Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Sinchi Kary: Amaru Y El Tesoro De Salkantay
Sinchi Kary: Amaru Y El Tesoro De Salkantay
Sinchi Kary: Amaru Y El Tesoro De Salkantay
Libro electrónico808 páginas13 horas

Sinchi Kary: Amaru Y El Tesoro De Salkantay

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento25 mar 2021
ISBN9781506536682
Sinchi Kary: Amaru Y El Tesoro De Salkantay
Autor

Justo Baella

Justo Baella nació en Perú el 29 de mayo de 1944. Actualmente radica en Estados Unidos.

Lee más de Justo Baella

Relacionado con Sinchi Kary

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Sinchi Kary

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Sinchi Kary - Justo Baella

    Copyright © 2021 por Justo Baella.

    Diseño de la portada por Harald Baella.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2021906143

    ISBN:   Tapa Dura                     978-1-5065-3670-5

                 Tapa Blanda                  978-1-5065-3669-9

                  Libro Electrónico         978-1-5065-3668-2

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 16/04/2021

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    826269

    ÍNDICE

    PRÓLOGO

    SINCHI KARY: AMARU Y EL TESORO DE SALKANTAY

    I DESPUÉS DE LA CADENA DE ORO

    II MISIÓN EN LA ZONA OSCURA

    III CONVENIO ENTRE DIOSES

    IV AMARU EN SINIYA LLIMPU

    V OTRA VEZ LOS YANAS

    VI COLOSOS FRENTE A FRENTE

    VII CAHUIDE: SALKANTAY Y CHOQUEQUIRAO

    VIII ARAMU MURU: SACERDOTE SIN TIEMPO

    IX UMIÑA Y EL DISCO SOLAR

    X HAYUMARCA: ZONA DIFERENTE

    XI MANCO INCA

    XII CAHUIDE INSURGENTE

    XIII AMARU II: ETAPAS DE VIDA

    XIV PUÑUY Y LOS YANAS

    XV AMARU II Y UNA LUZ EN LA MONTAÑA

    XVI SINCHI: DOS MISIONES EN UNA

    XVII SALKANTAY: SECRETO DESCUBIERTO

    XVIII AMARU II Y SALKANTAY

    XIX YANAS AL ACECHO

    XX EN LA CIUDAD ETERNA

    XXI AMARU II GUARDIANA DEL TESORO

    XXII RETORNO DE SALKANTAY Y VUELTA A CASA

    PRÓLOGO

    El Perú es un lugar privilegiado. Es una tierra rica en historia, mitos y leyendas. Una parte del legado de nuestros antepasados nos ha llegado en la forma de las grandes construcciones. Estas obras de ingeniería edificadas en lugares poco accesibles han intrigado y fascinado a quienes hayan tenido el placer de visitarlas. Sitios como Kuélap, Machu Picchu o Choquequirao son un recuerdo tangible del ingenio y la perseverancia que los pobladores de estas tierras emplearon para dominar la accidentada geografía en la que vivían. La otra parte de su legado: lo cultural, espiritual y místico, nos ha llegado hasta la actualidad, transmitido de generación en generación, principalmente en forma de ritos y leyendas. Esta herencia intangible forma ahora parte de la cultura andina y mantiene viva la presencia de quienes habitaron esta tierra antes que nosotros.

    Al ser la Cordillera de los Andes una tierra de difícil acceso, llena de montañas, precipicios y valles, su ambiente se presta para que la gente de rienda suelta a su imaginación y la añada su toque de misticismo. De esta manera, los antiguos pobladores andinos llenaron sus vidas con los dioses que crearon para explicar los fenómenos cuyas causas ignoraban. Es fácil imaginar como se reunían los pobladores al anochecer junto a una fogata, después de un día de duro trabajo en el campo, a descansar y hablar acerca de sus deidades. Contaban historias de hombres y apus, de dioses y demonios, de duendes y tesoros. De esta forma surgieron las leyendas que, por medio de los ritos y la tradición oral, han superado la prueba del tiempo logrando coexistir junto a la religión católica.

    Recuerdo como a mis hermanos y a mi nos encantaba escuchar esos cuentos llenos de misterio, donde se mezclaban la realidad y la magia. Cuando éramos niños, mi padre nos contaba por partes, antes de irnos a dormir, algunos de los pocos relatos que el recordaba. Así los hacía durar un poco más y nos dejaba muchas veces en suspenso. Pero lo mejor llegaba cuando nos visitaba alguna tía mayor o mi abuela. Las mujeres de nuestra familia tenían tal habilidad para relatar las leyendas de duendes, tesoros enterrados o de seres fantásticos que hasta el día de hoy recordamos esos momentos con la nostalgia propia de los años transcurridos. Sentados e inclinados hacia adelante, abrazados a un cojín o una almohada para reprimir un escalofrío, escuchábamos atentos para no dejar escapar detalle alguno. Nos llenaba de entusiasmo el enterarnos que nuestra abuela venía de visita. Hacíamos planes para dormir en la misma habitación con ella y pedirle que nos cuente las historias hasta bien entrada la noche. Ella, con todo el cariño que nos tenía, accedía a nuestro pedido y nos hablaba de su vida, de su madre y hermanos, y de los seres mágicos que habitaban las montañas y bosques en la serranía donde había crecido a la sombra de la Cordillera de los Andes. Es probable que mi abuela, que ya era bastante mayor, se inventara algún detalle durante el relato endulzando el original con algo de su propia cosecha.

    En la presente novela, al igual que con las dos anteriores aventuras de Sinchi Kary, el autor mezcla varios personajes de la mitología andina con los hechos históricos que sucedieron durante los últimos años del Imperio Inca. En esta ocasión el relato cubre el tumultuoso período de luchas entre los incas contra los españoles y sus aliados indígenas para recuperar el control del territorio del Tahuantinsuyu. El Imperio Inca había hecho varios enemigos durante su expansión por tierras andinas. Es por esta razón que algunos de esos pueblos vieron en la llegada de los conquistadores una oportunidad para liberarse y se aliaron con los recién llegados. Aprovechando lo anterior más el debilitamiento causado por la guerra civil entre Huáscar y Atahuallpa y las enfermedades que llegaron desde el viejo mundo, los conquistadores lograron la caída del imperio que había gobernado esa parte de los Andes por cuatro siglos.

    En esta tercera entrega, veremos algunos personajes históricos, como Cahuide o Manco Inca, quienes harán lo posible para ayudar a que Sinchi Kary complete la misión encomendada: evitar que el legado cultural de los Incas caiga en manos de los conquistadores. Junto con el duende Miski, su tío y compañero de aventuras, Sinchi deberá luchar contra sus enemigos, humanos y seres mágicos, en el cumplimiento del destino que su abuelo, el dios Inti, trazó para el al designarlo protector de los tesoros incas.

    Con "Sinchi Kary: Amaru y el Tesoro de Salkantay", se pone punto final al proceso que inició como el sueño de un joven escritor, ya hace varios años, de llevar al papel una pequeña parte de las leyendas de las tierras andinas. Aunque el tiempo y la vida hayan puesto en pausa el proyecto por varios años, el autor logra, con su característica perseverancia, concretar su deseo dando cierre a esta historia llena de aventura, magia y misterio. Queda con ustedes, amables lectores, la última parte de las aventuras de Sinchi Kary, el Nieto del Sol. Espero que disfruten leerla tanto como mi padre disfrutó en escribirla.

    Júver Baella

    Para mis ocho (8) nietos y que nunca se

    olviden de su abuelo. Les dejo el legado

    de un mundo fantástico; sobre todo, las

    leyendas de un pueblo más que fabuloso:

    la riqueza cultural del Imperio de los

    Incas. Esa tierra que los espera para que

    beban de ella su sabiduría de hace siglos:

    un vestigio real en la sierra peruana que

    tienen que conocer y apreciar en persona.

    SINCHI KARY: AMARU Y EL

    TESORO DE SALKANTAY

    I

    DESPUÉS DE LA

    CADENA DE ORO

    69791.png Sobre el Valle de los Incas. 1534

    69791.png Cahuide: tesoro inca y ruta a Salkantay. 1533

    69791.png Salkantay: La gruta del tesoro.

    I

    DESPUÉS DE LA CADENA DE ORO

    Luego de enfrentar e imponerse a los obstáculos que encontró en su camino —un recorrido preñado de vaivenes que abarcó más de 73 leguas—, Sinchi Kary consiguió llegar hasta el Lago Sagrado de los Incas. Para su complacencia, había logrado culminar con éxito la misión que le fue encomendada: desaparecer la Cadena de Oro de la plaza de Armas del Cusco en las profundas aguas del Titicaca. Estaba satisfecho de haberla puesto fuera del alcance de la bárbara codicia de los invasores españoles, quienes deseaban apoderarse de ella sea cómo fuera. El encargo —propuesto por mandato divino—, tal vez no hubiera sido concluido favorablemente, sin el invaluable aporte de Miski: duende de la Comunidad Wanqi en la tierra. El pequeño y valeroso ser, pieza clave para el logro de tan importante tarea, resultó tío del héroe de nuestra historia, hecho que favoreció para ahondar la amistad que —desde que se conocieron— había fluido entre ellos de manera espontánea.

    Después de cumplir la misión que los llevó hasta el lago más alto del mundo, Sinchi solicitó a Miski que lo ayudara a trasladarse hasta las alturas de la Cordillera Blanca, en donde lo esperaba pacientemente el Cóndor Sagrado (En este lugar lo había dejado mientras culminaba la última etapa de la tarea encomendada por Inti). El pequeño, pero poderoso geniecillo, cumplió con el deseo de su compañero; y, en escasos instantes, ambos se hallaban soportando estoicamente la insolencia del crudo tiempo en la altura del macizo serrano. Miski había transportado al ex general inca sobre sus hombros, desde las orillas del Lago puneño, hasta el feudo de nieves eternas en las montañas de los Andes peruanos.

    En este riguroso escenario, el gélido resuello del viento traspasa la deshilachada vestidura y hiere la carne de los dos amigos; sin embargo, Sinchi y su aliado en esta aventura, parecen ajenos —aunque no lo están— a lo que acontece a su alrededor: es más grande el bienestar que alberga en sus corazones, plenos de satisfacción por el deber cumplido: por lo mismo, es muy importante el afecto y sentimiento de lealtad que ambos se distinguen. tal circunstancia permitió —en medio del acuciante frío—, que se dieran tiempo para rendir homenaje a su gran amistad y la rubricaran con un expresivo y cordial abrazo —preámbulo de una despedida que ya se había tardado bastante—. El imperturbable tiempo en aquellas elevaciones tiende, sin embargo, a tornarse más intenso, acentuado por el níveo panorama que se proyecta sobre el nevado horizonte de los picos que forman la cordillera: lugar alejado de la superficie llana de la tierra; por lo mismo, majestuoso en su semblante eterno y pureza impecable… sin mancilla o profanación del hombre.

    Intrínsecamente, dentro de este natural escenario, digno marco para que los Apus de la montaña monten su mejor obra dramática: en esencia se agudiza un instante de la comedia humana, escena real representada en una severa atmósfera lejos del mundo, casi tocando el cielo. Los amigos y compañeros, hermanados en un fraternal abrazo, aflojaron los miembros hasta soltarse totalmente, luego se miraron frente a frente y con una ligera sonrisa, los dos levantaron la mano derecha y dibujaron en el letárgico ambiente, un gesto de adiós que quizás quedó congelado en el tiempo, acunado y adormecido en el frígido ambiente sobre las prominencias andinas.

    Después que se despidieron: Sinchi lo acompañó con la mirada hasta que el asombroso gnomo y excelente compañero en esta aventura se perdió, volando entre la bruma del inmenso vacío que se abría en la nada: un pozo profundo y sin fondo recibía al duende y se lo tragaba de un bocado cual bestia hambrienta. Sinchi delineó una ligera sonrisa mientras encauzaba sus pasos para ir en busca del cóndor sagrado, su fiel e incondicional socio. Caminó desafiando la ventisca que arrastraba nieve sobre su rostro: sentía que lo inundaba una gran fuerza y era capaz de todo —incluso de derrotar a la formidable altura y al frío de la montaña—. Prosiguió su camino minimizando su belicoso entorno y no le importó hundirse en la nieve: lo primordial era avanzar. Por fin, al cabo de andar un corto, pero duro trecho, observó sobre una pequeña elevación, no muy lejos de donde se encontraba, la figura inconfundible de su fiel amigo. Al verlo, apresuró el paso y forzó su actitud para tratar de salir del atolladero en el que se hallaba… la nieve alcanzaba a cubrirlo hasta casi la mitad de su cuerpo.

    Con esfuerzo logró zafarse del abrazo de aquella impoluta, pero asfixiante opresión que casi no le permitía avanzar; de un salto se libró del aprieto y, presuroso, dirigió sus pasos hasta dónde —arrogante y orgulloso— el cóndor real se erguía tal cual era: la imagen legendaria de un enviado de los dioses. Ya estaba muy cerca a la peña en la cual la gigantesca ave lo aguardaba: en cuanto estuvo frente a Kúntur lo saludó con una expresiva y afectuosa reverencia, a la que el cóndor sagrado contestó con un sonoro chillido o especie de graznido, sinónimo de su alegría por volver a ver a su querido amigo. Sin perder tiempo en externar mayores demostraciones de contento, pues así lo exigía el clima extremo que los acosaba, Sinchi se confundió —a toda prisa— entre el plumaje de la enorme ave buscando abrigo: deseoso trepó por entre una antojadiza floresta de plumas, hasta lograr alcanzar la parte alta del cuello del gigantesco cóndor. En cuanto llegó al lugar deseado se refugió entre las suaves plumas y buscó acomodo para iniciar el vuelo hacia el Cusco. Se agarró del collar —de un metal desconocido— que su amigo portaba y le dijo a viva voz hacia dónde dirigirse. Al escuchar a su compañero, Kúntur se dispuso a emprender el viaje. Su meta ahora, según lo escuchó de aquel a quien amaba y obedecía, era la capital del Tahuantinsuyu.

    El ex general tenía curiosidad por observar lo que estaba sucediendo en la ciudad del Cusco, y ese día de junio de 1534, cuando llegó montado sobre el formidable cóndor, no podía creer lo que le tocó mirar desde los cielos. Los extraños invasores se habían apoderado de la ciudad y desde cuando la venían saqueando a su antojo. Manco Inca, hijo de Huayna Cápac, había sido nombrado Zapa Inca por Francisco Pizarro: jefe de los invasores. Dicho nombramiento no pasó de ser una grosera estratagema para distraer a los incas cusqueños, quienes llegaron a confiar en los españoles en su lucha frente a los incas norteños, contra los cuales contendían una disputa por la hegemonía del Tahuantinsuyu. Por este motivo, Manco Inca les estaba facilitando la tarea a los bribones chapetones, y había permitido que depredaran la capital del imperio a su antojo: como, o peor que aves de rapiña.

    En el poco tiempo, desde que los peninsulares llegaron a la capital del imperio: noviembre de 1533. Habían convertido al Cusco en una urbe ruinosa y devastada, en su mezquino afán por satisfacer sórdidas ambiciones, al buscar con desmedido afán las riquezas que todavía quedaban en la ciudad; las cuales, indudablemente, aún eran muchas: de los palacios de los monarcas incas que con anterioridad gobernaron el Tahuantinsuyu, robaron cantidad de oro y plata, así como piedras preciosas; ni qué decir del Templo de Coricancha, que ya había sido saqueado completamente y lucía lóbrego y umbroso por fuera sin su cubierta de oro. Nada que hablar de su interior, pues de aquí robaron todo lo que quedaba. Lo que Cahuide, y de cierto modo, Aramu Muru, no pudieron llevarse: ya sea por falta de tiempo o espacio; o porque al gran sacerdote no le interesó salvar: a él sólo le importaron algunas joyas que consideraba sagradas, algunos documentos que contenían dibujos y signos extraños, y un pequeño Disco Solar que estaba en el altar de Inti; todos ellos a su cargo. Según rezaba una leyenda que circulaba en las altas esferas del imperio, sobre todo en la ciudad capital: el disco de oro sería un artilugio portentoso que, además de curar cualquier enfermedad, sería una de las llaves con la cual se abría una puerta a otro tiempo y espacio, que permitía establecer contacto con el Mundo Omnipotente del Dios Supremo Illa Kon Tecci Wiracocha. Desde que se estableció en el Cusco fue privilegio de este sacerdote del Coricancha, el cuidado exclusivo de este disco tan especial: nexo entre los hombres y su deidad suprema, así como con Inti, el Dios principal.

    Corresponde al fiel y valeroso Cahuide, capitán del ejército inca, uno de los mejores aportes al Tahuantinsiyu; pues logró, después de Sinchi con la Cadena de Oro, salvar del interior del templo —anticipando la llegada de los españoles— la mayor parte de los tesoros que albergaba dicho recinto sagrado. Sólo Sinchi y el valiente Cahuide quedaron en propiedad del secreto, acerca del lugar en donde el capitán llevó y ocultó el inmenso caudal que logró sacar no sólo del Coricancha, pues también pudo hacerlo de los palacios de incas anteriores, de la fortaleza de Sacsayhuamán y de otros lugares cercanos a la capital del imperio.

    El inteligente capitán del imperio inca consiguió obtener los mencionados caudales, gracias a la ayuda de cinco de sus mejores oficiales de mando medio, de un contingente de 750 soldados y un rebaño de 160 llamas: la mayor parte de la enorme fortuna que llevó a esconder bajo la protección de las nieves eternas, se encontraba alojada en el interior de las murallas del formidable santuario dedicado al Dios Sol. A pesar de ello todavía quedó en las entrañas y en el exterior del templo, una inmensa fortuna a expensas de los astutos conquistadores, que iban atravesando la serranía rumbo a la la ciudad capital del Imperio Incaico.

    Trato especial merece el caso del venerable sacerdote Aramu Muru: noble oficiante y sacro representante del culto a Wiracocha y a Inti en el sagrado santuario: sus funciones no tenían nada que ver con las del Villaqhumu. Este antiguo personaje no se relaciona oficialmente con nadie, excepto, en contadas ocasiones, con el Zapa Inca, el Consejo de Capacunas y el clérigo del Coricancha; su alta investidura le confería responsabilidad hierática y solemne que involucraba a los dioses mayores del imperio: Wiracocha e Inti; ser oficiante con altos poderes le daba derecho a tener bajo su cargo, los objetos de veneración para el culto a dichas deidades, incluyendo las piedras preciosas que tenían que ver con su ornamento. Por este motivo, cuando Cahuide acudió al Coricancha para llevarse los objetos de valor —de acuerdo a lo que había coordinado con el Villaqhumu—, el gran sacerdote Aramu Muru, no tuvo inconveniente en dejar que el capitán se lleve los principales objetos sagrados de los diferentes salones, correspondientes a los demás dioses como: Quilla, Chasca, Coillur, Illapa, Kuichi…; excepto los que estaban en el Altar Mayor dedicado a Inti, venerado en el templo mayor del Tahuantinsuyu.

    Aramu le dijo a Cahuide que él se haría cargo de todos los objetos que pertenecían al culto del Dios Sol. Así mismo, pidió que le dejara los objetos pequeños y los más cercanos alrededor del altar; pero, le exigió, como un favor muy especial, que se llevara el disco de oro grande —aquél de casi dos metros de diámetro—, porque éste era muy pesado y él no lo podía transportar. Su plan, de acuerdo a lo que le explicó al capitán, era escapar apenas los españoles estuvieran cerca al Cusco. Planeaba cargar en una llama o dos a lo mucho, con lo que quedaba en el salón principal del Coricancha dedicado a Inti. Dada la jerarquía del sacerdote, a Cahuide no le quedó más remedio que obedecer y, muy a su pesar, dejó todo lo que Aramu Muru le había pedido. Cuando cargaron el disco de oro del Dios Sol, le llamó la atención otro disco de oro más pequeño, que quedó al descubierto cuando retiraron el disco grande. El sacerdote, en ese mismo instante, se acercó al altar y colocó este disco más pequeño en el sitial de honor, en sustitución del disco grande que los hombres de Cahuide se llevaron.

    Cuando le tocó el turno a la Fortaleza de Sacsayhuamán. Cahuide y su gente lograron sacar de este fortín —antes de la llegada de los conquistadores— muchos utensilios de oro y plata; así como piedras preciosas y delicados ornamentos, tallados primorosamente con incrustaciones de bellísimas gemas; sin embargo, dentro de las grutas y túneles secretos se quedaron muchísimos objetos de valor, por razones de tiempo y/o porque fue muy difícil su extracción; ya que, se hallaban en lugares poco accesibles, entre las gigantescas piedras que constituían las murallas de la fortaleza.

    El precioso tesoro que logró reunir Cahuide fue de un valor incalculable, más por su indiscutible mérito como obras de arte, que por su importe en dinero contante y sonante —valor cultural que poco o nada llegó a importar a los iletrados bribones; pues ornamento, adorno o aderezo confeccionado en oro que caía en sus manos iba directamente a los hornos—. Gracias al capitán del Tahuantinsuyu, parte de la enorme riqueza de los incas, ahora se encontraba lejos de la voracidad de quienes aviesamente venían a saquear el Tahuantinsuyu. También llevó cargas de oro, plata y piedras preciosas en vasijas grandes y chicas, de otros lugares emblemáticos del imperio, tales como: los baños termales del Inca en Tambomachay, muy cerca al Cusco; hizo lo propio en Pisac y Ollantaytambo. Este fue quizás, el mayor tesoro que los incas pusieron a salvo, lejos de las garras de los codiciosos chapetones. Después, lógicamente, de la invaluable Cadena de Oro de la Plaza de Armas del Cusco.

    Sinchi se sintió muy apenado por lo que venía ocurriendo en la capital del imperio, y se imaginaba que lo mismo sucedía en todo el territorio. «Han aprovechado el momento de divergencia política que existe en el territorio inca, para apoderarse poco a poco del control». Pensó. «Mientras los incas se encuentran enfrascados en una guerra fratricida, los invasores avanzan la conquista del Tahuantinsuyu sin mayores problemas; pues aquellos a quienes les correspondería detenerlos, vienen allanándoles el camino». Acabó sentenciando en silencio. No pudo evitar que los pensamientos continuaran agitándose en su cabeza, mientras surcaba el cielo de la capital imperial y dos lágrimas perlaban sus mejillas, al tiempo que cerraba sus ojos: no deseaba continuar siendo testigo de los miserables despojos del Cusco y de lo que ocurría en el Valle: centro de los cuatro Suyus.

    Los pensamientos de Sinchi representaban en ese instante, la gran verdad del imperio incaico, lo que no terminaba por entrar en su cabeza y, a lo que no encontraba explicación. Sin embargo, era lo que estaba sucediendo, y las cosas se iban tornando peores, pues la presencia de los peninsulares en territorio inca venía incrementándose muy rápido. Conforme se esparcían las noticias de la abundancia de oro en el tahuantinsuyu, y se hacía más conocido en el mundo europeo el nombre del imperio incaico, todo tipo de personajes ociosos de las calles españolas: holgazanes que no cuentan con oficio ni beneficio, y que se ocupan sólo en matar sus piojos y pulgas, porque no tienen otra cosa más que hacer, averiguan cómo embarcarse hacia aquellos nuevos horizontes para ir en busca de la riqueza de la que tanto se habla. Esto, indudablemente, ha calado muy profundo en casi todos aquellos que desean cambiar su suerte, y se enganchan en los barcos que salen de los muelles peninsulares, rumbo al soñado Nuevo Mundo, que se abre allende al mar y que conocen sólo como Imperio Inca.

    Bajo esta perspectiva, la suerte para el Tahuantinsuyu parece estar echada, sólo es cuestión de tiempo para que el territorio inca se vea invadido por hordas de gente indeseable, ansiosos por hacerse ricos sin mayores contemplaciones, ni mucho esfuerzo. Todo esto parece visualizarlo Sinchi, cuando cruza el cielo sobre el noble Kúntur y llega hasta las costas del imperio. Surcando el privilegiado espacio, es testigo de la cantidad de individuos parecidos a Pizarro y sus hombres, que desembarcan en tierras incas. El antiguo general sólo mueve la cabeza y retorna a la sierra. Ahora su tarea central, en lo que a él concierne, es dejar todo en orden: conforme a lo dispuesto por el Dios Sol. Al respecto, Cahuide ha cumplido con su parte, le toca a él impedir que los tesoros que han quedado en las entrañas de Salkantay, guardados de la apetencia invasora, no sean agraviados por esta caterva de refinados conquistadores, que vienen devastando la tierra de los cuatro Suyos. Para el efecto, tiene planeado viajar hasta las alturas del Nevado de Salkantay, llegar hasta la cueva del tesoro y cerrar la entrada, dejándola de esta manera sellada y fuera del alcance de los cristianos.

    En esos momentos de reflexión sobre la coyuntura que atraviesa el imperio, llega a su memoria el recuerdo de casi un año atrás, aproximadamente, el día de su partida de la ciudad del Cusco, llevando la Cadena de Oro de la Plaza de Armas de la capital del Tahuantinsuyu: debía cumplir la misión de transportar dicho ornamento hasta el Lago Sagrado de los incas, conforme a lo ordenado por Inti […]. Fue en esta oportunidad que dio las últimas instrucciones al joven guerrero Titu Cusi Huallpa; quien era más conocido como Cahuide, bautizado así después de las muestras de valor, en innumerables batallas en las que le tocó participar: la historia le depararía un sitial de honor, luego de su valerosa insurrección contra los invasores peninsulares.

    Conforme a lo ocurrido, acuden a la memoria de Sinchi los hechos de aquel momento, cuando tuvo que convencer a Cahuide para que atendiera primero la seguridad del tesoro del imperio, y que dejara para después las coordinaciones con las fuerzas vivas del ejército inca del norte, en defensa del territorio del Tahuantinsuyu. Luego de haber logrado persuadir al recio capitán inca —gracias también a la oportuna intervención del jefe de los sacerdotes del Templo del Sol—, discutió con el valiente guerrero los pormenores de las acciones a seguir, para poner a buen recaudo las preseas sagradas y los objetos de oro y joyas que —aparte de la cadena de oro— se encontraban en el imperio, formando parte de las posesiones más representativas en los palacios, templos, fortalezas y otros lugares específicos en el Valle Sagrado de los Incas.

    «La misión» Sinchi recuerda perfectamente lo que en esa ocasión le dijo al joven capitán, «consiste en llevar hacia lugar seguro, los objetos preciosos que pertenecen y representan a nuestra civilización, así como a los apus y dioses del reino». Por esta razón le señaló al capitán inca la cueva en el nevado de Salkantay, lugar en el cual, el valiente soldado del ejército del Tahuantinsuyu, escondió el inmenso caudal de prendas y filigranas de oro y plata, con infinidad de joyas, gemas y variedad de utensilios; amén de las estatuas de los monarcas incas y sus esposas en tamaño natural; así como, las de animales diversos (llamas, alpacas, vicuñas, osos, pumas…), estilizados también en su verdadera magnitud.

    Estas y muchas otras riquezas logró sacar Cahuide del templo de Qoricancha y de otros lugares, antes de que llegaran los cristianos a la capital del imperio. Fue una tarea realmente titánica la que realizó: Contó para dicha labor con la colaboración de cinco de sus mejores jefes intermedios, a quienes destacó a los lugares más importantes y representativos del imperio, con la finalidad de llevar al Cusco todos los objetos sagrados e importantes que encontraran en los templos, palacios y fortalezas.

    Corren los primeros días del mes de agosto, año de 1533. En la ciudad del Cusco se nota un gran movimiento de personas que se agrupan para despedir al general Sinchi Kary, quien se encuentra listo a partir llevando la cadena de oro de la Plaza Mayor, para protegerla de la codicia de los peninsulares: su misión es llegar hasta el altiplano, ubicar el Lago Sagrado de los Incas y perder en el fondo de sus aguas la cadena de oro {…}. En estos instantes conversa con el capitán Titu Cusi Huallpa, a quien da las últimas recomendaciones para que cumpla en forma segura, la misión que le ha encargado en Salkantay.

    —Es muy importante que desde este momento tomes acción —le dijo Sinchi—. Ya no queda mucho tiempo —agregó.

    —De acuerdo —Contestó Cahuide—, en cuanto partas hacia tu misión empezaré a trabajar en la mía. No te preocupes. Ya tengo en mente los pasos previos que debo dar, para lograr la reunión de todos los objetos preciosos que hay en la capital y sus alrededores.

    —Conforme. Entonces manos a la obra. Queda sobre tus hombros la responsabilidad de llevar a buen fin la misión. Toma este plano y este quipu, te serán de mucha utilidad en su momento, sólo es cuestión que los descifres adecuadamente. En ti confío.

    El gran capitán recibió los materiales que Sinchi le estaba ofreciendo y, automáticamente, los guardó en su alforja.

    —Tengo muy presente —dijo Cahuide— los datos acerca de la caverna en el Nevado de Salkantay, en donde debemos de guardar la preciosa carga que rescatemos de los lugares emblemáticos en el Valle Sagrado.

    —Bien, entonces dejo en tus manos esta tarea —añadió Sinchi, al momento que posaba su mano sobre el hombro del capitán en señal de despedida. Lo propio hizo Cahuide.

    —Recuerda —le dijo Sinchi, aprovechando la despedida—: No deben de retornar al Cusco los testigos de este hecho. Nadie, excepto tú y yo, seremos los poseedores de este secreto, y lo llevaremos con nosotros hasta la muerte.

    El capitán, al momento de devolver el expresivo gesto de despedida, le volvió a decir al general Sinchi, que no se preocupara pues todo lo tenía previsto.

    En cuanto Sinchi partió, de inmediato Cahuide se acercó a conversar con el Villaqhumu:

    —En vista que por ahora no tenemos gobernante —dijo Cahuide—, pues de buena fuente sabemos que, tanto Huáscar como Atahuallpa han muerto; es necesario que coordine usted con el Consejo de Capacunas, para que se autorice la dotación de 750 hombres y 150 o más bestias de carga, a fin de llevar a cabo la misión que me ha sido encomendada por el general Sinchi Kary.

    —Conozco los detalles de dicha tarea —afirmó el Villaqhumu—, déjame coordinar con los miembros del Consejo para solicitar una reunión: en ella podrás exponer tus planes y la estrategia para llevarlos a cabo.

    —De acuerdo —agregó Cahuide—. Espero que eso sea pronto, pues el tiempo apremia. Los extranjeros estarán llegando al Cusco en cualquier momento.

    —Estoy en pleno conocimiento de eso —dijo muy circunspecto el Sacerdote—. Así que en este instante voy con el Consejo de Capacunas a solicitar la reunión.

    Sin mayores comentarios y, sin esperar respuesta de parte del capitán, el alto representante del Templo de Coricancha se dirigió hasta el palacio en donde sesionaba el Consejo y, luego de exponer el motivo de su visita, abandonó el recinto de los consejeros para retornar en seguida al lugar en donde lo esperaba Cahuide.

    —Ven conmigo —le dijo el sacerdote—: los miembros del Consejo te esperan para que les expongas tus planes y los acuerdos a los que han llegado con el general Sinchi, respecto al destino de los tesoros que se hallan en los templos, las fortalezas, los palacios y otros lugares simbólicos del Valle de los Incas.

    Cahuide llegó hasta la sala de asambleas del Consejo de Capacunas acompañando al clérigo que le servía de enlace. En este lugar fue presentado a los miembros de dicho organismo por el Villaqhumu, quien les manifestó que el capitán Cahuide tenía órdenes expresas de parte del general Sinchi, para el cumplimiento de una misión muy importante y, para la cual solicitaba el apoyo del Consejo. Luego de decir esto hizo un saludo reverencial hacia los miembros de dicha organización y salió del recinto dejando solo al ilustre guerrero, éste debía explicar ante el selecto grupo de gobierno el carácter e importancia de su cometido.

    Esa mañana, bastante fría en las alturas del Cusco, hay mucho movimiento en el patio principal de la fortaleza de Sacsayhuamán. Es el día siguiente al de la reunión de Cahuide en el palacio de los Capacunas. Vemos al valeroso capitán del ejército inca impartiendo órdenes y tratando de organizar a los 750 soldados que le han sido asignados para llevar a cabo su misión. Conforme a lo que había solicitado previamente, Cahuide certificó que los soldados asignados, cumplían con los requisitos básicos de ser solteros y jóvenes: no más de 20 años. Respecto a la tarea, para un mejor apoyo, cuenta con cinco de sus mejores hombres, a quienes ha nombrado jefes intermedios al mando de 150 soldados cada uno, con órdenes precisas a cumplir en el desempeño de la operación que les ha sido encomendada.

    Como primer paso ordenó a los cinco jefes para que —cada uno con 50 hombres—, se desplacen hacia lugares importantes cercanos a la capital del imperio, con la finalidad de coleccionar todos los objetos de oro y plata; así como joyas u otros utensilios valiosos que encuentren en los palacios, templos y residencias. Al efecto, asignó a cada jefe de grupo las siguientes localidades:

    Uspha : Ollantaytambo.

    Waqsa : Cusco (ciudad capital), incluye Sacsayhuamán.

    Pusac : Calca.

    Hayac : Tambomachay.

    Waqri : Pisac.

    Cada grupo lleva los auquénidos necesarios para el transporte de los tesoros que encuentren; así mismo, han sido asignados tiempos diferentes a cada grupo para ir y retornar con los encargos. El plan de acción ha sido determinado de acuerdo a la importancia y distancia de cada lugar: de este modo, el más alejado resulta Ollantaytambo, a 93 Kms.; luego viene Calca, a 50 Kms.; le sigue Pisac, a 32 Kms.; y son Tambomachay y la capital cusqueña los más cercanos: a 7 y 3Kms., respectivamente.

    Sin embargo, a pesar que la capital del imperio se encuentra a tiro de piedra de Sacsayhuamán, la ciudad del Cusco es el lugar en donde hay más trabajo por hacer: en este sitio se concentra la mayor cantidad del patrimonio cultural —en todas sus formas— del Tahuantinsuyu. Del Cusco se deben recoger las doce estatuas en tamaño natural de los monarcas incas anteriores a Huáscar y Atahuallpa; así como, las otras doce pertenecientes a las esposas de dichos soberanos. A todo eso hay que agregar las joyas y objetos de orfebrería en oro y plata, que existen en los diferentes palacios y, principalmente, en el templo más importante de la capital imperial: el Coricancha. También hay que sumar las 20 o más representaciones en oro de figuras de animales en tamaño natural, que se encuentran como adornos en los jardines del Templo Mayor y en los palacios de anteriores soberanos incas.

    Ese mismo día partieron los cuatro grupos a cumplir la tarea que les ha sido encomendada, mientras los 500 o más soldados que quedaron en la fortaleza, se encargarán de construir las angarillas para el traslado de las 40 o más estatuas. Cahuide fue muy claro cuando les dijo a todos ellos que tenían 10 días para terminar la construcción de las andas, luego irían a la ciudad capital con el propósito de cargar todos los objetos que puedan para llevarlos a Sacsayhuamán, aquí acondicionarán la carga en las literas y en las llamas, a fin de tener todo listo para cuando lleguen los grupos de los diferentes lugares a donde fueron comisionados.

    Pasados los 15 días se han hecho presentes en la fortaleza todos los grupos a excepción del que fue a Ollantaytambo. El capitán inca, un tanto preocupado, despachó un Chasqui para que lleve un mensaje al jefe e informe para cuando estarán llegando. Después de dos días retornó el emisario portando la respuesta e informando que ya estaba en camino. Al rato, Cahuide tomó conocimiento de que el grupo de Ollantaytambo ya se encontraba cerca, a menos de un día para llegar. Más tranquilo por las noticias recibidas, el capitán y sus colaboradores comenzaron a preparar los cargamentos que iban a llevar, usando para este efecto el patio de la colosal fortaleza.

    A la fecha ya se han terminado de confeccionar suficientes angarillas, en las cuales, como ya se dijo, se van a cargar todas las estatuas de oro que han recolectado, incluyendo el Disco de Oro del Sol, cuyo diámetro es de dos metros, aproximadamente. Dichas andas han sido dispuestas en su totalidad, porque todos están convencidos que, en otros lugares ajenos a la capital del imperio, no existen estatuas que igualen en tamaño a las que ya han sido recogidas del Cusco. Por lo tanto, se ha considerado la siguiente distribución en la carga:

    — 12 andas para 12 estatuas de los reyes incas.

    — 12 andas para 12 estatuas de las esposas de los reyes incas.

    — 20 andas para 20 efigies de animales en tamaño natural.

    — 01 anda para el disco de oro del Dios Sol.

    Todos estos objetos ocupan un total de 45 angarillas. Cada anda de los reyes incas, por ser la más pesada, será cargada por 18 hombres: (nueve a cada lado); las andas de las mujeres y las de los animales, serán cargadas por 10 hombres: (cinco a cada lado), y la angarilla del disco solar por 12 hombres: (seis a cada lado). Esto implicará el uso de 548 hombres. El resto: 202 hombres, se ocuparán del cuidado de las llamas, que llevarán cargando en su lomo dos vasijas y/o talegas con oro y joyas, una a cada lado; además, brindarán apoyo y seguridad a toda la caravana: vanguardia, flancos y retaguardia, durante el trayecto hasta llegar al objetivo en el Nevado de Salkantay.

    Cahuide ha dispuesto que todo quede preparado, tan sólo en espera del grupo que viene de Ollantaytambo. De este modo, todos los hombres se encuentran listos para acomodar —en cuanto llegue a la fortaleza— el cargamento que viene con el grupo que falta. Por lo pronto, el capitán ha ordenado, en previsión, la vigilancia estricta de la carga por turnos de día y de noche.

    Aquella madrugada, luego de casi 18 días desde que el grupo comisionado a Ollantaytambo, saliera a cumplir la tarea que se le había encomendado, por fin estaba de regreso, y con ello, también había retornado la tranquilidad a todo el grupo de guerreros que acompañan a Cahuide. Por lo mismo, en cuanto se tomó el inventario del tesoro traído por Uspha y su gente, se procedió a lo que ya había ordenado el capitán. Fue acomodada toda la carga en forma ordenada sobre las llamas, las mismas que sumaron 160 en total, bajo la responsabilidad de otro tanto de hombres, uno por cada auquénido. Hay que destacar que se cargaron 120 vasijas medianas con joyas y diversos objetos elaborados en oro. Cada llama, que sumaron un total de 60, fue cargada con dos vasijas: una a cada lado. También se cargaron 160 talegas repletas con oro, plata y joyas en 80 llamas; se usaron además 20 auquénidos adicionales para transportar equipos y alimentos.

    Una vez que todo estuvo listo y los jefes intermedios terminaron el proceso de revisión de las andas, principalmente, examinaron que las estatuas estuvieran seguras sobre ellas: cada efigie que representaba a un Zapa Inca había sido erigida representando a dicho soberano sentado sobre su trono. En cambio, las estatuas de las esposas eran más pequeñas y se encontraban hechas de pie. Luego de revisar que todo estuviera muy bien asegurado, otorgaron el visto bueno a toda la carga: el sonido del pututo fue el encargado de avisar que estaban listos para partir. Cahuide, colocado al frente de la expedición, levantó el brazo derecho y dio la orden inmediata para que la caravana se dispusiera a iniciar la marcha. Conforme a lo que previamente había dispuesto el capitán, los grupos de hombres designados cargaron las literas, mientras el resto de los soldados se colocaron a lo largo de la expedición, dispuestos a la vigilancia de las bestias de carga y a brindar seguridad en el trayecto.

    De esta forma, aquella mañana de setiembre de 1533, Cahuide salió de la fortaleza de Sacsayhuamán rumbo hacia las montañas de Vilcabamba, hacia el Nevado de Salkantay, llevando el más fabuloso tesoro que mente humana jamás hubiera podido imaginar. El gran capitán del ejército inca cumplía de esta manera con lo ofrecido a Sinchi Kary, y se anticipaba con esta acción a la codicia de los cristianos, llevando a lugar secreto las inmensas riquezas que se hallaban acumuladas en el Valle Sagrado de los Incas, principalmente en el Cusco, la ciudad capital del Imperio del Tahuantinsuyu.

    Es importante resaltar que el motivo de este escrito no es sólo la historia de la participación de Sinchi Kary en los postreros tiempos del Imperio de los Incas; lo es también de otros actores y lugares importantes que se relacionan con el Tahuantinsuyu y, otros no menos importantes que, de alguna manera, contribuyen con el desarrollo de la historia. Por lo tanto, la jornada de Cahuide hasta la cueva en el Nevado de Salkantay forma parte de ese todo, y este es el relato de su aventura hasta la caverna en la montaña.

    Luego de una dificultosa jornada que duró un tiempo prolongado —no por la lejanía del lugar, sino por lo abrupto del camino y la pesada carga—, cubrieron la distancia que los separaba de su objetivo, pero sólo la primera parte, pues consiguieron llegar al pie del fabuloso nevado. La vista y sola presencia de tan formidable monumento de elevadas cordilleras, resultaba intimidante ante los ojos de los expedicionarios. El nevado hacia el cual deben ascender, se alza soberbio —como un gigante— por encima de todas las montañas, que conforman la cadena de los Andes de Vilcabamba. Desde aquí para adelante, les espera un trayecto lleno de incógnitas y peligros. Cahuide, sin embargo, confía en que logrará sortear dicha jornada sin contratiempos, salvo aquéllos que, seguramente, se derivarán como propios del viaje y del lugar: tales como el frío, la altura, la nieve, etc.; además, está convencido que, para vencer los obstáculos, cuenta con los instrumentos que le entregó Sinchi antes de partir, en los cuales supone, existen detalles que le ayudarán en el ascenso al nevado.

    Los instrumentos a los que Cahuide hace referencia contienen detalles que se encuentran esquematizados en un tocapu: forma de escritura inca por medio de dibujos; y en un quipu: elemento contable y de muy amplio espectro. Conjunto de hilos trenzados de varios colores y con nudos de diversos tamaños. En este caso, este tocapu es algo especial. Una especie de plano, en el cual se indica con ciertas señales, la ruta a seguir en el ascenso a la cordillera hasta llegar a la cueva: lugar en donde se debe descargar la preciosa carga que transportan. El quipu, por su lado, coadyuva a confirmar, de alguna manera, los datos consignados en el bosquejo dibujado en el tocapu.

    Estos elementos, interpretados adecuadamente, están preparados para ser de mucha utilidad a los expedicionarios, pues servirán de mucha ayuda cuando les toque salvar las dificultades en el ascenso. En un inicio, Cahuide tuvo problemas para leer los mensajes dejados en los útiles; sin embargo, pudo superar estos aprietos, luego de dedicar toda una noche a su investigación, al final de la cual logro descifrar casi en su totalidad, los mensajes que se hallaban señalados en el tocapu y el quipu. Esta lectura facilitó, de alguna manera, la tarea hasta el destino final; sin embargo, a pesar de esto, el avance nunca estuvo fácil y la escalada tampoco fue exenta de dificultades; sobre todo, teniendo en cuenta la carga que los hombres transportaban sobre sus hombros. Tanto así, que apenas empezada la caminata para alcanzar el objetivo de la misión, muchos de los soldados, muy cerca al pie de la montaña, andaban con problemas por el cansancio y el frío.

    Aquí una pequeña pincelada del avance por el camino inca o Cápac Ñam y el ascenso hasta la caverna en donde debían de esconder el tesoro que trasladaban desde el Cusco.

    La comitiva de Cahuide, bastante grande, por cierto, es de 756 personas, incluyéndolo a él:

    548 cargadores encargados de las 45 angarillas. (Había un plan de relevos cada cierto tiempo)

    160 hombres encargados de la seguridad de 160 llamas con carga.

    42 encargados de la vigilancia y seguridad.

    05 jefes intermedios. Apoyo a Cahuide y seguridad general.

    Un grupo así tenía que hacer muchas paradas para descansar y alimentarse, por lo cual, fue muy importante el apoyo que prestaron a la comitiva las Kolkas, las cuales encontraron con regularidad en los caminos incas o Cápac Ñam, estas construcciones: especies de almacenes dotados de alimentos, ropas y armas para los caminantes y soldados del ejército imperial, cumplieron con largueza su finalidad. Por lo mismo, el capitán y su grupo se sirvieron de estas edificaciones mientras avanzaron por el camino inca; después de esto, cuando tomaron la vía hacia las montañas, su sustento se basó específicamente en los bastimentos que llevaban (carne seca, pan y queso) y en la caza y la pesca que aprovecharon en el trayecto.

    Después de un fatigoso recorrido que ya había durado bastante, tenemos al grupo al pie de la montaña, a donde tanto anhelaban llegar. Desde aquí pueden observar perfectamente los glaciares, cuyas nieves eternas cubren las zonas más altas de la cordillera y se alzan imponentes; sobre todo, aquellos nevados que se levantan por encima de otros, como el Salkantay que se encuentra rodeado por nevados más pequeños: Humantay y Puyupatamarca. Todos de difícil y caprichosa geografía. El Salkantay con sus 6271 msnm. es el más alto de los macizos que forman esta cadena de montañas, y es el objetivo de Cahuide y sus hombres. Hasta su nombre que proviene del término quechua Salqan Kay, transmite cierto temor, pues significa montaña salvaje. Y, es esta majestuosa creación y hábitat de los dioses, a la que tienen que conquistar Cahuide y sus hombres ganando parte de su cumbre.

    Luego de un buen descanso para alimentarse y reponer energías, nuestros amigos empezaron el ascenso ese mismo día, pues recién empezaba a soplar el viento de la tarde y el fresco era acariciante, con livianas emanaciones de un ligero calor que parecía provenir de la montaña o de su medio ambiente. Desde aquel lugar en adelante, Cahuide se percató que el ascenso no sería fácil pues el sendero se insinuaba peligrosamente angosto, y no muy bien delineado, más bien lucía un poco desordenado y, en varios lugares se perdía bajo la vegetación. Se notaba que por esos lugares no habían transitado hombres o animales desde hacía mucho tiempo. Se advertía claramente que seguía el entorno de la montaña e iba subiendo a su alrededor conforme avanzaba. «Por lo mismo» pensó Cahuide. «Acorde al ascenso, el desfiladero que se abre al lado derecho del sendero, tendrá que ser más profundo»: sentenció. Al imaginar tal abismo, el capitán experimentó, sin quererlo, una indescifrable sensación de vacío que le erizó la piel.

    A buen paso, habían logrado avanzar un considerable trecho por el angosto sendero, que desde el inicio se mostró sinuoso, desigual y bastante difícil para transitarlo. Su suelo no ofrecía mucha seguridad y las piedras sueltas que abundaban, hacían el camino más dificultoso: fácilmente, cualquiera podría perder el paso y rodarse por la falda del cerro, que para entonces ya se revelaba bastante empinada. Hasta ese instante no se había presentado síntomas de nieve y el ambiente no hacía presagiar una descarga de tormenta, menos la presencia de frío extremo; de tal modo, que la expedición mostraba buena actitud y los hombres se hallaban suficientemente animados y listos a continuar avanzando, con la esperanza de llegar pronto a su destino en la parte alta del nevado que ahora venían escalando.

    Cahuide había consultado en varias oportunidades el tocapu y el quipu que le había entregado Sinchi; pero, al igual que ahora, no le decían nada en concreto: los trazos eran claros, sin embargo, en el camino no se mostraba nada semejante; al parecer todavía no habían llegado al lugar en donde empezaban las dificultades. El paisaje que la naturaleza le entregaba en esas alturas era un deleite para sus ojos; sin embargo, no ofrecía ningún detalle que revelara parecido a lo que tenía en el esquema del plano. De lo que sí estaba seguro, sin temor a equivocarse, que esa montaña en la que andaban trepados era la que el general Sinchi le había descrito. Así que: «en cualquier momento» pensó. «Estaremos descubriendo señales que certifiquen que estamos en la ruta correcta, que ha de conducirnos hasta la cueva que buscamos». Sonrió, aunque todavía sin convencerse: trataba de infundirse confianza.

    Tal vez su falla, antes de partir, fue no haberle preguntado a Sinchi por las características del lugar al que iban; de todos modos, son pocos los privilegiados que han tenido el honor de explorar y conocer en detalle, la cadena de nevados de las montañas de Vilcabamba. Por lo mismo, difícilmente, Cahuide podría haber encontrado —aunque lo hubiera buscado— a alguien, a excepción de Sinchi, que le describiera el lugar al cual se dirigen. Vale puntualizar y conocer algunas características del nevado que Cahuide y su gente pretenden escalar, por ejemplo: que el Salkantay es uno de los nevados más altos de la cadena de montañas del lugar; y que, la caverna que buscan se encuentra más arriba de la parte intermedia, aproximadamente a una elevación de 4800 a 5400 msnm., donde las tormentas de nieve son, frecuentemente, muy duras; y la temperatura ambiental baja a niveles de congelamiento.

    Es posible que Cahuide tenga que lidiar, en su momento, con el problema de que muchos de sus hombres no estén acostumbrados a climas un tanto extremos, pese a que muchos de ellos viven a 3600 o 3800 msnm.; pero, en donde la nieve no es muy frecuente y el frío tampoco pega con demasiada reciedumbre, salvo casos muy excepcionales en que el invierno se desata con cierta dureza, llegando a liberar temperaturas bastante frías y ocasionales tormentas de nieve que cubren de blanco el valle de los incas.

    El reto que se presenta para Cahuide y sus hombres en este itinerario no es como para envidiarlo; sin embargo, si hay algo que le sobra al capitán es decisión y coraje, lo mismo que a la tropa que lo acompaña. Por lo tanto, el cansancio, la altura y el clima son problemas superables —a decir de los hombres de esta misión— y suponen que no afectará el avance y buen fin de la gestión. Esa tarde hubieran seguido adelantando, pero en pleno ascenso pronto les cayó la noche, lo que obligó a Cahuide a tomar las providencias del caso: ordenó a los jefes intermedios para que, con sus hombres, buscaran un lugar para descansar y pasar la noche con seguridad. Cada jefe organizó al grupo bajo su mando y, luego de designar las guardias y sus relevos, el resto se fue a descansar. Cahuide no podía atreverse a arriesgar la vida de su gente, al tratar de avanzar en la oscuridad; sobre todo, en un lugar que para todos resultaba desconocido.

    Esa noche los expedicionarios descansaron bastante tranquilos, a pesar de lo angosto del sendero, pues no hubo nada que perturbara su sueño. Al día siguiente despertaron temprano y con muy buen ánimo, luego de alimentarse adecuadamente, se pusieron nuevamente en camino, siempre hacia la parte alta de la montaña. Poco más tarde, ya entrada otra vez la oscuridad y sus sombras se dispusieron a hacer campamento para pasar una noche más. Era el tercer día en la montaña, luego de una caminata bastante dura, con pequeños intervalos para descansar y alimentarse. Establecidos los lugares para pernoctar (edificar campamento no fue posible por lo angosto del camino): Sinchi convocó a los cinco jefes de grupo porque tenía algo que comunicarles; así como, deseaba intercambiar experiencias del viaje y evaluar el avance que se había logrado hasta ese instante; para sorpresa, comprobaron que el progreso no había sido mucho: menor al que pensaron, pues el trecho cubierto hasta ese momento resultaba pequeño, en comparación al esfuerzo realizado. Recién en ese instante, a la vista de los hechos, constataron y tomaron conciencia, que les iba a costar considerable trabajo y tiempo llegar a la parte alta de aquella elevación y luego buscar la gruta: su principal objetivo.

    —Los he llamado —dijo Cahuide a sus jefes intermedios—, no sólo para intercambiar ideas, sino para que evaluemos a la fecha los avances de la expedición. Quiero hacerles saber que, de acuerdo al Tocapu de Sinchi, he descubierto las primeras señales en el camino, conforme se marca en el trazado del documento.

    —¿Cómo es eso? —Preguntó Uspha.

    —Se trata de tres caracteres que se encuentran ilustrados en el plano —Indicó Cahuide—, son como indicadores para no equivocar el camino de ascenso hacia el nevado.

    —¿Y dice qué ha descubierto algunas de esas señales? —Inquirió Waqsa, intrigado.

    —Así es —afirmó el capitán—. Pero primero permítanme mostrarles y explicarles lo del plano y de qué se trata.

    —Bueno, algo había escuchado al respecto —Expresó Pusaq—; pero, creo que a todos nos gustaría saber por sus propias palabras, lo que significa esto.

    —Eso es lo que trato de decirles hace rato —Explicó Cahuide—. Por favor escúchenme con atención.

    —No se preocupe jefe —añadió Hayaq—. Puede usted comenzar cuando quiera: somos todo oídos.

    —Empezaré por decirles que el general Sinchi Kary me hizo entrega de un quipu y un tocapu, en este último se detallan tres señales que son claves, para llegar hasta la caverna en el nevado que venimos escalando. Como ustedes saben, llevamos tres días subiendo por una senda muy insegura, que conforme avanzamos se hace más dificultosa, por lo que, hemos logrado avanzar muy poco. Déjenme manifestarles que esta senda se encuentra señalada en el plano y algunas referencias en el quipu, sobre todo en el cordón de color rojo, cuyo único nudo muestra que, en esta primera etapa del ascenso al nevado, hay que avanzar una vuelta a su entorno. Este detalle —no muy claro, por cierto—; pero, que hay que tener en cuenta, nos facilitara el tránsito por dicho sendero. Debemos tener cuidado pues él camino se irá haciendo más angosto y, en algún lugar va a desaparecer. Será nuestra responsabilidad encontrarlo de nuevo y continuar avanzando hasta la segunda señal que son las dos colinas. Estas elevaciones son dos peñas que están al lado derecho del camino, como tapando momentáneamente el precipicio. A partir de este lugar el camino se hace más ancho y totalmente transitable; por lo mismo, más seguro.

    —¿No dice nada el plano acerca de cuanto nos demorará llegar hasta las colinas? —Preguntó Waqri.

    —No, no dice nada al respecto; pero, los quipus indican, al parecer, que llegaremos a las dos colinas luego de la primera vuelta a la montaña —respondió el capitán—. Pero permítanme continuar, porque esto no acaba aquí. Desde las colinas llegaremos hasta un puente. Tampoco revela cuanto tardaremos en llegar hasta ese lugar. Pero de que llegamos, llegamos. Porque el camino nos conduce directamente hasta él. Aquí en el quipu, los dos nudos que aparecen en el hilo verde apuntan a que llegaremos al puente luego de la segunda vuelta alrededor de la montaña. Según el tocapu, este puente está levantado sobre una falla que corta el sendero en el cerro: fue construido después que un fuerte terremoto causó el desprendimiento de una parte de la senda, que dio origen a una profunda grieta de más de seis (6) metros de largo. Según tengo entendido, el puente está construido con sogas muy especiales, fueron los Apus de la montaña los que hicieron posible esta edificación. Este no es un puente cualquiera y tampoco cualquiera lo puede cruzar. Para eso será necesario el sacrificio de una llama, que debemos ofrendar a los Apus de la montaña, y su sangre deberá ser vertida en el hueco bajo el puente. Luego de esta ceremonia, los Apus permitirán atravesar con seguridad a nuestras llamas y las andas con las efigies. Esperemos que así sea. De aquí para adelante, todo parece indicar que la travesía será más tranquila, y que llegaremos hasta la entrada a un túnel, que se halla al pie del cerro que buscamos, lugar en donde se encuentra la cueva. Esta parte se indica en el hilo color negro del Quipu, pues es largo y ancho (túnel), hasta un nudo (cueva) al final de la cuerda.

    —¡Vaya trabajito que nos espera! —Exclamó Uspha—. Ahora me doy cuenta el porqué de los aprietos que venimos pasando. Esta no es una tarea cualquiera. Los dioses se han tomado mucho trabajo para dejar a salvo los tesoros del Tanuantinsuyu.

    Por ahora, la dificultad principal y en la que los cinco jefes intermedios coincidían, era que la única y precaria senda por la que venían avanzando, ya iba resultando angosta y, en algunos tramos casi no se distinguía, había lugares en los que se tenía que adivinar cuál era su recorrido. Lo malo de esto gravitaba en que un paso en falso bastaba para irse abajo, rodando por el precipicio hacia el fondo del cañón, hasta caer en las turbulentas aguas del rio. Ignoraban la altura por la que transitaban; pero, mirar hacia abajo resultaba atemorizante. Por lo mismo, una caída desde tales alturas —a no ser que se tuviera alas— era para no poder contar lo sucedido.

    Luego que Cahuide y sus asistentes analizaron el escenario en el que se encontraban, llegaron a la conclusión que lo del camino era ineludible y, lo único que quedaba era recomendar a todos que avanzaran con sumo cuidado, teniendo en cuenta lo difícil que resultaba aquella senda. Sobre todo, acordaron en advertir en forma exclusiva a los que cargaban las angarillas con las efigies, pues ellos eran los que se encontraban en mayor riesgo; ya que, las andas —en

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1