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El Universo De Piedra
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Libro electrónico238 páginas3 horas

El Universo De Piedra

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EL UNIVERSO DE PIEDRA
(Resumen de la Contracubierta
Por Julin Portal Font)
No. de Identificacin para Palibrlio: 575663

Con El Universo de Piedra, no me propuse una novela de aventuras dirigida al mundo adolescente. Tampoco, describir unas amenidades que no estuviesen ajenas a la curiosidad juvenil, y an, infantil. Como menos, enaltecer los gustos de la literatura para adultos, sin dejar de desearlo. Soy un ferviente creyente de que el mundo en que habitamos, es de todos quienes estamos en l, an, de esas criaturas que para muchos humanos resultan repulsivas y que, sin embargo, tambin sus territorios estaban destinados entre todos, no importara el lugar geogrfico que eligieran como su hogar.
La diversidad pues, es la prodigalidad recurrente de la Naturaleza, que se refleja como condicin particular en el espacio asignado a cada uno de nosotros (criaturas de este mundo), a expensas de los pormenores, acciones, hechos y sucesos aleatorios, promovidos por leyes universales irreversibles.
Nada es ms importante a una liblula; como el humano menos significante a las nieves del Everest. Y ni que decir de ese inhspito orbe bacteriano: acechante e imperturbable en su modus vivendi heroico.
Pero la roca simple, trasciende por sobre toda la fortaleza de la variabilidad. Deviene como la pureza misma de la dignidad existencial, en la cual, mltiples millones de seres se acogen a ella. La piedra no sera el mineral sideral presente, sino el Universo mismo, tardo y futuro.
Mirndolo as, en la visin limpia de la desnudez, descubrimos que la ignorancia es como la roca. A fin de cuentas, sera la ignorancia, a mi juicio, el principio esencial y bsico para incorporar todo lo desconocido, inestable e inslito que se pueda abarcar en su Universo.
Por eso, los nios de mi historia son como la piedra: apacible, incauta y desnuda. Y como ella, deambulan buscando trascender la catica heterogeneidad de su absoluta ignorancia.
J.P.F.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento6 mar 2014
ISBN9781463378189
El Universo De Piedra
Autor

Julián Portal Font

RESEÑA BIOGRÁFICA: JULIÁN PORTAL FONT. 1941 Yaguajay, Cuba. Estudió dibujo y pintura en la Escuela Nacional de Artes de su país. Como escritor, en junio de 1965 con la obra El Viejo Lao, ganó el primer premio de cuentos de La Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Tres años más tarde, en el también concurso anual de literatura de la UNEAC, obtiene mención en teatro con la pieza: Los Delegados Llegan al Amanecer. A pesar de muchos años de ausencia en los medios literarios, no por ello este autor ha dejado de escribir. Inéditas se encuentran: El Amor de los Otros (novela), El Milagro de los Elefantes (novela), Viajes de Yiya (Relatos para jóvenes y niños). Este último, finalista en el concurso de literatura del Instituto de Cultura del Perú, 1994), El Cesto de las Pelotas (cuentos para niños) El Pulpo Mágico (Cuento para jóvenes y niños). Cuando el Miedo Termina (Relato largo). Algunos de sus trabajos: poemas, cuentos y artículos periodísticos, han aparecido en publicaciones de Cuba, México y Estados Unidos. Nacionalizado estadounidense, reside entre las ciudades de Miami y Mérida (Yu. Méx.), donde vive junto a su familia.

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    El Universo De Piedra - Julián Portal Font

    Copyright © 2014 por Julián Portal Font.

    © Cubierta e Ilustraciones: Julián Portal Font

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 21/04/2015

    Palibrio

    1663 Liberty Drive, Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    ÍNDICE

    1

    2

    3

    4

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    6

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    8

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    J ULIÁN PORTAL FONT. 1941 Yaguajay, Cuba. Estudió dibujo y pintura en la Escuela Nacional de Artes de su país. Como escritor, en junio de 1965 con la obra El Viejo Lao, ganó el primer premio de cuentos de La Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Tres años más tarde, en el también concurso anual de literatura de la UNEAC, obtiene mención en teatro con la pieza: Los Delegados Llegan al Amanecer. A pesar de muchos años de ausencia en los medios literarios, no por ello este autor ha dejado de escribir. Inéditas se encuentran: El Amor de los Otros (novela), El Milagro de los Elefantes (novela), Viajes de Yiya (Relatos para jóvenes y niños). Este último, finalista en el concurso de literatura del Instituto de Cultura del Perú, 1994), El Cesto de las Pelotas (cuentos para niños) El Pulpo Mágico (Cuento para jóvenes y niños). Cuando el Miedo Termina (Relato largo). Algunos de sus trabajos: poemas, cuentos y artículos periodísticos, han aparecido en publicaciones de Cuba, México y Estados Unidos. Nacionalizado estadounidense, reside entre las ciudades de Miami y Mérida (Yu. Méx.), donde vive junto a su familia.

    EL UNIVERSO DE PIEDRA

    Novela (Sinopsis)

    Por: Julián Portal Font

    Al, refutó emitiendo un resuello de impaciencia.

    – ¡No haré nada de eso! – admitió.

    – ¿Me lo prometes?

    ¡Vaya! ¡Conque es una empedernida desconfiada!

    Se dijo él por lo bajo. Pero prefirió ser consecuente con el pedido.

    – ¡Te lo prometo!

    En resumidas, una oculta curiosidad en Al persistía por tenerla ante sus ojos. Le apuraba poner en claro otras dudas: saber como estaría ella vestida, si con ropas sencillas, humildes o de rico aspecto. Acaso, si estaría uniformada al estilo de una girl scouts. De tal manera, daría por terminada la incógnita sobre su total apariencia, y de paso, enterarse si una completa soledad regía en su andar por aquellos parajes, cosa que él no lo creía del todo.

    No dando por terminadas sus conjeturas, observó como la cabeza de la niña, presurosamente se escurría desde el punto donde se hallaba, efectuando un rodeo haciendo sacudir los arbustos a su paso. De inmediato, emergió por otro ángulo del pequeño claro, yendo de frente al encuentro del muchacho.

    Su acto de presencia, culminaba la exhaustiva y resuelta visión, tal y cual, la chica, encarnaba en la totalidad de su cuerpo. No mostraba sonrojos y ni siquiera un asomo de temor o vergüenza manchaba su figura. Tampoco, forma alguna de deformidades se destacaba en su presencia. El relumbrante dibujo de una graciosa sonrisa, hacía realces en el espléndido y saludable semblante de la infanta, detenida a pocos pasos frente al muchacho. Estaba completamente desnuda de cabeza a los pies.

    A la memoria de Reinaldo Bragado Bretaña.

    Quien me pidiera muchas veces que completara

    Esta historia.

    "Me prometo que, cuando sea mayor, no

    Olvidaré que a los cinco años se es un

    Individuo completo."

    SIMONE DE BEAUVOIR

    (Memorias de una Joven Formal)

    1

    A L se detuvo, dejó la bicicleta a pocos pasos de su alcance y se dejó caer sobre la hierba. Abrumado por un terrible cansancio, procuraba el alivio a golpes de angustiosos reclamos de respiración. Le urgía hacer llegar el oxígeno vital a sus pulmones, cosa de recuperar cuanto antes las energías perdidas. Su escueto cuerpo transpiraba a raudales, mientras el desaliento y la ira le aguijoneaban el alma con odiosa aprehensión.

    Acogido tras un espléndido domingo de verano, todos los buenos momentos celebrados con su grupo de amigos, para el muchacho culminaría en una insólita odisea, al punto de cobrar la primera catástrofe de sus experiencias.

    Todo ocurriría, justo al término de la maravillosa excursión emprendida con aquellos otros. Compartieron armoniosamente, hasta esos instantes de ser sus leales y fervorosos camaradas de ruta; cuando no asomaba aún las inconsecuentes y rencorosas impugnaciones de verdaderos adversarios: altivos, autoritarios. Provistos de porfías y odiosos resquemores en contra suya, que el grupo entero desplegara.

    De regreso a casa sin Al haberlo deseado, todo para su asombro cambió en tensiones y regañinas. De nada le sirvieron las súplicas a no ser para hacerle blanco de recriminaciones y de buenas dosis de abucheos, con tal de ridiculizarle. Le resultó tan humillante aquel engorro, que sentía el fracaso en su corazón como una nuez comprimida en el fondo de un pozo.

    Sumido ahora frente a la realidad de sí propio, aunque se supiera dueño de su absoluta voluntad, el muchacho sabía que enfrentaba la dura prueba de seguir a solas el camino.

    En un amago de hidalguía, a pesar del descalabro, trataba por infringirse ánimos positivos. Concibió echar a un lado la desventaja de su personal tragedia y apostar por la pronta recuperación. Sabía que necesitaba reconquistar los bríos de su auto estima y la probidad de su destreza, sintiendo sobre sí la inconveniencia del tiempo. Le priorizaba el ímpetu de velocidad que debía imprimir en la bicicleta, ya que no sería nada bueno quedar muy alejado de los otros. Creyó que una vez de retomar nuevos aires, daría por hecho reencontrarse con su nivel de avance.

    A un costado de la ruta, sobre la cresta más elevada de la cuneta; rodeado por columnas de árboles, carrizos y tupidos arbustos, Al alzó sus ojos nublados por los sollozos para mirar hacia el sendero por donde el grupo se alejaba. Trillaban la última etapa del viaje, cuya dirección desembocaba en un terraplén que los librarían del bosque y los dispararían hacia el hogar.

    En medio del tenue zumbido del viento, punzantes como azotes contra su vergüenza, lograba el jovenzuelo escuchar el eco de las carcajadas y mofas gastadas a su costa. Pero a pesar del desaliento que le embargaba por aquel comportamiento, no se permitió rendir concesiones ventajosas en favor suyo. En lo hondo de su ser, reconocía con sincero pesar no haber estado consciente de los alcances de sus sorprendentes limitaciones; cuando decidió enrolarse en aquel tipo de aventura, unido a un equipo de doce muchachos en sus bicicletas; sobre todo, al verse atrapados frente a la urgencia de llegar pronto a casa.

    La ecuación era simple: no dar lugar a posibles castigos, advertidos por sus mayores en cuanto al margen de horas asignadas para el regreso. Por lo tanto, al grueso del grupo, incluido Al mismo, retornar les hubo de suscitar una inminencia impostergable; por lo que dio en desplegarse una enfebrecida carrera para lograrlo.

    Reclamó todo lo que pudo él de su menuda anatomía. Trató por mantener a flote los presupuestos físicos y lo máximo de su equilibrio emocional. Tenía a su favor los tramos más arduos en millas dejadas atrás, pero había experimentado la mayor de las adversidades al presentir su disminución. Persuadido de la agobiante destreza demostrada, al final, las dolencias del camino terminaron por descarrilar su esfuerzo. Sin desearlo, luchando contra sí, no tuvo otra alternativa que de rogar porque se hiciera un alto a manera de tomar aire.

    Para su sorpresa, ante la sugerencia, el resto accedió debido a que todos estaban igualmente muy fatigados. Sin embargo, unánimemente la tropa acordó no detenerse si él se atrevía a solicitarlo una vez más, y para desgracia de Al, ese otro momento ocurrió.

    A regañadientes, el muchacho también reconocía que sus años y piernas no habían madurado lo suficiente, al menos como para haber incurrido en una salida tan audaz con estos pillos del vecindario. A la edad de sus escasos 9, nada estaba debidamente ilustrado en su favor, como para prevenirle de percances semejante al que estaba atravesando. No obstante, ahora abandonado a su suerte, ya podía tomarse un necesario descanso a toda holgura, a pesar del agravio. Pensaba que a más tardar, cuando lo estimase oportuno, seguiría su propia marcha, libre del odioso desplante de una compañía que se había tornado tan irreverente.

    Como quiera, desde horas tempranas que se iniciara el paseo, él y los demás chicos se habían comprometido en esa atrevida facultad de medir sus destrezas y retos. Acordaron por dejar de lado los escenarios repetidos de sus barriadas y proveerse un cierto amago de adultez: considerarse libres y exultantes como caballeros vencedores.

    ¡Pasear y nadar desnudos en un riachuelo ocasional! ¡Solazarse al embrujo, dulce, de floridos almendros y prodigiosas hortenses! Descender colinas; atravesar bosquecillos; sembradíos, o deslumbrarse con escuadras de majestuosos equinos: todo un caudal de emociones novicias, que mantuvo al tropel de muchachos ausentes de los apremios y rigor diario de sus modestos vecindarios. Las clases comenzarían a la semana siguiente, y despedir el verano con un toque de excepción; ajeno a viajes a Disney o veraneos en exuberantes tours, había sido realmente gratificante.

    Al, saboreaba las remembranzas de estas peripecias con la honda satisfacción de reconocerse un insigne protagonista. Lo que marcaría un punto de referencia esencial, ante los albores de su adultez.

    Tendido de espaldas sobre la hierba, Al echó a un lado su casco protector de cabeza, y contempló por sobre los pinos que bordeaba el camino, el lento desplazamiento de las nubes en lo alto. En agitados impulsos de sus pulmones, inspiraba con fuerza el aire, intentando infringirse vitales soplos de energías; convencido de proseguir la marcha cuanto antes.

    Aún del malestar ocasionado por la fatiga, deseaba deshacerse de las iniquidades de su desasosiego. Más aún, cuando ya experimentaba relajar sus sentidos y reordenar el sostén de su espíritu. Hacía por convencerse que quizás, en pocos minutos, desplazaría de su mente el mal humor y el agobio de la distancia, una vez que retomara el camino y echara por tierra todo lo funesto. Adujo, que lo sucedido acabaría como desechos en el rincón de los malos recuerdos.

    Apretando la cantimplora en una de sus manos y contra su pecho, Al no pretendía concederse al azar con tal de hallar un residuo de agua que llevarse a la garganta. Un sorbo, por muy escaso que fuera, lo recibiría con la gratuidad de poner punto final a sus aprehensiones. No obstante, cuando destapó el recipiente e intentó beber, únicamente encontró una humedad socarrona en la punta de la lengua, que le dejaría aún más sediento.

    Fue tal la frustración y la humillación del fracaso, que lanzó la cantimplora con tal fuerza hacia su bicicleta, cobrando ésta contra los hierros un impacto de rebote, dirigido a igual velocidad hacia su cabeza.

    Hábil de reflejos, Al esquivó el bólido que se le venía encima; notando como aquello chocaba contra el tronco de un sicomoro y volvía hacia él de carambola, donde felizmente la pudo atrapar similar a un engarce estilo béisbol.

    Este vertiginoso incidente y de tan particular maniobra, el muchacho lo consideró tan nocivo, sospesando si de haber sido golpeado por el recipiente, quizás ahora estaría fulminado allí a como lo sería ante uno de los knock-up de Tyson.

    ¡OH! ¡Shit! – bramó ofuscado.

    – ¡Ji, ji, ji, ji, ji…!

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    2

    T omado de sorpresa por aquella risa, Al súbitamente se irguió de su posición. Hizo volver apresurado el rostro en dirección de donde había surgido el sonido; siendo, justamente, detrás de un túmulo de arbustos y a pocos pasos de donde él se encontraba.

    Inmediatamente de apagarse el eco risueño, el silencio reinó nuevamente sin que nada presagiara la presencia de persona alguna por allí. Pese a todo, el joven observaba con marcada atención hacia el lugar indicado. No conseguía distinguir de quien podría tratarse la incógnita persona, a la vez que buscaba hacerse de respuestas concretas que dieran crédito a lo escuchado. Sin embargo, su confusión se le agolpaba notando que no ocurría nada parecido, salvo la presencia de los rumores del bosque.

    Sin querer verse preso ante ideas funestas, aun así, Al sentía darse sitio en su imaginación una fragor de intrigas. No estaba del todo seguro si habría sido verdadera presencia humana el trino de carcajadas, o si por el contrario, acaso un peculiar silbido del viento entre las ramas de los pinos, le hubiera distorsionado su parecer.

    Pero, sus propias deducciones obraban por desacreditarle, y más crecía su inquietud. Creía haber escuchado a alguien reírse tan nítidamente, que se le hacía imposible auto engañarse con otras sonoridades disuasivas de sus oídos.

    Poniéndose de pie, el muchacho presentía los segundos avanzar en colosales bloques de tiempo. Con algo de temeridad trataba por apaciguar su creciente incertidumbre; aunque persistiera en mantener los oídos alertas y la vista latente, cuando ya la realidad se le hacía insoportable.

    No llegando al punto crucial de atemorizarse por completo, optó por manejar positivamente sus dudas: quizás alguien conocido del pueblo estaría por detrás de aquellos ramajes.

    Se dijo empujado por la ilusión.

    O pueda que sea alguno de los jornaleros que viven cerca de casa… ¿Acaso, mis amigos intentando jugarme una de sus bromas?

    Al trataba por construirse una razón lenitiva.

    ¿Pero de qué manera? ¿Es imposible que esos truhanes puedan llegar por ese lado del bosque?

    Así, sin pretender coincidir en franco convencimiento por nuevas posibles, Al de pronto desechó, de plano, las evasivas de sus cándidas premoniciones. La fragilidad de cada supuesto, le puso de frente ante la realidad de su absoluta soledad. Reconoció que quienquiera sería el personaje de la risa, aquel no se dejaba ver, parapetado tras el cerco de altos y nutridos breñales. De modo que la prevención se le adueñó, dando por concluida cualquier otra variante.

    Le sobrevino el temor. La idea de hallarse ante un posible peligro, sacudió en el muchacho todos los resortes de su inmediata protección. Otra decisión, que no fuera la de largarse de allí cuanto antes, primó con urgencia en el estallido de su mente y acción.

    Tan ágil como lo haría un malabarista, a un tiempo, Al tomó su casco y la cantimplora; echando mano a la bicicleta decidido a recobrar la imperiosa habilidad de su destreza. Encaramado a toda prisa sobre el vehículo en punto de la huida, súbitamente, algo inesperado le salió a su encuentro.

    ¡No! ¡No te vayas por favor! le pidieron con prontitud.

    La persona que tenía ahora frente a él, sería como si una tapia de granito se hubiera alzado de improviso frente a su estupor; y que ésta, no solo le cerraba de golpes el camino, sino también su entendimiento.

    3

    S obrecogido, el muchacho se detuvo como si imaginarias fuerzas le sujetaran toda capacidad de ejecución. Apenas se permitía coordinar un juicio medianamente coherente, mientras la incertidumbre le cruzaba ingobernable por la mente. El sudor, ya contenido durante el reposo, recobraba ahora

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