Noche de Mayo o la ahogada
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Noche de Mayo o la ahogada - Nikolai Alexander Mader
AHOGADA
NOCHE DE MAYO O LA AHOGADA
«¡El diablo lo entienda! Cuando la gente cristiana se propone hacer algo, se atormenta, se afana como perros de caza en pos de una
liebre, y todo sin éxito. Pero en cuanto se mete de por medio el diablo, tan solo con que mueva el rabo, y no se sabe por dónde, todo se
arregla como si cayera del cielo.»
UNA sonora canción fluía como un río por las calles del pueblo... Era el momento en que los mozos y las mozas, fatigados por los trabajos y preocupaciones del
día, se reunían ruidosamente formando un corro bajo los fulgores de una límpida noche, para volcar toda su alegría en sonidos habitualmente inseparables de la
melancolía. El atardecer, eternamente meditativo, abrazaba soñando al cielo azul, convirtiéndolo todo en vaguedad y lejanía. Aunque ya había llegado el crepúsculo,
las canciones no habían cesado, cuando, con la bandurria en la mano, se deslizaba por las calles, después de haberse escurrido del grupo de cantores, el joven
cosaco Levko, hijo del alcalde del pueblo.
Un gorro cubría la cabeza del cosaco, que iba por las calles rasgueando las cuerdas de la bandurria e iniciando a su sonido ligeros pasos de danza. Por fin se detuvo
ante la puerta de una jata circundada de pequeños guindos. ¿De quién era esta jata?... ¿De quién era esta puerta?... Después de haber callado un momento, Levko
empezó a tocar la bandurria, y cantó:
El sol está bajo;
la noche, cerca; sal a verme, corazoncito mío.
-No... Por lo visto se ha dormido de firme.., mi bella de los claros ojos-dijo el cosaco al terminar la canción, acercándose a la ventana-. ¡Gallu, Galiu!
¿Duermes o es que no quieres salir?... ¿Temes que alguien pueda vernos o no quieres exponer tu blanca carita al frío?... No temas, no hay nadie, la noche es tibia.
Pero si apareciera alguien, yo te cubriría con mi casaca, te rodearía con mi cinturón, te taparía con mis manos, y nadie nos vería. Y si soplara una fría ráfaga, te
estrecharía más contra mi corazón. Te calentaría con mis besos, metería en mi gorra tus piececitos blancos. ¡Corazón mío! ... ¡Pececito mío! ¡Mi collar!...................................... ¡Mírame
por un instante!... ¡Saca al menos por la ventana tu blanca manita!.... No. No duermes,
orgullosa muchacha-dijo Levko más alto y con la voz del que se
avergüenza de la humillación de un momento-: ¿Te gusta burlarte de mi?.... Pues, ¡adiós!
Aquí Levko se volvió, calóse al sesgo su gorro y se apartó altivamente de la ventana, rasgueando con suavidad las cuerdas de la bandurria. En este momento giró el
picaporte de madera de la puerta, se abrió esta con un crujido, y una muchacha de diecisiete primaveras franqueó el umbral, mirando tímidamente alrededor y sin
soltar el picaporte. En la semioscuridad brillaban como estrellas los claros y acogedores ojos y el collar de rojo coral. A la mirada de águila del mozo no podía
esconderse el rubor que asomaba, vergonzoso, a las mejillas de Ganna.
-¡Qué impaciente eres!-dijo ésta a media voz-. Ya estás enfadado. ¿Por qué has elegido esta hora? Por las calles anda una muchedumbre de hombres................................... Estoy
temblando...
-¡Oh. . ., no tiembles, pececito mío! ¡Estréchate más contra mí!-dijo el mozo, abrazándola apartando