Peripecias Delicadas
Por Asuncion Urbon
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La vida nos sorprende con sus peripecias. A veces nos arrastra suave otras no tanto.
La Nena, la hermana mayor de tres hermanos, nos cuenta lo que pasó: que si la perrita Luna, que si la oveja la amaba, que si las gallinas aprendían a nadar, que si llega la cigüeña... Incluso la historia del señor bien planchado. En fin, historias de críos; que todos las tenemos porque todos hemos sido niños alguna vez.
Asuncion Urbon
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Peripecias Delicadas - Asuncion Urbon
Quería escribir aventuras para adultos, que se pudieran leer en los pequeños momentos, tal vez antes de ir a dormir, o viajando en el bus, incluso en el baño... Y pensé, por qué tengo que inventar, si ya las tengo en mis experiencias de vida. Así empecé por el principio, con la infancia...
Recordando y escribiendo, las que me parecían más simpáticas... he viajado al pasado, incluso lo he hecho presente; así he vuelto a disfrutar ese instante misterioso. ¿Y sabes lo que me ha pasado? A medida que iba avanzando en los relatos, he visto a esos adultos con los ojos de hoy, no con los de un niño. Y esa cosa, que algunos tenemos, de cierta ojeriza hacia los padres porque nos ponían límites (incomprensibles entonces), han desaparecido. Los he visto, que hicieron lo que podían y sabían, y lo más importante es que: los padres han de poner límites, en la aventura de la vida estrenada por sus hijos; para que duren y duren, al menos, en el lugar donde han nacido, para que no se los coma el sistema.
Y ahora, he dejado las historias en palabras escritas, que duermen esperando a un lector: que las despierte y jueguen con él su propia historia.
¡Cállate, que es de mentira!
Al llegar la noche, después de cenar, mi papá me sentaba en una silla del comedor y él, lo hacía en su butaca, a mi lado. Luego, abría con embeleso una cajita de metal y miraba con atención esos palos gorditos y de color caca, elegía uno, y se lo ponía en la boca.
A su otro lado, había la estufa de serrín: a toda marcha, con la tapadera al rojo vivo. Con delicadeza, ponía una punta del palo en la tapadera, hasta que empezaba a salir humo; después, el humo salía por su boca y nos envolvía con un aroma especial, momento en que mamá, desde la cocina, refunfuñaba...
—¡Otra vez esa peste...!
Sentada a su lado, yo no podía revolotear por la cocina, por lo tanto, mamá fregaba los platos tranquila. Y, además, porque había novedades importantes que él quería ver.
Se trataba de una caja grandota, colocada enfrente nuestro, encima de un mueble, como si de un bello florero se tratara. Pero que en lugar de flores se podían ver y escuchar conciertos de música clásica, se suponía que la orquesta estaba tocando desde un lugar de Francia. Nosotros vivíamos en un pueblecito español tocando Francia.
Pues bien, hoy iban a poner una película.
Allí, los dos sentados esperando...
—Mira, mira. Ya empieza...
Sí, empezó la película como si en un cine estuviéramos, aunque para mi era la primera vez...
Papá estaba entusiasmado viendo la película; por contra, a mi me parecía que no había para tanto, pues era muy aburrido ver todo el rato lo mismo, hombres a caballo con un sombrero que siempre les tapaba los ojos, gritando cosas raras y conduciendo ganado como posesos, campo a través. Hasta que surgió un problema, entonces uno de los vaqueros sacó de su cinturón una cosa pequeña, y con un sonido feo, tan solo señalando al otro, caía al suelo para no levantarse nunca más. Comprendí que la muerte puede llegar, no por vejez de uno, sino porque otro la apague a su voluntad.
Lo cual me pareció una maldad y acabé explotando en llantos desoladores... pero papá..., él derrochaba carcajadas.
—Cállate, que es de mentira.
Se reía. Pero yo continuaba llorando con lagrimas a raudales, y mocos como ríos.
Entonces, empezó a enojarse, pues no le dejaba escuchar, y al mismo tiempo se divertía de mi llanto sin fundamento:
—Pero, que es de mentira. Lo hacen ver.
Reía y reía, mientras me sacaba los mocos y luego, me tapaba la boca con el chupete.
Como no me atrevía a saltar de la silla grandota, para salir corriendo. Ahí me tuvo, viendo la muerte que es de mentira
... cada uno con su chupete. Hasta que por fin mamá me rescató. Había terminado de fregar y era la hora de llevarme a dormir.
Me pregunto sino se vería él, como un vaquero y con pistola en mano: bang, bang, ... Pues buenos amigos todos tenemos, y algún