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El último caso del inspector Matías Rubio
El último caso del inspector Matías Rubio
El último caso del inspector Matías Rubio
Libro electrónico191 páginas4 horas

El último caso del inspector Matías Rubio

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Una novela policíaca ambientada en Madrid.

El inspector jefe del Cuerpo de la Policía Nacional Matías Rubio González, destinado en la Comisaría de Distrito Madrid Usera y adscrito al popular barrio de Orcasitas, es trasladado provisionalmente y por necesidad del servicio a la Comisaría de Distrito Madrid Retiro. Objetivo: cerrar un caso que se mantiene abierto por la implacable presión de doña Leonor Ruiz de Monteagudo, condesa de Piedra Campo. Está totalmente convencida de que su marido, don Martín Blázquez Casado y pese a que murió a causa de un choque anafiláctico tal y como lo reflejó en su día la autopsia, fue asesinado con premeditación y alevosía.

Matías Rubio González, cumpliendo la orden recibida, saldrá una brumosa mañana de noviembre de la Comisaría de Usera dirección a la de Retiro. Y desde esta última conocerá el señorial domicilio de la viuda del finado, situado en la plaza de las Cortes, el Gran Café Gijón, la librería Miguel Miranda,el Ateneo de Madrid y la Real Academia de la Lengua Española. Precisamente, será en esta última institución donde dará caza al asesino. No se había equivocado el sexto sentido de doña Leonor. Contra todo pronóstico, a su marido lo habían asesinado.

Gracias a este caso nuestro protagonista conocerá un Madrid totalmente desconocido para él. Un Madrid de catedráticos, académicos e intelectuales de tertulia. Todos ellos con obras de prestigio que les han permitido labrarse apellidos ilustres. Se sentirá satisfecho de descubrir ese Madrid pese a que el barrio de Orcasitas también le ofrece todo un elenco de nombres y apellidos de alcurnia. Alejandro Zambrano, Anderson Flores o Marco Antonio Vargas. Lástima que a todos ellos siempre los tenga que llamar por sus apodos: El Loco, el Gato o el Urraca. Solo con este último ya justifica su nómina mensual. Imposible de calcular las veces que entra y sale de la trena, del trullo o como se le quiera llamar. Cada caso acaba de una manera distinta. Este acabará en el cementerio de Nuestra Señora de la Almudena, sin embargo, la vida seguirá. Y mucho más cuando no le tarde en llegar a Matías Rubio González su ascenso a comisario por promoción interna. Claro que, con el ascenso, intuye que se le acabará lo que más le gusta de su profesión. Callejear de día y de noche logrando una perfecta amalgama con sus delincuentes habituales.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento25 ene 2021
ISBN9788418548284
El último caso del inspector Matías Rubio
Autor

Ramón Casterás Archidona

Ramón Casterás Archidona (Lleida, 1946) es profesor titular jubilado de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona. Al acercarse a su jubilación cambió el rigor que le exigían sus libros de historia por la libre creatividad que le permitía la literatura. En su primera novela: Barcelona y el enigma de los ilustrados (2010) se preguntaba si la Ilustración del siglo XVIII y pese a sus pinceladas prerrománticas podría sobrevivir al emocional siglo XXI. En El año africano (2014), sus protagonistas, todos ellos militares, recibían la orden de vigilar y fidelizar al servicio exclusivo de Franco las plazas sublevadas con éxito en 1936. Granada fue la ciudad elegida como paradigma de aquel mandato. Y en su última novela, Lérida, 1944. Recuerdos de un corazón inverso (2018), reflejó la vida cotidiana de las tres posguerras en una ciudad pequeña: la de los vencedores, la de los depurados reinsertados y la de los derrotados no perdonados.

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    El último caso del inspector Matías Rubio - Ramón Casterás Archidona

    El último caso del inspector Matías Rubio

    Ramón Casterás Archidona

    El último caso del inspector Matías Rubio

    Primera edición: 2021

    ISBN: 9788418548796

    ISBN eBook: 9788418548284

    © del texto:

    Ramón Casterás Archidona

    © del diseño de esta edición:

    Penguin Random House Grupo Editorial

    (Caligrama, 2021

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com)

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Capítulo 1

    Madrid. Finales de un mes de noviembre cualquiera. Suena el reloj despertador en el dormitorio del inspector jefe del cuerpo de la Policía Nacional, Matías Rubio González. Hoy le toca turno de mañana. Ese turno que va desde las ocho hasta las tres de la tarde. Mira de reojo los parpadeantes números rojos del despertador que le anuncian la inevitable hora de levantarse. Las seis y media. Tantea el botón de apagado, bosteza y ya nota el suave y cotidiano empujoncito de Concha, su esposa. De Concha Alonso Ramos, hija de guardia civil. Un detalle poco importante, ciertamente, pero que ayuda a entender un modelo de familia, una forma de entender España y una determinada concepción de la vida en general. Tres cimientos transmitidos de generación en generación.

    —¡Hala, Matías! ¡Levántate! No te hagas el remolón. Y no te olvides del bocadillo que te dejé preparado anoche antes de acostarnos. Te lo hice con el trozo de la tortilla de patatas que sobró y le añadí cinco lonchas de chorizo. ¡No te quejarás!

    —¡Concha!¡Qué sería de mí sin ti! Por cierto, ¿qué tenemos hoy para comer?

    —Cocido. Ayer puse los garbanzos en remojo.

    —¡Cocido! Flipo con tus cocidos. Nadie los hace mejor que tú. En ellos todo es sustancia.

    —¡Levántate de una vez y deja de halagarme! Menos lisonjas y más ayudar en el trabajo de la casa. ¡No mueves ni una paja! ¡Y vigila esa barriga!

    —¿Barriga, yo?

    —Sí, barriga. Comes demasiado. ¡Y no fumes tanto! No paras de toser en toda la noche. Haz el favor de cuidarte. No te iría nada mal una visita a la médica de cabecera.

    —¡Cómo si no tuviera otra cosa que hacer!

    —Si no quieres ir a la médica, al menos podrías entrar en una farmacia y que te tomaran la tensión. Cualquier día de esos no te despiertas y me das un susto de muerte.

    Matías estira los brazos con fuerza, bosteza hasta alcanzar el límite de su abertura bucal y salta de la cama. Ese es su método preferido para despegarse de las sábanas cuando hace frío. Y en Madrid, noviembre ya es un mes húmedo y su sol se resiste a calentar. Con su pijama granate ribeteado en blanco y arrastrando sus zapatillas con el talón doblado hacia dentro, abre el armario. Coge una toalla y se dirige como un autómata hacia el baño. Orina como lo hace todo el mundo al levantarse y cuidando que no le caigan algunas gotitas fuera de la taza. Si le caen, no faltará el reproche de su esposa cuando regrese de comisaría. Se da una ducha reactivadora canturreando en voz baja chotis, tangos o zarzuelas. Se mira al espejo bostezando, se enjabona la cara con la brocha e inicia el afeitado con su Gillette de toda la vida.

    —¡Joder! ¡Manda güevos! ¡Ya me he cortao! ¡Hostias! ¡Y mira que le dije a Concha que me comprara unas cuchillas nuevas! En fin, se le debieron de olvidar o tal vez se habían agotado en el súper. A ver si esta tarde no me olvido de comprarlas.

    Acabadas las primeras imprecaciones matutinas y con el librito de papel de fumar ejerciendo de primeros auxilios, piensa que, tal vez, ha llegado el tiempo de deshacerse de su fino bigotillo. Demasiadas canas. Claro que, si lo hace, con él desaparecerá toda una época, casi toda su vida en el cuerpo de la Policía Nacional y una buena parte no solo de su estética, sino de su personalidad. Para una decisión de tal envergadura deberá consultárselo a su esposa. Nada de sorpresas. Seguro que Concha lo echaría de menos, pues, no en vano, cuando la conoció y se enamoró perdidamente de ella en la Pradera de San Isidro ya lo tenía. Se lo había dejado el mismo día que se licenció de la mili. Y piensa en silencio: «¡Qué lejos queda aquel San Isidro repartido entre la Pradera y Las Vistillas!».

    Aquel día y en cuanto la vio, no lo dudó. Aprovechando el chotis que le había concedido le declaró su amor a pecho descubierto. Sin rodeos. Y Concha, que por aquel tiempo todavía era Conchita, no lo dudó. Pese a que le pareció que era un descarado, aceptó su proposición. Y entre chotis y chotis, a cual más agarrao, el siempre galante y generoso Matías no dudó en comprarle un buen surtido de rosquillas «listas» del Santo. Rosquillas que fueron acompañadas de unos vinillos blancos de Arganda y un vasito de orujo, aunque Conchita rechazó este último. Le pareció que era más femenino no aceptarlo. Y Matías la piropeó tantas veces como lo creyó oportuno con los requiebros castizos que la condición masculina de aquellos años y así que llegaban las fiestas de San Isidro se incrementaban en cantidad, intensidad y originalidad.

    Y durante los meses que siguieron, no faltaron los churros con chocolate, los típicos bocadillos de calamares o los vermús acompañados de aceitunas de Campo Real, patatas fritas, berberechos o gambas. Sin menospreciar las novedosas patatas bravas que ya ofrecían algunos bares de Madrid. Tampoco faltó el cine del domingo por la tarde con sus pipas de girasol, sus cacahuetes y las triunfantes palomitas de maíz que, llegadas desde los Estados Unidos, acabaron por arrasar a todos sus competidores incluidos los pistachos, los caramelos Darlins o los chicles Cheiw. Cines de barrio o del centro, de estreno o reestreno, aunque lo importante era lo que sucedía en la oscuridad de la sala. Lamentablemente, ambos sostienen hoy en día que la desaparición de la mayoría de aquellos cines madrileños de su infancia y juventud les hace sentirse hijos de otra época. Pese a ello, no sienten la nostalgia del pasado. Todo lo contrario. Viven intensamente el presente.

    Matías, como buen comedor y bebedor, todavía recuerda el menú que doña Amparo, su suegra, le ofreció el día que Concha le presentó a su familia. A sus padres y a Amparito, su hermana pequeña. De primer plato, espárragos de Aranjuez. De segundo, besugo a la madrileña con un tinto de verano. Y de postre, unas sabrosas torrijas caseras. En la sobremesa no faltó el café y unas copitas de Soberano para los hombres y de anís de Chinchón para las mujeres. Qué mejor partido para la hija de un sargento de la Guardia Civil que un futuro inspector de policía. El mismo camino que recorrió Amparito dos años más tarde, aunque sin abandonar la Benemérita. Se casó con un guardia civil actualmente destinado en Salamanca con el empleo de brigada.

    Respecto al trabajo de ambas, dos orgullosas y dominantes amas de casa. Aceptan que sus maridos sean los cabezas de familia, pero en el estricto ámbito doméstico se hace lo que ellas deciden. Por mucho que el feminismo luche por la emancipación de la mujer, nunca conseguirá abrir un boquete en la forma de ser y de pensar de Concha y de su hermana. Y no digamos si los intentos del feminismo proceden de la izquierda política.

    Ya en la cocina, Matías desayuna su habitual café con leche y sus dos rebanadas de pan tostado untadas a rebosar de mantequilla y mermelada de melocotón. Se cepilla los dientes, se enjuaga la boca y se viste con la ropa de paisano que Concha también le dejó perfectamente preparada ayer noche en una de las butacas del comedor. Se dirige al dormitorio con sigilo. Concha se ha quedado dormida. Nada de despertarla con un beso castizo. Deja atrás la cocina. ¡Alto! Ya se olvidaba del bocadillo. Y en el recibidor y antes de abrir la puerta, se dispone a leer la cuartilla con la lista de objetos que su esposa, cansada de tantos olvidos, le adhirió hace mucho tiempo en el envés de la propia puerta para que no se olvidara de ninguno.

    –el reloj;

    –el monedero;

    –el llavero con las llaves del piso y las del coche con su correspondiente mando a distancia;

    –la billetera con una cantidad adecuada de dinero, las tarjetas bancarias, el DNI, la tarjeta sanitaria y el carné de conducir;

    –la cartera portacarné con el carné profesional y la placaemblema;

    –la pistola;

    –las esposas;

    –el móvil;

    –los lentes de vista cansada;

    –el nudo de la corbata bien hecho y ajustado;

    –la cremallera de la bragueta subida;

    –los zapatos con lustre y con los cordones bien atados;

    –pañuelos de papel;

    –el paraguas plegable si está lloviendo;

    –el bocadillo.

    Y a la lista, Matías no tardó en añadir con desenfado burlón: «¡Y el paquete de Ducados con el Zippo de butano presurizado!».

    Superada la revisión, aunque la pistola solo la lleva cuando entra de servicio, pues, según dice, en caso de ser atacado, dos hostias bien dadas o un brazo retorcido hasta el cogote son más que suficientes. Y si se resiste, las esposas. Eso sí, todo utilizado de forma adecuada. Sin sobrepasarse. A su estilo. En caso de reyerta callejera entre bandas, pedir y esperar la llegada de refuerzos. A los muy cabrones les gusta sacar navajas y cuchillos cuando protegen su territorio o sus trapicheos mercantiles vinculados casi siempre a la droga.

    Desciende al parking. Ahí le espera su recién estrenado Peugeot 207 de color rojo. El cuarto que ha pautado su vida familiar. Primero fue el Simca 1000 de segunda mano, al que siguieron el R5 y el Peugeot 205. Estos dos últimos recién salidos de fábrica. Activa el mando a distancia y armoniza la lenta apertura de la puerta del parking con la suave aceleración que necesita para salvar la pendiente que le ofrece la salida. Ya en la calle, el paseo de las Delicias todavía le ofrece la oscuridad de la noche subsanada por el alumbrado público. En noviembre, hasta que no son las ocho menos cuarto, no asoma la primera luz del alba. Destino: la Comisaría de Distrito Madrid Usera.

    Mientras conduce, repite mecánicamente las mismas acciones de cada día y su cerebro también le transmite los mismos pensamientos. Primera acción: observar su reloj de pulsera. Va bien de tiempo. Segunda: encender el primer Ducados del día. Tercera: sintonizar la cadena COPE. Se siente más cómodo con ella que con las otras cadenas pese a que no quiere saber nada de los curas. Y cuarta: repetir los mismos reniegos de cada día por el maldito tráfico y la insalubre contaminación que Madrid ya ofrece de buena mañana. Reniegos ampliados a los motoristas que le adelantan por la derecha sin avisar y que le obligan a estar atento al retrovisor.

    —¡Imbécil! ¡A ver si te la pegas de una puta vez, jodido! —exclama los días que está de malhumor o simplemente que ha tenido un mal despertar.

    Y de las acciones, a los pensamientos. ¿Qué le deparará hoy el barrio de Orcasitas? Ese barrio que, a petición propia y por veteranía, le han asignado todos los comisarios que han pasado por la comisaría de Usera. Ayer mismo, para no ir más lejos, le ofreció uno de esos crímenes pasionales que se mueven entre los celos, el choque de culturas y las discusiones que provoca la necesidad de una dosis de droga para el consumo individual o para ejercer de camello. Un magrebí degolló a su pareja. Era colombiana. Caso resuelto en un abrir y cerrar de ojos.

    «La violencia machista —piensa Matías para sus adentros—, es el pan nuestro de cada día. Sin embargo, ¡cuánto ha cambiado España! Antes, en las comisarías apenas se le daba importancia a ese tipo de delito. Se sobrentendía que era la mujer la que provocaba los celos del marido o del novio mostrando un exagerado tramo de sus muslos o proyectando insinuantes miradas a los otros hombres. Y si no hacía nada de esas dos cosas, pues… a armarse de paciencia. Era el signo de los tiempos que decían los curas. Silencio y oración. Dios proveerá». Ahora, su única hija, Almudena, es inspectora destinada en Sevilla ciudad y está adscrita justamente a la Unidad de Atención a la Familia y a la Mujer. Se casó con José Luis, inspector también, natural de Alcalá de Guadaira e hijo de comisario todavía en activo. Todos trabajan en Sevilla, aunque en comisarías diferentes. Le ha dado dos churumbeles que solo los ve gracias al sistema de videollamada, pero no los puede acariciar salvo tres o cuatro veces al año. «Es curioso —sostiene Matías—, todos los funcionarios desean ser destinados a Madrid, y ella, siendo madrileña de pura cepa, no cambia Sevilla por nada del mundo. ¡Qué se le va a hacer! ¡Hay qué ver cómo se la han ganado entre mi yerno y mis consuegros!».

    Y este pensamiento le lleva al siguiente. ¿Por qué no pedir la jubilación anticipada? Con ella ganaría libertad y podrían visitar a sus nietos con mucha más frecuencia. Y, a falta de una casita en el Guadarrama, siempre quedarían las residencias de descanso de costa o interior de la Guardia Civil y de la Policía Nacional o ese acertado invento llamado IMSERSO. Pero su hija actúa de dique de contención con su invariable recomendación: «Papá, ¿por qué, antes de pasar a segunda actividad, no haces el curso de capacitación por promoción interna para pasar de la escala operativa a la superior y te conviertes en comisario?».

    Y solo por ella y nada más que por ella se ha presentado de mala gana al curso de capacitación antes de que le coja esa «segunda actividad» que la tiene, como quien dice, a la vuelta de la esquina. Según dice, con el curso de capacitación en marcha no le pueden obligar a dejar el barrio de Orcasitas y destinarlo a un despacho cualquiera a la espera de su jubilación forzosa. Matías es uno de esos policías que necesita acudir al lugar donde se ha cometido el crimen y descubrir lo que los otros generalmente no ven. Y no le importa la hora que sea o el tiempo que haga cuando recibe el aviso. En un plis plas se presenta en el lugar donde se ha cometido el delito.

    Hoy, ocurra lo que ocurra, es un día muy especial. Mañana, sábado, hay derbi. El Atlético se enfrenta al Real Madrid en el Santiago Bernabéu.

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