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Tierra Zombi
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Libro electrónico186 páginas2 horas

Tierra Zombi

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Información de este libro electrónico

Tabea McTire, la joven superviviente de la pandemia zombi de Boulder, Colorado, conocerá a un joven mientras huye de los criminales y los muertos vivientes. Aprenderá sobre el amor en este mundo gobernado por los muertos vivientes. Luchará contra los hambrientos mordedores junto con sus amigos para sobrevivir en las Rocallosas. Sin embargo, la muerte acechará despiadadamente. Cuando busca a sus padres, la joven hace un espantoso descubrimiento que la quebrará física y mentalmente. El bandido Bob no se detendrá ante nada para hacerse con Tabea. Mientras Tabea se apresura a ayudar a otros supervivientes, caerá en la trampa de Bob. El enfrentamiento contra su peor pesadilla llegará a su fin, y sólo saldrá un ganador...

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento7 jun 2021
ISBN9798201889869
Tierra Zombi

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    Tierra Zombi - Martin Piotrowski

    El fin del mundo a veces llega de una forma distinta a la que uno piensa.

    TIERRA ZOMBI

    Novela de supervivencia postapocalíptica en seis partes

    ––––––––

    Parte 2

    Versión en e-book revisada en 2017

    y

    versión en audiolibro

    ––––––––

    © Martin Piotrowski 2017

    Pie de imprenta: Véase última página

    ––––––––

    Esta obra está protegida por derechos de autor. No se permite la

    reproducción o el uso de objetos tales como imágenes, diagramas,

    sonidos o textos en otras publicaciones electrónicas o impresas sin

    el consentimiento del autor. Esto se aplica en particular a las traducciones,

    el almacenamiento y el procesamiento en sistemas electrónicos, y a la

    difusión al público de esta obra en diversos medios como Internet.

    Tierra Zombi

    Parte 2

    ~ Capítulo 1 ~

    Miro los ojos blancos y lechosos de la muerte mientras estira sus manos en forma de garra hacia mí.

    Chilla fuertemente y me ataca. Su boca está abierta de forma exagerada. Sus dientes son largos y puntiagudos, y están dispuestos a morder mi carne viva y blanda para satisfacer el hambre insaciable de un muerto viviente. Agarro el asa de mi porra con fuerza y empujo con dificultad al zombi que corre hacia mí contra la pared detrás de él. Sus brazos golpean violentamente mi espalda y mi cabeza. Aprieto los dientes para no gritar de dolor y miedo. Su fea y apestosa cabeza choca contra mi casco. Su dentadura está a unos centímetros de mi rostro. Su mandíbula se abre y se cierra ferozmente. Los dientes de su boca descompuesta presionan contra la visera de plástico. Nos mantenemos a la defensiva como dos boxeadoras. No puedo sucumbir ante el miedo que crece dentro de mí. Si doy la vuelta y huyo ahora, moriré. En un último esfuerzo, le incrusto un cuchillo de combate militar en su cráneo con mi mano derecha.

    El cuchillo se sumerge en su cabeza hasta que solo se ve el puño. Extraigo mi arma con el mismo raudo movimiento mientras empujo al mordedor y sus manos en forma de garra con mi porra. 

    El muerto viviente se desliza por la pared y deja una raya roja en el papel pintado. Me dirijo a mis siguientes atacantes gruñones. Una zombi fea y hedionda se acerca cojeando.

    Hago girar la larga porra de mi mano para que salga disparada de mi antebrazo hacia adelante y golpee su cráneo. Su cabeza estalla como una sandía y su sangre salpica alrededor. La zombi resuella y cae de rodillas. El próximo muerto viviente me agarró del brazo y quiere morderme. Asustada, le clavo mi cuchillo debajo de su barbilla hasta llegar a su cerebro. Cae muerto en el extenso pasillo lleno de inmundicias del centro comercial. ¡Eso estuvo cerca, muy cerca!

    «¡Atenta, atenta, atenta!», me digo a mí misma como un mantra mientras miro de un lado a otro. Ya no me atacan más mordedores.

    Respiro hondo y miro por encima del hombro. Sue, mi amiga y compañera de batallas, revuelve su espada por los cuerpos de estas bestias que caen decapitadas y descuartizadas al suelo delante de la joven asiática. El pasadizo está cubierto de cabezas, brazos, piernas y cuerpos despedazados que nadan en un charco de sangre. Tengo náuseas y me trago el vómito a duras penas. Debo practicar mucho más con la espada. Mi pequeña espada, que había pertenecido a Sue, se introdujo en la cabeza de uno de los apestosos que me arrebató la espada con un brusco movimiento. No tuve tiempo para sacar mi arma de corto alcance del cráneo destruido del mordedor porque debía seguir luchando contra la abrumadora fuerza de los muertos vivientes que se acercaban. Saqué al mismo tiempo la porra y el cuchillo de combate de las trabillas de mi cinturón con ambas manos para vender cara mi derrota.

    Sue se encuentra en medio de una pila de zombis muertos. Su espada gira horizontalmente por el aire y decapita al último mordedor que intenta arrancarle un trozo a la asiática. La cabeza rueda hacia sus pies.

    Sue la pisotea con su pesada bota y se rompe por el impacto. El cerebro del zombi se desparrama por todos lados. Trago bastante saliva. Luego llega la calma. Agitada, Sue gira hacia mí y se levanta la visera del casco. Me mira preocupada, con el rostro empapado de sudor. También levanto mi visera y le sonrío. 

    «Estoy bien», le digo y levanto el pulgar.

    Sue me mira y grito: «¡Cuidado!». 

    Doy la vuelta y veo que la zombi con el cráneo destrozado se arrastra hacia mí. Intenta morderme la pierna. Al parecer, no había golpeado correctamente su cerebro. Pateo su horrible rostro con mi bota para que su cabeza salga despedida hacia atrás.

    Titubeo por un instante. Luego acabo con la «vida» del muerto viviente. Asqueada, miro rápidamente hacia todos lados. Ahora reina definitivamente la calma en este pasillo.

    «¿Dónde están Ken y Ed?», pregunta Sue inquieta cuando se acerca.

    Miro su uniforme manchado de sangre, y observo un pequeño trozo de materia gris que se desliza por él hasta que la gravedad lo arrastra hacia las profundidades y cae al suelo del centro comercial.

    Entramos al centro comercial en grupos de cuatro. Avanzamos tranquilamente los primeros metros. Las tiendas de ambos lados del pasillo fueron saqueadas. Ken había visto el plano del centro comercial. Había muchos pisos en el medio. Según el mapa de orientación en la pared, aquí se encontraba una enorme tienda departamental. Además, Ken vio una tienda de electrónica en el plano. Avanzamos sigilosamente sobre el montón de basura, entre los cadáveres que yacen por todas partes. Los muebles destruidos de la tienda, cuyos pedazos han sido arrojados en el pasillo, impidieron un rápido desplazamiento. Vi fragmentos de vidrios por todas partes. Las ventanas de la tienda tenían bordes dentados, puntiagudos y filosos. Cuerpos perforados rodeaban el camino. Había perdido la orientación. Miré agradecida los tragaluces por los que se filtraba la luz del día en los pasillos y corredores del centro comercial. Giré en un pasillo y encontré un enorme grupo de muertos vivientes. Cuando se dieron cuenta de nuestra presencia, se levantaron, chillaron y se abalanzaron sobre su inesperado almuerzo. «¡Cuidado!», grita Sue. Saqué instintivamente mi Glock de su funda y comenzó la matanza alrededor de nosotros.

    «Estaban justo detrás de mí cuando los zombis atacaron. Creo que se fueron a la derecha, por otros pasillos. Ken mascullaba algo sobre electrónica hace un momento». Guardo la porra y el cuchillo en mi cinturón, y miro confundida a Sue, nuestra lideresa de grupo.

    «Maldición, les dije que debíamos permanecer juntos».

    Sue mira nerviosa hacia todos lados. Saco mi espada de la cabeza del muerto viviente y limpio la hoja en su ropa sucia. Luego la guardo en la funda junto a mi cinturón.

    Sue, Ken, Edward y yo estamos vestidos como un otrora equipo SWAT. Usamos overoles negros y resistentes al fuego, un chaleco antibalas y, encima, un chaleco táctico con espacio para munición y otros objetos importantes. Además, llevamos un casco negro con una visera facial para proteger nuestra cabeza y rostro.

    Mis pies están dentro de un par de botas altas y pesadas. Una porra cuelga en el lado izquierdo de mi cinturón. Mi pequeña espada japonesa se encuentra junto a ella. Tiene una hoja de unos sesenta centímetros de largo y una empuñadura de 20 centímetros de largo que permite manejar la espada con ambas manos. Es increíblemente filosa. En el lado derecho de mi cinturón, dentro de su funda de cuero, llevo un cuchillo de combate de 20 centímetros de largo que está tan afilado como mi espada. Un estuche sujeta mi pistola automática a su costado. 

    Mi Glock tiene un cargador de doble hilera con 17 cartuchos. Sería ideal para combates de corto alcance si no fuera tan ruidosa al disparar. Además, llevo una MP5 con silenciador en la espalda. El cargador de la metralleta contiene 30 cartuchos. Sue lleva una larga espada samurái como arma principal. También porta un cuchillo de combate y una porra en su cinturón. Ken, nuestro genio en tecnología, elaboró los llamados shuriken. Son armas de metal en forma de estrella que poseen varias puntas. Si se usan correctamente, estas herramientas pueden matar a un zombi de una forma más efectiva que una bala. Además, son silenciosas. 

    Se escucha un grito. Se abre fuego con rifles automáticos. Sue y yo nos miramos aterradas. Retira su espada de un zombi. Luego corremos hacia el tiroteo. Mientras avanzamos, agarro mi MP5 y le quito el seguro. Sue se lanza al ataque como un demonio negro enfadado. Cruzamos varios pasillos y corredores de la tienda que fue construida de forma muy enrevesada. Los zombis muertos yacen esparcidos entre todo tipo de inmundicias y bordean nuestro camino. Los ruidos se oyen cada vez más. Nos acercamos a los disparos. El tiroteo se detiene repentinamente. Nos mantenemos quietas en un pasillo y nos miramos desconcertadas mientras Ken viene corriendo desde la esquina al final del pasillo. Él tropieza y se tambalea contra la pared.

    «¡Ken!», grita Sue.

    Ken gira ajetreado y mira inquieto de un lado a otro.

    «¡Ken, dónde está Edward!», grita y corre hacia el técnico. La sigo nerviosa mientras intento vigilar todos los ángulos con mi metralleta. Ken solloza y se quita el casco de la cabeza.

    «Fueron demasiados. No pudimos acercarnos...», se lamenta. Tiene el rostro empapado de sudor.

    «¡Dónde está Edward!», grita Sue en la cara de Ken. Luego empuja al hombre, que pesa más del doble, violentamente contra la pared. Ken gime. 

    «P... por a... allá», tartamudea rendido. Luego baja la cabeza.

    Mi amiga asiática suelta a nuestro técnico. Se dirige a la dirección indicada sin prestarnos atención. Agarro a Ken por el cuello y lo arrastro bruscamente detrás de mí.

    «Acompáñame», le grito y presiento lo peor.

    Ken se tambalea detrás de mí mientras intento seguir a la pequeña asiática. Zombis yacen tiroteados delante de una tienda. Sue grita. Luego desaparece en la tienda. Yo también ingreso a la misma tienda de la que nuestro técnico salió a toda prisa hace un minuto. Ken se queda parado en la puerta.

    Sue se arrodilla delante de Edward, que está sentado en el piso y sostiene una pistola en la mano. Trago saliva cuando veo la herida en su pierna. Sue le habla a Ed con suavidad y acaricia su rostro. Sé qué está pasando. Ya lo he vivido antes. Hace meses en la granja de los Summers... Una lágrima corre por mi mejilla. Me siento inútil, no puedo hacer nada. Quiero gritar, maldecir, llorar. 

    Ed se dirige a nosotros. Su rostro está muy pálido y suda mucho.

    «L... Lo siento, Sue. Protegí a Ken lo mejor que pude. Pasé por alto uno que se acercó arrastrándose por detrás. Me atrapó». Ed está fatigado. Noto que la trasformación ya ha empezado, como en la cocina de la casa de Claire. Lloro en silencio y la corriente salada moja el cuello de mi overol. Sue acaricia el rostro empapado de sudor de Ed. 

    «Shh. Diste lo mejor de ti, mi amor. Te sacaremos de aquí y el doc te curará».

    Ed mira con una sonrisa a su novia y sacude ligeramente la cabeza. Una lágrima corre solitaria por su mejilla desde el rabillo de su ojo. Sue se la limpia con cuidado, como si fuera lo más valioso del mundo. «Sabes lo que debes hacer, cariño, lo sabes».

    «Yo... yo...», balbuce Sue y sus lágrimas caen suavemente de sus ojos almendrados que padecen de una infinita melancolía.

    «¡Pss! No llores mi amor. Tuvimos grandes momentos. Te amo». Dolorido, hace una pausa. «Me alegro de haberte conocido. Sin embargo, debes seguir sola a partir de ahora, yo...» Ed se retuerce por un momento y luego vuelve a quedarse quieto. «Sue, déjame ir antes que yo...». Sus dedos temblorosos limpian las lágrimas de su mejilla y caen debilitados. 

    Me mira impotente. Asiento con la cabeza y aprieto los labios con los ojos llorosos. Lloro por Edward, nuestro camarada y amigo, y por nosotros, los mortales que seguimos aquí luchando.

    «Te querré por siempre, mi amor», susurra Sue de forma cariñosa.

    Sue besa a Ed y un disparo resuena de manera ensordecedora entre sus cuerpos.

    Ed cae en los brazos de la asiática en un instante. Luego solo hay silencio. Sue vuelve a introducir la pistola en su funda. Coloca el cuerpo de su amado con delicadeza en el piso. Nos mantenemos de pie frente a Ed durante varios minutos. Los gritos de los muertos vivientes nos devuelven a la realidad. Mi amiga se limpia una última lágrima de su rostro. Luego se levanta decidida. 

    «¡Nadie se queda atrás! ¡Nadie!». Mira furiosa a Ken con sus inescrutables ojos oscuros. «Ustedes dos, ¡cúbranme! ¡Sacaré a Ed de aquí!». Sue sube

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