

    Al comienzo tenía mala conciencia, pero ahora estoy curtido y ya no hago tanto drama. Sigo mi vida como si no pasara nada. Entonces, cuando estoy despierto o con los ojos abiertos, creo en el amor, pero no lo puedo sentir. Eso me pasa todo el tiempo, me da rabia y me frustra. Solo al cerrar mis ojos sé que el amor existe, pero tampoco pude comprobar esa existencia de amor. Aunque debo aceptar que dentro mío, quiero un cambio, quiero sentir ese amor, a veces digo que al estar con una u otra mujer, puede que llegue ese amor que busco, pero no, nada de eso pasa.

    Ahora mi relación está atrapada en la monotonía, nos vemos de tres a cuatro veces por semana, a veces paso la noche con ella, y muchas otras, antes del amanecer, regreso a casa con una gran pena que embarga mi corazón. Efectivamente sufro, bueno, todos sufrimos, no hay nada nuevo ni revelador en eso...»

    Mientras me encontraba en profundas y serias cavilaciones, el sonido del teléfono me hizo regresar abruptamente a la realidad del ahora. Vi el identificador de llamadas, era Ema, contesté y le dije: «Hola, Ema, justo pensaba vos, ¿qué haces?».

    Un pequeño silencio escuché antes de su voz: «Nada, te llamaba para ver si hoy vienes, hace rato que no pasas la noche conmigo y hoy tengo ganas de verte». Típico en Ema, cada vez que ella siente deseos, me llama y, claro, no puedo decirle no, siempre voy, pero últimamente me he estado alejando de ella, creo que la anterior semana me llamó unas tres veces y no pudimos coincidir, imagino que sí o sí, la veré. «Está bien, a las siete estaré en tu casa».

    «No», responde con un tono seco. Quedo un poco sorprendido, mi mente vuela y me anuncia problemas, pero no estoy con ganas de misterio y mucho menos de drama, soy parco en mi reacción y le digo: «Ok. ¿Cómo hacemos? ¿Dónde?».

    Y empieza su pequeño drama. «¡Oh Kruhm!, sé un poco más activo…».

    Por otro lado, mientras ella me hablaba, yo pensaba en silencio que ella nunca se enteró de mis otras relaciones, por lo menos, eso creo. Esta vez con una voz imperativa exclamó: «¡Quiero que me vuelvas a llevar a cenar, que nos tomemos una copa de vino y que conversemos acerca de la vida! Estoy un poco cansada de nuestra relación, se ha vuelto dramáticamente monótona. Dices que me amas, pero no siento que eso sea verdad. Me hablas de amor, pero no puedo sentir nada. —Cuando dijo eso, empecé a prestarle más atención a sus palabras—. Vos sabés que yo estoy trabajando duro para progresar en la vida, no me conformo con las palabras, quiero acción. Si me amas, pues llévame por el mundo, háblame de que yo soy parte de tu futuro y otras cosas más, como antes, cuando estábamos juntos las primeras veces. Yo te amo, vos me amas, entonces, amémonos de verdad. Quiero amar y ser amada. ¿Es eso tan difícil?».

    Tuve que intervenir y decirle: «Ok, ok, está bien —hago una pequeña y corta inspiración cerrando mis ojos—. Tranquila, amor —suelto el aire y con ellas mis palabras—, yo te amo y vamos hablar de todo esto esta noche, te doy mi palabra. Iremos a cenar, tomaremos algo, caminaremos por la ciudad y veremos el amanecer juntos como antes, ¿ok?». Acordamos el lugar, la hora y cortamos la comunicación.

    Caminé por la sala de mi casa un momento, había libros y un periódico sobre la mesa, me llamó la atención aquello, por lo usual no compró ni leo el diario. Agarré el periódico y lo abrí. Había un artículo interesante, la fecha era del año pasado. Me hice un café, me senté junto a la ventana y me puse a leerlo. Hablaba acerca de la locura, reconocí de inmediato al autor, era un francés que había escrito varios libros acerca de la sexualidad y el poder. Recordé varias ideas, quería escribir algo, pero era la hora de mi cita con Ema, hice unos apuntes y una pequeña estructura con la intención de volver a casa y escribir. «Pero le dije a Ema que pasaría la noche con ella», me dije a mí mismo. «Veamos lo que sucede», pensé. Por otro lado, Ema estaba con su amiga Ruth, su consejera de amor. Inseparables amigas. Ambas conversaron, se aconsejaron y acordaron que era el momento de dar un paso, es decir, establecer los lazos de amor eterno. Yo no tenía la menor idea que ambas estuvieron juntas.

    Ya era casi la hora de nuestro encuentro. La noche abrasaba una pequeña brisa, las luces de la ciudad adornaban algunas calles y plazuelas. Llegué al lugar antes que ella, me pedí una cerveza, como suelo hacerlo y le esperé. Ella llegó como siempre, con un vestido ajustado y coquetamente escotado, unos tacones delgados y su chaleco de color rosa. Su rostro impecable, su cabello negro seducía al viento, y sus labios sellaban el tiempo. «Qué hermosa que está», me dije. Ahí fue donde me pregunté: «¿Lo que siento, es amor? ¿Lo que veo, me hace amar? ¿Qué es lo que siento, qué es exactamente lo que veo? Esa noche deseaba tenerla y hacerla mía. ¿Eso es amor? Sí y no», me respondí a mí mismo y me olvidé del amor desde todo punto de vista, solo vivía el ahora y el hoy, eso me importaba, el resto, no.

    Me saludó con un beso en los labios, luego con su pulgar derecho, me limpió y me dio otro beso. Pedimos una pequeña cena, una botella de vino y me dijo: «Estuve con Ruth, te manda saludos. Nos acordamos de muchas cosas», me puse incómodo por alguna razón; continuó diciéndome: «Voy a ser sincera y directa contigo, creo que tenemos la confianza suficiente para decirnos las cosas. Primero, ¿me amas?». Por suerte la pregunta no era difícil. «Sí, te amo y vos lo sabés», contesté. Me miró a los ojos y me dijo: «Quiero saber el porqué». No esperaba esa pregunta. El silencio no se apoderó de mí, lo que se apoderó de mi fue el miedo, ahí sentí miedo y no amor, miedo porque no podía responder a esa pregunta, miedo porque no encontraba palabra alguna para responderle a Ema. Yo no podía decirle que le amo por su sensualidad, o por otros detalles, yo sé que ella quería una respuesta que implicara actos, y ahí estaba mi problema, y por ende, mi miedo también. Si bien creo en el amor, pues no tengo la menor idea de cómo se puede demostrar amor. Pasar una noche juntos, ver el amanecer, o hablar de que somos uno cuando hacemos el amor, son cosas que ya le dije, pero para Ema, eso no es suficiente. Ella quiere algo más que eso. «Ema, por favor, ya te he dicho y explicado muchas veces eso. ¿Por qué para ti eso nunca es suficiente? ¿Qué más quieres de mí?», le dije como si mi alma hablara. Me miró a los ojos y al verla, supe que se venía lo peor. «¿Kruhm, eres feliz conmigo?», me preguntó y en ese momento, me tomó de las dos manos, y ahí fue donde experimenté todo. Por primera vez supe lo que sentía, y ahí por fin me pude responder a mí mismo. «No siento amor, siento miedo. Miedo de no poder, de no saber y de no demostrar amor».

    No podía responderle. Mi mente luchaba contra mis sentimientos. Al final le dije: «No. No soy feliz contigo. Lo siento, esa es la verdad —me armé de valor y le miré a los ojos—. Pero lo más importante es que te amo, y que lucho momento a momento para amarte, sé que el amor no es un misterio, ni tampoco una finalidad inherente al ser humano. Creo que nosotros debemos descubrir qué es el amor, por eso nos besamos, nos miramos, nos acariciamos y nos fusionamos, ahí está el gran secreto del amor, es decir, encontrar el amor en la otra persona. Y si no soy feliz, es porque lucho para amarte momento a momento; el amor es un camino de rosas, y como todo rosal, tiene espinas que nos lastiman y ese dolor hace que no seamos felices, y si yo no soy feliz contigo es porque estoy atrapado entre medio de rosas y espinas, con la única finalidad de amarte eternamente», le respondí con el corazón y con mi voz acongojada. Para mí, la noche quedó atrapada en el abismo, o sea, el tiempo y el espacio fueron absorbidos por fuerzas centrífugas, solo estábamos Ema y yo, yo y Ema. Sus ojos se fundieron con la infinita noche y me dijo: «Entonces vivamos juntos, hagamos de nuestro hogar un rosal y que nuestro nido de amor sea entre las espinas». Acepté y la besé hasta la eternidad. Esa noche creí que había encontrado el amor, pero mi alma me decía lo contrario.

    Pasaron varias semanas y nuestra relación había mejorado, pero todavía no vivíamos juntos, estábamos buscando un lugar más grande y confortable para los dos. Cada vez que me preguntaba si sería feliz con ella, mi respuesta era siempre la misma. No, no seré feliz con ella, pero creí que debía luchar por ese amor que busco. Quería ser consecuente conmigo mismo. Mientras ordenaba las cajas de mi pequeño apartamento, encontré nuevamente el periódico, y junto a ello, la estructura que debía escribir. Llegaba el anochecer y yo estaba de buen humor. «Como despedida a mi vida de solitario, voy a escribir un pequeño soliloquio», me dije, pero antes iré a tomar un par de cervezas en el café de la esquina. Sin más dificultades ni pretextos bajé las escaleras, como si yo cumpliera el destino que la ley había dispuesto para mí. Mis planes consistía en tomarme dos pequeñas y frías cervezas, hablar con Ricardo, el dueño del bar, pedirle un par de consejos acerca de las relaciones sin amor, y bueno, volver a casa y escribir ese soliloquio que se escapaba de mi mente.

    Entré al bar, pedí una cerveza y me puse a conversar con el mesero, hablamos de cosas muy mundanas y terrenales. Me contó que anoche conoció a una mujer espectacular, de una belleza extraordinaria y dispuesta a jugar roles indecentes. Cuando escuché la palabra belleza, automáticamente comencé a enfrentarme con mi mente, la belleza tiene un esquema y marcados parámetros. No escuchaba lo que me decía el mesero, porque en mi cabeza había una batalla ontológica acerca de lo bello, me era difícil lidiar con el joven que me atendía, entonces pregunté: «¿Dime una cosa, cuando terminaron ustedes de jugar, qué sentiste?». Su respuesta fue rauda. «¡Hombre!, luego de que estuvimos en mi cuarto y jugamos de todo, silo quería que se fuera y que me dejara solo y te mentiría si te dijera que ella quería ver el amanecer en mi regazo. Nada de eso. Una vez satisfecha, recogió sus pertenencias y se fue mientras yo me había quedado dormido.

    No sé nada de ella, ni siquiera su nombre», río profusamente a la vez que me golpeaba el hombro izquierdo. «Ya veo, pues si estás feliz con eso, bien por ti, pero no creo que ella tenga esa belleza de la que me hablas, tal vez por fuera, o sea, físicamente es una hermosura, pero ¿Belleza?, eso es otra cosa y se distancia mucho de la indecencia. Lo siento si no te gusta lo que te digo, pero la belleza en sí, no existe, es como dice uno de mis autores favoritos, ‘la belleza es una ilusión’. Lo que tú experimentaste fue un momento de deseo y de placer por el objeto que poseíste». Naturalmente lo que le dije a él, le causó una estrepitosa e ignorante carcajada que dijo: «Ja, ja, ja, y qué posesión, ¡Compadre!». Ignoré al efebo. Estaba concentrado en otros asuntos. «¿Dónde está Ricardo?», pregunté. «No vendrá hoy ni tampoco toda la semana porque está en la capital solucionando su trámite de divorcio».

    Asentí con la cabeza que había comprendido y le esquivé la mirada para concentrarme en mis asuntos. La cerveza estaba fría, espumosa y con un sabor refrescante. Mientras pasaban los minutos, no me percaté que al lado nuestro, había una mujer que había escuchado toda nuestra conversación. Al principio no le di mucha importancia, y seguí con la rutina de mi mente. Luego de unos segundos tuve una incompleta idea cuando me percaté que ella tenía ganas de decirme algo, tal vez quería preguntarme la hora, o bien, saber a qué hora cierran el bar, o si venden algún tipo de bocado, qué se yo. Noté que sus ojos se movían de manera inquieta, sus cabellos revoloteaban en sus dedos de la mano izquierda y su actitud demostraba firmeza. Entonces decidí que mis ojos prestaran más atención y estar atento a cualquier detalle. Después de unos momentos, entró una brisa helada que abrazó nuestras miradas. «¿De dónde vino este frío?», dijo.

    Cuando terminó de decir eso, nuevamente nos envolvió esta vez, una brisa brizna, tierna e inquieta, aproveché ello y dije: «No es frío, sino que es un mensaje que nos traen los dioses, pero es una lástima que ya no podamos comunicarnos con ellos», le respondí, pero no tuve idea del porqué de esa respuesta tan llena de misterios y expresada de forma poética y a la vez patética. El silencio detuvo al tiempo, y el tiempo continuó silenciosamente su camino. Ahí estábamos, dos almas encontradas o tal vez, dos espíritus perdidos en la ilusión de la vida. Sus ojos esta vez brillaron con una pequeña sonrisa y me contestó mirándome a los ojos: «Hace tiempo que no escucho a los trovadores, ¿acaso eres tú, uno de ellos?». Quedé fascinado con ella, su inteligencia enamoró a mi torpe y confundido corazón. «Lo único que sé, es que ando perdida más que perdido y no comprendo si estoy acá, o tal vez, mi presencia es un capricho del poderoso e inmortal destino», contesté. Esta vez ella sonrió y se entregó a mí, pude sentir que ella quería que yo fuera de ella, pero ella jamás sería mía, así que sabiendo aquello, olvidé a Ema y me entregué a su seductora presencia.

    Esa noche hablamos poco, luego de acabar nuestras copas, nos fuimos a mi departamento, sabiendo que mi acto era inapropiado. Le conté toda mi vida en un minuto, no me fue difícil y ella solo me dijo su nombre y se negó a compartir los detalles de su vida. No sabía si era casada, si vivía en la ciudad, o bien, de dónde venía. Tuve que conformarme con sus delicadas palabras y su trato sutil. Luego de entregarnos el uno al otro, recién me hizo preguntas, primero me dijo con un tono dubitativo: «¿Por qué haces esto?».

    No sabía con exactitud lo que quería decirme, pero le contesté lo siguiente: «De alguna forma, las circunstancias permitieron nuestro encuentro, y delante de todos y de nadie, te besé, y al hacerlo, algo recordé y a la vez, lo olvidé, sin embargo reconozco que algo he perdido, pero no sé qué es. Luego de que mis torpes manos recorrieran y surcaran tus nevados, y después de haber probado el néctar de tu aliento, acepté mi silencio, como si alguien me hablara.

    Ahí comprendí que el destino no entiende de coincidencias, sino que actúa acorde al lenguaje del misterio universal. También comprendo que cuando esto termine, el universo seguirá su inmortal e imponente destello, y ahí, tú y yo, nos perderemos, vos seguirás tu camino, y yo, lloraré, porque de mi camino me he apartado». Ella quedó en silencio, sus ojos miraban a los míos para no perderse en el camino incierto de mi mirada. Sonrío con inocencia, me abrazó y me entregó un corto beso en mis labios, luego se entregó nuevamente a mí, le hice el amor como nunca antes lo hice y sentí que algo perdí, no le di importancia a ello porque en ese momento disfrutaba de sus besos, de sus senos y de su cuerpo entero, después de que terminamos, sin esperar nada, me susurró lo siguiente: «No te creo nada, a pesar de que eres versado en las letras y en tu forma de hablar, pero eso no me sorprende. No eres más que un hombre común y corriente que aprovecha la oportunidad de tus palabras, no eres tú quien nos enamoras, sino que, es el juego de tu lenguaje quien nos seduce. Nosotras amamos a los trovadores, pero estos ya no existen, lo he comprobado, solo hay poetas que cantan, y nosotras les creemos y nos enamoramos de ustedes». Quedé inmóvil, en otras palabras, sentía una gran vergüenza incontenible porque temía lo peor, ella decía la verdad, y en cualquier momento yo debía decir algo ¿pero qué? ¿Qué palabras, o qué versos pueden contra la verdad? Mi rostro fue invadido por un rubor que me exponía. «¿Quién eres?», respondí con una pregunta, estaba avergonzado. Perdí mi virilidad. Nunca me había pasado eso, por lo general, las mujeres quedaban enamoradas cuando yo les hablaba y les narraba los sucesos con misterio y poesía. Pero ella era diferente, creo. «Soy Eva, aunque no es mi nombre verdadero, pero para ti, soy aquella mujer que te incitó al pecado, y yo no soy la culpable, sino que eres tú y tu falta de voluntad, puesto que no pudiste ser consecuente con toda la historia de amor que me contaste acerca de ti y de tu novia. Soy Eva, y no me alejaré de ti, sino que estaré ahí las veces que yo quiera, tomaré otros cuerpos y otras formas para volver a seducirte y llevarte al abismo por ser un inconsecuente entre tus palabras y tus actos. Perecerás por mí, porque ¡Yo soy Eva! ¡Y vos, un inconsecuente!». Cuando terminó de hablar, ya no sentía vergüenza, ahora tenía miedo, y mucho miedo. Pero no quise que el silencio gobernara mi alma, así que tomé cordura y sentencié: «Acepto todo lo que dices de mí, pero estás profundamente confundida y equivocada al decirme que yo soy un inconsecuente. Pues nada de eso.

    Yo creo en el amor, no es culpa mía que el destino y la gracia de los dioses, me tengan vedada aquella gracia. Amo a Ema, y mucho, y al estar contigo logro afirmar que ese amor existe y estoy más cerca de comprenderlo todo…». Detuve por un momento a mis palabras, Eva deseaba decir algo, y yo quería escucharla. Cada vez que ella hablaba, debo confesar que estaba en lo cierto, pero no quería aceptar mi inconsecuencia por nada del mundo, hacerlo, sería como negar mi propia existencia y mi única creencia, el amor. Así que ella me miró y dijo: «!Cínico! Podría decirte más cosas, pero no. No voy a perder mi tiempo con improperios. Te mereces cosas peores. Me hablas de amor, pero ni idea tienes de esa palabra. Poetas como vos, defraudan al amor, escritores como vos, solo buscan ese amor que les conduce al placer. El amor ha dejado de existir por culpa de ustedes, cada vez que dicen que aman y aprovechan la oportunidad de estar con otra mujer, el amor desaparece. Hoy, el amor ya no existe. Yo misma he matado el amor en ti. Jamás volverás a sentir amor por tu Ema, porque cada vez que yo quiera que seas mío, lo serás. No hables jamás de amor, ni tampoco busques, ya no existe». Con esas severas palabras me habló y mi desgraciada alma se estremeció como una hoja de otoño que hace un eco en la inmensidad de la nada.

    Quería decir algo, pero no podía apresurar a mis palabras, en el momento de intentar hacer una articulación, ella me miró a los ojos y hablo así: «Ten cuidado con lo que vayas a decir, desde este momento tus palabras carecen de retórica y se han convertido en una lacra poética». Al escuchar aquello, me aferré a mi postura y le increpé diciendo: «No sé quién eres y lo que buscas acá. Acepto todo lo que has dicho, pero algo que si no te acepto por nada del mundo, y prefiero morir antes que aceptarlo, es la idea de que yo no sé nada de amores, claro que no sé qué es el amor, pero he aquí mi diferencia con tu vida, yo sí busco por todos los medios lo que es el amor, y no tengo miedo de entregarme a alguien, tal vez no sea lo más sensato, pero dime, ¿cómo puedo saber lo que es amar si no me entrego a alguien?», le dije e hice una pequeña pausa con la intención de observar sus ojos frescos, después de unos segundos de eterno silencio, continué con mis palabras —mientras ella se vestía— y le dije: «Me entregué a ti por la desventura de explorar a ciegas el amor que mi alma grita en cada amanecer. Amo a Ema, mas te mentiría si te dijera que ella es el amor de mi vida; estoy ciego de amor desde hace mucho tiempo, busco el amor, pero no sé cómo hacerlo. En mis sueños me he visto con varias mujeres, y entiendo a ello como un proceso largo de penurias que deberé atravesar para buscar ese amor y alejarme de mi ceguera. Quiero ver luz, quiero que la luz del amor limpie mis retinas y aclare mis ojos para ver lo que realmente es el amor. Pero hasta ahora, nada, y por arte de magia apareces tú y me dices que eres Eva y que debo olvidar al amor. ¿Cómo crees que me siento? Confieso que tengo miedo de no luchar por ese amor y perderme en las cosas mundanas del amor, es decir, en esa búsqueda inconsecuente de amor que llevo».

    Cuando terminé de hablar, Eva dijo: «Si fuera verdad todo lo que me has dicho y si realmente eres un luchador, pues no me habrías mirado ni caído ante la más leve insinuación, porque yo nunca te hablé de amor, ni siquiera intercambiamos nombres. Me llevaste a tu alcoba y te dejaste seducir por lo físico y no por ese ideal que buscas. Eso es ser inconsecuente. Todos los hombres son inconsecuentes. Son falsos y traicioneros. Ni aun estando con hijos son consecuentes». Ahí me vi envuelto en mis mentiras y se hizo evidente mi inconsecuencia.

    Quería decirle algo, hacer un suspiro por lo menos, pero no pude. Entonces ella me aconsejó lo siguiente: «Lo mejor que puedes hacer con tu vida, es aceptar que eres un mentiroso, un oportunista y un aprovechador de palabras para seducir a las mujeres. No eres un mujeriego, ni un casanova, eres todo lo contrario a ellos, eres un falso trovador que desacraliza a la poesía y a los versos. Un demonio encarnado, diría yo». «¡Heyyy! No…». «Aún no he terminado», levantó la voz y frunció su mirada para decirme: «En tu mente solo hay una cosa: Sexo y una falsa búsqueda de amor». Sentí que la conversación había terminado. Eva continuó su diálogo, esta vez hablaba sola porque yo ya no quería escucharla.

    Lo que sentí ese día es algo que hasta hoy perdura, no puedo olvidar ese sentimiento, por primera vez en mi vida he logrado experimentar en carne propia la inconsecuencia de mis actos. A partir de esa fecha, el sentimiento o bien, el pensamiento que encierra el contenido de una palabra vocalizada, se materializa y concreta al interior de cada ser humano. Yo sé qué es la inconsecuencia, la he sentido arder en mi interior. Su existencia de esa palabra se da por medio de la vibración, o sea, el sonido se hace carne y se materializa en una sustancia química que emana del algún lugar de nuestro cuerpo. Es raro, durante años o durante muchas vidas he buscado amar, hasta ahora todo ha sido en vano, y bastó una noche para que una mujer me haga experimentar la fuerza vibratoria de la palabra.

    No sé qué es el amor, pero sí sé lo que es ser inconsecuente. Evidentemente Eva, ya no está más en mi vida, es decir en mi vida física, porque su presencia aún permanece conmigo y se ha convertido en un fantasma que a veces me posee y me hace sentir las más grandes y terribles desesperanzas al no poder amar.

    En fin. Pasaron los días. Todo había vuelto a una relativa dizque normalidad. Debía encontrarme con Ema. Sería la primera vez desde que Eva se apoderó de mi alma. En mi cabeza está latente sus palabras. Sufro al pensarlas. La idea de no poder amar y hablar de amor, devasta mi existencia. En algunas ocasiones pienso que Ema, podría ayudarme con ello.

    Tal vez ella reviva mi esperanza y en especial, mi amor. Yo no me siento amado, y tampoco sé si quiero ser amado, ¿acaso merezco ser amado? Según yo, primero debo amar, luego seré amado. No lo sé, estoy confundido. Faltan un par de horas para verme con Ema, estoy inquieto, mi mente vuela, voy a mi escritorio y escojo una música para escribir algo, quiero a Wagner, su Tannhäuser y el torneo poético del Wartburg, solo que me concentro en la parte del Coro de peregrinos, ya que su contenido me acerca a la divinidad celestial. Sé que parece contradictorio que cite la parte divina dentro de mis discursos, pero sin ella no logro concebir mi existencia.

    No tengo idea qué relación existe entre el amor y la religión. Creo que el primero existe sin el segundo. Pero al escuchar a Wagner, comprendo una existencia que vincula al amor con las divinidades celestiales. El Tannhäuser es ese caballero trovador que canta versos de amor a Venus al interior de la montaña sagrada. Con esa idea y ese preámbulo, me siento en mi silla y comienzo a escribir mi soliloquio que reza así:

    La miro y siento que el silencio me habla con tonos pausados y serenos, articula gestas que están más allá de las simples serenas veladas del ocaso. La mirada transforma al silencio en un acto poético. El silencio no habla, sino que canta a la soledad de las cosas. Yo no existo, tú no existes pero Él y Ella sí existen. Ambos están desunidos por dos razones encontradas. Están ausentes y distantes por una caprichosa y terca lejanía y cercanía que los ha distanciado el uno del otro. Se han convertido en personajes que andan solos en la soledad del tiempo y del espacio. Una soledad que no ha podido vencer al caos de la cosa, una soledad ausente de amores. Y es aquí donde surge mi más grande interrogante: ¿puede la soledad vivir sin amor? ¿O es que la soledad nos impulsa a buscar algún tipo de amor? ¿Qué es exactamente la soledad? ¿Puedo amar y sentir soledad? Creo que jamás podré responder con precisión a todas esas preguntas que me acechan desde hace mucho tiempo. No sé si tiene sentido saber o dilucidar las diferencias y las similitudes entre la soledad y el estar solo.

    La muerte es el mayor misterio que existe en la vida, y al mismo tiempo, se ha convertido en el miedo más grande de una humanidad dominada por la razón de las cosas. Es raro observar que los animales no sufran como lo hace el ser humano cuando han perdido a un ser querido. Creo que ellos conocen el detalle de la muerte, pero por alguna razón el individuo ha olvidado qué es la muerte. Yo no le temo, sino al contrario, la añoro, y le espero con ansía para descubrir el misterio de la vida. Estoy convencido que en la muerte está la vida, es como aquel barquero Creonte que nos lleva de una orilla a otra, en un santo silencio, así es el misterio de la muerte.

    La eternidad es el eterno retorno en el que nos encontramos prisioneros. Es la cadena invisible que nos ata al mundo del Demiurgo, somos sus prisioneros en el mundo de las formas. Ahí nos movemos según la tercera ley dispuesta en los anaqueles alquímicos de Euclides. Existe una salvación, pero ha sido vedada para los hombres no hombres, solo el principio masculino y el femenino podrán entender y romper el misterio de la eternidad.

    Ante todo esto, estoy yo, un poeta lúgubre que escribe versos y a veces, sonatas mal estructuradas para hablar de un amor inconsecuente. Soy un falso poeta que ha perdido el rumbo de su estrella. Los dioses me han dado un severo castigo por haber profanado la virtud del amor. He me aquí, solo y rodeado de placeres y deseos raudos y esporádicos que se desvanecen en el odioso tiempo de los mortales. Mis versos carecen de hexámetros y mi métrica está ausente de inspiración. Hace tiempo que no me posee, me ha abandonado en este mundo infernal de las formas. Aquí tengo un nombre que no me pertenece, una razón que me gobierna y un espíritu que se bate en su recinto carcelario de carne y hueso. Apesto.

    Debo reconocer que he fracasado en mi vida y en mi existencia. No sé qué hago aquí, y mucho menos comprendo por qué estoy aquí. No tengo la más remota idea de cuál es mi misión en esta vida. Me acerco a ese Dios, pero siento que él me ha rechazado y me ha impuesto una castigo terrenal. Acepto mi condena con humildad, no reniego a la existencia de los dioses, pero imploro a cada uno de ellos, perdón, perdón y perdón. Sé que no es suficiente, y tampoco me puedo comparar con un trovador que canta odas a ese amor puro. No soy un trovador porque no sé cómo amar. Si amara, sería un trovador, un missensänger de Nietzsche, pero no, no califico como ese trovador Tannhäuser que canta al amor. ¿Dios, qué es el amor?, grito con la más estrepitosa voz hacia los cielos y digo: ¿amados dioses, cómo puedo amar? Mis ojos están en el cielo y no veo nada, no escucho ni siquiera el suspiro de mi alma. No hay nada, salvo una nube que vaga en la soledad del cielo.

    Miro al silencio y observo al tiempo, por unos minutos mi brazo derecho está sobre el izquierdo y me pongo a reflexionar acerca de mi amarga existencia. Esta vez el silencio calla, y me dice: «Deja de peregrinar por aquellos suelos que no debes, y eleva tu canto». Ante semejante mensaje, digo: «Alabaré a Dios por el resto de mis días, estoy en paz con él». Entonces comprendo que estoy solo, sin amor y sin fortuna. Así me lo han inspirado los dioses, también me han dicho que el amor existe en los versos de los trovadores, ahí está lo que tanto busco. Debo recordar y recuperar mis proezas de amor. Debo reconvertirme nuevamente en ese missensänger. Esta vez el silencio me ha abandonado y no sé cómo se recupera las proezas de amor. ¿Cómo hago eso? ¿Cómo?

    Es así como termino de escribir mi pequeño soliloquio, no sé si tiene sentido publicarlo. Primero, me gustaría discutir su contenido con Felipe; así aprovecho para darle mi opinión acerca de sus escritos que pretende publicar. Estaba a punto de llamarle y de repente recordé que tenía una cita con Ema, pero por alguna razón cambié los planes de la cita con ella, sé que ella detesta aquello, a fin de cuentas no le di mucha importancia e hice lo que sentía en ese momento. Cambié los planes. «Hola Ema, ¿cómo estás?». «Mmm, bien, creo», contestó un poco indecisa, como si pasara algo y extraño y dijo: «¿Este, todo está bien? Aún falta media hora para vernos, ¿qué pasó?». Cuando hablé con ella, sabía que debía usar otro tono de voz, uno así como si se tratara de una sorpresa, pero no lo hice y dije: «Sé que no te gusta que te cambien los planes a última hora, pero esto sí o sí debe hacerse. No sé el porqué y tampoco me preguntes, pero he decidido que debemos cambiar el lugar y la hora de vernos». Le di la dirección y la hora exacta. Mientras acordábamos los detalles, sentía una gran y estremecedora duda, sabía que no estaba bien lo que estaba haciendo. Pero en fin, todo esto lo hacía por estar más cerca de ese amor y saber si ella también buscaba el mismo tipo de amor que el mío. En mi cabeza estaba la idea poética del Tannhäuser. Al final le expliqué que era un bosque con una pequeña colina y que ella debía esperarme para ascender juntos, así como lo hacían los missensänger. Al comienzo no decía nada, yo debí haber interpretado ese silencio de manera más rápido y mejor, pero no lo hice, estaba cegado de amor poético. Al final dijo: «¿Estás seguro de lo que haces? ¡Sabes que no me gustan las sorpresas! ¡Soy una mujer hecha para las aventuras románticas y no así para explorar entre medio de la selva o cosa alguna.

    No voy a subir ninguna colina y mucho menos una montaña. Te advierto que voy con mi vestido y unos tacos». Esa fue la segunda señal que no escuché, la oí pero no le di la más mínima importancia. Según yo eso no es ser egoísta. Eso se llama apostar por lo que crees, así como los trovadores. Cortamos la comunicación e inconscientemente, yo sabía que si algo no salía bien, la culpa era mía. Pero mi egoísmo era más fuerte y radical. Me estaba muriendo de remordimiento y pensé que al hacer un acto poético en vida real, quedaría redimido y sería un verdadero poeta. Sin embargo, olvidé algo muy importante. Ema no tenía remordimientos ni tampoco buscaba liberarse de culpa alguna. Ambos hicimos un pacto de amor aquella noche y decidimos construir nuestro nido de amor entre medio de espinas y rosas. Por lo tanto, no había razón alguna para cambiar los planes. Pero mi egoísmo quería culpar a alguien. Por eso cambié los planes de la cita con Ema. Pero yo no quería asumir ni mi egoísmo ni mi culpa. Quería demostrarme a mí mismo, que puedo ser consecuente con lo que digo y hago.

    Canto 2

    Desde que Eva me sentenció y me arrebató el amor aquel día, algo pasó en mi vida. Si Eva no hubiera aparecido en mi camino, lo más seguro es que yo seguiría siendo el mismo inconsecuente e ignorante. Pero ahora soy otro. Cada día que me levanto no soy el mismo.

    Reconozco que mi vida era normal, como la de cualquier ciudadano. Sin embargo, siento que algo en mí ha cambiado. La palabra inconsecuente está grabada en mi alma, y lo peor de todo es que me duele. No quiero ser un hombre inconsecuente, y mucho menos en temas de amor. Yo quiero amar, entregar parte de mi vida y de mi alma. Quiero vivir un romance poético para crear y producir. Si no tengo amor, no tengo nada. Creo que por esa razón buscó de manera desesperada al amor. Aunque todavía el amor no me llega, pero sé que existe, y está ahí, en el preciso momento en que yo cierro mis ojos, le veo como una gran fuerza de transmutación atómica. Según yo, el amor está en todas partes, y yo, debo encontrarle, por eso es que me relaciono con cada mujer que me encuentro en la vida, con la única intención de descubrir si ahí, está ese amor que busco. En el caso de Ema, nuestro encuentro fue por una noche, ambos creímos que solo nos veríamos una vez, pero tuvimos varios anocheceres, entonces nuestros encuentros nocturnos se fueron consolidando a medida que pasaba el tiempo. Así concretamos una relación formal con Ema. Yo creía que con cada mujer que estaba, tenía la oportunidad de encontrar el amor, pero todo cambió con Eva, según ella, todos esos encuentros han logrado que yo mate al amor dentro mío.

    Ella me dijo que la razón por la que yo tenía varias mujeres, no era por amor, sino por lujurioso. Al comienzo creí que la palabra lujuria era un piropo, pero al buscar su significado encontré lo siguiente: «Vicio consistente en el uso ilícito o en el apetito desordenado de los deleites carnales». Ahí fue donde comprendí la gravedad de mis actos.

    Según yo, era todo un gran varón, un hombre que no le era difícil entablar una conversación con una mujer, sin importar su estado civil. Con solo observar un momento, me daba cuenta con quién podía tener algo. Nunca me ha sido difícil estar con una mujer. Yo no hablo de riquezas ni de grandes sueños, solo enunció versos de amor en determinados contextos, luego, la magia se da. Pero para Eva, eso no es magia; es lujuria, tanto mía como de la otra persona, en síntesis, la pasión animal predomina en nuestros actos. Fue terrible darme cuenta de eso.

    Entonces los motivos por lo que decidí cambiar la hora y el lugar con Ema, son simples: Quiero ser consecuente en el amor. Para mí el amor no está solamente en una velada nocturna, sino

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