Recuento de las contribuciones a la arqueología de Xochicalco
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Recuento de las contribuciones a la arqueología de Xochicalco - Claudia I Alvarado León
Agradecimientos
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Primeramente, agradezco a los arqueólogos Norberto González Crespo y Silvia Garza Tarazona el haberme dado la oportunidad de formar parte del equipo de trabajo del Proyecto Xochicalco. Uno de los resultados de mi permanencia en este proyecto se traduce en este libro que originalmente se ideó como un capítulo introductorio a una serie de escritos. Conforme avanzaba con la investigación y trataba de sintetizar descripciones, propuestas, investigaciones y resultados fue evidente que lo que pretendía ser un texto de no más de 30 cuartillas, se concretaría en un obra que abarcaría poco más de tres siglos de historia del sitio de Xochicalco.
Toda mi gratitud al Dr. Eduardo Corona-M por su interés, su invaluable apoyo y amistad. Al arqueólogo Raúl Francisco González Quezada por las pláticas siempre estimulantes que me dejan, invariablemente, cavilando.
Finalmente, extiendo mis agradecimientos al Departamento de Publicaciones del inah y a los equipos editoriales involucrados para la conclusión de esta obra.
Prólogo
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Las miradas de conjunto sobre un tema son siempre las más difíciles de alcanzar en las ciencias sociales. Los intentos por lograrlo suelen revelar, cuando resultan poco equilibrados o cuando naufragan en la superficialidad con que abordan las cuestiones, a quienes por inexperiencia se aventuran en una obra de un calado que supera sus conocimientos. La síntesis historiográfica requiere, en todo momento, la larga lucha de andar los múltiples caminos de las investigaciones parciales, muchos momentos de lectura y reflexión, diálogo académico y, en el caso de la arqueología, involucrarse muy de cerca en los procesos de recorridos regionales, las complejas excavaciones y el análisis de materiales arqueológicos. Sólo quien entiende las minucias de los procesos en sus diversos eslabonamientos internos puede dar una visión sistémica general de un proceso completo.
El presente trabajo nos entrega una síntesis comprensible de los elementos más relevantes del interés que han tenido hombres y mujeres sobre Xochicalco, con un lenguaje inteligible y un atinado equilibrio entre el atávico lenguaje propio de la ciencia antropológica y los componentes clave que cualquier interesado en la materia necesita para situarse en la historia. Se trata, además, de una labor exegética científica para cada texto revisado, donde abundan referencias puntuales sobre obras en muchos casos colosales, de las cuales se extraen los temas más sobresalientes que han dotado de carácter al cúmulo de conocimientos que a la fecha tenemos sobre este sitio arqueológico. El lector avanza, de la mano de la autora, a lo largo de una inmensa cantidad de obras que comprenden prácticamente la mayoría de las miradas interesadas en Xochicalco y que lograron plasmar sus ideas en escritos. Este gran caleidoscopio, ordenado comprensiblemente en una diacronía en la que destacan las ideas que fueron vertiéndose sobre el lugar, resulta útil para la investigación rigurosa, además de una lectura gozosa.
La historiografía como estrategia de análisis nos lleva por el rumbo de la escritura, evidenciando como firme testigo esa parte de la cognición humana materializada en signos sobre papel, ejercicio que sólo una fracción de la humanidad ha realizado, pues ésta siempre ha estado vinculada al poder de las minorías. Los registros escritos sobre Xochicalco son —pese a lo abundante y prolijo que parece lo acumulado después de siglos de escritura sobre el tema— sólo un poco de la interacción experiencial que mucha gente ha tenido en este sitio.
La génesis y el desarrollo de la ciudad de Xochicalco debieron dejar honda huella en la conciencia de la sociedad local y en el entorno regional. Es casi seguro que en su plenitud sistémica ninguno de sus habitantes haya logrado atisbar cuál sería el desenlace de aquella urbe que se erguía consumiendo gran energía humana sobre esas lomas; un espacio físico sometido a modificaciones, incluso topográficas, que derivaron en esfuerzos hercúleos para darle carácter arquitectónico a esos templos y palacios espacialmente privilegiados en el dominio visual regional, protegidos por el orden topográfico y las construcciones defensivas, murallas y fosos que rodeaban la ciudad, tan grandes como el miedo de sus diseñadores y habitantes. Al final de su existencia, el colapso de la ciudad debió de ser un proceso de transformación en la vida de todos aquellos que formaban parte del sistema de vida de esa urbe.
Como una implosión, esta sociedad se incendió desde dentro, no sin la presencia de causas externas, como la relación regional con otras sociedades o la incidencia de fluctuaciones climáticas de este periodo a nivel regional y mundial. El hecho es que existen suficientes presunciones lógicas para sostener la hipótesis de que la ciudad terminó en violencia, muerte, fuego y destrucción. Quizá la hipótesis de que la ciudad no fue atacada desde fuera por fuerzas políticas que pretendieran su sometimiento es la más acertada, porque, después de ser destruida en gran parte, fue abandonada. Si hubiera existido un poder lo suficientemente fuerte como para considerar la ciudad como botín, la urbe habría sido ocupada por sus captores. Las condiciones necesarias para la adecuada marcha de este sistema social y de la ciudad como eje dejaron de existir, al grado de que ahí no volvió a surgir un asentamiento de tal magnitud.
Las consecuencias inmediatas de la destrucción de este sistema social tuvieron como efectos necesarios el trastrocamiento de la magnitud y calidad de redes de intercambio, de los flujos migratorios, el peregrinaje, los sistemas de tributación, los órdenes institucionales hegemónicos y otras muchas actividades que, al interesar directamente a la ciudad, se habrían visto necesariamente desplazadas; quizá muchas de ellas desaparecieron durante la destrucción de representaciones del poder político, económico y cosmovisional asociado a esos grupos sociales que habitaban la ciudad. Efectos altamente posibles habrían incluido la diáspora de sectores importantes de las comunidades vinculadas con la ciudad hacia la periferia, la hambruna y el caos social. Los lazos de protección que el Estado aportaba a sus subalternos política y económicamente aliados se habrían esfumado; las comunidades sometidas por la fuerza y que aportaban tributación se habrían liberado del yugo; las obras urbanas habrían caído en el abandono (no sólo los edificios principales del centro de la urbe; murallas, fosos y caminos habrían sido abandonados pues su sentido se habría perdido).
En fin, el proceso violento, que duraría un corto periodo, fue el comienzo del abandono, momento en el que las estructuras arquitectónicas comenzarían a acumular tierra y vegetación que terminaron por enterrarlas. Este proceso debió de asumirse dentro de la conciencia de las comunidades involucradas en ello de múltiples maneras, pero no cabe duda de que a pesar del hecho, al rodar de los siglos, no se habría conservado cabal registro histórico, hasta donde sabemos, de lo que en realidad ahí sucedió. Para las comunidades del centro de México el lugar era la casa de flores
(Xochicalco, en náhuatl, quiere decir esto), nombrado así quizá por un recurso casi poético asociado a la relevancia que tuvo en el pasado. El nombre original del lugar no lo sabemos con seguridad.
Resulta claro que durante el Virreinato se conocía el sitio, al grado de que de ahí se extraían materiales para la construcción, privilegiando las piedras careadas para edificaciones, como se hizo en la hacienda de Miacatlán. Incluso, en el atrio de la iglesia de Tetlama se localizó la escultura conocida como Xochiquetzal, que ahora se expone en el Museo Regional Cuauhnáhuac, y muy recientemente fue recuperada del empedrado de su atrio una lápida con signos aún identificables de que procede muy probablemente de Xochicalco.
Conocemos algunas menciones a Xochicalco de esa época, y ello es prueba de que el sitio continuaba sistemáticamente en la conciencia de las comunidades. Hacia la segunda mitad de siglo xvi a fray Bernardino de Sahagún le informan sobre la existencia de esta casa de flores
. Quizá Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, hacia la primera mitad del siglo xvii, también lo menciona. José Antonio Alzate es quien, hacia el último cuarto del siglo xviii, tras conocer el lienzo de Teticpac-Tetlama conservado hasta el día de hoy en el pueblo de Tetlama, muy cerca de Xochicalco, asocia el signo con grafías latinas que indican xochicaltectli [señor de la casa de flores] con Xochicalco. Antes de desarrollarse el proceso independentista de principios del siglo xix, a Xochicalco habría llegado también el luxemburgués Guillaume Dupaix. El asunto a notar es que, durante ese periodo virreinal, la noción del lugar permaneció clara, como también las estrategias para tener acceso al sitio, aunque no sin complicaciones.
Al contemplar la primera foto que se tiene de la estructura piramidal de las Serpientes Emplumadas, hacia mediados del siglo xix, se tiene la impresión de que nunca se permitió que la estructura quedara completamente bajo el sedimento y la vegetación, lo que sí habría sucedido con otras estructuras arquitectónicas del sitio. Y aunque se ha supuesto que en algún momento de la vida de la ciudad se decidió enjarrarla con una mezcla de cal y arena, los signos esculpidos en esta estructura resultaron evidentes para la mayor parte de los viajeros del siglo xix.
Fascinación y encanto, neta curiosidad científica y exotismo del viajero local y extranjero, motivos diversos y un punto de referencia —la ciudad en sí, pero de forma más marcada la Pirámide de las Serpientes Emplumadas— sellaron aquel siglo.
La historiografía sobre Xochicalco a partir de ese momento sirve para tejer, incluso, otras historias que, si bien están ancladas en los contextos arqueológicos ahí presentes, nos narran de manera discreta pero insistente realidades que se asoman en los trabajos de los autores que decidieron interesarse por este sitio. De aquí en adelante comienzan los avatares de la construcción de la nación mexicana como es hoy, a partir de la liberación criolla-indígena de la metrópoli española.
En este estudio proponemos al lector dos procesos correlativos, dos lecturas paralelas que puede encontrar acompasadas con la lectura principal. Por un lado, los hechos asociados al interés por Xochicalco marcan como consecuencia lógica una serie de hechos vinculados a la formalización de la ciencia arqueológica hacia la segunda mitad del siglo xviii, en la que Alzate es, sin equivocación, uno de los protagonistas. Se ve nacer una ciencia, aún entre la placenta del anticuarismo y el exotismo, que va ganando relevancia instrumental y política en un imperio donde la identidad criolla novohispana indaga afanosamente entre el pasado local, donde las piedras emergen desde el subterráneo de la Plaza Mayor de la Ciudad de México para recordar que el pasado está presente. No podría explicarse este fenómeno social sin el contexto ilustrado de las reformas borbónicas y la pretensión clave de conocer para controlar que tuvieron esos últimos reyes en España, aun si esto conllevara el riesgo de conocer lo que durante un par de siglos se intentó destruir deliberadamente y esconder de la vista cotidiana. Precisamente ello forma parte del ejercicio que efectúa el capitán de Dragones Guillaume Dupaix, inserto en la Expedición Anticuaria en Nueva España a principios del siglo xix, quien entre otros tantos lugares no dejaría de lado Xochicalco.
La arqueología, como otras tantas ciencias, se consolidaría en la palestra de los intereses de la construcción de Estados nacionales, fieles efectos del capitalismo en ciernes en el norte de Europa desde finales del siglo xviii, y avanzando hacia los países periféricos hacia el xix. Las miradas sobre Xochicalco se centraron, quizá con mucha mayor atención en aquel siglo, provenientes de países de la centralidad europea. El uso de la arqueología fue uno más de aquellos que colocaron las potencias europeas en la América recién liberada del poder hispano-lusitano. Los esfuerzos por comprender y apropiarse de los signos y procesos del pasado remoto, por parte de la Commission Scientifique du Mexique, fueron parte del proyecto de invasión francesa en nuestro país. Ese proceso imperialista, que pretendía el conocimiento de lo que consideraba como una obligación controlar frente al poder que acumulaba Estados Unidos en América, llevó al proyecto de gobierno intervencionista de Maximiliano de Habsburgo a interesarse por sustentar el Segundo Imperio sobre bases ideológicamente suficientes, apelando también al pasado indígena, donde Xochicalco estuvo presente. Durante ese proceso se sentaron las bases que permitirían incluso lograr una copia parcial pero efectiva de los signos esculpidos en la Pirámide de las Serpientes Emplumadas de Xochicalco que formarían parte de la Exposición Internacional de París en 1867. La fortuna de tal esfuerzo haría coincidir la ostentación de una pirámide con signos xochicalcas ante la mirada de los parisinos, al tiempo que las balas acababan con la vida de Maximiliano en Querétaro, junto con la aventura del Segundo Imperio Mexicano.
Bajo la mirada incisiva de una América para los americanos
, México consolidaba momentos cumbres de la ideología histórica del nacionalismo mexicano, que incluyen el proyecto de Alfredo Chavero hacia 1884 en la obra México a través de los siglos, en la que Xochicalco ya es parte fundamental del índice de temas estudiados. También lo es el ejercicio de rememorar el IV Centenario del Descubrimiento de América en España hacia 1892, recurriendo a los