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Radiografía De Mis Risas Privadas O Trivialidades Del Existir
Radiografía De Mis Risas Privadas O Trivialidades Del Existir
Radiografía De Mis Risas Privadas O Trivialidades Del Existir
Libro electrónico273 páginas3 horas

Radiografía De Mis Risas Privadas O Trivialidades Del Existir

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Información de este libro electrónico

Con una fecha de nacimiento palindrómica: el 15-1-51 a las quince horas. Adriana Ruiz de Teresa comenzó a contar historias escritas e ilustradas a los cuatro años. Durante un largo ayuno de cuarenta y cinco días decidió escribir este libro, cuya publicación se hizo imposible después de haber ingresado a un concurso literario de donde fue tomado, adaptado, comercializado y pasado como un panfleto, por quienes se dedican al tráfico de propiedad intelectual, delito que nunca ha sido investigado, mucho menos perseguido. Cuando se vea cómo toman el contenido los “empacadores de libros” para re-usarlo cientos de veces, podrán ver en estas historias, los rasgos de cientos de otras. Su uso, la autora lo atribuye, a la frecuencia vibratoria que tenía cuando lo escribió, y que ha resultado en el plagio más difundido que pueda tenerse memoria. Tanto que el contenido es trillado en nombres, personajes, temas, tratamientos, frases y léxico. La obra más vendida del mundo tiene 3,000 correspondencias con este libro. Será interesante que las identifiquen. Este delito no va a detenerse mientras los encargados de proteger el derecho de autor, no estén interesados más que en sus chambas.

IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento17 abr 2018
ISBN9781506521749
Radiografía De Mis Risas Privadas O Trivialidades Del Existir
Autor

Adriana Ruiz de Teresa

Adriana Ruiz de Teresa naci, como todo lo extrao que le sucede, en una fecha palindrmica: 15-1-51 a las quince horas, en la Ciudad de Mxico, en el Sanatorio Espaol, para ms datos. Ha escrito historias desde que empez a escribir a los cuatro aos, y a dibujar: ilustradas de prncipes y princesas. Ha hecho de su vocacin, su vida: estudiar. Todos los temas existentes y por existir, durante aos dibuj retrato, toc la guitarra y cant. Estudi Psicologa en la Universidad Anhuac del Norte, y una maestra en Psicologa Clnica en la UNAM. Hizo estudios sobre drogas y adicciones sobre los que hizo su tesis para el Centro Mexicano de Estudios en Farmacodependencia. Hizo las primeras lecciones de Educacin Sexual para el Sistema Nacional de Educacin, a travs de la Organizacin de Naciones Unidas. Estudi Comunicacin en Poblacin. Particip en el equipo original del Consejo Nacional de Poblacin. Ha realizado diplomados en Demografa, Farmacologa, Filosofa de la Ciencia, Epistemologa y Mtodo Cientfico. Estuvo a cargo de la comunicacin en la primera Tribuna del Ao Internacional de la Mujer. Ha estudiado un poco de Derecho, pero lo que sabe lo ha aplicado en litigios por aos. Escribe poesa en cada semforo en rojo y prosa, compulsivamente, todo el tiempo. Interesada en las rupturas epistemolgicas aprendi curacin por las manos, que ha practicado desde 1986. El tema que ms le interesa son los modelos de pensamiento en la curacin y la genealoga. Ha creado muchos de los paradigmas que se manejan hoy en da en Nutricin, despus de un ayuno de cuarenta y cinco das, y que comprendi claramente cmo se cura el cuerpo, en un libro en el que fue escribiendo durante veinte aos, el cual le fue despojado por quien lo quera para explotarlo en su programa de radio, y ser adjudicado en los cinco temas centrales que lo componen, a cinco seudo-autores que nada hicieron. El mismo despojo sufrido sobre todo lo que contiene el presente libro, el cual fue enviado a los book packagers de Estados Unidos, siendo replicados los nombres, los personajes, las frases, los temas y sus tratamientos cientos de veces, para ser intercalados y usados en nuevas obras. Durante el tiempo que han usado su material, ella ha realizado una investigacin sobre el trfico de Propiedad Intelectual, abundante, y todos los subterfugios que llevan a cabo para quedarse con obra gratuita, la cual el Gobierno Federal ignora, pero que contribuye, en grande, al tercer ingreso mundial que representa la industria del entretenimiento, basada toda, en propiedad intelectual.

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    Radiografía De Mis Risas Privadas O Trivialidades Del Existir - Adriana Ruiz de Teresa

    Copyright © 2018 por Adriana Ruiz de Teresa.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:      2017912840

    ISBN:                        Tapa Dura                                              978-1-5065-2176-3

                                      Tapa Blanda                                           978-1-5065-2175-6

                                       Libro Electrónico                                 978-1-5065-2174-9

    Registro del derecho de autor:            8182/90

                                                                   122265/1997

                                                                   03-1999-120613050100-14

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 17/04/2018

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    724751

    ÍNDICE

    ¡AY, EL AMOR!

    UNA TRETA IMPOSIBLE DE CACHAR

    SANGRE DE ATOLE

    BLITZKRIEG

    ROSA Y RAÚL, EL CABALLERO DE FLEMA VERDE.

    LOS RATONES

    LA ANTESALA

    ENSAYO SOBRE EL PODER

    EL CLOSET, EL ROPERO, EL CHIFONNIER,

    EL SECRETAIRE, EL VARGUEÑO…

    YO, MI MAMÁ Y LOS OTROS.

    MARU, MI AMIGA DE SIGLOS…

    LA GORDA CELESTE

    LAS MUSAS

    LAVADO DE AUTORES

    ACERCA DE LA AUTORA

    DEDICATORIA

    A mis amores:

    Ramón, Santiago y Sandra, Diego y Ale, Luca y Nina.

    Escribo solo porque no me puedo contener de hacerlo, aunque eso signifique dejar a medio hacer unos chilaquiles, o salir corriendo del vapor con una toallita para conseguir una pluma y un papel.

    Cuando escribo, estoy todo el tiempo esbozando una sonrisa, estoy divertida. Los cuentos cortos los escribo de principio a fin de un jalón, sin detenerme, porque representan la explosión traducida en palabras de una carcajada.

    He llegado a escribir siete horas sin parar como tratando de rescatar las gotas de un cubetazo de agua que alguien me aventó al pasar. Hasta que me canso de mi misma.

    Cuando veo que en el retrato de una persona, yo, mi familia y mis amigos, como aquí, cada uno con sus trivialidades, sus secretos, sus retruecaneces, y su tomarse muy en serio, están siendo retratadas todas las personas del mundo, a mí, me da mucha risa.

    ADRIANA RUIZ DE TERESA

    ¡AY, EL AMOR!

    El tráfico, la lluvia y todo un día de antesala en una oficina de gobierno, me hicieron llegar apresuradísima a la cita a comer a un restaurante con mi amiga, que afligida, acababa de entrar a las filas de las que el marido –en un arrebato de entusiasmo atribuible a los cuarenta años cumplidos– abandona por una pechugona quince navidades menor, con la cual podrá durar sólo tres rounds para caer en la cuenta de que estaba mejor con su vieja de petacas¹ de malvavisco, y quien en un futuro, no muy lejano, estará rejuvenecida diez estaciones, por eso de la pérdida de presión.

    Mi amiga, en estado casi catatónico, todavía no descubría el estado de felicidad, que he observado, invade a las forzadamente solas, ya que no les queda de otra, y a las cuales de pronto, me comentan, les encanta el no sentirse juzgadas o controladas, —cualquiera de los dos deportes masculinos favoritos— por nadie ni por nada, pero eso sí, conservando la beca.

    En su caso, esta situación venía a remover la época en que su padre la abandonó a ella, a la misma edad de su propia hija hoy.

    No me acababa yo de sentar cuando hizo su aparición mi amiga, llamada Mariana de B, con otra mujer que había ido con nosotras a la universidad, algunos grados más arriba y a la que hacía añales no veía. De todos modos, aunque la hubiera visto no la hubiera reconocido. Era divorciada, lo que mostraba que mi amiga ya empezaba a hacer equipo con las de su futuro gremio. Eso es inevitable.

    Observaba yo a esta conocida, encantada, tratando de adivinar la magia escondida en su arreglo: vestía como sólo ese tipo de mujer lo hace, tratando de vender un producto que promete diversión, alivianamiento, y una comprensión de la cual su matrimonio estuvo ayuno, no sé por cuáles razones. En cada centímetro cuadrado de su vestimenta llevaba un anuncio que decía: estoy disponible, soy suculenta, ubérrima.

    La falda corta, forzosamente, con una abertura que permitía enseñar unas piernas que me parecían desconocidas pues se aproximaban a las de Maradona, resultado de dos prótesis metidas por el pliegue de la parte posterior de la rodilla y que lo único que alcanzaban a producirme al verla caminar por detrás era un enchinamiento de ojos y de cuerpo (como cuando come uno un limón muy ácido) a cada brinco de cada chipote porque no los tenía fijos; unos pómulos que asemejaban los de un cherokee, una barba tipo Dick Tracy, partida, y ¡unas lolas! lucidas amplísimamente con el connotado escote, que estoy segura hacia unos meses habían estado en unos moldes de una inyectora de plástico ¡taan graandees! que dejaban de ser sexys para pasar a ser un récord de Guiness, pero que atraían, casi de inmediato, una reacción en los de las mesas contiguas que le tenía reforzadísima la conducta de seductora a la cual ella no podía renunciar ni siquiera para pedir un vaso de agua; el sweater aguado cubría estratégicamente la panza en forma de cortina francesa, resultado de los pariamientos, y que a fuerza de tanto llevar hacia adelante -al hacerles una repisa a los niños para ser cargados sin tanto esfuerzo-, aunado a la desmineralización debida al estado letárgico que producen las cubas y los jaiboles de las tardes, consumidos por este tipo de mujeres, se había llevado por atracción la grasa de las pompas, como si en un movimiento de twist y en una vuelta con una fuerza centrífuga formidable, lo de atrás se hubiera ido hacia el frente y viceversa, (ay, ¡a mi esos cuerpos me impresionan tanto!) obteniendo con esto un trasero de burro², pero de planchar y una barriga que denotaba franco estreñimiento, a pesar de la faja que traía, que la hacía ver como de una sola nalga; el pelo notablemente poco abundante, detenido en una colita de lado, (peinado de tira cómica) tan platino, cuya única aplicación práctica yo veía más inmediata, era que si en un viaje naufragaba, ella pudiera indirectamente salvar a sus compañeros al ser vista desde muchísima altura por los que los anduvieran buscando desde el aire, de otro modo me parecía una esclavitud insoportable sin demasiados resultados tangibles, más que tomar por sorpresa a la gente en los lugares públicos.

    Estaba tan restirada, a pesar de su edad, que al verla parecía llevar una velocidad extraordinaria. Me recordaba esa película de Clavillazo en donde lo enviaban a la luna en un cohete y lo único que se les ocurrió para representarlo fue jalarle mucho, mucho, la cara. Esta así estaba, parecía que iba en un sputnik, pero por afuera.

    Me resultaba inescrutable el hecho de que ella hubiera podido sufrir esa metamorfosis en la que había renacido una persona totalmente distinta. Pero ahí estaba la prueba de los silicones.

    En ese preciso momento se me hizo presente cuando hacia unas semanas una amiga similar en el estereotipo llegó a recogerme y mi hijo de 12 años entró a avisarme:

    Mamá, te busca Barbie.

    Y ¿esa quién es?, le pregunté.

    Tu amiga, la mujer de plástico, por cierto viene con unos hijos rubios que si a los pobres los mandaran un año de internos iban a regresar con pelo de huitlacoche y con una crisis de identidad por haberse creído así.

    Ay, mamá ¿por qué hacen las mujeres esas cosas?

    No nada más las mujeres - le contesté mientras me pintaba la boca viéndome en el espejo -esas tienen unos maridos que las solapan porque pueden perder un brazo por tener una esposa güera e hijos ídem.

    Las únicas que se pintan el pelo de negro en ésta latitud, son aquellas que enfatizan el color, ya de por si obscuro, porque ¿cuándo, en tu corta vida, has visto que en el tercer mundo una rubia se pinte de morena? yo, nunca.

    Aquí nadie quiere parecerse a Boy George.

    Las rubias y los que se casan con ellas aspiran a todo lo que la publicidad las han hecho representar, por eso éstas y las de pelo negro tenemos una concepción del mundo, de lo que esperamos y de lo que esperan de nosotras, diferente.

    Mi otro hijo, de 10 años, que acostado en mi cama veía un libro de la naturaleza, dijo:

    Ay, Santiago, ¿a poco no te acuerdas que mi papá dijo que las mujeres se hacen güeras y se ponen bolas y los hombres se compran coches para verse guapos?

    Y sin dejar de ver una montaña siguió:

    Pero mamá. ¿qué importa que tu amiga esté así?, ¿te imaginas los siglos que tardó ésta montaña en hacerse de granito de tierra, en granito de tierra?, la edad de tu amiga es, comparado, un punto en el espacio que no significa nada, con bolas o sin bolas, es como si aquí hubiera una piedrita de más ó de menos, no lo notaríamos.

    Bueno, le contesté, visto así nada de lo que hacemos tiene la menor importancia, pero ella ya se platicó que sí la tiene, porque ella se quiere vivir hermosa de ese modo y además, ese es el guión que ella quiso leer. Si ella se pone bolas o se las quita, a nosotros nos da igual.

    No, contestó el otro, que seguía en la puerta esperando, y lanzando una de sus risas dijo: a ver, ¿cómo que nos da igual?, ¿qué, sus bolas son biodegradables?

    El recuerdo de la conversación anterior me había llevado a querer interrogarla de cuándo había empezado a propiciar esa transformación, pero no lo hice, por no poner en evidencia lo que yo sabía que yo pensaba de esa situación, pues es de mi observación que cuando los maridos dejan de hacerles caso a las esposas, o por lo menos ellas así lo creen, ya sea porque el señor arguyendo incomprensión de la señora, está en realidad encubriendo que es sopla-nucas o muerde-almohadas o que está depositando su energía en otra fémina, como para recuperar una etapa de su vida pasada por alto, o para demostrarse a esas alturas algún conflicto juvenil no resuelto, comienzan las mujeres, hartas de verse envejecer, a comprar joyas - porque es lo único en ellas que con toda certeza no va a adquirir arrugas, produciendo la consabida fascinación, por permanecer éstas, inalterables en el tiempo, exactamente al revés que quienes las portan- y empiezan asimismo, a padecer el síndrome del talabartero pret-a—porter (término aplicado a las prendas hechas en serie que están listas para llevar) que no es otra cosa que la urgencia irreprimible de acudir a un cirujano plástico, para que ante la aguadencia muscular y mental inevitable por la inactividad física, el mencionado prestidigitador - les haga un poco de: calafateo en las junturas (ya sabemos cuáles) ya muy separadas; pretinas de menor talla; la colocación interna de unos resortes delgaditos que circunden los muslos a la altura de las ingles y sean atorados en los hombros como tirantes, para ir sosteniendo las petacas a una mayor elevación; cuñas y palancas por diversas partes de la anatomía; pinzas que disminuyan volumen y den forma; inyecciones de silicones en el labio superior que den la impresión, tan socorrida, de pertenecer a la familia del pez gato chupador; una nariz tan respingada por la cual el interlocutor vea pasar las ideas, un restiramiento de ojos, para quitar la sensación de estar viendo el fundillo de una gallina, entre algunas de las guarniciones practicadas hoy en día con el fin de recuperar la tan ansiada relación, como si una aderezada pudiera componer las fallas, las carencias, las ignorancias.

    Ya estábamos en pleno intercambio de puntos de vista cuando the plastic woman, me dijo, de lo más evolutadora (cuando alguien hace algo que no viene al caso, pero que se cree muy ad-hoc): Mira, yo sé todo sobre los hombres.

    La aseveración me fascinó. Quería que me contara su vida.

    Y así empezó: "Los machos mexicanos le hacen igualito que como un día vi a un gato hacerle a un ratón: El que por desgracia tenía en su destino ser cazado, se ponía a merced de los instintos destructores del felino. Cuando el ratón trataba de hacer algo, el gato lo detenía por la cola con su garra. Este pobre debía entonces quedarse bien quietecito, pues viéndose torpe, satisfacía las inclinaciones del gato a sentirse vencedor, de ahí que su diversión no consistía sólo en comérselo, sino en ¡hacerlo sufrir!

    El disfrute del minino iba en proporción a la agilidad y destreza del ratón. Si le tocaba uno viejo que no oponía mucha resistencia, lo dejaba ir o se lo merendaba y ya, pero en la medida en que el mur le ofrecía mayor reto, jugaba más entretenido con él. Me daba la impresión de que el gato le decía: estáte sin mover, porque a lo mejor te perdono la vida, pero si te mueves, te mato.

    ¡No había modo! el gusto estaba en torturarlo, en matarle lentamente, en despojarlo de sí mismo, minuto a minuto.

    Este género de hombres es así, me decía arqueando las cejas y fumando un cigarro como una auténtica femme fatal. Entre más atributos tiene una mujer, el ego del inseguro se hincha tanto más, si logra someter a ese espécimen, que cualquiera diría trae un tapón por donde te platiqué, impidiéndole desinflarse, por eso de que entre más chicho el vencido pues ¡más chingón el vencedor!

    Quieren conservar al trofeo de su fuerza, al testigo viviente y sufriente de haber podido contra una víctima que en el fondo cumplía con su ideal. ¡Qué absurdo y triste destino quiere dársele a una persona que supuestamente debía amarse!, dijo poniéndose las manos en los ojos como si fuera a chillar, pero sólo los estaba apretando en un ademán de actriz de los años 40. Era el clásico estereotipo de la mujer que se vive a sí misma profundamente dramática al estilo Barbara Stanwyck.

    Los hombres son unos pretensiosos por eso hacen el juego de te traigo finto, te traigo finto, acabó, perdiendo un poco la tónica manejada hasta entonces. Todos son ¡unos misóginos! gritó con rabia.

    No todos, también hay los que no te quieren traer finta, como el que acabo de conocer, dije yo dirigiéndome a mi amiga Mariana, queriendo platicar mi rollo:

    Figúrate que acabo de ir una oficina de gobierno porque me expropiaron un terreno en el Ajusco, ya ves que este es el único país en el mundo en que se premia a los invasores con la regularización, y no puedes creer lo que me sucedió, me recibió el chipocludo, de esos tan importantes que hasta salen en el periódico, y al cual he visto por primera vez, y me ha dicho que tan pronto como se pudiera me lo pagaban, porque aunque era una concesión difícil de obtener, él podía. ¿Lo puedes creer? ¡Qué tal suerte la mía! Así es que ya ves que no todos te quieren dar en la torre.

    Ja, ¡qué va, qué inocente eres! me contestó la rubia, ese que te dijo eso - cabeceó riéndose sarcásticamente, jalando la boca hacia un lado y tirándome la ceniza encima-, ¡es un eyaculador prematuro!

    ¡¿Que qué?! le respondí, no sabiendo bien de dónde había sacado eso ni qué tenía que ver.

    ¡Claro!, no me vas a decir que no sabes que la conducta es única, entonces se porta en la oficina igual que como se portaría en la intimidad. Nadie cambia de cerebro por variar de ubicación, ¿verdad?. Si apenas llegaste te quiso dar todo de un jalón, ese, ese viejo no te va a dar nada. Luego, se te va hasta a esconder y no te va ni a contestar el teléfono, —me aclaraba mientras gesticulaba con las manos-, no te quiere dar el placer de que tengas ese pago, hombre, nada más quiere, primero, oírse a si mismo que solo él puede y después hacerte creer que tu placer, gracias a él, va a ser tremendo. Por eso solo puedes lograr algo hasta que un hombre realmente fuerte esté en el puesto, solo los verdaderos machos si acaban dándole a uno pa´ sus tunas, terminó en un tono que asociaba yo a María Félix.

    ¡Ah, caray!, pues tú si estás picuda, le dije sin saber yo misma en qué sentido se lo

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