Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Princesa con aroma a primavera
Princesa con aroma a primavera
Princesa con aroma a primavera
Libro electrónico681 páginas9 horas

Princesa con aroma a primavera

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

¿Qué probabilidad hay que un ángel llegue a tu vida y te ilumine con su esplendor?
Ninguna, es obvio. Aunque la historia podría revertirse y con otros aspectos.
Aline es testaruda y confrontativa, características que nada tienen que ver con un ser celestial. Tanto es así que juró partirle la cara al mismísimo hijo de los dueños de la academia donde practica danza, pero argumenta que no fue un buen día, menos después de enterarse que su madre se puso en pareja con un hombre que amenaza la integridad de su familia.
Los padres de Ben pensaron que fue buena idea dejarlo a cargo de todo y él, simplemente, acató las órdenes para no sentirse frustrado con su futuro incierto. En su primer día de gestión, la ranura de una puerta le permitió conocer a la verdadera belleza, la misma que le demostró que la rebeldía y la hermosura pueden ir de la mano.
Un cruce de palabras desafortunado, frases sarcásticas, gestos provocativos y sentimientos que procuran mantenerse en secreto ¿Qué no podría salir mal?
Aline es un desafío con un rostro de princesa, suerte que Ben es un aventurero que no se inhibe con un simple no. Cualquiera que los ve dirá que no se soportan, sin embargo ella necesita ayuda y él  es el más indicado para salvarla de su infierno… ¿Podrá ella hacerle el mismo favor o habrá algo lo suficientemente fuerte para que esto no ocurra?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 jul 2021
ISBN9789932885640
Princesa con aroma a primavera

Relacionado con Princesa con aroma a primavera

Libros electrónicos relacionados

Comedia romántica para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Princesa con aroma a primavera

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Princesa con aroma a primavera - Abigail Cascas

    Capítulo 1

    Con el pie izquierdo

    Ben

    5 de octubre de 2009

    Bloqueo y desbloqueo el móvil esperando que mi padre llame diciéndome que vuelva a casa, que no tengo nada que hacer aquí. Pero eso no ocurre. Suspiro hondo y le hago una seña a mi amigo, Aitor, para que baje conmigo.

    Si bien uno a los veintiún años ya tiene más o menos claro lo que tiene en mente en torno al futuro, no es mi caso. Dejar dos carreras al comienzo tras pensar que no eran las indicadas solo me frustró, dejándome así sin ganas de tocar un libro nuevamente. Entonces fue allí donde a mis padres se le ocurrió la grandiosa idea de dejarme a cargo del estudio de danza que poseen.

    Querrán que embargue todo, pensé en su momento.

    Después fueron aclarándome que necesitan vacaciones, que un descanso no les vendrá mal y aprovecharán el hecho de que yo no tengo nada para hacer. Sí, tienen razón, pero tampoco pueden dejarme semejante responsabilidad durante un mes... ¡Un mes!

    —Creo que voy a venir seguido contigo — dice Aitor mirando a las chicas que salen.

    Es un instituto gigante, el cual cuenta con más de cinco salas de ensayos —o cómo se diga—, y una diversidad de danzas que impacta.

    No es algo nuevo en el lugar, de hecho ya lleva aquí unos treinta y pico de años gracias a los padres de mi madre, quienes lo fundaron porque sus hijas soñaban con poder bailar como Julio Boca o algo por el estilo. De allí en adelante vieron que el proyecto daría frutos y bueno, aquí estamos. Es una de las academias de danzas más prestigiosas de París.

    —Amigo... contrólate ¿Sí? —respondo en un tono cansino y avanzo hasta traspasar la puerta de entrada.

    Todas las jóvenes, de entre quince y diecinueve años, salen coloradas de tanta actividad física, sin embargo a algunas no les interesa su aspecto y se quedan visualizando las nuevas visitas en el lugar, mejor dicho, mi acompañante y yo.

    Seguimos con nuestro camino ignorando lo que ocurre a nuestro alrededor, o por lo menos yo.

    Llegamos a la recepción y como siempre está Béatrice, la amargada señora que nunca me cayó bien. Sueno como un joven adolescente caprichoso ¿No? Bueno, pues no se puede reaccionar de otra forma tratándose de esa mujer. Con su mirada odiosa sobre los lentes y los labios fruncidos cuando escrutinia a una persona basta para que te des cuenta que no es lo más agradable del mundo.

    —Buenas tardes —digo fuerte para que me dirija la mirada con rapidez, pero, como está en contra del sistema, tarda unos cuantos segundos en mirarme asqueada.

    —Buenas tardes, joven Dómine —responde. Su tono se asemeja al de una institutriz—. ¿Qué se le ofrece por estos lados?

    Es extraño que me encuentre en el establecimiento, jamás lo piso, a menos que fuera necesario y esas situaciones son nulas.

    —Creo que mi padre le informó que estará fuera de la ciudad un mes... ¿Cierto? — asiente levemente—. Bueno, pues me envió para que busque un par de cosas de su oficina y se las lleve. Además, estaré a cargo de todo.

    Tose falsamente y levanta sus lentes.

    —Ya lo sé. Los rumores transcurren rápido, joven Dómine.

    Cierro los ojos para suspirar y no responderle mal. No soporto que me llame así, como si se tratase de una juez de menores o

    algo por el estilo.

    —Al parecer. Entonces, si me permite, iré hacia la oficina.

    —El establecimiento es suyo —añade con rapidez y, antes de que pueda decir algo más, baja la mirada hacia su revista e ignora que aún seguimos allí.

    Inclino la cabeza hacia un lado, indicándole a mi amigo por dónde seguir.

    —¿No se dio cuenta que yo estaba ahí o qué? —pregunta molesto mientras se pone a mi lado.

    —Sí, se habrá dado cuenta, solo que ya es así.

    Oí una risa irónica de su parte y seguimos encaminados.

    Se escucha un tema de tango muy llamativo sobresaliendo de una de las salas. Lo miro a Aitor y puedo contemplar que a él también le llama la atención, pero, como dije anteriormente, no es tan sorprendente porque en esta institución se enseñan todos los ritmos habidos y por haber.

    Tratamos de ignorar ese hecho y seguir nuestro camino hacia la oficina de mi padre, no obstante me fue imposible al escuchar el grito del profesor de danza.

    —¡Paren, vamos a elongar primero!

    Para qué iba a darme la vuelta y mirar a mi amigo, si él ya está prestándole atención a la puerta entreabierta desde el primer segundo.

    Me acerco a él y bufo.

    —Hey, vamos. De seguro cuando salgan las verás — digo tratando de despegarlo de ahí.

    Por más que tenga veinte años, sigue pareciendo un adolescente de catorce que no puede estar sin ver unas piernas esplendorosas o un torso de muerte por dos segundos.

    Mi intento es inútil. No me da ni la más mínima importancia. No sé qué está visualizando, pero parece embobado, anonadado quizá. Me poso casi a su mismo ángulo para tratar de ver lo que él tiene frente a sus ojos y también quedo atónito.

    Una chica está estirando su pierna, haciendo que la punta del pie toque su cabeza.

    ¡Se va a romper algo!

    No sé cuánto tiempo nos detuvimos a mirarla, pero, de repente, la puerta se abre por completo y el profesor nos queda mirando en modo de regaño.

    —¿Ben? —pregunta y al analizar bien su rostro lo recuerdo.

    —¡Stefano! —respondo alegremente y abre sus brazos para que le tienda un gran abrazo.

    Stefano es uno de los profesores más antiguos de la academia, no es viejo, quizá tenga unos cuarenta y tantos años, pero en lo que se destaca es que sabe moverse genial. Al parecer ahora le ha tocado enseñar el tango, supongo que tendrá talento para ello. Más aún con su masculinidad sobresaliente que posee ese tipo de bailes.

    —Me alegra tanto verte ¿Cuánto ha pasado? ¿Cinco, seis años? —cuestiona después de separarse de mí.

    —Supongo que unos seis, casi siete ya —contesto y su mirada se dirige hacia Aitor—. Perdón por no presentar. Él es mi amigo Aitor. Aitor, él es Stefano, uno de los emblemas de esta academia.

    —Me halagas —añade antes de saludar a mi acompañante.

    En ese momento, en el cual no intervengo, me doy cuenta que todas las jóvenes nos están mirando con intriga. Algunas con deseo, para qué voy a mentir, pero la que casi se rompe algo, sigue en eso y ni siquiera nos dirige la mirada.

    Aprovecho la situación en la cual Stefano habla con Aitor, no sé de qué, y me acerco a ella. Las chicas a su alrededor abren el paso y no me quitan la mirada de encima.

    ¿Acaso la danza les da algún tipo de apetito sexual o extraño? Porque sus miradas parecen tan hambrientas.

    Finalmente me pongo frente a ella y antes de que pueda decirme algo o mirarme, hablo.

    —¿No te vas a romper nada haciendo eso? —pregunto con las manos en mi cadera.

    Rápidamente dirige su mirada hacia mí y puedo ver sus rasgados ojos marrones visualizándome con cierto ¿Odio? No sé, pero, más allá de eso, me quedo impactado por la belleza que

    posee. Es preciosa.

    —Si me iría a romper algo lo más probable es que no sea haciendo esto —contesta con una voz que se me hace muy melodiosa —. Además, tengo mucho tiempo trabajando en esto. Así que ¿Voy a romperme algo? La verdad que no, pero si podría romperte la cara de niño codicioso que tienes.

    ¿Pero qué mierda?

    —Tranquila, solo he preguntado si...

    —¿Pasa algo? —inquiere Stefano posándose mi lado.

    —Nada, solo que me distrae, Stef, y... hoy necesito concentrarme —responde con un tono más calmado.

    El profesor me mira y apoya su mano en mi hombro. Frunce el ceño cuando yo arqueo una ceja.

    —¿Qué has hecho? Acuérdate que te vi muy rebelde de pequeño —ríe al final y yo lo imito. La chica te voy a romper la cara, nos mira casi enfadada.

    —Solo le he preguntado si no se rompería algo haciendo eso —encojo mis hombros—. Creo que no ha tenido una buena mañana la princesa.

    —¡No soy ninguna princesa! —grita y doy un respingo. Ya se ha puesto de pie y puedo comprobar que es casi igual de alta que yo.

    Lleva puesto una camiseta de tirantes azulada que se ajusta bien a su plano abdomen y unos leggins negros que remarcan las excelentes piernas que parecía tener. Creo que no fui cauto al realizar ese escrutinio puesto que...

    —Deja de mirarme como si fuese un objeto en venta — alzo la mirada y me encuentro nuevamente con sus ojos cafés, los cuales ya se muestran más fríos.

    —Anda, hermosa. Sé que estás nerviosa, pero no canalices tus nervios con nosotros —le pide Stefano y ella bufa.

    No responde más y deja el espacio que ocupó cuando intercambiamos palabras. El profesor de la clase niega con la cabeza y pasa su brazo por mis hombros.

    —Solo déjala. A veces suele ser muy impulsiva, pero es excelente en esto —musita en mi oído y asiento.

    —Creo en tus palabras —respondo y me guiña un ojo.

    —¿Qué te trajo por aquí? —pregunta un poco más fuerte de lo que desearía, puesto que todas están mirándonos a la expectativa.

    —Bueno, yo... no sé si sabrás que mis padres se irán de vacaciones y me quedaré a cargo del estudio.

    —¿En serio? ¡Por Dios, se van a morir todas las estudiantes al tener aquí todos los días al hijo de los dueños! —exclama felizmente y logramos oír cómo se cae algo plástico.

    Aitor mira hacia nuestra izquierda, también miro hacia ese lugar y es la no me importa nada, me enojo con todo el mundo, quién deja caer su botella de agua.

    —¿Eres... eres hijo de los dueños del instituto? —cuestiona casi en un suspiro.

    Al parecer a cierta persona no le hace tanta gracia que sea yo quién quede a cargo del establecimiento. Sonrío divertido.

    Se me hace que la estadía en el lugar será muy reconfortante. Más que nunca estoy convencido de que quiero manejar el negocio familiar.

    Capítulo 2

    Nada puede salir peor

    Aline

    —Relativamente sí, soy hijo de los dueños —responde como quién no quiere la cosa.

    Si mi día ya ha sido lo más fatídico posible, esta es la gota que rebalsa el vaso. Me siento una completa estúpida de haber tratado mal a este... ser tan peculiar.

    Le dije que podía romperle la cara ¡A él! ¡Al hijo de los dueños de la institución!

    «No, no se lo dije»

    «Sí, sí lo hiciste y sin reparo»

    —Perdóname, en serio. No tenía la menor idea... yo… —bajo la mirada con cansancio.

    Ya he pasado mucho a tan pocas horas de haber comenzado el día, no quiero saber nada más.

    —No pasa nada. No te preocupes —contesta amigable.

    Creo que eso me irrita un poco, solo un poco, o sea ¿Por qué no se enoja y ya? Sería lo normal.

    —Ya, ya. Supongo que podrán arreglar esto después, tu presencia se hará constante aquí —le dice Stefano al joven. Bufo al oír sus palabras—. Y tú, corazón —se acerca a mí—. Deja de ser tan impulsiva. Sé que no es de tus mejores días pero... vamos.

    Simplemente asiento y me pongo en cuclillas para tomar la botella de agua que dejé caer cuando oí de quién se trataba. Debí haber parecido una dramática de novela.

    Pronto Stefano se vuelve hacia los dos jóvenes que entraron, los cuales no parecen hermanos, ni nada por el estilo.

    Guardo el recipiente y me uno a mis compañeras, quienes no pueden despegar la mirada de ellos. Eso es lo malo de ir a clases de danza con adolescentes, tienen alrededor de quince y diecisiete años, no les importa nada más que chicos y yo ya no soy así, o eso creo. Debo convivir unos meses más con esto, a los veinte ya podré ingresar a la clase de mayores y todo el revoloteo de hormonas terminará.

    —Es tan lindo... —murmura una y ruedo los ojos.

    A veces llego a pensar que no toleraría a ninguna persona de la raza masculina, más allá de las personas de mi familia y, por supuesto, el amor de mi vida que en algún momento debe llegar. Quién sabe cuándo.

    Me pego a Pilar, una de las jóvenes que parece más calmada, y ambas nos cruzamos de brazos a la espera de que se vayan y quedemos en paz. No tenemos que esperar mucho más, el hijo de los dueños se excusa con nuestro profesor y le dice que debe ir en busca de unos papeles, éste comprende y deja que se vaya, pero antes le dedica un Va a ser un gusto tenerte aquí todos los días

    Esa es una idea que me apena, muchísimo para ser sincera. No debí haber respondido como si me hubiese dicho algo malo, solo se preocupó porque pensó que me rompería algo. Es lógico que lo esté, ya que es su primer día aquí y no sabe cómo nos manejamos las bailarinas, además, yo estoy acostumbrada a eso y por eso se me hace común.

    —Muy bien, niñas, como sé que no han elongado por ver a semejantes especímenes de hombre —señala la puerta ya cerrada —. Lo harán ahora. Vamos, que nos queda nada más que media hora de clase.

    La mayoría suelta un suspiro de cansancio y empiezan a hacer lo que Stefano pidió. A mí ni siquiera me advierte con la mirada, puesto que pongo piernas a la obra en escasos segundos.

    Al tocar, nuevamente, mi cabeza con los pies, cierro los ojos y trato de no pensar en la bomba que he recibido por la mañana. Sin embargo me fue imposible.

    Mamá tiene novio nuevo.

    Suspiro casi sin querer hacerlo y me evito las lágrimas, no quiero hacer un show más en medio de la clase.

    No es que esté en contra de que rehaga su vida, respetó como nadie nuestra crianza y esperó a que, tanto mi hermana como yo, seamos mayores para buscar una pareja. No obstante la cosa es que no me agradaba él, nuestro vecino de hace solo unos siete meses. Tiene esa fama de hombre altanero que no cabe con mi persona, menos con Jackie, pero más allá de eso yo sé que mi mamá puede ser dañada de nuevo y el inconveniente se instala en que ella está cegada, no hay quién se oponga. Apenas si quise hacer un comentario esta mañana y me sacó corriendo de mi casa. Es por eso que había llegado temprano al instituto.

    A todo esto, agréguenle el hecho de que estoy con la regla. Perfecto.

    Sacudo la cabeza tratando de borrar esos pensamientos, aunque sea por ahora, y me centro en que debo demostrar que seré la mejor francesa bailando tango.

    *

    Cuelgo el bolso en mi hombro y comienzo a caminar hacia el pasillo que da a la salida del estudio. Nuevamente voy a ver el rostro decrépito de Béatrice, mejor conocida como La esposa de Hitler porque a decir verdad, ella tiene cierta fobia hacia las personas de color y los gays. Sí, en pleno siglo veintiuno. Pero de igual manera me aguanto, eso no será lo peor dentro de mi día.

    Jackie me ha mandado un mensaje diciéndome que mamá salió y que le dijo que no volvería hasta muy tarde. Al parecer está manteniendo esas actitudes adolescentes que tanto nos prohibió y aborreció, pero por lo menos tengo la certeza de que al llegar no voy a tener que someterme a una larga charla en donde ella me dará los pros de querer a Charlie, cosa que no me parece para nada bueno.

    Finalmente me despido de la recepcionista, quien apenas si

    levanta la mirada, y salgo del establecimiento. El ambiente es fresco y un leve viento hace que mi piel se erice, razón por la cual tengo que detener mi paso y colocarme la chaqueta negra que hace juego con mis leggins.

    De repente siento que alguien posa su mano en mi hombro y, como acto autoreflejo, me doy la vuelta con la iniciativa de proporcionar una cachetada a quien fuera que me tocó, pero mi brazo es detenido por una gran mano.

    —Eh, tranquila, no pensé que eso de romperme la cara era tan literal —dice casi sonriendo y me quedo estática.

    Es nuevamente el hijo de los dueños. Bueno, ya me he cansado de llamarlo así.

    —Disculpa —respondo apenada mientras trato de zafarme de su agarre—. Es que... vivimos en una sociedad tan perversa que ya no puedo confiar en nada. Menos a estas horas.

    Son casi las tres de la tarde, calles desiertas y sin protección. Ambiente perfecto para los maleantes y pervertidos.

    —Tienes razón, discúlpame a mí por no haber hablado antes —asiento lentamente.

    En ese instante me dedico a ver sus facciones y lo veo muy angelical, cosa que no me gusta en los chicos. Me refiero a esos niños de rostro enternecido, no, definitivamente no va conmigo. Sin embargo, en él no se ve tan mal y sus ojos azules bebé le dan un toque atractivo.

    —¿Se te ofreció algo? —pregunto en el mejor tono que puedo poner. No quiero que piense que lo digo de mala manera.

    —Claro, eh... —aclara su garganta —. Primero, quisiera saber tu nombre.

    Achico los ojos.

    —Aline ¿Y tú?

    —Ben, un gusto —tiende su mano y la acepto. El tacto se me hace agradable —. Y segundo ¿Siempre eres así? Digo, no quiero ofenderte, pero como me trataste... demostraste ser alguien con carácter. Lo digo de buena manera.

    Me remuevo en mi lugar y tomo de nuevo el bolso.

    —Creo que sí. No sé controlarme y tampoco socializo mucho,

    creo que eso hace que sea una desconfiada con todo, pero ya te pedí perdón. En verdad lo siento.

    —Lo sé, no hay problema. Todos tenemos días malos —asiento apenada y largo un duradero suspiro —. ¿Puedo ayudarte en algo?

    Lo miro desconcertada.

    —No, gracias. Solo he tenido un problema por la mañana y... no quiero ser vulgar, pero súmale que estoy en mis días.

    Por alguna razón mis palabras le hacen sonreír y, esa sonrisa ladeada, lo hace lucir alguien bastante socarrón. Lo tendré anotado para tener en cuenta en un futuro.

    —Ya, entiendo —vuelve a sonreír—. Me gusta que no tengan filtro para hablar. Eso da confianza.

    —Sí, pero no para aprovecharse —contraataco.

    Ríe sutilmente.

    —En verdad me estás cayendo bien, Aline.

    —Me gustaría decir lo mismo, pero ya ves que no estoy en mi mejor día. Así que bueno, nos veremos más seguido ahora. Supongo que habrá tiempo para que me caigas bien.

    —Y para que tú me caigas mucho mejor —añade y lo miro fijamente.

    ¿Debo tomarlo como un coqueteo o qué?

    ¡Por Dios! Cómo se nota que no sé interactuar con hombres fuera de mi círculo social.

    —Ajá —me limito a decir —. Si me permites, debo irme. Mi hermana me está esperando.

    —Puedo llevarte, no tengo problema.

    Me cruzo de brazos, pero antes acomodo un mechón de cabello detrás de mi oreja.

    —Primero piensas que me rompería algo, después dices que te caigo bien y ahora me ofreces llevarme a mi casa... ¿No estás en eso de robo de órganos, cierto?

    Esta vez se larga una carcajada y no me veo capaz de resistirme. Lo acompaño por un par de segundos y luego niega con la cabeza.

    —Si estuviera en eso no te hubiese ni hablado, directamente te hubiese drogado mientras estabas de espaldas —contesta como

    si fuera algo normal—. Y que ofrezca llevarte no tiene nada de malo. Míralo por este lado, a veces tomas taxis que no sabes ni siquiera por quién está siendo manejado, por lo menos hoy tendrás la certeza de que el hijo de los dueños del instituto donde prácticas danza te llevará y, ante todo, podrás denunciarlo si pasa algo.

    Sonrío y trato de taparlo mordiendo mi labio inferior.

    A pesar de todo, tiene razón. Quién sabe sobre la vida de los chóferes de taxis, uno los toma y ya, después puede ocurrir cualquier cosa.

    —¿Y tu acompañante? —cuestiono mirando detrás de él para comprobar si está o no.

    —¿Aitor? Él tuvo un imprevisto y se fue hace unos diez minutos. Es mi amigo.

    —Me di cuenta. No se parece nada a ti o a tus padres.

    —Sí, tiene el cabello más oscuro y algunas características más que nos diferencian mucho. Pero, aun así, mis padres lo adoran como si fuese su hijo. Es más, pienso que él va a mi casa por mis padres —río y él me acompaña—. ¿Y bien? ¿Dejarás que te lleve?

    Qué más da.

    —Está bien, acepto, pero solo porque mi hermana está esperando hablar conmigo —respondo y me dedica un semblante de triunfador antes de ofrecerme subir en el lado del copiloto.

    Creo que no es mala idea, no tengo ganas de caminar estando así y, además, pasaré unos minutos tratando de saber sobre la persona que se hará cargo del lugar donde estudio.

    *

    No entiendo por qué la paz no puede durar tanto en esta casa. Todo parece desvanecerse cuando mamá llega de mal humor, lo cual se repite continuamente desde hace un mes. Tiempo que calculamos, con mi hermana, que lleva en pareja con Charlie.

    —Les dije perfectamente que quería encontrar todo en orden, pero no, llego de trabajar y me encuentro que una estaba "es

    tudiando", mientras que la otra disfrutaba de una siesta —me aniquila con sus ojos al finalizar sus palabras.

    Comparto miradas con Jackie y niega con su cabeza mientras mantiene un semblante de cansancio.

    Estaba durmiendo, sí, pero se debía a que lo único que quería era descansar y que nadie me moleste. Mi hermana me contó ciertas situaciones de la pareja de mamá, una de las más destacadas fue el hecho de que él tiene un hijo de nuestra edad ¡Maravilloso!

    Nótese el sarcasmo de mis palabras.

    —Creo que debes darte cuenta, con lo excelente madre que has sido hasta ahora, que tengo un parcial más que importante en dos días y si no estudio lo más probable es que deba suspenderla... ¿Acaso quieres eso? —Jackie se cruza de brazos mientras arquea la ceja de manera desafiante.

    Vuelvo a acomodarme en el sofá. Me hicieron bajar apenas nuestra progenitora llegó, al parecer quería presentes a ambas.

    —Ajá, está bien pero ¿Un segundo no puedes tomarte para limpiar? ¡Solo era la cocina! —ruedo los ojos —. No vas a suspender la materia solo porque hayas barrido el piso o limpiado la mesada.

    —¿En serio crees que eso es más importante que los estudios de tu hija? — pregunto de mala manera.

    —¿Y qué vas a decir? Estabas durmiendo, Aline. Ni siquiera sirves para eso —espeta y siento cómo un gran vacío se arma en mi pecho.

    Rápidamente me pongo de pie y visualizo a ambas para después clavar la vista en mi mamá.

    —Perdóname por no servir para nada. Creí que, en estos diecinueve años, fui parte de una familia que se ayudaba entre sí, en donde cada una comprendía si la otra no podía —acomodo mi cabello con brusquedad—. En serio, mamá, perdóname por esto pero, tu nueva personalidad apesta.

    Sin más que decir me acerco a la escalera, pero antes de subir el tercer escalón me doy la vuelta para volver a ver su rostro atónito ante mi anterior comportamiento.

    —Y si estaba durmiendo fue porque estaba cansada, no de hacer algo ni de bailar, sino de la vida que nos estás haciendo llevar hace un par de semanas. Me siento fatal, mamá, siento que me estoy muriendo de los dolores y tú ni siquiera te inmutas. Estoy cansada de todo y de la nueva tú.

    Dejo de compartir el mismo espacio y corro hacia mi habitación, me encierro y me tiro sobre la puerta mientras tomo mi cabeza entre las manos.

    Quiero mi vida de antes, maldita sea.

    Capítulo 3

    Buena compañía

    Aline

    Necesito distraerme y lo peor de todo es que no tengo con quién.

    Suspiro y miro al espejo mientras me seco el cabello. Ya han pasado tres, o quizás cuatro horas, del fallido intento de comunicación que hubo en la sala. Decidí salir de casa, tengo que escapar aunque sea un par de horas, y para eso tomé un baño, del cual me estaba secando en esos momentos.

    No cené, pero oí cómo Jackie arregló algunas asperezas con nuestra madre. Ella es más pacífica que yo y se puede notar, por eso trató de arreglar todo y hasta creo que comieron juntas. Mientras tanto yo, bueno, saldré a caminar por ahí y me detendré en algún local de pizzas.

    Me coloco un poco de labial rosa, para no parecer tan arruinada, e inicio mi camino hacia el pasillo.

    Todo está silencioso, sé que mamá se acostó porque su cuarto está al lado del mío y el sonido de su puerta es el que reconocería a mil kilómetros. En tanto a Jackie, no sé ni si quiera dónde puede estar. Dejo mi postura y comienzo a caminar hacia la planta baja, no noto que alguien haya percibido mi presencia y salgo con rapidez. No sé con perfección hacia donde me dirigiré, no obstante comienzo a caminar hacia la dirección del parque que está a dos cuadras de casa. Meto mis manos en los bolsillos de la chaqueta y guardo bien el móvil para que no pueda darse ningún acto delictivo en mi contra.

    Al llegar al parque veo un montón de parejas adolescentes, las cuales están más que entusiasmadas en lo suyo. No tendría sentido que me quede allí.

    A mí parecer soy la joven más aburrida que podía existir, o sea ¡Hola! Diecinueve años y tengo un gran asqueo hacia las actitudes de emborracharse hasta quedar inconsciente y liarse con cualquiera en cualquier momento. Quizás no sea la única que repudie ello, pero los que piensen igual son nombrados como anticuados.

    Sacudo la cabeza en forma de negación y miro hacia mi entorno para identificar qué locales de comida hay allí. A lo lejos vi un restaurant fino, luego hay otro de una marca conocida y, por último, se encuentra una dichosa pizzería a la cual me dirijo con rapidez. Una vez allí, me encuentro con un panorama aún peor: familias, parejas, amigos, todos reunidos (cada uno por su parte, claramente) para cenar. Y luego estoy yo: la solitaria engendra.

    Me coloco en la fila para hacer el pedido y espero hasta que me toca el turno de pedir. Encargo una pizza pequeña con muzzarela. Una vez aceptado el pedido, me dirijo hacia la fila para retirar, pero desafortunadamente a mitad del camino mi pie se engancha con una de esas cintas que ponen para dividir las filas.

    ¿¡Para qué sirve eso!?

    Cuando estoy a punto de caer, alguien me toma entre sus brazos y me cuesta volver a abrir los ojos, los cuales comencé a apretar fuertemente en el momento que pensé que me daría de culo contra el suelo.

    —Te tengo —dice la persona que tiene una voz conocida.

    Al mirarlo, él está con una sonrisa aliviada y los colores suben a mi mejilla.

    —Clément —musito y me reincorporo rápidamente—. Qué vergüenza, por Dios. Gracias...

    —No hay de qué —responde de buena manera —. Agradece que fui yo quien estaba aquí, sino te hubieses dado de narices en el suelo.

    Miro a mi alrededor y las personas empiezan a ignorar lo sucedido, sin embargo algún que otro sujeto sigue mirándome

    como si jamás se hayan caído.

    —Eso está claro —contesto mientras suelto una leve risita.

    Clément es uno de los profesores de la academia. Si no me equivoco, enseña danza urbana y otros ritmos contemporáneos. Por lo que dicen es un buen profesor a su corta edad, la cual estará entre los veintisiete o veintiocho años. Nuestra relación es buena, varias veces nos cruzamos por los pasillos o tomamos el transporte público juntos, parece ser un buen hombre.

    —¿Así que saltando la dieta? —vuelve a hablar para cortar el silencio y ambos nos posicionamos, finalmente, en la fila.

    —No tengo una dieta que cumplir —digo burlona—. Creo que nunca me cuidé porque mi metabolismo es rápido, en cambio tú... bueno, se supone que el profesor debe dar el ejemplo ¿No?

    Sonríe ampliamente y niega con la cabeza. Sus rasgos varoniles están muy bien marcados, la manzana en la parte delantera de su cuello es prominente y la barba rubia dorada, al igual que su cabellera, lo hace lucir más serio. Sí, soy demasiado detallista.

    —Para nada. Cada vez que salgo de la academia vengo para aquí, total solo son tres días y luego hago ejercicio, así que no me perjudica.

    —Que suertudo.

    La pantalla muestra un número y él se aproxima para retirar su pedido. Yo miro el papel donde está mi número, algún faltan dos pedidos más hasta que me entreguen.

    —¿Viniste con alguien? —inquiere al mismo tiempo que se posiciona a mi lado, esta vez ya con su bandeja.

    Frunzo el ceño y niego con la cabeza antes de responder.

    —Vine sola.

    —Pues, te haré compañía —añade—. Retira tu comida y busquemos una mesa.

    Me sorprendo por su amabilidad, sin embargo asiento y vuelvo a posicionarme de manera que pueda ver la pantalla. Pocos minutos más tarde me entregan mi comida, la recojo y me acerco a Clément para ponernos a buscar una mesa libre en donde poder compartir la cena.

    Como he mencionado, todo está repleto. Casi al final del

    lugar logramos ver una mesa libre y pronto nos encaminamos hasta allí.

    —Me has salvado, no quería comer sola —confieso mientras estamos a mitad de camino.

    —Y tú a mí, yo tampoco quería estar solo ¿Se puede saber a qué se debió el hecho de que viniste? Pregunto con total respeto, no creas que es de mala manera.

    Llegamos a la mesa y ambos posamos las bandejas sobre ella. Tomo una gran bocanada de aire antes de sentarme y proceder a contestar.

    —Problemas personales, nada importante —dejo los ojos en blanco—. Pero, bueno, supongo que tú tendrás algo más interesante para contarme ¿Cómo es eso que harás tu presentación en un teatro?

    —Es toda una locura, todavía no puedo creerlo. Es… un sueño.

    Sonríe ampliamente y, mientras comenzamos a comer, empieza a contarme sobre la propuesta que le llegó de presentarse sólo en un teatro para dar una muestra de danza. A mí me explotaría la cabeza al hacer algo así, supongo que no me darían las agallas.

    Vuelvo a recalcar el hecho de que no soy muy sociable. Siempre me he mantenido a un margen, donde prefiero tener un círculo bastante limitado y no me atrae tanto abrirme a un mundo nuevo. Sí, hago mal, porque no siempre es bueno quedarse en la zona de confort. Es por esa razón que no conozco tanto a Clément, solo tengo idea de que es un gran profesional y se desempeña con gran pasión en lo que hace.

    Quizás haberle dado la oportunidad de compartir la cena fue una buena decisión.

    No sé cuánto tiempo pasa hasta que terminamos riendo por una anécdota que tiene con respecto a una muestra pasada. Cuando las risas cesan, apoya sus codos sobre la mesa y junta sus manos antes de analizarme fijamente.

    —Ahora cuéntame tú ¿cómo andas en las clases de tango? Stefano me contó que te entusiasmaste mucho cuando lo propuso —al terminar de hablar bebe un trago de su gaseosa.

    —La verdad que sí, el tango es una danza que tenía como ob-

    jetivo aprenderla y cuando Stefano llegó diciendo que iba a enseñarla me volví loca —sonrío con ilusión—. Eso sí, es un fastidio trabajar con adolescentes de catorce-quince años, se vuelven tediosas cuando ven a un chico.

    Inesperadamente estalla en risas y, al oír ese sonido, me veo contagiada. Mi bajo vientre duele, me da un pinchazo fuerte, pero lo disimulo y respiro hondo.

    —¿Por quién lo dices?

    —¡Por todas! Cuando llegó el hijo de los dueños, junto a su amigo, todas se volvieron locas.

    —Ah, sí. Ben ocupará el lugar de sus padres en el instituto. Se me hace muy niño para manejar algo semejante, pero, bueno. Quiero suponer que no querrá llevarnos por mal camino.

    —¿Por qué lo dices? —inquiero interesada.

    Dejo de lado la comida para prestarle completa atención a sus palabras. No es que vaya a ponerme de un lado u otro después de lo que él pueda decir, ya que no tengo relación con ninguno de los dos, pero creo que Ben ha demostrado ser algo diferente a lo que Clément cree.

    Durante el transcurso que tuvimos desde el instituto a mi casa, Ben hablaba de una manera muy amable y académica. No parecía que simulaba ser alguien que no es, lo digo porque se nota cuando una persona finge. Se mostró muy maduro al referirse de los negocios de sus padres y la importancia que tienen para él. Aunque bueno, repito que no puedo poner las manos en el fuego por alguien que no conozco.

    —La edad, es algo que influye. No creo que esté capacitado, quizás le gusten las fiestas, quizás no esté los días importantes y quién sabe si nos pagará en tiempo y forma —se apoya en el respaldo de la silla.

    —Sí, puede ser... —digo de forma desinteresada.

    Apenas termino la frase cambio de tema y comienzo a hablar sobre el proyecto que está previsto para fin de año. Quieren hacer una gran obra y puesta en escena. Aún no saben en qué constará ni quién será la participe, pero es obvio que se hará a lo grande y, sin dudas, yo estaré allí como candidata, sea la obra

    que sea.

    Sinceramente no soy consciente del tiempo. Solo me fijo la hora cuando percibo que quedan pocas personas en el lugar, comprobando así que ya son las diez y media.

    —Nos hemos extendido mucho al parecer —digo en tono burlón mientras guardo mi móvil—. Debo ir a casa.

    Clément toma sus cosas y me hace una mueca en modo de amabilidad.

    —Te llevo, no tengo ningún problema —se pone de pie y me mira fijamente al rostro mientras espera mi respuesta.

    No me gusta que la gente me mire fijamente al rostro o, peor, a los ojos. Siento una gran presión y, ahora que él lo hace, me siento como alguien pequeño.

    —No, gracias. Vivo a dos cuadras, no me pasará nada —respondo mientras me pongo a su lado—. Muchas gracias por la compañía, fue agradable compartir la cena contigo.

    —Lo mismo digo y espero que se repita.

    —Claro, cuando quieras. Nos vemos, Clement —beso su mejilla y, al separarme de él, sonrío levemente.

    —Nos vemos, Aline.

    Me encamino hacia la salida sin darme la vuelta una vez más.

    Fue agradable compartir con Clément, ya que hemos charlado sobre diversas cosas del instituto y pude enterarme de algunos planes que tienen en mente. Prácticamente se puede asumir eso como una cena de trabajo, porque él está en esa academia por ello y yo soy una simple bailarina que está interesada en invertir allí.

    A eso hay que sumarle que, de ambas partes, hubo muy buena predisposición para la charla fluida. Es alguien interesante con quien hablar.

    Si antes el lugar parecía vacío, al salir del local compruebo que es un verdadero desierto. Me abrazo a mí misma y empiezo a acelerar el paso, quiero llegar lo antes posible a mi casa, puesto que no me siento tan segura andando sola por la calle a estas horas.

    Capítulo 4

    El verdadero comienzo

    Ben

    6 de octubre de 2009

    —Tienes que alimentar al gato dos veces al día, cámbiale el agua constantemente y…

    —Ya, mujer, él sabe qué debe hacer con ese gato mugroso —interrumpe papá a mamá y río. Es obvio que detesta a Lily.

    Arrastran sus maletas por unos pasos más y luego se detienen para visualizarme.

    —¿Seguro que podrás con todo? —pregunta mamá.

    —Claro, no será tan difícil y, ante cualquier duda, los llamaré —respondo cruzándome de brazos.

    Ambos se miraran y, la mujer que me dio la vida, larga un suspiro.

    —Espero que puedas hacer lo mejor —dice antes de abrazarme fuertemente.

    Aspiro su perfume y sonrío ante el recuerdo de cuando era niño y corría a abrazarla cada vez que salía del colegio. Duramos así unos cuantos segundos hasta que se separa, dando así lugar para que mi padre me envuelva en sus brazos.

    —Suerte con todo, hijo —musita en mi oído —. Yo sé que podrás.

    —Cuídate mucho, Ben. Cualquier cosa nos llamas y estaremos de vuelta.

    Mamá está muy nerviosa por irse, en cambio papá no. Es la primera vez que nos distanciamos por tanto tiempo y, además, que la academia que tanto aman queda bajo mi mando.

    —Vayan tranquilos, estaré bien y haré lo mejor de mí por esa academia —les digo con una sonrisa en los labios, produciendo así que ambos asientan.

    Mamá vuelve a decir algunas cosas inentendibles, papá y yo la miramos raro. Está conmocionada, está claro, por lo que decidimos callarnos hasta que termina recalcándome que no deje morir a su pequeña gata.

    Finalmente se despiden, una vez más, y comienzan a caminar hacia donde deben abordar. Antes de que sus figurar desaparezcan de mi visión, levantan sus manos en modo de saludo, hago lo mismo y pronto puedo apreciar cómo vuelven a encaminarse.

    El hecho de que decidan irse de vacaciones fue algo costoso. La iniciativa la tuvo mi abuelo paterno materno, él insistía en que debían ir para poder despejarse de la carga que significa la academia –él lo sabe y a la perfección-, pero mis padres no paraban de dudar sobre dejar las cosas en mi mando. Fue entonces cuando mi abuelo, mejor conocido como Don Mercier, les juró que me daría una mano y eso fue lo que les dio pie a que acepten viajar un bendito mes por una pequeña parte de Europa.

    Ahora van con destino a Italia, seguirán por Alemania con una parada en Suiza. Así se irán manejando por los países limítrofes de nuestra Francia.

    En fin. Ellos acaban de partir a su mes de relax y yo estoy aquí, parado en el medio del aeropuerto sin qué me conviene más, correr de las obligaciones o afrontarlas a todas.

    *

    Aparco el carro y tomo mis cosas antes de bajar.

    Tengo que hablar con Beátrice, lastimosamente no me queda otra. Decido que es mejor armarme de valor e ingreso a la academia con un aura parsimoniosa, o eso creo. La veo leyendo una

    de sus tantas revistas y, sinceramente, pienso que tiene la suerte de que mis padres nunca se quejaran de ella, puesto que parece estar mucho más entretenida en ello que en su labor.

    —Buenos días —saludo en un tono más o menos fuerte, provocando que levante la mirada con lentitud.

    Que manera de querer simular ser alguien atemorizante.

    —Buenos días, joven Dómine —responde mientras alza una de sus cejas al contemplarme de pies a cabeza.

    —¿Ya han llegado todos los profesores del turno mañana? —cuestiono al momento que reviso mi reloj de muñeca. Son las ocho y media, se supone que ya debería estar la mayoría.

    —Casi todos, solo falta el profesor de urbana. Es el señor Clément Vial.

    —No lo conozco, pero voy a llamarle la atención por el horario.

    —Es la primera vez que se atrasa, me parece extraño.

    —Cuando venga dígale que lo espero en la oficina, por favor —asiente y anota algo en la libreta donde los profesores firmaban al llegar.

    Sin decir más, comienzo a caminar hacia los salones de danza contemporánea, clásica, zumba y afro para pedirles a los profesores, quienes se encontraban acomodándose para dar una nueva clase, que me acompañen hacia la oficina. Todos cumplieron y, una vez en el lugar mencionado, me posiciono tras el escritorio de papá.

    Todos me miran atentos. Vaya, no creí que fuese tan importante mi palabra.

    —Primero que nada, buenos días a todos —los cuatro profesores responden igual—. Como sabrán, mis padres se han ido de viaje por un mes y, por ese lapso de tiempo, yo me encargaré de la academia. No quiero que me vean como alguien autoritario o que vaya a mandarlos a trabajar de forma exigida, sé que son buenos y mis padres están conformes con ustedes.

    »Quisiera que se presenten para poder ir estableciendo una relación y, además, para tener en cuenta los turnos que le toca a cada uno.

    El profesor que posee unas pequeñas rastas, las cuales en algunas tiene ciertas decoraciones de colores, levanta la mano y asiento para darle la palabra.

    —Bueno, yo soy Sharik Pogba. Si te suena extraño es porque soy de Sudáfrica y enseño danza afro los lunes, martes y viernes por la mañana —me pasa la mano y se la acepto con cordialidad.

    —Un gusto Sharik —respondo y procedo a mirar a la mujer rubia que está a su lado—. Su turno.

    —Soy Bérénice Le Brun, profesora de danza clásica. Enseño ballet los lunes, martes y miércoles en el turno mañana y noche —imito los mismos gestos que tuve con el anterior profesor y doy paso al siguiente.

    —Mi nombre es Anik Basile, enseño danza contemporánea los lunes y jueves en el turno mañana y tarde.

    —Soy Alaric Favre, profesor de zumba de lunes a viernes por la mañana.

    Al terminar sus presentaciones les agradezco la cortesía. Intercambian un par de preguntas con respecto al manejo, cómo será y si se modificará algo, sin embargo les notifico que todo continuará el mismo rumbo.

    Cuando noto que las dudas han sido aclaradas, les pido que vuelvan a sus salones, pero no sin antes decirles que pueden hablar sobre cualquier inquietud conmigo y a cualquier hora.

    Al estar completamente solo, tomo asiento en el sillón de mis padres y comienzo a revisar los papeles que papá me avisó que dejaría encima del escritorio. Son fichas de inscripción de algunas chicas que se deben archivar, por lo que paso a fijarme qué cajones serían los correspondientes para poder ordenarlas. Encuentro las secciones que pertenecen a cada una, las acomodo y, cuando estoy a punto de volver hacia el escritorio, unos pequeños golpes en la puerta suenan.

    —Adelante —digo mientras reviso el horario. Son nueve menos cinco minutos, espero que sea el profesor de urbana el que toca la puerta.

    Sin embargo, una voz melodiosamente grave y cautivadora resuena en mis oídos cuando da los buenos días y, al levantar la mirada, me encuentro con una joven de cabellera rubia y unos ojos celestes muy claros, quizá más claros que los míos.

    —Buenos días, señorita…

    —Lana, soy Lana Bouffart — completa y se aproxima a mi posición para tenderme la mano, la cual estrecho amablemente.

    —Lana… bueno ¿En qué puedo ayudarle?

    Sin decir nada, toma asiento en una de las dos sillas que están frente al otro lado del escritorio y pasa un mechón de cabello detrás de su oreja antes de hablar.

    —Quiero inscribirme en la clase de ballet de la señorita Le Brun —anuncia con una sonrisa en sus labios.

    No puedo negar que la chica rubia, ya conocida como Lana, es muy hermosa. Su sonrisa la hace lucir muy bien, más aún con los labios pintados con el sutil tono rosa que poseen.

    —Claro, dígame en qué año nació y buscaré su ficha —pido mientras me pongo de pie para volver hacia los ficheros.

    —Mil novecientos ochenta y ocho.

    Asiento de manera distraída a la vez que busco rápidamente con la mirada aquel número. Al encontrar el cajón que marcaba 1988 con un tono grisáceo, pongo manos a la obra y busco la planilla correspondiente a la joven. Una vez que la obtuve, la tomo y me acerco nuevamente al escritorio.

    —Ya mismo la anoto ¿Sabe los días y horarios de clase? —inquiero al momento que empiezo a escribir en la sección Clases el nombre de la danza junto al de su profesora.

    —Sí, sí. Ya he hablado con ella y me informó de todo.

    Siendo sincero, no tenía ni idea de cómo rellenar esos espacios en blanco ni nada por el estilo, pero decidí guiarme por lo que ya estaba escrito en renglones anteriores y, cuando termino, puedo comprobar que ha quedado igual.

    Se lo muestro y hace una mueca de satisfacción.

    —Dejo pago los primeros dos meses ¿Está bien?

    —Perfecto —contesto mientras tomo el talonario de las cuotas, el cual se encontraba en una esquina del escritorio.

    Esto sí sé hacer. Es algo para lo que me prepararon porque, vamos, las cuotas sí son más recurrentes en tanto al papelerío.

    Relleno todos los casilleros, tomo el dinero y lo cuento para comprobar que esté todo en orden. Cuando está todo arreglado le entrego la copia de la cuota y la nueva inscripción a Lana, quien parece estar muy expectante a cada movimiento mío.

    —Muchas gracias —dice mostrando sus blanquecinos dientes una vez más.

    —Gracias a ti.

    Le dedico una sonrisa que pretende ser similar y, pocos segundos después, se pone de pie dispuesta a irse. En ese micro segundo que se da vuelta puedo notar que está bien dotada y, por Dios ¿Qué estoy haciendo?

    Como para sacarme de aquel transe, vuelve a mirarme y achica los ojos para analizarme. Bueno, ha llegado el momento de afrontar que ha notado que fui un descarado.

    —¿Puedo preguntarte algo? —asiento con temor—. ¿En verdad eres hijo de los dueños?

    No sé en qué momento comencé a retener la respiración, pero cuando completó la pregunta largué todo el aire que contenían mis pulmones. Sí, tuve miedo de que haya captado que fiché el buen trabajo que hace la danza en el cuerpo.

    —Sí, soy Ben Dómine. Perdón por no haberme presentado antes —contesto cortésmente y sus ojos parpadean, como unas tres veces, de manera fugaz.

    —Yo pensé que eso era una especie de mito para que las alumnas nos sintiéramos intimidadas. Y vaya que a mí sí me intimidas con esos ojos tan enigmáticos.

    Bueno, supongamos que todo está bajo control y que no siento una especie de golpe en mi pecho.

    Traga saliva, Ben. Son solo palabras, nada más.

    —Muchas gracias, pero tus ojos son aún más enigmáticos. No creí que pudieran existir unos tan claros —inesperadamente, Lana sonríe de lado y lame sus labios.

    Carraspeo.

    —La verdad es que ambos pueden llamar la atención… ¿Estarás mucho tiempo aquí?

    —Un mes, eso durarán las vacaciones de mis padres.

    —Vaya, entonces podremos vernos por un prolongado tiempo —junta sus manos frente a sus piernas y, por la presión que ejercen estos, sus pechos logran sobresalir un poco por encima de su camiseta lila pegada a su cuerpo.

    ¿En serio está coqueteando conmigo y soy bastante imbécil como para no darme cuenta? ¿O soy lo suficientemente imbécil para creer que me está coqueteando y quizá solo sea su forma de ser?

    Definitivamente debo aprender a controlarme a mí y a mis pensamientos atarantados. Debo conservar la profesionalidad ante todo.

    —Sí, si todo sigue bien. No quisiera hipotecar la academia en una situación extraña —bromeo y suelta una risita timida.

    —Me gustaría quedarme a hablar, pero ya va a comenzar mi clase de ballet.

    —Claro, no hay problema.

    Se despide de mí alzando levemente una mano, como si se tratase de alguien sumamente tierno. Trato de responder igual para parecer simpático y me dedica un pequeño guiño antes de encaminarse, con rapidez, hacia la puerta para luego salirse por completo del despacho.

    Ella ha sido bastante cortés, demasiado ¿Pero quién soy yo para juzgar las formas? Si quiso recibirme de esa manera, pues está bien. Mientras no traten de divulgar que soy un inepto, creo que todo estará en orden. Apenas empiezo a sumergirme en esta travesía y hay diversos indicios que me dan a entender que me divertiré un montón con las situaciones que se presentarán.

    Voy a centrarme en algunas cosas que mi madre me advirtió que debía poner atención, sin embargo recuerdo el pedido que le hice a Beátrice y me desconcierto al ver que no ha sido cumplido.

    Lo único que falta es que pasen por encima de mi palabra por creer que no soy capaz de dirigir esto. Esa idea era la que me aterraba desde antes de que mis padres se vayan.

    Me encamino hacia la recepción y veo que algunas alumnas hablan con Beátrice. Las saludo formalmente, recibo una cálida

    respuesta, y luego paso a preguntar lo que me interesa.

    —¿Aún no ha llegado el profesor de urbana?

    Beátrice se encoge de hombros y frunce los labios.

    —Aún no ¿Quiere que lo llame?

    —Por favor —pido colocando mis manos en la cadera mientras suspiro.

    Las alumnas que estaban manteniendo una charla con la recepcionista se dicen algo entre ellas, parecen acordar que volverán luego. Nos miran a ambos y nos anuncian lo que harán, por lo que solo me limito a asentir de manera comprensiva, ya que se lo comunicaron a Beátrice y si yo intervengo seré un completo metido.

    Al quedarme solo con Beátrice, ésta hace muecas mientras espera que el tono del teléfono deje de sonar para que la persona con la que intenta contactarse atienda. No obstante, eso no ocurre. Vuelve a llamar otra vez, espera de nuevo y esta vez me mira confusa antes de cortar.

    —Parece que ha apagado el teléfono, me da el contestador —dice antes de dejar los ojos en blanco.

    Paso ambas manos por mi rostro y suspiro hondo. No pensé que los

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1