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Los Siete Matices De La Culpa
Los Siete Matices De La Culpa
Los Siete Matices De La Culpa
Libro electrónico197 páginas2 horas

Los Siete Matices De La Culpa

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Información de este libro electrónico

Este relato simblico narra las vidas de Charlotte y Jack, dos de las miles de vctimas de la intolerancia religiosa, quienes huyendo de la intransigencia que reina en sus planetas natales, llegan a una regin acosada por fantasmas. Los guerreros fantasmas representan los errores y recuerdos de un pasado doloroso. Las culpas y las prdidas, convertidas en obsesin, toman la forma de fantasmas interiores que crean un mundo amenazador que empuja a la muerte.

Frente a las prdidas, ni siquiera un taxidermista, que diseca y guarda un evento pasado, puede dar vida a lo que ya ha dejado de ser. Slo la fantasa ofrece un refugio ante la destruccin caprichosa de la muerte. Tratando de permanecer a cualquier precio en el mundo irreal de los recuerdos, la mente se torna borrosa, distorsionada y se convierte en una trampa.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento15 jun 2015
ISBN9781506505909
Los Siete Matices De La Culpa
Autor

Julio Martínez

Sergio I. Carrera and Julio Csar Martnez Romero studied screenwriting at the General Society of Writers of Mexico (SOGEM). Sergio holds a degree in Psychology. He studied Method Acting and he has attended directing, production and filmmaking workshops. Julio is an academic assistant at the National University of Mexico (UNAM) and professor of Differential Equations at the Undergraduate Program on Genomic Sciences. He has taught mathematics since 1985.

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    Los Siete Matices De La Culpa - Julio Martínez

    Copyright © 2015 por Sergio I. Carrera; Julio César Martínez Romero.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2015909207

    ISBN:   Tapa Dura                 978-1-5065-0589-3

                 Tapa Blanda             978-1-5065-0591-6

                 Libro Electrónico   978-1-5065-0590-9

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 11/06/2015

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    717401

    ÍNDICE

    Capítulo 1 Rojo

    Capítulo 2 Naranja

    Capítulo 3 Amarillo

    Capítulo 4 Verde

    Capítulo 5 Azul

    Capítulo 6 Índigo

    Capítulo 7 Violeta

    Los autores agradecen a Gilles Figuier-Huttin y a Ismael Álvarez León por sus valiosos comentarios.

    Los modelos en la portada son Noelle Ann Mabry y Gilles Figuier-Huttin.

    La fotografía de la portada fue tomada por Ron Polk.

    CAPÍTULO 1

    Rojo

    I

    -Cuando un zorro entra en un gallinero, lo embarga un frenesí asesino ante los aleteos confusos de las gallinas, y como ellas no pueden escapar porque están confinadas, las mata a todas. El único desenlace predecible es una masacre. En nuestro caso, ¿vamos a esperar a que nos aniquilen, Ludwig? ¿Por qué no nos hemos ido? ¿Por qué seguimos arriesgando nuestras vidas y la de Charlotte? Cuando la invasión comience, la Alianza Conservadora nos asesinará a todos.

    Ludwig miraba a Helmut fijamente mientras lo escuchaba y se preguntaba cuántas veces tendrían que repetir los mismos argumentos. ¿Qué necesitaba Helmut para convencerse de que no habría invasión?

    -Por favor, Helmut, no vamos a tener la misma discusión de siempre.

    -¿Por qué no me escuchas?

    -No habrá invasión, Helmut. No habrá masacre. La Alianza Conservadora no nos va a exterminar como gallinas. El Frente Progresista jamás lo permitirá. No dejará que los conservadores se apoderen del Planeta de Origen. Nuestro planeta representa a toda la humanidad, quien lo controle tendrá el poder.

    -El Planeta de Origen es un símbolo muy importante, pero no tiene valor estratégico. Es demasiado costoso defender un planeta. Es muy diferente la situación con las ciudades espaciales: quien tenga el control sobre ellas será quien gane la guerra.

    -La guerra no se ganará exclusivamente con estrategias militares. En la mente de todos, el Planeta de Origen es el símbolo de la victoria. Ceder el planeta sería admitir la derrota. No habrá invasión, puedes estar seguro.

    -Quisiera que tuvieras razón y yo estar completamente equivocado, pero mucho me temo que la invasión es inminente.

    -Helmut, si no salgo en este momento, llegaré tarde con Charlotte al jardín de niños-Ludwig levantó a Charlotte de su sillita en la que había desayunado, ella se colgó de su costado como si fuera un bebé koala. Mientras seguía hablando, Ludwig caminó hacia la puerta del departamento que los tres compartían-. Hoy tendré mucho trabajo. Ayer llegó al Centro de Procesamiento de Sueños un lote con cientos de pesadillas. ¿Te imaginas? Adivina cuántas de esas pesadillas me toca procesar… ¡Todas! Y son enteramente de adolescentes, ¿puedes creerlo? Mientras el resto de los empleados toman café y platican, yo tengo muchísimo trabajo, ¿sabes por qué?, porque los adolescentes están angustiados por la inexistente invasión. Sólo ustedes, los muy jóvenes, creen que la Alianza Conservadora nos invadirá. Los adolescentes se preocupan, tienen pesadillas, y como yo soy el único especializado en ese grupo de edad, a mí me toca ayudarlos a procesar toda su angustia. Ludwig salió del departamento y cerró la puerta tras de sí.

    II

    Ludwig llegaba al Laboratorio de Análisis de Sueños cuando sonó su teléfono. Como si no fuera suficiente el trabajo que tenía por delante, Helmut insistía en quitarle el tiempo y acosarlo con sus preocupaciones. La invasión se estaba convirtiendo en una obsesión para su joven compañero.

    -Ludwig, acaban de avisar que la invasión comenzó. En este momento voy hacia el jardín de niños por Charlotte. Te veré en el puerto. Voy a preparar el Horus para partir. En cuanto llegues nos iremos.

    Ludwig miró incrédulo las pantallas que había por todas las paredes del Centro de Procesamiento de Sueños. Todas las transmisiones habían sido interrumpidas. Helmut tenía razón, la invasión había comenzado.

    III

    Miles de naves salían simultáneamente del Planeta de Origen hacia ciudades espaciales cercanas que estuvieran bajo el control del Frente Progresista. A la distancia, las enormes naves de la Alianza Conservadora descendían hacia el planeta. Su objetivo principal no era destruir a los fugitivos; al parecer, simplemente lo hacían por protocolo. Alrededor del Horus, otras naves explotaban en el espacio. Helmut era un piloto muy hábil, evitaba los escombros de las naves averiadas y los proyectiles que, por decenas, salían disparados de los buques de guerra de los conservadores.

    Después de haber esquivado un sinnúmero de escombros y disparos, por fin alcanzaron la órbita. En ese momento, un escuadrón de naves enemigas cambió su rumbo y se dirigió hacia ellos.

    -Ludwig, corre a la torreta, necesitamos ponernos en posición para poder alcanzar velocidad luz y escapar.- Ludwig comenzó a disparar contra las naves y alcanzó a dos antes de recibir un disparo de la nave alfa, la más grande. El Horus se cimbró en toda su extensión.

    - No lo lograremos, Helmut. - Ludwig estaba preocupado.

    –¡Claro que sí! Concentra la energía del escudo en el frente de la nave.

    -Pero eso descubrirá nuestra retaguardia.

    - Ludwig, por favor haz caso, no hay tiempo para tener dudas.

    Helmut cambió la dirección de su nave y se dirigió en forma suicida a impactarse contra la enorme nave nodriza de la Alianza Conservadora. Todas las naves del enemigo los siguieron de inmediato. La nave nodriza comenzó a disparar en su dirección. El Horus se encontraba entre dos fuegos. Por la vanguardia llegaban los proyectiles de la nave nodriza. Por la retaguardia la nave alfa y un escuadrón de naves enemigas los atacaban.

    Helmut esquivaba los disparos girando y cambiando de posición. Los proyectiles de la nave nodriza dieron en varias naves que los seguían, hasta que éstas prefirieron dispersarse, sin embargo, la nave alfa continuó persiguiéndolos. Un misil de la nave nodriza se estrelló de frente contra el Horus, pero el escudo soportó el impacto. A punto de chocar contra la nave nodriza, Helmut dio la vuelta hacia una de las turbinas de la madre nodriza y pasó por un hueco entre la turbina y el ala. La nave alfa intentó hacer lo mismo, pero se estrelló contra la turbina de la nave nodriza.

    - Bien hecho, Helmut.

    Helmut condujo el Horus por detrás de la nave nodriza, activó el propulsor que los acercaría a la velocidad luz, y salieron disparados hacia el infinito sin volver la vista atrás. Nunca supieron que el daño que infligieron a la nave nodriza fue suficiente para iniciar una reacción en cadena que la hizo estallar en mil pedazos. De este modo, habían sido ellos quienes habían retrasado la invasión. No obstante, ellos nunca se enteraron de que, si en lugar de huir hubieran regresado al planeta de origen, habrían sido recibidos como héroes y así habrían sido recordados. Como nunca regresaron, la única evidencia de su hazaña eran las imágenes satelitales que mostraban una pequeña nave que había aniquilado al gigante, tal como lo había hecho David con Goliat. Las imágenes de los héroes anónimos se difundieron por todo el Planeta de Origen.

    IV

    Valchónak corría y saltaba ágilmente formando un círculo cuyo centro era Iván. Parecía un relámpago gris amarillento. Sus largas patas casi no dejaban huellas sobre la nieve. Iván daba vueltas sobre sus piernas mientras hacía girar un conejo de peluche en el extremo de una cuerda. Era el conejo lo que el lobo Valchónak quería atrapar. El niño reía cada vez que su mascota saltaba tratando de alcanzar el conejo y no lo lograba. A sus diez años Iván era muy alto, su piel era color avellana y su cabello era profundamente negro, al igual que sus cejas, pestañas y ojos. Era muy delgado y parecía una criatura irreal, como un personaje de Las mil y una noches.

    Detrás de las colinas se escuchó un rumor, como un motor que se acercaba. Valchónak dejó de correr y volteó apuntando las orejas en dirección del ruido. Cualquier otro lobo en tal situación se habría alejado pero, fatídicamente, ese día Valchónak, en lugar de asustarse, corrió velozmente hacia el sonido y desapareció detrás de una colina. Iván trató de seguirlo. Para él, moverse sobre la nieve fresca era difícil, y aunque las huellas de Valchónak eran visibles y fáciles de seguir, el lobo ya estaba fuera de su vista.

    V

    Ana Nikolayevna era tan delicada y ligera que parecía flotar mientras bailaba sobre sus pies desnudos en la cabaña. Su piel era muy pálida y contrastaba con el color negro de su largo cabello, sus dulces ojos y sus espesas cejas. Su vestido -también negro- entallado desde el cuello a la cintura, pero suelto hasta sus pantorrillas, dejaba ver sus blancos muslos al girar, mientras que unas largas mangas cubrían sus brazos hasta las muñecas. Bailaba y cantaba Tan solo un corazón solitario, que Chaikovski había compuesto para el poema de Lev Mei.

    Ana giraba sobre sus pies perfectos en la penumbra de la cabaña, como si fuera un ser sobrenatural. Un caldero negro descansaba sobre brasas que lo calentaban y que iluminaban la habitación, mientras el humo rojizo ascendía hacia el tiro de la chimenea.

    Ana bailaba y cantaba pero también lloraba. Gruesas lágrimas brotaban de sus ojos. Sobre una mesa de madera de color oscuro había varios objetos: una larga cuchara de palo, una jarra llena de agua, un frasco de vidrio color verde y tres montículos de polvos, granos o cristales. La primera pila, la más pequeña, era de gránulos color negro; la segunda, un poco más grande, consistía en hojuelas de color rojo intenso; la tercera, que era la mayor de todas, parecía formada de cubos transparentes. Un conejo de gran tamaño, desollado, desmembrado y sanguinolento, parecía reprochar desde la mirada ciega de sus ojos muertos el horror de su muerte ya consumada. Yacía, en un charco de su propia sangre, dentro de una charola de aluminio reluciente como plata recién bruñida, junto a un cuchillo afilado.

    Ana dejó de bailar pero no de cantar. Finalmente había conseguido contener las lágrimas. Se acercó a la

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