TOFFEE, El Robot
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José Manuel Araquistain
José Manuel Araquistain Hernández (San Miguel de Allende, Guanajuato, 1983). Cirujano oftalmólogo, con alta especialidad en Retina. Casado con Ana Luisa, padre de José María, Tomás y Lourdes. Fue ante las peticiones de estos niños que empezó a contarles historias todas las noches, y, además de algunos clásicos, comenzó la relectura de Michael Ende, Roal Dahl y Rudyard Kipling, entre otros. Pero pronto las solicitudes se volvieron más precisas: «Papá, cuéntame un cuento sobre un robot»… Y así comenzaron las andanzas de Toffee.
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TOFFEE, El Robot - José Manuel Araquistain
Primera edición, 2018
© 2018, José Manuel Araquistain Hernández.
© 2018, Par Tres Editores, S.A. de C.V.
Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués,
Código Postal 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro.
www.par-tres.com
direccioneditorial@par-tres.com
ISBN de la obra 978-607-9374-96-9
Diseño de portada
© 2018, Tzintli Camacho.
Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes.
Impreso en México • Printed in Mexico
José Manuel Araquistain Hernández (San Miguel de Allende, Guanajuato, 1983). Cirujano oftalmólogo, con alta especialidad en Retina. Casado con Ana Luisa, padre de José María, Tomás y Lourdes. Fue ante las peticiones de estos niños que empezó a contarles historias todas las noches, y, además de algunos clásicos, comenzó la relectura de Michael Ende, Roal Dahl y Rudyard Kipling, entre otros.
Pero pronto las solicitudes se volvieron más precisas: «Papá, cuéntame un cuento sobre un robot»… Y así comenzaron las andanzas de Toffee.
Para TOmás,
JoseFEEto,
Luli y Ana Luisa.
Capítulo I
Toffee era pequeño, como del tamaño de un niño, con un reluciente cuerpo metálico delgado, sin una sola abolladura o un rayón visible, con unos curiosos y expresivos ojos esmeraldas que sobresalían como única protuberancia de su ovalada cabeza, en donde además había una pequeña rendija que le servía como boca.
Estaba solo dentro de una enorme bóveda. No sabía qué hacía ahí. Se despertó de un sueño y caminó para conocer el lugar: era grande, como si tomaras una pequeña granja y la taparas con una esfera por arriba; por un lado, había tres habitaciones junto a una cocina con una pequeña estufa, una mesa y cuatro sillas; por el otro, un invernadero descuidado que combinaba verduras frescas con otras echándose a perder. En el centro exacto del lugar, se encontraban unas escaleras que salían del suelo y, al acercarse, se podía ver un gran agujero oscuro y profundo. Toffee se asomó y sintió un poco de vértigo, por lo que siguió caminando hacia otro lado. Se acercó a los cuartos y probó en todas las camas. Sobre la última en la que se sentó, vio un brillo que llamó su atención: era una gran pastilla verde.
Tomó la pastilla entre sus manos, que eran unas grandes pero precisas pinzas, y se acercó la tableta a sus ojos, tanto que pudo leer un mensaje en ella: Cómeme. Así lo ordenaba la tableta. Entonces, por instinto y un poco por curiosidad, decidió tragársela.
Después de eso tuvo otro sueño. Como no tenía parpados, sus ojos seguían igual, pero la pequeña rendija que utilizaba para alimentarse había dibujado una pequeña sonrisa.
Si se pudiese ver el sueño de Toffee, descubriríamos a alguien como un hombre de ojos claros y pequeños, piel arrugada, barba rala y sonrisa abierta, que cuenta una historia:
Toffee… si estás viendo esto, debo empezar por disculparme, ya que borré tu memoria. Lo hice porque era más fácil que someternos ambos a un dolor innecesario, además quería protegerte un poco más de tiempo, pues verás que el mundo de afuera se convirtió en un lugar peligroso para alguien como tú.
Debes saber que mi nombre es Padre, pues ésa era la forma en la que Tilly y tú me llamaban. Como no existía nadie más en el mundo para llamarme de otra forma, es el nombre que prefiero.
Soy un hombre. Uno de los últimos, pues hace ochenta años comenzamos a enfermarnos y nuestra población bajó mucho. Hicimos muchos progresos, pero aun así, éste parecía que ya no era un mundo para nosotros.
Los robots tomaron la decisión de declararnos especie en peligro de extinción y para protegernos, nos encerraron en pequeñas comunidades, donde teníamos casi todo lo que necesitábamos.
En uno de estos refugios nací yo. Al tener unos padres que fueron forzados por los robots a preservar la especie, no tuve una crianza muy adecuada y fui un niño muy solitario.
El día de hoy debo tener cincuenta años. No soy viejo, pero supongo que los humanos ya no vivimos tanto como antes. En aquellos tiempos del refugio, aprendí cómo ser un científico y me dediqué al conocimiento, el cual me permitió darles esta vida a Tilly y a ti.
Con el tiempo, los robots empezaron a tener problemas también. El metal empezó a escasear y como este era su alimento, tuvieron que abandonarnos para buscar sobrevivir.
Los robots más grandes empezaron a devorar a los más pequeños, pero aun así no duraron mucho tiempo más. Aún debe de haber algunos robots caminando por la Tierra; ten cuidado con ellos.
Cuando se fueron los robots, algunos de nosotros nos quedamos en la comodidad del refugio, y otros salieron a recorrer el mundo. Nunca más supe de ellos.
Hace un tiempo enfermé y sabía que sin medicinas, no pasaría mucho tiempo antes de que muriera, por lo que decidí apurar mis preparativos. Pero Tilly, tu hermana, tuvo otra idea y salió en busca de una cura.
Tú, en cambio, te quedaste aquí para cuidarme y cuando sentí que mi muerte era inminente, te traicioné borrando tu memoria.
Pero ahora esta píldora verde te va a regresar todos tus recuerdos poco a poco. En cada sueño que tengas te vas a acordar de algo; habrá algunas cosas que serán intrascendentes y otras muy importantes; las habrá bellas y dolorosas por igual, hasta que recuerdes todo.
Antes de que salgas, no olvides que necesitas comer metal; además, aliméntate bien de lo que te da la Naturaleza, siempre sé agradecido y te pido que me ayudes a cumplir otra última voluntad: busca a Tilly, busca a tu hermana, por favor…
Capítulo II
Toffee parecía otro al despertar. Rápidamente y sin dudar un solo paso, se dirigió hasta un punto concreto de la bóveda. Embonó al mismo tiempo sus dos tenazas en orificios de la pared, giró uno a la derecha siete veces, al mismo tiempo que giraba el otro a la izquierda, dando cuatro vueltas, ambos a una gran velocidad.
Comenzó a escucharse un ruido raro y pesado, como si un viejo mecanismo se echara a andar, aun en contra de su voluntad, muy lentamente. Entonces, se abrió